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   El mes se disuelve con naturalidad, más de una nevada hay en el transcurso, el jardín termina hundido de blanco espesor; los arreglos navideños han desaparecido, ya que luego de haber pasado las fiestas de Navidad y Año Nuevo de la peor manera no soportaba verlos por más tiempo. Mis heridas físicas se han cerrado dejando en mis muñecas las líneas rosas como testigos de mi fallida idea para librarme de este mundo; mis heridas emocionales no han cicatrizado pero van en avance, cada vez intento que la realidad me duela menos y el hecho de saber sea tolerable.

   Mi matrimonio se mantiene estable, tanto Ulises como yo estamos bien, cada uno se mantiene en sus cosas sin estorbar al otro. A mediados del mes, le permito regresar a dormir conmigo, no es que me importe sino que de este modo siento más pequeña la enorme habitación y algo de calidez en tan frío invierno. Por rutina trabaja cuatro días a la semana en un horario inestable, con días en los que a veces ni siquiera vuelve a aquella prisión llamada casa.

   En sus días libres se empeña en hacerme sentir bien y aunque mi hostilidad contra él no merma, no deja de intentarlo una y otra vez. Philip incluso, al fijarse en la desesperada manera en la que trata de arreglar las cosas, me ha propuesto fingirle que lo está consiguiendo, hacerle creer a Ulises que todo va en mejora, tan sólo para que así, me engañe a mí misma, y quizá con el tiempo la triquiñuela se vuelva realidad y termine por aceptarlo todo.

    Con la falacia en pie, comienzo a ser más consciente de nuestra realidad y a comportarme menos tensa con Ulises; consiguiendo que un poco de su excesiva atención merme y me dé un poco más de espacio y libertad, poniendo nuestro matrimonio en una fase de estabilidad. De falsa estabilidad.

   Con el tiempo, me surge una duda, ¿cómo sé que Ulises no me está engañando a mí? ¿Cómo puedo saber si él no es el que actúa al igual que yo? ¿Qué tal si la víctima del engaño no es él sino yo? ¿Qué tal qué el que termine ganando sea el y yo no?

   Los días finales del primer me se disipan al igual que los preámbulos del segundo. Con la nueva y falsa actitud la tensión en casa desaparece dándole lugar a la armonía y el espejismo del matrimonio feliz. Ulises continúa, aunque en menor medida, llenándome de regalos que me veo y la obligación de aceptar con una amplia sonrisa en el rostro y agradecida con besos y caricias, todo de mentira.

   Me he convertido en una actriz, una quizá nominada a un premio. Pero, cómo sé que él también no es nominado al premio de mejor actor.

  Las dudas florecen conforme avanzan las fases lunares.

   El invierno aún no termina pero no hay más nevadas en lo que va, el cielo permanece nublado y el aire es frío, pero soportable; la nieve en el jardín acumulada comienza a derretirse y siluetas de los esqueléticos arbustos comienzan a asomarse en la aguada blancura.

   El terreno se prepara para un floral renacimiento.

—Cariño, ¿te sucede algo? ¡Thalia!—inquiere Ulises al notar mi distracción.

  Tengo la mirada perdida fijamente en la ventana hacia el exterior, no he probado bocado alguno del desayuno y apenas me he movido del lugar. Él espera respuesta callado.

—Estoy bien… Me distraje un poco.

—Bastante… ¿En qué pensabas?

—En nada. Sólo estaba distraída ya he dicho.

  Me mira meditabundo, bajo la mirada y tomo un poco de jugo y un bocado del platillo.

  Al terminar, nos sentamos en uno de los sillones de la sala, hoy es un día libre para él y vamos a quedarnos en casa; puedo decir que no es cómodo estar en sus brazos aunque tampoco es lo contrario, es como si me aprisionara con cariño. Irónico.

  Pasamos mediodía en la sala viendo una filme y comiendo frituras.

  Por la tarde luego del almuerzo, salimos al jardín para intentar limpiar la nieve derretida que aún queda. Philip y Márgara  ayudan.

   Para la caída de la noche, el césped muerto está al expuesto al igual que los arbustos secos, la tierra está húmeda y lodosa; el bello jardín que hallé la primera vez que entré en la mansión no existe, da lástima mirar este desértico lugar que antes había sido un sitio verde y colorido. Mirarlo ahora me produce nostalgia.

—Tal vez con algo de mantenimiento vuelve a ser tan bello como era —comenta Márgara.

—No creo que sea necesario, la primavera llegará pronto. Por naturaleza volverá a vestirse y mirarse bello —expresa Ulises.

—Renacerá —declara Philip mirándome.

  Mi esposo asiente y me rodea los hombros con su brazo y aprieta a su costado, poco luego da un beso en mi frente. «Renacer», qué hermosa palabra.

    Ya en la recámara, después de haber cenado en compañía de Philip a quien Ulises permite acompañarnos, me dejó caer sobre la cama, agotada y completamente adormitada. Ulises se acuesta a mi lado y me observa.

—¿Podemos hablar?

  Me sorprende que después de haber estado todo el día juntos aún tenga algo más por decir. Asiento. Va a sentarse en la borda de la cama y me da la espalda, algo que me indica que lo que piensa decirme es muy grave.

—No sé cómo lo tomarás —anticipa—. Mi padre me ha hecho una petición —Levantó la cabeza al oírlo decir aquello, las peticiones de ese hombre nunca traen nada bueno.

—¿Qué es? —cuestionó temiendo lo peor. Él traga saliva y se aclara la voz, me mira a los ojos, desesperado.

—Mi padre quiere… —su voz se quiebra, realmente pareciera costarle decirlo—. Mi padre quiere un nieto.
  Siento que el espíritu abandona mi cuerpo y un ligero gemido se me escapa.

—¡¿Un Nieto?! ¿Un bebé? —exclamó tan incrédula como más me puedo mostrar y antes de que me lo confirme, niego rotundamente.

—Tranquila —pide—. Yo tampoco quiero tener hijos.

—Y aunque quisieras, no puedo. No quiero. Apenas llevamos unos meses casados, yo no me siento lista para tener un hijo. Mucho menos a cómo están las cosas.

—Sé a lo que te refieres, y yo tampoco quiero tener hijos —Lo miro aliviada, al fin coincidimos en algo—. Voy a inventarle algo a mi padre, se enojará desde luego pero, tú y yo no vamos a tener hijos.

   Su dictamen me deja atónita, yo tengo mis razones para negarme, y el por primera vez me apoya. Ulises sonríe y acaricia mi mejilla con suavidad.

—Calma. Mejor vamos a dormir.
   El sueño se me ha espantado, pero aún así obedezco.

—Buenas noches, Ulises.

—Buenas noches, cariño. Descansa. Mañana va a ser un día interesante.

  Me quedo mirando el techo un largo rato, en poco tiempo Ulises ya está profundamente dormido, cierro los ojos intentando conciliar el sueño con la idea de tener un bebé girando por cada parte de mi cabeza. Eso es inconcebible. Más el día de mañana, no lo es.

«Mañana va a ser un día interesante», recuerdo que ha dicho. Trago saliva al entender sus palabras. ¡Maldito día de San Valentín! Cubro mi cara con la almohada suplicando que jamás aclare el día.

Pero el tiempo es tiempo.

Al despertar por la mañana me percató que Ulises no se encuentra a mi lado, la vaga idea de que haya olvidado del día que es hoy, surge en mi cabeza y da esperanzas, sin embargo, todo acto de fe se rompe cuando veo la caja roja sobre el mueble junto a la cama y la nota sobre él.


Buen día cariño. El chofer te recogerá a las 7:00pm. Te estaré esperando Impaciente.

Ulises.


   Suelto la nota y tomo la caja, abro la tapa y encuentro un vestido, supongo es el que querrá que lleve puesto esta noche. Masajeo mi cabello frustrada.

  «Sólo serán unas horas, podré soportarlo», me digo para mis adentros.

   Quisiera que el tiempo se detuviera pero no lo hace, al contrario es fugaz. La mañana pasa volando, el medio día se disuelve y cuando el final de la tarde llega, apenas puedo creerlo. Me interno en la habitación a arreglarme para la cena, pues eso creo que va a ser. Me pongo el largo vestido en color negro brillante que estaba dentro de la caja esta mañana, zapatos del mismo color, recojo mi cabello y maquilló mi rostro sin tanto exceso; tras ensayar el andar, pero poco confiada, salgo de la recamara.

   No pasa mucho tiempo cuando el auto llega por mí. Salgo al exterior y me encuentro con el claro semblante de Philip, quien abre la puerta y me ayuda a entrar, posterior corre a la entrada en su lado del  conductor.

—Buenas tardes, Señora mía, ¿está lista para una magnífica noche al lado de su amado esposo? —Sus comentarios, claramente irónicos, me sacan una ligera sonrisa.

—Por supuesto. Lléveme al encuentro con mi apasionado esposo, ¡Oh, estimado caballero!

 
  Nos detenemos frente a la entrada de un restaurante de nombre raro, creo que en francés, y de pinta muy, pero muy, costoso. Philip abre la puerta de mi costado y extiende una mano haciendo una reverencia. Salgo al exterior y la brisa nocturna me golpea, para librarme de ello decido entrar al lugar.

—Es la Señora Falcon —murmuran entre ellos los empleados. Frunzo el entrecejo al oír tal apelativo.

—¡Madame! Por aquí, por favor —dice uno de los trabajadores acercándose a mí, luego de haber debatido con sus compañeros sobre quién debía atenderme. Con miedo a no cometer errores, indaga mi nombre y al cerciorarse que sus compañeros no se han equivocado al identificarme, su trato es mucho más minucioso y afable.

  Me indica por donde pasar. Primero atravesamos el salón principal dónde la gente abuchea en susurros, no sé bien si son críticas o halagos, pero las miradas están dirigidas hacia mi posición y andar. Entramos en el área de reservaciones especiales, donde hay todo sitio ocupado. El empleado al fin me entrega en el sitio que corresponde, el lugar es una habitación privada donde sólo Ulises se encuentra, de pie al lado de una mesa. La decoración está muy acorde, la cristalería reluciente y los utensilios brillan en ese típico color argentino, servilletas y un  arreglo floral al centro donde sobresale un trío de velas encendidas cuyas flamas danzan expeliendo un ligero humo aromático que le da un tono dulzón al ambiente.

  Ulises sonríe al verme y me examinándome meticuloso. Está enfundado en un elegante traje azul que se le ajusta a medida. Toma mi mano y da beso en el dorso, posterior, me atrae a él sujetándome por la cintura y besa casto mis labios. El mozo se ha marchado para entonces, dándonos privacidad. Una nueva sonrisa surca el semblante de mi esposo haciéndome corresponderle del mismo modo.

  Me invita a tomar asiento y luego procede a servir las copas de champagne.

—¡Salud, cariño! Te ves hermosa. —El choque del cristal se escucha.

—Gracias por los obsequios de esta mañana, todo ha estado muy bonito.

—Ese vestido no te hace brillar, tú lo haces resplandecer —sus halagos me hacen verme en la necesidad de sonreír.

—Siendo honesta, las mangas no son muy de mi agrado, aunque admito que escogiste bien. Hoy está fresca la noche  —Sonríe—. Te ves guapo tú también.

  Su sonrisa se vuelve una ligera carcajada. Desde luego sabe que en parte miento.

  Las charla se prolonga por un rato, en más de una ocasión me causa una risa real. El plato de entrada está muy rico, pero el plato especial, además de estar delicioso me presenta un desafío, pues los mariscos nunca han sido mi especialidad. Ulises al mirar la desastrosa manera en que intento comerlos decide ayudarme a sacar las pulpa de las conchas. Parezco una niña boba siendo alimentada por su papá, esto a él en cambio le es dinámico, y a la hora del postre igual se ofrece a darme trocitos de tarta en la boca; aunque niego.

  De vez en cuando, limpia las comisuras de mis labios con la servilleta y me pone detrás de la oreja aquel rebelde mechón de cabello que se escapa del enmarañado peinado.

  Después de la cena, permanecemos en el lugar un momento más, bajo una amena plática. Entretanto, el pequeño escenario al fondo se ilumina, llevándome a centrar la mirada en su dirección; uno a uno y al son de la música, aparecen unos danzantes jóvenes. El ritmo es algo gracioso, pero la presentación esta tan bien realizada que lo hace ser profundo. “Batalla de Invierno y Primavera”, menudo título. Expresa a través del baile la confrontación que ocurre entre el frío y la aridez de la primera estación, contra la bella y delicada que es la segunda. Los muchachos se colisiones entre ellos mediante movimientos artísticos y sutiles, una lucha que se extiende por todo el entarimado y se prolonga por varios minutos; al final de la danza, la victoria es dada al último soldado en pie de Primavera que con sus vanas ganas mira a su alrededor; sin embargo, en el corte final, aparece un nuevo grupo de combatientes. Estos son, Verano y su ejército. Con esto entendemos que nada termina, todo es un constante cambio. Al final, días van y vienen, hasta que en uno de tantos, todo y cada uno, perecerá.

  Me conmueve la trama y aplausos envío a ellos.

  Una de las jovencitas, aún danzando, se aproxima y me extiende una pequeña caja. Ulises me señala que la tome. Obedezco. La chica y todo el elenco hace una reverencia y desaparecen de escena.

—Ábrelo —indica Ulises al fijar que observo con curiosidad la cajita entre mis manos.

—¿Más regalos, Ulises? —inquiero. Su sonrisa ampliándose es lo único que responde.

—Aun no encuentro alguno que te haga sumamente feliz.

—Todos me gustan, todos me alegran —digo abriendo la caja, aunque no siendo muy honesta. Me quedo estupefacta al mirar el contenido.

—Es un diamante real —afirma—. ¿Te ha gustado?

  El resplandor de la joya frente a mí me mantiene atrapada, es un collar hermoso con perlas en la correa además del vivo diamante que cuelga al centro en forma de un corazón.

—Ulises, no quiero aceptarlo. Es demasiado —respondo. Cierro la caja y respiro—. Es hermoso, no lo niego. Pero repito, no voy a aceptar algo que estoy segura vale más que la quincena de un centenar de empleados en un centro comercial.

—Lo que cuesta no importa si se trata de ti —dice restándole importancia a mis palabras, por lo que su halago muere en el acto—. Yo quiero obsequiártelo. Quiero que tú lo tengas. No por lo que vale, sino por lo que representa —Frunzo el ceño en cuanto lo veo ponerse en pie y venir a mí.

—Qué cosas dices —balbuceo.

  Coge la caja y la abre mientras se coloca en rodillas frente a mí y habla:

—Cariño, este objeto no es solo una piedra brillante y cara. Imagina que es mi corazón. Tómalo. Te lo regalo. Es tuyo y ruego que lo aceptes.

  Quisiera gritarle que no. No quiero su presente. Y no me importa si es caro, no me interesa si es brillante. Con tal símil que hace, ha echado a la borda la vaga intención que tenía de aceptarlo. No puede estar entregándome su corazón, porque no lo quiero.

—Ulises, yo no… —Su mirada suplicante apaga mi voz. La refulgente joya crea halos que chocan contra sus matizadas mejillas y producen un destello en sus pupilas.

  Nunca he sido cruel con nadie. Y él, aún habiendo comprado mi vida, no es exclusivo. No puedo romper su corazón, aunque eso signifique quebrantar el mío.

—Te lo agradezco… —consigo articular mientras obligo a mi cerebro a buscar algo más que decir para soñar más creíble y grata. Pero él se precipita:

—No hace falta que digas más. Sé que en la medida de lo que cabe, lo atesorarás.

  Sus manos se mueven hábiles al colocar la joya en mi cuello, pesa y pesa mucho. Y no es por las piedras.
  «Sí. No soy capaz de ser cruel».

  De regreso a casa, centro toda mi atención en el rostro de Ulises quien aunque no me mira, sé que se siente orgulloso de sí mismo y, confiado de que a quien ha entregado su corazón nunca va a herirlo.

  Salto fuera del auto una vez que se ha detenido, ni siquiera espero a que Phillip descienda a abrir la puerta. Entro a la casa con Ulises persiguiéndome. Asciendo por las escaleras hasta alcanzar la recámara donde al fin, puedo tomar un respiro y lanzo los zapatos tras quitármelos. Me dirijo al baño con la intención de ducharme, pero no lo hago; al reflejarme en el espejo, es brillo de la joya me  inmuta. Me hace ver costosa, fina, y falsa.

  Oigo a Ulises irrumpir en la habitación. Me suelto el cabello, quitó los aretes y demás accesorios a excepción del más resiente regalo. Con más serenidad abandono el baño encontrando a Ulises recostado en la cama, librado de los zapatos y el saco. Suelta un bostezo.

—¡Vaya día! —dice soñoliento.

—Sí. Ha sido interesante como bien has dicho —comento.

  Ulises asiente despacio, sonríe y lento se yergue sin quitar la vista de mí.

—Aunque el día aún no termina.

  Su ladina sonrisa es suficiente para dejar ver la picardía que busca esconder entre las líneas.

—¿Ayudas a quitármelo? —inquiero señalando el collar.

  Va a mis espaldas y empieza a trabajar con sus manos. Escucho que la joya es puesta sobre el mueble junto a la cama, más él no abandona su posición detrás de mí. Un breve silencio se extiende por el lugar. Las luces están a media intensidad, pero el calor en su interior es lo suficiente para emanar hasta llegar a chocar con mi piel.

  Un suspiro de su parte se oye. Entrecierro los ojos al sentir su tanto en mi espalda seguido de un nulo beso en mi hombro. «¿Por qué debo estar obligada a esto?», la cuestión muere en el instante en qué me hace girar y quedar frente a frente.

  Ávido busca mis labios y los besa, seguido de jactarse allí, baja por el cuello a los hombros y regresa. No puedo hacer más que dejarlo hacer y tragarme el hastío que sus actos me provocan.

  Las piernas empiezan a temblarme cuando sus calientes manos rozan mi espalda y suben por el camino dorsal para alcanzar la correa que ciñe y cierra el vestido por detrás. Jalan de ella y lo sueltan. Ulises descubre mucho más mis hombros y los llena de besos.

  El fuego comienza a avivarse en mi interior y fuera de mis cavilaciones, le acertó un brusco beso en esa vena del cuello que se le tensa a la intensidad de la sangre ardiendo en su cuerpo. Él se exalta y me aprieta con los brazos haciéndome soltar un quejido. Me guía a la cama y arroja sobre el colchón. Se encima en mí y continúa privándome del vestido. Al descubrirme el torso por completo, deja caminos de besos en mi anatomía desde el vientre hasta el cuello, se mueve entre uno y otro lado a la boca y alcanza incitando un poco mis partes íntimas.

  Cuando inicia el desbotonar de su camisa y su matizada piel se asoma entre la tela, un perturbador recuerdo me viene en la memoria. Ladeo la cabeza poco antes de cubrirme con las manos el rostro y gritar:

—¡No! ¡No, no, no!

  Mi suplicante voz rompe la armonía e intensidad del momento. Ulises se detiene en seco, observándome desconcertado.

—¿Qué pasa? ¿Pensaba que ya estábamos bien? —inquiere.

  «Tú y yo nunca vamos a estar bien».

—No. No es eso —me obligo a mentir mientras recupero el aliento entre jadeos. Mi corazón palpita con frenesí—. Es solo que no puedo. Quise poder, pero eso me aflige.

  Me muevo de su lado y cubro mi desnudez con las sábanas. Él a la distancia baja la mira de un modo que puedo descifrar es avergonzado.

—Lo siento —dice cabizbajo—. No debí comportarme tan patán y maldito aquella noche.

  Evito decir algún referente, sé bien que no me podría contener. Acabaría mencionándole hasta la manera en que se merecería morir. 

—No hay ninguna justificación válida a lo que me hiciste —suelto—. Tú me… me… —Dejo inconclusa la expresión, pues la palabra es meramente delictiva

  «¿Tan difícil es decirlo?».

  Él sólo calla.

—Dime, Thalia. Cuál maldito soy para ti. Dímelo —pide aún gacho de cabeza. Y aunque ganas de hacerlo me sobran, prefiero seguir guardándome.

—Para que hablarlo más. El daño ya es irreversible. Lo único que puedes hacer para redimirte tan sólo un poco, es nunca volver a tocarme sin consentimiento.

—Pero somos marido y mujer —dice mirándome y buscando tener la razón—. Lo que dices es una estupidez.

—La estupidez es tuya —declaro—. Soy tu esposa, no tu esclava. Estoy obligada por la ley a permanecer a tu lado, más no a estar contigo.

  Nuestras miradas se confrontan, él sigue ardiendo aunque ahora lo es en coraje. Yo lucho porque su presencia y fuerza no me haga flanquear.

—Oh, cariño… —vocaliza dejándome ver que el Ulises osco y autoritario sigue ahí, pero él al mirarme, creo se percata que la Thalia sumisa y tonta, comienza a dispararse. Carraspea y profiere—: De acuerdo. Las cosas serán como tú digas.

  Vuelve a abotonar su camisa dándome la espalda. Sé  que está molesto, su orgullo de hombre ha sido atacado y aunque sé que esto me acarreará alguna consecuencia más adelante, por el momento me permito saborear el dulce de la victoria.

—Una última cosa solamente —proclama volviéndose a mí. Lento se acerca y me toma de la barbilla un tanto brusco. Añade bajo ese tono de tirano que se había limitado a usar en ya tiempo—: Yo sigo siendo tu dueño.

  El beso que me arrebata al final es tan lascivo y chocante que al apartarse se lleva ese hilo de baba y todo mi asco recargado en él.

  La sonrisa que surca su rostro sí que es de victoria, y el sabor que creía haber probado de ello hace un momento, ahora es tan sólo agua. Insípida.

  Ulises abandona la habitación y la oscuridad del entorno, parece ya no serme atemorizante y esconde esa lágrima que rebelde baja por mi mejilla mientras las cuestiones llegan: ¿Algún día se irá a cansar? ¿Cuánto tiempo habrá de pasar para que esto deje de herirme? ¿Me dejará ir? Sin embargo, las respuestas las creo saber. No. Mucho. Jamás.

  En la mañana, despierto con su lado de la cama vacío tal cual ha permanecido desde nuestra disputa.

Salto fuera de las sábanas y voy al baño, me enjuago el rostro y recojo el cabello en lo que supuestamente llamo una coleta. En el guardarropa tomo uno de los ordinarios vestidos de muñeca y un par de zapatillas suela plana. No es necesario tomar la ducha ya que por la noche lo he hecho en cuanto me he quedado sola y dejado de sollozar por lo desgraciada que es mi situación.

  El ambiente es fresco.

Salgo de la habitación. Al pasar por el estudio escucho murmullos en su interior, me detengo y atento a la conversación. Reconozco inmediatamente la voz de Ulises, más la del segundo me es desconocida. Hago caso omiso a las voces en diálogo y continúo mi camino.

  Arribo a la cocina donde Margara aguarda con la mesa puesta para el desayuno. Agraciada, la mujer me devuelve el saludo. Ocupo mi lugar en el comedor al tiempo en que ella me pregunta si deseo tomar café o jugo. Elijo lo primero y aguardo a que atienda.

—Buenos días  —La voz de Ulises hace presencia en el lugar. La mujer, dejando una humeante taza cerca de mí, le responde en automático. Yo en contrario, apenas le dirijo la mirada, y solo de soslayo, lo observo sentarse en el asiento continuo a mí—. He dicho buenos días.

  El repetir la línea me hace mirarlo y atender su cometido. Pero el tono de voz que uso es apenas perceptible.

—¿Desea café o jugo, señor? —le inquiere Margara.

—Café, por favor —indica—. Al menos alguien aquí tiene educación.

—Que no responda a tu saludo no es por maleducada. Es solo que no quise hacerlo —manifiesto envolviendo la taza entre mis manos.

  Ulises da un bufido ante mi indiferencia, misma que se mantiene durante todo el desayuno. Tan sólo el choque de los cubiertos contra los platos se escucha en el ambiente hasta la parte final cuando él rompe la armonía.

—Margara, acondiciona una de las habitación de huéspedes. Va a ser requerida —La mujer asiente sin reproche.

—¿Tendremos visita? —busco averiguar.

—¿Me hablas a mí? —expresa él con mofa. Evito hacer más que torcer el gesto.

—Digo, siquiera creo deberías informarme a quién metes en esta casa.

—¿Ahora exiges derechos?— Su burlona risa me desestabiliza, pero en cuanto consigue la compostura, añade—: La habitación es para un nuevo empleado. Es buenísimo en lo que hace, y como viene de lejos, de la ciudad, le he ofrecido hospedaje en mi casa. ¿No te molesta o sí, cariño?

—Para nada. Puedes hacer lo que te de la gana.

—Yo sí, pero tú, no —No sé si interpretar eso como un comentario, mandato o sentencia.

—Un trabajo de tiempo completo —pienso en voz alta—. ¿Qué lo amerita?

—Algo que no te diré, no aún  —anuncia—. Y antes que empieces a cavilar como descubrirlo, te lo advierto. No se te ocurra entrar en el estudio.

—Que me prohíbas cosas no es novedad —manifiesto—. Y para tu tranquilidad, no estaba ni siquiera interesada en ir allí. —Me tomo un pausa para ver su expresión de alivio, tan sólo para luego añadir—: Sin embargo, al notar tu afán por negarme la entrada a ese lugar, haz despertado mi curiosidad.

—¡Te lo advierto, Thalia! —exclama levantándose con tal vehemencia que el asiento cae tras él estrepitosamente—.  Si me entero que ignoras mi orden, te habré de reprender. Y si a mí no me gustará hacerlo, a ti te va a aterrar. No te conviene desobedecerme.

  Desconcertada por su actitud, y un poco inmutada, evito decir más y vuelvo la vista al plato que aún no termino. Lo oigo proferir un insulto y posterior, su presencia abandona el lugar.

—Esta mañana, el señor Ulises parece estar de muy mal humor —La melodiosa voz del ojiazul se escucha. No sé en qué momento ha aparecido, pero su voz me transmite un poco de sosiego. Más su comentario es realmente cómico—: Seguro no ha tenido un feliz San Valentín.

—¡Phillip, cállate! —le reprende Margara al instante.

—Tiene razón —exclamo y aunque no les mire sé que ellos me observan—. Y es mejor que nos vayamos haciendo a la idea de que los días posiblemente sean cada vez más turbios.

Terminando el desayuno me retiro a aplastarme en el sillón más grande de la sala, tomo una revista cualquiera y me pierdo entre notas sin relevancia y chismes de famosos. No sé cuánto tiempo pasa para cuando Ulises desciende ya arreglado y con el maletín en mano, Phillip en automático abandona la cocina y viene a dónde el señor está, para posterior, carga con el maletín al exterior saliendo por la puerta principal.

—¡Margara! —llama Ulises. La mujer aparece en seguida, recibe indicaciones a las que no presto atención y luego vuelve a internarse en la cocina.

En silencio, espero y espero a que se retire pero nomás no lo hace. Ulises carraspea y finge acomodarse mejor el saco.

—Si lo que esperas es que te despida cómo a un santo, eso no va a suceder. —Mi burla es notable, más su irritación lo es mucho mayor.

—¿Es gracioso, sabes? —expresa empezando a acercarse, lo que me hace apartar la vista de la revista y observarlo, atenta a cualquier indicio de agresión—. Pretendes mostrarte fuerte, arrogante, toda una mujer formidable. Pero en realidad, estás muerta de miedo. Del miedo que te provoco.

—No me das miedo —suelto queriendo sonar impermutable, más con lo débil que suena mi voz, dejo en evidencia que lo dicho por él, es verdad. Me atemoriza.

En un santiamén, me sujeta bruscamente por los brazos y acerca su rostro al mío. El beso es chocante, cargado de violencia y grotesco. No lo entiendo. Hace apenas ayer se mostró apacible y comprensible; hoy, no es más que un desconocido. El maldito que siempre he creído que es.

—Que hermoso se ve el miedo en tus ojos —expresa. Esquivo el choque de nuestras miradas, al tiempo que la presión en mis brazos se va.

Se dispone salir, pero aguarda un poco más.

—Si seguías considerando desobedecerme, te aconsejo que lo pienses muy bien, sabes a lo que te atienes —El énfasis que resalta en la parte final me produce un escalofrío—.  Nos vemos por la noche, cariño.

Una vez la puerta se cierra a su espalda, el aire regresa a mis pulmones y el alma me viene al cuerpo y recupera su calma.

Nunca alguien me había hecho padecer tantas sensaciones que viven peleando entre ellas por saber cuál de todas lo hace con mayor fuerza y prevalece.

Pero es el miedo lo que me mantiene alerta justo ahora. El miedo a lo que pasaría si hago amago de mi desobediencia.

¿Qué hay en ese lugar al que me ha prohibido el paso? ¿Por qué Ulises no quiere que entre allí? ¿Qué tan misterioso es lo que busca esconder de mí?

Ladeo la cabeza intentando apartar la idea, pero no puedo; la curiosidad es más fuerte que mi voluntad, que la lucha entre todas esas sensaciones y que el mismo temor.

Lo prohibido sólo me hará querer más de ello.

Me levanto y encamino hacia el pie de la escalera con la única intención de romper las reglas.

****†****

Hey, everyone! I'm me!

Cómo andamos? Espero que muy bien.
Aquí reportándome.
Lamento la ausencia, pero ya estamos de vuelta.

Pregunta: ¿Hacia dónde creen que lleve el curso de la historia este personaje que viene a debutar?

Dejen sus teorías en los comentarios, que como he dicho, son bien recibidos y también los ★... Motivan mucho :)

Saluditos!!!
Nos vemos en la próxima entrega.

Ciao!

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