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8

Dazai nunca dormía, y aquella tórrida noche que debía ser la mejor, había sido una más de aquellas ocasiones en las que la vigilia era su única opción.

Oía a Chuuya respirar a su espalda, mas le avergonzaba inmensamente mirarle al rostro, por lo que no se volteó ni por curiosidad. La oscuridad de la habitación no permitía que ingresara la luz de la luna por la ventana, y eso le generaba una ligera incomodidad en su pecho. La luna, más allá de bella, era la madre y testigo de todos sus escritos. No verla le hacía sentirse más solo que las últimas palabras de Chuuya.

Suspiraba en su desvelo mientras jugueteaba con sus dedos y miraba hacia el despertador de luces rojas que estaba frente a él, siendo quizás el único ápice de luz capaz de mantener su cordura lejos de la oscuridad. Tan solo las cinco de la mañana; le debilitaba el corazón pensar que habían llegado a las cuatro.

No tenía idea de a qué hora se despertaría Chuuya, ni a qué hora se levantaba los días que trabajaba, ni los días en los que no. Desconocía qué era lo que hacía al despertar, lo que le gustaba desayunar, lo que acostumbraba vestir. En medio de su miseria se dio cuenta de que no sabía nada de Chuuya, que sabía aun menos de lo que creía, y que aún así su corazón se acongojaba ante su lejanía y se regocijaba en su dulzura. Estúpido, estúpido, soso y soñador, se regocijaba en su dulzura.

Se había recostado sobre su espalda para mirar el techo mientras sentía su respiración profundizarse. Posó su mano sobre su abdomen, solo para percatarse de que Chuuya no le había prestado ni la más mínima atención a su vendaje. O quizás sí mas no había hecho comentario. Fuere cual fuere la razón, mantenía una sana predilección por creer que era aquello. Usualmente prefería que la abstención de comentarios al respecto, pero en aquella madrugada que se hacía más fría segundo a segundo, deseaba aún más haber sido notado. Prefería oír una opinión indeseada por parte de Chuuya antes que pasar desapercibido ante sus ojos y su toque. Su decadencia era tal que prefería hasta que le hiciese daño antes de que no le hiciese nada.

Suspiró y volteó su rostro una vez más hacia el reloj a su lado, solo para cabrearse al ensañarse en la superficialidad de sus cavilaciones, que parecían eternas y solo ocupaban tres minutos. La vida era tan efímera en la cabeza de un artista, que necesitaba bajar a la realidad para comprender que sus sueños eran cuanto mucho inverosímiles, fugaces e inconsistentes.

Un libro que podía tardar una década en escribir, podía ser leído en una sola noche de insomnio; un poema que podía narrar un amorío de una noche entera podía ser trazado en cinco minutos.

Su tiempo no era el que corría en los relojes de Chuuya, de la misma manera que el Chuuya que había protagonizado hasta el último de sus sueños y relatos no eran ni la sombra del Chuuya de carne que le daba la espalda en aquel momento. Con solo mirar el reloj, Dazai chocó contra una pared que acabó por quebrar hasta el último ápice de fortaleza que había aunado. Sintió el picor de su nariz que anticipaba el mayor de los fastidios, y cerró los ojos con violencia como hacía cada vez que quería llorar. Normalmente lloraba sin tapujos, pero en aquel momento, no quería ser una molestia.

Hundió sus manos sobre sus párpados para secar cualquier evidencia y llegó a su límite. Se sentó y, encorvado como estaba, volvió a darle la espalda a su acompañante para apoyar sus pies sobre el frío suelo de madera. Maldijo musitando al saber que aquel suelo de madera le delataría. Recogió su ropa como pudo sin moverse mucho y comenzó a vestirse.

Ingenuo y lamentable, por creer que sería lo suficientemente fuerte como para permanecer en aquella cama por esa noche. Egoísta, por comenzar a cambiar su paradigma y ensuciar lo que él creía que era un amor puro donde no esperaba una devolución. Iluso, por depositar la entereza de sus esperanzas en una creencia tan vana como lo era el pensar que tendría suficiente con un pequeño trozo. Fue como si de un segundo a otro se hubiese percatado de que la inmensidad de su amor por Chuuya era descomunalmente mayor.

Y si así lo era, así habían crecido sus aspiraciones y deseos al respecto.

Vestido como pudo en la plenitud de esa oscuridad, se levantó con cuidado y comenzó a caminar a tientas y en puntillas. Al llegar a la puerta se sintió aliviado, como si su instinto le gritase que saliese corriendo de ahí.

Y eso fue lo que hizo, en brutas palabras. Trotó hacia la entrada, tomó sus zapatos en sus manos y salió pitando. Se sentía agobiado súbitamente y necesitaba el aire que se mezclaba con el rocío mañanero. Necesitaba llorar. Necesitaba irse.

Fue a su departamento, y solo fue para echarse a mirar el techo. No lloró, no escribió y, por sobre todo, no soñó. Miró el techo como si pudiese de Nostradamus se tratase hasta que anocheció nuevamente. Su día entero se había resumido en Chuuya, y su noche sería igual, porque, a pesar de todo, aún quería verle.

Y cuando le vio en el bar, prefirió no haberle visto en absoluto. Si sus palabras la noche anterior le habían dolido, el hecho de que Chuuya no se hubiese acercado a su mesa ni de casualidad le dolió más. No solo se trataba de la falta de cercanía y de interacción, sino de una ausencia entera de miradas, de coqueteos. Chuuya no solo no se acercó, sino que evadió su mirada y la totalidad de su presencia durante su estadía. Dazai se mordió el labio a la par que sentía una opresión en su pecho y en su garganta, mientras tomaba su pluma para escribir.

¿La ilusión? Arma, poder, peligro.

Marionetas que danzan 

A la luz de la luna

Al compás del engaño.

La esperanza se alía

Con la batuta en la mano

Guiando cuan flautista de Hamelin

La purga de la dicha.

Cree tenerlo todo,

Pero no hay más que ruinas

Cree ver  el océano

Y no hay más que una gota.

Observa el horizonte 

Logra discernir el sol en el atardecer

Sin embargo, sabe que desaparecerá

Y se dispersará.

Arma blanca

Cuya hoja ponzoñosa revestida

Toma por sorpresa al más sensible de los hombres

Y lo destruye.

Le deja dormir

Para transformar sus sueños,

Llevarle al paraíso

Y darle de la manzana que a la ruina le llevará.

Paradigmas corrompidos

Vidrios empañados

Luces atenuadas

Llamas reducidas a chispas.

Nacen los estigmas

Se relucen  las cicatrices

Se separan las costuras

Se bifurca el alma.

Seguir o detenerse,

Que las raices se arraiguen cada vez más

O cortar desde el tallo

Su destino está en sus manos.

Sin embargo, ¿estaba realmente en sus manos?

Arrojó su rostro con violencia sobre el manojo de papeles y bufó.

—Qué tal, pianista —soltó al sentir una presencia junto a él. Como sabía que Chuuya no se le acercaría como si fuese un leproso, solo le quedaba una opción, y no le gustaba cuál era.

—Que me llamo Akutagawa, infeliz.

—¿Infeliz? —repitió, sonriendo delicadamente con amargura—. Hoy tu elección de palabras es perfecta como mínimo. Excelsa, maravillosa y clave.

—Das pena en este preciso momento, y no puedo decidirme entre reírme de ti, entre decirte te lo dije, o simplemente mostrarme indiferente —le confesó, pateando con sutileza la silla frente a Dazai para moverla de manera que pudiese sentarse.

—Soy un artista —respondió como respuesta absoluta—, mi rostro siempre refleja mi corazón.

Akutagawa se mantuvo ecuánime, a sabiendas de que el escritor se había ido del lugar la noche anterior acompañando a Chuuya. No necesitaba ser avispado para saber lo que había sucedido, y menos aún al ver la inquietud en los movimientos de Chuuya que nunca se alejaban de la descripción de pulcros y elegantes.

—Bueno, Chuuya puede ser realmente indefendible a veces —razonó luego de un rato de silencio, manteniendo su compostura ante el hombre que se caía a pedazos.

—¿Te ha dicho algo?

—Chuuya nunca habla de sus ligues —no te creas tan importante—. Pero lo conozco lo suficientemente bien como para saber lo que sucedió.

—¿Hace esto a menudo? —le preguntó como si nada de aquello fuese capaz de flagelarle aún más. Echado sobre sus hojas, ni siquiera miraba a su acompañante.

—Chuuya tiene sus inseguridades y sus desconfianzas, y ha vivido y ha sufrido mucho. No justifico lo que hace, simplemente te comento lo que sucede—suspiró, rememorando cada una de las parejas y amantes de Chuuya—.  Necesita terapia.

—Todos necesitamos terapia.

—No estoy afirmando lo contrario —reconoció, mirándole con intensidad y persistencia—, pero tú no tienes por qué pagar por los platos rotos de otros.

—Pero yo quiero hacerlo, y quiero ser ese alguien que le devuelva su confianza en el amor —declaró—. El amor es de lo más hermoso que existe. La mayor de las maravillas y purezas, ¡siempre vale la pena!

—Entonces no seas un maldito quejica por las consecuencias —respondió de manera instantánea, frunciendo el ceño.

—A ver quién llora primero, Akutagawa —le dijo, sonriéndole—. Chuuya me ha dicho que eras bien llorón antes de conocer a tu prometido.

Si se tomaba la palabra con cautela, no le había dicho explícitamente eso. Sin embargo, era fácil de aducir aquello.

—Eso no te incumbe —murmuró, cerrando su puño—. Al menos yo nunca fui el juguete de Chuuya.

—Yo no soy un juguete —le explicó, negando con la cabeza como un ebrio—. Yo soy un gusano.

—¿Estás orgulloso de eso? —le preguntó com repulsión.

—Es lo más lejos que he llegado, por supuesto que lo estoy —le confesó—. Mas ya no me encuentro dispuesto a solo aceptar pasivamente lo que Chuuya quiera darme. Quiero más, un poco más cada vez.

—¿Puede un suicida tener ambición?

—Mientras exista Chuuya, el suicidio no es más que una idea lejana —le dijo, enternecido aunque no menos dolido—. El suicidio se realza en su propia estética, pero Chuuya es algo mucho más bello. Es una estética por la que vale la pena vivir.

—Ya veo —fue su contestación, hundiendo la yema de sus dedos en sus ojos en un acto de frustración—. No sé para qué he venido, me repugnas más que antes. Eres un hombre que se ha revuelto tanto en la miseria que es incapaz de ver cuándo ha tocado fondo.  Vi tristeza en ti esta noche, pero pareciera que tú no la has visto pasar en absoluto.

—Mi tristeza es la de un niño cuando abandona su hogar y se da cuenta de lo áspera y hórrida que puede ser la vida. Cuando ese niño se choca contra la pared de la realidad —respondió con vaguedad—. Colisioné contra la pared que separa mis idealizaciones de la realidad, y eso duele. Yo fui ese niño alguna vez, y hoy soy el hombre enamorado que se lleva otra pared por delante.

—Ese niño crece y aprende —respondió, canalizando su atención en sus manos. Él también fue ese niño—. Chocar contra una pared duele, y duele mucho, pero es un hecho necesario.

—Así es —asintió—. Esta noche es el momento en el que me sobo la nariz ante el impacto. Quizás mañana sea un hombre.

Akutagawa no respondió, mas comprendió. Asintió con sutileza y se fue, tal vez con un pensamiento que le daría vueltas en la cabeza por el resto de la velada; tal vez sintiendo el crecimiento de un incipiente respeto ante aquel hombre abyecto y penoso que rechazaba.

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Con los pies pesados como plomos, Chuuya llegó a su casa. Se sentía mucho más agotado de lo normal. Suspirando una y otra vez, colocó la llave luego de voltearla un par de veces porque su falta de coordinación, su falta de voluntad y su falta de tacto en aquella noche le complicaba la existencia misma. Había sido un día agotador de más, y el solo recordar las penurias pintadas en los ojos de Dazai, se sentía aún más agotado.

Abrió la puerta y, una vez dentro, arrojó su bolso donde llevaba sus cosas cada noche y cerró la puerta con violencia y se echó sobre ella. Reposó su cabeza sobre la misma y suspiró una vez más con amargura mientras se quitaba sus zapatos pisándose los talones. Pensó una vez más en Dazai, en su andar tímido a la madrugada mientras recogía sus cosas para irse resignado, y lamentó su propia desconfianza. Quería confiar en él, quería abrir sus miedos y su pasado hacia él; deseaba tantas cosas, mas una cadena con grilletes de desamores y desilusiones había quebrado esa parte en él.

Sin profundizar más, Dazai le gustaba. Le gustaba un algo, un poco, una pizca, un suficiente. Y sin embargo, no era lo mismo querer que poder. Podía gustarle, mas de nada servía si no podía dejar atrás sus propios problemas y egoísmos.

Quería confiar en él, mas aún le hacía falta algo más. Chuuya era lo suficientemente testarudo como para negar los hechos hasta chocarse contra la pared de la realidad. En ese momento en que su nariz se estampase contra los ladrillos, sería el momento en el que le daría esa oportunidad.

Chasqueó la lengua con frustración y se dirigió hacia su estudio. Abrió la puerta del mismo mientras se desabrochaba su camisa y se aproximaba a su último cuadro. Sin embargo, no se sentó ni tomó su pincel ni su paleta. Simplemente, se limitó a observar su pintura. A Chuuya le gustaba la pintura concreta y concisa, y no la abstracta. Toda la vida había pintado cosas que le hicieran feliz: millones de paisajes, casas, sus sueños, sus mascotas, sus recuerdos. No obstante, las personas no eran algo que él disfrutase dibujar.

Sin embargo, dio una vista panorámica posicionando sus manos en sus caderas, viendo los últimos cuadros que había pintado en el último mes. Los analizó antes de volver a observar el cuadro en el cuál aún seguía trabajando, solo para suspirar al darse cuenta de que había mejorado; los matices, los rasgos, las nimiedades y las delicadezas. La imagen de Dazai era vívida, cálida y más impoluta en esa última pintura; definitivamente le había salido mejor aquel Dazai que todos los anteriores que desfilaban en los lienzos que se desplegaban sobre los otros atriles.

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Me da mucha vergüenza, pero ese poema de Ilusiones lo escribí hace seis años un día que estaba muy triste. Lo encontré en mi carpeta de escritos viejos y dije pOR QUÉ NO DARLE USO? Y bueno, ahí quedó.

Escribir cursilerías en los fanfics es una cosa con la que me siento extremadamente cómoda, pero publicar algo mío que no nació para la novela se siente rarísimo. Incluso aunque no lo mencionase y por ende nadie lo supiera, leo el capítulo y me sigue avergonzando, jajajaja.

P/D: la parte de Dazai en el departamento de Chuuya está basada en una experiencia vergonzosa de mi mejor amiga con un muchacho, lol, así que le doy créditos creativos y F en el chat.

P/D 2: la uni me está partiendo la madre indiscriminadamente. 3er año no es divertido, chiquis.

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