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Capítulo 5

En un suplicio mi cuerpo sudoroso ajetreaba. Apresado en una somnolencia turba, rechinaban mis dientes y giraba de lado a lado mi cabeza con desesperación.

Hasta cierto punto, todos en el auditorio se desvanecieron, las paredes se marchitaron, los proyectos se quemaron y en cenizas perecieron. Una fuerte atracción me tomó de la cintura enviándome a la nada, una nada que recreó una alta sensación de vacío, y finalmente despertar de golpe sentado en la cama, bañado en sudor, agitado y con el ritmo cardiaco disparado. Observé todo mi cuarto, y tomé mucho aire para suspirar profundamente. Agarré mi rostro con ambas manos, lentamente limpié las gotas de exudación y fui calmándome.

-¡Uff! ...todo fue un sueño.- murmuré agotado y aliviado al mismo tiempo.

Noté que el reloj postrado en la mesa al costado derecho de mi cama, no había sonado como de costumbre, la razón era porque las manecillas estaban quietas, parecía que se le había acabado la pila, o en el peor de los casos, descompuesto.

-¡Tsk!- molesto vociferé, tenía que ir a celebrar los cumpleaños de mi madre en la ciudad vecina. Si llegaba tarde, me colgarían de las pelotas; tal vez exagero, pero mi mamá era una mujer bastante estricta en la puntualidad; arribar a deshora, se consideraba un pecado e insulto bruno.

Salí de la ducha con la toalla azul puesta, tomé el cepillo de dientes junto a la crema dental. Apliqué a las cerdas la pasta tricolor y cepillé de arriba abajo, luego las muelas en círculos, y por último la lengua de adentro hacia afuera. Guardé los utensilios bucales y cerré la repisa. En ella se hallaba un espejo muy bien cuidado, estaba algo empañado, pero con mi mano derecha lo limpié. Para mi sorpresa, el vidrio reflejaba todo lo que mis ojos lograban divisar desde ese plano frontal...excepto mi propio físico. Quedé pasmado, era inconcebible, de ninguna manera podía procesar en mi cabeza la ausencia de mi silueta y esencia humana. Intenté realizar cualquier cantidad de musarañas para hacerme presente, pero todo esfuerzo fue en vano.

-¡¡RIIIINNN...RIINNN!!- El timbre de la puerta interrumpió mi tontería frente al espejo, me pregunté enseguida quién podría ser, no estaba esperando ninguna visita. A mi mente llegó el vago recuerdo de hace varias noches, siendo más precisos, la pesadilla de esa velada. Sin embargo, dicen que la valentía de una persona incrementa en el día, así que no tendría problema con afrontar lo primero que se cruzara detrás de la puerta. Aún seguía confundido con el efecto anómalo del espejo; para empezar mi día, eso ya lo había hecho extraordinario, como todos los sucesos anteriores desde que esa mujer apareció.

Fui más arriesgado y sin botarle mucha mente, abrí la puerta.

-¡Hola señor!- Saludó una voz delgada e infantil. Bajé la mirada y se trataba de una pequeña niña muy carismática. Tenía un cabello rubio y crespo, ojos grandes y verdosos, piel muy clara; pero muy delicada, seguro que si le tocaba se quebraría. Vestía un lindo bobito blanco, con una camisilla por debajo de igual contraste. La chiquilla de complexión delgada, mantenía después de su agradable ademán, una gentil sonrisa, contagiaba de alegría y ternura el sólo detallarla. Opté por ubicarme más o menos a su altura, flexionando las piernas en posición cuclillas, y le respondí.

-¡Hoola, pequeña! ¿Qué te trae por aquí?- Le pregunté con una actitud de buenos amigos, y...algo pendeja. Ella solamente desprendió una risa leve y luego contestó mi cuestión.

-¡Ven, ella nos quiere ver!-

-¿Qui...én?- Liado, no tuve más remedio que en paños menores perseguirla. Realmente no sé por qué no fui capaz de negarme; pero entre tantas eventualidades que me sucedían con frecuencia, guardaba cierta curiosidad o esperanza por saber qué rayos pasaba. Subíamos las escaleras que conducían a la terraza del edificio, ella reía y casi que saltando ascendía, me llevaba una vuelta completa, y entre risas me recitaba "vamos, ella quiere vernos, ella quiere vernos." Crucé la entrada al terrado, rápidamente centré mis ojos en buscarla. Entre una cubierta gris hecha en concreto, se hallaban tres tanques enormes de agua que abastecían toda la edificación. La niña en zigzagueo los recorrió, hasta montarse en todo el borde que limitaba la placa de la plataforma. Caminó en línea todo el perímetro rectangular, sobre un espacio muy reducido, era una estructura de veinte pisos; incluyendo la azotea. Aproximadamente sesenta metros de altura. Definitivamente cualquiera que cayera al vacío, estaría muerto, y verla equilibrando su cuerpo como si de un juego de pruebas se tratara, me generaba escalofríos, angustia y nervios.

Le grité con preocupación. -¡¡Ey, niñaa, bájate de ahí, te vas a caer, por favor!!- Ella me ignoraba, como toda mujer en la faz de la tierra. Sólo seguía entonando al unísono la misma oración de antes, mientras abría los brazos a los costados y jugueteaba alborozada. La pitusa rubia, se detuvo justo a mitad del recorrido de todo el recuadro, dirigió su vista frente a mí, le volví a gritar que se bajara de allí, que no siguiera revoloteando cerca a la orilla, porque obviamente caería al precipicio. Pero todos mis intentos por querer persuadirla para que no lo hiciera, fallecían. Comencé a acercarme poco a poco acortando la distancia entre nosotros, permanecía asustado y con algo de sigilo, cuidadosamente llegué a estar ante ella a unos siete metros. Su mirada parecía estar fijada en alguien más, volteé para ojear por encima de mi hombro derecho, y desde la entrada; aquella mujer de cabello castaño; vestido azulejo con flores, se encontraba de pie. Inmediatamente agrandé los ojos, y titubeando lo único que pude exclamar en ese momento, fue: -Eres...t-tú.- Esa bella dama, sonrió; como la primera vez en la parada del bus, de forma confiada. Desdeñó por completo mi existencia, y se arrimó hacia nosotros. Cuando pasó por mi lado, tenía la mirada clavada en la chiquilla, y la enana en ella, ambas se atrajeron una a la otra. La señorita, llegó a estar a unos cuantos centímetros frente a la niñita, levantó su brazo derecho lentamente, colocándolo en su pecho, por unos segundos creí que la agarraría de la ropa y la jalaría hacia ella, pero...esa mujer...la empujó. La pequeña, siempre estuvo sonriendo, desde que llegó a la puerta de mi apartamento. Justo en ese instante, ella cambió su semblante feliz, gentil y tierno, en una faz trágica de dolor y transgresión, un arrepentimiento por haber estado de pie ahí en el borde del abismo.

El ambiente se tornó pesado, lento, no lograba escuchar ni mis propios pasos, ni mis gritos silenciados por ver esa escena tan horripilante, lo único que hacía era estirar mis brazos por alcanzar el bordillo, tratando de no dejar caer la toalla y quedar descubierto. En el fondo sabía que no llegaría a tiempo para salvarla, más que nada fue un impulso, una reacción por instinto. Me agarré del marco de concreto y directamente me asomé para ver hacia abajo, pero algo sumamente extraño sucedió, ella no había llegado a golpearse con el suelo, ni siquiera estaba cerca de allí. La altitud siempre era considerable, pero poseía buena vista, la suficiente como para distinguir una persona de algún objeto o vehículo desde arriba. No podía explicarme lo sucedido y recurrí a indagar con gran enojo y confusión a la desgraciada mujer.

-¡¿Q-qué demonios acabas de hacer?! ¡¿EN DÓNDE ESTÁ ELLA?! ¡La...LA ASESINASTE!-

Ella, giró su cuerpo para verme con gran sosiego y sin ninguna mancha de culpabilidad, me regaló una respuesta que generaba más dudas.

-La liberaste, la hemos liberado.-

Me llené de mucha furia, porque sólo me respondía cosas que no llegaba a entender. Seguía sin creer lo que había ocurrido, nada de esto tenía sentido, en lo absoluto. Saqué una vez más mi cabeza para divisar abajo, no hallaba ninguna señal de la chiquilla. Mi mente estaba hecha un lío, mi rostro un caos, y mi cuerpo quemándose con los sofocantes rayos del sol. Busqué más respuestas en esa malnacida joven.

-¡¡¿Q-quién eres?!!- Pero para mí desgracia...ella había desaparecido.

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