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12

Innegablemente, Chuuya solía sorprenderse a sí mismo aguardando por Dazai. No era únicamente la sorpresa de reconocerse vulnerable y accesible, sino la impresión que le generaba el ver aquel rincón sin cruzar miradas, el observar aquel taburete vacío y la lamparilla que pendía sin alumbrar a nadie con su luz moribunda. En soledad, más moribunda, y hasta mortífera a la par que agonizante.

Que Dazai no estuviese esperándole a él era lo verdaderamente chocante. Porque sí, Chuuya anhelaba verle y le era ineludible el hecho de que sentía una emoción naciente en su pecho al dirigirse a su trabajo cada caída del atardecer. Sin embargo, era también una cuestión de que adoraba ser consentido por Dazai de esa manera, porque lo poco que podía recibir de él era una maravilla en su dedicación. Adoraba, además, sentirse codiciado de esa manera. Que los demás concurrentes le pretendiesen y le obsequiasen vítores y miradas flamantes, alimentaba su soberbia y su cuota de atención, mas que Dazai lo hiciese le proporcionaba un goce sublime, incomparable.

En aquel momento podían ofrecerle la atención de la realeza misma, y los cosquilleos en la nuca bajo la mirada ajena sería únicamente generada por un tipo que vivía a base de arvejas.

En general, Chuuya jamás había podido jactarse de su gusto en hombres. Jamás se había derretido ante los lujos y las extravagancias; siendo esta última en el aspecto material y no en el sustancial. Porque sí, Dazai no tenía dinero para presentarse como un sujeto pomposo en cada aspecto de su vida, pero bastaba que pregonara su amor y admiración durante medio minuto para que alguien le arrancase el micrófono y le echase de una patada del escenario, por más que fuese el de su propia vida. Extravagante en su hablar, en sus gestos, en sus sonrisas y en los movimientos de sus piernas, a Chuuya le gustaba.

Dazai era un rey sin corona ni riquezas, una deidad sin templo, un prodigio sin público.

En momentos como aquel en el que giró su rostro en un automatismo que dejaba en evidencia su entusiasmo y su afecto, al oír la puerta abrirse y verle llegar tarde, esbozaba una sonrisa para maldecirle.

Porque cada vez que oía el crujir de la puerta de madera maltrecha abrirse, giraba, así fuese de reojo, su rostro para visualizar al recién llegado; no solo porque el profundo azul de sus ojos buscase a Dazai, sino por la necesidad de conocer quiénes le rodeaban; quién llegaba aquella noche y quién no. No obstante, la estrella de sus pensamientos seguía siendo el escritor.

Se mordió la lengua antes de lanzarle un "tarde".

—El brío de tus ojos clamaba por mi presencia —fueron las primeras palabras que la excentricidad de Dazai arrancó de su boca mientras sus brazos adornaban su fingida reverencia—, a que sí.

—Te tienes demasiada estima.

—¡Por supuesto que sí! —afirmó enfático—. De otra manera, no estaría aquí esta noche, con los sentimientos tan peculiares que abarrotan mi pecho e inundan mis manos.

Chuuya elevó una ceja y se apoyó con una mano sobre la mesa de Dazai, para observarlo de manera analítico y, de alguna manera, vacilante, quizás desconfiada. Le indicó con un casi imperceptible movimiento de cabeza que explicara sus palabras. Algo se traía.

—Hay algo que he de pedirte —dio inicio a su propuesta, ciertamente, indecorosa.

—Dime qué es y te diré si he de serte de ayuda.

—Acuéstate conmigo otra vez.

Chuuya no dudó de que aquello fuese una verdad, puesto que Dazai era mortíferamente literal al hablar. No obstante, elevó sus cejas con ligereza.

—Y yo que creí que el romanticismo había muerto —fue su respuesta, apoyando su peso sobre su mano y esta última sobre la mesa.

Ni más ni menos. Una respuesta irónica, digna de aquella idea catastróficamente frontal.

—Es que ¡no lo creerás! Pero me ha contactado un viejo editor para decirme que tengo una pequeña oportunidad de ser publicado en una revista de poemas local, pero que es interesante —le comentó, sonriendo ampliamente—. Pero para eso debo escribir algo perfecto. Y para eso, necesito la inspiración que solo puede ser fruto de tu amor, de tu tacto, de tu perfume. Necesito que me rompas el corazón o que me hagas el hombre más feliz del mundo, lo que suceda primero, o ambas.

Chuuya quedó atónito ante la propuesta, pero asintió. No le interesaba conocer con precisión cada detalle de los delirios de Dazai, pero le emocionaba la idea.

—¿De verdad aceptas? —le cuestionó sin creérselo—. Vaya, no creí que llegaría tan lejos.

—Tampoco es tan lejos, no te ilusiones.

—No importa, la perfección de tu ser me acompañará una vez más, y te juro que no pienso desaprovecharlo.

—Deja de idealizarme, ya lo hemos hablado —le tajó.

—Ya te idealicé una vez, no lo haré dos —le confesó—. Ahora eres tú quien se ha convertido en mi ideal. Antes me gustaba el Chuuya que había construido en mi cabeza, mi musa, perfecta y etérea, mas ahora me gusta el Chuuya que tengo frente a mí, perfecto y dañino, pero infinitamente más bello en su humanidad. Porque este Chuuya es quien verdaderamente le ha dado rienda suelta a mi arte y me ha atosigado con emociones capaces de guiar mi pluma más allá de la cursilería, pasando desde el dolor y la pena al más primoroso de los amores realistas.

Chuuya apretó sus labios y se mordió sutilmente la mejilla.

—Eres la primer persona que me dice esto —reveló, desviando la mirada con una incipiente sonrisa—. Quiero decir, eres el primer payaso que me suelta semejante tanda de idioteces, pero eres también el primero en verme de esa manera.

—No culpo a los demás —respondió, ladeando su cabeza mientras apoyaba su mentón en sus manos—. No todos nacen con buen gusto ni son perceptivos.

—Supongo que no. —decidió darle el gusto.

—Pues no —reafirmó—. Muchos te idealizamos apuntando a una perfección, cuando tú abarcas muchas. Ya no necesito idealizarte, porque te conozco mejor, el pedestal se ha roto y se ha erigido uno aún mayor, que perdurará porque es el real. Y es del cual me he enamorado al final del día —soltó como si aquello fuese lo más nimio en todo su vocabulario, sencillo como reír—. Bueno, a decir verdad, me enamoré de las dos versiones, mas es esta la que he abrazado y con la que me he desvelado. La que he besado y la que me emociona más.

—¿Y eso por qué? —carraspeó, aún más abrumado que antes por las palabras.

—Porque antes eran bellas y ansiadas mis noches aquí, simplemente admirando tu presencia y escribiendo sin cesar —le dijo—, mas ahora lo son más al pensar qué novedad tuya guardaré en mi corazón, qué risa tuya me grabaré, qué sentimiento nuevo le obsequiarás a mi corazón para que salte o se apague. La emoción de asistir cada noche adivinando qué nuevo ladrillo añadiré a ese pedestal que estoy elaborando desde los cimientos, es excitante, arrolladora.

—Es increíble cómo romantizas todo —suspiró Chuuya—. Solo vienes y me ves. A veces te insulto, a veces nos reímos, a veces coqueteamos. Te gusto, me gustas. Fin del relato. Nada de pedestales. Sentimientos nuevos hay en cada rincón del mundo, en cada momento de la vida. Y catalogar a la perfección y a lo dañino en la misma oración es insensato por decir poco.

—Los dioses de la mitología son presuntamente perfectos, y han causado más estragos que bendiciones —argumentó—. Y no es lo mismo respecto a los sentimientos. Los que he encontrado contigo superan abismalmente cada belleza que se me ha puesto en frente, en cualquier rincón y en cada momento de mi vida.

—Quizás se lo puede ver así, pero insisto en mi postura —ignorando lo último con un ademán. Dazai le empalagaba en cierto punto.

—El ser humano es dañino por naturaleza. Todos lo somos en distintas medidas —añadió, frunciendo los labios—. Si no lo somos con los demás, lo somos con nosotros mismos. Y no por eso la gente como tú, con mil virtudes más, deja de ser una maravilla, una perfección en tu equilibrio. No es una idealización, es lo que eres. El hecho de que me recalques todo el tiempo que te estoy idealizando, es solo una prueba de que no observas en ti lo precioso de tu alma. Estás negando lo que eres. Puedes ser lo que quieras y catalogarte como te plazca, mas no poseen relevancia alguna los adjetivos que elijas, siempre serás un ser fascinante, sublime al final del día, dueño de mi corazón y mi arte y del de muchos más.

—No pienso responder semejante tanda de delirios.

—Mira, puedes elegir los números que quieras y realizar las cuentas que se te vengan en gana, el resultado será siempre el mismo. Puedes definirte a ti mismo como el ser humano más pútrido sobre la faz de la tierra, y aún así persistiría sobre ti la condena de ser lo más bello que ha visto mi alma. Y estoy seguro de que si lo ha dictado mi alma, es porque eso es lo que eres. No me cabe otra explicación. Tú no eres una persona sujeta a la subjetividad. Eres objetivamente lo más espectacular que reina entre los seres vivos, y eso debería ser una ley. ¿Lo sabes? Acepta lo que eres, Chuuya.

—Tú no defines lo que yo soy.

—Defínete como quieras, lo fascinante que eres supera tu decisión. No lo digo yo, lo dice el arte.

—Y tu alma, tu subjetividad.

—No.

—Te he dicho que sí —rabió—. Me tachas a mí de testarudo, pero tú arremetes contra todo límite de lo mismo.

—Es que tengo la razón. No pienso permitir que te desmerezcas en mi presencia. Además, estoy dolido por lo que me has dicho previamente, porque me dices que asistir es solo vernos —retomó el tema previo—, pero ¿es solo eso para ti? ¿Qué hay de estas charlas tan enriquecedoras? ¿Qué hay de la conexión espiritual, del enamoramiento y la espontaneidad? Qué superficial me has resultado, pintor. Muy magnífico, pero de poca profundidad.

—No todos los artistas nos expresamos con las palabras, y eso es una obviedad atropelladora —alegó—. Eres un idiota sin precedentes si, desde tu taburete de escritor, que lo único que hace es hilar palabras y soltar extravagancias por tu boca y tus dedos, tachas de superficiales a las demás formas de arte que se expresan exclusivamente con sus manos, con sus pies. Hay trozos de alma en todas partes.

—No estoy juzgando —se atajó entre risas. Chuuya ya se estaba impacientando, y aquello le entretenía de más—. Solo digo. Si quieres demostrarme que no eres superficial como artista, aquí te espero a que me traigas una obra que represente lo que sientes por mí.

—Muy bien —asintió, cruzándose de brazos—. Espérame a la salida de mi turno, si estás a la altura. Te haré el favor y te cerraré la boca.

-•-•-•-•-•-•-•-•-•

El camino hacia la casa de Chuuya ya lo conocían al derecho y al revés. Los pasos eran automáticos mientras escapando del amanecer se reían y conversaban. La energía destilaba de sus cuerpos como si no debiesen estar durmiendo, al punto de que Chuuya comenzó a presentir que Dazai había acomodado sus horarios para mantenerse despierto durante cada noche que iba a verle, incluso aunque no resguardase en su corazón esperanza alguna de volver con él por la noche.

Cuando la llave abría la puerta, el silencio era inminente, mas nunca incómodo. Dazai seguía los pasos de Chuuya en las penumbras de la sala de estar que, pequeña como era, había sido abandonada horas antes y aún así resguardaba la fragancia de su dueño. Quizás era perfume, quizás era tabaco. Quizás era su esencia misma.

Caminaba a tientas pero confiaba en él, en su tacto, en su compañía. A pesar de saber por qué y para qué se encontraba allí, se presentaba dócil, a merced de lo que Chuuya decidiese. Cuando se trataba de él, su voluntad se amoldaba a sus deseos y su iniciativa menguaba. Sin embargo, en el momento en el que los pasos que seguía se detenían en lo que las luces moribundas del pasillo indicaban que era la puerta de la habitación y percibía la ternura de la mano de Chuuya amoldarse a su mandíbula, solo se dejaba llevar y manejar, aferrando a ese momento de intimidad que podría atesorar hasta el día de su muerte, y que aquella moche debía capturar en su memoria para llevarse consigo una parte de su musa.

Cuando el encuentro culminó, sin embargo, a diferencia de la última vez, Chuuya permaneció a su lado, despierto.

Le sonrió y le dijo:

—Quiero mostrarte una pintura pequeña que he hecho para estrenar tus pinceles.

Desnudos el uno frente al otro sobre la cama, Dazai sonrió ampliamente en respuesta. Su corazón se agrandó en su pecho y comenzó a latir con fuerza.

—Por supuesto.

Chuuya le hizo un ademán de que esperara ahí, y atravesó el marco de la puerta para dirigirse a su pequeño estudio. Dazai solo se limitó a observarle, como si su mayor fantasía estuviese cobrando forma y color frente a él. Fue en medio de su maravilloso estupor que se percató de que, ciertamente, Chuuya no tenía pudor alguno de mostrarse al desnudo.

Estaba consciente de su belleza, y amaba tener un plebeyo que se lo recordase cada noche.

Anotó mentalmente aquello y sonrió. Si aquello era lo que Chuuya amaba y precisaba, sería aquello y más. En aquel momento de espera solo podía pensar en lo feliz que le hacía el mero hecho de estar en la posición y lugar en el que estaba. Nunca antes había estado tan agradecido de ser él, de ser Osamu Dazai en aquel momento en el que el amor parecía abrazarle.

Cuando Chuuya retornó, lo hizo con un cuadro pequeño, de un atardecer. Los colores que resaltaban era el anaranjado y el azul, en la belleza del cielo. Ambos se percataron de que se trataba de una obra hecha bajo la influencia de los halagos de Dazai.

Dazai sonrió ampliamente y le dijo cuánto le maravillaba aquella obra, destacando cada pequeño detalle, para terminar de afirmar que aquel cuadro era la representación de Chuuya si fuese un paisaje, en aquellos colores y con aquel aire nostálgico.

Chuuya sonrió ante cada ocurrencia y, henchido de orgullo por mostrar uno de sus trabajos más recientes y queridos y recibir palabras tan amorosas, continuó la noche y su conversación depositando la tela sobre su mesa de luz.

—Chuuya, ¿se puede saber por qué eres tan reacio a enamorarte de mí? —soltó Dazai de repente, aún pensando en el peso que sus palabras tenían en su acompañante, habiendo visto ese cuadro.

—No es contigo, es con cualquiera.

—¿Y eso por qué es?

—No hay una razón en particular —respondió, encogiéndose de hombros con desinterés, acariciando su cuadro, sin quitarle los ojos de encima. Quizás, pretendiendo restarle importancia al asunto—. Si esperas una historia emotiva de cómo me han roto el corazón brutalmente al punto de perder la confianza en el amor, ese no soy yo.

—Sin embargo, puedo afirmar con absoluta certeza que temes volver a confiar, y que has formado tu coracita para protegerte.

—¿Qué demonios implica el diminutivo, desgraciado?

—¡Nada!

—Más te vale.

—Deja de evadir el tema, Chuuuuuya.

—No lo evado —se defendió, girándose hacia él, pasando de una obra a otra—. Temo confiar, sí, pero no se debe a una persona en especial. No guardo rencor en mi corazón.

—Pero sí dolor.

—Como todos.

—Qué dramático, qué fatalista —le sonrió, achicando sus ojos con atención y ladeando su cabeza. Apoyó su mejilla sobre su puño y finalizó con gracia—. Me encanta, me fascina. Primoroso, glorioso, ¡brillante!

—Todo te encanta, todo te fascina —le respondió—. Excéntrico, verborrágico, ridículo.

—Cuando se trata de ti, cada detalle es un todo —arremetió, ampliando su sonrisa confianzuda—. Todo me encanta, todo me fascina.

Chuuya no pudo lidiar con aquella situación tan magnificada y retornó su rostro halagado hacia su cuadro. Se levantó y volvió a llevarlo hacia el rincón del que lo había tomado para colgarlo.

—Lo único que ha pasado es que me he hartado del amor y de sus fracasos —respondió ante la falta de presión, retomando el tema que sabía perfectamente que rondaba la cabeza de su acompañante—. Me he cansado de ilusionarme y quebrarme, de buscar y no encontrar, de encontrar y no sentirlo; de empezar de cero y de la soledad inicial, de ser amado y no ser capaz de otorgar ese amor en retorno. Es cansino.

—El que te gusta no te quiere, y el que te quiere no te gusta, pero es divertido.

—Tal cual, pero a mí no me divierte. Me aburre, me cansa —asintió—. El amor me ha cansado con sus vueltas. Puedo confiar y que me rompas el corazón, o puedo confiar y romper el tuyo —le confesó, clavando sus ojos en él, quizás expectante de su reacción—. He reconstruido mi hogar tantas veces y he tenido tantos que me he arruinado. Las manos se me han ajado de tanto limpiar restos y cenizas, y la espalda me pesa de cargar tantos nuevos ladrillos. ¿Comprendes lo que digo? —no aguardó a una respuesta—. Ah, por supuesto que sí, si toda esta palabrería violenta y pretenciosa es tu sopa de cada día.

—Mi lata de arvejas de cada día.

—Como sea.

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El amor que le tengo a esta obra no tiene nombre. Mi hijo favorito sin lugar a dudas💕. Gracias por esperar<3

Es gracioso porque en la pandemia escribí muchísimo, literalmente todos mis fanfics, y ahora que volvió todo a la normalidad, la escritura volvió a desaparecer de mi vida, tal como hizo desde 2016 hasta la cuarentena. En fin, acá seguimos. 🤧✨

No tuve tiempo de corregir, así que si hay un mega hueco en el medio me avisan🏃🏽‍♀️🤸🏾‍♀️

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