IX
¹Parcas: Divinidades romanas que personificaban el nacimiento, la vida y la muerte. Conocidas en Grecia como Las Moiras. Diosas hilanderas del destino que tejían el hilo de vida, alternando hilo de oro y seda negra; el color dorado representaba los momentos dichosos, el negro, las penurias.
*****†*****
Abro los ojos muy despacio, doy un suspiro y me incorporo con cautela. Me duele la espalda, las costillas y siento ardor en varias zonas del cuerpo, especialmente, en los brazos y piernas. La habitación está sumida en las sombras, creo que la noche ha caído o está cayendo. Estiro mi adolorido brazo y enciendo la lámpara de sobre el velador, la luz me deslumbra, pero en poco me acostumbro a la luminosidad.
Me quedo inmóvil.
Fue sólo un sueño, eso fue, pienso. Ulises no forma parte de ninguna mafia, no hay prostíbulo ni otros lugares, nadie ha muerto, nada ha pasado…, continuo con fe negativa. Sin embargo, esa lágrima que se me escapa de los parpados y me baja por la mejilla me hace caer en la realidad.
-Todo es cierto, todo es real…- me digo entre sollozos, y quisiera creer que no es así, pero me estaría mintiendo.
Me fijo que tengo puesto encima el atuendo negro con que bailé, quizá es porque me desmaye vistiéndolo y se preocuparon más por revivirme que por lo que vestía; o tal vez, Ulises decidió dejármelo como muestra de mi estupidez y sus resultados. En cualquier caso, ya no quiero seguir con esta ropa encima.
Intento ponerme de pie, pero la aterradora escena de la muerte de aquel hombre, viene a mi mente y me hace caer de nuevo, anonadada sobre el colchón y continúo lloriqueando. Últimamente he llegado a pensar que Las Parcas¹ se empeñaron en tejer mi hilo de vida con solo seda negra; no hay momentos dorados en mi vida, siempre he estado acatada a las normas de los demás, empezando con mi padre, mi madre murió dejándome con grandes responsabilidades, perdí mi vida antes de empezarla, me casé con quien no conocía y ahora, que creía conocerle, ha resultado ser lo menos que pude llegar a imaginar.
Mi vida es tan negra como las sombras, no hay luz en ella, no hay luz en mí. Estoy maldita.
Gimoteo.
La puerta cruje al abrirse, mis lágrimas se secan al instante y la respiración se me entrecorta.
Silencio. No hay nada más que eso, y nuestras miradas confrontándose. La suya me aterra. Mucho.
-¿Ya estás mejor?- cuestiona. Sus castaños y tenebrosos ojos asesinos me escrutan en espera de respuesta.
-¿Por qué?- consigo articular antes que se me escape un gimoteo. Él no dice nada, quizá porque mi voz ha sido muy quebrada y no me ha escuchado, o tal vez, simplemente, me ha ignorado.
-Deberías tomar una ducha, luego bajar para que comas algo- sugiere.
-No quiero nada…- digo. Él me mira desaprobándome.- Sólo, quizá, olvidar- añado.
-Cariño por favor…- dice dando un primer paso hacia mí.
-¡No te me acerques!- grito angustiada. Se frena en seco.- ¡Por favor, vete! ¡No te quiero cerca de mí!
-No voy a hacerte daño- dice cabizbajo.
-Después de lo que te he visto hacer, crees que escucharte decir cosas así, me va a tranquilizar… No… No me tranquilizan, me asustan. Tú me asustas, me das miedo, mucho miedo-. Mi indiferencia lo hace escrutarme.- Déjame sola- pido. Sus ojos fundidos continúan mirándome, buscando un “te perdono por todo” de mi parte, que no estoy dispuesta a darle. Suspira y trata de acercarse más, pero le lanzo una almohada que lo golpea.- ¡Lárgate! ¡Vete! ¡No quiero verte! ¡Déjame sola! ¡Por favor, vete!
-En verdad, lo lamento.
-¡Vete!
Se da la vuelta y camina hacia la puerta.
-Ojalá por la mañana estés mucho más tranquila, para que hablemos- dice girando el picaporte.- Come algo por favor- pide saliendo.- No te molestaré más por ahora, y dormiré en otra habitación para tu mayor tranquilidad… Buenas noches.
La puerta se cierra y mis ojos se desbordan.
Me tumbo sobre las almohadas y continúo mi martirio. Lloró. Lloró tanto como si mis lágrimas fueran a hacerlo todo desaparecer, olvidarlo por completo; más no lo es. Las lágrimas solo me confirman que todo, absolutamente todo ha sido y es real. Ulises es el hijo del líder de una mafia, seguramente el heredero; y yo estoy obligada a estar junto a él para siempre.
Lloró, lloró como si no existiese un mañana, como si de llorar dependiera mi vida.
Tal como ha dicho, en toda la noche no regresa a la habitación, ni siquiera se asoma. Mis ojos se rehúsan a cerrarse, transcurro casi la noche en vela, mis bostezos son quienes señalan que estoy viva, porque tumbada sobre el suelo, inmóvil, con la mirada perdida y un aspecto desalientado indican que realmente no estoy viva aunque tampoco muerta, que creo sería lo mejor qué seguir respirando.
Cerca de la madrugada, mis ojos comienzan a doler, la respiración me es pesada y ya no siento fuerzas en el cuerpo; por extraña razón, viene a mi memoria aquella vieja canción de cuna que mi madre solía cantar para arrullar a mi pequeña hermana. Con voz cortada, casi inaudible, entono la letra.
🎼Duerme, duerme, sobre el ancho mar.
Duerme, duerme, mi pequeña criatura.
Cierra tus ojitos y ponlos a soñar.
No temas por los demás. Pronto de alcanzarán.
La aterradora imagen del hombre vuelve a provocarme miedo y un escalofrío me recorre por completo, mientras las notas de la canción fluyen de entre mis moribundos labios.
🎼La luna te arrulla, las estrellas te cantan.
El cielo te envuelve y las nubes te abrazan.
Duerme y no temas por los...
Un monótono sonido detiene la entonación. Silencio. Echo la mirada hacia el lugar de donde se produjo el ruido, me duele el cuello al moverme y los ojos aún más al mirar; sobre el suelo yace un objeto. Me arrastró hacia él, tengo el cuerpo entumecido y me duele con cada movimiento; cojo el objeto y descubro que es una navaja de afeitar, decepcionada la dejó caer nuevamente. El metálico ruido resuena. la canción vuelve a mí.
🎼La luna te arrulla, las estrellas te cantan.
El cielo te envuelve y las nubes te abrazan.
Duerme y no temas por los demás.
¡Descansa criatura! Los sueños pronto te alcanzarán.
Duerme. Duerme. Duerme ya… ¡Shhh!!
Dormir. Soñar. quisiera hacer eso.
Una lágrima se me escapa.
-Ayúdame, mamá- susurro sollozando a la nada.
Una idea absurda, tonta y estúpida pasa por mi cabeza. Me detengo a pensarlo un poco más, pero después de darle vueltas y asqueada de mi propio llanto, seco mis mejillas y tomo con fuerza, la poca que me queda, aquella misma navaja que dejé caer hace un momento. Repasó la idea, estúpida como todas antes, ¿qué podría salir mal? ¿A quién afectaría el resultado? Acaso, ¿alguien le tomaría importancia? Estas y muchas otras cuestiones vienen a mi mente buscando frenar la decisión, más no lo consiguen; dejó caer con fuerza aquel objeto sobre mi muñeca, apenas siento el roce de la filosa hoja. Absorta, observo el lugar de colisión, parece impoluto al principio, pero al cabo de unos segundos aparece una grieta que escupe pequeños ríos de color carmesí. Mi otra muñeca aguarda la misma acción.
Con los ríos desbordados, me dejo caer sobre el frío suelo de la habitación, hundida entre las sombras y la mirada perdida. La canción vuelve a mi voz una y otra, y otra y otra vez hasta que se apaga lentamente, con mis ojos, con mi cuerpo, con el alma misma.
Voy cayendo en un abismo cada vez más oscuro, caigo y caigo, se siente tan tranquilo aquí. Cuánta calidez hay. Cuánta paz se respira. Cuánto silencio lo habita. Caigo, caigo y sigo cayendo, pareciera no haber un fondo. Sólo paz sólo nada. ¿Dónde termina este abismo?
***
Respiro de manera entrecortada, El pitido monótono del electrocardiograma me hace abrir los ojos y ver la blancura de la habitación en donde me encuentro, en el aire se siente ese odioso olor a hospital que me revuelve el estómago. Me siento demasiado agotada como para moverme, así que sólo observo cómo se acerca a la cama desesperadamente.
-Al fin despiertas.
-Me hubiera gustado no hacerlo- declaro.
-¿Por qué lo hiciste? No tienes idea de como sentí cuando te vi ahí, en el suelo de la habitación con sangre en las manos e inconsciente.
-¿¡Acaso si sientes!? Pensé que ya estabas acostumbrado a ver gente muerta- digo con ironía.
-No a la gente que quiero- comenta.-¿Por qué lo has hecho?
-Quiero dejar de formar parte de este mundo maldito de mierda en el que me has metido- gritó exaltada.
-Ya te he pedido perdón por ello- contraataca.
-¿Enserio, piensas que eso es suficiente? Yo no quiero ser parte de esto-. Él me mira sin aprobación.
-No te das cuenta que no tienes otra opción. Ya eres parte de esto, no puedes escapar, nadie puede. Así que si eres inteligente deja ya de comportarte como una niña boba y acepta la realidad. Esta es nuestra vida, cariño.
-Si ésta es nuestra vida prefiero estar muerta.
Pone los ojos en blanco, está frustrado, fastidiado y cansado de estar en ésta conversación sin sentido que se está lidiando entre él y yo, y que no nos llevará a más que seguir odiándonos.
-El doctor te dará de alta cuando vea que has despertado. Vístete ahora- ordena señalando la maleta que está sobre el sillón a un lado de mi cama.
-Deja de preocuparte por mí- pido a gritos.- Acaso no te das cuenta que no quiero nada de ti, no aceptaré nada y jamás voy a llegar a quererte. Entiéndelo. Jamás.
-Eso lo sé, eres tú quien debe entenderlo. Tú eres mía, y yo cuido mis cosas, lo que me pertenece, y tú me perteneces.
Sale de la habitación y cierra la puerta de golpe.
Tardo unos minutos callada y cabizbaja mirándome los vendajes en las muñecas, fallé, pero no voy a rendirme; haré cualquier cosa por librarme de él, de su mundo y de mi vida si es posible. Cualquier cosa.
Me levanto, tomo la maleta y me meto al baño para vestirme y volver a casa, a su casa, a mi cárcel.
Durante la cena hay tanta hostilidad que apenas se le agradece a Márgara en susurros por su atención. Comemos en profundo silencio y evitando el choque de miradas. Aunque estamos dentro de la casa se siente el clima frío del exterior donde todo está lleno de blanca nieve helada; la frescura comienza a producirme dolor en las heridas pero me esfuerzo porque mi rostro no lo manifieste. Ulises termina de cenar antes que yo, se levanta y marcha sin decir más; poco después terminó yo, agradezco a Márgara y me marcho también.
Durante mi recorrido a la habitación no lo veo en la sala, ni en el recibidor, tampoco en el pasillo, pero cuando paso junto al estudio me percató que la puerta está entreabierta; me asomo por la rendija y lo descubro sentado en un sillón junto a la ventana y con una botella de whisky en la mano. Sobre el mueble más cercano a su posición yace encima su plateada pistola, me sorprende no haberme fijado que casi siempre la carga consigo y si no hubiera asesinado a aquel hombre frente a mí, jamás me hubiese enterado de su existencia.
Me alejo del estudio y subo las escaleras hacia la recámara, cuando entro miro a todos lados, el lugar está más frío que la cocina lo que hace que duelan aún más las cortadas. Me pongo el pijama, cepillo los dientes y cambio el vendaje para posterior meterme a la cama, me cubro por completo con la colcha, cálida y suave; cierro los ojos con la esperanza de que esta noche el sueño me alcance, y lo hace, al igual que las pesadillas. Duermo la mitad de la noche y la otra mitad la paso en vela de nuevo cantando entre lloriqueos.
Al amanecer muy temprano, Ulises entra en la habitación pero me ignora por completo mientras ambula a pesar de que estoy sentada en la cama, observándolo moverse sin siquiera mirarme. Toma del armario uno de sus trajes oscuros, un par de zapatos y varios de sus artículos personales, entra al baño y poco después escucho el siseo del desodorantes y los disparos de su perfume, sale del vestidor poco luego, arreglado y aplicándose la cera para peinar en el cabello, acomoda su peinado, se alisa el saco y toma el maletín para después disponerse a salir.
-No me esperes. Es un negocio muy grande- dice poco antes de salir sin siquiera echarme una pequeña mirada.
-Adiós- masculló cuando la puerta se ha cerrado tras un portazo.
En todo el día no hago más que ambular por la casa, cuando Márgara llega le pido que se retire, pues Ulises no estará en casa y lo que menos quiero es hacerle perder un día simplemente por estar atendiéndome. La recámara se convierte en mi fortaleza, me interno ahí para mirar algo de TV, comer algunas golosinas, tratar de dormir un poco y hundirme aún más en mi depresión. Más adelante, decido llamar a Alexandria por teléfono, y hablamos de su escuela a la que regresará en pocas semanas, también de Alonso y Craig, me comenta todo lo que ha hecho en estos días de invierno y en las fiestas pasadas; en un momento llega a indagar sobre mi matrimonio, poniéndome en el lugar de mentirle aunque nunca me ha gustado hacerlo, sin embargo, si ahora quiero protegerla debo sumergirla en un océano de falsas conjeturas. Todo va bien, muy bien, es lo único que le digo y al ser una niña aquello es suficiente respuesta para ella.
Hacia la tarde la soledad comienza asfixiarme, más de una vez me asomo a la ventana con la esperanza de pillar algo más interesante en lo que pasar el tiempo pero no hay nada más que montones de nieve acumulada y los esqueletos muertos de los arbustos en el jardín. Me fijo en los encinos, enormes árboles que subsisten a las frialdades de la naturaleza, quisiera tener ese mismo valor, esa misma fuerza, aquel mismo espíritu. El cielo se halla de color negro lo que significa que nevará en cualquier momento. Para entonces ya no tengo ganas de nada, mirar la cama sólo me aterroriza pues sé que si intento dormir una pesadilla me despertará, también no siento necesidad de comer aunque el estómago me gruñe. En la ducha me relajo un poco, el agua caliente me tranquiliza y logra casi arrullarme, pero la siniestra imagen de la muerte no me permite ir más allá de los bostezos.
El cielo cristalino se rompe al anochecer y los copos se desplazan suavemente en su descenso. Las manos comienzan a dolerme pero las ignoro. Me preparo un poco de chocolate caliente y como algunas galletas, no alcanzan a calmar el gruñir de mi estómago pero al menos lo cesan. Me tiró otra jornada más frente al televisor sin prestarle siquiera atención mientras espero, pero cuando ya es muy tarde y acepto que Ulises no regresará tal cual dijo, apago el televisor y subo la recamara. Con una vaga esperanza aún, me quedo observando por la gran ventana hacia el exterior mientras me pregunto por qué hago esto. ¿Porque aún si lo odio me preocupo? ¿Por qué estoy como tonta aquí en la espera?
Realizo algunos dibujos con los dedos sobre el cristal de la ventana que está tan frío, poco después me harto y le atisbo un puñetazo al vidrio, para mi suerte lo único que se abre son las heridas en mis muñecas. Sin hacerle caso al ardor y sangrado ligero me tiró sobre la cama e intento dormir, sólo si se puede.
Oigo el motor de un auto apagarse afuera. Estoy tan desaliñada y cansada por no dormir que a duras penas me levanto de la cama para asomarme a la ventana. La claridad de la mañana me permite verlo bien con su cabello rubio acercándose a la puerta, no escucho el timbre sonar, pero aún así bajó hasta el recibidor con mala gana, apenas muevo los pies, me duele el cuerpo completo y me dan fuertes latidos en la sien, si a todo esto le sumo el dolor de las muñecas, esta mañana resulta un verdadero calvario.
Me encuentro de frente con él en la sala, me detengo antes de llegar al pie de la escalera, pues sus azules y severos ojos me escrutan detenidamente.
-Buenos días- saluda tan respetuoso como de costumbre, pero yo le devuelvo el saludo con dificultad.
Mi apagada y casi inaudible voz lo hace fruncir el ceño, sin más palabras se permite entrar a la cocina. Sin prestarle atención me dejo caer sobre los escalones fríos y duros.
«¿Tan mal me veo?», pienso.
Él nunca antes había movido de su sitio como en este momento lo hace, escucho que se mueve en la cocina cómo vaivén.
Entrecierro un poco los ojos, pues los latidos de las sienes empeoran. Me siento muy débil y tengo mareos repentinos, tal vez a consecuencia de no comer bien y las malas noches que acarreó desde el día del incidente. No sé cuánto tiempo transcurre, el frío comienza a invadirme y me obliga a poner de pie buscando calor en la cocina donde el ambiente es tan cálido por la energía calorífica que emana de la estufa encendida. Philip se mueve de un lado a otro en el lugar echando ingredientes a un recipiente puesto sobre las llamas, tomo lugar en una silla del comedor y reúno las pocas fuerzas que me quedan para hablarle un poco más alto.
-¿Dónde está Ulises?
-Lamento no poder decirle, desde ayer que lo he llevado a una de las empresas no supe más del señor. Sólo esta madrugada me ha llamado para ordenar que viniese a verle e informarle cómo está usted, cómo se encuentra.
«Ya veo. Ulises no confía de todo en Philip, no le permite acercarse más al Wings of Velvet», pienso. «Que acaso, ¿no se supone que él es de confianza? Quizás para él no tanto».
-¿Y cómo me encuentras?
-Molida, honestamente- suelta, poco después se retracta.- Perdón, he querido decir que, le encuentro agotada. Afligida.
Una sonrisa curva su hermoso rostro, yo trato de imitarle pero no puedo. Se acerca a la estufa, le apaga y agrega endulzante al recipiente que descubro es una tetera; mientras sirve el contenido en un par de tazas me atrevo a preguntar.
-¿Sabías todo?
No hace falta que dé contexto él lo entiende bien y no demora en contestar:
-Sí-. Tan directo como siempre.- Lamento no haberle dicho antes, pensaba que usted ya lo sabía. Además no me correspondía decirle.
Deja una taza humeante cerca de mí, se siente el aroma algo familiar para mí, un olor de antaño; miro la taza pero no la tomo.
-¿Lo ha estado pasando mal, no es así?- inquiere y se permite tomar asiento al otro extremo de la mesa.
-Es horrible enterarte que vives a costa de otros, a costa de la vida de otros. En un mundo de mentiras, con sacrificios y muertes. Es horrible descubrir de la noche a la mañana que vives en un infierno, uno en donde el diablo eres tú mismo- expreso cargada de coraje. Lo miro y descubro que me observa, indiferente, severo, con esta posición rígida que lo caracteriza; da un sorbo a su taza. Suelto un sollozo y vuelvo los ojos a la taza humeante cerca de mí.- No es fácil asimilar algo así. Me empeño en creer que es una mentira.
-Pero no lo es, es verdad, es su realidad-. No necesita aplicar más palabras para acabarme en ese momento.- Y mientras más se tarde en aceptarla, más va a sufrir. Un día simplemente lo va a tener que afrontar, o al menos dejar de tomarle tanta importancia, asimilar lo que es o ya no es, siempre va a ser lo mejor.
-No es fácil. Duele- me lamento.
-El sentimiento de culpa no es eterno, verá como un día ya no sentirá más y lo va a aceptar… tal cual yo lo hice-. Al final, su voz tiende a quebrarse.
Levantó la mirada encontrándome con un rostro envuelto en la melancolía. Los labios de Philip se abren soltando palabras más hirientes. Pero ¿qué de lo que él diga no lástima?
-Cuando junto a mi hermana nos vimos envueltos en el escenario de la ambición del hombre, esa que nos destruyó y llevó a convertirnos en lo que ahora somos. Ella era un par de años mayor, nuestros padres habían muerto y los tíos paternos que supuestamente nos cuidarían, nos echaron a la calle por el hambre de quedarse con toda la fortuna que poco después los consumió hasta morir-. Una sonrisa tuerce sus labios.- Hambrientos, con frío, necesitados… buscamos auxilio en las tétricas y desoladas calles de la ciudad, pero no hubo nadie.
»Desesperados caímos en manos del vandalismo, robar, asaltar, hacer el trabajo sucio por los otros; de eso nos valimos. Pero como si aquello fuese nada, un día nos llegó una mayor desgracia, o no sé si llamarlo como tal-. La cólera se engendran aún más en su rostro.- Un grupo de tratantes de infantes nos secuestraron junto a otros chicos del barrio, nos hicieron cosas terribles, a las niñas más que a nosotros los varones-. No tiene que entrar en tantos detalles para que mi mente lleguen turbias imágenes y gritos de aflicción que me producen escalofríos; puedo notar la pena en su celeste mirada sumida en aquellos dolorosos recuerdos. Sin embargo, respira y continúa:
»Algunos no corrieron con suerte, el resto tuvimos que adaptarnos. Oprimieron nuestras mentes, nuestros cuerpos y espíritus para forjarnos un carácter desalmado, moldearnos a su antojo, convertirnos en seres sin compasión. El adiestramiento fue terrible, la prueba de fuego lo fue aún mas. Recuerdo claramente el arma frente a mí y el condenado infeliz a sólo metros en la misma dirección. Fallar ahí era cavar tu propia tumba. La mirada del pobre desgraciado clamaba compasión, pero qué podía hacer yo sí también lo era. En este mundo debe entender que eres tú o es tu muerte. Y yo elegí vivir...
»Señora mía, a quien usted mira aquí no es un simple chofer, es a un inhumano que cobró la vida de su primer víctima a los 14 años, todo por unas cuantas monedas para poder sobrevivir. Así es Mi Señora, hay peores orígenes que iniciar estando con un desconocido, y que es mejor no conocer.
La cocina se sume en un silencio impoluto. El apagado semblante de Philip marcado a los costados por el hilo de sus lágrimas se retracta en el mío propio.
-P-Philip…- suelto en un ligero hilo de voz. Él sale de su trance y me mira por una fracción de tiempo. Toca sus mejillas, se inmuta y las seca enseguida con el dorso de su mano.
-No es necesario que diga algo. Todo ya es parte del pasado.
-Has sufrido tanto… y yo, me quejo por simples mentiras. Creo que no sé lo que es el dolor realmente.
-Ojalá nunca lo sienta. El dolor es inefable, nos consume, nos enerva, pero lo peor es que nunca, nunca nos mata.
-Matar. Qué horrible palabra. No me imagino a mí haciéndolo- expreso.
-Ni siquiera lo piense- taja de inmediato.- Nosotros no teníamos otra opción, era sí o sí. Pero usted no tiene por qué sumergirse en este pantano de putrefacción. Si ha de matar en algún momento, yo lo haré por usted.
¿Yo? ¿Matar? Un escalofrío me hela de solo pensarlo.
No sé si es efecto de mi mal estado emocional o qué, pero siento que Philip se ha abierto demasiado conmigo en este momento, tal vez lo ha hecho con la intención de buscar suprimir mi sentimiento de culpa, pues a pesar de que hemos avanzado en nuestra relación de amistad, eso quiero creer, a veces aún mantiene su carácter hostil hacia mí, pero en este momento no. O tal vez, sí me está entendiendo, es tal vez mi amigo, quizá, es la única persona normal que está en este lugar. Puede ser también que, al igual que yo, es un ser atrapado entre las tinieblas de este mundo, un alma desesperada, valiente y sensata que se esconde bajo una máscara de hielo y un disfraz de indiferencia; es un ser que intenta huir pero no puede porque algo lo detiene, algo lo ata a este mundo. Philip Misuno, a pesar de los infiernos en que ha estado, no es malo; es tan solo un ángel esclavo de un cielo falso.
Suspira.
-Tome, tal vez le tranquilice- dice acercándome más la taza. Sus azules ojos me observan y aguardan, tomo entre mis manos el recipiente y doy un sorbo, la cálida emulsión es como mágico en mi paladar. Abro los ojos y suelto un suspiro.
-¡Té de tila!- exclamó.- Mi madre solía hacérmelo cuando estaba preocupada por los exámenes de la escuela o había hecho algo mal y debía decírselo.
Una sonrisa aclara su severo semblante volviendo a iluminarlo. Le agradezco el gesto y evitó entrar de nuevo en el recuerdo tortuoso que me ha compartido, contagiándome un poco de su entusiasmo.
De pronto, sus facciones vuelven a verse envueltas en un velo de aflicción, pero cuando intentó indagar sobre la razón, ya ha abandonado la cocina dejando solo sobre la mesa la taza humeante; tardo en reaccionar a su comportamiento pero cuando consigo hacerlo, él ya ha regresado trayendo consigo la pequeña caja gris del botiquín.
-¡Sus heridas!- dice alarmado.- ¡Están sangrando!
Miro los vendajes en mis muñecas, en efecto, se hallan teñidos en rojo y como si mi mente lo hubiese desbloqueado, la sensación de dolor vuelve.
-Ayer me sangraron un poco pero no le tomé importancia- admito.
-Agradezca que hace frío, con heridas así y en un ambiente caluroso, pudo haber contraído una infección- dice.
Busca en la caja gris, saca un par de guantes esterilizados y se los coloca; también, toma algunas vendas, alcohol, algo de algodón y un ungüento.
-¿Me permite?- inquiere tomando con delicadeza mi mano. Su tacto es suave, cálido, debo estar loca, pero me parece celestial.
«Es un Ángel», pienso.
Extiendo los brazos sobre la mesa, él quita con habilidad el vendaje, y frunce el ceño al ver mis heridas en un aspecto no tan agradable. Humedece algodón con alcohol y lo aplica sobre los cortes provocándome un espasmo. El ardor es realmente intenso.
-Perdóneme, soy algo brusco- expresa.
No hace falta que diga algo, simplemente, continúa con más delicadeza. «Sí, es un Ángel».
***†***
Hey, everyone! It's Jessie!
Disponible ya el capítulo 9 al fin. Me gusta está parte, las cosas están ya tomando camino, uno no muy bonito.
Se han descubierto secretos que eran de esperarse, la prota está más chiflada que una cabra pero que tal el chófer, creen que es bueno o malo.
Pregunta: De los personajes que van hasta el momento, ¿cuál les gusta más?
Dejen sus respuestas en los comentarios, así mismo sus ★...
Nos vemos en la próxima actualización...
Ciao!
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