La melancolía del Mandamiento
Narra Estarossa
En cuanto miré que el ramo de flores azules estaba tirado en el suelo, no pude evitar pensar que algo le había ocurrido a Aria. También sabía muy bien que quién se la habría llevado no podría ser otro más que Meliodas. Aborrecía la idea de solo imaginarlo poniéndole las manos encima.
Mi hermano mayor siempre se quedaba con mi felicidad, arruinaba mi vida destrozando todo lo que yo quería.
Estaba destinado a vivir de esa manera teniéndolo cerca. Zeldris siempre me decía que fuera precavido y cuidadoso con lo que hacía, ya que a Meliodas le encantaba meter sus narices en los asuntos ajenos. Nunca bajé la guardia en ninguna ocasión, pero él era más listo y se las arreglaba para interferir en mi vida. Todavía no puedo creer que en mi infancia lo haya admirado tanto, me enfermaba de solo recordarlo.
De inmediato informé a Zeldris de la situación y él accedió enseguida a ayudarme a buscarlos. Mi padre por otra parte, ordenó a los diez mandamientos que buscaran en todo el purgatorio mientras nosotros dos, íbamos al mundo humano.
Cusack decidió apoyarnos de igual manera y buscó a Chandler para que también lo hiciera, pero por alguna razón, él no se encontraba por ningún lado. Mi furia aumentó en cuanto me di cuenta de que probablemente él también había conspirado para que mi mujer desapareciera. Sin duda habían dejado hecho un lío mi mente y solo tenía ganas de matarlos por traicionarme. Por más molesto que estuviera, no podía sentir odio, si así fuera mi propio mandamiento me afectaría y estaría perdido.
Zeldris me había apoyado mucho emocionalmente en esos días, aunque él fuera el menor, siempre guardaba la calma y escogía las mejores palabras para tranquilizarme. A decir verdad, él era el mejor hermano de los tres.
La búsqueda se había extendido por muchos días y no aparecía ningún rastro de ellos. Nada parecía indicar que su alma hubiese desaparecido o reencarnado. Estaba preocupado por ella, ese rubio bastardo acostumbraba a quitarme todo lo que amaba.
—Zel, estoy cansado de esto —le dije a mi hermano quien estaba sentado mirando hacia la nada quizá pensando en algo.
—Vamos a encontrarla, hermano —me dijo en un tono serio —sabes, Cusack encontró a Chandler y lo hizo hablar —hizo una pausa esperando a que yo dijera algo, pero solo lo miré para que continuara —dijo que Meliodas tiene a Aria en el mundo humano, en una choza maltrecha en medio de una zona boscosa.
—Maldito seas Meliodas —dije al escuchar las palabras de mi hermano y apreté los dientes impidiendo que más palabras ofensivas salieran de mi boca —debo ir allá enseguida —afirmé haciendo aparecer mis alas de materia oscura.
—Espera —me detuvo antes de que saliera volando —iré contigo.
—Bien —sonreí y emprendimos el vuelo abriendo un portal para ir al mundo humano.
Era de día en ese lugar, la brisa helada se colaba a través de la parte semidescubierta de mi pecho. Mis cabellos volaban ante la ventizca que nuestro aleteo había ocasionado y aterrizamos en cuanto localizamos la cabaña que Cusack había indicado. Y lo miré. Mi hermano, el de cabellera rubia se encontraba mirando en nuestra dirección, por lo visto nos estaba esperando.
—Habían tardado en aparecerse —dijo con una sonrisa burlona dibujada en el rostro —sabía que el traidor de Chandler no tardaría en abrir la puta boca.
—Meliodas —dijo Zeldris frunciendo el ceño con evidente enfado.
—¿Dónde está Aria? —dije en tono serio aproximándome a él.
—Allí adentro —señaló sin vacilar y di un paso hacia la cabaña —pero no te la dejaré fácil —en cuanto dijo esto, activó su marca demoníaca y sus ojos esmeralda se tornaron negros.
La batalla inició con simples golpes y puñetazos para nada fuera de lo normal, hasta que las cosas se intensificaron en cuanto esbozó una sonrisa siniestra al revelarme las cosas que le había hecho a mi mujer.
—La hice mía incontables veces —exclamó como a un maníaco —incluso me transformé en ti para que gozara de mi cuerpo —enseguida se echó a reír —ella no paraba de llorar gritando tu nombre pidiendo auxilio.
—Hijo de puta —logré articular guardando la compostura tratando de no caer bajo mi propio mandamiento, mientras Zeldris observaba atento a cada movimiento esperando a que Meliodas se pasara de listo y tratara de matarme para así atacarlo.
—Amé cada día que la hice mía —declaró relamiéndose los labios —ella pronto dejó de luchar y comenzó a ceder...
—¡Cállate, maldito imbécil! ¡Rebellion! —exclamé irritado invocando a la espada curva en mi pecho y le lancé un ataque con las ahora siete espadas invocadas. Una a una se aproximaron a gran velocidad al cuerpo de Meliodas.
—¡Full counter! —le escuché decir y mis espadas cambiaron su curso volviéndose en mi contra para atacarme.
—¡Blackout! —logré decir deteniendo de golpe el ataque.
—Mmm nada mal, hermanito —sonrió Meliodas y en menos de lo que imaginé lo tenía frente a mí acertando un fuerte golpe contra mi abdomen.
—¡Ah! —me quejé escupiendo sangre ante el potente impacto de su puño.
—¡Hermano! —gritó Zeldris preocupado al verme de rodillas siendo presa del inmenso dolor.
—Sigues siendo el mismo débil de siempre —afirmó Meliodas escupiendo enfrente de mí —me decepcionas, Estarossa —enseguida me tomó del cabello para mirarme fijamente a los ojos —por más que intentes, esa mirada tuya jamás cambiará. Por mucho que te esfuerces nunca dejarás de ser el demonio debilucho que nació sin oscuridad —río —fue estúpido de mi parte el haberte entrenado tanto tiempo.
—¡Basta Meliodas! —ordenó Zeldris detrás de él y el rubio se detuvo de inmediato.
—¿Pero qué? —dijo sorprendido al sentir el impacto de sus palabras contra él.
—Ahora suéltalo —indicó y dejó de jalarme el cabello.
—Ah ya entiendo —esbozó una sonrisa divertida —usaste tu propio mandamiento contra tu hermano mayor: "todo aquel que te de la espalda será sometido completamente a un estado de sumisión y obediencia". Que miserable eres, Zel...
—Cierra la boca —dijo y se aproximó a él —trae a la chica aquí —ordenó y Meliodas caminó hacia la cabaña.
—Me las pagarás por esto —refunfuñó.
—Me salvaste el pellejo —le dije a Zeldris mientras miraba a Meliodas entrar a la choza casi en ruinas.
—No fue gran cosa, es lo poco que puedo hacer por ti —dijo esbozando una tenue sonrisa en su rostro.
—Gracias Zel —sonreí.
Pasados unos minutos Meliodas salió solo y mis puños se cerraron con fuerza al verlo tan despreocupado.
—¿Por que Aria no viene contigo? —pregunté trantando de no alterarme.
—No está —contestó.
—Mientes —dije levantando el tono de mi voz.
—Te digo que no está, la casa está completamente vacía —declaró irritado—si quieres ve y compruébalo tu mismo —dijo con una extraña sonrisa y caminé hacia la choza.
—Espera —me ordenó Zeldris y al no tener otra opción lo obedecí —iré yo.
—De acuerdo —lo miré y enseguida entró allí. Meliodas por su parte permanecía tranquilo esperando a que nuestro hermano verificara el lugar, realmente parecía no tener intención de querer atacarme por sorpresa. Me pregunté, ¿qué era lo que él podría estar planeando?
Zeldris salió de inmediato negando con la cabeza antes de que yo le dijera algo.
—No hay nadie aquí —afirmó.
—Se los dije —río Meliodas.
—Eso no me quita el inmenso deseo que siento de acabar contigo —expresé con una sonrisa tranquila —¡Blackout! —dije e inmediatamente Meliodas comenzó a ser consumido por las llamas negras de mi poder.
—¡Qué patético! —expresó aburrido ante mi poderoso ataque —¡Full counter! —exclamó y mi ataque fue directo hacia mí en menos de un instante.
—¡Estarossa! —alcancé a escuchar que Zeldris me hablaba antes de que el ataque impactara contra mí —ve a buscarla, yo me encargaré de Meliodas.
—Bien —exclamé mientras salía volando por los aires con el potente ataque. Mi cuerpo fue a caer a una distancia considerablemente alejada de la cabaña y en cuanto mi cuerpo se recuperó por completo de las lesiones gracias a mi oscuridad demoníaca, empecé a volar mirando a detalle cada rincón del espeso bosque.
Quizá pasé una hora buscándola en toda el área cubierta de enormes pinos, la vista era dificultosa y más de una vez había sentido presencias poderosas que resultaban ser de feroces animales predadores.
Agobiado de encontrar nada en tanto tiempo, descendí un poco de los cielos y pronto mis sentidos comenzaron a percibir una presencia diferente a las demás, no dudé en dirigirme hacia ese lugar. Se trataba de una zona muy apartada de la cabaña, había un largo riachuelo en ese lugar y sentada frente a el se encontraba una joven descansando plácidamente con la guardia baja.
—Aria —alcancé a decir y caminé hacia ella lleno de alegría al verla allí, sus ojos marchitos me miraron y una hermosa sonrisa se dibujó en su demacrado rostro.
—¡Estarossa! —dijo feliz al verme uniendo nuestros cuerpos en un cálido abrazo —en verdad eres tú —decía entre sollozos —¡Te extrañé tanto! Pensé que jamás vendrías por mí.
—Tranquila, querida. Ahora estoy aquí contigo y estarás bien. Perdóname por no haber llegado antes. Por mi descuido sufriste demasiado —me lamenté y apreté su cuerpo contra el mío.
—Fue un infierno lo que Meliodas me hizo pasar y nada cambiará eso —sollozó Aria hundiendo su rostro en mi pecho —pero al venir por mí, me has demostrado tu amor y eso me hace más que feliz. No me dejes sola nunca, por favor —susurró y mis manos separaron su rostro de mi cuerpo, la miré a los ojos detenidamente y vi en ella el miedo, quería borrar de su memoria todo rastro de Meliodas, quería que ella supiera cuanto la amaba y hacerle saber que nunca me iría de su lado, entonces decidí no hacerlo con palabras y mi respiración se unió con la suya, enseguida sus palabras fueron silenciadas por mis labios en un cálido y apasionado beso.
—Siempre estaré contigo —le dije y sus ojos se iluminaron al escuchar mis palabras, pronto miré en ella un semblante diferente en su bello rostro —te amo Aria.
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