
T R E I N T A Y S I E T E | S U E G R A 🌂
«Odié como la trató y me prometí que no volvería a exponerla frente a ella»
Tiger Davenport.
Una hermosa joven bajó del coche hipnotizada por lo que veían sus ojos en ese momento.
—¿Aquí vive tu madre? —logró preguntar Ava mientras Tiger cerraba el coche y se acercaba a ella.
Quedándose al lado de su novia, murmuró;
—Si... Siempre ha sido muy ostentosa.
El Austin Martin verde de Tiger estaba aparcado en un rincón del inmenso lugar, los árboles formando un túnel verde oscuro que parecía conducirlos hacia un mundo completamente diferente. Ava observaba el paisaje.
El paisaje era una postal de la alta sociedad. Hectáreas de terreno perfectamente cuidadas, donde cada árbol parecía haber sido podado con gran precisión, cada piedra colocada de forma meticulosa. Y al final del camino, como una aparición entre la espesura, se erguía la mansión de la familia Davenport, aunque realmente ese lugar era gracias al trabajo duro de Tiger.
No era una casa. Era un castillo.
Una construcción imponente de piedra gris, con torres que se elevaban desafiantes hacia el cielo, ventanales enormes que reflejaban la luz como espejos, creando un juego de luces y sombras que hacía que el edificio pareciera vivo, respirando sus propios secretos.
Tiger parecía tenso, demasiado. Cosa que a Ava no lo solía ver de esa manera, solo cuando tenía programada una conferencia.
Entonces, ella murmuró;
—¿Quieres un momento?
Él asintió.
—Si... Tengo que enfrentarlo.
El "ello" era su madre. Elena Davenport. Un nombre que sonaba más a sentencia que a persona.
Un mayordomo apareció instantáneamente. No caminó. Pareció materializarse de la nada, vestido de negro, con un movimiento tan fluido que más parecía una sombra que un ser humano. Lo que se notaba que su madre lo quería todo perfectamente y no tener que hacer nada ella.
—Señor Davenport —saludó con una inclinación que era más protocolo que calidez.
Ava sintió un escalofrío. No era una bienvenida. Era una invasión.
El interior era aún más impresionante que el exterior. Mármoles importados directamente de Italia, pinturas que seguramente valían más que toda una vida de trabajo, candelabros de cristal de Bohemia que colgaban del techo como lágrimas congeladas. Cada detalle gritaba riqueza. Y Ava sabía que todo ese dinero había salido de su hijo, gracias a todo el trabajo y lo que había logrado conseguir él mismo.
—Es impresionante —murmuró Ava.
Tiger no respondió.
Sus pasos resonaban en la entrada, cada uno parecía una advertencia, un desafío silencioso.
Y entonces, ella apareció.
Elena Davenport no era una mujer cualquiera. Y se notó nada más verla Ava.
Rubia, con un peinado que revelaba horas de trabajo con los mejores estilistas, un vestido de diseñador que seguramente costaba más que el alquiler de un año en el apartamento de Ava. Su rostro, producto de cirugías meticulosas, era una máscara de perfección artificial. Pómulos altos, labios perfectamente delineados, ni una arruga que traicionara sus verdaderos años.
—Tiger, querido.
Se acercó a Tiger, un beso al aire, sin contacto real. Un saludo que era más una representación teatral que un gesto de afecto.
Sus ojos, cuando se posaron sobre Ava, destilaron un desprecio tan puro que la bailarina sintió que la atravesaban.
—Así que tú eres... Ava —dijo.
No era una pregunta. Parecía más una burla.
Con un Tiger totalmente enfadado, sin desear que Ava estuviese ahí peor no le quedó más remedio que llevarla, llegaron a la sala de estar donde sus madre recibía a los invitados.
El té fue servido con elegancia. Porcelana inglesa de la más fina, cucharillas de plata grabadas con delicadeza, cada movimiento calculado como en una danza cortesana donde cada gesto tenía un significado oculto.
—¿Té, Delacroix? —preguntó Elena con un tono más duro de lo que debería.
Hasta decir su apellido en voz alta parecía más una burla que otra cosa.
—Café, por favor —respondió Ava.
Un silencio denso cayó sobre la habitación. Elena levantó una ceja, su gesto más elocuente que cualquier palabra.
Miro a Tiger unos segundos mientras que este tomaba la mano de su novia, como si le pidiese perdón antes que nada.
La idea de ir a visitar a su madre fue de la propia Elena y Ava, la cual quería mostrarle respeto, le dijo a Tiger que no pasaba nada por ir a verla. Aunque Tiger no le agradaba en lo absoluto todo eso.
—Las verdaderas señoritas toman té —sentenció.
Tiger intervino un gruñido contenido, contestó;
—Madre, basta.
La tensión era palpable. Cada movimiento, cada palabra, cada mirada estaba cargada de significados ocultos. Elena no miraba a Ava como a una persona, sino como a un objeto fuera de lugar, una pieza que no encajaba en el elaborado rompecabezas familiar. Una pieza que no encajaría nunca en el apellido Davenport.
—Cuéntame, Ava —comenzó Elena, como un dardo envenenado—. ¿A qué te dedicas exactamente?
Ella sabía a lo que se dedicaba exactamente, porque no paraba de salir en las revistas, pero quería pincharla para fastidiarla.
Ava sintió la trampa. Sabía que cada palabra sería analizada, diseccionada, utilizada como munición.
—Soy bailarina profesional —respondió con firmeza.
Una sonrisa imperceptible se dibujó en los labios de Elena.
—Bailarina —repitió la palabra como si la probara, como si fuera algo desagradable en su boca—. Qué... interesante ocupación...
Tiger observaba la escena, su mandíbula tensa, los músculos de su cuello marcando líneas de frustración contenida.
—Ava es una bailarina extraordinaria —intervino, desafiante—. Y será una gran bailarina en Broadway.
Elena no cedió. Su mirada seguía clavada en Ava, como si la desmenuzara lentamente.
—Una carrera muy inestable —comentó, dando un sorbo delicado a su té—. ¿Y qué planes tiene una bailarina? ¿Casarse? ¿Formar una familia?
La pregunta no era casual. Era un misil dirigido, calculado para herir, para mostrar la distancia abismal que Elena percibía entre ellos.
Ava no bajó la mirada. Mantuvo el contacto visual, un acto de desafío silencioso.
—Mis planes son seguir desarrollándome profesionalmente —respondió. —Bailar es mi pasión.
—Las pasiones —sentenció Elena—. No mantienen un hogar. No crían hijos.
El silencio que siguió fue más denso que el humo de un incendio. Tiger apretó los puños bajo la mesa.
—Madre —advirtió.
Pero Elena no se detendría. Había esperado este momento. La oportunidad de mostrar públicamente lo que pensaba, de dejar claro que Ava no era más que un obstáculo temporal en los planes que ella tenía para su hijo.
—He encontrado a alguien, querido —anunció de pronto—. Una joven de una familia respetable. Perfecta para ti, Tiger. Educarla en Europa, conexiones en los mejores círculos empresariales. De tu edad, no una... Bailarina co...
Tiger no dejó que terminara.
—No me interesa —cortó tajante—. Tengo a Ava. Ella es mi novia.
Apretó su mano sobre la de ella.
Las palabras cayeron como piedras en un estanque, provocando ondas de tensión que parecían vibrar en el aire.
Elena se irguió. Su elegancia era una armadura, su desprecio un escudo invisible.
—Una bailarina de clase humilde no será la madre de mis nietos —pronunció cada palabra como si fueran sentencias de muerte.
Un silencio sepulcral invadió la habitación. Las palabras de Elena flotaban en el aire como esquirlas de cristal a punto de cortar la piel. Tiger se levantó, enfadado.
—No permitiré que hables así de Ava. —Su voz era un gruñido contenido, un rugido que vibraba entre la rabia y el dolor.
Elena no se inmutó. Su compostura era una armadura forjada en años de manipulaciones sutiles y estrategias familiares. Se irguió, incorporándose con una elegancia que desafiaba su edad, los tacones de aguja hundiéndose ligeramente en la gruesa alfombra. Si, era un hueso duro para ambos.
—Siempre has sido un rebelde —dijo, como si fuera una observación casual—. Desde pequeño. Nunca seguiste los planes que tu padre y yo teníamos para ti.
—Eso no pareció importarte cuando cree aquella app que me dio todo ese dinero para vivir el resto de mi vida sin trabajar... La cual, más de la mitad te lo fundiste tú y papá en vuestros caprichos —contestó duramente un Tiger resentido por el pasado.
No solía ser así con nadie, pero que Elena tratase a Ava de esa manera, aquello lo enfadaba y mucho.
Ava observaba el intercambio, sintiendo que estaba presenciando una batalla que venía gestándose desde hacía años. No era solo una discusión sobre su relación. Era un ajuste de cuentas familiar, una guerra de voluntades donde ella era apenas un mero espectador.
Gracias al sonido del móvil de Tiger, aquella tensión paró rápidamente.
—Debo atender esto —murmuró Tiger.
Él magnate miró a Ava, buscando algo que le hiciera tomarla de la mano y llevársela de allí, bien lejos para que su madre no siguiera de aquella manera. Pero Ava lo tranquilizó con aquella mirada tan dulce de la joven.
Cuando salió, Ava y Elena quedaron solas.
El silencio se volvió denso, casi irrespirable.
La mirada de Elena la recorrió de arriba abajo, como si estuviera evaluando una mercancía. No había calor en esos ojos. Solo frialdad.
—Sabes que no eres suficiente para él —comenzó Elena.
Ava no respondió inmediatamente.
Respiró profundo.
Sabía que cada palabra importaba.
—Amo a su hijo —dijo finalmente.
Elena soltó una risa que no sonó a risa. Fue más un sonido cortante, como el filo de un cristal. Como un cuchillo cortando en el aire.
—El amor no mantiene imperios —sentenció. —El amor no expande negocios. El amor no garantiza un futuro. Y tú y Tiger tenéis menos futuro que este té que me estoy tomando.
Sacó entonces un sobre blanco. Lo deslizó sobre la mesa de cristal con un movimiento preciso, como un jugador de ajedrez colocando su pieza definitiva.
Ava miró sin entender que es lo que pretendía.
—Dos millones de libras —dijo. —Es lo que estoy dispuesta a ofrecerte por desaparecer de su vida.
El sobre blanco brillaba sobre el cristal como una provocación. Dos millones de libras. Un precio para su dignidad, para su amor, para su vida entera.
Ava no lo miro, ni siquiera lo tocó. Sus manos, las mismas que cada día se movían con gracia en los ensayos, temblaban imperceptiblemente.
—¿Cree que puede comprarme? —preguntó.
Elena no pestañeó.
—No es una compra. Es una transacción. —Volvió a tomar de su té, haciendo algo de ruido a bastante insoportable—. Mi hijo merece algo mejor. Un futuro diferente. Una esposa que entienda su mundo, no con los pantalones bajados por una que se abre del piernas fácilmente.
Aquello último le fastidió y mucho a Ava, que deseó tomar ese té y echárselo encima. Pero no lo hizo.
Tan solo siguió mirándola, sin importar que no fuese lo suficiente elegante para ella.
—Lo que no entiende... —respondió Ava con su voz ganando firmeza—. Es que su hijo quiere estar conmigo. No que usted le busque esposa.
La risa de Elena fue como un látigo. Cortante. Despreciativa.
—¿Una bailarina? ¿Qué puedes ofrecerle? Yo conozco su mundo. Los negocios se tejen en salones como este, no en escenarios de teatro ni en una pocilga de casa como la que seguramente vivirás.
Ava sintió que algo hervía en su interior. No era rabia. Era algo más profundo.
Dignidad.
—Mi arte es mi fortaleza —dijo. —No necesito un título nobiliario para valerme. Y si no te gusta lo que hago, no me mires.
Elena sacó un bolígrafo bastante costoso y lo dejó junto al sobre.
—Firma —ordenó.
No pidió. Ordenó.
El silencio se hizo más denso. Los relojes antiguos parecían contar cada segundo con una lentitud deliberada. Las pinturas en las paredes, las fotos de los Davenport, donde todos ellos salía un pequeño Tiger triste, distante, no siendo feliz, parecían observar la escena como testigos mudos.
—No —respondió Ava.
Un músculo se movió en la mejilla de Elena. La única traición a su máscara de perfección.
—Dos millones —repitió. —Piénsalo.
Ava tomó el sobre. Lo sostuvo entre sus dedos. Por un instante, Elena sonrió. Creyó que había ganado.
Entonces, Ava lo rompió en varios pedazos y los tiró con desprecio sobre aquella mesa.
No lo dobló. No lo arrugó. Lo desgarró en pedazos.
—Ni por todo el oro del mundo dejaré a Tiger, Elena —dijo.
El silencio que siguió fue ensordecedor.
Elena no estaba acostumbrada a ser desafiada. Mucho menos por alguien como Ava.
Sus ojos, antes calculadores, ahora ardían con una intensidad que hubiera hecho retroceder a cualquiera. Pero Ava no se movió. Mantuvo su mirada, desafiante, como una bailarina que sostiene una postura imposible en el escenario.
—Crees que me conoces —dijo Elena, cada palabra destilando veneno—. Crees que puedes desafiarme.
Ava no respondió inmediatamente. Respiró profundo.
Cada segundo era una batalla.
—Lo único que sé —respondió finalmente—. Es que amo a su hijo. No por su dinero. No por su apellido. Sino por quien es.
Elena se levantó. Su movimiento fue tan preciso como un baile, tan calculado como una jugada de ajedrez. Se acercó a Ava, invadiendo su espacio personal.
—¿Y qué sabes tú de él? —susurró. —¿Qué sabes de los Davenport?
Ava no retrocedió. Un paso al frente. Otro. Como si estuviera en el escenario, desafiando la gravedad.
—Sé que es un hombre increíble, que adora ver dibujos animados para relajarse, disfrutar de la naturaleza. Que alguien lo entienda y no le importe su asqueroso dinero como tu quieres que suceda. Que marque su propio ritmo.
El sonido de pasos interrumpió.
Tiger regresaba.
La tensión era llamativa, respirando entre ellos. Elena se alejó, recuperando su compostura como quien ajusta un traje invisible.
Y Tiger miró la escena temeroso, tan rápido como vio, miró y se acercó a Ava, la cual parecía mucho más fuerte que nunca.
—Ava...
La joven se levantó ante lo que él acababa de decirle y caminando hacia Tiger, le dijo;
—Te espero en el coche, Tiger.
Elena no los despidió. No se movió. Simplemente los observó, como quien estudia una pieza de museo que no termina de comprender.
Ava se dirigió hacia la puerta mientras escuchó como Tiger le decía a Elena;
—¿Que has hecho, madre?
Pero no escucho nada más, saliendo de allí.
Tiger no tardó en seguirla.
Cuando salieron, el aire parecía más ligero. Más respirable.
Tiger no habló inmediatamente cuando subieron al coche, durante las próximas 3 horas se embarcarían en un viaje largo hasta Londres. Conducía con la misma tensión con la que había llegado. Sus manos, ahora más relajadas sobre el volante, sostenían un silencio que pedía ser quebrantado.
Quería hacerle miles de preguntas, pero no sabía por dónde empezar. Lo último que quería era llevarla allí, pero su madre había insistido mucho y Ava quería ser respetuosa con ella. Pero todo cambió drásticamente y Tiger deseó no haber hecho ese viaje nunca.
—Lo siento —dijo finalmente Tiger.
Ella lo miró con amor.
—¿Por qué te disculpas? —preguntó. —Soy yo quien debe disculparse... Sé que no querías venir, pero quería mostrarme respetuosa y...
—Por hacerte pasar por esto —respondió rápidamente Tiger—. Y no me tienes que pedir disculpas por ser buena persona, Ava.
Tiger tomó su mano. Un gesto simple.
Pero más poderoso que cualquier discurso.
No se dijeron nada más. No hablaron de ese tema en todo el viaje, pero el silencio habló mientras que Ava aún le hervía la sangre de aquel rato con la madre de Tiger.
***
Aquí tenéis un nuevo capítulo de Ava y Tiger.
¿Se esperaban lo de la madre de Tiger?
¿Y la respuesta de Ava? ¿El sobre que le iba a dar?
¿Que harían ustedes?
Nos leemos el próximo miércoles :3
Patri García
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