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II

El viaje en auto hacia el aeropuerto es corto, pero en el avión tardaremos cerca de ocho horas viajando. Durante ese tiempo no hablamos aunque estamos sentados el uno frente al otro, ni siquiera lo miro aunque estoy segura de que él tiene sus ojos clavados sobre mí; mientras tanto, los míos, tratan de atravesar la penumbra de la noche mirando a través de la ventanilla de mi costado la zona por donde sobrevolamos.
De vez en cuando, suelto un apagado suspiro o se me escapa alguno que otro bostezo.

«¿Qué pasará?» pienso.

Cuando nos levantamos de la mesa, Ulises me sugirió quitarme el pesado vestido de boda y sin objeciones acepté su propuesta; subí a mi habitación, me deshice de todo ese montón de tela y encaje, me aflojé un poco el tejido del peinado, me vestí con un cómodo vestido cuya falda me llega por encima de las rodillas y cambié los zapatos altos por unos de tacón mucho más bajos y cómodos. Luego salí para despedirme en la sala de mis hermanos, le di encomiendas a Craig e indicaciones a Alexandria; los abracé y besé como si nunca más lo fuera a hacer. A Alonso simplemente le dije un "adiós" con bastante indiferencia en el tono y lo aparté de mí cuando intentó abrazarme. Mi familia me acompañó hasta el auto. Junto al vehículo hallé a mi esposo despidiéndose de su padre y de Melme; al verme llegar, me sonrió. Agradeció a mi familia y luego ambos entramos al auto, el cual empezó a avanzar en rumbo al aeropuerto donde tomamos un vuelo privado.

Por el momento, llevamos volando cuatro horas más o menos, mis bostezos son excesivos y Ulises me pide que duerma anticipándome que aún falta tiempo para llegar a nuestro destino, desconocido para mí.

Me acurruco un poco en el asiento en que voy, y en poco, ya estoy soñando.

... Corro, corro, corro, sin rumbo, desorientada y angustiada; el vestido que solía ser blanco, pesa dos, tres, cinco veces más, está lleno de mugre y un líquido rojo pegajoso y hediondo mancha mis manos. En las muñecas me cuelgan cadenas tintineantes, y el maquillaje se me ha escurrido por completo. Soy un andrajo de ser humano movido por el temor. Mis jadeos me cortan el habla y la respiración, mis pies se enraízan al suelo y caigo boca abajo frente a un charco de agua quieta; me reflejo en ello y me desconozco por completo. El corazón me retumba con fuerza y mis lágrimas bajan en ríos. De pronto, veo que mi familia corre hacia mí, al tiempo que el suelo se abre separándonos por un enorme abismo; momento después, oigo pasos aproximándose a mí por detrás, me giro como puedo y lo veo al fin: sus ojos brillan en maldad, sus manos se mueven con violencia y de su boca sale mi nombre en un tono monstruoso. Siento sus uñas clavarse en mis brazos, su mirada ardiente me quema y su voz pronunciando mi nombre parece truenos retumbando en el firmamento. No puedo gritar, ni moverme, tampoco respirar. Finalmente, mi cuerpo cede y él termina lo que desea. Sin pensarlo y sin compasión, me asesina.

Abro los ojos lentamente, sintiendo las cadenas en mis muñecas y la ardiente mirada sobre mí.

-¡Thalia!- exclama la voz de Ulises a mi lado.- ¿Estás bien?- cuestiona acercándose más. Asiento y me libero de las cadenas, es decir, de sus manos.

Mientras abandono las escenas de mi pesadilla, me doy cuenta que ya no estamos en el avión, sino dentro de un auto.

-Ya vamos en el auto- afirma él.- Estabas durmiendo muy pesado cuando aterrizamos que me vi en la necesidad de cargarte para abordar este vehículo- explica.

Lo miro con desconfianza.

-No he hecho nada malo. Es sólo que, te veías muy bella descansando que no quise despertarte y romper esa hermosa imagen- añade.

-¿Te costaba mucho despertarme? No tienes por qué ser lindo conmigo- tajo con mucha frialdad en el tono.

-Lo sé.

-Entonces, ¿por qué lo haces?

-Porque quiero hacer las cosas bien. Conocerte y que tú me conozcas.... Aprovechemos el viaje y estas semanas para conocernos.

Lo miro meditabunda. Él emana benevolencia, no parece ser un mal sujeto, pero aun así hay algo que no me agrada de él. Todo.

No es el tipo de hombre con quién me habría casado, de hecho, no tengo un tipo en especial de hombre que llame mi atención; todos son iguales. Seres despreciables.
Es por eso que no pensaba en ellos, ni en casarme algún día con alguno de ellos; no quiero, ni creo siquiera llegar a "enamorarme" de uno.
Los odios en general. Incluido Craig, es un patán; incluido Alonso Winslow, un desgraciado.

-Pero, para qué conocernos, no nos queremos ni nada. Somos extraños el uno para el otro- expreso.- No quiero conocerte, mucho menos quererte. No quiero nada que venga de ti ¿Entiendes? ¡Nada!- declaro.

Sus oscuros ojos me miran, brillan y luego sonríe.

-¿Sabes por qué nos casamos?- indaga. Frunzo el ceño ante su golpe bajo y lo ataco.

-Sí, lo sé y lo tengo muy claro, y de una vez te digo, si vas a comenzar a chantajearme mejor cállate, porque te juro que...

Chist! Aprovechemos el viaje, ya después hablamos del futuro... ¿Te parece bien?- siguiere poniéndome un dedo en los labios, callándome e intentando convencerme.

¿Futuro? Ya no tengo futuro contigo, pienso, sin embargo, no le escupo mis pensamientos; solo asiento. Él termina la charla con una gran sonrisa iluminándole el rostro, ese gesto triunfal con el que pareciera decirme "gané".

Miro su reloj de pulsera, señala las 05:45am, ya casi va a amanecer y el alba comienza a despertar.

El camino por donde vamos se interna en un bosquecillo con altos encinos y mucha vegetación a los costados de la carretera, parece estar cayendo el sereno matutino afuera, pues los cristales de las ventanillas se nublan.
El sujeto que nos lleva, es un hombre rubio que viste un típico traje de trabajo, eso es lo único que alcanzo a distinguir entre la penumbra. La velocidad del vehículo es constante mientas nos internamos cada vez más en el bosque.

Avanzamos así por cerca de una hora, después el auto se interna en un sendero entre pinos, el cual sigue hasta llegar al pie de una colina; desde aquí, el camino se hace turbulento y más suave. Transcurren unos cuarenta minutos más de viaje, bueno, de escalado, ya que ascendemos montaña arriba por el pedregoso camino que no es en una colina como había pensado.

Sí, el lugar donde supongo que residiré mis próximos años de vida, está en lo más recóndito de un lugar que aún no ubico con certeza, aunque creo que estamos en Perú, o puede que sea en Ecuador, o Venezuela; no sé bien. Nunca me interesé en geografía cuando estudiaba, aunque la idea de viajar por el mundo era una increíble opción para mí.

El ascendente y turbulento viaje continua hasta que, de pronto y de la nada, aparece frente a nuestros ojos la colosal mansión, diseñada a la perfección con cimientos fuertes de concreto que sostiene los tres niveles con que se estructura, con paredes, techos, ventanas y puertas de cristal, la gran barda de seguridad y el amplio portón de hierro; todo resplandece con la luz tenue de la aurora, y conforme nos aproximamos más a sus instalaciones, parece ser mucho más grande.

El chofer disminuye la velocidad y detiene el auto, baja de inmediato y me ayuda a salir; mi esposo ya se halla fuera y me sujeta de la mano. El chofer regresa al vehículo y se aleja conduciéndolo; mis ojos recorren de nuevo los detalles de la mansión que tengo al frente y mi olfato capta en el aire un ligero olor a rosas, lo que me lleva a pensar que dentro hay un jardín con muchas de esas plantas; algo que sería extraño teniendo en cuenta que está algo frío el ambiente por aquí.

-¿Te gusta?- indaga Ulises.

-¿En dónde estamos?- cuestiono sin responder su interrogante.

-De primera, estamos en Colombia, mi país natal, en muy afueras de la ciudad de Bogotá, exactamente en una zona media de la cordillera oriental- contesta él.- Y ésta es nuestra casa- anuncia señalando la titánica mansión.- ¡Entremos!

Ulises abre el portón y damos paso, como supuse, a un jardín lleno de olorosas rosas de distintos colores; caminamos hasta la entrada y nos detenemos en el umbral. Ulises mete la mano en el bolsillo de su pantalón y saca un juego de llaves, escoge una de entre todas y la introduce en el cerrojo, la gira y abre la puerta, cuyas bisagras producen un ligero chillido.

-¡Adelante, Señora Falcon!- dice  tomándome de la mano invitándome a entrar.

El modo en que me ha llamado me irita, pero me limito a decir algo y entro, seguido de él. Ulises suelta mi mano una vez que pasamos el vestíbulo y me deja ambular sola por el lugar. La mansión es mucho más sorprendente por dentro, tiene: paredes de color blanco que la iluminan con poca luz, los muebles y artículos de decoración le dan un buen ambiente, las cortinas de las amplias ventanas caen hasta el piso, el cual luce hermoso con los mosaicos alternados en tonos café, marrón y ocre, hay muros de mármol y del techo cuelgan lámparas retorcidas muy extravagantes de buena vista.

Me dejo caer sobre uno de los sillones acojinados y acaricio el forro, es muy suave, recorro todo el lugar con la mirada y descubro que tiene un ambiente muy otoñal.

-Supe que tu estación preferida del año es el otoño, por eso pedí que la ambientación fuera de este tipo- informa.

-Sí, el otoño es lindo y me gusta, es como si el año se estuviera preparando en todos los meses para el gran final- expreso.- Esto es muy hermoso- confieso mirando el decorado y pensando de donde ha sacado la información. Él sonríe victorioso.

-¿Quieres algo de tomar?- inquiere poniéndose en dirección hacia la puerta al fondo que, supongo, conecta el living con la cocina.

-No. Estoy bien por el momento- respondo. Ulises da un respiro profundo y luego exhala, se quita el saco y la corbata, se restriega un poco los pómulos y luego se sienta a mi lado en el sillón cruzado de brazos.

El silencio inunda por completo la mansión, no nos miramos siquiera y el aire comienza a adoptar una alta tensión; el reloj de péndulo que ambienta la sala, suena en el fondo monótonamente. No hay viento en el exterior, ni ruido alguno. Comienzan a temblarme las manos por el nerviosismo y la última escena del sueño que tuve, regresa a mi cabeza, inquietándome.

-¡Thalia!...- dice Ulises rompiendo el asfixiante silencio.- ¿Quieres ver algo privado?

-¿¡Qué!?- exclamo temerosa.

Él me extiende la mano, mi nerviosismo aumenta ante la posible próxima escena, pero con todo los nervios de punta y las piernas temblándome, le sujeto su mano. Nos ponemos de pie y empezamos a ascender por la escalera hacia el segundo nivel, caminamos por el pasillo que se ladea de puertas, hasta llegar a una de madera tallada con estilos góticos que se halla al fondo. Espero a que la abra. Vuelve a meter la mano en el bolsillo del pantalón y saca el juego de llaves, mientras introduce una llave en el cerrojo, comienzan a temblarme las manos de nuevo, pues creo saber lo que se avecina. El cerrojo truena al ser desprotegido, Ulises abre la puerta y me indica que entre, yo obedezco sonriéndole en el intento de ocultar mis nervios.

Ya dentro, miro a todos lados buscando lo que temo encontrar: la cama; sin embargo, no encuentro nada parecido a una cómoda cama, más bien, en el interior de la habitación hay muebles de oficina: un escritorio al fondo, asientos acojinados, estantes con libros, vitrinas con trofeos y retratos, objetos de adorno; no tiene nada de parecido a una recámara, es más bien una biblioteca o estudio. Mis nervios se suavizan al percatarme del entorno.

-¡Ven!- dice Ulises sujetándome de nuevo la mano y tirando de mí hacia una ventana de madera que se halla en el centro detrás del escritorio.

Desde lejos parece una ventana pero al acercarnos me fijo que es uno de esos sitios seguros destinados para esconder cosas importantes; Ulises aparta la silla del escritorio y levanta un artilugio de sobre un mueble cercano, se oye un sonido en el interior de la bóveda y segundos después, la tapa de madera se abre un poco, él termina de abrirla por completo y descubre lo que resguarda. Abro los ojos muy bien y me paralizo. He visto colecciones buenas, pero la que está frente a mí en este momento es realmente impresionante e increíble; se compone por decenas de objetos, con puntas y brillantes hojas afiladas, empuñaduras diseñadas y fundas decoradas de finas pieles con correas de cuero.

-¡Wow! Esto es sorprendente- expreso apantallada por la colección.

-En realidad, es extraño. Tengo esto desde que era pequeño, mientras otros niños juntaban monedas antiguas, figuras de acción o vehículos a escala, yo prefería juntar todo tipo de dagas, cuchillos, puñales y navajas- comenta. Siento sus brazos estrecharme por detrás, pero no me exalto, pues tengo los ojos clavados en su increíble colección.- Escoge uno y tómalo, el que quieras- me indica.

-Eso descompletaría la colección.

-No importa. Toma uno, el que quieras ya dije. Será como mi regalo de boda- expresa besándome el hombro.- Escoge uno.

Recorro con la mirada las ordenadas hileras de artefactos punzocortantes, hay de todos los tamaños y formas, algunos son curvos, otras rectos, cortos, largos o medianos; unos parecen ser un poco pesados mientras que otros se ven muy ligeros; varias tienen empuñaduras sencillas y otras tienen diseños muy complejos con partes de oro, plata y piedras preciosas incrustadas. Decidida al fin por uno de todos, dirijo la mano hacia una daga que me cautivó desde el primer momento en que vi la colección: tiene aproximadamente quince centímetros en la hoja de doble filo y otros diez centímetros en la empuñadura, la cual tiene unas alas extendidas que se unen con una pequeña piedra roja brillante, posiblemente un rubí o diamante, es muy ligera y fácil de manejar.

-¡Esta! Me gusta- anuncio.

-Buena elección- exclama Ulises.- A mí también me gusta- confiesa.- Es una de las pocas que tiene una historia detrás de su encantadora vista- comenta.- ¿Quieres que te la cuente?-. Asombrada, asiento. Él me sonríe. Caminamos hasta uno de los sillones y son sentamos juntos, Ulises se aclara la voz carraspeando, y empieza a hablar:- La historia de esa daga habla sobre el faraón egipcio Siorish y su esclava Rhen. Rhen fue entregada como tributo por sus propios padres al faraón, para que éste no les quitara sus tierras de cultivo; ella se hizo su esclava en todo aspecto, ella no podía desobedecerlo y nunca lo hizo. Pero una noche, cansada del martirio que vivía por el hecho de que su familia no perdiera sus tierras, y dándose cuenta de que estos parecerían haberse olvidado de su sacrificio, robó ésta daga de las cosas más preciadas de su amo...

"...Preparó una noche que debía ser inolvidable para Siorish, quien nunca sospechó nada; disfrutaron mucho de aquella ultima velada. Rhen se entregó por completo ante su tiranía y lo sometió hasta desahuciarlo. Cuando ella se aseguró de que él dormía profundamente, desenfundo la daga y sin temor, se la hundió en el pecho, justo en donde estaba su corazón...

"...Siorish abrió los ojos y la miró mientras el alma se le debilitaba, no intentó nada contra ella, ni siquiera se defendió; Rhen comenzó a llorar y sin entender porque lo hacía, retiró la daga del pecho de su moribundo señor y... ¿Qué crees que pasó?- indaga Ulises tomándose un momento para respirar.

-No lo sé... ¡Dime!- expreso muy interesada en la narración. Ulises continúa entonces:

-Misteriosamente el faraón no moría, y Rhen, como dije, sacó la daga del corazón de Siorish y luego se la hundió en el suyo hasta la empuñadura, se tumbó junto a su amo y le pidió perdón sujetando su mano; él le acarició la mejilla y así, lentamente, a ambos se les escapó la vida. Poco después la gente comenzó a decir que en realidad ellos estaban enamorados y que murieron con el alma llena de odio y de amor entre ellos al mismo tiempo- concluye.- ¿Tú qué opinas?- me expresa.

-¡Que es una estupidez rotunda!- digo sin pensarlo más.- ¿Cómo amar a quien no te deja ser libre? ¡Es algo estúpido!- expreso.

Mis palabras quedan volando en el aire de la habitación, Ulises me mira y sonríe aunque no sé porque.

-Pienso igual ¡Es tonto creerlo!- exclama, yo levanto una ceja consternada.- Pero igual puede que sólo sea un cuento egipcio, y los cuentos pues cuentos son, o quizá ni eso, hay mucha irregularidades en el desarrollo que lo hacen sonar falso- añade. Sonríe. Sonrío.

Me quedo observando la daga entre mis manos mientras él se levanta y vuelve a la bóveda para cerrarla. «Esclava. Amo. Morir. Odio. Amor. Falso. Libre». Términos de la historia que quedan revoloteando en mi cabeza sin saber por qué.

-¡Vamos!- dice él volviendo a tomarme de las manos, y antes de que pueda articular palabra, tira de mí y salimos del estudio.

Subimos hacia el siguiente nivel por la escalera que está en el extremo contrario de la puerta del estudio, ahí, sólo hay una puerta y algunos muebles esparcidos por el pequeño pasillo cercanos a las paredes de cristal; caminamos hasta la puerta, aguardo a que Ulises saque de nuevo el juego de llaves, escoja la adecuada y la introduzca en el cerrojo para abrir la habitación. No hace falta que describa en donde estamos, porque cada detalle explica por sí mismo el lugar: es la recámara principal.

Camino un poco por la habitación, mirando cada cosa que hay dentro de ella, desde los pequeños artilugios de adornos, hasta la ordenada cama que ocupa gran parte del espacio. Dejo la daga sobre el mueble de junto a la cama y me acerco a la amplia ventana (que más bien es una pared de cristal), corro la cortina un poco y echo la mirada hacia el exterior, donde el sol comienza a iluminar con sus primeros rayos en el horizonte; hay niebla afuera entre los pinos y exuberante vegetación. Siento que Ulises se acerca a mí y me rodea con sus brazos, besa mi hombro izquierdo y luego el cuello; no intento nada, solo mantengo la mirada puesta en el bosque que rodea la mansión, es escalofriante y empiezo a creer que vivir aquí me parecerá tenebroso.

La respiración de Ulises está muy cerca de mi oído y varios de sus besos chasquean en mis hombros alternadamente. De pronto, la cremallera de mi vestido suena al ser bajada, apoyo las manos en el cristal mientras que él con sus labios recorre mi desnuda espalda; cierro los ojos cuando él baja el vestido otro poco y me descubre los hombros, parte que llena de besos cuando están descubiertos. Me exalto un tanto al notar sus verdaderas intenciones y torpemente me giro para quedar frente a frente con él y ponerle un freno en seco. Ulises me mira fijamente a los ojos, en los suyos puedo ver el fuego del deseo arder, del deseo por mí. Y no puedo negarlo, yo también siento cierto deseo de estar con él. Es guapo y atractivo... Fantasioso.

Pero me resisto, o al menos, lo intento.

-Déjame ver si entendí- expreso apartándolo un poco, junto con todos mis pensares.- Me has llevado a ver tu fantástica colección para emocionarme, cosa que sí lograste, y regalarme algo, inventarte una historia y cautivarme con ello, cosa que no conseguiste. Y todo eso para que ahora, intentes seducirme y que yo pase desapercibida y caiga en tus redes...- comento.- ¿Qué es lo que ahora quieres hacer, Ulises Falcon?- indago incidiéndolo.

Una burlona risa de su parte se manifiesta, se acerca a mí nuevamente y me susurra al oído:

-Quiero ver hasta qué punto sigues siendo indiferente. Hasta que momento seguirás resistiéndote... Dime, ¿qué acaso no lo deseas?-. En está parte se aproxima aún más y da una ligera mordida en el lóbulo de mi oreja. Me exalto. Su risa se vuelve a presentar.- Una virgen como tú, apretada y deseosa de placer, la reconozco a kilómetros-. Intento apartarlo, su manera sucia de hablarme solo consigue incitarme y, no creo resistir más. Ríe.- Niega que no quieres, niega que no estás deseosa de que te mate...-. Otra risita muy burlona se le escapa. Frunzo el ceño y con todas mis fuerzas lo alejo.

Retrocede unos pasos, pero continúa mirándome y riendo.

-Para eso, primero tendrías que atraparme, y eso, eso no lo conseguirás tan fácil- consigo expresar mientras intentando recuperar el aliento y la calma.

-Si tan solo te vieras como ardes en este momento, pensarías diferente- declara.

Lo miro de soslayo, ¿cómo sabe lo que siento? Su mordaz sonrisa aún presente, la fija mirada sobre mí, el cabello un poco alborotado y la camisa medio desabotonada, lo hace tentador.

Muerdo mi labio inferior interno e intento salir de su enfoque visual, pero apenas he dado un medio paso al costado cuando él vuelve a ponerme de espaldas, y atisba besos en mis hombros y en el cuello. La barrera entre nosotros, desaparece.

Entrecierro los ojos disfrutando de sus labios recorrer mi piel. Termina de bajar el vestido y vuelve a besarme la espalda mientras me libra de la prenda; cuando siendo que el vestido ha llegado al suelo, me quito los zapatos, Ulises vuelve a levantarse besando el camino de mi espalda. Sube y sube hasta alcanzar el seguro de mi sostén, con habilidad lo desabrocha pero no me libra de la prenda, sino que continua llenando de besos mi torso.

Yo, me giro y pongo frente a él otra vez, detengo sus impulsos poniendo mis manos en su macizo pecho y lo empujo un poco hacia atrás, hago esto un par de veces más hasta llevarlo a la cama y tumbarlo sobre el colchón, me subo encima de él encarcelando su cadera entre mi pelvis; lentamente le desbotono la camisa, sacando a la luz su bien formado cuerpo, atlético y firme: sus musculosos brazos, pectorales voluptuosos, vientre y abdomen, marcados y macizos, que resplandecen con la luz matutina que se filtra por el cristal, y que chocan con mi cuerpo cuando él se abalanza contra mí y busca con sus labios los míos para besarlos una vez más con bastante ímpetu. Ahora es él quien me encarcela bajo su pesado cuerpo.

-Sólo por hoy voy a cumplirte- digo con indiferencia y evitando mirarlo a los ojos.

-¿Eso es una regla acaso?- dice frenándose un segundo. Yo asiento y él se ríe frenético.- ¿Tan pronto olvidaste lo que te he dicho mientras bailábamos en la fiesta?- cuestiona.

-No, no lo he olvidado, pero aunque tú digas y jures que yo soy tuya, únicamente tuya o de tu propiedad, después de hoy no me volverás a poner una mano encima- declaro firmemente.

-Siempre tendré métodos para someterte y hacerte lo que yo quiera- declara.- ¡Tú eres mía!- me susurra al oído y muerde el lóbulo de mi oreja. Me quejo, cosa que a él parece gustarle, y sin aviso previo me apreta los pechos fuertemente con sus manos. Suelto un grito envuelto en gemido.

Lentamente, se baja hasta la altura de mi cadera y comienza a bajar la última prenda que esconde mi desnudez. Una vez que ya nada me está cubriendo, él sin previo aviso pasa de una actitud cariñosa a convertirse en un sádico sujeto: toma mis piernas con fuerza y las abre como compás, yo grito; se agacha a la altura que está, y en seguida su lengua recorre mi intimidad, algo que siento bien por el momento en que lo hace con sensibilidad, pero que odio cuando deja pequeños mordiscos por el área; sube de mi parte prohibida a los pechos y muerde mis pezones, otro grito se me escapa. Ulises, enloquecido, me levanta la cadera creando un curvado en mi espalda, continua lamiendo mis pezones, cuello y mentón, mientras yo gimo y apreto las almohadas reteniendo las ganas que tengo de golpearlo.

De pronto, me suelta dejándome caer sobre el colchón. Se hecha hacia el lado donde está el velador y abre uno de los cajones. Me aterro al verlo sacar una tira de preservativos y él, al notar mi expresión, se ríe sin pena. Besa mis labios con cierto frenesí mientras amasa mis senos, provocándome gemidos apagados; se echa hacia atrás y se priva del pantalón llegándose consigo el bóxer, dejando al descubierto su miembro en erección. Trago saliva al verlo colocarse un condón. Me toma de las caderas y me coloca boca debajo de un santiamén, respiro profundo y aprieto con mayor fuerza las sabanas. Escucho a Ulises ronronear y bramar, apreta con fuerza mis caderas y comienza a penetrarme.

Mi intimidad no está dilatada y mientras su miembro se hace camino entre los pliegues de mi piel, el dolor se manifiesta, es mayor al principio, pero poco a poco me voy acostumbrando a él.

-Si ésta va a ser la única vez en que me vas a cumplir...- comenta.- Te daré razones para que no la olvides- declara con cierto tono severo.

-Qué dic...- mi voz se rompe cuando él me embiste sin aviso y con fuerza brutal que siento claro el romper de mis tejidos.

-¡Ah!...

El tiempo avanza. Sus manos sujetan con fuerza las mías, sus piernas se entrelazan con violencia en mis frágiles y delgadas extremidades; sus labios no dejan de recorrer mi anatomía por completo y, en general, Ulises enloquece ante mi sumisión. Yo tan sólo estrujo las sabanas ahogando mis gritos. Él suda, su respiración se agita, jadea y contiene los gemidos; yo, clavo las uñas postizas en su espalda intentando hacer que se detenga, pero aun así, él no deja de moverse contra mí como vaivén; cesa muy agitado, pero no se frena ni un segundo; por más que le muerdo los hombros o le araño la espalda, sus infernales impulsos no merman. Mis defensas simplemente parece que lo excitan aún más y no le importa si mis gemidos (casi gritos) inundan la habitación por completo, él no para; rodamos entre las sabanas y almohadones, y por primera vez, desde que nos conocimos, lo desconozco, sabiendo que ni siquiera lo conozco.

Y eso me asusta.

Finalmente, sus piernas se contraen, sus jadeos se terminan y se deja caer sobre mi agotado cuerpo. Me mira a los ojos mostrándome en ellos su satisfacción, me da un cariñoso beso en los labios y luego se aparta para entrar en el baño; después de un par de minutos, regresa y se acomoda entre las colchas en su lado de la cama, muy cerca de mí; puedo oír su respiración volver al ritmo normal, no lo miro y tan sólo me quedo mirando el techo intentando asimilar lo que acaba de suceder.

¿Por qué no lo detuve?, me indago. ¿Lo disfruté?, pienso. Acaso, ¿me gustó?, me cuestiono. Una punzada de incertidumbre atraviesa mi cabeza. Le echo un vistazo a Ulises, quien tiene los ojos cerrados aunque de seguro no está dormido, me acomodo de costado y continuo mirándolo.

-Ulises...- susurro, él abre los ojos de inmediato y me mira.- Perece que Alonso me entregó a ti como la familia de Rhen al faraón...- comento. Él frunce un poco el ceño al oírme, yo, trago saliva y cuestiono:- ¿Y-Yo seré tu esclava?

Sus oscuros ojos se clavan en los míos, no me provocan nada, ni temor ni asombro; veo honestidad en su mirada y sé que su respuesta estará llena de dicho valor. Ulises se aclara la voz y dice:

-Tú serás lo que el juez declaró. Mi esposa-. Se coloca de costado y me acaricia la mejilla suavemente, después hace lo mismo con mis labios y el mentón. Me sonríe.- Descansa, cariño.

-Descansa,... esposo- suelto en un hilo bajito de voz. Él sonríe.

Vuelve a ponerse boca arriba en su espacio y cierra los ojos nuevamente. Yo, me quedo mirándolo por unos minutos, pensando en lo que ha dicho y en lo inocente que se ve dormido; también, aguardo recordando la tonta historia de la daga y al artefacto mismo. Sólo me cuesta estirar el brazo un poco para coger el arma que descansa sobre el mueble, desenfundarla y hundírsela en el pecho hasta el mango; pero no puedo, o más bien, no podría hacerlo, porque algo me detiene, y ese algo es tan sólo un pensamiento, y ese pensamiento es que, quizá el matrimonio no sea tan malo.

Respiro profundamente, aparto las ideas homicidas de mi mente, me acomodo la almohada bajo la cabeza, me cubro con una sábana y cierro los ojos, muy despacio observándolo dormir de costado.

Sí, de seguro, no es tan malo.


*****†*****

Saluditos! Gracias por leer el capítulo.

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Nos vemos en la próxima actualización. Les mando amor!!!

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