9
Era un nuevo día para que Dazai pudiera comer arvejas enlatadas.
Habían pasado un par de días desde la última vez que fue al bar, desde la última vez que sintió la cruenta manera en la que Chuuya lo ignoró. Habían sido días productivos, irónicamente, en los que había escrito en abundancia. Ello no hacía más que reforzar su desdichada creencia de que el amor y la tristeza eran las mejores guías a la hora de tomar su pluma, puesto que no había sentimientos más fuertes que aquellos.
Había escrito y escrito al punto de llenar su mano de callos. Había gastado hasta sus plumas viejas, aquellas que se negaba a sacar de los cajones debido a la nostalgia y al emperramiento de no soltar ni dejar atrás.
Cuando se le acabó la tinta de su última pluma, se echó hacia atrás en su silla con resignación, torciendo su cuello contra el respaldo de manera que pudiese ver el techo avejentado. Dejó sus brazos colgar a su lado un buen rato mientras repasaba lo que iba a escribir, repitiendo como un maniático con miedo a que se le olvidase la oración que le colgaba de la lengua, respirando profundamente.
"Cuando no quedaba más esperanza en aquella noche estrellada, tomó su vida como hacen los amantes a menudo, pero yo podía haberle dicho que el mundo no estaba hecho para alguien tan hermoso como él"
"Cuando no quedaba más esperanza en aquella noche estrellada, tomó su vida como hacen los amantes a menudo, pero yo podía haberle dicho que el mundo no estaba hecho para alguien tan hermoso como él"
"Cuando no quedaba más esperanza en aquella noche estrellada, tomó su vida como hacen los amantes a menudo, pero yo podía haberle dicho que el mundo no estaba hecho para alguien tan hermoso como él"
Sin cesar la repetición, se enderezó y se paró de golpe. Tomó su gabardina casi arrancándola del porta abrigos y salió disparado por la puerta. Solo se enfocaba en su camino para no trastabillar, mientras repetía y repetía.
"Cuando no quedaba más esperanza en aquella noche estrellada, tomó su vida como hacen los amantes a menudo, pero yo podía haberle dicho que el mundo no estaba hecho para alguien tan hermoso como él"
Con apariencia errática cruzaba las calles bajo el sol mañanero. Entre sus rezos, su andar y su rostro amanecido, cualquiera se cambiaría de vereda.
Cualquiera que no estuviese igual de distraído que Dazai, es decir, cualquiera que no fuese Chuuya.
Como si de la conveniencia de una novela se tratase, sus hombros se chocaron y sus ojos colisionaron una vez más entre sí.
Persistieron en el silencio de sus miradas unos segundos. Mientras los ojos de Dazai dejaban traslucir su anonadamiento, los de Chuuya maldecían el mismísimo infierno.
—Este encuentro parece del tipo que vería en uno de tus desabridos romances —soltó, mordaz como siempre—. Una escritura tan cutre.
—Yo no utilizaría semejante bajeza como recurso —le respondió, retomando su postura frente a él, ampliando su sonrisa—. Además, nunca has leído mis obras.
—Ni me apetece —contraatacó, posicionando el azul de sus ojos sobre la demacrada cara frente a él, sintiendo la inevitable sutileza de la curva de una sonrisa en sus labios—. Sin embargo, me suena a algo estúpido que podrías escribir tú.
Se desafiaron con las miradas una vez más. Sin siquiera pensar en la frase que Dazai temía olvidar, sabía que con verle la recordaría y escribiría aún más sin esfuerzo.
—Chuuya...
—Nada va a suceder —se atajó, elevando sus brazos y mostrándole a Dazai las palmas de sus manos, turbando el mar de sus ojos con alteración—. Ya pasamos a siguiente base, ahora aléjate de mí. Mi contribución y coqueteo cesa en ese punto. Si quieres avanzar más allá de eso es problema tuyo.
—Yo no quiero que me des más de lo que estás dispuesto a dar —declaró, provocando que Chuuya frenase en seco—. Mas no deseo dejar de verte.
Chuuya le observó con incredulidad, incapaz de conmensurar su nivel de intensidad.
—Puedes verme —le respondió al cabo de unos segundos, dispuesto a pasar de él—, de lejos.
—Si esta fuera mi historia —comentó, dispuesto a obstaculizar su paso—, y solo si lo fuera —enfatizó, persuadiéndole con la oferta de que se sumergiera en la oscuridad de sus ojos cansados—, este sería el momento del monólogo cursi y apestoso que provoca diabetes en quienes leen.
—Así debe ser cada maldito escrito tuyo —fue su respuesta, siempre dispuesto a escuchar a Dazai a pesar de contradecir todo aquello por lo que velaba.
—Lamento corregirte —soltó entre risas—, pero también encuentro goce en representar la tragedia y lastimar a las personas que me leen cuando me lastiman a mí.
—Eres un maldito perro egoísta —le escupió cruzando sus brazos.
—Solía tener un amigo que sostenía que el más puro de los amores es el no correspondido —profesó con el recuerdo en la pupila—, libre de todo egoísmo. Por lo tanto...
—Difiero —le cortó—. Puede existir un amor no correspondido por parte de una persona capaz de dañar ante el rechazo.
—Eso no es amor, Chuuya —negó con la cabeza, para posteriormente elevarla y acercarse ligeramente a él—. Lo lamento mucho.
Chuuya lo miró indignado y expuesto. Se sobrecogió y comenzó a palpar sus bolsillos en busca de su cajetilla de cigarrillos.
—Tú estás, entonces, en un punto intermedio —contestó, retomando la conversación en donde no le dolía, colocando un cigarrillo entre sus labios mientras seguía palpando sus pantalones, en busca del encendedor—. Se supone que estás en un amor no correspondido, mas hay egoísmo en tu accionar. No el suficiente para dañar, pero sí el suficiente como para no limitarte a mirar desde un mugroso taburete.
—Se podría decir que sí —asintió—. Me he percatado de que pretendo dejar de rendirme con tanta sencillez. Es por eso que te pido permiso para comenzar mi repugnante monólogo.
—Tú serías el autor de esta mierda de novela, ¿o no? —le cuestionó, ya dando la primera calada y sintiéndose más despejado—. Puedes hacer lo que te plazca y tus personajes solo han de parir lo que dictes.
—Me tienes maravillado en cualquier aspecto, Chuuya, yo...
—Dijiste un monólogo, no una puta propuesta de matrimonio —le tajó, conociendo esas expresiones.
—¿Es tu novela, o la mía?
—Está tan mal escrita que definitivamente debe ser tuya.
—Tú limítate a pintar los dibujitos de la portada.
—Maldito bastardo, te dibujaré la...
—En fin, Chuuya —se interpuso entre la belleza de sus sentimientos y el lenguaje soez—. De tanto que puedo predicarte en este instante, prefiero invocar la razón que nos ha traído hasta este punto —le dedicó una sonrisa de aquellas que había hecho temblar rodillas años atrás, y que aún mantenía una moribunda vitalidad, capaz de lograr que Chuuya apretase el cigarrillo entre sus labios para prestarle la entereza de su atención—. Eres la belleza que camina por mi mente y mis paredes cada noche que escribo.
—Yo no camino por las paredes —fue la tontera que logró soltar en medio de su embelesamiento.
—En las mías sí —insistió, muriendo en sus ganas de tomarle las manos—. Caminas por las paredes, te duermes sobre los muebles y me cautivas con tu esencia. Cuando deseo dormir, te veo hasta con los párpados cerrados. Te veo sentado de piernas cruzadas sobre mi escritorio con tus delicados dedos acariciando la resma de hojas, como si me invitaras a dar lo mejor de mí.
Chuuya sentía su corazón latir con una vieja fiereza. Aunque pasasen los años esas palabras serían difíciles de olvidar.
—Desde que te he visto solo puedo pensar en maneras de reinventarme —continuó—. Siento unas imbatibles ganas de crear un millón de mundos para que puedas vivir en todos y cada uno de ellos. Es mi manera de tenerte cerca.
—Me idealizaste enteramente, escritor —le dijo, enternecido. El peso de sus palabras no acompañaban el valor de las mismas. Eran palabras atontadas por la debilidad, que buscaban enfrentarse a algo que les superaba ampliamente.
—Si no te hubiese conocido, si no te hubiese hablado y si no te hubiese oído reír, quizás lo tomaría —le refutó—. Pero he hecho más que eso. ¿O no? —le preguntó, con un tomo que rozaba la picardía pero que seguía siendo curioso—. No voy a negar que te idealicé y que el Chuuya que habitaba mis realidades y el Chuuya que tengo frente a mí son irremediablemente diferentes, pero ambos me enloquecen.
Chuuya sonrió como la primera vez que le regalaron una flor, y sintió el calor de la alegría acumularse en sus pómulos ligeramente.
—Te has enamorado de la ilusión que genero en ti, no de mí —pinchando su propia burbuja.
—No me he enamorado de ti por ser mi musa, ni mucho menos de una existencia tan vana como una ilusión—respondió, casi indignado por la acusación—. Me he enamorado de ti por devolverme las ganas de hacer lo que he amado toda mi lúgubre vida, por darme a algo de lo cual aferrarme.
—Yo no he hecho nada —respondió, sintiendo su pecho contorsionarse de mil maneras diferentes. Aquel maldito escritor sanaba sus heridas más viejas con sus idioteces.
—Te anhelo tanto, pero tanto, que me he decidido a no resignarme —suspiró, como si aún no hubiese dicho lo más importante—. Con solo posar mis ojos en ti me siento eternamente bendecido.
—Eso ya es en extremo diabetogénico —le interrumpió, sintiéndose apenado—. Es una exageración grotesca.
—No lo es —le sonrió con dulzura, con una tal que todos sus matices de suicida se ausentaban en su rostro—. En este preciso momento siento que puedo escribir tanto que puedo sentir las manos ajadas con solo pensarlo.
Chuuya sentía la inmensa necesidad de decirle que sus manos también le dolían con solo pensar la nueva sonrisa que tenía en su memoria para agregar a sus cuadros, mas nunca se lo diría.
—Quiero ser ese algo para ti, Chuuya —continuó en un susurro—. Quiero un poco más, porque me has obsequiado más de lo que alguna vez imaginé, y es por eso que estoy dispuesto a esperar el tiempo que deba esperar para ser ese poco más para ti cada día.
—Me temo que no podrá ser, yo... —inició su perorata, preguntándose por qué era tan cobarde cuando Dazai era tan auténtico a sus ojos y lo daba todo.
—Aunque me rechaces —le interrumpió, cerrando sus ojos súbitamente y apretándolos—. Aunque me rechaces una y otra vez, mi arte renació gracias a ti, y eso no tiene par. Permíteme ser egoísta y ambicionarte —le dijo—. No dejaré de quererte ni con todo el tiempo del mundo delante de mí. No te pido más si no lo deseas, pero esperaré a que lo hagas, siempre lo haré. Por el momento, te ruego que no me quites lo que ya tengo. No le quites a un mendigo su hogaza de la semana.
Chuuya, que provenía de la tienda con más pinceles en sus bolsillos en el momento en el que se lo cruzó, sintió su pecho hincharse con cariño y gracia. Si tan solo Dazai supiese que no había podido dejar de pensar en él, al punto de pintarle. No se trataba específicamente de un interés romántico, sino de un interés a secas. No podía detener el curso de sus pensamientos, y mucho menos evitar que llegaran hasta Dazai para instalarse ahí.
Si supiese que ya no encontraba tanta emoción en los retratos que no le recordasen a él. Y que su mente tampoco le dejaba pintar otra cosa. Era como un obrero enajenado que necesitaba girar tuercas todo el día; la diferencia era que la tuerca era él mismo, y que era Dazai quien le daba vueltas por cada rincón de su cabeza.
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Anduve teniendo la big sad, "estudiando" mucho y se me había roto el teléfono. Pero volví en forma de fichas.
Me puse a ver el borrador para recordar cómo seguía precisamente la historia y me di cuenta de que la cagué un poco porque adelanté cosas que no iban en los capítulos anteriores(?). En fin, soy invesil
Btw, el fragmento del supuesto escrito de Dazai es la letra de una de mis canciones favoritas: Vincent.
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