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Capítulo 11

Gracias a una pareja que volvía del trabajo pudieron escapar. Sehun olvidó completamente el objetivo inicial y arrastró a Kyungsoo hasta el departamento. Se arrepentía hasta la muerte de su decisión. Un paso antes de entrar había escuchado la risa del estúpido abogado. Tenía al enemigo a dos puertas de distancia. 

Él paquete lo había comprado ese tipo. Lo estaban vigilando. No podía tener un conflicto interno frente a su hijo. No podía dejarse llevar por las evidentes amenazas de esos dos. Eran unos extraños para él: ¡ese tipo no era el padre de su hijo! ¡No había optado por la fertilidad para esto!

—Tranquilo, amor —le dijo a su hijo, pero también a sí mismo—. Estaremos bien. Nunca estarás en peligro, haré lo que sea para mantenerte a salvo. 

—Sehun, hay que...

—No podemos mudarnos. 

—Tengo los ahorros de la cancelación de mi alquiler, mañana puedo ir a buscar algo. 

—Kyungsoo, no es suficiente. Tengo que vender este departamento, buscar un alquiler que pueda pagar, cuidar al bebé y quién sabe qué cosa más. Ahora tengo que buscar un abogado porque no quiero quedar pegado a esto. No le presté la suficiente atención a ese sujeto y no quiero conocerlo. No quiero eso. Y no puedo escapar. ¿Por qué me persigue?

—Creo que quiere...

—¡Primero muerto! —Se tomó la cabeza y miró hacia la habitación de su hijo—. Perdóname, Kyung. No estoy bien. 

—Si tú no lo estás, entonces... ¿qué hay de mi? Sehun, estoy muy asustado. Y todas las ideas que tengo son descabelladas. Si pudo llegar hasta nosotros, lo hará una segunda o tercera vez. 

Sehun pasó la noche en el sofá de la sala, no despegó sus ojos de la puerta, no podía. Y tampoco podía dormir, en los leves momentos de sueño sentía que alguien le tocaba el rostro y sonreía como si tuviera el control absoluto de todo. En la vigilia se aterró tantas veces que ya no podía distinguir su sala de un poso carcelero. Para calmarse pensaba en los dulces ojos de su hijo y las frases que su madre le decía antes de ir a dormir y que él ahora compartía, cada noche como un ritual, con su bebé. 

Su teléfono vibró un par de veces por la noche. Él reconocía en esa luz azulada los movimientos tétricos y psicópatas de la persona que estaba parada frente a su puerta. Veía la sombra de los pies ir y venir por el corredor. Lo maldecía cada vez que cruzaba y aturdía la luz que llegaba a sus ojos. Horas después escuchó la alarma de su celular y se estiró sobre el sofá. 

Él seguía esperando afuera consciente ahora más que nunca de que su presa estaba cerca. Más de una vez había esperado en las peores horas. Sus manos estaban ansiosas, el reflejo de su último encuentro rondaba por su mente, alentándolo, volviéndolo loco. Ninguna fotografía podía compararse con la figura de su... ahora no sabía que era. Al enterarse lo había comparado con un simple contenedor, algo descartable y con una fortaleza negociable: pensaba comprar "legalmente" al niño. Para él con una buena suma y el estímulo adecuado lo arreglarían todo. Pero, su contraparte era de una especie magnífica. Se lamentaba la falta de fotografías del muchacho embarazado, cargando en su vientre la sangre de un hombre que estaba más acostumbrado a la muerte que a la vida. 

Iba a negociar con el padre, pero no se detendría ante una negativa. ¿Cómo podría desechar a un hombre que amaba tanto a su hijo? ¿Dónde conseguiría una lealtad tan grande hacia su sangre? El pequeño era suyo, la ley se encargaba de eso; pero el padre... no, de eso se encargaría él. Oh Sehun aprendería cuál es su lugar, lo aceptaría y lo amaría. Tenía todas sus fichas puestas al rededor y fuera del tablero: no se escaparían. 

—Kai, ¿ya tienes los papeles? Quiero que los traigas, hoy le haremos una visita al señor Oh. 

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