Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

VIII

Las parpadeantes luces de colores me empañan la vista, por lo que no suelto la mano de Ulises durante el recorrido por aquel lugar lleno de hombres malvivientes, curtidos en alcohol hasta los huesos, viejos y con caras de sapos; el hedor a bebida comienza a marearme obligándome a sujetar con mayor fuerza del brazo de mi esposo.
Pero sin duda, lo que más me tiende a debilitar, me revuelve el estómago, y me llena de coraje y tristeza a la vez, es lo que desgraciadamente contemplan mis ojos: decenas de muchachas, niñas más bien, están en aquel lugar.

Algunas visten uniformes cortos y atienden a los hombres, a las bestias mejor dicho; otras se hallan hundidas en los excesos junto con sus acompañantes, y no sólo en los excesos de la bebida, sino también, en el de aquel polvo blanco como nieve que se encuentra en sobre las mesas así como en sus narices.
Queda mencionar también, a las chicas que están arriba del escenario, moviéndose al ritmo de los sensuales temas, con ropas cortas, poca ropa, trajes extravagantes, o incluso, sin prenda alguna.
Todas muestran en el rostro la misma expresión de tristeza mezclada con algo que podría descifrarse como valentía.

-Sentémonos- ordena Ulises en cuanto llegamos a un sofá en forma de "U" cuadrangular. Me dejo caer en donde indica, aunque es más por la falta de fuerza que por obedecerle.

-¿Qué es este lugar?- pregunto incrédula a media voz.

-Esto es la empresa, una de tantas-.

La idea de que existan más lugares como este, me aterra.
Lo miro con desdén.

-¡Ulises, esto no es una empresa! Esto es, es un...- se me escapa el aire al no saber cómo definir el lugar.

-Lo sé, no lo es, pero aquí todos se empeñan porque funcione como tal, que hayan ingresos y un mecanismo bueno de trabajo- explica. «¿Mecanismo? ¿Ingresos?». Me sudan las manos al pensar en el tipo de mecanismo del que habla.

-¿Qué hacen las chicas?- indago, aún más incrédula de lo que fui en la primer cuestión. Él me mira, escéptico, aun así, contesta.

-Trabajan. Ellas son el alma de este lugar-. «Claro, sin ellas no fuera posible que existiera este lugar. Ojala no existiera este horrible lugar» pienso.- Las chicas conviven, entretienen, atienden y comprende a los clientes-. «¿Clientes? ¿Qué se vende aquí pues?»... Sí, soy demasiado incrédula.- ¿Si entiendes, verdad?

Claro que entiendo, poco pero entiendo, aunque me niego a aceptarlo. Ladeo la cabeza y lo encaro.

-Quisiera entenderlo, pero no puedo-. El estrés me inunda; el me observa.- Ulises, conoces la magnitud de esto. Esto no es una empresa, y está muy lejos de ser lo más cercano a ello. Esto es... Es... ¡Es un prostíbulo!-. La manera en que se lo digo es histérica, y con el tono de voz es alto, pero nadie más que él nota mi exaltación.

Me pide bajar el tono y tranquilizarme. Pero no puedo.

-Cariño, no te subleves, por favor- me pide; ruego los ojos.- También, no uses un término tan feo como "prostíbulo" para definir el lugar-. Mi histeria aumenta ante sus palabras. Que cínico es.- Ve esto como un centro recreativo- sugiere.

-Pues yo no le veo lo divertido- digo con cierta mofa; él pone los ojos en blanco-. Para empezar, ¿cómo es que eres dueño de este lugar? ¿De dónde te ha salido la brillante idea de vivir de esta cosa que me es difícil definir? ¿Te has detenido siquiera a pensar en el infiero que viven estas niñas estando esclavizadas en este lugar?

-¡Bájale a tu histeria, Thalia Winslow!- gruñe tensando cada músculo de su anatomía.- ¡Para ya! ¡Basta de drama y escúchame!

Siento sus manos cernirme los brazos con brutal fuerza que sus dedos se hunden en mi carne.
Prosigue:

-Ellas están aquí por propia voluntad. El edificio completo es solo para ellas, nosotros le damos una buena vida a cambio de su trabajo y...

-¿¡Buena vida!? ¡Qué tipo de burla es ésta!?- suelto.

-¡Cállate, he dicho!-. Su tono de voz es alto, demandante, amenazador; me somete a obedecer.- Perdón por ocultártelo, pero es que sabía bien lo intensa que te pondrías. Ya te dije que esto no fue idea mía, mi padre me lo ha pedido hacer, y ahora que conoces los negocios, lo mínimo que puedes hacer es tener un poco de gratitud, porque es de aquí de donde sale la plata para que vivamos del modo que vivimos, también; queda decir que fue es aquí de donde ha salido la plata que invertí para salvar de la ruina a la empresa de tu familia.

-¡Eres un maldito!- le lanzo.

-Sí, cariño, soy un maldito- expresa.- Soy tu maldito dueño, recuérdalo todo el tiempo.

Me quedo sin habla y cierro los ojos intentando contener las lágrimas que su mismo chantaje de siempre, me provoca; además, sus últimas palabras, su afirmación, mi maldición,... me duelen.

«Maldito».

Un estruendo me hace abrir los ojos de pronto, me ubico en el lugar y echo la vista hacia la zona de procedencia, donde una chica está alarmada intentando calmar a un bestial hombre; por la bandeja en el suelo, la camisa mojada del sujeto y la temerosa expresión marcada en el rostro de la chica, creo que ella se ha tropezado y derramado las copas de licor sobre el hombre, el cual está muy molesto, y de la nada, entre tanto ajetreo y disputa verbal, le da un golpe en el costado a la indefensa y frágil muchacha.
La chica se precipita al suelo sobre los fragmentos de crista que yacen rotos y esparcidos.

-¡Maldita zorra ciega!- le gruñe el maldito animal ese disponiéndose a acertarle ahora una patada a la herida joven.

Miro a Ulises en busca de ayuda. Al tiempo en que choco con su rostro, observo que él ya ha entado en reacción y le hace señales a uno de los guardias de la puerta.
Un par de hombres vestidos de traje negro llegan al endiablado hombre y lo frenan antes de que pueda darle una segunda patada a la chica.
Ella, echa un ovillo sobre el suelo suplica piedad pidiendo una y otra vez disculpas.

En cuanto los hombres de negro se llevan a arrastras al sujeto bestia, corro hacia donde se haya la muchacha, quien da arcadas y se sostiene fuerte el área del estómago con sus ensangrentadas manos; al llegar a su lado, me doy cuenta que también tiene heridas en las rodillas y en el muslo derecho, así como de seguro, un moratón en el costado por los golpes recibidos.

-Tranquila- le susurro, pero ella está tan aporreada que apenas consigue soltar un gemido.

-¿Te encuentras bien?- indaga Ulises acercándose. Estoy cerca de responderle que no, que no lo estoy y que todo es por el hecho de ver el maltrato que le ha perpetuado a la chica el maldito animal que acaban de sacar, pero me percato de que no se ha dirigido a mí.

-Sí, señor. Estoy bien. Fue un sólo un accidente... Discúlpeme- dice la chica soltando gemidos entre palabras, y haciendo una tonta reverencia.
Se le nota el miedo en la mirada.

-Recoge el desastre, ve a limpiar tus heridas y luego puedes irte a descansar.

-Sí, señor. Gracias.

Ulises ayuda a la joven para ponerse de pie, le regala una estúpida sonrisa y ella otra absurda reverencia, mientras que yo los observo, en especial a él, intentando entender el agradable gesto y trato.
Ulises me toma de la mano para llevarme de vuelta al sillón en forma de "U".

Nos sentamos.

-¿Te parece que les están dando una buena vida aquí cuando lo que reciben son insultos, golpes y patadas?- espeto a Ulises.

-Oh, cariño, yo no he dicho que todo es color de rosa- dice burlón. «Maldito cínico» pienso.- Cosas como estas suceden de vez en cuando, pero hasta ahí. Nunca pasa a más. Nosotros no podemos evitar este tipo de acontecimientos, ellas son quienes deben evitar que los clientes les traten mal. Si las chicas son tiernas, complacientes, sumisas... Los clientes estarán felices, y ninguna de ellas no tendrán problemas.

-¡Que las asesinen es culpa de ellas, entonces!

-Pereces no entender, cariño...

-No entiendo, me cuesta mucho. No lo haré, me es imposible- suelto al fin llena de coraje por su cinismo y afán por burlarse de mí.

-Si sirve para calmarte un poco, déjame decirte que nosotros las cuidamos. No permitimos que a las chicas las toquen más allá de lo que se permite. Nadie puede tratarlas de una manera ajena a la que deben ser tratadas. No se permite el sadomasoquismo extremo, ni la violencia en la relaciones íntimas, mucho menos el golpearles sin razón alguna o por simple gusto. De ser así, terminaran como el sujeto de hace rato.

-¿¡Echados del lugar y ya!?- digo con sorna.

-No es solo echarlos y ya. Pagan por su ofensa- declara.
Espero algo más, pero no hay nada más.

«Pagar, ¿cuál es el significado de ese término para él?».

La puerta principal de lugar se abre para darle entrada a un hombre algo mayor, aparentado más o menos a Aníbal, con tonalidades grisáceas en el cabello, viste un traje negro de saco y corbata. Su porte es impecable.
Ulises se levanta del asiento y va hacia el sujeto, se estrechan la mano y luego de saludarse se carcajean un poco; mi esposo señala en la dirección en que me encuentro, el recién llegado asiente y en poco tengo a ambos ocupando lugar junto a mí; Ulises a mi lado y el hombre en el otro brazo del sillón, frente a nosotros.

-Cariño, te presento a Federick Wiselftown- me dice Ulises.- Es un amigo de mi padre desde hace ya muchos años, y recientemente se ha hecho socio mío.

-Gusto en conocerle, señor- digo extendiéndole la mano.

-El gusto es mío- dice el hombre. Su tono de voz es grueso y su acento es mucho más latino que otros que había escuchado. Peruano.- Es una mujer muy hermosa. Es toda una begum, y muy joven- añade escrutándome, algo que me incomoda. Ulises me abraza por detrás y simula sonreír; es obvio que también le irrita las palabras del hombre.- ¿Qué edad tiene?

-La edad de mi amada es un misterio- responde Ulises.- Lo siento.

-Lástima, pero si me permiten, yo le calculo unos veinticinco- expresa el inquisidor, quien casi atina. Se pasó por unos números.

-¿Tu hijo es esa edad, cierto?- le indaga Ulises.

-No, él tiene veintisiete- responde.

-Recuerdo cuando venías con tu esposa a nuestra casa, y Melme, tu hijo y yo, jugábamos en los jardines- comenta Ulises.

-¡Sí, qué días aquellos!... Pero ahora, Duarte ha crecido, mucho. Es todo un hombre- dice con cierto tono de pena, y puedo comprender por qué, pues aunque yo no tengo hijos (y estoy muy lejos de tenerlos), se bien que cuando los hijos crecen, es muy difícil mantenerlos cerca.
Un día simplemente debemos irnos, para siempre.
Como yo ahora que estoy fuera de casa.

-Bueno, dejemos de hablar de eso- sugiere Ulises. El rostro de Federick vuelve a tomar un avivado brillo.

Mi esposo llama a una mesera, quien poco luego, nos trae tres copas, una más pequeña que las otras dos, la cual me entregan a mí. Federick y Ulises brindan entre ellos, luego se hunden en una de esas típicas conversaciones de hombres que difícilmente consigo entender; esas charlas donde hablan de negocios (quiero no pensar en qué tipo de negocios), inversiones, socios...
Cosas que a mí me importan un bledo.

Doy un sorbo al líquido de mi copa, que tiene un color y olor llamativo aunque su sabor no es muy agradable, y hago una mueca al tragarlo; posteriormente, pierdo la mirada en mi entorno.

«¿Cómo puedo vivir acosta de esto

El lugar continua pareciéndome un infierno: los clientes son los demonios, y las chicas, las almas en pena. Afligidas. Por un momento me cuestiono el por qué están ahí. Ulises ha dicho que hacen esto por voluntad propia, pero ¿qué las obliga a estar aquí? ¿Necesidad? ¿Gusto? ¿Mala suerte? ¿Son un negocio al igual que yo? ¿Qué es de su vida? ¿Acaso tienen una?

Me gustaría conocerlas, y quizá, ayudarlas; preguntarles si les gusta estar aquí, aunque es claro que si están por elección, no tendría importancia esta cuestión.
Las miro y me siento el ser más despreciable, vil y miserable del mundo. ¿Por qué? Porque a mi parecer, ellas con sus sacrificadas vidas me permiten tener la vida de acomodos y lujos que tengo, una vida que ahora que sé de donde proviene, no quiero.
Pero ¿qué puedo hacer? No puedo escapar de ello, pero tampoco hacer como si no existiera.
¿Aceptarlo? Eso no va a ser tan fácil.

Doy otro sorbo a la copa y el amargo sabor inunda mi paladar y entumece mi lengua. Continuo siendo invisible para mis acompañantes, quienes se carcajean en alto. ¿De qué se ríen tanto? No sé. Los hombres se ríen hasta de lo más ilógico y estúpido que pueda haber. He ahí una muestra de la falta de oxígeno en sus remotos cerebros, y/o de la inexistencia de inteligencia y juicio en su mayoría.

Clavo los ojos en una de las chicas que está sobre el escenario, verla moverse al ritmo de la melodía que suena en el fondo, me llama mucho la atención; además, varios de los embriagados hombres la vitorean.
Es una reina de la seducción con sus sutiles movimiento e impecable belleza y estética; ella lo sabe y conoce cómo hacer de dichos atributos, sus armas.
Sigo contemplándola.

El baile siempre me ha llamado la atención, es como la forma en que el alma expresa lo que siente a través de los movimientos, y más aún, cuando a los pasos se le une una serie de sonidos en modo de melodía, la otra manera que existe de expresar los sentimientos del espíritu.

En Jacksonville, solía ir a teatros y recitales de danza, motivé incluso a Alexandria para que entrara a clases de ballet.

Sí, el baile es algo que me fascina, y por eso, al observar a esta chica sobre el escenario, no puedo evitar fantasear con ello.

La idea que atraviesa mi cabeza es tan descabellada y tonta que tiene bajas posibilidades de cumplirse, pero aun así, decido ponerla en marcha, y sin siquiera detenerme a pensar en cómo resultará, a pensar en mí o, a pensar en él.

-Ulises...- lo llamo. Él pausa su charla con Federick y me escrudiña aun conservando una sonrisa en el rostro.

-¿Qué pasa, cariño? ¿Ya quieres marcharte?-. Aunque eso es algo que ansío, me limito a contestarle. Levanta una ceja intrigado.

-Ulises, quiero bailar... como lo hace ella... ahí- digo firme señalando hacia el escenario.

La sonrisa en su rostro se esfuma en automático.

-No- suelta sin expresión ni flexibilidad.

-¿Ulises, por qué no?

-Porque no, Thalia, y no insistas.

-Me gusta el baile, y quiero bailar como lo hacen ellas.

-Ellas lo hacen porque así yo quiero que lo hagan, y yo ahora, no quiero que tú lo hagas.

-Por favor, sólo una vez... Ya que seré tuya eternamente, al menos dame diez minutos de felicidad.

-¡Oh, pero que intensa es tu esposa!- expresa Federick en tono bromista y se carcajea.

Ulises lo fulmina con la mirada por un segundo.

-¡No, es no, Thalia! ¡Basta! Por favor, cállate.

-Ulises permítemelo, será algo especial para ti- suplico tomando su mano, pero ni esta acción hace que merme su severidad ante mi petición.

La risa de Federick parece molestarle aún más, y pronto, su cuerpo emana calor.

Callamos. Su silencio me hace aceptar que no me saldré con las mías, así que me aparto de su lado, cojo mi copa y de un jalón me tomo el restante de su contenido. Siento claro el modo en que me quema la garganta.
Observo que Ulises, se rasca la parte trasera de la nuca evitándome en todo momento.
Su machista actitud y egoísmo me ha llenado de coraje. Él sí quiere que yo le obedezca, y me chantajea si no le hago caso, pero él a mí sólo me ignora, y se empeña en hacerme infeliz.
Pero, ¿qué otra cosa me podía esperar del hombre al que me han vendido?

Veo que Federick, frente a nosotros, tiene una sonrisa socarrona iluminándole el rostro, y en sus ojos brilla algo que puedo descifrar como deseo, quizá el deseo de por mí.
Me llena de hastío a igual que cada que Aníbal me escruta, sin embargo, le sonrió enternecida.

-Hombre, porqué no le permites a tu esposa lo que pide. Quizá y te sorprenda- comenta a Ulises, quien poco luego, carraspea.

-Está bien, cariño... Ve- dice al fin.

-¿¡Enserio!?- exclamo.

-Cinco minutos y te bajas de ese escenario, o de lo contrario, yo iré a por ti.

-Sí, gracias, amor- declaro y le atisbo un ridículo beso en la mejilla. Me veo tonta con esta infantil actitud, lo sé, pero realmente me alegra que me haya dado "permiso".

Ulises llama a una de las muchachas y le ordena que me apoye. La mujer acepta gustosa, y al cabo de un rato nos alejamos de mi esposo y su acompañante, el cual, echa una carcajada.
«Sí, ese maldito viejo desea verme con poca ropa». Ojalá no le dé un paro cardíaco.

En el camino hacia lo que parece ser el área de los vestidores, escudriño a la chica guía: es de más o menos mi estatura, aunque se ve un poco más por los tacones que lleva puestos, su cabello es negro azabache, lacio y largo, tiene piel clara y de apariencia suave, es delgada con pechos y glúteos voluminosos, caderas perfeccionadas y curvas anatómicas muy bien definidas.

-Me llamo Shontay- dice la chica sacándome con su sutil voz (otro atributo sensual que tiene), de mi trance evaluativo.

-Mucho gusto... Yo soy Thalia- digo sonriéndole y extendiéndole la mano. Ella me la estrecha.- ¿Eres bailarina?

-Soy más o menos una encargada del sitio. Una organizadora- contesta.

¡Vaya!, es una de los responsables del martirio de que padecen las chicas en este lugar, al igual que Ulises, al igual que yo.

-Eres la señora Falcon, ¿cierto?- me inquiere.

-Sí.

-Vaya, que afortunada eres...- exclama con cierto tono irónico.- O quizá, no tanto- murmura.

No comprendo.

Llegamos a los vestidores, Shontay me ofrece ocupar su área, ya que ambas somos de complexión similar y creo que también de edad. Me sugiere un atuendo algo atrevido de seda y encaje en color negro. Sin dudar de su elección, me lo encajo y compruebo que no se ha equivocado. Me queda a la perfección. Mi busto resalta y se me ven sexis las curvas de la cadera y la espalda.

Me siento irresistiblemente seductora.

Shontay me hace sentar frente al tocador y comienza maquillarme.

-¿Y cómo es que terminaste casada con el poderosísimo Ulises Falcon?- pregunta ella. Me sorprende que no esté basada en las trivialidades como las demás personas, y simplemente me tutea; es como estar hablando con una amiga de toda la vida.

-Pues por amor, es claro que no- respondo. Ambas echamos a reír.

-Entonces, ¿por interés?

-No, para nada. ¿Yo, interesada en él? ¡Bah!-. Volvemos a reír.- La verdad es que terminé con él por cosas de negocios entre él y mi padre. Una inversión en la empresa familiar a cambio de matrimoniarme con Ulises.

-¡Vaya! No eres más que una mercancía, entonces.

-Sí, lastimosamente esa es la realidad de mi situación.

-Qué pena- se lamenta ella dándome palmaditas en los hombros.

-Y tú, ¿por qué estás acá?

-Pues simplemente, porque me gusta la vida cara, pero nací pobre-. Una vez más reímos.

-Pero te puedes marchar en cuanto ya tengas el dinero suficiente.

-Querida, el dinero jamás será suficiente, siempre se quiere más, y más... Además, estás equivocada en eso de poder marcharte.

-¿Cómo? ¿No puedes salir de aquí? ¿Estás prisionera?- cuestiono pensando un momento en que Ulises me ha mentido y sí están esclavizadas aquí.

-No... Nada de eso- responde poniéndome labial.- Puedes salir del edificio, pero con la condición de que regreses. No lo puedes abandonar.

-Y eso, ¿por qué?

-Porque tu vida ya no te pertenece a ti, le pertenece a ellos. Tus dueños... Tú, yo, las chicas,... no somos más que mercancías, tu maridito es uno de los comerciantes, y ellos, los bestiales tipejos que vienen aquí, los compradores. Querida, estamos en sus manos y ellos pueden entregarnos a quien quieran. No somos más que mercancía.

-Pero yo soy su esposa- expongo.

-¿No acabas de decir que pagó para tenerte?

Aquella insidiosa cuestión hace que me quede absorta. Ella me ha abierto los ojos. "Mercancía", sí, eso es lo que somos, parte de un negocio.
Ulises mi comprador; Alonso Winslow, mi vendedor; yo, la propiedad, el trato, el negocio.

Las palabras de Shontay suenan en mi cabeza.

Shontay comienza a cepillarme el cabello, creo que planea dejármelo suelto, no le pongo objeción, pues sus palabras me han dejado pensativa. Al terminar de cepillarme el cabello, me da a escoger entre su colección de zapatos aquellos que me agraden, escojo uno de tacón alto, no son mucho de mi gusto, pero se ven acordes con el atuendo. Practico un poco el andar y hago unos giros para aflojar las articulaciones.

-Listo. Estás fenomenal- halaga.

-Gracias, todo es tu trabajo. Lo haces bien, eh.

-Claro, sé bien como poner hermosas a mis niñas-. Reímos, aunque ciertamente su comentario a mí me causa más pena que gracia.- ¡Hazlos arder, Thalia!

Reímos. Caminamos hasta el pie de la escalera que sube al escenario, ya ahí nos separamos. Shontay me avisa que le dirá al presentador que me prepare una entrada, así que ahí me quedo. En la espera, la música de ambientación desciende de volumen. Pienso en que haré cuando esté sobre el escenario; sé bailar, me gusta hacerlo, pero eso de montar un espectáculo de improviso no es nada fácil. En eso estoy, pensando, cuando suena la voz del presentador.

-Caballeros, por única ocasión, a petición especial y en dedicatoria al señor Ulises Falcon, su anfitrión del Wings Of Velvet. Hoy tenemos una presentación estelar, única repito, pero de seguro, será inolvidable-. Hace una pausa, tiempo que aprovecho y me posiciono en el entarimado conservándome oculta tras las cortinas. El conductor del programa prosigue la presentación.- Caballeros, fuerte los aplausos para recibir a Black Lady.

El seudónimo no me parece raro, "black", supongo que es por el color del atuendo, y "lady", pues porque estoy casada.

Escucho los vítores. Se empiezan a abrir las cortinas de seda que me mantenían oculta, y apenas me han descubierto medio cuerpo y ya toda la hombrada está gritándome y aludiéndome como perros en celo; comienzo mi procesión hacia el centro de escenario. La pista sensual que se oye al fondo me anima a producirlos primeros movimientos. Al llegar al centro del entarimado, busco a Ulises con la mirada, al encontrarlo me sorprende la rigidez con que me observa, aunque está atento a cada cosa que hago. Parece no estar divirtiéndose. ¿No le gusta acaso?

Mi improvisado baile transcurre con sutiles movimientos que intento que parezcan seductores: levanto las manos con suavidad, muevo las piernas y los hombros, la cadera y la cabeza; intento parecer atractiva y no ofrecida. Me desplazo por el escenario al son melodioso de la música, me acaricio los hombros y la cintura. Los vítores, silbidos y comentarios grotescos y lascivos que me lanzan los espectadores, son notorias, en cierta parte me incomodan, pero no me detengo. A Ulises parece no conmoverlo ni un tantito, ni yo, ni los enloquecidos hombres que quieren a toda costa devorarme con la mirada.

Cerca del final de mi danza, anexo algunos pasos en el tubo, un par de maromas y un splint perfecto con el cual culmino, pegando la frente al suelo y luego levantando rápido la cabeza con tal de que mi cabello se eche hacia atrás. Con la mano señalo al público.

Más vítores suenan. Sonrío complacida. Lo he hecho bien, supongo, pues Ulises me aplaude, sigue serio, pero me está aplaudiendo. Me pongo de pie y agradezco sonriendo y lanzando besos como tonta a todos lados. Distingo que Ulises me está haciendo señas, lo que significa que mis cinco minutos se han terminado. Doy unos últimos besos a mi adorado gentío de espectadores y me giro para abandonar el escenario. Es entonces que el sujeto, ebrio hasta los huesos, sube a traspiés al entarimado.

-Preciosa, espera... ¿Vos no querés conversar conmigo?... Venga, conversemos, ¿sí?- dice aferrándose fuertemente mi brazo.

-No, adiós- declaro apartándolo bruscamente, pero su mano se clava mucho más fuerte en mi carne, deteniéndome en un segundo, y rasgándome la tela del atuendo en otro.- ¡Suélteme!... ¡Por favor!... ¡Soltarme, carajo!-. Ah, caray, hasta lo latino me salió.

-Hermosa, espera... Vamos a hablar... Vos sabés que estás preciosa-. Su apestoso aliento alcohólico me aturde, lo empujo sin importarme que se lleve la manga del traje entre sus dedos, y me apresuro a salir de su alcance, sin embargo, él vuelve a cogerme, y está vez no consigo librarme de su agarre.

-¡Que me suelte!- suplico.

-¡Bésame! Vos dejá que te bese.

Busco el modo de apartarlo pero no encuentro alguno, echo un vistazo a mi entorno, los uniformados de negro se precipitan al escenario. Rescátenme. El hombre sigue balbuceando cosas que no comprendo, ya no le tomo interés, pues no es él quien me preocupa sino, Ulises, a quien Federick trata de contener, ya que intenta abalanzarse contra el frente y mantiene la mano dentro del ala izquierda de su saco. Está molesto, grita y empuja al hombre con fuerza.

Los guarros están ya casi sobre el escenario, pero los resecos labios del hombre que me aprisiona están mucho más próximos a los míos. Me sujeta la mandíbula y pega su hedionda boca a la mía. Contengo el vómito y cierro los ojos mientras que su asquerosa lengua busca abrirse paso entre mis labios.

Entonces, ensordecedor se escucha el estruendo y el tiempo parece congelarse. Abro los ojos de golpe, aunque es más por el efecto que me producen las calentitas gotas que siento caer sobre mis mejillas, que por el resueno del disparo que me tiene paralizada.

La presión en mi brazo se aplaca, y veo al hombre caer al suelo de costado con el agujero en la sien, los ojos sin vida, aun abiertos, y el intenso carmesí brotando a borbotones de ese punto. Los gritos de las chicas se alzan. Atónita, sigo con la mirada la dirección que ha seguido la bala, lo que veo, me paraliza: Federick está con la mano sosteniéndose el puente nasal evitando el sangrado, tirado en el suelo a los pies de Ulises, quien aún conserva su rígida posición, tiene el ceño fruncido y no le tiembla absolutamente nada, ni siquiera el brazo que tiene levantado en mi dirección, esa, donde sujeta la plateada pistola de donde detonó el disparo.

No puedo ni siquiera formular un juicio. Estoy atónita, anonadada, enervada, inmutada.

¿Ulises es un asesino? ¿Asesino?

No resisto verlo más y salgo a trotes del escenario. Corro por el pasillo que lleva a los vestidores y entro en el cubículo de Shontay; me apoyo en el tocador para no caer e intento recuperar la respiración tomando bocanadas de aire. El cuerpo me tiembla, las lágrimas se me acumulan en los parpados, el corazón me retumba fuertemente, y mi cabeza no deja atrás la terrible escena. Me miro en el espejo, sólo para aterrarme mucho más. Ahogo un grito al ver las pringas de sangre en mi cara, me las restriego, pero se me han pegado a la piel y no salen.

La puerta se abre de golpe, en el reflejo del espejo veo a Ulises entrar, con arma en mano. Mi terror se amplifica. Él se me acerca por detrás, pero yo me alejo temiéndole.

-Thalia- dice queriéndome sujetar del brazo.

-¡No me toques!-. Se detiene, pero clava su mirada en mí.

-Cariño, por favor escuch...

-¡Lo mataste! ¿Por qué lo mataste? ¡¿Por qué?!

-Porque quebrantó una ley, debía recibir castigo.

-¿Cuál ley? ¡No existe ley que se castigue con la muerte hoy en día! ¡Por Dios!

-Aquí sí las hay.

-¡Bastaba con que lo expulsaran del lugar!

-¡No habías dicho que eso era una regla tonta!-. No digo nada, sólo gimoteo.- Ese malparido te deseó, te tocó, te besó... Aquí no puedes tomar lo que no es tuyo, y tú eres mía... Sólo mía... Nadie puede tomarte, tocarte, desearte, pensar en ti siquiera. Nadie puede...- declara, está endiablado y no deja de agitar la pistola. Sigo gimoteando.- Tú eres mía, Thalia, nadie más puede estar contigo... Quien lo haga, que asuma las consecuencias... Las mortales consecuencias- sentencia poniéndome la punta del arma bajo la barbilla.

-¡Huh!- exclamo con lágrimas escurriéndome por las mejillas.

Nunca antes lo había oído hablar como lo hace ahora, está celoso, enojado, exaltado; en sus castaños ojos arde la ira, y de seguro, por sus venas tensas de su cuello y todo el cuerpo, corre la rabia en forma de lava. Quemándolo.

-Cálmate ya- ordena con frialdad.

-No puedo...- admito. Ulises se aparta y camina por el sitio-. Tal vez, tú lo mataste, pero yo, yo lo vi morir... Así que no me pidas que me calme, porque no puedo... Su sangre cayó sobre mí, sentí como la bala le atravesó los sesos, como se reventaron sus ojos como globos y como el alma se le fue rápido, y...

-¡Cállate! ¡Cállate! ¡Cállate! ¡No debí traerte aquí! ¡No debí dejarte bailar! No debí... No debí... No debí...-. Hace gesto de estar harto, me da la espalda y empieza a maldecir, golpea la pared, los muebles y rompe de un puñetazo el espejo. Me asusta mucho verlo así de endiablado. Lo único que puedo hacer es maldecirme por lo maldita que es mi vida.

Mis ojos siguen desbordándose, cada vez más fuerte. No sé qué esté pasando afuera de los vestidores qué habrán hecho con el cuerpo del hombre, o si han cerrado el lugar. Lo más seguro es que no han hecho nada, no llamarán a la policía, sería algo estúpido; lo más posible es que levantarán el cuerpo del hombre, lo meterán en una bolsa de plástico negra y lo irán a arrojar al fondo de algún barranco o en un basurero.

Ulises resopla, se guarda el arma y se arregla el cabello y el saco.

-Vístete- ordena.- Nos vamos...-. Yo asiento temerosa.- ¡Ahora! ¡Ya!- grita.

En vivo acto tomo el abrigo y me lo encajo, ya que es grande y me cubre hasta las rodillas. Ulises me sujeta bruscamente por el brazo y me saca casi a arrastrar del lugar, el cual parece no haber sido testigo de un asesinato. Me mete al auto con la misma brutalidad con que me ha traído, y me asegura con el cinturón.

Nos ponemos en marcha rápido.

No dejo de llorar ni de pensar en aquel hombre durante todo el camino, sigo viendo la escena en mi cabeza. Ulises está como fuera de sí mismo, callado y serio; no hay marca en él del Ulises entusiasta y jovial que conocí en el alba de nuestro matrimonio, incluso tengo miedo, aunque es un miedo más por él, que por mí.

-¡Basta, Thalia! ¡Para de lloriquear!

-No puedo...- expreso sollozando.- No puedo creer que tengas la sangre tan fría para matar a alguien sin que te tiemble la mano.

-¡Por favor! Ya estoy acostumbrado.

-¿No es la primera vez que asesinas a alguien?

-No... Matar es el pan del día en un mundo como este- expone encarándome.

-Querrás decir en tu mundo...

-Nuestro mundo- corrige.- Porque desde el mismo instante en que te casaste conmigo, ya eres parte de él... Un mundo donde esto es apenas el comienzo-. Su modo de hablar, tajante y severo, comienza a confundirme; tomo aire y lo encaro.

-¿Qué quieres decir con eso? ¿Hay algo más que deba saber? Si es así, dímelo.

-Como quieras, sólo te advierto que no te va a gustar- anuncia. Trago difícilmente saliva. Ulises resopla y prosigue.- El prostíbulo, porque el Wings Of Velvet es eso, un prostíbulo, es apenas una de las tantas empresas, como tú dices, que dominamos mi familia y yo...

-¿A cuántas niñas más prostituyen? ¿Qué clase de monstruos son?

-No somos monstruos, somos los dueños del continente- la manera en que lo dice, burlona, me hace odiarlo. Lo odio. Y me odio por hacerme odiarlo.- En cuando a las chicas, no hay más chicas, sólo tenemos el Wings Of Velvet, las demás empresas están orientadas a otros objetivos... Las llamamos "Laboratorios", "Lavaderos", "Base de control", "Almacenes".

-¿Qué hacen?

-De todo... Desde lavado de dinero ilegal, hasta compra y tráfico de órganos, drogas, armería, personas...Y la lista continúa.

Mis lágrimas se esfuman en seco, el ritmo cardíaco y la respiración se me entrecortan. Pierdo el habla y la sensibilidad. Ulises sigue hablando, mis oídos lo escuchan atentos, pero mi mente vaga en busca de una salida, la cual, parece no existir.

Nunca antes me había puesto a pensar en mi extraña realidad, nunca antes me había puesto a pensar en la multimillonaria cantidad de dinero que tiene mi esposo y su familia, tal vez porque yo estaba acostumbrada a una vida cara, pero notablemente, los Falcon tienen diez veces más dinero que mi familia y que cualquier otra que conociera. Sus lujosas mansiones donde viven eran una buena señal, pero no me fije en ello; la fina y cara ropa que visten, la cantidad de sirvientes que tienen a su dominio, y los autos de la mejor industria, que conducen. Jamás me hubiera imaginado, o quizá si me hubiera tomado el tiempo de estudiarlo e investigar al respecto, sí; pero no lo hice. No me había dado cuenta de mi realidad, hasta ahora... Y ahora, ya es tarde.

Todos aquellos lujos y la calidad de vida que me ofrece Ulises, sale de ahí, de las "empresas", sale de esas muchachitas encerradas en el prostíbulo, salen de todas esas personas que son asesinadas para que les extraigan y comercialicen los órganos, salen de todas esas transacciones de dinero ilícito... Todo sale de los negocios de ese mundo del que he empezado a formar parte desde el mismo instante en que dije: "Sí, acepto".

Levanto la mirada, encontrándome con lo oscuros ojos de mi esposo fijos sobre mí.

-De ahí vivimos... Bienvenida al reino de la mafia y el narcotráfico- declara.

«¡¿Mafia?! ¡¿Narcotráfico?!».

-¿Eres narco?- inquiero aun con aires de incredulidad. Él sonríe sarcástico. Siento una acuchillada en las entrañas, duele y mucho; una lágrima más baja por mi mejilla, pero él pasa suavemente su mano para borrarla. Baja el rostro, apenado me parece.

-Perdón...

¿Qué? ¿Enserio está pidiéndome perdón? ¿A qué juega? Es lo más estúpido y que menos me esperaba que dijera.

-¿Perdón? ¿Crees que eso es suficiente?-. Él no dice nada.- Yo no quiero ser parte de esto. No quiero.

-Pero no es tan malo como crees- busca justificarse. ¡Que no es tan malo! ¡Será cínico!- ¡Cálmate, por favor! No es tan malo como parecer ser, cariño. El maldito aquí soy yo, soy el rey de este negocio, y usted...-. Toma mi mano y da un beso en el dorso.- Usted es mi reina, y lo será siempre... Tendrás la corona todo el tiempo, preocúpate sólo por crear mandatos.

«Sí que es cínico. Malparido embustero».

Pienso en Alexandria, de seguro ella pagará por mis errores, mis decisiones, pero esto que me han hecho, Ulises y Alonso, es demasiado. No lo voy a aceptar. No lo haré.

-Estás mal si piensas que formaré parte de esto- le escupo, él entrecierra los ojos y me suelta la mano.- Antes de convertirme en alguien como tú, antes de permanecer eternamente al lado tuyo. Antes de todo esto, preferiría la muerte- declaro abalanzándome hacia la puerta del auto, la abro y me arrojo al exterior.

-¡Thalia!- grita Ulises desde el auto en marcha.

Ruedo, ruedo y ruedo, se me incrustan piedrecitas en la carne y algunas otras, me cortan; duele, pero es un dolor soportable. Me detengo al fin, adolorida y magullada.

«Alexandria, perdóname... No voy a llamarte esta noche».

*****†*****


Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro