3
Mientras era guiado por sus pasos una vez más, se dio cuenta de que el verdadero guía de la noche era su desbocado corazón que ansiaba volver a alborotarse por aquel camarero. Porque aquellos latidos desmelenados le generaban una satisfacción que lograban que no soltara su pluma en horas y que su alma se revitalizara.
Mientras caminaba siendo empujado por el viento y oscurecido por la noche y la luna nueva, sus manos se abrían y se cerraban con manía. Recordaba el brillo vivaz en el azul de los ojos de Chuuya; ni el más caro de los zafiros podía comparársele. Esos ojos capaces de enloquecer a cualquier débil. Y Dazai era increíblemente débil.
Rememoraba cómo la voz de Chuuya decoraba perfectamente cada palabra con suma delicia, y sabía que quería oírla una infinidad de veces más; quería sentir que sus respiraciones se fusionaban nuevamente, y quería volver a ser el acaparador de su atención. Había pasado la noche anterior; había vuelto a su destartalado departamento luego de sentirse ligero como una pluma, sintiendo que apoyaba sus pies en las mismísimas nubes y que nadie lo confundiría con un borracho. Sin embargo, estaba ebrio, muy ebrio de las miradas de Chuuya, y quería más.
Al empujar la pesada y mugrosa puerta de madera de aquel bar lo vio. Era temprano a pesar de ya haber anochecido, mas allí ya estaba, listo para su turno y riéndose mientras charlaba con ambos pianistas usuales. En aquel momento tomó una decisión que contradecía todos sus principios e ideales de romance. Se percató de que, al igual que un ciego que ve la luz y los árboles por primera vez y no quiere volver a la oscuridad, Dazai no quería soltar aquello que se le había dado; deseaba verle reír y conversar con él. Una vez que había pecado ya había sido echado del paraíso. Así como Chuuya le había premiado con su atención, no quería volver a ser un desconocido para él. Su amor era puro mientras fuese inalcanzable, mas a esas alturas ya no lo veía tan lejano. Hipócrita como se sentía, también estaba resuelto. Le invitaría a salir.
Se dirigió con cautela hacia su lugar de siempre y dio una vista panorámica. A pesar de que era temprano y no estaba abarrotado, no estaba vacío tampoco. Había más de una mesa llena de hombres avistando a Chuuya sin sutileza mas no sin decoro. Increíblemente nadie le faltaba el respeto a él, ni siquiera cuando estaban ebrios, y ni siquiera con la actitud obsequiosa de Chuuya.
No le temía ni un poco al rechazo, mas se sentía ansioso. Sus manos, reacias a tomar la pluma, se movían de lado a lado mientras delineaban las rajaduras de la mesa a la que estaba sentado. Bajo la luz mortecina de la lamparilla que pendía sobre él, solo se limitaba a mirar sus hojas; cuando concurría al lugar no solo portaba hojas en blanco, sino las hojas de noches anteriores también. Las hojeaba y hojeaba con tal de no clavar su mirada en Chuuya. Le gustaba mirarle cuando estaba distraído, cuando bailaba o cuando desplegaba enteramente sus dotes de carisma con sus clientes, mas observarle cuando estaba charlando con su círculo íntimo le hacía sentir como lo que era: un mirón.
Sintió un espinazo en su columna al ver a los pianistas acomodando el piano en medio de la sala, eligiendo las partituras y distribuyéndolas entre ambos; al parecer, Akutagawa tocaría primero. Aquello era un indicio de que el bar, paulatinamente, comenzaba a tomar vida.
Aprovechó ese momento para buscar a Chuuya con la mirada, mas sintió su corazón frenar en seco al chocarse contra sus costillas, al encontrarse a la figura de sus deseos frente a él, parado con la bandeja entre su brazo y su cadera, y su otra mano sobre su cintura.
—Estás temprano hoy, bastardo —le dijo a modo de saludo, bajando su barbilla para inclinar su rostro de una manera que sabía que le gustaría a Dazai.
—Espero obtener tu perdón —fue su respuesta, sonriéndole con una calma que contrariaba el latido sofocante de su corazón—, mi paciencia no fue de ayuda hoy.
—Te perdonaré si, por una vez, pides una bebida —contestó, acercándose y apoyando su cadera contra la madera de la mesa donde Dazai jugueteaba con sus dedos. Se cruzó de brazos y, de perfil hacia su cliente, le sonrió de medio lado, echando su cuello hacia atrás para dejar que las ondas de su cabello bailaran sobre sus hombros.
—Me encantaría —suspiró; mitad por su pobreza y mitad por amor—, mas no creo que pueda pagarlo.
—Entonces, solo he perdido mi tiempo —le respondió, aún sonriéndole, mientras se enderezaba para irse.
—Bueno, ¡espera! —exclamó con la voz de la desesperación—. De acuerdo, pagaré.
—¿Qué quieres beber? —le preguntó, posicionando su mano en su cadera con soltura—. Más vale que sea algo interesante.
—¿Qué me alcanza con este dinero? —susurró ligeramente avergonzado, extendiendo su mano cargada de monedas y billetes doblados hacia él.
Chuuya se rio en su cara, abierta y ruidosamente.
—Un vaso de leche, tal vez —respondió, aún riendo en voz baja.
—Me parece magnífico —asintió Dazai, inmensamente contento de que al menos le alcanzara para algo—. De cualquier forma, no me apetecía embriagarme hoy.
—¿Leche? ¿Vas a tomar leche? —le cuestionó incrédulo y fastidiado—. ¿Te atreves a no pagar por semanas ni un trago, para venir a pedir un vaso de leche?
—La leche me pone violento —fue su testimonio.
—De acuerdo, por suerte no tienes el dinero suficiente para repetir la tanda —el sarcasmo hizo reír hasta a Dazai en su miseria—. No vaya a ser que vayas a golpear vagabundos luego.
Dicho aquello, enderezó su bandeja y contorneó sus caderas con su otra mano para voltearse y dirigirse hacia la barra pensando en cómo le explicaría al barman que aquel baboso quería un vaso de leche.
Dazai aprovechó cada contorneo de esas caderas para dejarse hipnotizar, porque sabía que Chuuya lo hacía adrede. Aquella noche, a diferencia de la anterior, el camarero llevaba un chaleco rojizo encima de su camisa; quizás se lo quitaba a medida que la noche envejecía. Ese rojizo que lo único que hacía era enardecer la ferocidad de los colores de su cabello.
Al cabo de un rato, Chuuya volvía hacia su mesa con el vaso lleno y sus miradas se conectaron. Ambos sabían por qué estaban dispuestos a hacer lo que hacían; Dazai estaba dispuesto a tomar un maldito vaso de leche cual niño que dormiría una siesta, y Chuuya a traérselo. Sencillamente, porque les divertía.
—Aquí esta, maldito sinvergüenza —le dijo mientras se lo dejaba con sutileza frente a él—. Págame.
—Sal conmigo.
Chuuya, acostumbrado como estaba, encontró lugar dentro de sí para sorprenderse. Se lo esperaba, mas no en ese preciso momento ni de esa manera. Expandió sus ojos y sonrió con los labios separados.
—Claro que no.
La respuesta, aunque esperada, le golpeó en el escaso orgullo que tenía. Suspiró en una decepción inminente antes de sonreírle persuasivamente.
—Bríndame una única oportunidad para apreciar tu magnífica presencia.
—Por más que embellezcas las palabras, no saldré contigo —se apresuró a responder, inclinándose hacia él, sonriéndole con dulzura, cerrando los ojos—. Ahora, págame.
Dazai sudó frío y le dio lo único que tenía. Su mirada lastimera no causaba estragos en la actitud de Chuuya, quien implacable le sonreía mientras guardaba el dinero en el bolsillo de su pantalón con delicadeza.
—No me mires así, Dazai —reanudó su charla—. Vuelve a intentarlo cuando consigas un best-seller.
—Eso está demasiado lejos de suceder —suspiró en su pobreza.
—Al igual que tú de salir conmigo.
Le sonrió una vez más y se alejó en medio del sonido de las teclas de un tímido piano que le daba la bienvenida a la noche en aquel bar, que paulatinamente se llenaba más.
Dazai permaneció en su lugar, quieto con el sonido del piano siendo interrumpido por el golpeteo de sus uñas contra la mesa. Su corazón seguía palpitando con fiereza como si tuviese a Chuuya frente a él, aunque no pudiese ser un sentimiento más alejado de la realidad, porque Chuuya no volvió a acercarse a su mesa por el resto de la noche.
A la noche siguiente, incapaz de aceptar una negativa, estaba dispuesto a volver a intentarlo. Aducía del comportamiento de Chuuya que este tenía un interés peculiar en él. Se decía que los artistas eran quienes eran manejados por sus musas. Había quienes decían que lograban, incluso en los mayores de sus delirios, divisar a sus musas bailar en las llamas de sus chimeneas en los inviernos más duros, y quienes podían verlas alborotarles la habitación entera antes de dejarles escribir. Había también desvaríos que retrataban a una musa que bailaba e hipnotizaba en su regocijo hasta atraer el último sentido que le quedase al artista, todo para ella, todo para cautivarle. Y ese tipo de musa representaba a Chuuya en su mayor esplendor.
Si tenía que dejarse arrastrar por su beldad y encantos, lo haría sin dudarlo. Que le paseara por cada rincón del bar, que le tuviese en la palma de su mano, que hiciese lo que le placiese con él mientras que le deje continuar con su arte y profundizar en él. No había recompensa lo suficientemente valiosa que sirviese como una muestra de gratitud hacia Chuuya; había hecho renacer su arte y que volviese a enamorarse del mismo. Y era por ello que sabía que una persona espléndida como Chuuya era incapaz de provocarle mal alguno; semejante criatura podía traerle cualquier cosa menos infortunios.
Sentado con la suela de su zapato golpeando la vieja madera del suelo y mirando sus manos, esperaba ser atendido. No tardó mucho en oír el golpeteo de otro zapato acercándose hacia él. Cuando levantó la mirada vio a Chuuya, sonriéndole como el ángel que era y cruzado de brazos.
—Esta noche no servirán leche —aclaró, atajándole—. Así que hoy tienes que pedir algo que esté por arriba de un buen vino.
—¿Y sino...? —preguntó, cerrando un ojo y torciendo su cara en una mueca de dolor.
—Y sino, el agua de la canilla del baño no debe saber tan mal —le respondió, mordaz. Su sonrisa, dulce y auténtica, adornaba cada una de sus crueldad.
—¿Me puedes garantizar eso? —le preguntó, considerando la idea.
—Bueno, a decir verdad, no —razonó—. No puedo asegurar un testimonio de un borracho.
—Si quieres que muera, solo dilo —le respondió, apoyándose sobre su puño y sonriéndole como si estuviese viendo una maravilla—. Lo haría por ti.
—¿Morirías por mí? —le preguntó, aún cruzado de brazos, con una mirada inspectora que le apuñalaba.
—Moriría por mi arte, si eso es lo que me preguntas —le respondió—. ¿Qué sería de un artista sin su musa?
Los ojos de Chuuya se iluminaron con una solemnidad impropia de él. Dazai podía ser un ridículo, pero era sumamente novedoso e innovador. Su sonrisa se ablandó con ligereza, mas persistió. Le gustaba ser el centro de atención de las miradas, pero lo que Dazai le profesaba iba mucho más allá de una mera atracción carnal, y era más profundo que una admiración a pesar de su superficialidad.
—En fin —cambió rotundamente de tema—. Incluso para ir al baño necesitas ordenar algo.
—¿Vas a echarme? —fue su respuesta adolorida, apagando su voz repentinamente.
—Podría —aseguró—. Sin embargo, primero deseo saber a qué has venido si no traes ni un centavo encima.
—No he sacado un best-seller, pero quiero volver a invitarte a salir —le confesó.
Chuuya le observó con atención, manteniendo su máscara con una sutil sonrisa. Estrujó un trapo que llevaba en sus manos para lavar las mesas. Dazai le miraba con anhelos en sus ojos y una sonrisa que ni con otro rechazo caería.
—Eres persistente —admitió con la voz átona, mas con un gesto de ternura.
—Solo por cosas que valen la pena —le aseguró, acariciándole con la dulce oscuridad de su mirada—. Si tú me dices que no vuelva a molestarte, no lo haré.
Chuuya se mantuvo en su lugar y con la cabeza sutilmente ladeada. Escudriñaba el rostro de Dazai con intriga, en búsqueda en algún signo mínimo de deshonestidad, pero era imposible; Dazai se había entregado a él enteramente, bienintencionado y devoto. Suspiró en su lugar, moviendo sus ojos de lado a lado como si le persiguiese el temor de que Akutagawa pudiese escucharle.
—Si fueras una molestia te habría ignorado desde el primer momento —le respondió. Dazai sentía su corazón iluminarse con el ardor de una nueva esperanza albergándose en él.
—De hecho, lo hiciste —rio, apoyándose sobre su puño.
—Bueno, pero no hubiese vuelto a poner pie cerca tuyo —le aclaró, sonriente, acomodándose para recostar su cadera sobre la mesa y mirarle de perfil, haciendo presunción de la belleza de sus delicados rasgos—. O jamás te hubiese vuelto a mirar luego de hablar contigo.
—Según tú, era un gusano exótico —le sonrió, embelesándose ante su más pura belleza.
—Lo sigues siendo —fue su respuesta. Giró su rostro para mirarle de frente y, exponiendo los primeros botones desprendidos de su camisa, sus ojos se unieron nuevamente. Parecía vago, parecía sutil, parecía irreal, mas su conexión en ese tipo de momentos era fantástica, excitante, intensa—. Es por eso que no quiero que dejes de aparecerte por aquí.
—Es eso lo más dulce que ha salido de tus gráciles labios —le confesó, sintiendo el calor en su pecho—. Ese tipo de palabras son las que salvan vidas y esperanzan hasta al más perdido bajo la lluvia.
—Tal vez —reconoció, aunque supiese que la hostilidad lograba colarse hasta en lo más sincero de sus palabras.
—¿Ese tal vez es tu respuesta?
—No, mi respuesta sigue siendo una negativa —le sonrió—. Si quieres seguir intentándolo eres libre de hacerlo, pero hoy te digo que no.
—¿Y mañana? —le preguntó, regodeándose. Pasara lo que pasara, esa esperanza había echado raíces allí, y valía oro. Le causaba gracia y le fascinaba que Chuuya fuese así. Le encantaba saber que, luego de tanto leer poemarios, columnas e ilustraciones, su musa era igual a como retrataban los demás.
Chuuya, aún mirándole a los ojos, se dio cuenta de cuánto disfrutaba verse reflejado en ellos. Se deleitaba aún más que ante los aplausos luego de un baile, aún más que al percibir la lujuria que era dirigida hacia él. Y le encantaba encender el brío en los ojos de un hombre que nada tenía.
—Inténtalo mañana, y ya lo veremos.
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Una unpopular opinion mía es que Ango es un personaje tremendo. Me duele que reciba tanto odio cuando es un personaje excelente y que amo un montón. Y lo mismo con Tachi pero a Tachi no se le odia tanto(?)
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