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I

El reflejo en el espejo está mirándome fijamente a los ojos desconociendo por completo a la persona que lo crea. «No soy yo. Pareciera ser, pero no soy yo» me digo en mente.

El odioso vestido, de largos y amplios pliegues de seda blanca y encaje, se ajusta a mi cuerpo y cae hasta debajo de mis pies, ocultándolos; el corsé casi me está asfixiando y las mangas, al parecer, se me han adherido a los brazos.
La excesiva y odiosa mezcla de colorete, pintalabios, sombras y rímel esconde hasta la mínima marca que existe en mi rostro; las largas pestañas y uñas postizas me están hartando y quisiera arrancármelas. Quisiera deshacerme de toda esta farsa y del estúpido atuendo de muñeca que tengo encima, pero no puedo; no puedo quitarme el vestido, ni el maquillaje, ni las pestañas, ni las uñas... Nada.
Ni siquiera puedo permitirme tomar un vaso de agua porque podría arruinar el trabajo que por horas se pasó haciendo el equipo de maquillaje.

"Esperar", eso es lo único que me queda hacer, pero no puedo soportarlo; necesito que alguien me salve y libre de esta mentira que siento en cada segundo que transcurre como me condena más y más, que no quiero que ocurra y que al detenerme a analizar, me lleva a pensar en Andrómeda, la hija de Cefeo, el rey de Etiopía, quien se ofreció en sacrificio para salvar a su ciudad del titán, y que fue rescatada por Perseo, el héroe semidiós.

¿Y por qué pienso en dicha mito? Porque así como aquella princesa, yo, debo salvar a la ciudad que amo, llamada "mi familia", del ataque del titán llamado "ruina".

Lamentablemente, en mi caso no existe héroe alguno, no hay ningún Perseo para mí; lo único que hay es espera a que inicie, transcurra y termine todo este jodido teatro...

Toda mi vida, o al menos desde que recuerdo, he estado en Jacksonville, y digo que he estado, porque resultar ser así, no he vivido mi vida, de hecho, no sé si tengo una... Creo que no.
Desde la muerte de mi madre, hace aproximadamente tres años, me he convertido en la imagen de Winslow Enterprise, la empresa de mi abuelo que pasó a ser de mi padre luego de la muerte de él, y desde entonces se convirtió en la mayor fuente de ingresos económicos de mi familia; las ganancias de los negocios nos permitía darnos la acomodada vida que teníamos y una vida equilibrada a los trabajadores y sus familias.

Mis días solían basarse en ir de un lado a otro, de evento en evento, de negocio en negocio, siendo la acompañante de Alonso Winslow, mi padre; ese trabajo era de Elisa Monroe, mi madre, pero tras su muerte, la empresa necesitaba tener una nueva imagen, y en la búsqueda de ello, fui electa unánimemente para dicho puesto, donde la tarea era ser la imagen de una de las corporaciones más conocidas del continente.

Sin embargo, para Alonso, mi vida no tiene importancia, mi opinión no es válida, y las objeciones que presente ante sus mandatos son nulas. Mi papel estipula estar atenta todo el tiempo, arreglada, perfumada, maquillada y lista en todo momento; tener fijo un tema del cual conversar, casi siempre de índole político, económico, histórico o literario.
Debía sonreírle a todo el mundo aunque el mío fuera una mierda y estuviese muriéndome por dentro; debía acompañarle a sus eventos más importantes, cenar con sus socios y negociantes, y hasta permitir que alguno que otro sobrepasado me tocase si quisiera, o soportar que se pavonearan hablando de mí, a veces, de cosas que nunca sucedieron. Como el hecho de haber estado juntos en la intimidad, hecho que me rehusé con toda fortaleza a nunca permitir.

Sí, para mi padre, no soy más que un artilugio, un adorno, una cosa que lleva, o que solía llevar, a todos lados con el único fin de presumir y llamar la atención; consiguiendo con ello, millonarias inversiones para la empresa, millonarios socios, millonarias "amistades", reconocidos títulos. Todo a cuesta de mí, de alguien sin importancia.

Sin embargo, no lo odiaba, y no pretendía hacerlo nunca... Hasta ahora.

Pues él, en su afán de obtener la fama, empezó a ampliarse en el país, construyendo ramas de la empresa en estados como Washington, Boston y Massachusetts, así como sucursales en los países de Canadá y México.
Todo parecía ir bien para él y sus negocios, incluso pensaba llegar a Europa, pues creía que iba por el buen camino para alcanzar la fama mundial.
Pero, su soberbia lo llevó a cometer errores, errores que debía resolver, y que al hacerlo, consiguió algo que nunca, en sus pocos años de vida que espero le queden, le perdonaré.

Alonso, con sus "soluciones", me quitó la No Vida que tenía. Me hizo lo último que podía hacerme: venderme...

En literal.

Hace apenas un par de meses atrás, mi padre llegó a casa exclamando que ya no podía más, que ya estaba harto de la vida y que prefería morir antes de ver lo que pasaría. No comprendía tales comentarios y no buscaba hacerlo, pero una noche durante la cena, mi padre tendió a llorar. Nunca antes, desde la muerte de mi madre lo había visto llorar de la manera que lo hacía en aquel momento, y era extraño verlo de tal manera, porque ¡Dios!, quien se imagina a un empoderado hombre llorando, sin razón conocida, frente a sus hijos y sus sirvientes. Mis hermanos y yo lo miramos sin entender su martirio. Craig, mi hermano mayor, se levantó de donde estaba y se le acercó para consolarlo, pero nuestro padre al sentirlo cerca, se levantó suplicándonos perdón tras perdones; desconcertados aún más, exigimos explicación a sus reacciones... Para mí, fue un error hacerlo... Nuestro padre volvió a tenderse en llanto y mientras lo hacía nos dijo las razones por las que estaba de tal modo: lloraba porque había perdido.

Winslow Enterprise que había florecido en las rutas comerciales, e incrementado su infraestructura y crecimiento económico; aquella empresa que se había convertido en "La Fuente de Vida" de muchos, en especial, de nosotros, ahora se estaba derrumbando. Los inversionistas comenzaron a retirarse, la producción a disminuir y los trabajadores a renunciar o ser despedidos porque ya no había dinero para pagar sus salarios.

Mi padre lloraba, porque sus planes para sacar a adelante lo que quedaba de la empresa no estaban dando buenos resultados, sino al contrario, cada vez debilitaban más el capital de la vieja organización. Lloraba porque sabía que no había nada que hacer y porque en consecuencia, tenía claro que nuestras vidas iban a cambiar, increíblemente. Y aunque en realidad a mí nunca me ha importado el dinero, ni los lujos, ni la buena vida, ropa, comida... Me considero conformista... Ver a mi padre en aquella circunstancia me ponía a pensar en si en realidad el dinero es tan importante en la vida.

Quizá para un ambicioso como Alonso Winslow, hombre al que no le importa nada, ni su familia siquiera, tal vez sí.

-¡Papá tienes que hacer algo! ¡No puedes permitir quedarnos pobres!- le gritó Craig bastante exaltado, porque claro que mi hermano lo estaba. Él sabía que sin empresa no habría dinero, y sin dinero, a él se le acabaría su vida de niño arreglado para siempre.

-Ya intenté de todo. No hay solución... ¡Perdónenme hijos!- se lamentó Alonso.

-Pues continua intentando cosas ¡Yo no quiero ser pobre!- concluyó Craig ladeando la cabeza, poco después, se marchó maldiciendo, mientras que las lágrimas continuaron bajando por las mejillas de nuestro afligido padre.

Alexandria, mi hermana menor que siempre se quedaba quieta y en silencio durante las confrontaciones, se levantó del asiento donde estaba y se le acercó, lo abrazó y él se acurrucó en su pequeño cuerpo. Los miré durante largo rato sin decir palabra, sólo los observaba abrazarse; inevitablemente aquella escena me llevó al momento de la partida de mi madre, los dos tan indefensos apoyándose el uno al otro, enternecidos y enervados.

Respiré hondo y dije:

-Tranquilo, padre. Existe una solución para todo, y yo te aseguro, que la de esta situación, la vamos a encontrar-. Pero al decir esa parte de "la vamos a encontrar", nunca pensé que sellaría mi vida, para siempre.

Los días fueron en progreso y cuando casi se apagaba la última flama de la empresa, un empresario millonario llegó al despacho agonizante de mi padre a debatir. Buscaba ampliar sus rutas comerciales y al notar que la empresa al borde de la quiebra tenía en su poder buenas zonas del mercado mundial, decidió invertir en ella, aun en contra de las bajas posibilidades que habían de realzarla.

De la noche a la mañana, la empresa volvió a aparecer en el mapa, a llenarse de trabajadores y a producir ganancias; mi familia regresó a su estabilidad, mi padre sonreía de nuevo, Craig otra vez estaba en su centro ya que había llegado al borde de la demencia al ver su cartera casi vacía; en Alexandria, no hubo mucho cambio, pues al igual que yo, se había despreocupado por lo que pasaba, tal y como hacía nuestra madre, quien siempre nos decía que dejáramos al mundo destruirse solo y no metiéramos las manos intentando sostenerlo porque sólo conseguiríamos herirnos. Que no se puede evitar un colapso cuando ya empezó, y que cuando no se puede, lo mejor es rendirse; sólo para que después, mientras aun hayan esperanzas, se puede buscar entre los escombros, un renacimiento.

Tardé tiempo en entender las palabras de mi madre en aquel fragmento, que supongo, sacó de los tantos libros que leía, y que para ella, eran muy claras; sin embargo, me costó menos de cinco segundos comprender lo que estaba sucediendo e iba a suceder.

Al principio, no sabía exactamente cómo es que todo había regresado a la normalidad y hubiera, sin duda, dado la mitad de mi vida por no saberlo nunca; pero mi padre me lo dio a saber, y desde ese momento, perdí todo respeto y admiración que alguna vez tuve hacia él.

Pues para salvar de la quiebra a la empresa y recuperar nuestra acomodada vida con ello, mi padre necesitaba de una gran inversión de capital, la cual llegó claro, a nombre del inversionista extranjero, pero con ella, llegó también su propósito, el cual para mí, era, es y seguirá siendo siempre, una maldición: el matrimonio.

Mi padre me comprometió al inversionista, sin consultarme primero, a cambio de que él invirtiera en la empresa, y no sólo al principio, sino durante todo el tiempo que dure nuestro matrimonio, es decir, "hasta que la muerte nos separe".

En menos de tres semanas y a la velocidad misma que la empresa resurgió, la boda fue preparada; la fiesta, el salón, los aperitivos, la música, el vestido, los arreglos... Todo estuvo listo en un abrir y cerrar de ojos, llevándome a comprender con ello que el mundo se mueve más rápido con dinero.

Las caras de felicidad de mi familia me cegaron, me ablandaron y, sin objeciones... acepté.

Ahora ya no hay marcha atrás, no puedo negarme, ni retroceder; en este momento ya no, todo está listo. Todo menos una cosa, insignificante, pero tan necesaria.

Sí, eso: la novia.

-------†-------

Oigo el crujido de la puerta al abrir y poco después la voz de Alexandria, esa vivaracha vocecita que rompe el tenso silencio.

-Wow, esa no eres tú- comenta.

-No eres la única que cree eso- digo. Ella se acerca y me mira desde la cabeza hasta los pies observándome detalladamente, yo me limito a no producir movimiento alguno.

-Es un vestido muy lindo, ¿me lo prestarás para cuando yo me vaya a casar?

-¡Claro que no te lo prestaré! ¡Tú nunca te casarás! No permitiré que acabes con tu vida de una manera tan estúpida- sentencio apretándole las mejillas con las manos, pero cuidando de no herírselas con las torpes uñas postizas.

Una sonrisa se dibuja en nuestros rostros. Mi hermana se acerca un poco más y yo la rodeo con los brazos. Nos hacemos un solo cuerpo. Sentirla tan pequeña entre mis brazos me hace querer nunca soltarla, aferrarla a mí lo más que se pueda. Protegerla. También, me hace caer en la crueldad de la realidad, pues al casarme, me iré a vivir con mi esposo, dejándola a ella sola en casa, claro que estará Craig, pero yo, yo ya no estaré. Ya no la podré abrazar, ni besar, ni dormirla, y eso, eso me entristece. Y pensar en que Alonso, cuando ella crezca, le haga lo mismo que a mí, me aflige.

Resoplo algo resignada al poco aceptable cambio, y me aparto de ella tras besarle la frente. Me sonríe.

-Te voy a extrañar mucho- le digo.

-¿Cómo? ¿Nunca vendrás a visitarnos?

-No lo sé, quizá en algún momento, aunque no te prometo mucho.

-Pero nos estaremos llamando todos los días, ¿cierto?... O acaso, ¿te vas a olvidar de mí muy rápido?- expresa, primero efusiva, y luego haciendo un puchero y a brazos cruzados.

-No, no, no... Por supuesto que no. Nunca me olvidaré de ti. Todos los días voy a llamarte, y hablaremos tal como hacemos siempre... ¿De acuerdo?-. Ella asiente y borra su infantil gesto poniendo una nueva sonrisa en su hermoso rostro claro, de mejillas rosas natural, ojitos azulados como los de mamá, cabellos negros, y facciones como dibujadas con la paciencia del mejor artista.

Volvemos a abrazarnos.

-Escúchame, Alexandria, y escúchame bien- le digo al oído y con la voz temblorosa, casi en tono de súplica.- Yo no voy a dejar de quererte nunca, no me olvidaré de ti, jamás. Siempre estaré para ti y cuando tú me necesites, yo vendré a por ti. Yo voy a cuidarte siempre. Te quiero mucho, mucho, mucho. No dejaré que nada te pase. Jamás... ¿Me crees?

-Sí, te creo. Y también, te quiero mucho, mucho, mucho.

Hacemos más fuerte nuestro abrazo, cosa que me lleva al borde de llorar, algo que tampoco no puedo permitirme.

-¿Te puedo poner el velo?- inquiere y yo le autorizo hacerlo, simplemente, porque no hay cosa que pueda negarle a ella; tenerla y verla feliz es mi misión. Tras verla llorar días y noches enteras después de la muerte de nuestra madre, es algo que me ha dejado traumada, y me ha hecho jurarme hacer todo porque nunca, nunca ella vuelva a pasar por un sufrimiento como tal. Quizá parezca sobreprotectora, pero eso me tiene sin cuidado; Alexandria jamás va a sufrir de nuevo, sobre mi cadáver ella padecería un martirio.

Mi pequeña hermana salta muy emociona para coger el gran trozo de tela transparente sujetado a una ligera corona plateada. Me siento para que pueda colocar y ajustar la peineta que sostendrá la coronilla en mi cabeza; mi cabello está recogido hacia atrás, algunos pliegues de pelo caen sobre mis sienes y lo demás se reúne atrás en un tipo de tejido extraño. Le doy unos últimos ajustes a las peinetas y luego me levanto para mirarme de nuevo en el espejo.

-¡Sonríe!- pide ella, y yo correspondo a su petición.

-¡Oye! ¿Ya llegó mi futuro esposo?- indago con algo de ironía en la voz. Alexandria levanta los hombros y ladea la cabeza.

No me interesa saber quién es, pero haciéndome de ideas, de seguro es uno de esos viejos gordos y canos, con cara de sapo y una mentalidad llena de pensamientos asquerosos... Suelto un apagado resoplo.

En eso, la puerta se abre.

-Te ves hermosa mi niña- dice la gruesa voz del hombre que luego de todo lo que me ha hecho, desconozco completamente como padre.

Aparto la mirada de él, y el mismo silencio que había antes que llegara Alexandria, vuelve a reinar en la habitación.

-Yo les esperaré afuera- dice mi hermana fijándose en la tensión que comienza a crecer en el aire, y después se marcha.

-Te pareces a tu madre en el día de nuestra boda- comenta él acercándose, pero lo detengo mirándolo sin conmoción.

-¡Ella lo hizo por amor! Y por eso te pediré que no manches su imagen comparándola con la mía- ataco. Mi padre se frustra.

-¡Creía que ya te había quedado claro porque harás esto!- dice con rigidez.

-¡Y yo, que usted había entendido que no quiero hacerlo!- contradigo. Nuestras miradas se confrontan durante unos segundos. Siento que lo odio, que podría escupirle a la cara cuan decepcionada me tiene, lo desgraciado que es por hacerme esto, podría hasta golpearle; pero no, no hago más que obligarme a bajar el rostro y declarar resignada que debo hacer lo que me pide, pero no por él, sino porque así se lo prometí a mamá.

Ciertamente, en el lecho de muerte de mi madre, cuando luego de que por casi cinco años el cáncer la consumió hasta más no poder, ella me pidió que cuando ya no estuviera, fuese yo quien cuidara de nuestra familia; a lo que yo respondí: "Claro mamá... A como sea, lo haré".
Eso fue todo. Mi madre murió tras esas palabras mías, tras ese juramento. Un juramento que estoy por cumplir frente al altar, en compañía de un hombre al que ni siquiera le conozco el nombre.

Escucho a mi padre acercarse más a mí.

-Lo sé hija, y yo te ayudaré a cumplir esa promesa- expresa con la mano derecha extendida. Lo miro a los ojos, su sonrisa emana conmoción, anhelo,... paternidad; pero sé bien, que eso es algo que él no conoce.

Sacudo la cabeza y le encaro con firmeza:

-¡No!... Prefiero que sea Craig quien me entregue en el altar, porque a fin de cuentas, usted ya me ha entregado a un infierno.

Me doy la vuelta, cojo de mala gana el ramo de rosas blancas bien acomodadas y salgo de la habitación dejándolo con la mano extendida.

Camino por el pasillo tambaleándome porque aunque sé andar con zapatos de tacón, los que llevo puestos en este momento son muy altos y amenazan con tirarme al suelo si no aprendo pronto a andar con ellos. El sujeto que dirigirá la ceremonia me detiene en seco yendo por el pasillo que conduce a la habitación de mi hermano, el tipo está parloteando cosas que no alcanzo a comprender, y me frustra tanto que me dan ganas de darle un puñetazo en la cara y hacer que se calle.
Tal vez mi cara muestra mis obvias intenciones porque el tipo deja de vociferar y me da unas palmaditas en el hombro, o me acomoda el vestido, no sé bien que hace, pero se queda callado. Eso me suaviza.

-¡Tranquila, tranquila, relájate! ¿Estás lista ya?- me dice. Lo miro detenidamente, es uno de esos tipos que no pueden estar quietos, que viste de manera extravagante, que pavonea mucho y para los cuales el tiempo es de suma importancia. Respiro hondo y le asiento lentamente.- De acuerdo, me haces una última señal y damos inicio, pero rápido nena... ¡¿Por favor?!- añade.

Vuelvo a asentir. Él sonríe y se marcha, y yo, después de recuperar el aliento, también prosigo mi camino. Llego hasta la habitación de Craig y abro la puerta en seco sin antes tocar y lo llamo:

-Craig necesito que...

-¿Qué te pasa tonta?- grita furioso mi hermano interrumpiéndome. Está tumbado sobre la cama con una chica encima, ambos desnudos por completo; pongo los ojos en blanco y vuelvo a cerrar la puerta. Sin alejarme de donde estoy hablo hacia el interior donde tanto él como ella se carcajean sin pena alguna.

-Necesito que te vistas ¡Ahora! Te espero aquí ¡Date prisa!- ordeno. Craig me responde de mal gusto, pero aceptando mi petición.

Mientras aguardo, me acerco a una de las ventanas del pasillo, corro un poco la cortina y echo un vistazo al jardín. No acepté que la ceremonia se realizara en algún salón de paga con luces y adornos exuberantes, así que mi padre propuso a mi futuro marido que se llevara a cabo en el jardín de nuestra casa, "Él" aceptó sin objeción; sin embargo, no existe lugar en el jardín que no se encuentre decorado. Hay telas colgando, luces parpadeantes, flores y flores y más flores naturales en los muros, las paredes y en la entrada; también, hay mucha gente a pesar de que la boda fue preparada de improviso.

Busco entre la multitud al que podría ser y será mi esposo, pero no lo encuentro, porque aunque hay hombres jóvenes y mayores, a la mayoría, o casi todos, los reconozco.

-Ya está su majestad- exclama Craig apareciendo junto a mí. Él es así, burlón, bromista, libertino; el típico hermano mayor que se pasa el tiempo libre jodiéndole la vida a sus hermanos más pequeños.

Lo miro, él me ofrece su brazo y lo entrelazo con el mío.

Avanzamos así hasta llegar a la sala donde las parejas de acompañantes están esperándonos; nos acomodamos en el recibidor de la puerta principal (por donde saldremos al jardín), las cuatro parejas, de hombres y mujeres de entre 25 a 30 años, me escrutan con curiosidad, son bellos todos y completamente desconocidos para mí; sin embargo, me sonríen y yo hago el esfuerzo por devolverles el gesto. El tipo vivaracho que pille en el pasillo, aparece y me mira inquirente; le asiento y acto seguido sale al exterior. Esperamos unos minutos mientras el sujeto pide afuera atención y da la bienvenida a todos los invitados.

Suenan aplausos, esa es la indicación para recibir a la novia, es decir, a mí. Ahora sí, ya no hay escapatoria, el aire empieza a faltarme, las piernas a temblarme, y las manos a sudar. Siento que en cualquier momento me desvaneceré.

-¿Lista?- me indaga Craig.

-¡No!- exclamo entrecortadamente, casi en un hilo de voz ininteligible. Oigo la risita burlona de mi hermano.

La puerta se abre de par en par. La gente se enloquece, la melodía de violines comienza a sonar y junto con los aplausos, me aturden; empiezo a caminar, miro a todos lados, todos me sonríen y yo me esfuerzo por hacer lo mismo.
En las filas de bancos designados a los miembros de la familia de los novios se encuentran: del lado derecho está mi padre, mi hermana, una tía por parte de mi madre (llamada Jackie), y hay un espacio vacío que supongo ocupará Craig; del lado izquierdo, designado a los familiares de "Él", hay un hombre un tanto mayor con algunos rayos grises en el cabello, y una chica rubia, alta y muy sensual. Nada más.

Sé que la gente me está criticando con la mirada, aunque no tengo idea de por qué, pero igual, no me importa. Tal vez lo hacen porque el vestido está feo, o porque camino mal, o porque estoy temblando, o porque es Craig en lugar de mi padre quien me lleva al altar. «El altar» exclamo bajito. «Ahí es donde debe estar mi futuro esposo».
Dirijo la mirada hacia el lugar que mi mente me indica, y es ahí entonces donde al fin lo veo por primera vez; lo reconozco por el smoking negro bien ajustado y arreglado, y por su posición rígida y perpleja.

-¿Ese es...?- le inquiero a Craig susurrando, ya que casi me he quedado sin voz a mirarlo.

-Pues no veo a otro igual... ¡Vaya, vaya hermanita! Te sacaste la lotería con este tipo, hasta yo me lo tiraría- dice soltando su risita burlona que me contagia, y sonrío un poco también. Mi ego se exalta aunque no sé bien si de alegría, temor o de puro asombro, al contemplar al hombre que observo cada vez mejor conforme nos acercamos al altar.

¡Dios!, para nada es un viejo sapo, ni siquiera es tan mayor. Es un hombre alto, musculoso y bastante atractivo, supone que tiene treinta y pocos años, su cabello es de color negro y ondulado, y su piel, no es ni blanca ni morena... Matizado.

De seguro no ha de tener objeciones en cuanto a mí, porque está sonriendo con naturalidad, o puede que esté fingiendo muy bien. No lo sé.

Craig me ayuda a subir los escaloncillos del kiosco donde está el altar, luego me suelta frente a él, y ahí me quedo, paralizada; él me extiende su mano derecha, que dudosamente sujeto. Craig le asiente y luego de que él le contesta el gesto, se aleja y ocupa su lugar designado en el banco.

-No voy a hacerte daño- me susurra. «Está loco si cree que le creeré eso», pienso, pero no dejo salirlo y simplemente, le regalo una sonrisa, que más bien parece ser una mueca.- Enserio, no voy a lastimarte. Puedes relajarte y sonreírle un poco más al público- comenta.

Yo freno mi sonrisa y lo clavo con la mirada. Él sonríe muy enternecido, y me pide de un agraciado modo que haga lo mismo.

Su voz es sutil y gruesa a la vez, resultado quizá de su acento extranjero. Latino. Lo miro a los ojos, estos son de color marrón, muy profundos y oscuros, tanto que pareciera que no tiene pupilas.
Me esfuerzo y le sonrío un poco mejor que en la primera.

La ceremonia comienza.

Realizamos los actos, nos decimos los votos matrimoniales, nos damos las arras uno al otro, nos enlazan... Durante toda la ceremonia trato de guardar la calma y lo hago, me mantengo muy relajada y serena; pero cuando finaliza y firmamos los documentos y el dictador nos declara "marido y mujer", alguien entre la multitud grita la palabra "beso", quisiera ver quien ha sido el gracioso pero no puedo, pues él me sujeta las manos y acerca su rostro al mío, miro sus labios por un segundo y para hacer más creíble la escena, pongo una mano en su mejilla y con el otro brazo le enrollo el cuello, mientras que él me rodea la cintura y atrae hacía sí mismo. Lentamente nuestras bocas se unen. Cierro los ojos para no ver su acción. El beso es casto, sin mancha, sin intención alguna más de sólo demostrar que nos "amamos".

Suenan los aplausos y se alza el bullicio.

Durante la fiesta, la gente baila, bebe, come, canta, grita... Hacen de la boda casi una orgia, pero no me importa. Mi familia, la familia de mi esposo, él mismo y yo nos encontramos juntos en la mesa asignada para nosotros, es decir, en la mesa de honor, "conviviendo alegremente". Todo está en tranquilidad, nadie habla, sólo se escucha el sonido de los sorbos dados a las copas de champaña y los suspiros apagados de cada uno de los presentes. De vez en cuando miro a mi esposo, quien está sentado a mi lado y no ha soltado mi mano desde que nos sentamos. No sé nada de él, más que su nombre, y eso porque el dictador lo dijo al momento de unificarnos.

Ulises Falcon, así se llama. Un nombre algo común, pero un apellido, ciertamente extraño, al menos, lo es para mí; tal vez en su país sea popular o algo así, pero aquí, en Estados Unidos, sería "halcón". ¿Halcón, por qué? ¿Cazador? ¿Devorador? ¿Astuto?

La música se detiene sacándome de mis pensamientos, el hombre de rayos grises en la cabellera se levanta del asiento y hace sonar su copa con el tenedor, suspira profundo y me mira; entrecierro un poco los ojos pues sé que se aproxima el momento de brindis. Algo molesto para mí, porque de nuevo seré centro de atención.

-¡Atención!...- pide el señor.- Quiero agradecerles a todos por estar hoy aquí acompañándonos en esta celebración ¡Muchas gracias!- comienza.- Quiero felicitar a mi hijo y a su bella esposa- en esta parte nos mira a ambos y Ulises apreta más mi mano, obligándome a sonreír un poco en respuesta al cumplido de su padre, quien concluye su dedicatoria diciendo.- ¡Enhorabuena!... Que la dicha y la felicidad sea para ustedes.

Su última palabra queda revoloteando en mi cabeza, porque aunque su acento extranjero es algo gracioso, me retumba en las entrañas con hastío.

Mi padre se pone de pie también y hace su cumplidor discurso, no vale la pena decir cuál es, ya que sólo repite lo mismo que el padre de Ulises, pero con la diferencia de que lo invierte. Craig, mi tía Jackie y Alexandria también dicen algunas palabras sencillas pero muy honestas, mientras que la chica rubia se limita a no hablar; ella, además de emanar un aura negativa y desganada, muestra en su rostro que parece no estar satisfecha con nada.

Finalmente, mi esposo se levanta y aún sin soltar mi mano le agradece a todos los invitados por su atención, a nuestras familias, a los amigos y conocidos, posteriormente, se dirige a mí y clava sus castaños ojos en los míos. Declara:

-Prometo hacerte feliz por el resto de nuestras vidas.

Su frase "...por el resto de nuestras vidas..." permanece revoloteando en mi cabeza negándose a ser aceptada; sin embargo, me veo obligada a darle una ligera y falsa sonrisa, y sin darme cuenta, sus labios vuelven a los míos poniéndome en la situación de responderle.

Después del brindis, Ulises me saca a bailar, pero no a bailar exageradamente, sino a bailar el típico vals de novios en que nos movemos despacio al ritmo de la lenta melodía; me sujeta con delicadeza y yo hago lo mejor por tratarlo cariñosamente también.

-¿Qué pasa? ¿No resulto ser lo que esperabas que fuera?- indaga mientras bailamos.

-No estás en la posición de hacerme tal interrogante- declaro sin mirarlo.

-¡Diríjete con más respeto a mí!- pide muy serio.

-Yo no siento nada por ti... ¡¿Respetarte?! ¿Por qué habría de hacerlo? He perdido ese valor hasta por mi propio padre. A un desconocido, ¿por qué tendría que respetar?

-En primer punto, debes hacerlo por educación, y el segundo, porque este desconocido, es tu esposo, así de simple, así de importante... Esa es mi posición, y dicha posición me pone en un punto donde puedo inquirirte cualquier interrogante, ordenarte el mandato que quiera, y hacerte cualquier cosa que yo desee- expresa.

Mis ojos se clavan a los suyos. «Debe estar bromeando ¿Qué se cree? ¿Mi dueño?».

-Deberías guárdala entonces, podrías perderla- amenazo.
Lo veo alzar una ceja, quizá admirado por mi comentario, o quizá no, ya que después sonríe burlonamente.

-No lo creo. Eres mía... Únicamente, mía- concluye susurrándome al oído y haciendo fuerte énfasis en su última palabra.

Lo miro con desprecio.

-Una joya tan hermosa como tú,  valiosa, reconocida,... pero tan difícil de encontrar, no puedo darme el lujo de perderla con sencillez- afirma.

"Posesivo", ahí está su identidad.
Lo clavo con la mirada, mientras se ríe con cinismo.

Continuamos bailando y dando vueltas por la pista entre las demás personas, en algunos momentos cambiamos de pareja; es así como en uno de esos cambios me corresponde bailar con su padre. Con este hombre, la incomodidad me invade y el hastío me inunda, es uno de esos hombres que te miran con deseo y te hacen sentir como la persona más despreciable del mundo. A duras penas soporto su compañía, y que decir de su asqueroso aliento a tabaco. Me lleva al borde del vómito. Al fin, cuando ya nadie más quiere bailar conmigo, o aunque quieran, escapo y regreso a la mesa de honor, donde me tomo una copa de vino en seco.

-Tranquila, sólo un poco más y esto terminará- me digo a voz baja, refiriéndome sólo a la fiesta, pues mi nueva vida apenas va en su prólogo.

Ulises me alcanza en poco.

-¿Estás bien?- cuestiona. Asiento sin contratiempo. Sonreímos. Él se queda por unos segundos mirándome como tonto. Algo que me es muy incómodo. De pronto, oigo a alguien más acercarse y sentarse a mi lado, me volteo y me encuentro mirando los ojos color ámbar de la chica rubia, su mirada es profunda y muy penetrante, casi amenazante.

-Ella es mi hermana, su nombre es Melme- explica Ulises.

-¡Hola!- me saluda ella. Su tono de voz está igual de acentuado que el de su hermano, sólo que el de ella, al ser mujer, suena aniñado y un poco checho, caprichoso.- Bueno, en realidad mi nombre es Melpómene, sólo que no me gusta porque es muy raro y además es el nombre de la musa griega de la tragedia y no tiene nada que ver conmigo que soy muy glamurosa- dice sacudiendo su dorada cabellera.- Por eso lo alteré para que quedara simplemente como Melme- concluye. Le sonrío reconociendo de nuevo que el mundo se mueve, y es manipulable, con dinero.- De seguro nos llevaremos muy bien- expresa acariciándome el antebrazo, o más bien arañándomelo, con sus largas uñas postizas.

-Seguro sí- comento creando cierto vacío entre ambas.

-Pero bueno, eso será después, porque ahora ha llegado el momento- declara ella muy sonriente.

-¡¿Momento de qué?!- exclamo sonando demasiado ingenua.

Melme levanta una ceja desconcertada, quizá por mi expresión, y Ulises detrás de mí, ahoga una risilla.
Lo entiendo. Ha llegado el momento de la maldita luna de miel.

Joder.

-El auto les está esperando afuera- informa ella.

Lentamente asiento.

Miro a Ulises, quien me extiende su mano, dudo un poco en sujetarla, pues sé que al hacerlo ya no habrá manera de escapar; él me poseerá para siempre y mi libertad estará perdida al fin.

Trago saliva, el nerviosismo me ha invadido por completo, dudo mucho, pero al final, lo hago. Sujeto su mano fuerte, segura y confiadamente. ¿Qué más puedo hacer? ¿Negarme? ¿Desobedecerlo? ¿Cambiar el curso de las cosas? ¿Salir corriendo a esconderme debajo de la cama como cuando era niña y había tormentas eléctricas?

No. No puedo hacer nada de eso. Sólo obedecer. Servir. Ser dócil, comprometida, su mujer.

La esposa sumisa.

***†***

Hasta aquí el 1er capítulo. ¿Les pareció cómo? Extenso? Interesante? Aburrido?

Comenten y voten, me ayudaría bien a motivarme mucho más.

Saluditos!... Nos leemos pronto.

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