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El secuestro

Desperté tan pronto sentí que mi cama se hundía ante el peso de algo. Abrí los ojos de golpe imaginando que allí se encontraría Meliodas deseoso de lastimarme, pero mis ojos se iluminaron al ver a mi demonio de cabello gris sentado al borde de la cama observándome con una radiante sonrisa que me llenó de paz.

—Lo siento, te he despertado —dijo Estarossa gentil y se acercó a mi para depositar un corto beso en mis labios —lamento dejarte sola tanto tiempo, pero he estado investigando algo.

—¿De verdad? ¿sobre qué? —dije interesada mientras veía el cambio drástico en la expresión de su rostro. Ah tal vez era algo que él no quería que supiera.

—Es sobre ti —mis ojos se abrieron tan pronto escuché aquello, ¿a caso habría averiguado algo sobre mi vida? Sonreí ante eso, sin embargo su expresión era poco alentadora. 

—¿Qué sucede? —le pregunté desanimada.

—Es solo que me he esforzado tanto, que realmente me frustra la idea de no conseguir nada —murmuró Estarossa con mal humor.

—No te preocupes por eso —dije amistosamente para reconfortarlo.

Estarossa sonrió un momento y después observó mi cuello, quizá esperaba encontrar allí los chupetones que me había hecho, pero ya se habían desvanecido con el paso de los días. Noté enseguida que él tenía la mirada clavada en mi collar.

—Ya lo tenía puesto cuando llegué aquí—le dije mientras me lo quitaba y se lo entregué. Él lo miró detenidamente y sonrió al ver la palabra amor.

—¡Vaya, qué coincidencia! —expresó triunfante —y mira que el destino te trajo con el mismísimo mandamiento del amor.

—Sí —contesté, con un ligero sonrojo en las mejillas.

—Quizá —dijo mientras observaba el collar de arriba a abajo —esto nos ayude a averiguar algo sobre ti.

—Espero que sí —dije llena de esperanzas.

—Pero por lo pronto estaré aquí contigo —una sonrisa ladeada se dibujó en su rostro y sus manos sostuvieron las mías.

En ese momento me sentía inmensamente feliz y entonces una avalancha de imágenes del rostro de Meliodas llegó a mi mente. Mi felicidad inmediatamente cayó por los suelos y apenas unas lágrimas asomaron por mis ojos marrones.

—¿A qué vienen esas lágrimas? —Me preguntó Estarossa confundido limpiándolas enseguida —¿ocurrió algo mientras no estuve?

Su mirada pronto me hizo temblar, tenía miedo de que se enterara de la verdad. No quería que supiera lo que su hermano mayor me había dicho. No pretendía que entre ellos resurgiera otro problema, así que me hice la fuerte y no dije nada al respecto.

—Todo está bien —mentí —es solo que me siento un poco extraña porque no estuviste en todos estos días —le dije dedicándole una cálida sonrisa. Si tan solo supiera la verdad, no estaría así de tranquilo.

Esa tarde Estarossa me llevó a caminar a las afueras del reino, el ambiente lucía terriblemente triste. Había pantanos pestilentes rodeados de vegetación putrefacta y una que otra planta verdosa. El nauseabundo aroma a muerto se hizo presente en cuanto pasamos cerca del cadáver de un extraño animal que posiblemente se había quedado atrapado entre las turbias aguas de allí.

—¿Por qué vinimos aquí? —le pregunté con una mueca aguantando la respiración.

—Porque aquí es el único lugar donde crece una flor que quiero entregarte —dijo con una expresión tranquila de esas pocas que conocía de él.

Luego de unos minutos nos detuvimos en una parte del camino, donde Estarossa me pidió que lo esperara.

Mi demonio de cabello gris comenzó a quitarse su armadura metálica y después desabotonó su gabardina y me la entregó. Sin chistar se adentró a las aguas turbias del pantano dando pasos lentos procurando tantear el suelo más o menos firme y no quedarse estancado, entonces pronto mi mirada se posó en las plantas de grandes hojas que crecían encima del agua, cuyas flores eran de un hermoso azul casi como el color de su gabardina. Él comenzó a cortar algunas flores, seleccionando las más hermosas. No pude evitar sentirme tan feliz al ver que aquel mandamiento se encontrara abriendo su corazón de esa manera. Estaba fascinada de solo pensar que no le importaba para nada ensuciar parte de su vestimenta para hacer algo tan humano.

En cuanto hubo completado el ramo de flores, se aproximó a la orilla donde yo estaba y salió sin ningún problema. Su cuerpo ahora estaba impregnado de un olor desagradable, pero la sonrisa serena seguía allí en su hermoso rostro.

—Son flores de loto —dijo mientras me entregaba aquel ramo azul —imaginé que podrían gustarte.

—Me encantan —afirmé con una sonrisa de oreja a oreja —son bellísimas.

Estarossa sonrió y pronto comenzó a ponerse su armadura.

—Creo que me iré con el torso descubierto —dijo lanzándome una mirada con picardía —espero que no te moleste mi nauseabundo olor.

—¡De ninguna manera! Tú siempre hueles bien —me sonrojé al escucharme decir eso —es decir, sea como sea que estés para mí estará bien.

—De acuerdo —contestó Estarossa con una risita observando cuán roja lucía mi cara.

De regreso al castillo, Estarossa fue directo a darse un baño pues ni él mismo soportaba el putrefacto aroma en su fornido cuerpo y yo me dirigí a mi habitación llevando mis bellas flores de loto conmigo.

De pronto una terrible sensacion invadió mi cuerpo y el miedo se apoderó de mí al escuchar la voz de alguien a quien ahora quería evitar a toda costa.

—Hola pequeña Aria, veo que estás sola ¿ya tuviste suficiente de mi hermano? —murmuró Meliodas detrás de mí —¿o es que te alejaste de él para verme?

Di la media vuelta y pude notar la cínica mirada que me dedicaba, una llena de deseo y perversión.

—¡Aléjate de mí! —exclamé tratando de intimidarlo.

—¡Qué chica tan agresiva! —rió divertido y me jaló del brazo para acercarme a él

—Escúchame bien, que no lo repetiré dos veces: vendrás conmigo ahora mismo o sino mi hermano pagará las consecuencias.

Mi corazón comenzó a latir apresurado y mi cuerpo no paraba de temblar. No quería que Estarossa sufriera de nuevo, no quería que se preocupara por mí y mucho menos que él muriera si yo desobedecía a su hermano mayor.

Una lágrima cayó por mi mejilla y dejé caer el ramo de flores frente a mi puerta.

—Perdóname, Estarossa —susurré, Meliodas sonrió victorioso y pronto me llevó lejos de allí.

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