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6. Un sello de pájaro

ADVERTENCIA: Este capítulo contiene algunas descripciones gráficas de maltrato infantil. Procedan con precaución. No es mi intención fetichizar o desinformar, y en caso de haberlo cometido con este capítulo, mejor háganmelo saber para poder corregirlo.

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Antes solo tenían dos cabras, pero no eran suficientes para todo el templo. El recuerdo del obsequio de las otras dos era amargo, y al mismo tiempo, era como la luz de la luna rompiendo entre las nubes de hielo.

Recordaba perfectamente aquel incidente porque había estado a punto de morir, había conocido el mundo y había perdido a su hermano y a todo lo demás.

Lo cierto es que nunca supo la edad de su hermano, ni si había llegado antes o después que él. Sin embargo, siempre lo había visto como un hermano mayor, solía seguirlo a todos lados, preguntarle cosas, leer con él, limpiar con él, aprender de él y practicar juntos con la espada.

Y a pesar de imitarlo siempre, lo solían regañar más a él porque dentro, todos sabían que jamás sería como él. Desde pequeño él jamás se había comportado bien, lloraba por todo, jugaba con cualquier cosa, ensuciaba y causaba problemas a los maestros. Pero su hermano era diligente, obedecía instrucciones y jamás protestaba o hacia muecas, y por eso, era el favorito de todos los maestros.

Existía un recuerdo vago que era prueba de eso. Recordaba que, en la cocina, mientras hacia sus deberes de ese día, limpiando los anaqueles, los jarrones y los recipientes, la maestra mayor sacó una bandeja caliente de pan recién horneado.

Salivó y su estómago gruñó con el dulce olor a pan caliente, y aunque el hambre era demasiada, se contuvo y siguió limpiando los frascos en otra esquina. Pasaron pocos minutos antes de que las zancadas de la maestra mayor llegaran hasta él, y cuando alzó la cabeza, ella le plantó una bofetada en el rostro.

El frasco resbaló de sus manos y rebotó, él cayó también. Al ver el frasco sin ninguna fractura se alivió a pesar del dolor, y después de eso, no entendió por qué.

Y de un momento a otro, la maestra lo arrastraba al Santuario del Buitre. Con las uñas de la maestra bien clavadas en sus manos, avanzó a trompicones. ¿Qué hacía hecho mal? ¿Había hecho algo malo? Era un tonto.

El maestro los vio en el camino, y cuando se acercó a ellos, todo pareció oscuro, lento, neblinoso y todo cambió. Solo era un niño en ese entonces, pero recordaba temblar terriblemente cuando la maestra mayor dijo:

—Robó uno de los panecillos.

Después, todo se puede resumir en castigos, castigos terribles para un niño, los castigos de siempre por ser un tonto, por vivir ahí.

Lo patearon en el suelo frente a los ojos de Kirán, y apenas pudo protegerse enrollándose en sí mismo. Dibujaron con carbón un phen de fuego, y aunque nunca habían servido, el carbón se enterró en su brazo y raspó su piel. La sangre brotó solo en algunas partes y su piel se rompió. Se retorció, gritó, sollozó e imploró que pararan, y juró por su vida que él no había sido. No lo soltaron, ni siquiera parecía que lo escucharon, pues no reaccionaron.

Sus miradas siguieron siendo las de animales jugando con su presa, y entonces, fueron más toscos.

Al final, después de tanto sollozar, la ira pudo más con la maestra mayor y ella prendió una vela. Él gritó, se retorció de nuevo, lleno el brazo del maestro con manchas de sangre y carbón, con la cara llena de lágrimas, quiso huir, correr de ahí, lejos de esos monstruos con caras de humanos y ojos vacíos.

El maestro apretó con más fuerza uno de sus brazos, y lo forzó a mostrar la mano con la que blandía su espada. Y antes de que la cera tocara su piel, las puertas del Santuario se abrieron, y su maestra caminó con pasó decidido seguido por su hermano.

Cuando sus ojos se encontraron, su hermano desvió la mirada al suelo.

—Él robó el panecillo —dijo su maestra y señaló a su hermano.

Y todo paró como si nunca hubiera sucedido. La maestra mayor apagó la vela, el maestro lo soltó, y lo corrieron a hacer sus tareas sin más, sin disculpas, sin atención, sin palabras, solo con un brazo manchado de sangre y carbón.

Caminó adolorido y con lágrimas, pero en el trayecto, su hermano ni siquiera lo miró, ni le dijo nada. Se detuvo un momento, pero su hermano siguió en silencio, ignorándolo. No supo que pensar y salió de ahí.

Una vez afuera, cuando las puertas se cerraron detrás de él, echó a correr a otro lado, a otra labor, lejos de ahí, lejos de ellos.

Se escondió el resto del día. Si veía a su maestra, a la maestra mayor, o a alguno de los otros maestros, huía a limpiar el polvo en otro pasillo. Y cuando huía de su maestra, vio que su hermano iba con ella, intacto, sin signos de nada, y con la caza del día. Los celos lo invadieron y huyó.

Si portarse como ellos querían significaba salirse con la suya como su hermano, decidió que no lo seguiría. Trataría de ser bueno, trataría de ser mejor que su hermano.

Le dio fiebre después. Quizá fue en parte por no desinfectarse bien, quizá solo se debió a que apenas era un niño, pero después de eso, motivado a no volver a entrar al Santuario de Buitres, trató de cambiar.

Trató de ser mucho más tranquilo. No se atrevió a volver a correr, gritar o tomar cosas de por ahí, trató de seguir todas las órdenes para todos los deberes, trató de ser preciso, correcto, perfecto. Y con el tiempo, las cicatrices desaparecieron, pero no las costumbres.

Siguieron regañándolo de todas maneras. Si hacia algo bien, había un regaño por no hacerlo perfecto. Hacer las cosas mal traía peores consecuencias como estar parado bajo el sol o la nieve dos horas o más. Todo el tiempo anhelaba las miradas de aprobación de los maestros, pero jamás llegaban.

Cuando el maestro mayor murió, eligieron a su hermano para los rituales y aseguraron que, con él, volverían a ser igual de gloriosos que en antaño. Y él, quedó apartado, pero no importaba, no había nada de qué hablar, no había de quién despedirse, y en realidad, lo único que le trajo la muerte del maestro mayor, fue alivio por no ser quien tenía que ayudar con los rituales. Y siguió su vida.

En el solsticio de verano de su onceavo año —o eso había calculado—, se inclinó en el Santuario del Buitre, se arrodilló frente a Kirán, y con carbón y metal caliente, su hermano marcó en su pecho desnudo el sello del guardián: la primera marca física, permanente, que al verla parecía de tinta, pero que ardía como el sol. Ahora el pájaro hecho un ovillo, con su pico deforme y sus plumas terribles, emborronadas y disueltas estaría por siempre con él.

El primer sello era simbólico, para los recién llegados, aquel, era el sello que lo ataba a Kirán, y al templo, que guiaba el futuro de los guardianes, y el último sello marcaba las ataduras de las almas a Kirán.

Ardió terriblemente, pero trató de no retorcerse, y no pudo escuchar las palabras, ni los mantras ni las oraciones. El sudor frío resbaló desde su sien hasta su barbilla. Cuando acabó por fin, su hermano lo ayudó en secreto a llegar a su habitación para dormir.

Estaba dispuesto a ser el mejor guardián del templo, mejor que su hermano, mejor que todos. Y durmió como el pájaro en su pecho: en ovillo.

Cinco años después de su sello, en el silencio de la noche, mientras veía el vitral del halcón, mientras paseaba como sombra, alguien tocó la puerta de la entrada luego de años sin ser llamada. Y aquello fue extraño.

Con su espada en mano, con el corazón palpitando como a punto de reventar, y con las náuseas de pensar en tener que rebanar algo con el filo del metal, fue a despertar a su maestra.

Y su maestra despertó al maestro, y juntos despertaron a la maestra mayor. Entre todos ellos, frente a la puerta, él era el único con espada, y desde lejos, lo observaron.

Abrió la primera puerta, luego la siguiente, y el viento reptó por su espalda, y removió su cabello, silbó. Tembló y apretó la espada en su mano. Afuera, solo había un hombre con un chal de colores que cubría casi todo su cuerpo, cabello castaño, ojos brillantes, y que llevaba consigo siete cabras atadas con una cuerda. Frotó sus manos con el viento.

—¿Este es un Templo del Rey Kirán? Traigo ofrendas.

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N/A. 

Para olvidar el caos de capítulo que reescribí porque ya no confío en mis habilidades de escritura luego de mi curso en inglés de gramática, además de que es como disculpa por dejarlos esperando tanto, les muestro una comisión de intercambio que hice con leezluntz de nuestro guardián sin nombre (en esta novela ;3 porque obvio tiene un nombre que yo solo conozco). Behold!

Ojalá no tenga mucho frío. Anyways, también les subo un chibi de CharatChoco por ahí, pero igual quería mostrarles lo bonito que se ve con frío (?)

Btw, si encontraron algún error, mejor háganmelo saber :3

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