11
Sonrió al dar las últimas pinceladas. Orgulloso como estaba de su labor, su arte y su propio talento, admiraba la belleza que generaba su propia mano. Dio una vista panorámica a su estudio y su espíritu se regodeó. Era un insigne pintor aunque se muriese de hambre como el escritor.
Chuuya era un hombre que, sumamente alejado de la realidad de Dazai, encontraba un gran regocijo en mantener las cosas en orden y su vida en línea. Le gustaba ahorrar, le gustaba limpiar, le gustaba trabajar y le gustaba pintar. Su vida era rutinaria y detestaba depender del día a día y no poder proyectar lo que haría de ahí a un mes. Almorzaba a horario, dormía lo justo y necesario, tenía ciertos días en la semana en lo que iba a visitar el lugar donde siempre compraba lo que utilizaba para su arte. No era obsesivo, pero le gustaban las cosas en regla. Había tenido momentos de abandono a sí mismo a lo largo de su juventud, lapsos de decepciones y dolores en las que se entregaba a la soledad y se enterraba en su propia mugre y descontento. Perdía amores y perdía esperanzas.
Sin embargo, luego de varios fraudes amorosos, dejó de lado ese hábito nefasto para mantener sus pedazos en el mismo lugar, objetivo para el cuál se cerró sobre sí y no permitió que nadie más pasase, por más bella que fuese la situación, puesto que su confianza en los demás se había hecho polvo. Y ahí entraba Dazai, listo y preparado para ensuciar su casa con sus patrañas y su labia engatusadora.
Irónicamente, Dazai vivía en un constante abandono a sí mismo, viviendo al límite, priorizando ridiculeces antes que a su persona, habitando una pocilga por sus caprichos y alimentándose de su propio arte y aferrándose a un amor que le había sido denegado reiteradas veces.
Ambos eran opuestos y, pese a los distintos estilos de vida que manejaban, irónicamente, Chuuya era el que más sufría, porque no conseguía soltar y se imponía a sí mismo cumplir con aquella vida, se forzaba a ser ordenado y a mantenerse a flote, cual persona depresiva que cree que tendiendo la cama día a día mejorará. Dazai, por su lado, ni lo intentaba. Estaba dispuesto a hacerse añicos contra el suelo cuando la situación lo requiriese; vivía de manera pasional como si amase sin límites la vida aunque fuese algo alejadísimo de la realidad, como si desease morir en la espontaneidad del arte y en una tragedia literaria. Podía ser la víctima y el mártir de su propia obra, y moriría encantado incluso aunque el guión dijese que debía morir por el mero nombre del arte.
Chuuya se esforzaba por pagar la renta por vivir, mientras que Dazai vivía por vivir, colándose en los escondrijos de los departamentos, a la espera de que lo echasen a la fuerza. No obstante, en cuanto lo agarrasen, no opondría fuerza alguna.
En otra vida, si Dazai no tuviese nada de nada, posiblemente buscaría la muerte a toda costa, desde un inicio. Sin embargo, como poseía su arte y lo amaba, viviría por él hasta que ya no le fuese suficiente. Para cuando ese momento llegue, él deseaba tener a Chuuya, quien siempre sería la encarnación de su más bello arte, su razón de embellecer sus palabras, su recordatorio vívido de cuánto había amado el arte, y su razón para seguir en aquel mundo y en aquella situación penosa. Jamás le había importado que nadie leyese sus obras, mas la vitalidad que Chuuya le había impregnado a sus escritos le daba demasiadas ganas de que todo el mundo lo leyese, para que viesen cuán hermoso era su arte, su amor y la persona que adoraba.
Aquella tarde en la que el sol yacía en lo más profundo del horizonte y donde la noche comenzaba a dar sus primeros pasos, aquellos indicativos de que era el turno de Chuuya de aparecer y brillar, él abandonó su casa hacia su trabajo con cariño, con una sensación diferente dentro de sí, una que había adquirido tan solo semanas atrás. Esa emoción de ir a un lugar esperando a alguien. El mismo sentimentalismo que cruzaba el corazón de un adolescente que va a clases esperando a ver resplandecer a quien le gusta.
Solo esperaba sorprenderse una vez más ante los burdos encantos de Dazai, de aquellos que en otra ocasión le daban vergüenza ajena, mas que en aquel punto sin aparente retorno, no era más que un detonante para los cosquilleos molestos y ridículos, pero que le gustaban.
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A Dazai se le hinchaba el pecho cuando notaba la molestia de Chuuya en las situaciones en las que ciertas mujeres se le acercaban. El hecho de que el hombre del pueblo, de nadie y de todos, quisiese ser su único centro de atención rebosaba de atractivo en su exuberante egoísmo y envanecimiento. El hecho de que Chuuya se creyese una beldad de leyenda era inevitablemente precioso, y no había belleza más llamativa que la que era consciente de ella misma.
—¿Así espantas a damas, víctimas del mismo maleficio que tú? —le preguntó, cruzándose de brazos y piernas con elegancia mientras se recostaba en la pared, al notar la manera en que Chuuya había aparecido para sacar charla e indicarle asientos a las mujeres que lo habían rodeado con curiosidad—. Cuánta maldad cabe en ese cuerpo minúsculo.
Pese a que Dazai poseía menos clase que un vago promedio, su lengua versada y los movimientos de sus largas piernas envestidas en aquellos pantalones formales le otorgaban una porte distinto.
—Este es mi bar, escritor mediocre —le respondió, imbatible, y con la cuita de paciencia aún disponible como para ignorar lo último—. O te acoplas o te vas. Si quieres seducir muchachitas con falsas promesas y tu prosa de cuarta, hazlo en otro lado.
—¿Falsas promesas y mi prosa de cuarta? —repitió, con una sonrisa incipiente calentándole los labios con altivez—. ¿Como la que he usado para conquistarte?
—¿Conquistarme? —le cuestionó, posando su mano en su cintura, agraciado, decorando sus facciones con una sonrisa similar a la de su acompañante—. Qué bajas expectativas tienes de lo que una conquista significa. Mediocre en tu prosa, en tus aspiraciones y en tu poco versada seducción.
—De la palabra al hecho hay una dimensión —alegó, inmune a aquellas burlas insignes en su originalidad y vocablo—, tú jamás leíste ni uno de mis escritos. Demasiada alargada está esa ponzoñosa lengua que jamás se ha asomado a mi arte que, mediocre como es, se mantiene por sí mismo y exuda amor por cada retazo.
—Nunca lo he leído, he de admitir —reconoció—. Sin embargo, observando tu desempeño, puedo imaginarlo. En cierta manera y en algunos aspectos eres muy transparente para mí. Siendo que eres sumamente extravagante para hablar y bocón de más, no me cabe duds de que el escritor y Dazai son el mismo ente y que ambos van juntos a todas partes. No obstante, me es innegable el hecho de que despierta mi curiosidad.
—No podría enseñártelo ni aunque fuese tu voluntad suprema —le dijo—. No puede encontrarse el fruto de mi esfuerzo con la fuente de mi inspiración. No puede una obra ver el rostro de quien ha propiciado la tragedia de su nacimiento.
—Estás exagerando.
Ardería en el infierno si mintiese y afirmase que no disfrutaba de oír las ocurrencias de Dazai, por más que se le fuese la olla.
—No lo estoy —negó. Se acomodó en su asiento y se echó ligeramente hacia atrás—. La analogía correcta sería el momento en el que Medusa fuese a ver su propio reflejo.
—¿Qué tiene que ver una especie de deidad monstruosa de la mitología conmigo?
—Medusa fue una gorgona que padeció un sufrimiento indecible a mano de seres atroces que eran venerados, debido a su belleza —le respondió, solemne. Sus dedos acariciaron la madera de la mess mientras sus ojos, comprensivos, se clavaban en él—. A mí me suena a una historia bastante familiar. Si encima de aquel calvario y en consecuencia del mismo viese su rostro, moriría.
—¿Moriría, dices? —pese a su ecuanimidad, le fastidiaba que Dazai le leyese a su gusto y dedujese todo de sí.
—Bueno, ¡eso creo yo! —respondió—. Era una mortal, al final del día y a diferencia de sus hermanas.
—Muy bien, pero ahora —consultó—, ¿me dices que yo no debo ver el dolor que causo, así como Medusa no debe ver su arma letal?
—No, porque dolor es lo que menos me generas, incluso cuando me hieres, Chuuya.
—¿Lo ves, entonces? —le respondió, sintiendo su corazón encogerse ante ello. No obstante, no lo demostró—. La analogía es estúpida.
—Es como cuando algo te recuerda a otra cosa y dices "tiene un algo que me recuerda a esta otra cosa. No digo que sean iguales ni mucho menos, pero me recuerda a esto". Es lo mismo —le explicó, encogiéndose de hombros—. Nadie ha dicho que tú eres como ella. Solo he dicho que su historia me recuerda a ti. De la misma manera en que ella no debía encontrarse con su propio poder destructivo, quizás tú no debas encontrarte con tu propio poder encantador.
—Ella, en ese caso, moriría —le respondió, asintiendo—. Sin embargo, ¿y yo? ¿Perdería mi chispa? —le cuestionó, dejándose llevar. Sus brazos se cruzaron y recostó el borde de su cadera en la silla frente a la de Dazai—. ¿Es, acaso, la pérdida de una chispa un comparativo a la muerte misma?
—Perder tu esencia, en efecto, lo es —asintió—. Cuando las personas se conocen a mayor profundidad y ven en primera fila sus acciones y lo que estas generan, cambian de alguna manera. Yo no quiero que cambies.
—Yo sí deseo cambiar algunas cosas de mí —admitió por primera vez, luego de un breve silencio en el que sus ojos se despegaron de los de Dazai y su cabeza se inclinó ligeramente.
—Todos deseamos eso —reconoció—. Lo importante es que, al final del día y detrás de esos cambios, te sigas encontrando a ti mismo.
—Eso siempre será así —le dijo mientras aflojaba el agarre de sus brazos y esbozaba una sonrisa; una que, externa a su carisma y su ironía, era honesta—. Sin embargo, discrepo profundamente con respecto a la primera parte. Dudo que en algo hecho con amor pueda encontrar algo que destruya mi núcleo y me pierda a mí mismo. Si deseas que el mundo te lea y sepa lo que significo para ti, yo soy el primero en querer saberlo.
—Me parece justo —sonrió.
—Sería incluso cínico de tu parte no permitirme leer esos escritos, cuando tú me usas a tu comodidad para fabricarlos.
—No es como si yo te hubiese elegido —reconoció—, pero de que lo volvería a hacer, definitivamente te volvería a elegir. No cabe en mi mente la idea de mi arte sin ti en este momento de mi vida.
Chuuya suspiró para calmar las sensaciones que le asaltaron.
—Yo he caído bajo contigo —le respondió, con una sonrisa pensativa—. Mira que llegar al nivel que he llegado hoy por tus artilugios, es penoso. Me he amigado demasiado con la idea de significar lo que significo para ti, aunque, bueno, no es algo fatal tampoco. Sin embargo, debo decir que has evolucionado de gusano a hombre. Si lo veo de esa manera, no es tan vergonzoso lo mío. Estar atraído por un hombre es mejor que de un gusano exótico que solo come arvejas.
—Dudo que haya una conexión en la línea evolutiva entre un hombre y un gusano, pero no te lo cuestionaré —se rio, quizás por primera vez en un buen tiempo, sintiendo el regocijo en su pecho—. Sin embargo, las arvejas son incambiables.
—Por ahora —le respondió, depositando toda su fe en él abiertamente.
Se miraron una vez más y se sonrieron con complicidad. Sabían que esas noches preciadas bajo la luz mortecina de la lamparilla sobre la mess costumbre de Dazai con la música baja y los barullos de fondo no se repetirían, ni con otras personas ni entre ellos, y era fascinante cuanto menos.
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A pesar de lo que me tardo con esto, sigue siendo mi trabajo favorito. El tiempo que me toma escribir cada capítulo con la intención de hacerlo lo más perfecto que se pueda en cuanto a mis estándares de estética, es lo que me retrasa. Gracias por la espera a quien está del otro lado💕
Fue, además, una situación en la que me peleé fuertemente con mis notas de borrador y cambié muchas cosas, así que tuve que reescribir todo.
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