Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

VII

Después de mi prometedor y tan a la vez falsísimo deseo, y el beso que me da Ulises, llegan los vítores y posterior, los abrazos.

  Me aprietan, me estrujan, me arañan… No son muy tiernos los abrazos que recibo, aunque tampoco, muy lindos los que regreso; en especial, a mi queridísima cuñada.

  Melme me odia, se descifra eso a kilómetros, pero es una perfecta hipócrita que sabe bien como disimularlo. O eso es lo que ella cree.
  Después de las felicitaciones, la fiesta se desenfrena por completo, y tal como sucedió en la boda, la gula le gana a la mayoría de los presentes, incluido Aníbal. La templanza resiste en unos pocos, como en el pretendiente de Melme, que se llama Iván, y es hijo de uno de los socios del padre de su conquista. Ulises también se limita, si algo le reconozco es su capacidad para abstenerse. Lo hace parecer fácil, y me alegra que al menos no sea un alcohólico mala copa.
  Bailamos largo y tendido rato, al igual que Melme con Iván, quienes parecen dos trompos dando vueltas al son de las canciones que inundan el gran salón.

-¿Te estás divirtiendo, cariño?- me pregunta Ulises.

-Honestamente, sí- expreso.- Te juro que pensé en aburrirme, pero no es así. Tu padre sí que sabe hacer buenas fiestas- añado.

-Todo lo planea Melme, mi padre sólo le da el toque de la ridiculez- expresa él haciendo énfasis en la última palabra y atravesando a Aníbal con la mirada, pues en este momento, su padre está dando vueltas como un demente en el suelo. Dizque según bailando, pero esta tan ebrio que ya ni mantenerse en pie logra.

-¡Ay no, que vergüenza!- expresa Melme cubriéndose la cara con las manos, y descifrando con ello que en efecto, a este par le apena su padre.

-¿Qué clase de hijos son?- escupo sin pensar. Ulises y Melme me escrutan.- En vez de estar avergonzándose de lo que hace su padre, deberían llevarlo ya a su habitación. Está muy mal para seguir en la fiesta. Si se lo llevan ya, será mejor para ustedes, porque así no seguirán viendo las ridiculeces que hace y que a ustedes les avergüenzan mucho más que a él.

-Tienes razón, cariño- admite Ulises.- Iván ayúdame a llevármelo- ordena apartándose de mí. 

-¿Quién te crees, Thalia, para decirnos qué hacer? ¿La madre Teresa ayudando a los desamparados?- me escupe Melme en cuanto mi esposo y su novio tratan de levantar del suelo a su padre.

-No me creo nadie, porque no lo soy, simplemente no me gusta que existan personas que disfrutan de la humillación ajena- digo.

-Aquí, Thalia, las cosas son diferentes. Aquí nadie le tiene respeto a nadie. Si te haces el noble terminas así- dice señalando a su padre.- Siendo un estorbo y necesitando de los demás. Aquí eres tú contra todos sin importar que tan importante digas ser. ¡No vales nada!... Y en algo sí que tienes razón… ¡No eres nadie!

  Melme se aparta de mí. Echo la mirada hacia los muchachos que llevan a Aníbal casi a arrastras, mientras que la fiesta sigue como si nada estuviese pasando. Ulises regresa conmigo y me invita a seguir bailando, lo cual hacemos, pues me asegura que su padre estará bien ya que sus ayudantes le asistirán.

  Bailamos un buen rato más, pero cuando su copa se vacía, se retira para llenarla dejándome dando vueltas a tontas y a solas en medio de la pista. Iván no ha regresado, de seguro se ha ido como perro faldero tras Melme, a quien tampoco he visto desde nuestra colisión, cosa que no me interesa. No busco ser su amiga y entre más menos nos tratemos, es mejor; no quiero desacomodarle sus perfectos rizos ardientes.

-Señorita…- escucho de pronto a mis espaldas, y me giro en automático, encontrándolo de pie frente a mí en su severa postura de manos sujetadas detrás de la espalda, sonriéndome.- ¡Feliz año nuevo!

-¡Oh, Phillip, me alegra verte aquí!- expreso.

-Bueno, el señor Aníbal ha permitido que la servidumbre sea parte del festejo también- comenta rascándose la cabeza y sonriendo otro poco.

  “Servidumbre”, ¿eso se cree?, para mí no le es.

-Como sea, me alegra que estés aquí- expreso. Y es cierto, me siento de cierto modo feliz por verlo, es de esas pocas personas que me agradan, de cierta manera. Es reservado, atento, serio y distante, además de que no es feo; justo ahora parece el doble, el triple, de atractivo de lo que es: tiene puesto un smoking de color verde militar, lo que hace que sus celestes ojos resalten en su pálido rostro contrastado con su dorada melena.

  Nos sonreímos.

-Me da gusto que el festejo de inicio de año lo esté pasando en compañía, no como la fiesta de Nochebuena- expresa.

-Sí, es mejor que estar sola en casa lloriqueando- comento.- Aunque siendo honesta, prefiero la exclusividad de casa; aquí hay mucha compañía y no es muy agradable a mi parecer- admito.- Creo que todos me odian- lanzo en susurro.

-Debe ser porque usted es la más hermosa de todas las mujeres en este lugar- comenta y siento el calor concentrarse en mis mejillas.

-Gracias- expreso cabizbaja.- A ti, te sienta bien el verde- comento mirándolo de nuevo.

-¿No cree que es algo excesivo? Digo, todos aquí con sus trajes negros y azules bien formales, y yo como el bicho raro de traje verde. ¿No es ridículo?- bromea.

-Es único, tú eres único- comento y me fijo que le estoy tuteando, que estamos hablando como si fuésemos amigos. ¿Lo somos?

  Ulises se aproxima a nosotros cargando con dos copas, yo me aparto un poco de Phillip, quien al ver a mi esposo llegar hace una ligera reverencia, pero Ulises lo frena pidiéndole que se destense un poco, que estamos de fiesta, y que haga a un lado las formalidades; eso me parece raro, pues Ulises (siempre serio) ahora trata con Phillip tal como si se tratase de un amigo más que de un “sirviente”.

  ¡Dios!, debo estar enferma o algo así, porque el contraste entre la matizada piel de Ulises con la pálida de Phillip, sus estaturas (Ulises es unos centímetros más alto), sus colores de ojos y cabello, así como sus anatómicos y estéticos cuerpos, me hacen fantasear un poco, y vaya qué tipo de fantasías. De pronto, comienzo a transpirar un poco, y siento calor en la cara y mi zona baja.

-¿El ambiente aquí, qué te parece?- le pregunta el moreno al rubio dándole una de las copas.

-Está muy ajetreado, pero interesante- dice Phillip. Ulises ríe.

-¡Salud, hombre! Ojala continúes cuidando de mi bella esposa como sólo tú sabes hacer- declara Ulises levantando su copa y con la otra mano rodeándome por detrás.

-Claro, señor- dice Phillip haciendo una nueva reverencia. Choca sus copas y ambos se toman el contenido de un solo jalón; mi esposo palmea el hombro de Phillip y suelta una ligera carcajada.

-¿Otra?- inquiere señalando la vacía copa.

-Claro, señor- exclama muy valiente, Phillip.

  En eso, pasa por ahí un mesero con varias copas, Ulises lo detiene y coge un par, pero antes de que se marche el sirviente, le pide que le traiga una botella del mejor resguardo que tenga su padre en su vitrina. Los líquidos en las nuevas copas se esfuman tal como el de las anteriores; el mesero regresa en poco con una botella que le entrega a mi esposo.
  Ulises sugiere ir a una mesa y eso hacemos, pues como yo no tengo nada mejor que hacer, decido acompañarlos; ellos se sumergen en una conversación de hombres, mientas que yo, simplemente, me quedo en silencio siendo invisible para ambos, observando con desdén el panorama de la fiesta en mi entorno.

  Pasa de todo en aquella orgía. La gente come y bebe hasta hartarse, bailan hasta cansarse, ríen, gritan, lloran, se insultan en gracia, y hasta hay disputa; esto último lo provoca un primo de Ulises que no se resiste una broma, se enoja y termina repartiendo golpes. Su padre, un hombre más o menos parecido Aníbal, pero mucho más cano, se ve en la necesidad de abofetear al mala copa y sacarlo de la fiesta. Creo que se retira junto a su esposa tras el incidente, el mismo que parece no haberse suscitado, pues la fiesta continúa con naturalidad.

  El día se disuelve entre música y abucheo. Para el anochecer, los invitados empiezan a macharse, la mayoría ebrios; Aníbal se despertó como a las diez de la mañana con la mitad de los recuerdos de la noche anterior, borrados, pero aun así siguió bebiendo; ahora está tan alcoholizado como una cuba. Ulises por el contrario dejo de beber, junto con Phillip, desde la media tarde, pero aun así, está algo vagante.
  Ahora nos encontramos aun en el salón, Ulises y yo estamos, desde una mesa, mirando el desastre que ha quedado. «Pobre de los que van a limpiar este lugar» medito.

-¿Ya nos vamos a ir?- pregunto en cuanto puedo.

-Sí, mi padre quiere hablar conmigo antes de irnos, así que iré a ver qué es lo que quiere, para irnos lo más pronto- anuncia, me da un beso en la frente y desaparece por la puerta.

  Mi querida cuñada se une a mí en la mesa quejándose de un dolor de pies terribles que tiene tras haber pasado largas horas bailando. Ya no lleva puestos los zapatos de tacón sino ahora calza unas ligeras sandalias.

-¿No estás agotada?- me pregunta tallándose los pies disimuladamente.

  «No, porque yo no soy tan estúpida para haber bailado como loca toda la noche calzando unos zapatos con 15cm de tacón» pienso, pero me limito a decírselo.

-No- expreso.- No bailé mucho en realidad.

-¡Qué aburrida eres!- me escupe.- No entiendo por qué se casó Ulises contigo- se queja.

  «Pues yo no quería, casarse para mí no era opción, pero que va, viene tu hermanito y por sus huevos me tuve que casar con él», pienso, aunque tampoco se lo digo.

-Compartimos ese pensar, cuñada- digo.- Ulises te quiere mucho más que a mí, cosa que no me importa. Tal vez si le dices puedes conseguir que nos divorciemos- suelto con aires de esperanza.

-¿Tú no quieres a mi hermano, cierto?

-Yo no quiero a nadie, no quiero un esposo, no quiero una familia política, no quiero estar casada. Odio el matrimonio.

-Pues que pena, porque ya tienes un esposo, una familia política y estás casada. El matrimonio es ahora tu nueva realidad- concreta usando ese hilo de voz amenazante que la caracteriza.

  Como sé que esta conversación, si acaso lo es, no me llevará a ningún lado, prefiero romper con ella, y al presentir que Ulises no va a regresar pronto, decido salir del salón y subo a su vieja habitación; me tiro en la cama y entrecierro los ojos. A penas creo que ha pasado un parpadeo, pero no es así. Cuando Ulises me despierta llamándome en susurros ya han transcurrido horas.
  Le interrogo lo que ahora más me importa: irnos. Y cuando él me confirma que en efecto, ya no vamos, mi corazón salta de emoción al momento en que mi cuerpo abandona la cama con un brinco. Suelto unos grandes bostezos mientras descendemos la escalera. Los sirvientes ya llevan un gran avance en cuanto a la limpieza.
  En el jardín nos esperan Aníbal y Melme para la despedida, y cuando nos ven salir, el hombre se aproxima a nosotros tambaleándose mucho al andar. Sí que está muy borracho, su hediondo aliento alcoholizado lo confirma.

-¿En verdad, deben irse? ¿Por qué no aguardan hasta en la mañana?- pregunta Aníbal.

-Debemos retirarnos padre, queremos estar ya en casa para descansar. Ha sido una gran fiesta, estamos algo agotados- dice Ulises.

-Pues ni como discutirlo- dice Melme haciendo un puchero, lo que lleva a mi esposo a abrazarla y mimarla, patéticamente.

-Prometemos volver en cuanto se presente la oportunidad- comento.

-Claro, es un gusto tenerte aquí, preciosa- dice Aníbal tomando y besando el dorso de mi mano. Siento que su saliva me quema.

  Agradezco el asqueroso gesto del padre de mi marido, y discretamente aparto mi mano de su agarre. Ulises anuncia nuestra partida y Phillip, quien aguarda con la puerta del auto abierta, hace una reverencia al momento en que me introduzco en el vehículo. Mi esposo termina de despedirse de su familia y entra a mi lado. Mientras él concluye una última conversación con su padre, yo me quedo mirando por la ventanilla de mi lado, a la nada, a las sombras.

-Ya sabes, Ulises, debes hacerlo. Aun no comprendo cómo es que has descuidado esa parte. Es de importancia que lo sepa. Más vale que esté consciente-. Escucho que le dice Aníbal en tono algo severo a su hijo. No sé de qué hablan, pero el tono que ha usado, me ha desconcertado, al igual que la expresión en el rostro de mi marido, quien se limita sólo a asentir.- Adiós, preciosa ¡Cuídate!- me dedica Aníbal sonriéndome.

-Adiós, señor- expreso lo más agraciada que puedo.

-¡Adiós, Melme! ¡Adiós, padre!- expresa Ulises secamente. Cierra la puerta y alza el cristal.

  En auto comienza a moverse.

  La tensión vuelve entre Ulises y yo, y durante todo el camino no hablamos, ni siquiera cruzamos miradas. El teatrito del matrimonio feliz se ha terminado. Gracias a Cielo.

  Al llegar a casa, bajo del auto antes que Phillip abra la puerta. Hace frío afuera, atravieso el jardín y entro en la mansión; subo hasta la recámara y ya ahí, me quito lo accesorios (menos el anillo) y el vestido. Con tan sólo la lencería puesta me tiro sobre la cama, tomaría una ducha, pero considero quedarme dormida bajo los chorros de agua, así que mejor prefiero descansar un poco y ya luego tomar el baño.

  Ulises entra en la habitación empujando con brusquedad la puerta, provocando que me exalte sobre el colchón y lo mire. Él me observa detenidamente, me escrudiña por completo, medita lo que ven sus ojos y eso, eso me produce cierta sensación de miedo.
  Tal vez la escena que mira en este momento es una amplia y libre tentación para él, pero esa no era mi intención; incomodarlo no estaba en mis planes. Ni siquiera esto era un plan. Lo juro.

  Su perplejidad se va y desvía la mirada hacia un lado.

-Vas a ducharte- titubea. Asiento en voz.- Hazlo entonces, ya luego lo haré yo- añade.

   Puedo ver sus mejillas algo ruborizadas, tiene el saco en la mano derecha y tira de su corbata con la izquierda.

-Ulises, lo siento- expreso.

-¿Qué cosa?- inquiere consternado frenando su lucha con el nudo de la corbata.

-El haberte hecho enojar durante la fiesta- expreso, y me maldigo por ello al momento. ¿A caso lo había olvidado?

-¡Oh, es cierto!- expresa riéndose y suavemente el nudo de su corbata se desata.- Había olvidado que tengo que hacerlo- añade.

-¿Hacer qué?- inquiero encogiéndome sobre la cama. Su mirada vuelve a posarse sobre mí, puedo ver el deseo en su mirada y la pasión ardiéndole como lava mientas se recorre el cuerpo; el cuerpo comienza a temblarme al notarlo aproximarse a mí desbotonándose el chaleco, y para cuando éste ya está en el suelo, un nudo en la garganta empieza a asfixiarme.- ¿Hacer qué?

-Que te arrepientas de haber dicho lo que dijiste, hecho lo que hiciste y supuesto lo que haz supuesto- expresa abriéndose la camisa dejando al descubierto su bien marcado torso. Trago saliva al contemplar su ardiente cuerpo.- ¡Desvístete!- ordena quitándose el cinturón de la cadera.

-¿¡Es una broma!?- expreso riendo, pero mi sonrisa se va en cuanto él, en un movimiento brusco de manos rompe mi sostén por el frente dejando al aire mis pechos. De inmediato me cubro con las manos.- Ulises ¿qué te pasa?

-¡No, Thalia! ¿Qué diablos te pasa a ti?- dice molesto.- Crees que puedes hacer conmigo lo que quieras, decirme o suponer cualquier cosa de mí. ¡No señorita, no! Las cosas aquí se hacen como yo quiera, y ahora quiero que te desvistas y abras esas piernas porque voy a darte un castigo que jamás vas a olvidar. Voy a hacer que te arrepientas y jamás vuelvas a hacer algo así en contra de mí.

-¡Estás loco!

-Quizá sí, pero sabes por qué ¡Por ti!- declara. Niego con la cabeza y busco ponerme de pie, pero un azote de su cinto me obliga a volver al colchón.

  Me quejo.

-¿¡Eres idiota!?- le escupo en cuanto me recupero, pero es ahora una bofetada la que se hace presente, callándome.

-¡Incate, Thalia!- ordena golpeando el colchón con el cinto, exaltándome. Lo miro a los ojos, en ellos no hay un alma, no hay nada más que ira, coraje, rabia, y deseo, deseo por hacerme arrepentir por lo que he hecho.
  Niego con la cabeza, pero antes de que me estoque una nueva bofetada o azote, porque sé que eso hará, cambio de parecer.

-Está bien, está bien…- exclamo levantando las manos, dejando al aire mis desnudos pechos.- ¿Qué quieres que haga?

-Incate, baja mis pantalones y chupa mi miembro- expresa en tono severo, casi amenazante, o mejor dicho, me amenaza.

-¡No!- suelto sin pensar. Una bofetada me impacta el pómulo izquierdo, el efecto me tumba boca abajo sobre el colchón y seguido de esto, mucho antes de que pueda recuperar la postura en que estaba, una tercia de cuartadas me afectan la espalda. A este paso, la piel me quedará hecha jirones. Suprimo los quejidos que el infernal ardor me propicia soltar.

-Por cada diez segundos que pasen y no hagas lo que ordeno, recibirás un azote- dice y me pega de nuevo uno.

-¡Basta!- pido, pero él vuelve a azotarme.

-Y por cada vez que rezongues…- anticipa.- Serán dos-. El segundo azote se presenta.

  Grito, pero callo enseguida. Pasan diez segundos y vuelve a perpetuarme un latigazo.

-De acuerdo, de acuerdo... ¡Para!- suplico. Lo escucho reír triunfal.

  Me bajo de la cama soportando el ardor de las zonas afectadas, me arrodillo ante él y aferro mis temblorosas manos a la pretina de su pantalón, desbotono la prenda y la bajo hasta sus rodillas. Observo el bulto creciente bajo su última prenda, le tiro una mirada al rostro y le suplico que no me haga hacerlo, pero él en respuesta, tensa las venas de brazo que sostiene el cinturón y me lanza un gruñido. La interpretación a ello es claro “no”.
  Hago lo mismo que con el pantalón, pero ahora con su bóxer; las manos me tiemblan al doble y ese temblor se extiende por todo mi cuerpo, centrándose en mi garganta en forma de nudo, cuando su erección sale a la vista. Tomo su miembro entre mis manos, está palpitante y muy caliente, además de lo duro que se mantiene.
  Miro hacia arriba encontrándome con sus excitados ojos fijos en mí. Levanta una ceja y el brazo con el que sostiene el cinto.
  Bajo la mirada de nuevo a su zona íntima y tras ocho segundos de mirarlo, y antes de recibir el azote en el décimo, introduzco la glande en mi boca. Ulises gime. Meto un poco más el cuerpo, y mi lengua al contacto con su erecto miembro lo hace estallar en jadeos cortados.
  La felación no es lo mío. Esto es una tortura, que de cierta manera me está dando la lección de nunca, jamás, desobedecerlo, hacerle, decirle o suponer siquiera, algo en su contra. Odio a Ulises, lo odio.

  Paso algunos minutos metiendo y sacando su priapo de mi boca, en una de tantas lo aparto de mí porque siento que me ahogo al tenerlo dentro, y en otras porque ya no soporto hacerlo por más tiempo.

-Para- ordena al fin, yo me separo un poco y tueso cubriéndome la boca con las manos y reteniendo las lágrimas que amenazan con salirse de mis parpados. Ulises se agacha y me besa, mete y saca su lengua de mi boca, mientras que sus dedos tiran suavemente de mi cabello hacia atrás. El beso me parece asqueroso ¿Acaso le gusta el sabor que me ha dejado en los labios? ¿Le gusta su propio sazón?- Sube a la cama- pide suavemente.

  Obedezco.

  Lo escucho quitarse por completo las últimas prendas y luego escudriñar en los cajones del mueble junto a la cama. Enseguida ya están sobre la mesa el bote de lubricante y el preservativo, además de algo parecido a una macana, pero de cierta forma irregular.

-¿Qué vas a hacer con eso?- pregunto alarmada.

-Limítate a quedarte callada- expresa y con una seña de manos me ordena acostarme.

  Obedezco. Sus manos se encargan de privarme de las bragas dejándome completamente desnuda, sus manos se abren paso entre mis extremidades inferiores, y de la nada y en seco, me abre las piernas con brutal fuerza que las coyunturas me crujen. Aprieto las sabanas y suprimo el quejido. Él me besa el vientre y muerde mis pezones, los muerde literalmente. No le importa si chillo o me retuerzo, él sigue haciéndolo.
  Sin embargo, eso es lo peor. Creo.
  El frío gel lubricador cae sobre mi vientre, exaltándome; él lo esparce por todo mi zona íntima, aprovechando en el momento a juguetear conmigo. Introduce un dedo primero, juega y posterior, mete otro. Esto de la táctica de los dedos no es nada lindo, pero reconozco que me siento mejor que teniendo que estar chupándoselo.
  Él juega y juega, con sus dedos en mi intimidad, con su lengua en mis pezones, con su miembro en mi mano, porque a pesar de todo me ha pedido que se lo toque mientras él me da sus “caricias”. Mutualidad.

-Ulises…- clamo en un hilo de voz casi ininteligible.- Detente.

-¿Detenerme? Oh, cariño, apenas estamos empezando- dice susurrándome al oído. Besa mi cuello y muerde el lóbulo de mi oreja. Se yergue un poco y toma la cosa esa que parece macana, me mira con curiosidad y sonríe cínicamente. Me aterro.- Respira- dice el tono de sugerencia, mientras embarduna el artefacto con gel.

  Antes que pueda reaccionar y sin previo aviso, mete entre mis piernas el utensilio; se abre paso con brusquedad y me penetra con ello. Suelto un grito, un grito grande. Un grito que él disfruta.

  No, esto es lo peor, reconozco.

  Su juego con la macana se mantiene por algunos minutos, poco después, cambia de arma de tortura y es ahora con su miembro con lo cual me penetra. Él está loco, quiere matarme sin duda. Me embiste con brutal fuerza que siendo mis huesos pélvicos fracturarse. Las áreas de los azotes ya no arden, o si arden, ya no lo siento. Ahora mismo preferiría estar chupándosela que sintiéndolo salir y entrar en mí.
  Cada tejido de mi piel está dilatado, estirado o desgarrado. ¿Sangro? No lo sé. ¿Lloro? De que serviría. Este diablo no va a parar nunca, y lo peor,… ya no sé qué es lo peor.
   Él me alza y arroja contra el colchón, me pone boca arriba y boca abajo con movimientos brutales, me penetra duro y sin piedad; tira de mis brazos tira de mis piernas. Me azota, cuartea, bofetea y muerde. Es un completo sádico. Sólo espero que no se le ocurra… ¡No espera qué...! ¿¡Sodomizar!? ¡Eso no por favor! ¿En qué mente tan retorcida entra esa idea? Oh sí, en la de él.

  Tras eso, ya no soy yo. He desaparecido por completo. Profanó mi cuerpo, mi mente, mi vida, todo.

  Maldito.

-Vuelve a hacer lo de al principio- me pide en susurro al oído, mientras me hunde los dedos en la espalda baja. Ahogo un quejido. Él sale de mí interior, se levanta y queda de pie a un costado de la cama, mirándome. Desobedecerlo a estas alturas del castigo, ¿serviría de algo? Yo creo que, ya no sé qué creer. Me duele hasta el alma.- ¿Quieres que te motive a hacerlo?- dice estirándose para coger el cinto del mueble junto a la cama donde lo ha dejado. Niego con la cabeza.

  Me bajo del colchón y voy a donde está, me arrodillo y tomo su, aún caliente, miembro entre mis manos. Masajeo un poco y lo miro a la cara. Su severa expresión me transmite su veredicto: “hazlo”. Meto su erecto pene en mi boca y hago una succión, eso lo desestabiliza y hace gemir; hago una segunda succión y él se tambalea sobre sí mismos. Una tercera acción de parte mía con la lengua, y el hombre explota. Gime, jadea, se retuerce, pero no me pide parar.
  Soy yo quien lo tiene dominado. Que fácil son de manipular los hombres, pero que estúpida soy yo para hacer esto. ¿Hasta dónde he llegado? A ser la sumisa de este maldito sádico. Una lágrima al fin baja por mi mejilla. Me aparto de él y tueso. Ya no quiero hacerlo, ya no puedo hacerlo por más tiempo. Estoy derrotada, corrompida, aplastada; en literal.

  Diez segundos pasan, y un azote se manifiesta. Mis ojos se cristalizan, pues este me ha parecido el doble, casi el triple, de fuerte que los pasados. Vuelvo a tomar su miembro y de nuevo lo lamo. Él de pronto, empieza a echarse hacia adelante llevándome a arrastrar; me acorrala contra la borda de la cama y ya ahí, estando atrapada, me penetra por la boca. Tiendo a asfixiarme, tueso y lucho por hacer que pare, pero no lo hace.
  No lo hace, sino hasta correrse.
  Sus jugos masculinos me llenan la boca al momento en que él se detiene. En las comisuras de mis labios se escure un poco de su semen mezclado con mi saliva y lágrimas. Intento devolver la espesa mezcla en mi boca, pero él hábilmente me cubre con la mano y aprieta mi nariz, impidiéndome el habla y la respiración.

-¡Deglútelo!- ordena.- Junto con todas tus palabras, hechos, acciones, suposiciones…. ¡Trágatelo!- declara.
  Lucho por no hacerlo, pero es inútil. Me va a matar si no lo hago. El aire me falta y siento que el desmayo me acecha. No hay salida. Paso el horrible sabor por mi paladar, es tan espeso y asqueroso que me cuesta hacerlo, pero lo hago.
  Él me suelta y deja toser tranquila.

-Eres un maldito- le escupo entre tosidos.

-Eso te enseñará a identificar quien pone las órdenes y quien las acata.

-Ojalá te murieras- le deseo. Su cínica, infernal y frenética risa llena toda la pieza.

-El día en que yo me muera, tú vas a extrañarme- dice burlón sacudiéndose el miembro grotescamente.

-No, si soy yo quien te asesina- afirmo.

   Su risa vuelve a manifestarse. Me toma por el cuello, me levanta y arroja a la cama boca abajo. Tres azotes me golpean la espalda, un par de nalgadas atina mis glúteos y el susurro de “yo soy tu dueño” queda perforándome los sesos.

  Cuando al fin se mete al baño, lo único que hago es sollozar.

  Después de ducharse se marcha de la habitación, es entonces que me meto tras ponerle el pestillo a la puerta principal, y peleo contra mi organismo por devolver el estómago en el retrete. Cuando termino de hacer mi asquerosidad, me meto en la tina del baño, donde me quedo largo rato, llorando en cuanto viene a mi memoria cada maldito momento pasado.
  Me restriego hasta llegar al límite de dejarme la piel colorada, creo que alcanzo a quitarme parte de la dermis y epidermis, no sé cuál capa va primero, sólo sé que me quito hasta la segunda. Salgo del baño con la bata puesta y me encajo un pants y una blusa cerrada de mangas largas.
  Cambio toda la ropa de cama, pero no me acuesto en ella, prefiero echarme sobre el sillón de junto a la ventana y ahí me quedo.

  Las horas avanzan.

-¡Abre la puerta!- ordena la feroz voz desde el exterior buscando el modo de hacer girar el pomo.

-¡Vete al diablo!- le escupo desde adentro. Llevo cerca de diez minutos rehusándome a abrirle. No quiero verlo ni en pintura, hasta su sola sombra asomándose por la rendija de la puerta me aterra.

-Oh, cariño, yo soy el diablo- fanfarronea. Asqueada por oír su maldita risa, me levanto, quito el pestillo y vuelvo al sillón para cubrirme de pies a cabeza con el edredón.

-Te traje algo de comer- anuncia y escucho que deja algo sobre no sé dónde.

-¡No quiero nada!

-Cariño, ya es muy tarde, ¿sigues molesta?- dice besándome el hombre, asqueándome. En puro acto y sin pensar le atisbo un codazo en, creo, es la cara.

-¡Puta!- gruñe.

-¡Puta, tu madre!- le devuelvo queriendo levantarme para salir huyendo, pero un golpe a puño cerrado me desorienta.

-Te voy a enseñar lo gran hijo de puta que puedo ser- amenaza levantándome por el brazo en un santiamén y devolviéndome del mismo modo al piso.

  Abandona la pieza dando un portazo que hace retumbar las paredes. En cuanto consigo recuperar el aliento, los sollozos se vuelven llanto en seguida.

  La temperatura desciende paulatinamente con el avance de la noche, enfriando mis sentidos, helándome el alma, congelando mi corazón.


A la mañana, una luz no muy habitual, pero bastante conocida me hace despertar. Me encuentro con que me he quedado dormida sobre el edredón en el suelo, que ahora mismo está helado; me siento y miro al exterior por la gran pared de cristal. Me pongo de pie y voy hasta la cristalina pared, corro la cortina por completo y me apantallo al notar que miles de puntitos blancos descienden del cielo.
   Sé que he tenido una miserable noche, pero las lluvias de puntitos blancos, desde que recuerdo, siempre me han vuelto loca; salgo de la habitación, bajo las escaleras tan rápido como el adolorido cuerpo me permite, y atravieso la sala y el vestíbulo para darme paso al exterior.  La blancura perfecta en el amplio jardín me cega los ojos al principio;  me adapto primero a la frescura y luminiscencia, para después, ver los finos copos que aterrizan uno a uno sobre mi cabello y lívida piel.

  Sonrío con pena. Estoy marchita, muriendo por dentro, aunque mi cara parezca no demostrarlo; el dolor me está atravesando desde la punta baja de la espina dorsal, hasta la última parte de cada una de mis extremidades. Me siento asquerosa, vil, insignificante. Fría como la blanca y pura nieve que se deshace al tacto.

-Buenos días, Señora Mía- escucho a mis espaldas. Me miro para verlo a la cara está sonriéndome enternecido, algo que yo no puedo hacer ni aun queriendo; le hago una mueca en son de respuesta.- Veo que la nevada le emociona mucho.

-Sí, me parece lindo- digo sin aires de emoción.- La nieve es bonita, es, tan blanca, tan limpia, tan pura-. Mi ego se quebranta.

-Se pronostican en las noticias muchas más nevadas para los próximos días- cometa acercándose un poco más por detrás, algo que me hace apartar un poco. En este momento no quiero a ningún hombre cerca. 

-Creía que no habían nevadas aquí- expreso.- Ya sabes, por el clima y la zona geográfica, además, el invierno dio inicio hace más de una semana y no había ni llovido siquiera.

-Bueno, con el mundo y la naturaleza tan alterada de estos días, ya no son de sorpresa los efectos climatológicos que se presenten.

-Sí, todo ha cambiado- digo en tono apagado mientras observo un copo fundirse en la palma de mi mano, tal cual como se funde mi alma al sentirme atrapada cada vez más a cada segundo que pasa estando dentro de la mansión Falcon.

  Oigo a Phillip resoplar a mis espaldas.

-Thalia, cariño- escucho que su maldita voz me llama. Temerosa, echo la mirada hacia donde está, y al chocar con su desvergonzada presencia apoyado en uno de los lados de la puerta, un escalofríos me recorre por completo.- Cariño, ven a desayunar- pide usando un tono encantador y suave.

  «Aléjate de mí».

-Señora mía, su esposo le está llamando- me dice Phillip por detrás.

-Lo he oído, gracias- le digo al rubio.- Ahora voy- le escupo al desgraciado de mi esposo, quien me sonríe enternecido. Maldito.

-Phillip, mi esposa y yo saldremos hoy- anuncia Ulises. Lo miro de inmediato, lo que menos quiero en este momento es estar con él, su sola presencia me repugna, pero antes que pueda protestar, Phillip ya ha aceptado gustoso y marchado, al igual que Ulises, quien ha regresado al interior de la casa.

  En el comedor, luego de debatirme conmigo misma el sí o no de entrar a la mansión y enfrentarme a él, me mantengo en silencio dándole pequeños mordiscos a un panecillo; de vez en cuando le echo una mirada por el rabillo de ojo a Ulises. Él, serio como siempre, hasta parece no ser un sádico despreciable que es.

-¿A dónde me vas a llevar?- me atrevo a preguntar.- O mejor pregunto, ¿qué me vas a hacer?

-Cariño, calma por favor- pide apaciguado, siento esto como un insulto sabiendo bien que no tendré paz estando a su lado.- Iremos a un lugar llamado el Wings Of Velvet- añade, serio, sin expresión alguna en el rostro y bastante rígido de postura.

-¿¡Wings Of Velvet!? Suena a nombre del burdel. ¿Qué es ese lugar?

-Ya lo sabrás cuando lleguemos. Come y luego ve a vestirte como una dama- ordena enfático en el apelativo final.

  Al cabo del desayuno, subo a la habitación para tomar una ducha, arreglarme un poco y vestirme con ropa algo abrigada. No tengo ánimos para salir, mucho menos si es en compañía de él; pero lo ha dicho, quien ordena es él, quien acata soy yo. Quiera o no, así de miserable es mi rol en este juego.

  Ulises entra en la habitación cuando estoy cepillándome el cabello, va al armario y saca uno de sus típicos trajes de negocio; se mete a la ducha y luego de cerca de media hora, sale vestido con el atuendo. Se pone de pie a mis espaldas, reflejándose en el espejo del tocador conmigo a la vez.

-Que hermosa pareja somos- dice poniéndome las manos sobre los hombros. Algo que siento como si me quemara la piel.

  Ante mi silencio se aparta para terminar de arreglarse.
  Cuando estamos listos, salimos de casa, y subimos al auto. Ulises le entrega  a Phillip una tarjeta donde supongo, le señala la dirección a donde iremos; lo que me lleva a pensar que ni el chofer sabe a dónde carajos iré a parar con este maldito.

  Nos ponemos en marcha. La severidad en el rostro de Ulises no merma en ningún momento, sino al contrario, parece aumentar conforme nos alejamos del bosque, nos internamos en las calles de la ciudad, y no aproximamos a nuestro desconocido destino.

-Ulises, ¿me dirás a dónde se supone que vamos, y por qué tanta seriedad en el asunto?- cuestiono.

-Thalia, por favor, no seas impaciente.

-Es que es eso lo que justamente ya se me agotó contigo: la paciencia.

-Thalia, por favor. ¿Quieres que te una lección de nuevo?

-No- respondo angustiada de inmediato y dando un respingo en sobre el asiento. Phillip me mira por el retrovisor por un segundo y frunce el ceño.- No, no quiero. Sólo es que me causa curiosidad saber a dónde vamos.

-Vamos a una de las empresas de mi familia, ¿de acuerdo? ¿Contenta?

-No- me lamento.- Por qué me llevas ahí, yo no sé, ni quiero saber nada de esos lugares. No me importa lo que tenga que ver con política, empresas, socios, contratos, y toda esa bazofia de cosas de tus negocios.

-Eso no importa. Tu opinión me vale un bledo. Debes conocer el mundo de las negociones.

-No- sigo negándome.- ¡Phillip, regresemos ahora!- pido al chofer tocándole el hombro.

-¡Thalia, basta! No voy a soportar tus caprichitos de niña tonta- expresa Ulises sujetándome por la muñeca con bastante fuerza, obstruyéndome el paso sanguíneo a la mano.

-Por favor, no quiero conocer ese lugar, siento que no me va a gustar.

-Créeme, yo sé bien que no te gustará.

-Entonces, ¿por qué me llevas ahí?

-Cariño, si por mí fuera no te hiciera pasar este mal rato, pero mi padre me lo ha pedido, y así como tú no me puedes desobedecer, yo a él tampoco.

  «Que estupidez ¿Él sumiso de su propio padre? ¡Qué mal chiste!».

-Quería hacerte de todo, menos meterte en este lío- admite, pero me cuesta tanto creerle.- Lo siento. Calla y no desesperes.

  Aunque trato de entenderlo, me es inútil. Simplemente, me ha mentido tanto, que ya no puedo más. Es tal falso que, creo que lo que venga, me será soportable. No lo quiero, ahora más que nunca será así, sin embargo, hay algo más que me está ocultando, y que  incluso a él le da miedo que sepa.

-Thalia, sólo te pediré algo- solicita tomándome la mano entre las suyas, no la aparto, pues noto en su voz algo de culpa, algo de pena, algo de… ¿tristeza?- No me odies más de lo que ya me odias, por favor.

  Su extraño comportamiento me provoca diversas emociones, desde duda hasta temor. Sin embargo, asiento a su pedido.

  El vehículo continúa su marcha. Al cabo de media hora más de viaje, se detiene en lo que parece ser un estacionamiento. Bajamos. Ulises dialoga con Phillip por unos minutos antes que esté último se marche. Esperamos un breve tiempo a solas, en silencio y con las sensaciones extrañas emanándose por doquier. Un segundo vehículo, negro, de cristales polarizados y rines plateados, aparece; dos sujetos descienden a recibirnos, abren las puertas traseras y Ulises me hace entrar.
  Un nuevo viaje da inicio. La tensión en este auto es mayor, el piloto y copiloto van vestidos completamente de negro con gafas oscuras que no se quitan ni aun yendo dentro del auto con las ventanas cerradas. El perpetuo silencio me asfixia. Ulises no habla y yo, me siento invisible.

  Hora y media de viaje se acaba, las puertas se abren y salimos. El lugar al que llegamos es una explanada muy grande.

-Por aquí- dice Ulises tomándome de la mano.

  Me hace girar y al hacerlo, aparece frente a mis ojos un enigmático par de edificios gigantescos, con un gran cartel con luces acopladas a manera de formar las palabras “Wings Of Velvet”.

-¿Dónde estamos, Ulises?

-En como tú lo llamas, la empresa- responde él.- Entremos- declara dándome un ligero empujón por detrás, acción que me provoca un malestar, debido a que roza la zona donde me ha acertado los azotes.

  Caminamos hasta la entrada de edificio más próximo, muy iluminada y decorada con foquitos de colores que parpadean; dos porteros abren las alas de la puerta al momento en que pisamos la acera. Mis ojos escudriñan al interior del lugar por tan sólo un segundo, segundo suficiente para dejarme perpleja. «Esto no es una empresa», asimilo «Sin duda, no lo es».

***†***

Hey, hola!
Oficialmente capitulo 7 entregado. Hasta ahora el más extenso (más de lo común) y de contenido sensible.

Me gustaría ver sus comentarios y también si apoyan con un ★.

Les agradezco y envío mucho muchísimo amor.
Saluditos, beb@s!!!

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro