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Esta historia no es de amor, aunque probablemente si lo sea. Lo cierto es que trata de aquella mujer que cambió mi vida, y me enseñó sobre la bondad que pensé inexistente en la humanidad. Porque gente mala he conocido, y la verdad no creí conocer alguien como ella, prueba irrefutable de la belleza en actos de compasión y amor.
Todo comenzó en uno de los tantos días grises que hay en Lima, la gente iba y venía sin detenerse. Sentado bajo un árbol los observaba correr de la lluvia, cubriéndose con lo que tenían a la mano. Todos se veían tristes, opacos y sin vida; como si los días melancólicos influyesen en la ropa de las personas, ellos solo usaban colores grises. Aburrido de la monotonía, intenté dormir un poco, pero me detuve porque la vi.
Ella caminaba lento y sin apuro, no le importaba la lluvia. Ella estaba tranquila mirando por las ventanas lo que había en las tiendas. Llevaba un paraguas y ropa oscura, como los demás. Pero el detalle que más me llamó la atención, fueron aquellas botas verdes que parecían alumbrar las calles más pobres de Lima.
No sé por qué lo hice, pero lo hice. Aunque terminé empapado y embarrado, seguí aquellas botas verdes. Fueron interminables cuadras, dejé atrás los barrios pobres para adentrarme en aquellas calles de gente adinerada. Me causaba mucha curiosidad saber porque esa mujer de aparentemente riqueza económica, había cruzado los barrios mas peligrosos de mi país.
Las personas me miraban con asco y repugnancia, yo los ignoré para seguir con mi espionaje. Caminar me hacia olvidar el hambre que tenía, llevaba casi dos días sin comer, pero había tenido días peores. Me daba envidia ver a la gente de esas calles, incluso los días eran menos grises allí, y probablemente nunca habrían sufrido las necesidades que yo pasé. Luego pensé en el daño que me habían hecho las personas como ellos, y quise regresar a mi hogar. Pero la vi tocando una puerta, así que decidí quedarme un momento más para ver que ocurría.
Nadie le habría la puerta así que ella se sentó de cuclillas. Su rostro era pálido, y tenía cabellos castaños, típica mujer de la clase alta limeña. Podía imaginar los placeres que tuvo en su vida, probablemente hija única, dueña de una herencia familiar.
La mujer observaba a las personas caminar, me recordaba a mí, a lo que yo hacia todos los días, para olvidar la miserable vida que llevaba. Mi corazón se aceleró cuando noté que ella me estaba viendo, me dio una pequeña sonrisa y me saludó con la mano. Empecé a correr sin ver atrás, asustado y admirado, de que aquella mujer había notado mi presencia.
Llegué a mi hogar muy cansado y decidí dormir un poco. Ya no tenia fuerzas para seguir viendo a la gente caminar, el estómago me dolía, tenía mucha hambre. Así pasé la noche, con dolor y miedo a morir. Yo sabia que mi cuerpo no aguantaría más días sin comer, pero me reconfortaba saber que mañana podría salir a buscar un poco de comida.
No sé de dónde saqué fuerzas, pero me levanté. Dispuesto a buscar comida, fui a las calles esas, donde había pasado con la mujer de botas verdes. Supuse que ahí a la gente le sobraba la comida, y tendría suerte por fin.
Caminé con cuidado de que no sospecharan de mis intenciones, pero un policía me vio y me empezó a perseguir. Otros días hubiese corrido mas rápido, pero me encontraba débil por el hambre. El policía ya casi me alcanzaba, cuando un auto azul me atropelló.
El dolor era mas grande que el de mi estómago, estaba seguro que esta vez no podría volver a caminar, o incluso eran mis últimos minutos con vida. Sentía la sangre correr por mi cuerpo, y la tristeza de no poder pararme y escapar del policía.
Debajo del auto aun podía ver los zapatos mal lustrados del policía, que permanecía inmóvil observándome. Y aunque mi vista se hacia borrosa pude ver algo, unas botas verdes que corrían hacia mí con prisa.
— Pobrecito —dijo una voz dulce casi apagada, parecía que tenía un nudo en la garganta que no le dejaba hablar.
— No podemos hacer nada, que muera nada más — dijo una voz ronca, era la del policía regordete que me había estado persiguiendo. Él se fue, sin mirar atrás, sin compasión ni pena por mí.
— ¡Oiga señor! —gritó ella— ¿usted es el dueño del auto?
— Si —alguien respondió y se acercó a ella— ¿está muerto?
— ¡Claro que no! — dijo con desesperación— Hágase responsable y llévenos a la veterinaria mas cercana.
El hombre me sacó con cuidado, pero aun así no pude evitar dar un pequeño aullido de dolor. Mi pata trasera estaba rota, lo sabía. Me llevó al asiento trasero de su auto, y ella se sentó a mi lado, sus ojos se encontraban llenos de lágrimas. Me dolía verla así.
— Tranquilo chiquito —me calmaba—, todo estará bien.
Por primera vez en mi vida me sentía seguro, mientras sus delicadas manos me acariciaban.
— ¿Es su perro? — preguntó el hombre, mirándola por el retrovisor.
— Si, desde ahora lo es —dijo mirándome—. A este pequeño, lo vi el día de ayer. Me observaba, y cuando lo vi, empezó a correr. No pude alcanzarlo, sin tan solo hubiese podido correr mas rápido, no hubiese ocurrido todo esto.
Ella empezó a llorar. Cogió su bolso para sacar un pañuelo, pensé que se limpiaría las lágrimas, pero en vez de eso, empezó a limpiarme la sangre que me manchaba el cuerpo. Me quedé dormido y no recuerdo que ocurrió después.
Desperté con la pata vendada y con ganas de ver a mi heroína favorita. Pero en vez de eso, apareció un señor canoso que me revisó el cuerpo, y me dio algunas inyecciones que no dolieron mucho. Sabia que era por mi bien, no era la primera vez que me inyectaban algo, y no hice resistencia alguna.
Cuando yo fui cachorro, tuve una familia adinerada, que me llevaba a la veterinaria para mis vacunas correspondientes. Fue diciembre, navidad en realidad, cuando me separé de ellos. El estridente sonido de los fuegos artificiales y cohetes, me asustaron mucho. Empecé a correr a cualquier lugar del mundo, donde dejara de sonar eso que me hacía reventar los oídos. Cuando me di cuenta que ya estaba lejos de casa, era demasiado tarde, estaba perdido.
Pasé días comiendo porquerías. Cuando la gente notaba que husmeaba en su basura, lo mejor que me podía pasar era que me tiraran agua sucia, pero lo peor eran las patadas o golpes que de vez en cuando recibía.
Un día caminando, reconocí mi hogar, era mi casa, estaban ahí mis dueños, no sabes la alegría que sentí. Pensé ver sonrisas en sus rostros al verme, pero en cambio recibí rechazo y asco. Un tiempo quise convencerme que no me habían reconocido debido a mi mal aspecto, así que iba día tras día a la puerta de su casa, pero los golpes eran siempre lo mismo. Decidí olvidarme de ellos, mi nuevo hogar sería un viejo árbol ubicado en un barrio pobre, donde cada día observaba a las personas caminar.
Así pues, el veterinario terminó de examinarme y salió por una puerta blanca. El hambre se apoderaba de mí, empecé a ladrar para que notaran que algo me pasaba. La puerta se abrió, y vi esas botas verdes entrar.
Se agachó para verme, y me sonrió. En sus manos traía un recipiente con comida, no pude evitar mover la cola, que hace años no lo hacía. Me sentía alegre de tenerla, y feliz de ya no tener hambre. Definitivamente la comida sabia mucho mejor que la basura, ella me dejó comiendo y se fue por un momento. Me sentí triste, pero ella volvió de inmediato con un recipiente, era agua limpia y fresca.
Le lamí las botas verdes en acto de agradecimiento. Ella se agachó para abrazarme, y le di una lamida en el rostro, que empezó a hacerla reír, otra vez mi cola se movía sin parar, jamás me había sentido tan feliz.
— Es hora de ir a casa —dijo con una sonrisa en su rostro—, vivo sola desde hace mucho tiempo. Creo que ambos disfrutaremos de nuestra compañía.
Me llevó a una linda casa al frente de un parque enorme donde otros perros jugaban sin parar. Me di cuenta que no era la casa donde ella había tocado el otro día, tiempo después entendí que su vida no había sido tan perfecta como yo me había imaginado. Ella también había sufrido, también había tocado la puerta de su padre, y este nunca le abría por ser hija de un "error" que había cometido con una mujer que no era precisamente su esposa. Me recordó a mí, yendo a la casa de mis antiguos dueños. La mujer de las botas verdes, era tan igual a mí, que me hacía entender lo curiosa que era la vida. Un día crees que la vida es un completo asco, que no puede existir alguien que entienda lo que te pasa, que nadie mas ha sufrido como tú, hasta que llega una persona con las mismas cicatrices, dispuesta a olvidar el pasado y empezar una nueva vida.
Todos los años que he estado viviendo con ella, he sido muy feliz. Desearía poder contarles a todos esto, en especial porque hoy se casa con un buen hombre que no solo la quiere a ella, sino, también me quiere a mí. Todas las tardes me llevan a pasear a ese parque que hay al frente de mi casa, tengo buenos amigos, y aunque cojeo un poco, puedo correr con ellos y jugar.
Nunca mas volví a sentir hambre ni frío, nunca más me volví a sentir solo. Mis días en lima dejaron de ser grises, se volvieron de color. Soy completamente feliz, gracias a la mujer de botas verdes.
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