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6

Se había levantado de su cuchitril y se había tomado un vaso de agua con una hogaza dura que había comprado dos días atrás. A pesar de que seguía durmiendo mal, aquella mañana no se sentía agotado ni adolorido, sino revitalizado. Chuuya le daba las alegrías más grandes y hacía que hasta el pedazo de pan más duro y seco tuviese un buen sabor.

Era innegable; su primer pensamiento del día había sido Chuuya, y seguramente sería también el último. Era el tipo de imagen mental que le sacudía las ideas y le hacía sonreír. Además de otorgarle ganas de escribir, le obsequiaba ganas de levantarse y un calmo sentir. Porque aunque Dazai fuese un hombre despreocupado y desinteresado, sufría como cualquier otro.

Pese a carecer de grandes ambiciones, sueños o ser un hombre ajeno a la grandeza, lo poco que tenía era algo que adoraba. Su devota pasión por el arte y su amor por sus plumas. Así como podía ser infinitamente feliz y regocijarse en la belleza de sus palabras y de los más inmaculados sentimientos que le generaba aquello, también sufría de sobremanera cuando no podía escribir, o cuando no lograba alcanzar la máxima pulcritud en sus escritos.

A pesar de ser un hombre desapegado y frívolo con un innato nihilismo, lograba encontrar preocupación en la más sonsa de las cosillas que afectasen su labor y su arte. Podía ser impenitente cuando se trataba de mantener la pureza de sus escritos y de sobreponer su propio estilo, estética y vago interés a lo exigido por una editorial. Y cuando por fin encontraba algún trabajo que calzase con su gusto, se estresaba por las fechas límite. A pesar de su aparente carencia de preocupaciones, aquello le afectaba. Podía pasar noches enteras bebiendo café mientras escribía bajo su lamparilla. Podía llorar hasta desesperar y sentir su corazón desgarrarle el pecho con la violencia de sus latidos, podía faltarle el aire hasta comenzar a sollozar por la angustia, podía sentirse inútil e impotente hasta soltar la pluma. Quizás por un rato, quizás para siempre. Porque había una parte de él que quería querer.

Quería querer algo, quería poder ambicionar, deseaba conseguir algo sin perderse en la nebulosa del fracaso que día a día le atosigaba. Chuuya había sido su primer paso para dejar aquello atrás, y era quizás por eso que se aferraba a él con dientes y uñas. Chuuya era lo que quería y para lo cuál había mostrado un ápice de aferro, un intento, una osadía. Le daba alegrías, le hipnotizaba con su belleza, mantenía vivo su arte y le hacía recordar por qué estaba donde estaba, por qué seguía escribiendo y por qué lo seguiría haciendo siempre. Era sencillo al punto de ahogarse en la pureza de su simplicidad.

Porque no había nada más precioso para un artista que despertarse sabiendo qué anhelaba, qué deseaba hacer. Un escritor que sabe qué quiere escribir; un pintor que sabe qué quiere retratar; un músico que sabe lo que desea tocar. Porque se trataba de alguien que sabía lo que quería sentir y transmitir.

Se abrigó con la misma ropa de todos los días y salió. Quería ver a Chuuya en aquel preciso momento donde había coloreado su mañana una vez más, y creía saber dónde le encontraría.

Caminando calle abajo y tratando de menguar sus pasos y de disminuir su ritmo cardíaco para aparentar que no era un tipo desesperado y necesitado de amor, sonreía. Podía vislumbrar a la distancia el local de arte donde había visto a Chuuya, y sintiendo la grava bajo sus pies y oyendo el ruido de los autos a su alrededor, aceleró el paso.

Al llegar, se sintió como ese tipo de quinceañeras que retrataba Tanizaki en su arte. Aunque no era como Naomi, quería sentir que era como ella. Sentía su corazón latir al sentarse en el amplio banco de madera que estaba en la misma esquina del local. Quería ver si, de casualidad, Chuuya pasaba por ahí. Podía tratarse de un hombre letrado y culto, mas persistía en su mente un plan tan descabellado como patético que idearía una niña de catorce años para toparse con el niño que le gusta y pretender una sorpresa que nadie le creería.

Sentado con las piernas cruzadas, se resguardaba cruzando sus brazos asimismo y pensando en Chuuya. Podía fascinarse con él una y otra vez, en cuánto podía quererle como un obseso. En que la admiración que le profesaba a Chuuya era suprema, al punto de hacer lo que le placiera a él. Quería verle bien y deseaba que Chuuya le dejara ser alguien en su vida; no el único, no el más importante, pero alguien.

Supuso que en esos días iría a buscar los lienzos por los cuáles había discutido con el dueño del lugar, pero no parecía ser así. Los minutos pasaban y la suela gastada de su zapato se movía con frenesí, rebotando contra el piso. Escrutaba a los transeúntes sin disimulo, buscando por aquel rostro que podía hacerle temblar las piernas, pero nada había. 

No pretendía hacer ese tipo de cosas más veces; era una ocasión única que se le había ocurrido, como una necesidad de improvisto. Sin embargo, si se daba la ocasión y Chuuya le pedía que le dejara en paz, definitivamente obedecería sus comandos sin dudarlo. Quería verle y admirarle, mas nunca incomodarle. Sus deseos terminaban donde comenzaban los de Chuuya, y quizás un poco antes.

Apoyó su codo sobre su rodilla y su mandíbula sobre su mano, pensando en lo ridículo que se veía. Sus ganas de verle eran inmensas, y aunque no le viera hasta la noche cuando fuese al bar, ya se sentía alegre.

Suspiró en su resignación y se levantó con pesadez. No había tenido suerte, mas había servido para percatarse de su propio estado: deplorable.

Deplorable y con un amor más ajeno que propio.

Deplorable por su comportamiento y su desesperación.

Deplorable por la contrariedad de sus emociones al agradecer que Chuuya no lo había visto allí.

Dazai amaba el amor, pero este hacía de él un hombre deplorable.

Caminando como quien no quiere la cosa, se limitó a dar vueltas por las calles, tratando de no arrastrar sus pies para que los zapatos no acabasen de romperse tan tempranamente. Aún faltaban muchas horas para ir al bar, y no se le ocurría una actividad que le ayudase a vaciar su mente. Necesitaba ver a Chuuya.

No podía evitar que sus ilusiones le preguntasen si Chuuya también pensaría en él, aunque fuese un poco.

Harto de su introspección, se pasó el resto de las horas escribiendo frente al río hasta que la noche cayó y alegró su aletargado corazón con su característica oscuridad; aquella que le daba una excusa para ver a la persona que quería, a la cual se había aferrado en el vórtice de su soledad.

Llegó más rápido de lo esperado, dando cada paso largo y grácil, acelerado y danzante. Sin embargo, llegó tan temprano, tan pero tan temprano, que al posar su mano en la madera de la puerta para empujarla, se cruzó con la razón de sus delirios, quien había llegado desde el otro lado de la vereda y al cual Dazai no vio por la compenetración causada por su emoción de verle. Las ironías le golpeaban una vez más.

—Oye, bastardo, ¿abrirás la puerta? —Chuuya le había visto con claridad a la lejanía, y en el momento en el que Dazai se congeló frente a él había esperado a que abriese la puerta para entrar a la par. Sin embargo, se olvidó de que se trataba de Dazai.

—Oh, Chuuya —suspiró con el alivio de un deseo cumplido, mirándole con necesidad, afecto y como si estuviese viendo la mayor de las maravillas. Sus labios se curvaron en una sonrisa sin precedentes, dulce y expresiva. Si Akutagawa le hubiese visto en ese momento le habría escupido—. Solo con verte me nace un sentimiento de gratitud ineludible.

—¿De gratitud? —le preguntó, ligeramente sorprendido por la manera en la que ignoró su insulto en su entereza. Más que un insulto, era una brusquedad propia de su hablar. Con su bolso en una de sus manos, posó la otra en su cadera y le sonrió con altanería. Dazai siempre le sorprendía y le entretenía. No le importaba llegar tarde si aquello implicaba charlar con él, incluso aunque tenían toda la noche por delante.

Daza no lo sabía, pero Chuuya también aguardaba a la noche con mucha inquietud y con sus pies revoloteando de lado a lado.

—Gratitud por tu presencia —le respondió, acercándose sutilmente—. Y por tu belleza.

Lo esencial es invisible a los ojos, ¿o no era así? —citó de manera burlona.

—Cuando no te veo también te espero —susurró, persistiendo su amplia sonrisa para decorar la ternura de sus palabras.

—Hoy estás hecho todo un galán, Dazai —le respondió, bajando la voz como le fascinaba hacer cuando andaba de coqueto.

—¿Tú crees?

—Así lo creo —asintió, aprovechando la cercanía para ver a Dazai y embobarse con la torpeza de su belleza. La oscuridad envolvente de esos ojos que le juraban hasta lo que no podía, sus cabellos desmarañados, su sonrisa confiada e impertinente a pesar de su miseria.

Chuuya descubrió en ese momento que había desarrollado un gusto insano por perderse en los ojos de Dazai, por verse reflejado a sí mismo en sus anhelos, por sentirse intimidado por lo enigmático de su mirar. Dazai le parecía increíblemente transparente en su sentir y accionar, mas irremediablemente hermético en cuanto a él como persona y todo lo que involucraba. Dazai como ser enamorado era una cosa, y como ser humano y pensante era otra sin parecidos. Y aquello le llamaba la atención sin duda alguna, le cautivaba aún sin ser pretendido.

Dazai le observó de la misma forma, sabiendo de antemano cuánto le maravillaba perderse en toda la existencia de Chuuya.

—Bueno —murmuró Chuuya, aún mirándole—, es momento de entrar. Abre la maldita puerta.

Dazai rio y terminó de empujar la puerta. Dejó pasar a Chuuya y entró detrás de él. En ese momento solo pudo sentir una mirada filosa clavarse en él, y provenía desde la zona del piano. No le prestó atención y se echó a andar hacia su asiento, puesto que su acompañante había volado hacia los cambiadores. Minutos luego volvió con su camisa, su chaleco y su delantal. Dazai le vio guiñarle un ojo antes de aproximarse hacia Akutagawa, quien le miraba con cara de pocos amigos y unos ojos tan acusadores como oscuros. Desconocía el contenido y cuán mordaces eran las palabras del pianista, pero Chuuya estaba siendo regañado, y seguramente por haber llegado juntos al lugar.

Sin embargo, Dazai se sentía auténticamente feliz; no le importaba incluso si Akutagawa le echaba a patadas. Sonreía sin un ápice de arrepentimiento, sintiéndose agradecido de estar vivo para poder ser invadido por esa montaña de emociones que no tenían precio. Dazai no tenía nada, pero Chuuya también le daba todo aunque no lo supiese.

Luego de una brevedad en la que Chuuya atendió a los habituales que, al igual que Dazai, iban temprano, apareció por la mesa de Osamu.

Chuuya le miró elevando una ceja y cruzándose de brazos. Dazai le miró entrecerrando los ojos en una mueca de petición.

—Tenme piedad hoy —le rogó.

—De acuerdo —le respondió—, pero solo porque hoy realmente no tienes pinta de traer ni un solo centavo encima.

—Gracias, Chuuuuya —le respondió con sumo regocijo, abriendo los brazos con dulzura, rompiendo su estoica compostura usual. El mencionado solo se rio.

—Ya cállate —respondió aún riendo—. Por cierto, ¿has visto ese regaño? Estoy seguro de que no tuve madre porque la vida me daría a Akutagawa.

—Sí, lo he visto —sonrió—. Sabes, siempre creí que tú serías la madre de una relación.

—Pues sí —le dijo, sentándose frente a Dazai como si no estuviese en horas laborales—. Él es menor que yo, así que las cosas siempre fueron de esa manera. Yo lo cuidé todos estos años a pesar de que cometíamos los mismos errores. No obstante, cuando se comprometió con Atsushi, se convirtió en una niñera más que en un compañero.

—¿Hay una diferencia entre un amigo-madre y un amigo-niñera?

—Por supuesto que sí —espetó a la defensiva—. Un amigo-madre es el que protege y ayuda, el que pone las cartas sobre la mesa. Un amigo-niñera es un pesado que pretende ser política y moralmente correcto.

—Dudo que Akutagawa pretenda ser política o moralmente correcto —confesó Dazai, recordando la crudeza de sus palabras y su acercamiento tan característico.

—No, bueno, es que a ti te odia —liberó con gracia—. De cualquier manera, hoy es su cumpleaños, perdónale por el resto de la noche.

—Ya lo sé —se lamentó, echando la cabeza sobre sus manos que reposaban en la mesa. No le desearía un feliz cumpleaños.

Chuuya rio y le observó con cautela mientras ponderaba las posibilidades de hablar, antes de pronunciar aquello que no guardaba relación alguna con lo que hablaban.

—Gracias por los pinceles, Dazai —soltó, mirando cómo los cabellos de Dazai inundaban la mesa—. Y por la pluma. Ya he pintado un cuadro con ello.

Dazai sintió su corazón dar un vuelco antes de levantar su cabeza a gran velocidad para buscar esas palabras en el azul de sus ojos.

—Soy yo quien te debe gracias a ti, Chuuya, y quien te debe mil cosas más.

—No es cierto —sonrió ante su exageración—. Pero sí que eres dramático.

—No te das una idea de cuánto —asintió, reviviendo la vergüenza de sus actos de unas horas atrás y sonriéndole.

—De cualquier forma —dijo—, no es como si eso fuera algo malo verdaderamente malo. No estás mal, sabes. Eres atractivo, y eres mi tipo: demente.

—Me halagas —le respondió sonriente, sintiendo su alma rellenarse de esperanzas y emociones que no eran del todo bienvenidas—, supongo.

—Solo soy honesto —confesó—. Eres un tipo sensual, eres lindo y todo el asunto. El problema es que estás un poco pasado de rosca.

—¿Qué significa esta repentina confesión? —le preguntó, elevando una ceja. Por segundos se sentía estallar en la emoción, y por segundos se sentía lo suficientemente seguro como para seguirle el juego. Le excitaba de sobremanera pensar en la respuesta de Chuuya.

Chuuya le observó parsimonioso unos segundos antes de responder.

—Que yo me acostaría contigo —admitió, disfrutando de ver la reacción entusiasta de Dazai.

—Entonces, hazlo —propuso casi con desesperación en su voz, incapaz de ocultarse detrás de la vergüenza—. Si el problema es que crees que estoy mal de la cabeza, para el sexo no necesito usar la cabeza.

—Ese es un buen punto —susurró Chuuya, quien se inclinó sobre la mesa para respirar el mismo aire que Dazai—. Pues, ¿por qué no me acompañas a mi departamento luego de que acabe mi turno?

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Esto me recuerda a uno de mis libros favoritos: El Túnel, de Ernesto Sabato, en el cual el protagonista se "enamora" a primera vista de una mujer y se obsesiona enfermizamente con ella, lol. Dazai xfabar, les juro que no va por ese camino(?)

Claro que cuando menciono a Tanizaki y a Naomi me refiero al autor como tal y a su personaje Naomi, no a los norteños.
Por si no se entendió, ahre.

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