III
Es media tarde cuando despierto, el otro lado de la cama está vacío, me incorporo para sentarme en la borda del colchón, y luego de dar un gran bostezo y restregarme los ojos, me levanto y camino hacia el baño; lavo mi cara consiguiendo que la máscara de maquillaje se me escurra a ríos.
Estoy completamente desnuda y mi reflejo en el espejo, es espantoso. ¿Eres tú?, me inquiere el subconsciente.
Busco en la repisa algo que sirva para ayudarme a quitar las manchas de rímel, labial y sombras que colorean la piel de todo mi rostro. Encuentro muchos envases que contienen líquidos de diferentes colores, texturas y olores, algunos son aguados y otros un poco más espesos, unos expelen aromas bastante agradables y florales, mientras que otros son muy fuertes y tienden a embriagar al inhalarlos; continúo buscando entre los artículos que hay sobre la repisa y en los cajones pagados a la pared. En uno de tantos, al fin, encuentro un paquete de toallas humectadas; leo la etiqueta de presentación y descubro que en efecto, sirven como desmaquillante. Cojo las toallas y regreso frente al espejo. Limpio completamente mi cara, eliminando las odiosas y pegajosas capas de pintura que ya casi se hacían parte de mi piel.
Al cabo de unos minutos, tengo mi rostro limpio, mi rostro de verdad. Pongo las manos extendidas sobre el espejo que refleja completamente mi desnudez y continúo mirándome en el mismo.
Un brillo llama mi atención. Echo los ojos hacia mi mano izquierda, donde justamente en el dedo índice, resplandece majestuosamente el aro dorado que lanza destellos al refractar la luz; aquel objeto circular incrustado en mi dedo me indica que la vida me ha cambiado. Me está marcando como esposa de alguien a quien ni siquiera conozco, y señala que me han quitado lo único que he amado en la vida después de mi familia: la libertad. Mi libertad.
No soporto ver el resplandor que emana y aparto la mirada del anillo. Destejo mi cabello y me meto bajo la regadera. El agua cae sobre mi piel mojándola y fluye por cada parte de mi anatomía, es tan relajante el baño que siento desvanecerme y me dejo caer sobre el piso de losas; abrazo mis piernas y apoyo la mandíbula en las rodillas cerrando los ojos, y perdiéndome en mis pensamientos.
La idea de casarme nunca había estado en mis planes. Yo no quiero tener un esposo y tener hijos es algo que me asusta, mantener una casa, un hogar en orden, sé que es un trabajo pesado. Lo veía en los sirvientes de mi padre, a quienes en ocasiones me animé a ayudarles con sus labores, ganándome llamados de atención por parte de Alonso, ya que él decía que para servirnos estaban, no para quejarse. Que para eso les pagaba.... Una miseria de sueldo por cierto.
Y ahora que estaré sola, ¿cómo será el trabajo? Eso es lo de menos. Lo que más me aflige es que ahora soy la mujer de alguien, y eso es algo que no me gusta.
Yo soy libre, autónoma, independiente, o al menos, lo era. Yo quería viajar por el mundo, conocer lugares y personas diferentes, quería divertirme, cometer los errores que debía y aprender de ello, disfrutar y vivir una vida, tener una vida, sin ataduras, sin compromisos, sin nadie a quien rendirle cuentas. Pero ahora ya nada de eso se podrá hacer, pues la maldita cosa circular adherida en mi dedo me repite cada que la veo que ya han cambiado de página en mi vida, y que lo que ahora me compete es escribir una adaptación para mí, o mejor dicho, para ellos; porque aunque en el drama yo sea la protagonista, la historia no es mía.
Termino de ducharme y seco mi cuerpo completamente con la toalla para posterior, ponerme la bata y salir del baño. Ambulo por la recámara por un momento, después, abro el closet de par en par y busco entre los cajones algo para ponerme. Encuentro lencería no muy de mi agrado, la mayoría son prendas raras, cortas, con la mitad de tela de lo que tienen las prendas que suelo usar, con tirantes, cintas, encajes, bordados y transparentes bastantes desvergonzados; termino por coger un juego de lencería que más o menos se ajusta a mi preferencia y me lo encajo, luego decido buscar algo para terminar de arreglarme. En el lado del armario que le pertenece a él, cuelgan del perchero atuendos formales, camisas de seda en tonos opacos, pantalones de tela gruesa y de mezclilla también, algunas playeras y jeans ajustados, zapatos de vestir y alguno que otro par de tipo deportivo, todos ordenados a par y en fila. Su guardarropa es muy serio.
Del lado que parece ser mío, hay una amplia variedad de vestidos de diferentes propiedades: largos y cortos; de todo tipo de tela y de diseño: con encajes, estampados y bordados; en colores opacos, neutros y chillantes; y cada uno se acopla con un par de zapatos, los cuales se ordenan en filas descendentes en tamaño y tonalidad. Mi guardarropa, al igual que la lencería y mi ahora nueva vida, no es de mi agrado.
Al final de cuentas cojo uno de los vestidos cortos de color azul marino y un par de zapatos negros bajitos, me termino de vestir y en el tocador me pongo una ligera base de maquillaje, natural; cepillo mi cabello, pero no lo peino, y me coloco un par de zarcillos en las orejas. Acomodo el anillo aún más en su sitio y decido salir de la habitación, tras cambiar y acomodar la ropa de cama.
Bajo rápido por las escaleras. En el segundo nivel, me doy cuenta que la puerta del estudio está entreabierta, me acerco y asomo a su interior, aunque es sólo para descubrir que ahí no hay nadie. Cierro la puerta y prosigo con mi camino descendente.
En el living tampoco hay nadie, así que decido ir a la cocina, cosa extraña, porque él parece ser un hombre con ideologías conservadoras, y supongo que a su pensar, el hecho de pisar la cocina es tan pecaminoso como codiciar, envidiar o matar.
El lugar también lo encuentro vacío, aunque con la imagen de la mesa puesta y el aire inundado con un delicioso aroma que, supongo, proviene del recipiente que se encuentra sobre la estufa.
El agradable olor hace que mi estómago ronronee.
-¿A dónde te has ido?- indago a la nada en voz baja y frunciendo el ceño.
El sonido de un golpeteo llega a mis oídos, me muevo en la dirección de propagación sonora y guiada por los estruendos, salgo por la puerta trasera de la mansión, por donde se entra a la cocina.
En el traspatio lo encuentro al fin.
Ulises levanta la herramienta y después de calcular donde quiere acertar, con velocidad y fuerza, la deja caer sobre el trozo de madera, el cual se divide provocando otro sonoro estruendo.
Él se percata quizá de mi presencia y me echa la mirada encima, su camiseta esta mojada por el sudor y se ve algo presionado, pero aun así, me sonríe; le devuelvo el gesto y de inmediato regreso corriendo al interior de la casa.
En la cocina, lleno un vaso con agua de la nevera y vuelvo hacia donde él está, le ofrezco el agua y agradeciéndome, la acepta.
-¿Para qué es la madera?- cuestiono mientras él toma el contenido del vaso de un sólo jalón.
-Es para la chimenea, parece que hará un poco de frío esta noche- contesta luego de saciar su sed y entregándome el vaso con una gran sonrisa dibujada en el rostro. Tomo el recipiente y él me vuelve a agradecer.
-Es sólo agua- comento.
-Igual, es sólo gracias- dice pasando a mi lado para coger el hacha que se ha clavado en la tierra al momento del golpe. Su olor a hombre entra en mi nariz y me provoca una ligera exaltación, para evitarlo, hecho la mirada hacia los pedazos de madera que yacen esparcidos en el suelo.
-¿Podría intentarlo?- pido.
-Claro, si quieres... Pero te comento que esto es un trabajo de machos- expresa. Su expresión en la última parte de su comentario me causa gracia y enarco la ceja al empujarlo ligeramente y arrebatarle el hacha de las manos.
Su masculina aroma vuelve a provocarme exaltación.
-No me importa... Quiero hacerlo- digo aferrando las manos al mango de la herramienta. Es ahora él quien enarca las cejas y encuentra gracia en mi expresión.
-Primero debes colocar el trozo de madera en posición vertical...- indica frente a mí y haciendo lo que dice.- Luego, levanta el hacha por encima de tu cabeza...- sigue indicando y yo obedezco.- Finalmente, calcula bien en donde quieres dar y golpea con fuer...
No termina de dar la explicación, porque el hacha pasa a quince centímetros, o menos, de su cabeza; cae sobre el trozo de madera y lo divide en dos pedazos, suelto la herramienta al instante y doy saltitos de gusto.
-¿¡Lo hice bien!?- exclamo.
-Sí, lo hiciste...- dice balbuceando un poco.- ¿Ya lo habías hecho alguna vez antes?
-No, pero siempre había querido hacerlo-. Ambos sonreímos.
-Te parece si comemos- sugiere. Se ve algo perplejo, o asustado; yo le sonrío un poco y asiento.
Entramos a la casa, Ulises lleva algunos de los pedazos de madera que partió en los brazos, resaltando con eso, la musculatura de sus brazos; se quita los zapatos en la entrada y se va hasta la chimenea situada en la sala de estar, donde acomoda a un lado la leña. Yo también me quito los zapatos y entro quedándome en la cocina, el piso está frío y me agrada, él regresa a donde estoy, se lava las manos en el fregadero y seca el sudor de su rostro con la tela de su camiseta.
-Iré a ducharme rápido, ¿me esperas?
-Sí, ve. Mientras serviré la comida- anuncio. Él me sonríe, asiente y sale del lugar.
Me acerco al recipiente de la estufa, lo destapo y el olor se expande aún más por todo el lugar, se ve rica la comida y el aroma no está mal; pruebo un poco, y el sabor confirma lo delicioso que está. Al menos, sabe cocinar, reconozco.
Al cabo de unos minutos, tengo los platos en orden, la jarra de jugo de manzana sobre la mesa, las servilletas dobladas y los cubiertos, cucharas y tenedores organizados en fila; cuando Ulises entra en la cocina me sonríe del mismo modo que un hombre le sonríe a su esposa al llegar a casa luego de una pesada jornada de trabajo y encuentra a ésta con la mesa lista para comer juntos. Le devuelvo el gesto, aunque en realidad, las cosas no son como se supone que es, pues él no ha llegado de trabajar y yo ni siquiera he cocinado.
Le sugiero que se siente y él obedece. Tiene puesto una playera de algodón en color gris, un pantalón holgado de tela lisa y está descalzo, su ondulado cabello está húmedo y su matizada piel resplandece; tomo la jarra de jugo y lleno su vaso. Cuando me dispongo servir el mío, él me detiene, me pide entregarle la jarra, cosa que hago, y ordena que tome asiento, cosa que obedezco. Él llena mi vaso.
-No eres mi esclava, ¿recuerdas?- expresa. Deja la jarra sobre el centro de la mesa, estira su mano hacia mí y acomoda detrás de la oreja un mechón de cabello que se me ha bajado; da una ligera caricia en mis pómulos, sonríe y me ordena comer.
Doy un primer bocado al platillo (es realmente delicioso), siento su mano limpiar con la servilleta la comisura de mis labios, pues algo del jugo de la salsa se me ha escurrido. Siento un poco de pena ante esto, pero a él parece agradarle su acción.
-¿Tú cocinaste?- pregunto. Él asiente en seguida dejando la servilleta en su lugar.
-Aprender no es difícil, sólo es cuestión de querer hacerlo. Lo extra es sal y condimentos- expresa sonriendo.
-Mañana cocinaré yo-. Su sonrisa se hace más amplia, pues quizá eso quiere.
-De acuerdo- declara metiendo un pedazo de carne a su boca.
La comida se desvanece en silencio y calma, del mismo modo, llega la tarde y se disipa. El firmamento se cubre con su manto oscuro y la temperatura desciende un poco, tal como ha dicho él.
Miro a través de la pared de cristal, borrosa y fría por la niebla del exterior, justo hacia ahí. Afuera, los troncos de los árboles se iluminan un poco con los fotones de luz que se desprenden de las farolas del jardín. No hay más luz allí afuera, la luna esta noche se encuentra escondida entre las nubes haciendo que la oscuridad se torne asfixiante.
Las fibras de mi cuerpo, de vez en cuando, se exaltan al contacto con la frescura nocturna. Me siento atrapada en este lugar, las paredes cristalinas en conjunto con las sombras que se proyectan en el exterior, crean reflejos míos, todos con la misma expresión socorrante en el rostro. Ulises se refleja junto a mí, extiende una manta sobre mis hombros y de inmediato siento calidez en mi cuerpo, pero no por la manta, sino por el coraje que me hace hervir la sangre al estar cerca mi carcelero.
Apoyo una mano en el helado cristal y muevo lentamente los ojos hacia el espejismo de mi esposo que ahí se refleja; él tiene la mirada puesta en mí.
-¿Ocurre algo, cariño?- inquiere al notar, quizá, mi desganada expresión facial.
-¿En realidad, viviremos todo el tiempo aquí?- inquiero a la vez. Él me mira aún más.
-¿Qué tiene de malo? Aquí no hay vecinos irritantes, no hay ruido de tráfico, ni bullicio, además, el aire de aquí es fresco y mucho más limpio... ¿Qué es lo que no te gusta?- expresa haciéndome girar hacia él. Me limito a contestar, pero quizá mi silencio es suficiente respuesta.- ¿Acaso, soy yo lo que no te agrada? Lo que quisieras cambiar, ¿es a mí?- indaga meditabundo.
-No...- digo luego de mirarlo a los ojos por unos segundos, respondiéndole en mente con la verdad.
-¿Entonces qué?
-Es lo solitario que estamos aquí. Me siento asustada un poco... Reconozco que me agrada estar sola, pero ahora que vivimos en este lugar, no me parece tan linda la soledad- comento. Él me mira sin aprobación, pero se mantiene callado mientras continúo hablando.- No estoy a gusto estando en este lugar, en medio del bosque y sintiéndome atrapada en esta inmensa mansión que parece un laberinto.
-¿¡O cárcel!?- expresa.
-No, no veo esto como una prisión- miento.- Es sólo lo solo que está el lugar. Extraño a mi hermana, ella es la única persona con quien me siento confiada, más que hermanas, somos amigas. Contigo no podría hablar de algunos temas- expreso.
Ulises me mira sin aprobación, pero aun así se muestra comprensivo.
-Te diría que puedes hablar conmigo de cualquier cosa, pero si no quieres confiar en mí, la opción más viable es que tu hermana venga para acá- expresa.
-Te agradezco la sugerencia, pero sé que no funcionaría. Alexandria odia estar fuera de la ciudad, no soportaría estar aquí- comento afirmando la última parte, pues es lo que yo también siento.
-Pues entonces nos mudamos a una casa en la ciudad, así ella te visita, o hasta incluso, puede vivir con nosotros- propone.
-Tampoco es necesario. Esta casa es hermosa, me gusta- admito.- Y el matrimonio es de dos, hasta que llegan los hijos- digo. En la última parte bajo la mirada, pues ese tema me asusta.- Además, Alexandria no estaría a gusto viviendo con nosotros, no le agrada ser o sentirse una molestia.
-Lo siento. No logro comprender qué es lo que quieres- dice al fin frustrado ante mi actitud.- Es complicado.
-Tal vez si te hubieras dado un tiempo para conocerme y cortejarme antes de decidir casarte conmigo a la ligera, no estarías enfrentando la situación de no saber qué es lo que me gusta y que no, qué es lo que quiero y qué no quiero- espeto.
Él me mira con desconcierto, serio y ensimismado en mí; suelto una sonrisita victoriosa y él me devuelve otra similar.
-Entonces, ¿qué hago para tenerte más contenta y menos así?- dice señalándome toda completa.
-¡Nada!...- contesto soltando una risita más, tomo un respiro y lo miro a los ojos. En su mirada veo la decisión que tiene para hacer cualquier cosa con tal de hacerme feliz, mientras que yo apenas estoy asumiendo la realidad y mi papel de esposa. "¿Qué estoy dispuesta a hacer yo por él?" esa es la cuestión, y no sé qué respuesta tiene.- No te preocupes, me acostumbraré a estar aquí... Sólo necesitaba sacar las inconformidades que tenía- añado.
-¿Inconformidades?- exclama él enarcando las cejas, yo le asiento.- ¡Vaya inconformidades!
-Ya pasarán... Estaré bien- concluyo jugueteando con la cobija.
-Ojalá- dice acariciando mi mejilla y me pone el mechón de cabello que siempre se me cae, detrás de la oreja. Sonreímos y luego acerca sus labios a los míos, para besarlos.
Después de pasar un par de horas frente al fuego de la chimenea conversando acerca de nuestras vidas, más bien, yo le hablo de la mía, subimos a la recámara, donde con los pijamas puestos, nos metemos entre las sábanas.
Ya sobre la acojinada cama y suaves almohadas, y estando junto a su cuerpo, me quedo mirando el techo. El recuerdo de lo que en la mañana sucedió entre estas paredes, entre él y yo, y sobre la misma cama en que ahora nos encontramos, me viene a la cabeza incomodándome un poco. De seguro él también piensa en lo mismo, pues lo escucho suspirar.
Pasan unos segundos de fuerte tensión, después, él me llama y yo trago saliva pensando en su posible petición; echo la mirada hacia dónde está y lo encuentro de costado mirándome detenidamente.
-¿Crees que funcionará nuestro matrimonio?- inquiere. Reconozco que no me espera dicha cuestión, ya que la insegura en nuestra relación soy yo, y por ende, no sé qué contestar. Vuelvo la mirada hacia el techo sin decir palabra y trato de disipar la pregunta que queda vagando por toda la habitación. Ulises suspira y declara:- Gracias. Respondiste bien, cariño... ¡Descansa!
De nuevo, mi silencio parece haber dicho más que nada, o lo suficiente, aunque en realidad, no tengo ni idea de qué es lo que ha descifrado en él. Cierro los ojos y dando un respiro profundo, pienso en cuál habría sido mi respuesta si no me hubiera quedado callada; pude haberle dicho "sí", pero también, "no", en cualquier caso, ya no importa, pues Ulises se ha hecho de una respuesta por sí mismo y no me la ha compartido, dejándome más llena de dudas de lo que ya estaba.
¿Funcionará nuestro matrimonio? ¿Sí? ¿No?
***
Salto de la cama mucho antes que Ulises despierte, me arreglo rápidamente con ropa cómoda, me recojo el cabello en una coleta con un listón y sin colocarme nada de maquillaje, bajo hasta la cocina para preparar el desayuno. No soy una experta en la cocina, pero tengo una buena forma de defenderme con platillos comunes, en especial con las pastas y las carnes; las frituras y los asados son lo que menos se me da, pero los postres son mi mejor arma. El defecto que tengo es que, cuando corto los vegetales, mayormente termino hiriéndome, y también, que al momento de cocinar, soy bastante desordenada y termino dejando la zona donde trabajo como paso de un tifón; cosa que me daría pena que viera mi esposo... ¿Lo he llamado "esposo"? Sí. Eso es.
Para cuando el sol empieza a calentar entre las nubes, el desayuno ya lo tengo listo. He preparado algo bastante común: huevos con tocino acompañados con pan tostado y mermelada de frutos rojos, también he añadido cereal y leche, jugo de manzana y por si a él se le antoja, he hecho café. La cocina, como era de esperarse, ha terminado desordenada y sucia, pero planeo limpiarla luego de comer.
Ulises entra en la cocina y mira con cara de espasmo el lugar: hay utensilios regados por donde sea, en la estufa hay una alta pila de sartenes sucios, y salsa ensuciándola, algunos vegetales están en el suelo, y sobre la mesa hay una mancha de jugo. Intento ocultar el desastre detrás de mí, como si fuera posible.
-¿Pero qué ha pasado aquí?- inquiere con un tono muy sereno.
-He cocinado, pero no soy muy ordenada, como podrás darte cuenta... El desayuno está bien, pero la cocina se encuentra en malas condiciones por ahora- expreso. Él se ríe acercándose a la mesa.
Busco una franela y limpio el área sucia de la mesa, acomodo los platos, vasos y cucharas, y lo invito a sentarse. Él obedece y yo me dispongo a servir los platillos, pero ocurre lo mismo que ayer, él aguarda a que le atienda para luego él hacer lo mismo conmigo. Me desea tener provecho y en seguida come el primer bocado del platillo, le sigue otro y otro más; parece estar complacido aunque no sé por qué.
Él come a gusto de todo lo que he puesto sobre la mesa mientas que yo lo observo, sin entender, si realmente no dice nada porque la comida es buena y la está disfrutando, o porque no quiere mostrarse grosero y escupirme todo a la cara. La curiosidad me inunda y lo inquiero sobre si le ha gustado o no.
-La comida es buena- dice al fin de callar unos segundos, tenía la boca llena. Sonrío.- Enserio, todo está muy rico.
-Gracias, me complace saber lo que piensas- digo casi queriendo saltar del asiento.
-Y saber que no sé cocinar, ¿no te complace aún más?- exclama metiéndose un nuevo bocado a la boca.
-¿¡Cómo que no sabes!? Eres un mentiroso, ayer cocinaste y admito que lo hiciste mucho más rico que yo- expreso.- ¡Embustero!- digo lanzándole la servilleta hecha bola cuando lo observo empezar a reírse.
Nuestras risas se alzan inundando todo el lugar. Ulises me regresa la servilleta también hecha bola golpeándome la cara con ella, y se ríe mucho más.
-No soy un embustero, cariño. Enserio no sé cocinar, pienso de hecho, que la cocina no es para los hombres- comenta.
-Que arcaico es tu pensar- le digo. Él se encoge los hombres y enarca sus pobladas cejas.- Entonces compraste la comida- deduzco.
Él ladea la cabeza y señala sobre mi hombro. Al momento en que me giro para ver hacia donde señala (la puerta del traspatio) descubro a una mujer un tanto de edad, que va entrando a la casa por ahí; la recién llegada nos saluda con cortesía y haciendo una ligera reverencia al vernos, pero abre los ojos ampliamente cuando ve el desastre que he causado en la cocina.
-Ella es Margara, se encargará de cocinar y hacer la limpieza de la casa- me presenta Ulises, luego, dirigiéndose a ella le dice:- Margara, ella es mi esposa, Thalia.
-Es un placer conocerla, señora- me dice ella cortésmente y con una reverencia más; su voz es potente, gruesa, casi varonil.
-Igualmente, Margara- digo a mi vez extendiéndole la mano, que ella duda en estrechar al principio.
-Margara, mi esposa ha preparado el desayuno, así que usted hágase cargo de la limpieza y sólo prepare algunos bocadillos rápidos. Mi esposa y yo vamos a salir el resto del día- informa a la empleada. Ella acepta.
¿¡Saldremos!?. La curiosidad me invade ante el plan de salida que tiene en mente Ulises, pero me limito a cuestionarlo.
Terminamos de comer y subimos a la habitación de nuevo, en el camino por las escaleras él me explica lo que pretende hacer: una excursión con estancia de acampado y picnic. La idea me emociona y acelero el paso para llegar pronto a la recámara. Tomamos una ducha rápida y nos vestimos acordes a la situación, con los shorts cortos de tela verde grisácea, la camisa de botones y mangas cortas, los zapatos de campo y yo me encajo un coqueto sombrerillo de color café. Preparamos un equipaje para ambos en una misma mochila, pues volveremos luego del anochecer, y cuando ya estamos listos, salimos al traspatio; ahí nos encontramos con dos sujetos, de seguro son el guía y su ayudante, y subimos a un Jeep todoterreno.
-¡Llévennos a ese lugar que han dicho que es impresionante!- ordena mi esposo tomándome fuertemente de la mano.
-Claro que sí, señor Falcon- dice el tipo que va al volante y en seguida pone en marcha el vehículo.
-Ojalá te guste, cariño- me dice. Yo le sonrío, él me da un beso y posterior, recargo la cabeza en su macizo hombro.
El camino en el Jeep, es corto aunque bastante turbulento. Llegamos al pie de una colina y bajamos del vehículo para proseguir a pie, uno de los sujetos lleva nuestro equipaje y las cosas para el picnic mientras que el otro nos guía por el sendero colina arriba; Ulises se rehúsa a soltar mi mano durante todo el trayecto. El aire comienza a aumentar su presión conforme ascendemos, los árboles ladean el sendero que seguimos y las muertas hojas caídas por la estación, crujen bajo nuestros pies.
El camino empieza a aburrirme y estoy comenzando a hartarme de andar cuando, de pronto, al fin llegamos a lo más alto de la colina y aparece eminentemente una llanura paradisíaca, con exuberante vegetación verde brillante, rara en el momento porque el otoño está por terminar y dejar seca y desértica toda la flora del lugar; hay también, un lago azul que refleja el cielo, unas cuantas elevaciones de suelo, y el sonoro ritmo de la melodía de los canarios y mirlos le dan un ambiente de tipo mágico a aquel secreto lugar.
-¡Wow, es hermosísimo!- expreso atónita apartándome de Ulises.
-¿Te gusta?- inquiere él.
-Sí. Es bellísimo- exclamo observando toda la hermosura del paisaje que emana amplia tranquilidad.
-Y misterioso, la gente lugareña dice que pocas veces sufre los cambios de las estaciones, y puedes notarlo. Estamos a finales de otoño y pereciera ser primavera aquí- comenta. Asiento apoyando su opinión.- Vayamos al lago- dice tomándome de la mano.
Los guías, luego de dejar las cosas sobre el suelo, se retiran de la llanura yéndose hacia entre los árboles para darnos privacidad, pero le han dicho a mi esposo que estarán atentos a cualquier llamado de auxilio para socorrernos. Ulises me lleva hasta el lago, zona del lugar donde nos perdemos.
Parecemos dos niños abandonados en aquel paraíso, pero no estamos asustados, sino que, revoloteamos como los canarios yendo de un lado a otro; saltamos al agua, la cual tiene una temperatura exquisita. Nadamos y chapoteamos, Ulises se sumerge y surge cerca de mí, nos besamos y hundimos a la vez; él me levanta en brazos para luego lanzarme al agua de nuevo mientras que yo de vez en cuando le tiro chorros de agua con la boca. Nos olvidamos de nuestra adultez por un momento.
Nos salimos del lago luego de pasar casi una hora dentro de él y comemos bajo la sombra de un árbol, extenso de hojas grandes y floriformes. Conversamos de nuevo sobre nosotros, ahora es él quien me cuenta de su vida, los estudios que tiene y donde los recibió, su familia y la fortuna que esta tiene; me dice el trato que tiene con su padre y la relación que lleva con su hermana, no me habla de su madre (supongo que es algo que lo hiere) y tampoco le indago sobre ella.
Cuando cae la tarde y el sol comienza a descender, los guías regresan con nosotros y nos invitan a subir a la elevación del terreno más alto para que podamos ver el espectáculo final: el crepúsculo. Subimos pues, cuidadosamente, a la zona que nos indican los guías, una elevación de más o menos cinco metros de alto, nos acomodamos sobre las rocas (él detrás de mí) y echamos la mirada hacia el oriente, donde el sol comienza a disiparse entre los pinos y cerros de a lo lejos. Desde la posición en que estamos alcanzo a distinguir la figura de la mansión ocultada entre los árboles, es la nuestra y desde aquí parece pequeña. Ulises me ciñe con sus fuertes brazos mientras vemos juntos como el cielo se tiñe de rojo y el sol desaparece.
Permanecemos abrazados por un momento más, hasta que el firmamento se empieza a cubrir con su manto estrellado.
-Es hora de irnos- dice besándome el hombro.
-Cinco minutos más- pido. Él sonríe y sin decir nada deja que el tiempo avance.
Los cinco minutos se van rápido, bajamos a la llanura donde la tenue luz de la luna le da un nuevo ambiente al prado; miro por última vez el paraíso y sonrió. Ulises me besa los labios cálidamente, sujeta mi mano y me da un tirón.
-Vamos, cariño- ordena, y yo, obedezco.
***†***
😝 Hola, hola!
Hasta aquí el capítulo.
Qué les parecen los cambios de postura de la prota? Raros, no!? O es sí o es no!? Que creen que pase más adelante!?
Bueno, ya saben si gustan dejen sus comentarios y ★.
Nos vemos en la próxima actualización.
Saluditos!!! ☺️
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