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IV

  Los últimos días de noviembre avanzan con rapidez, las hojas de los árboles se han secado por completo y caen una a una sobre el suelo moribundo y frío del bosque, en cuyo lugar sólo subsiste de verde las frondosas y húmedas ramas de los encinos. El fresco aire invernal empieza a sentirse, y los últimos vientos de otoño soplan con ímpetu llevándose las inertes hojas finales.

En nuestro jardín, la estación también hizo de las suyas, los rosales se han secado y ahora sólo sus esqueletos se hallan adornando el lugar, los arbustos se quedaron sin follaje y el suave y verde césped agoniza.

Diciembre y sus primeros días llega en sintonía con el olor a pino en el aire, con el colorido rojo de las flores de nochebuena, el brillante dorado de los adornos de estación y el parpadeante destello de las luces navideñas que iluminan e inundan toda la ciudad a lo lejos, fuera del bosque en donde estoy perdida. En casa, todos esos detalles, no son la excepción.

En el centro de la sala se encuentra con sus luces chillantes y adornos colgantes el clásico árbol, en el recibidor y por todos los muros de mármol se hallan enredadas frondosas serpientes de ramas encinas con piñas aromáticas, adornos dorados y más luces, las cortinas con estampados navideños cuelgan en las ventanas y en los jarrones lucen sus rojos pétalos las flores de nochebuena. El equipo de ambientación sí que hace bien su trabajo, un trabajo demasiado estrafalario para mi gusto. En casa, con mi familia, sólo poníamos el árbol y algunos cuantos adornos, que seguramente Alexandria ya ha puesto, pues le encantan estas fechas, fechas en que la familia está junta, pero es una pena, y me causa tristeza, que este año no vaya a estar con ellos.

Ya no es lo mismo, pienso y mi ego se acongoja.

De pie cerca de la ventana, miro hacia el muerto jardín con aires nostálgicos, oigo sus pasos acercarse, me sacudo un poco para eliminar los sentimientos de mi interior, y preparo la sonrisa de actuación que siempre uso para recibir y tratarlo. Aguardo hasta tenerlo cerca, siento sus labios dar un beso sobre mi cabeza y sus calientes manos frotan mis hombros.

-¡Hola!- saluda bastante sereno.

-Hola- le respondo sin conmoción alguna y discretamente me aparto de su lado yéndome a sentar en uno de los sofás.

Estoy comenzando a acostumbrarme a mi nueva vida, una vida que han creado para mí, con buenos momentos que se supone debo disfrutar, así me gusten, o no.

Ulises intenta complacerme en todo momento aunque ya lo este, o más bien finja estarlo, me da de todo sin que yo le pida algo: ropa, joyas, regalos, comida, atención, en especial, atención; pero esas cosas son de poca importancia para mí. Se lo he dicho una y otra vez, se lo demuestro incluso, pero él no le toma interés a mis palabras y mucho menos a mis acciones, creo que él las interpreta como forma de que no estoy complacida y cada vez se esfuerza más y más por darme de todo, hasta cosas que no necesito, ni quiero.

Derrocha su infinita fortuna y administrado tiempo en mí, está siempre al pendiente de cada movimiento mío, si yo me muevo, él se mueve, como si necesitara algo de su atención, es como si yo tuviera un imán en mí y él fuera metal, y yo lo atrajera hacia donde vaya.

Pronto mi matrimonio comienza a parecerme asfixiante, pero ¿qué puedo hacer? No hay escapatoria.

Pero por mucho que Ulises sea atento, caballeroso, bondadoso, y cariñoso conmigo, que me llene de regalos a diario, que me abrace con ternura, me acaricie con delicadeza, y me bese con pasión, yo no lo quiero; hago lo que hago por compromiso, su fortuna salvó el estilo de vida de mi familia, condenando el mío, lo cual ya no me importa, pero ¡por Dios! ¿Quién es feliz siendo prisionero? Porque es así como luego de este primer mes de estar casada con Ulises, me siento: soy la prisionera de él, por el resto de nuestras vidas, tal como dijo en el brindis.

Esta mansión es una cárcel, aunque él no lo vea de cierto modo, pues aunque a pesar de que salimos a la ciudad a dar un paseo por la zona, la mayoría del tiempo estoy encerrada en esta casa, sin contacto con nadie más que con él; además, el móvil que tengo no coge señal, por lo que ni siquiera he hablado con Alexandria desde que llegue aquí; de seguro ella piensa que ya la olvidé.

Reconozco que a los lugares que me lleva cuando vamos a la ciudad son hermosos y disfruto de ellos, es lo único que le aclamo: su buen gusto para escoger los sitos a donde llevarme. Me lleva a galerías, zonas arquitectónicas y arqueológicas, teatros, centros recreativos o artísticos, museos, cines, y conciertos de ópera y música instrumental; no puedo dejar fuera los centros comerciales y plazas que visitamos, estos son los que menos me gustan, porque son en estos extravagantes lugares donde gasta dineral con fin de hacerme sentir complacida.

Algo que también admito es que tiene mucha labia, que unida a su acento crea conjugaciones de palabras tramposas que me atrapan con sólo oír una pequeña o breve frase de sus historias; es aplicado, culto y sabe mucho de literatura e historia. Entender sus expresiones es algo tedioso, pero comienzo a acostumbrarme a ellas. Es atento y afectuoso, endulzante con tales virtudes, tanto que hay veces en las que llega a asustarme, por la excesiva atención e implacable afecto que muestra tenerme.
En sus oscuros ojos a veces noto que está decidido a hacer cualquier cosa por mí, como dar la vida, o quitarla.

Cuando estamos juntos, en especial en zonas con público, parecemos la pareja perfecta, el mejor matrimonio del mundo, o al menos así nos ven todos, empezando por nuestras familiar y él mismo.

Quizá, con todo lo que hace y me demuestra, llegue a quererlo como él quiere y me quiere (si es que me quiere y no está actuando como hago yo); tal vez su interés por mí sí es real, tal vez él sí cree en el amor a primera vista. No niego que sí me causó impacto cuando lo vi por vez primera en la boda, me agradó que no fuera un viejo cara de sapo y también, me gustó (y me gusta, lo admito) su actitud y la manera que tiene de ser conmigo, aunque a veces me parezca acosador. Obsesivo.
Sin embargo, de soportar su presencia y ser su esposa por compromiso, a llegar a amarlo, o siquiera quererlo, es muy complicado; y no es porque no pueda hacerlo, sino porque yo no sé amar. Tal vez él sí sabe amar, pero no quiero que me enseñe a hacerlo, porque podría aprender más que él y herirlo con eso, cuando su único propósito es no hacerme daño... O al menos, eso es lo que ha prometió en el altar.

Quizá y no llegue a quererlo nunca, pero sí, a darle un lugar en mi vida, que ahora es suya; pero, ¿qué lugar? ¿Un lugar que se gane, o uno que se merezca? No lo sé.

-¿Qué sucede? ¿Te pasa algo?- pregunta acercándose ahora al sillón en que estoy.

-Nada- digo sacudiendo de lado a lado la cabeza. Él sujeta mi mano derecha entre las suyas, yo lo miro a los ojos y él me regala una sonrisa.

-Entonces, vayamos a comer- ordena tirando de mi mano para ponerme de pie. Obedezco su orden y me levanto para seguirlo.

Con tantos pensamientos me ausento de la realidad frecuentemente, obligando a Ulises a traerme de regreso a la misma, lo que para él comienza a ser irritable, pues en mi vagancia mental me doy de ignorarlo.

Llegamos a la cocina donde Margara ya tiene listo el desayuno, nos sentamos en torno a la mesa, muy cerca uno del otro y empezamos a comer. Las manos de la empleada sí que parecen ser mágicas, prepara exquisitos platillos que me llevan en ocasiones a recordar las veces en que mi madre cocinaba para mis hermanos, mi padre y yo; también, sus comidas y la rapidez con que labora en la casa, me hacen pensar en que esos debían ser mis labores como esposa.

-Todo está delicioso, Margara- halaga Ulises.

-Me gusta complacerlos, señor- dice ella.

-Quizá y puedas enseñarme- digo un poco cabizbaja. Siento las miradas de ambos posarse en mí.

-Pero si tú también sabes cocinar- comenta Ulises.

-Pero no tan bueno como Margara- espeto.- Además, he notado que te gustan sus comidas, y por eso quisiera aprender de ella para saber cocinar más rico y rápido, ser menos desastrosa en la cocina y consentirte mejor.

Mis palabras quedan vagando en el aire.

-No necesitas saber cocinar perfectamente para ser mi esposa- comenta él.

-Pero para tener tal título a mí me han dicho que se debe ser buena en todo, en la cocina, la limpieza, el orden y el porte, más que sólo en la cama- declaro. Ulises tiende a atragantarse tras oír mi comentario, abre ampliamente los ojos y me observa detenidamente, apenado quizá con Margara.

Poco después que el silencio reina, una sonrisa aclara su semblante y ordena a Margara que me enseñe en los tiempos libres o que cuando esté trabajado, me permita ayudarle. La mujer acepta sin presentar objeción alguna. Ulises termina su desayuno y se levanta de la mesa, se acerca a mí y me da un beso en la sien derecha, antes de abandonar la cocina, pues por primera vez, después de todo este mes de encierro conmigo, va a salir para tratar asuntos del negocio de su familia; negocio que considero es alguna empresa o cadena de empresas donde el dinero llueve reciamente con las millonarias inversiones de los socios de él y de su padre.

Ulises sube a la habitación y tarda cerca de cuarenta minutos allí arriba. En ese tiempo arriba a la mansión un vehículo negro brillante del cual baja un caballero de atuendo uniformado, con saco gris y corbata de moño, lo reconozco torpemente desde adentro de la casa: es el mismo chofer que nos trajo aquí la vez que llegamos. Supongo que trabaja oficialmente para Ulises. Mi esposo desciende por la escalera al fin, trae puesto uno de los trajes negros, clásico de empresario, medio ajustado, con saco y zapatos elegantes; también, carga con un maletín negro, el cual deja sobre uno de los sillones de la sala mientras se coloca su plateado reloj de pulsera. Me acerco a él, me sonríe en cuanto me ve aproximarme, le ajusto un poco más la corbata y el cuello de la camisa.

-¿Me veo profesional?- cuestiona.

-Y también guapo-. Él sonríe.- El chofer ya llegó- anuncio.- ¿Regresarás hoy mismo?

-Sí, espero que antes de la cena- contesta. Le sonrío ñoña y falsamente.- Me voy.

Caminamos hasta la puerta principal, yo llevo su maletín (pesa un poco), y salimos al exterior, donde lo acompaño hasta el vehículo. El chofer, para sorpresa mía, es bastante joven, quizá unos cinco años debajo de los de Ulises y un par arriba de los míos; es alto, piel clara, cabello rubio y ojos azules. Hipnóticos. Cuando llegamos cerca de él, nos hace una reverencia y saluda cortésmente dándonos los buenos días; abre la puerta del vehículo y Ulises me pide el maletín, yo se lo entrego y él a su vez se lo da al chofer, quien lo deja dentro del auto en los asientos traseros.

-Cuídate, Ulises- le digo.

-Claro, cariño. Tú trata de no aburrirte, volveré lo más pronto.

Me da un apretón de manos y luego un beso casto. Entra al vehículo y el chofer cierra la puerta, me dedica una reverencia más y después entra al auto, el cual poco después, se pone en marcha y abandona el jardín saliendo por la entrada del gran portón; me quedo de pie viendo el auto alejarse hasta perderse de vista.

Entro a la casa de nuevo y voy hasta la cocina, ahí Margara ya está activa con la preparación del almuerzo, me lavo las manos, las seco y luego de recogerme el cabello con la cinta, suelto con voz motivante:

-Bueno, bueno, ¿por dónde empezamos?-. Margara me mira y sonríe.

Pasamos horas cocinando, o mejor dicho ella lo hace, yo sólo la observo moverse oscilante y tratando de seguirle el paso y no perder ningún detalle de lo que hace, toma, corta y agrega al recipiente que está sobre la estufa, en el cual cocina unas ricas albóndigas rellenas de queso y salsa especial de su creación personal. Antes del mediodía, la comida está hecha. Margara me hace un platillo y al no querer comer sola en lo inmensa que es la mesa del comedor, le pido que haga un platillo para ella y se siente conmigo. Comemos juntas entre comentarios algo burloncitos de cómo es que trataba de seguirle el paso a la hora de preparar la comida.

La tarde se desvanece en pocas horas, y Margara se marcha de la casa cuando está cerca la caída de la noche. Al estar completamente sola en la mansión, activo las alarmas de seguridad y subo a la habitación, donde me desvisto entera y vago por la recámara un momento antes de meterme al baño; preparo la tina con espuma y champuses aromáticos, para posteriormente, internarme en ella. El agua me relaja y reconforta la piel, casi, casi tiende a dormitarme.

Al salir me siento más ligera y suavizada, aunque el aroma de las esencias se me ha adherido y es algo irritante para mi olfato; seco mi cuerpo y lo visto con el pijama, me tumbo luego sobre la cama y miro el techo. La noche ha caído y todo está oscuro, ni siquiera he encendido la lámpara grande, tan sólo alumbra la habitación una pequeña lámpara de mueble no muy luminosa; de pronto, unos rayos de luz se filtran por la ventana iluminándola momentáneamente. Me pongo de pie en seguida y me asomo a la ventana por donde entraron los fotones luminosos, los cuales son los faroles del vehículo negro que llega a la entrada.

Salgo corriendo de la habitación, bajo las escaleras, atravieso el living y salgo al jardín donde el aire preinvernal reina. El auto se detiene y poco después, baja el chofer, nada más. Hace su típica reverencia y saluda cortésmente.

-Buenas noches.

-Buenas noches- digo.- ¿Dónde está mi esposo?- cuestiono.

-No vendrá a casa esta noche- anuncia sin más preámbulo, dejándome atónita y pensando mal.- Me ha pedido venir a informarle que sus negociaciones se han incrementado debido a la ausencia que ha tenido, y por ello, tratará de arreglar todas. Solicita que lo disculpe y que lamenta no estar para la cena como le ha prometido esta mañana- explica. ¿Y qué haré estando sola aquí?, pienso bajando la mirada. El chofer tose y añade tal como si hubiera leído mis pensamientos:- Pero usted no se preocupe, el señor Ulises me ha confiado su seguridad y pedido que me quede aquí, con usted, para cuidarla. O si usted lo prefiere, que le lleve a un hotel para mayor seguridad.

Analizo sus palabras durante un momento. El hombre se ve de confianza y emana benevolencia.

-De acuerdo- digo al fin.- Entremos, aquí afuera hace un poco de frio.

-Como usted diga. Adelante, señora- concluye él. La palabra "señora" me queda revoloteando en la cabeza.

Entramos a la casa y nos sentamos en los sillones de la sala, le ofrezco algo de tomar pero él se niega a aceptar diciendo que quien sirve es él y quien ordena, soy yo. Admito que su trato sí es algo severo. Habla con demasiada cortesía y respeto, y cada vez que se dirige a mí con el apelativo "señora" me hace sentir incomoda, me hace sentir mayor. Anciana.

-¿Cuál es tu nombre?- pregunto. Él se levanta y haciendo una reverencia, dice:

-Mi nombre es Phillip Misuno, y estoy a sus órdenes, señora-. ¡Vaya!, su nombre es inglés, pero su apellido parece ser oriental; tiene apariencia de ser latino, pero su vocabulario lo cataloga como anglosajón. Latino, angloamericano, u oriental. ¿Qué es?

-Siéntate- ordeno y él obedece de inmediato.- No me llames "señora", me hace sentir mayor e incómoda.

-Discúlpeme, entonces- dice con su clásica reverencia. Yo le sonrío.

-Bueno, yo me llamo Thalia Winslow y me gustaría que...- no logro terminar la presentación, pues él me interrumpe levantándose, haciendo su estúpida reverencia de nuevo y diciendo:

-Es un gusto conocerla, señora... Digo, señorita Thalia, su esposo me ha hablado de usted esta mañana, y es un honor conocerla y servirle desde ahora-. Su acción de levantarse y hacer la reverencia, como si yo fuera algún santo o figura de alto respeto, me molesta mucho más que el hecho de haberme interrumpido.

-¡Siéntate!- ordeno de nuevo y el obedece.- "Señorita" está bien aunque mal usado, recuerda que estoy casada. Si me llamaras por mi nombre sería mejor- comento.

-Lo siento, señorita Thalia, pero por respeto no puedo tutearle, es muy inapropiado y yo no soy un igualado.

-Está bien, me rindo- declaro.- Dirígete a mí como quieras, menos de la forma señora, ya te he dicho que me molesta.

-De acuerdo, señorita Thalia.

Dicho esto, el silencio inunda todo el lugar, el sujeto frente a mí no trata de ser ni de ir más allá de nuestros papeles de patrona y sirviente, sin embargo, y a pesar de que él es algo duro de entender, hay algo en su persona que me gusta, que me atrae, que me cautiva. No son sus celestes ojos, ni su perfeccionado semblante, tampoco es su brillante melena dorada, ni su pálida piel. El tipo, ¡Dios!, es guapísimo, pero también es demasiado tedioso. ¡Un momento, ¿qué me pasa por la cabeza?! ¿Hacerlo mi amante? Qué estupidez, me grita el subconsciente. Parpadeo apartando mis ilógicos pensamientos.

-Hábleme de usted, señor Misuno ¿Qué es de su vida? ¿Tiene esposa, hijos, novia o, novio?-. No sé porque diablos he añadido la última palabra en la cuestión, pero él simula ocultar la gracia que le ha provocado.

-Disculpe señorita, pero por profesionalismo nuestra única relación tiene que ser de lo que es: usted es la ama, y yo, el esclavo. No se salga de esos papeles- expresa.- Pido disculpe mi actitud evasiva pero así son las cosas.

-Yo no soy un tirano- digo.

-Tampoco deja de ser la doña- declara, claramente en tono de mofa.

Sé que no lo haré cambiar de decisión y pensamiento, es muy profesional, severo y algo frívolo, evasivo y reservado.

-Muy bien señor Misuno, gracias por decirme lo que somos y, ¿sabe cómo me serviría perfectamente? Decidiendo irse. Ya estoy acostumbrada a estar en soledad y sé cómo cuidarme... ¡Buenas noches, Misuno!

Me levanto del sillón y subo hacia la recámara. Al llegar, me tiro sobre la cama, pues no sé porque extraña razón algo de tristeza me ha invadido; todo es como si aquel hombre me hiciera sentir así, y me diera a entender con sus acciones que, ni siendo la esposa de uno de los hombres más millonarios del continente, puedo tener amigos.

Una lágrima se me escurre por la mejilla derecha, pero la seco de inmediato. Mejor es estar sola que acompañada y vivir siendo invisible para todos, regaña la vocecita en mi cabeza. Me acomodo sobre las almohadas y ahí espero a que el sueño me domine, pero cuando lo hace, no sueño nada.

***

Suaves y cálidas son las caricias que siento recorrer mis pómulos y me llevan a abrir los ojos.

-¿¡Ulises!?- exclamo al reconocerlo, medio borroso entre mi dormitada mirada.

-Hola...- dice él.- Sigue descansando, ya estoy aquí, contigo-. Lo siento acostarse en su lado de la cama y seguir acariciándome, mientras el sueño me vuelve a atrapar.

Siento que apenas cierro los ojos por unos segundos, pero cuando los abro, veo claramente a Ulises acostado a mi lado, profundamente dormido, parece estar cansado y dudo que se despierte pronto, aunque ya son cerca de las nueve de la mañana. Sin embargo, tomo precaución al salirme de la cama y, respectivamente, abandonar la habitación. Bajo a la cocina para preparar el desayuno, y para sorpresa mía, me encuentro en la sala con el apuesto chofer, sentado en uno de los sillones y, de seguro, acaba de despertar (sí acaso ha dormido); no tiene puesto el saco y se está acomodando el moño a tientas, su cabello esta alborotado y sus ojos enchinados. Bosteza. Al verme, se pone de pie y hace una de sus patéticas reverencias.

-Buenos días, señorita Thalia. Disculpe la indecente imagen que muestro- expresa. Que tipo tan más enfadoso, pienso.

-Se supone que le pedí que se fuera- escupo tratando de sonar indiferente.

-¿¡Se supone que debí obedecer!?- expresa de cierto modo burlón.

-Claro, usted mismo dijo que para eso estaba.

-Sé bien lo que dije, señorita. Pero olvidé informarle que su primera orden no podía ser anular la última de su esposo. Él me ordenó no separarme de usted y eso fue lo que hice- justifica.

¡Increíble! No puedo ganar ni una sola vez contra él, acepto. Pongo los ojos en blanco y paso a su lado sin más que decir.

En la cocina pongo al fuego la cafetera y en práctica, las clases con Margara sobre cómo es que le gusta el café a Ulises; preparo el desayuno, uno de esos que sirven para vencer el agotamiento porque brindar energía en cantidad, a según Margara. Tengo tanto éxito con el platillo como con el café. Sirvo dos tazas de la cálida bebida y decido regresar a la recámara. Cuando salgo de la cocina tengo clara mi intención, pero conforme me aproximo a él, dudo en cómo se verá mi acción y qué podría resultar de lo mismo; analizo mucho sí debo o no debo hacerlo que, cuando me doy cuenta ya estoy cerca del chofer.

-Estoy segura de que no ha tomado nada y sólo espero que no desobedezca esta orden, señor Misuno- le digo con cierta indiferencia, mientras dejo sobre la mesita de la sala una de las dos tazas. No espero su respuesta y me doy la vuelta para seguir mi camino.

En el cuarto escalón, echo un vistazo sobre el hombro y logro ver que él ha tomado la taza en sus manos, le da un sorbo y luego dibuja una sonrisa en su hermoso rostro. Su rostro se ve el doble de bello cuando sonríe, mientras el humo golpea sus coloradas mejillas; sonrío también, pues algo en mi interior me dice que al menos le ha agradado el gesto.

Termino de ascender las escaleras y llego a la habitación, entro y dejo la taza sobre el mueble. Ulises continúa dormido como un tronco. Me siento en la borda del colchón y lo observo detenidamente, le aparto unas cuantas ondas de su negro cabello que tiene sobre la frente y luego le recorro con delicadeza sus facciones; acaricio sus sienes, mejillas, labios y paso los dedos por su mandíbula. Bajo las caricias a su cuello y después a su pecho, donde se siente el monótono latir de su corazón.

Subo y bajo las caricias de su pecho a sus labios varias veces, de pronto, cuando paso la mano por la zona de su cuello, en acta reacción sujeta mi muñeca y se mueve vehemente contra mí, dejándome aprisionada; sus fuerte mirada se clava en mis aterrados ojos, sus piernas aprisionan las mías y sus manos sujetan con fuerza mis muñecas contra el colchón. Parece un lobo feroz a punto de devorar a su presa.

-¡P-Perdón!- exclama luego de percatarse que soy yo y se me quita de encima.- Estaba teniendo una pesadilla algo fuerte y creía que aún no había despertado ¡Lo siento!- añade restregándose los ojos con el dorso de sus manos. Su mirada está más suave, pero la mía aún se mantiene aterrada y estoy enmudecida.- ¿Estás bien? ¿Te herí?

-No te preocupes. Estoy bien- digo titubeante. Extiendo la mano hacia el mueble donde dejé la taza de café y la cojo para posteriormente ofrecérsela. Ulises la toma y sorbe un trago, sonríe poco después y pierde la vista en un punto fijo de la habitación.- ¿Trabajarás hoy?- indago acercándome un poco a su solemne presencia.

Él asiente en seguida.

-También los días que siguen- anuncia. Bajo la cara y mi corazón extrañamente se acongoja, no porque vaya a extrañarlo, sino porque estar sola aquí, ya no me parecerá muy divertido.- Pero te prometo que para la cena de Nochebuena y en Navidad sí estaré aquí, contigo- asegura tomándome de la manos.

Me rodea con sus brazos provocándome algo de nostalgia y busca mis labios para besarlos.

Su promesa queda vagando en mi cabeza.

¿La cumplirá?

***†***

He-Hel-Hello!
¿Cómo andamos beb@s? Espero que bien.

Bueno, oficialmente el cuarto capitulo. ¿Les pareció cómo?
Dejen sus comentarios, les agradezco muchísimo, y también sus ★, me motiva demasiado.

Nos encontramos en el siguiente cap.

Saluditos!!! ☺️

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