V
Ulises comienza su rutina laboral. Desde muy temprano sale de casa, apenas alcanza a despedirse de mí o a desayunar, llega a altas horas de la noche, cansado y sin ganas de nada; a veces incluso, no llega.
La soledad comienza a parecerme odiable. Todo el día me lo paso ambulando por la mansión, sin ganas ni interés alguno en las cosas que en ella hay; de vez en cuando hecho una ojeada a los libros de la biblioteca, pero ninguno es de mi agrado; la mayoría o todos, hablan de negocios, economía, empresas, política, leyes, accionistas, y gobierno, sociedad y religión. Margara, y creo que yo también, acepta que soy un desastre en la cocina, no puedo trabajar en orden, aunque cabe mencionar que, ya casi preparo platillos como los que ella hace. Por eso, finge estar ocupada la mayor parte del día para no darme clases.
A veces salgo al triste y seco jardín que ha dejado el otoño y que se prepara para recibir al invierno. No hay vida en ese lugar, y no me refiero al jardín, sino a toda la mansión completa; este lugar está muerto, lo único vibrante son las fastidiosas luces y absurdos adornos de estación que cuelgan por todas partes.
El ambiente en la mansión, así como mi matrimonio, se torna asfixiante con el avanzar de los días.
Hoy es mañana de Nochebuena y Ulises no se encuentra en casa, salió desde antes del alba. El ambiente es el mismo de la nueva rutina sin importar la fecha que es, el entorno se conserva silencioso y solitario, y la mesa del comedor me parece enorme; la única silla ocupada es la mía. Suelto un apagado suspiro.
No siento ese ánimo característico de la fecha, no estoy ni siquiera arreglada, aún tengo puesto el pijama y mi cabello luce alborotado.
-Vaya día que me espera- digo entre dientes, sin animo y casi de forma inteligible.
Escucho el crujir de la puerta trasera al abrirse. Echaría un vistazo para ver quién entra, pero ni siquiera tengo ganas de eso, además, por el escandaloso y a la vez lento sonido de los pasos, sé que es Margara.
-Buenos días, señora- dice ella pasando a mi lado.
-Buenos días- correspondo.
-En un momento prepararé el desayuno- anuncia.
-No te apresures, he conseguido atenderme- expreso señalando la humeante taza de café y canastilla de panes al frente.
En poco, Margara ya se halla oscilante por todo el lugar haciendo magia con sus manos, convirtiendo simples condimentos, vegetales y proteínas, en exquisitos platillos. Yo, simplemente, la observo.
-Casi lo olvido...- profiere ella.- Lo encontré afuera y siendo una mañana fría, le ofrecí que entrara. ¿Estuvo bien, señora?- dice señalando hacia la entrada del traspatio, misma por donde ella entró.
Echo la mirada hacia donde señala y encuentro a quien se refiere. Él está de pie junto a la puerta, serio, en su clásica postura firme y con el gesto severo en el rostro; estaba tan callado que no había notado su presencia.
-Sí Margara, estuvo bien.
-Buenos días, señora mía- dice él haciendo su tonta reverencia. Estoy empezando a acostumbrarme a su manera de ser y el modo en cómo se me dirige, también a sus gestos y acciones, que a mi parecer son ridículas, pero para el suyo son respetuosas; además, aunque me agrade o no, tengo que interactuar con él, si al silencio se le puede llamar interacción, pues Ulises lo ha asignado como mi chofer por ser el de su mayor confianza.
-Buenos días, señor Misuno- correspondo con cierta indiferencia y desgano. Regreso la mirada hacia Margara y le ordeno que le ofrezca algo de tomar, ella asiente en seguida, pero él a la misma vez, reprocha.
-No es necesario, Margara. Agradezco el gesto señora mía, pero en verdad estoy bien. Ya he tomado algo estando en camino hacia acá-. Lo canalizo con la mirada mientras él se aclara la voz.- Su esposo me ha ordenado llevarle de compras- añade acercándose a mí. Saca un sobre del bolsillo de su pantalón y lo deja sobre la mesa, muy cerca de mis manos. El sobre es blanco y tiene el sello del banco, lo cual significa que es una tarjeta de crédito.- Es para usted, el señor Ulises ha dicho que la puede usar a su gusto- explica.
-¡Y ya! ¿Es lo único que ha dicho?- exclamo. Él asiente. Siento una punzada en las entrañas, es como si este objeto plano de plástico significara más que sólo dinero, es como si significara una promesa más sin cumplir.
-Debería salir, señora- aconseja Margara dejando una taza de café cerca del chofer.- Hace varios días que no sale, debería hacerlo hoy. Salga a distraerse, le hará bien le aseguro. Yo me encargaré de las cosas aquí, no se preocupe.
-Gracias...- digo, quedándome pensativa un momento.- Pero lo único que ninguno de ustedes entiende es que el dinero no siempre es todo. A mí, la plata no me hace feliz... Por plata es que ahora mismo estoy viviendo este infierno, llamado matrimonio- expreso dando un golpe sobre la mesa.
Margara se aparta y el chofer creo que retrocede unos pasos. El humo cálido del café golpea mis mejillas, mismas por las cuales baja una lágrima en cada lado. El silencio que inunda la cocina se rompe tan sólo por los roces que da Margara a las sartenes con la espátula mientras termina de preparar el desayuno. Me sirve un buen platillo cuando al fin lo tiene listo y yo lo acabo en silencio y muy tranquila. Está muy delicioso por cierto.
Al terminar, me levanto, agradezco el desayuno y me dispongo salir, pero justo en la puerta, me detengo y sin mirar atrás, ordeno.
-Señor Misuno, prepare el auto ¡Saldremos en cuarenta minutos!
-Como usted ordene, señora mía- lo escucho decir cuando prosigo mi andar.
Subo a la habitación, tomo una ducha con agua caliente, salgo y me arreglo con un atuendo acorde al clima que hace (algo abrigado); me aplico una ligera capa de maquillaje y recojo mi cabello en una coleta que luego deshago porque no me gusta cómo se me ve. Cojo uno de los bolsos a juego y meto en él, el móvil que no uso desde hace ya varias semanas porque no coge señal aquí en el bosque, pero que me sirve de distractor.
Salgo de la recámara y desciendo las escaleras, en la cocina encomiendo a Margara la comida y los preparativos para le cena de hoy. La mujer acepta gustosa. Prosigo mi camino y salgo de la casa hacia el jardín, donde en la entrada ya se encuentra el negro auto y el chofer aguarda con la puerta abierta; entro al vehículo, él cierra la puerta y corre hasta la entrada del conductor para abordar. Introduce la llave y hace gruñir el motor.
-Olvidó esto en el comedor. Me parece necesario para hacer las compras- dice ofreciéndome el sobre blanco.
-Lo sería si a eso fuera- digo desganada tomando el sobre.
-Si no irá de compras, ¿a dónde la llevo entonces?- inquiere.
-Sólo conduce- ordeno.
El vehículo se pone en marcha. En poco, la mansión desaparece siendo devorada por el bosque, descendemos por el turbulento camino, y posterior, entramos en las calles de la ciudad; mi móvil comienza a sonar mientras los mensajes de texto son recibidos al captar la señal satelital, muchos de los mensajes son felicitaciones aun por la boda, llamadas pérdidas de Alexandria y de Craig. Ni siquiera ansío responder.
Ambulamos por las calles, el chofer incluso carga combustible en dos ocasiones sólo para continuar dando vueltas y vueltas sin rumbo fijo. Cuando llevamos más o menos tres o cuatro horas yendo de una calle a otra, ya no puede ocultar más la nostalgia que me mantiene inundada, y decido hablarle al chofer.
-Misuno, ¿por qué es así de desgraciada mi existencia?- le pregunto como si él supiera la respuesta a aquello.
-No entiendo, señora mía. ¿A qué se refiere?- dice él con ese toque de respeto, paciencia y calma que lo caracteriza, y que a mí me desespera.
-Lo olvidaba. Nadie entiende lo que me pasa, lo que siento, mi martirio- musito. Él se queda callado y sigue condiciendo. Sollozo intentando pasar desapercibida. Algo imposible.- ¡Ya me harte de dar vueltas, no sirve de nada!- suelto al aire. Sé que él me mira por el retrovisor, pero se limita a decir palabra, cosa que no me importa y sin pena muestro mis emociones como tal. Lloro.
-Señora m...
-¡¿Qué?!- expreso muy irritada.
-Nada- declara sonando molesto. Me arrepiento de inmediato, no debo descargar mi coraje con él. Es lo único, el único, que se está tomando la molestia de escucharme... Si eso está haciendo.
Me disculpo, pero él no dice más.
-Creo que ya es hora de volver, da lo mismo estar aquí o allá. Estoy sola, siempre lo he estado- expreso con una lágrima recorriendo mi mejilla hacia abajo.
-Como usted diga- dice el chofer sin conmoción alguna.
A mitad del camino pasamos a un centro comercial, pues al fin, luego de meditarlo un poco, me decido a derrochar el dinero de Ulises, aunque no sé si lo hago por gusto o por despecho; termino comprando varios obsequios para mi familia, unos para Margara y aunque sé que no querrá aceptarlo, compro un buen obsequio para el chofer. A Ulises no le compro nada, sencillamente, porque me parece una estupidez y además no sé qué le gusta aparte de haberme jodido la vida.
Sin embargo, cuando comprendo que, mostrarme enojada con él y gastar su dinero no compensará mi estado anímico, me doy por vencida; pago las compras y salimos del centro.
El camino de regreso a la mansión me parece corto, y doloroso, pues sé que al regresar de nuevo me veré prisionera de aquellos barrotes de hierro en el portón, el techo y las paredes de vidrio y concreto. Mi cárcel.
Paso la tarde envolviendo los regalos con papel brillante y moños coquetos, para que antes del crepúsculo, cuando el chofer se marcha en busca de Ulises, dárselos con la indicación de mandarlos por envío rápido a la dirección de mi familia. Si el servicio de envío es eficiente, aquellos obsequios estarán en su destino, para mañana en Navidad.
Margara me explica lo que ha cocinado y en qué momento debo servir cada cosa. Ha hecho antojitos, ponche, fruta en ensalada,... todo lo necesario para pasar una Nochebuena feliz. Le agradezco por su dedicación, y cuando es hora de retirarse le doy el regalo que le he comprado. Cuando ya me encuentro sola, subo a la recámara para arreglarme.
Tomo una ducha con agua calentita y champuses aromáticos, me pongo uno de los vestidos largos de color azul marino y zapatos altos plateados, me maquillo un poco y acomodo los pliegues de mi cabello bien para que caigan sobre mis hombros y espaldas. Fijo mi cepillado cabello con una crema para peinar de olor a coco y miel. Al terminar de arreglarme, me miro en el espejo completamente y sonrío un poco. Estoy lista para recibir a mi esposo.
Sin embargo, las horas avanzan y él no aparece.
Espero, espero y sigo esperando mientras que las manecillas del reloj giran. El tictac del péndulo es lo único que se escucha en la sala donde me encuentro en espera. Pronto los zapatos comienzan a hartarme y me los quito, los brazaletes, aretes y el collar que me he puesto, comienzan a pesarme y también me deshago de ellos; me da algo de hambre y mordisqueo algunos de los antojitos arruinándome el labial.
El tiempo continua sin moderar su avance, me gana el agotamiento y termino durmiéndome en, creo, uno de los sillones de la sala. ¿Qué ocurre? ¿Por qué no llegas?, medito entre sueños.
Una chillante luz proveniente de afuera de la casa me hace despertar, me pongo de pie y miro el reloj: son las tres de la madrugada. Lentamente salgo al exterior, descalza, dormitada, y guardando una vaga esperanza en las extrañas. Sin embargo, a quien veo bajar es al chofer cargando con una torre de cajas en las manos. Nada más.
-¿Dónde está?- inquiero sonando arrogante.
-Me ha pedido entregarle estos obsequios- dice él sin más mérito ofreciéndome las cajas. Sé bien lo que eso significa: no llegará.
Recuerdo sus palabras: "...Pero te prometo que para la cena de Nochebuena y en Navidad sí estaré aquí, contigo...".
-Embustero...- musito y entro rápido a la mansión arrastrando la cola del vestido. Atravieso la sala y subo las escaleras casi volando, los sollozos se vuelven gimoteos estando ya en la habitación, y mis ojos se desbordan; grito y tiro de la tela del vestido con coraje, pero no consigo rasgarlo. Enervada me dejo caer en el piso, está frío, pero no me importa, y continúo lloriqueando como tonta, como lo tonta y estúpida que soy por haber confiado siquiera un poco en sus palabras, y sintiéndome aún más estúpida por no saber porqué diablos le he creído, si creer en él fue lo primero que me juré no hacer.
Al cabo de varios minutos de llanto y cuando siento que ya no tengo lágrimas, me levanto poco a poco recuperando la cordura y poca dignidad que me queda; me miro en el espejo, se me ha escurrido el maquillaje así que lo limpio y aplico una nueva capa de labial, rímel y sombras, y mientras lo hago, me fijo en el aro dorado que está en mi dedo índice. Llena de coraje, me lo quito y lo escruto con indiferencia un poco antes de dejarlo sobre el mueble junto a la cama.
Salgo de la habitación posteriormente.
Nada, no ha sucedido nada, me dice la voz en mi cabeza animándome a seguir avanzando paso a paso. Llego al pie de la escalera en el primer nivel y llamo al único ser que está conmigo en este momento.
-Señor Misuno... ¡Vamos a comer!
Sé que es una locura mi idea viendo la hora que es, pero ¿quién no ha comido alguna vez a esta hora?, y además, la comida de Margara es tan deliciosa que consideraría pecado desperdiciarla, sólo porque el ingrato de mi "esposo" no ha cumplido su promesa. El chofer me mira meditabundo, me analiza de pies a cabeza, y por primera vez, no desobedece una orden tan tonta como esta; sin objeciones ni palabras de más, acepta.
Comemos de todo e interactuamos un poco más que otras veces, incluso sonreímos, y aunque sé bien que estamos lejos de ser amigos, al menos por hoy, no se comporta indiferente conmigo durante la comida. Quizá lo hace por no mostrarse grosero, o porque no quiere verme más triste de lo que ya estoy, o tal vez, porque entiende y sabe lo que es estar solo.
Sea por lo que sea que le permite ser de este modo conmigo, le estoy agradecida.
Al terminar, nos sentamos en el living, pues aun no amanece y falta mucho para que eso suceda; estando ahí aprovecho la ocasión, porque dudo que pueda haber otra igual, y le entrego el obsequio que le he comprado.
-¡Toma! Es para ti- digo acercándole la caja envuelta en papel de regalo color rojo con un moño azul.
-Yo no tengo nada para usted- dice cabizbajo negándose a aceptar el obsequio.
-No te preocupes, yo lo hago porque quiero, tú no estás obligado a regalarme algo, y sin embargo, no me dejaste sola hoy. Eso es demasiado y no tiene precio alguno. ¡Tómalo!- digo sintiendo calor en mis mejillas.
Él se estira y coge la caja, agradeciéndome, y yo a la vez le doy las gracias a él de nuevo por haberse quedado conmigo. Quizá nota algo más que palabras en las mismas, me mira y siento el calor de mis mejillas expandirse aún más. No aguanto, estoy sonrojada e intimidada por el hombre frente a mí: es guapo, atractivo y fantasioso.
-No debería deprimirse, señora mía- induce. Su voz suena apacible y eso me sorprende.- Con todo respeto, usted es una mujer bastante hermosa y muy joven, y a pesar de estar casada, usted tiene una vida, una propia, la cual no debería hundir en la depresión. Al contrario, debe disfrutarla y vivirla- expresa y el calor que sentía en las mejillas, ahora me está quemando la cara por completo.- La felicidad es independiente. Cuando uno mismo sea feliz, podrá compartirlo con los otros, sin olvidar que, no estamos obligados a hacer felices a todos- declara.
Su última frase queda revoloteando en mi cabeza, ¿por qué ha dicho que debo vivir mi vida? ¿Acaso no es eso lo que hago?
-G-Gracias, Phillip... Tienes razón- exclamo.
-¿¡Enserio!? ¿La tengo?- exclama haciendo una expresión cómica con sus pobladas cejas. Ambos reímos.
Me despido de él y subo a mi habitación, para descansar un poco.
-¡Eh, señora mía!- me llama cuando estoy a media escalera.- ¿Le importaría si...?- inquiere señalándome una cajetilla de cigarros.
-No, puedes hacerlo. Sólo asegúrate de que el humo salga por completo- digo señalándole la ventana. Él asiente y yo prosigo mi camino. Era muy perfecto como para no tener defecto, medito.
Sonrío.
Las horas antes del alba se disuelven. De nuevo, siento unas caricias recorrer mis facciones, medio abro los ojos, veo a Ulises cerca, y no puedo explicar el sentimiento que me llega al contemplarlo: es como una mezcla de coraje con asombro, tristeza y enojo. Me siento en la cama, mientras me restriego los ojos con las manos para poder verlo mejor. Él me sonríe.
-¡Feliz Navidad!- dice acariciándome el mentón.
-¿Debería serlo se supone? ¿Por qué no llegaste?- inquiero apartando sus caricias de mí.
-Yo lo lamento...- dice apartando.- Cerré un negocio muy importante ayer con un buen socio y este me invitó para la cena en su residencia; era un buen negocio y un socio importantísimo, te repito. No podía quedar mal con él- se justifica.
-De seguro lo era- musito. Ulises baja el rostro apenado.
-Discúlpame, cariño...- exclama.- Yo sé que últimamente el trabajo ha causado que te desatienda, que ya no pasemos tiempo juntos y hasta que falle a prometidos como el de anoche, sé que es así- expresa sujetando y envolviéndome la mano izquierda entre las suyas, la levanta y da un beso en el dorso que mi mano.- Pero te prometo que cuando se acaben las negociaciones nos tomaremos un tiempo para...
-¡Basta!- exclamo interrumpiéndolo, zafando mi mano de su agarre y poniéndolas entre él y yo a modo de escudo.- No me des explicaciones, no las necesito. Anoche me dí cuenta que soy una tonta porque te creo aún sin el deber de hacerlo. Ya te lo he dicho, no te quiero. Sin embargo, me afecta lo que haces. Por eso, ya no prometas cosas que sabes bien que no tienes el coraje de cumplir- declaro.
Ulises se queda absorto, aunque creo que no por mis palabras.
-¿Dónde está tu anillo?- cuestiona tomándome de la mano, pero yo me zafo de su agarre de nuevo y me pongo de pie con brusquedad. Señalo el mueble donde está el aro dorado desde la madrugada y me acerco a la ventana, corro la cortina y me quedo observando el sol naciente.
Lo escucho a mis espaldas moverse sobre la cama y luego ponerse de pie para aproximase a mí despacio.
-Debería estar en tu mano, se supone que estamos casados- espeta.
-¡Exacto! Se supone que soy tu esposa, pero desde hace semanas parezco ser un mueble más en esta casa, parezco ser alguien a quien tú sólo vez y ya no le tomas interés, y por qué, creo que ya lo entendí. Ya estás harto de mí, ya se te pasó el capricho de tenerme, pero qué crees, eso es justo lo que debió ser desde el principio. Yo no soy tu esposa, creo que nunca lo he sido y jamás me tendrás como tal. No te quiero y nunca lo haré. ¡Ya acéptalo!- declaro girándome para verlo directo a los ojos.
-¡Oh, cariño, qué cosas dices!- exclama con cierto tono burlón.
-Acepta que es más importante tu trabajo, tus negocios, tus socios, y todo eso con lo que suplantas el tiempo que solías pasar conmigo, a mí no me va a molestar. Ya no me preocupa siquiera si me encierras en esta cárcel para siempre. Encadéname. Esclavizame. Eso no me importa. Puedes hacer lo que quieras. Solo entiende que yo a ti nunca te querré- expreso.
-Entiende que el trabajo me ocupa, porque es igual de necesario para mi familia, como lo es nuestro "feliz matrimonio" para la tuya- exclama algo exaltado.- Comprende que de los negocios surgen los ingresos y de éstos, surge la plata con que logramos tener todo esto- dice haciendo un ademán de englobe.- Lo que comemos, cómo vestimos, cómo vivimos, todo. Todo, sale de la plata de los negocios, mismos que debo tratar yo. Porque mientras tú estás aquí disfrutando de las comodidades, yo, yo estoy allá, partiéndome la madre, arriesgando la vida, para administrar y tener las ganancias con que vivimos- declara finalmente molesto.
-Yo no te pedí nada de eso cuando nos casamos, yo ni siquiera quería casarme contigo. No sé ni siquiera por qué diablos accediste, si ahora estas arrepentido- le escupo. Él se suelta en carcajadas.
-Tienes razón, tú no me pediste nada, y te tuviste que casar conmigo porque así yo lo quise, y además, porque el ruin de tu padre se estaba muriendo porque su empresa estaba en quiebra. Y por eso, cuando yo le di mi sugerencia de negocio, el muy imbécil aceptó, y ahí, ahí sí fueron importantes y necesarias las negociaciones, porque si no lo sabes cariño fuiste una subasta. Tu padre te vendió al mejor postor, que para tu mala suerte, fui yo- concreta completamente descompuesto al fin.
¿Él mejor postor? ¡Subasta! ¿¡Sólo soy un negocio más de Alonso Winslow!? Siento mi cuerpo desvanecer, me niego a entender, pienso haber escuchado mal. ¿Oí mal, cierto?
Él, al percatarse quizá de lo que ha dicho y como lo ha hecho, se calla, suaviza un poco su exaltación y me toma por los hombros para llevarme a sentar en el sillón de junto a la ventana. Mientras yo, solo siento como el nudo en mi garganta me impide decir algo más y las lágrimas se asoman en mis parpados.
-Cariño, perdóname...- se apresura a decirme.- No quería decirte eso, no quiero pelear más-. Es verdad, estamos lidiando el primer tropiezo en nuestro matrimonio, si es que eso es lo que tenemos.- Perdón. No todo es así. No todo tiene porque ser como es. Voy a tratar de arreglar todo, de hacer espacio para el trabajo y para nosotros, porque tienes razón, tú eres mi esposa, sin importar el modo en que hayamos terminado casados, somos esposos- añade.- Entiendo que no me quieras, pero a diario guardo la esperanza que un día lo hagas. Yo me esfuerzo mucho... Pero quiero que sepas algo... Mi prioridad no eres sólo tú- declara.
El nudo en mi garganta se hace doble, guardo silencio porque sé que si me atrevo a decir algo comenzaré a llorar y no quiero que él me vea derrotada, aunque sus palabras se claven en mi pecho como si fueran las espinas de la corona de Jesucristo.
-Es bueno saber eso- le digo levantándome, tratando de esconder mi dolor, y pasando a su lado voy a sentarme en la borda del colchón dándole la espalda. De nuevo se demora un poco, pero se acerca a mí, pero no por detrás, sino que se pone en cuclillas frente a mí. Me acaricia la cara, yo lo ignoro, y me toma de las manos.
-No eres mi prioridad, pero haré que lo seas- concluye.
Evito mirarlo, él trata de besarme pero yo me aparto y sus labios dan en mi mejilla izquierda. Se pone de pie y sale de la habitación al tiempo en que yo me dejo caer sobre el colchón de costado y una lágrima trata de escurrírseme, pero la evito; vuelvo a incorporarme y recuerdo las palabras que me dedicó el chofer: "... a pesar de estar casada, usted tiene una vida, una propia, la cual no debería hundir en la depresión. Al contrario, debe disfrutarla y vivirla... No estamos obligados a hacer felices a todos..."
-¿Mi vida?- musito.- Esta es mi vida, no suya, es mía... Mía- declaro intentando darme ánimos, cuando en realidad, estoy destruida.
Mi vida ahora tiene el valor de una cifra con muchos ceros.
Ese día lo dejo desayunar solo, como es Navidad no irá a trabajar, cosa que estaría mejor; aprovecha un descuido de mi parte para dejar en la habitación las cajas de Phillip ha traído, quizá piensa que con sus regalos va a compensar su negligencia conmigo, pero no es así. Sin embargo, destapo las cajas, en ellas encuentro un vestido verde brillante, un par de zapatos de apariencia cara, un collar de perlas bastante lujoso, y en la más pequeña, me doy el chasco de pillar un móvil nuevo de moda actual, que ignoro al principio pues mi cháchara aun funciona, pero luego, al notar que el nuevo coge señal aquí, en medio del bosque, le tomo aprecio. Es lo único, lo demás lo meto al guardarropa.
El ambiente entre Ulises y yo es indiferente, apenas le contesto las absurdas preguntas que me hace en busca de iniciar una conversación, y en la comida callamos o mentimos cuando Margara nos pregunta sobre como pasamos la Nochebuena.
El resto del día nos ignoramos y evitamos contacto, visual y físico el uno con el otro, en especial yo; pero la tensión aumenta cuando Margara se va antes del anochecer y nos quedamos solos él y yo, y es peor cuando ya es hora de ir a descansar. Pues cuando estamos en la habitación, Ulises intenta seducirme: me besa el hombro mientras estoy acomodando mi lado de la cama, y después el cuello mientras sus manos acarician mi cuerpo; lo dejo jugar un rato, pero cuando él cree que está consiguiendo su objetivo, me giro y lo aparto de mi lado bruscamente.
-¿En serio crees que solucionar las cosas es así de fácil? Eres un idiota si crees que tendré sexo contigo, ni ahora ni nunca más. Te lo dejé claro- exclamo y estoy segura de que recuerda lo que le dije la primera vez que estuvimos juntos, pues me mira desconcertado y se ríe.
-¿Hasta cuándo seguirás así?- inquiere con cierto tono de molestia.
-Hasta que a mí se me plazca- declaro apartándolo de la vista, lo ignoro mientras maldice y me acomodo en mi lado de la cama, para posterior fingir quedarme dormida rápido.
Lo escucho salir de la habitación echando chispas y azotando la puerta con fuerza; no regresar en toda la noche, y eso no me hace sentir nada mal.
Los días avanzan culminando el mes, y para la celebración del fin de año viajamos a la casa de la familia de Ulises, ubicada al otro lado de la ciudad, en otro bosquecillo también, aunque no en lo alto de una montaña. Creo que a esta gente le gusta vivir en zonas fuera de lo ordinario, pienso que incluso lo hacen con un motivo: esconderse. Pero, ¿de qué? No lo sé, y no me importa.
El ambiente hostil entre Ulises y yo, no ha cambiado y aunque es la primera vez que salimos de casa luego de nuestra disputa, no siento ánimo ni gusto, ni siquiera me agrada la idea de pasar tiempo con la familia de él, pues creo que no le gusto a su hermanita, y su papá, es un viejo asqueroso que me provoca nauseas. Lo admito. Además, me veré en la penosa necesidad de fingir ante toda su familia que las cosas entre nosotros están muy bien, cuando perfectamente no es, ni será, así.
Durante el camino (Phillip nos lleva) nos ignoramos y parecemos dos completos desconocidos yendo a un lugar que no queremos ir; él mira por la ventanilla de su lado y yo por la mía. Ninguno habla. De vez en cuando suspiro y él me imita, creo que comenzamos a entender que cuando estamos el silencio es mejor no decirnos algo, porque terminaremos peleando, y yo, llorando.
-Ya nos aproximamos, señor- dice Philip.
-¡Bien!... Thalia- exclama Ulises, yo no lo miro, más sí le pongo atención.- Mientras estemos con mi familia y desde que lleguemos, ¿podrías mostrar que todo está bien entre nosotros?
-¿Por qué habría de mentir por ti a tu querida familia? ¿Te gusta mentir?- expreso.
-Thalia, por favor... ¡Deja tu infantil actitud para cuando estemos en casa!- espeta él.
-Y tú has a un lado tu puta reputación y déjame mostrarle a tu querida familia lo infeliz que soy realmente a tu lado- le escupo. Observo como se le marcan las venas en la mano conteniendo la ira que mi comentario le provoca y aguantándose las ganas que tiene de bofetearme.- Puedes hacerlo ¡Golpéame! Así tendré más razones para que se deshaga este jodido compromiso- digo tentativa.
-Thalia...- dice él más tranquilo.- Por favor, hazme caso una sola vez más- pide ya más tranquilo.
-Está bien, haré lo que pueda- digo buscando el fin de este incomodo momento.
-Gracias, cariño.
-Por ti todo, mi amor- digo con la ironía desborrándose en cantidad con cada palabra.
Phillip ahoga una carcajada, Ulises lo clava con la mirada por un segundo, luego vuelve los ojos a mí.
Yo hago más amplia mi sonrisa y le lanzo un beso, cosa que lo hace gruñir de ira.
***†***
¡Que show con la Thalia! Es algo bipolar, ¿no creen!?
Bueno, Hasta aquí el Capítulo 5.
Les pareció cómo!?
Recuerden dejar sus comentarios y también para motivación, una 👉🏻★.
Nos sintonizamos en la próxima actualización.
L@s amo, gracias y saluditos, beb@s! Les envío amor.
☺️
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro