El demonio candente
Era mi primer día en el castillo del Rey Demonio, estaba algo inquieta por saber qué cosas tendría que hacer. Aunque en mi sueño erótico había descubierto que sería la concubina de Estarossa, eso realmente no me convencía del todo puesto que nunca lo dijo así. A decir verdad ni siquiera me había mencionado con exactitud mi papel en ese lugar, según era una simple sirvienta, pero las cosas demostraban otra cosa. Con mil ideas en mente, resignada opté por buscarlo a su habitación. Sabía que era algo atrevido de mi parte, pero no podía quedarme así como si nada.
Caminé unos cuantos pasos a mi derecha y pronto estuve de frente a una puerta de madera vieja. Me quedé inmóvil pensando si debía tocar o no. Me aterraba la idea de que él saliera molesto por perturbarle el sueño, ya que me había enterado que le gustaba holgazanear de vez en cuando.
Y justo en el momento en que me decidí tocar la puerta él apareció frente a mí y su abdomen fue quien recibió los golpecitos.
—Llevo un rato esperando a que te decidieras entrar —murmuró Estarossa irritado. Su cabello estaba algo alborotado, estaba descalzo y solo traía puesto su pantalon y sus guantes de metal —¿qué es lo que quieres?
—Lo siento, amo —expresé intimidada mirando hacia abajo mientras me lo comía con la mirada disimuladamente —vine aquí con usted porque quiero saber si desea algo. Es decir, usted me trajo aquí para servirle, no creo que sea justo no hacer nada al respecto.
—Ah es verdad —dijo desinteresado —aunque no me he decidido todavía qué es lo que quiero que hagas.
Estarossa fingió pensar unos segundos y enseguida en su perfecto rostro se dibujó una sonrisa llena de malicia. Sus ojos parecieron encenderse y me tomó fuerte del brazo.
—Entra —exclamó.
Me resistí un poco, pero él me metió a la fuerza a su habitación y de un golpe cerró la puerta.
—Dijiste que querías saber qué deseaba, he aquí la respuesta —murmuró divertido mientras pegaba sus labios en mi cuello, logrando que mi cuerpo temblara de forma inusual —sin duda tu piel pide a gritos más que solo besos.
—Deténgase, no siga más —apenas alcancé a decir y él me tomó de la barbilla logrando inclinar mi cabeza levemente hacia atrás —por favor, no me lastime —lloriqueé.
—Ah, esa boca tuya tengo que cerrarla de algún modo —afirmó y pensé lo peor con eso. De pronto nuestras miradas se encontraron y pude ver en sus ojos oscuridad y lujuria total —¿qué? ¿ya estás llorando? —dijo burlón —entonces tendré que hacerte sentir mejor —despegó sus manos de mi rostro y se quitó sus fríos guantes de metal y los dejó caer al suelo.
Estarossa me empujó a su cama y pronto quedé aprisionada contra su fornido cuerpo musculoso. Mi corazón comenzó a palpitar como loco y mis nervios estaban matándome. Si él me iba a hacer suya, era mejor que no lo pensara más y lo hiciera. Mi cuerpo y mis sentidos me habían traicionado y me decían a gritos que se encontraban a merced de él. Él se aproximó a mi rostro y lo miré con miedo y deseo.
—Podría ser que... ¿es la primera vez que estás con un hombre? —me preguntó divertido apretujando mis pechos.
—¡No! —exclamé.
Estarossa se rió.
—Pequeña y tonta Aria, ¿cómo es que podrías saberlo si nisiquiera recuerdas tu nombre? —expresó. En efecto, él tenía razón, me lamenté por ello y él continuó.
Su mirada se encontró con la mía nuevamente y un deseo inmenso de ser una con él me invadió por completo y cuando menos esperé sus labios se estrecharon contra los míos.
—¡Madre mía! —pensé sorprendida de mí misma —¿qué estaba haciendo? tan solo apenas ayer lo había conocido y ahora estaba en su cama a punto de hacer algo imprudente.
Su beso poco a poco fue subiendo de nivel y mis labios se fueron acostumbrando a su ritmo. Estarossa besaba tan jodidamente bien. No quería que nuestros labios se separaran, pero una voz nos detuvo.
—Oye Estarossa, ya levántate, nuestro padre nos dio una orden junto a los demás mandamientos. Debemos irnos cuanto antes —dijo Zeldris molesto.
—Enseguida voy, dame un minuto —contestó Estarossa quitándose de encima mío decepcionado, sabiendo que lo nuestro debería esperar para otra ocasión. Su hermano se retiró y Estarossa comenzó a vestirse. Se puso su gabardina azul, se colocó sus guantes metálicos y sus botas también metálicas que le llegaban hasta arriba de la rodilla.
—Lo siento Aria. Dejaremos esto para después —susurró mientras me miraba con su peculiar sonrisa. Yo solo me sonrojé, pues mi cuerpo lo deseaba, aunque mi mente me decía que no me dejara tocar por él. Después de todo, ¿qué podría esperar yo de un demonio? Nada bueno resultaría de ello.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro