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Los tres hermanos

Cuando regresamos al sitio donde Meliodas me había tenido secuestrada por muchos días, nos dimos cuenta de que el lugar estaba totalmente devastado. Los verdes árboles que rodeaban la cabaña ahora estaban completamente destrozados, como si un tornado hubiera arrasado con ellos.

Y en un punto un poco más lejano de allí, se podía vislumbrar una feroz batalla que aun no tenía fin.

—Iré allá. Tú debes quedarte aquí —me dijo Estarossa en cuanto me hubo bajado al suelo.

—¡Quiero ir contigo! —espeté llendo tras él.

—¡De ninguna manera! —aseveró —no quiero que él te ponga las manos encima nuevamente.

—Está bien —dije resignada y agaché la mirada.

Pronto sentí la mano de mi demonio favorito sobre mi cabeza, acariciando suavemente mi cabello.

—Recuerda que debes buscar tu collar de corazón —dijo con un tono amable—quizá esté allí adentro.

—Sí —dije y rodeé su fornido cuerpo con mis delgados brazos hundiendo mi rostro en su pecho —ten cuidado.

—Lo mismo digo —dijo y enseguida me alejé de él para ir hacia la cabaña en ruinas —oye espera...

Cuando menos esperé un fuerte tirón me detuvo de golpe y la calidez de sus labios chocó contra los míos. Una hermosa sensación de paz me invadió por completo y un montón de imágenes que jamás había visto llegaron a mi mente.

En todas ellas veía a una chica sonriente con un uniforme escolar compuesto por una falda verde oscuro a cuadros, de delgadas líneas rojas y blancas a juego con una corbata del mismo diseño, un saco color gris de bordes negros con un logo difícil de describir y una camisa blanca... ¿Quién demonios era ella? Las imágenes terminaron de rondar por mi cabeza en cuanto Estarossa terminó con nuestro beso y enseguida se retiró volando por el cielo estrellado.

Contemplé un instante su silueta alejándose de mí, otra vez me quedaba sola y eso me incomodaba bastante.

Caminé hacia la silenciosa cabaña y con la poca luz que me otorgaba el cielo iluminado, fui buscando en cada rincón palpando el suelo con temor a lastimarme con algo.

Pasé largo rato buscando sin éxito que, pronto perdí las esperanzas y salí de allí.

Miré en dirección a donde Estarossa se había ido, me picaba la curiosidad por ir allí. Quería ver aquella batalla entre los tres hermanos, deseaba ver cuán poderosos eran y las técnicas que usaban, pero me daba miedo el solo pensar que lastimaran a mi demonio de cabello gris.

Pasé largo rato mirando el cielo, donde se reflejaban las luces que emitía el choque de sus poderes demoníacos. Estaba comenzando a cansarme la soledad y de pronto llegó de golpe otra imagen a mi cabeza. La chica que aparecía en mi mente corría apresurada preocupada por algo, en su distorsionado rostro se podía apenas notar una terrible tristeza.

Ve con él —me decía una extraña voz en mi cabeza.

No pasó ni un segundo en cuanto sentí que mi cuerpo empezaba a moverse por su cuenta, sin si quiera yo quererlo. Mis piernas comenzaron a apresurar el paso y de un momento a otro me encontraba corriendo en medio del bosque con rumbo a esa feroz batalla.

—¿Qué tontería estás haciendo Aria? —me pregunté a mi misma sin detenerme.

El frío viento nocturno me golpeaba en el rostro como a un balde de agua helada. Mis piernas comenzaban a cansarse y pronto mis músculos empezaron a quejarse pidiéndome que me detuviera, más no lo hice. No podía determe a causa de un pequeño dolor.

Quizá pasó menos de media hora en cuanto llegué al lugar. Me sorprendí al mirar lo deplorable que lucía esa zona. Había enormes cráteres por doquier y muchos más arboles estaban ahora hechos trizas. Y entonces mi atención se detuvo en un punto más allá de donde me encontraba, a lo lejos podía distinguir la fornida figura de mi amado Estarossa luchando contra su hermano mayor.

Ve con él —volvió a repetir esa voz en mi cabeza.

—¡Estarossa! —grité su nombre y me fui corriendo hacia él.

—¿Aria? —dijo él sorprendido en cuanto me miró —¡aléjate, es peligroso! —exclamó —¡Zel, llévatela de aquí! —le dijo a su hermano y pronto fue hacia donde yo.

—Tenemos que irnos, Aria —Zeldris me tomó de la cintura y cuando menos esperé me cargó en sus fuertes brazos.

—¡Bájame, por favor! —le rogué al pelinegro, pero él pretendió no escucharme, desesperada al no saber qué hacer antes de que emprendiera el vuelo, llegó a mi mente una idea descabellada.

Tomé a Zeldris del rostro con ambas manos y el me observó con cierta incertidumbre en su mirada, sin pensarlo dos veces en un intento de hacerlo perder la compostura, pegué mis labios contra los suyos. Su piel era suave y el tacto con sus labios era irresistible, Zeldris el mandamiento de la piedad besaba de una forma tan dulce y adictiva. Estaba jodidamente soprendida, pues él inesperadamente me había correspondido, cosa que nunca imaginé que pasara.

El beso duró un corto instante,  pues él pronto se apartó de mí y me dejó en el suelo.

—¿Por qué hiciste eso? —me confrontó con asmobro mientras se tocaba los labios y noté que su marca demoníaca había desaparecido por completo, mostrándome a su vez sus hermosos ojos que también eran de un perfecto color esmeralda.

—Porque era la única forma para que me soltaras —contesté con una sonrisa y el pronto se ruborizó apenado.

—Maldición, Aria —chasqueó la lengua contra sus dientes —no le diré nada de esto a Estarossa, solo no seas tan imprudente —se me quedó mirando con el ceño fruncido fingiendo enojo y solté una risita divertida al verlo tan adorable, él de inmediato volteó hacia otro lado tal vez tratando de estabilizar sus emociones.

Dejé de molestar al pelinegro y mi vista volvió a la pelea de mi amado demonio contra su nefasto hermano, estaba asombrada de que todavía continuara todo ese caos. Los ataques eran cada vez más feroces y mortales. Había llegado un punto en el que ambos tenían la ropa casi deshecha y la piel muy lastimada por la infinidad de heridas que sus ataques les propinaban.

Meliodas ya estaba notablemente cansado y su cuerpo había cambiado de manera sobrenatural, en la mayor parte de su piel abundaba oscuridad, como si su marca demoníaca lo hubiese consumido y ahora estuviese ido.

Como pude, me escapé de Zeldris y corrí hacia mi mandamiento, quien se encontraba postrado en el suelo tratando de recuperarse, regenerando su cuerpo a través de unas oscuras llamas demoníacas.

—¡Estarossa! —grité su nombre y él se levantó enseguida.

—¿Qué demonios haces aqui? —soltó con evidente molestia e ignoré su pregunta.

—Por favor, ya no sigas más —dije con los ojos llorosos.

—Aria no seas obstinada y vete —ordenó Estarossa y yo solo negué con la cabeza.

—Oh Aria, es bueno tenerte aquí —dijo Meliodas esbozando una sonrisa maligna acercándose a nosotros. Enseguida Estarossa me ocultó detrás de él para protegerme de lo que fuera que tratara de hacer el rubio.

—Deja en paz a mi mujer —dijo en un tono serio y dominante.

—Como desees —contestó Meliodas y se llevó una mano al bolsillo de su pantalón como queriendo buscar algo —¡Oh! —dijo fingiendo asombro y pronto mostró aquello que trataba de encontrar. Mis ojos se abrieron al ver que entre sus manos traía mi collar de corazón.

—Sabía que tú lo tenías —dijo Estarossa —devuélvelo ahora —mi mandamiento pronto extendió su mano mostrando amabilidad.

—¿Bromeas? —rio —sé que esta cosa es importante para ella —sus manos comenzaron a jugar con mi collar moviéndolo de un lado a otro.

—Meliodas —dijo Zeldris mientras descendía del cielo —entrega eso, ahora mismo.

Meliodas miró a sus dos hermanos un breve instante y movió su cuerpo enseguida para no darle la espalda al mandamiento de la piedad. Luego de esto volvió a posar sus oscuros ojos sobre el objeto en su mano.

Por la expresión en su rostro me pude dar cuenta de que se traía algo entre manos. Se notaba que tenía los nervios de punta al no saber qué más hacer para derrotar a sus dos hermanos menores y mi collar sin duda era una buena excusa para ser inmune por un rato.

—Me rindo —dijo de repente —ya me cansó toda esta mierda.

—Entonces entrégame el collar —espetó Estarossa cabreado mientras Meliodas lo miraba esperando a que éste atacara.

—Oye Meliodas, te estás tardando demasiado —afirmó el pelinegro fastidiado.

—¡Cállense de una puta vez! —dicho esto Meliodas lanzó con fuerza el collar a su lado derecho y cuando menos esperé, mi demonio de cabello gris fue tras el.

—¡No, hermano! ¡Es una trampa! —gritó Zeldris llendo tras él, pero ya era demasiado tarde, Meliodas me había tomado de la cintura y aprisionado contra su cuerpo. Pronto extendió sus alas de materia oscura y voló alto.

—¡Ominous nebula! —profirió el pelinegro exasperado sin más opción.

—¡Qué demonios haces Zel! ¡Nos vas a matar a todos! —exclamó Meliodas agarrándome con fuerza en cuanto se formaba un enorme torbellino que intentaba succionar todo a su paso.

—No tuve otra alternativa —murmuró Zeldris quién parecía no movérsele ni un mechón de cabello mientras que a su alrededor los árboles comenzaban a desprenderse de la tierra con facilidad junto al desastre que ya habían ocasionado.

Cansado de luchar contra la fuerte ventisca y de ser golpeado por ramas, troncos y rocas, Meliodas descendió como pudo a tierra firme. En otro punto más lejos se encontraba Estarossa tratando de no soltarse de una formación rocosa, él estaba notablemente cansado y en su rostro se reflejaba la tristeza en cuanto me vio aferrada al cuerpo de su hermano.

Detestaba la idea de verle así, no quería ni imaginar el dolor que yo le estaba provocando. Quería hacer algo para remediar eso y de nuevo llegó a mi cabeza una idea suicida. Respiré hondo y como pude solté mis manos del torso lastimado del rubio.

—¡Aria! —escuché a mi demonio pronunciar el nombre que me había otorgado, mientras mi cuerpo era arrastrado hacia ese inmenso torbellino de oscuridad.

—¡Zeldris detente! —gritó Meliodas desesperado al ver que me había soltado de él.

—¡Hermano, si no haces algo Aria será hecha pedazos! —gritó mi mandamiento mirando cómo mi cuerpo era arrastrado cada vez mas hacia eso.

—¡No, cállense! —espetó el pelinegro aturdido llevándose las manos a la cabeza —¡No puedo concentrarme para detener Ominous nebula si continúan así!

Siempre tomas decisiones equivocadas... —escuché de la nada una voz fastidiosa en mi cabeza y pronto el ruido de un fuerte impacto captó mi atención. Era el mismo sonido que había escuchado cuando había sido encontrada por Estarossa. ¿El mismo sonido? ¿cómo demonios sabía que era el mismo si se suponía que no recordaba nada? Quizá... ¿Comenzaba a recordar fragmentos de mi vida? No lo sabía, pero me sentí fatal al darme cuenta de que otra vez mi cuerpo había sido impactado contra algo.

¿A caso Ominous nebula me habría matado?

¿Te encuentras bien? —dijo una voz un poco distorsionada y abrí mis ojos lentamente.

¡Aria! —escuché una segunda voz que logré reconocer y que me hizo sentir segura. Sin duda, seguía viva, al menos mi alma, ya que yo no poseía un cuerpo físico como el de los humanos, pero podía sentir todo al igual que ellos.

Oye... ¿A caso ella está...? —abrí los ojos de golpe y me encontré con las miradas preocupadas de los tres hermanos.

—Pensé que no despertarías —susurró Estarossa —abrazándome.

—Perdón por todo el daño que hice —dijo Meliodas sonando sincero —aquí está tu collar —dijo el rubio y extendió su mano mostrando mi más valioso tesoro.

—Gracias —dije y pronto Estarossa lo tomó por mí.

—El otro collar era falso —aseguró el rubio volteando la cara hacia otro lado.

—Eres un desastre, hermano —aseguró Zeldris molesto —Oye Estarossa, llevas un rato con eso en las manos, ya dáselo a Aria —Zeldris lo miró con el ceño fruncido y pronto su expresión cambió.

—Hermano, ¿qué sucede? —preguntó Meliodas, notando algo raro en el comportamiento de mi demonio de cabello gris.

Estarossa dejó de abrazarme, e ignoró lo que sus hermanos decían, se alejó enseguida de mí y su rostro se volvió inexpresivo y extraño, era como si estuviese en un tipo de trance ocasionado por mi collar.

—Aria... Ya sé quién eres en realidad... —afirmó Estarossa volviendo en sí después de un instante.

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