17. Los diarios de quienes ya no están
La nieve seguía cayendo, pero su mente había dejado de pensar por cuánto tiempo. Su mente estaba difusa y a veces, cuando se encontraba viendo la nieve y pensando en que veía la nieve, pensando en que estaba leyendo, tenía que releer para entender las palabras frente a él. En su habitación dos lámparas de sol sobrantes y con un poco de luz todavía, apenas alumbraban las letras amarillas. Trató de descifrar la letra del diario más reciente, eran letras pequeñas, adheridas unas con otras, y con el carbón barrido sobre la hoja por una mano apresurada. Se perdían en la penumbra, y tenía los ojos entrecerrados por un estornudo que estaba ahí desde que el polvo y el moho cosquillearon en su nariz.
Continuó a páginas recientes, donde la letra de infante se volvía más pulcra, más legible y ordenada. Inhaló despacio, la somnolencia caía sobre sus ojos, pero se obligó a leer la primera línea.
«Mi hermano salió con la maestra. Tengo miedo. No sé qué hacer para que no me encuentren. Me escondí, pero me encontra».
Las palabras se cortaban abruptamente, el carbón manchaba la página y había un rayón en el medio. Y luego, todo continuaba con la letra enterrada al papel, se marcaba tanto que había agujeros en algunas letras.
«Quiero irme de aquí, pero no puedo abandonarlo. No puedo dejar que le pase algo similar. A veces solo quisiera morir como el maestro mayor, es la única forma una vez que tienes el sello. Ojalá nunca me hubieran dado el último sello».
El sueño se había disipado y un nudo se ató a su garganta. Su hermano había escrito aquello. Su hermano que siempre había sido adorado en ese templo hasta que se marchó había escrito eso. No supo si seguir leyendo era lo correcto.
Retrocedió en las páginas. No deseaba hacer aquello, pero necesitaba saber, y siguió buscando. No encontró casi nada importante hasta que lo hizo.
«Encontré diarios viejos, los que ocultaba el maestro mayor. Los robé antes que alguien más los viera y los guardé en mi habitación... En realidad, no son suyos, pero los van a quemar si los dejo. No podía dejar que ocurriera, hice una promesa y voy a cumplirla. Por el momento los guardé en mi habitación».
«Lastimaron a mi hermanito sin motivo, fue mi culpa. Aunque fue tarde, lo confesé, y sé que él estará bien, él es fuerte. Además, parece que a la maestra mayor no le importó mucho, me agradeció y me acarició la cabeza por confesar, pero sé que el maestro no está contento y va a buscar una excusa para castigarme...».
«Fue tonto confesar. Todo empeoró, pero si hubiera dejado que todo siguiera... Quiero que todo esto termine, o terminarlo a él. Sigo esperando el día para tener la sangre de ese hombre en mis manos, para ver como suplica por su vida. Eso estaría bien. Sé que ninguna de las maestras me diría nada. Mi hermano me miraría con esos ojos tristes, pero lo entendería, yo sé que entendería. Lo único bueno de todo esto es que mi hermano estará bien».
Miró las páginas con ojos en blanco, con la mente en blanco, con su vida en blanco. Y como si no fuera su cuerpo, siguió buscando. Había un nudo en su garganta, pero no se dio cuenta hasta que lo pensó.
«Alguien llegó al templo. Es un cabrerizo de mi edad y sus cuatro cabras. Mi hermano fue quien lo recibió en la entrada del templo, y por su cara, sé que se asustó al ver a alguien más. Él jamás ha visto a nadie acercarse en el templo, y si yo hubiera estado en su lugar, creo que también me hubiera asustado. El cabrerizo se llama Leifhite».
«Todos en el templo adoran a Leifhite, y entiendo por qué. Sabe muchas cosas, me ha hablado de muchas historias y desde que duerme en la habitación de al lado, el maestro no ha venido. Quizá le teme, quizá teme que alguien lo descubra. Cada vez que voy a entrar a mi cuarto para dormir, Leifhite sonríe y me desea una buena noche. Jamás había escuchado algo así, pero también he comenzado a despedirme de él así».
«Leifhite me preguntó hoy cómo puede acercarse a mi hermano. Me pareció curiosa la forma en la que me preguntó, y también la pregunta. Al parecer, mi hermano no es el único al que le cuesta hablar con otros. Al final, le dije a Leifhite que él escucharía, él siempre escucha... Aunque hay cosas que es mejor que él no escuche. Espero que ambos se lleven bien, sé que mi hermano amara escuchar nuevas historias, él siempre ha sido así».
«Hoy, Leifhite me acompañó a hacer mis obligaciones. Me contó historias increíbles sobre lugares lejanos, y me gustaría ver esos lugares alguna vez... Pero luego recuerdo que él se marchara, me cuesta un poco de trabajo pensar en ese día. Quisiera huir con él, lejos de las paredes de este lugar. No debería de pensar esto».
«Hoy Leifhite fue con mi hermano, lo asignaron a él después de lo que sucedió hoy... No sé exactamente los detalles, tampoco quise preguntar. Parece que mi hermano hará las rondas nocturnas todo el mes, será pesado y lo veré poco, pero quizá a él le guste así. Es mejor así. Él estará bien...
Me siento asqueado. Vino. Ojalá pudiera matarlo, ojalá pudiera empujarlo por un barranco, ojalá pudiera hacer cualquier cosa más que quedarme paralizado y asustado... Ojalá pudiera decirle a alguien más, pero esto solo. Mi hermano es demasiado joven para entender, y las maestras solo harían las cosas más complicadas, él por supuesto negará todo.
Solo quiero irme antes de que ya no pueda más, antes de que el sello se marque en mi piel para siempre. Daría mi vida por irme».
«Le he dicho a Leifhite. No dijo nada, se vio preocupado, pero solo me abrazó. Dice que me va a ayudar a escapar. No me importa si muero allá afuera, o si me cae alguna maldición o si moriré pudriéndome fuera del templo. Pero estará bien».
«Encontré a mi hermano en su guardia nocturna. Creí que seguía el orden de las guardias, pero parece que está vagando en sus pensamientos más que trabajar. A pesar de que sé que pensaba algo, que estaba tan callado como siempre, estaba atento y era sigiloso como un animal al acecho. Tal vez por eso no lo escuché, pero me miró con preocupación. Le dije que me dejará en paz. No debí decirle eso. Quizá debí decirle que venga conmigo, quizá debería decirle... pero estoy cansado, y no quiero llevar nada que me recuerde este lugar».
«Ojalá pudiera enfrentarme a él, ojalá pudiera hacer algo... Pero soy un cobarde. Siempre he sido un cobarde».
«Me voy. Creo que esto va a ser lo último que escriba, y espero que ninguno de los maestros lo encuentre. Al final, no pude hacer nada, no pude vengarme, no pude ser valiente, no pude decirle a mi hermano que me acompañara. Mi hermano es demasiado joven, no entendería nada. Quizá algún día pueda irse como yo.
Yo ya no pertenezco aquí a pesar del sello.
Adiós, hermano, si estás leyendo esto, si alguna vez lo estás leyendo, espero que puedas hacer lo que quieras. Ya sea eso vivir toda la vida en este lugar, atrapado y solo, o salir».
Miró las páginas un momento, el grafito corrido debajo del puño de alguien cuyo rostro había olvidado. Y luego, todo estaba en blanco, pero esas páginas no, esa página no. La falta de palabras después, la presencia de palabras en esa página... Su pecho se apretó. Había sido un tonto.
—Lo lamentó —susurró.
Pero esa persona no estaba ahí, tal vez ni siquiera estaba en ese mundo.
Las lágrimas humedecieron sus ojos y cerró el diario. Lo colocó debajo de su almohada junto al otro diario, se hizo un ovillo y cerró los ojos. No. Apretó los ojos y una lágrima resbaló su mejilla como los copos de nieve de un recuerdo.
Una mano más grande apretaba su pequeña manita mientras señalaba al cielo. Sus ojos se veían cansados, aunque también era un niño. Sus ropas negras se llenaron de pequeños copos de nieve.
—¡Mira este! —gritó con alegría y le mostró un copo en su mano, se derritió justo cuando lo miró.
Y él se aferró a su almohada en un templo solitario.
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Limpiar los cuartos fue una tarea más difícil de lo que pensó. Cuando comenzó con el primero, saltó varias veces cuando las telarañas cayeron sobre sus hombros y echó a correr afuera mientras se sacudía. Sus manos temblaban y sintió que no podía entrar ahí de nuevo... No quería.
Hizo una mueca de asco y volvió a su labor. Y así, cuando cayó el sol, había dos habitaciones limpias por completo sin una pizca de polvo, ni una telaraña y con las ventanas casi transparentes. Pero él se sentía agotado, su garganta y sus ojos picaban de solo recordar.
Dibujó dos phens en la puerta antes de cerrarla: uno de claridad y uno de preservación.
Y rendido, fue a seguir leyendo el diario del guardián que su hermano había guardado. Mientras comía un pedazo de pan, se sentó con cuatro lámparas de sol a su alrededor y un cristal de lámpara de sol en su mano para alumbrar el libro directamente y comenzó a leer.
«Caídos o no del Sol, hijos de los primeros descendientes del Sol o no, querido lector, hoy a los 50 años de Kirán se levantó en las montañas un Templo a nuestro rey. Ahora estas cordilleras que atraviesan el desierto se llaman Montañas del Rey Buitre en honor a él, pero quizá él nunca pise este lugar...
Tengo tantas historias del Rey Buitre, pero hoy no pude dejar de pensar en la vez que lo conocí cuando esto solo eran ruinas de un pasado oscuro manchado en hollín que protegían un secreto. Esa vez vi sus ojos cuando la Dama de Obsidiana mencionó el templo y le recomendó regresar. Fue la segunda vez que vi miedo en los ojos del rey, pero él se excusó diciendo que el aire le faltaba para subir una montaña.
Este tampoco es el único templo, por eso jamás vendrá. Aun así, este es el único templo con una Cámara del Tesoro Negro y aunque él no estuvo aquí, cuando los cien guardianes de Kirán juramos que protegeríamos este templo y sus tesoros. Sé que la Dama de Obsidiana le dirá.
Sé que cumpliremos esa promesa hasta que no quede ningún guardián ni un templo al cual proteger. La Cámara del Tesoro Negro estará segura con los mecanismos que solo Sansavi y yo conocemos, y las espadas de hierro negro protegerán sus puertas.
Espero que nadie lea esto en el futuro, querido lector, pero creo que no habrá otra oportunidad de escribirlo. La Cámara del Tesoro Negro no fue algo que diseñamos, sino algo que logramos entender y perfeccionar. La Cámara funciona mediante phens y lámparas que activan mecanismos por dentro. Para activarse necesita que la luz entre en cierto ángulo a través del uno de los vidrios del vitral e iluminé el espejo, y esto solo ocurre en el Solsticio de Invierno, aunque puede intentarse algo similar. Lo sé porque Sansavi y yo creímos que sería necesario saber cómo abrir ese lugar en casos de emergencia.
Pero incluso si alguien lee esto, si estás leyendo esto, es mejor no pensar entrar. Hay cuevas y túneles que respiran, que cambian, que se tuercen y se doblan cada año, que distorsionan el tiempo y todo lo que entra ahí. Tengo la sospecha de lo que guardó Kirán no es un Tesoro, pues no tiene sentido encerrar algo para abrirle las puertas cada año y recordarle la existencia del Sol.
Por lo menos, este sistema no fallara siempre que haya un guardián y nadie lea esto. Mientras Sansavi y yo vivamos nadie entrara a este lugar».
«Los guardianes del templo rezan y hacen las danzas de espadas que la Dama de Obsidiana les enseñó. Además, van a la Torre Nitsiag para purificar los cuerpos cada vez que alguien muere... Sigo sin pensar que sea necesario, pero no puedo evitar sentir alivio cuando veo solo huesos. Quizá la memoria y el olor de la carne pudriéndose siga permeando la mente de la gente en miles de años más.
En fin, esa es la rutina que he visto diariamente en estos cinco años desde que se levantó el templo a Kirán. La Dama de Obsidiana todos los días escucha y responde dudas de los guardianes con la máscara que siempre cubre su rostro, pasea por el Templo, sigue enseñando con paciencia el uso de la espada a quienes se atrasan, a veces hablamos de cosas sin importancia y todas las noches ayuda a repartir el alimento entre los guardianes.
Hoy, todo fue diferente a esa rutina. Llegó un enviado del rey a medio día para solicitar acceso a la Cámara del Tesoro Negro. No hay modo de abrirla, y no la abriremos incluso si Kirán decide venir. Fue lo que le dijo la Dama de Obsidiana al enviado, y a pesar de su insistencia, la Dama no cedió.
Estuve de acuerdo con lo que dijo. Aquel hombre podría ser Kirán, el Rey de los Buitres, el Rey que venció la muerte, el que venció lo que vivía en la Oscuridad Menguante, aquel que no le temía a nada, pero la Dama de Obsidiana y yo éramos descendientes del Sol y no temíamos a nadie. Incluso si su reinado se extendía a estos lugares, él no podía hacer nada, nosotros tampoco.
El templo tiene tantas cosas terribles debajo de nuestros pies. A veces esas cosas gritaban en esas cuevas infinitas, pero jamás permitiríamos que salieran. Estaban bien selladas en hierro negro y phens de preservación, de protección y unión. Y si Kirán quería entrar, tendría que esperar al solsticio y arriesgar su vida ahí».
«He tenido que esparcir rumores sobre la Cámara a los guardianes. Inventé una historia sobre alguien que la creó y quedó atrapado al solo mirar. Y desde entonces, la Dama de Obsidiana dio una orden más: en solsticio de invierno no se mirará a la Cámara, todo el tiempo se tendrá que darle la espalda.
Creo que ha sido lo mejor, pero no sé si eso ayude a los guardianes a tolerar o resistir el instinto de acercarse y entrar. Las cosas de ahí dañan la mente y cada vez aúllan más fuerte en las noches».
«Han pasado diez años desde que se abrió este templo, diez años desde que murieron mis padres, diez años en los que no he sabido nada de Sansavi. No hay mucho que pueda hacer al respecto, nada más que hacer los rituales, practicar con la espada y aguardar a que la Dama de Obsidiana regrese al templo.
Ella se marchó hace un mes después de que llegara un enviado del rey diciendo que había enfermado. Siendo sincero, no creo que le quede mucho tiempo de vida al rey y desde hoy, esperaré la promesa del Rey Buitre, aquella que nos permite marcharnos.
Ha pasado tanto tiempo desde que vi mis tierras».
«Ha pasado un mes y no hay noticias de la promesa acordada con Kirán, ni algún mensaje de la Dama de Obsidiana ni de Sansavi. Creo que algo más sucedió en el Norte, en el corazón de Istralandia, en el palacio de Kirán, pero no hay noticias de nadie.
Los guardianes que esperaron la promesa se impacientan, y seguimos aguardando, pero no hay nada. Solo queda rezar a An' Istene».
«Ha pasado un año desde que la Dama de Obsidiana se fue, pero no hay noticias. ¿Nos abandonó ella también? ¿Ella sería capaz de algo así? Cuando recuerdo su espalda recta y hombros anchos, la respuesta siempre es no. Ella jamás hubiera dejado que el templo estuviera de cabeza. Ella jamás hubiera dejado que esa carta, escrita por el hijo de Kirán llegara al templo, ella jamás hubiera dejado que esa carta existiera.
Todos sabíamos qué le había sucedido, la carta no la mencionaba, pero era claro. El sobre venía con un trozo de obsidiana como amenaza.
Aquellos guardianes que oseen desobedecer a su rey ya sea al confrontar un mandato divino, hablar paganismos acerca del rey o su familia, o abandonar sus deberes sagrados con el templo serán ejecutados sin vacilación. El deber acordado entre el Rey de Reyes, el Rey Kirán de Istralandia y los descendientes de An' Istene permanecerá hasta el fin de los tiempos.
Incluso mientras escribo esto, no puedo olvidar la cara de todos: Kirán mintió, el Rey Buitre mintió y con su mentira, se había llevado algo precioso del templo, solo quedaba un trozo de obsidiana de ella, ni su nombre verdadero, ni su título del que estaba orgullosa.
Kirán mintió. Las marcas en nuestro pecho, aunque dadas por el mismo dios en el Sol, no volverían a ser marcas de honor, sino de pertenencia, de esclavitud. Si hubiera ido con la Dama todo sería diferente...»
«Los guardianes que decidieron quedarse han impedido la salida de quienes soñaron con libertad. Nos han despojado de espadas, capas y ropa y han azotado cinco veces a cada guardián. Kirán prometió algo más. Kirán no prometió esto».
«Extraño los cielos despejados en primavera en el Confín, en Kirania. Recuerdo cómo era todo antes de que la guerra que había sacudido todo el mundo llegara a mi hogar. Recuerdo los pastizales largos y los vientos fríos en mis mejillas, los cantos y el sabor del pescado. Ha pasado tanto tiempo desde que vi mi hogar.
Aquí el frío es solitario, como cuchillos, es rocoso y oscuro. Las miradas de desprecio abundan entre los guardianes que llamé compañeros, y sé que no dudaran en quemar mi diario en cuanto lo lean. Sé que no puedo confiar en ellos, me quitaron todo excepto mi diario y mi nombre, y a dos de mis compañeros. Ni siquiera decidieron enterrarlos».
«Cada vez es más difícil seguir pretendiendo. Kirán mintió y todos siguen alabando su estatua mientras algunos nos desangramos. Espero que sufra en la tierra, que jamás haya llegado al sol, porque él no merece nada de lo que obtuvo».
«Nacimos libres y él nos quitó la vida, nuestros nombres, nuestro orgullo. Ahora tenemos que cuidar algo por la eternidad. Si hubiera sabido que este era mi destino, hubiera usado mi espada contra él en el campo de batalla, incluso si eso significa que él mundo seguiría en oscuridad».
«Por más que les convencí, por más que traté de ayudarlos, algunos no pudieron seguir soportando esto. Los demás están siendo asesinados y yo, como un cobarde, me escondo en las Cuevas de Tierra. Voy a morir y sé que no respetarán nada de lo que afirman creer, porque prefieren vernos ensuciando la tierra que vernos vivos sin rezar a un estafador.
Solo quedan quienes está cegados en su fe.
No volveré a ver mi hogar, ni el Sol, pero este diario se quedará para quienes lo necesiten, para quien esta leyendo esto. Márchate, es lo único que puedo decirte.
Estoy cansado, An' Istene. Al menos moriré con mi nombre, Kaamran.
Cuida este diario, por favor».
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Después del primer día, limpiar el resto de las habitaciones no fue tan tedioso, aunque quizá era porque quería tener la mente ocupada. No estaba seguro cuántas semanas había pasado así, pero cuando terminó de limpiar las últimas, faltaba una hora para que el sol cayera por completo. No quería que ese momento llegara porque incluso mientras limpiaba podía olvidarse de lo que había leído antes de perderse en sus pensamientos, pero aquella vez era distinto.
Su cabeza le dio vueltas con cada escalón que bajó, como si algo sacudiera su cerebro dentro de su cráneo... Tal vez era por haber dormido mal todos esos días. Se despertaba dos horas después de que dormía, luego no podía conciliar el sueño, y cuando lo hacía dormía hasta que algo ajeno lo hacía levantarse antes de que el sol saliera. Necesitaba dormir, pero no podía dormir.
Se detuvo antes de bajar el último escalón.
¿Tenía algún caso todo eso? ¿Limpiar ese lugar? ¿Leer las palabras de Kaamran? ¿Leer los diarios de sus maestros para determinar si valían la pena conservarse o no? ¿Levantarse temprano para terminar labores autoimpuestas y creadas por personas de mil años en el pasado? ¿Seguir con eso? Miró sus botas llenas de polvo, luego sus manos ásperas. Cerró los ojos porque su cabeza punzaba en su nuca.
—No debiste leer aquello.
»Esos diarios debieron arder.
«Me matarán y sé que no respetarán mis huesos, no respetarán nada».
—¿Y crees en eso? ¿Qué sucederá si te vas?
Sus labios se separaron, pero no pudo responder las palabras de quienes ya no estaban. Abrió los ojos. En el suelo negro, su silueta se reflejaba vagamente, como si no estuviera ahí, y detrás de esa sombra, había otras dos. Su corazón dio un brinco, sacó su espada y cortó el aire detrás de él. No había nada. Sus piernas temblaron.
Necesitaba dormir y comer... Guardó la espada en su funda y caminó a la cocina.
¿Cuánto de lo que leyó era verdad? «No seas tonto. Tu hermano no te mentiría» se dijo a sí mismo.
—Pero te abandonó de todas maneras, jamás te dijo nada, te mintió cuando se fue...
«Eso...»
Cabeceó. Las pálidas lámparas cabecearon con él como imitaciones como fantasmas burlándose.
«Pero los cuerpos... Ellos hicieron algo prohibido. Ni siquiera los llevaron a las Torres, ni siquiera los llevaron a las cuevas. Lo dijo Kaamran antes de morir».
—O puede que estuviera loco. Toda tu vida has crecido aquí, ¿crees que haríamos algo como eso? ¿Qué nuestros maestros harían esto? Entonces piensas tonterías y caerá desgracia sobre nosotros.
»No hay otro diario que diga lo mismo... ¿No crees que podría ser mentira?.
Su mente titubeó sin saber qué pensar, siguió avanzando.
«Ustedes los quemaron».
—Jamás quemamos ningún diario. Están todos en la biblioteca.
«Dijiste que estaban en el incensario del Santuario».
—Estás alucinando, ¿si quiera estás seguro de lo que leíste?
«Sí, los leí».
—Entonces, ¿quién soy yo?
»Entonces, ¿a dónde ibas?
Se detuvo en seco ante las preguntas que él mismo se hacía. Abrió los ojos. ¿A dónde iba? Su mente estaba en blanco, no recordaba qué iba a hacer antes, pero en aquel momento estaba justo frente a las puertas de metal, con un vitral de halcón detrás de él. ¿Por qué estaba ahí?
Una figura con una armadura blanca fluyó con movimientos ágiles en los rincones de sus ojos. Apretó los ojos. Seguía ahí dentro después de tanto tiempo...
Su mente no recordó. Siguió mirando a las puertas negras.
—¿Ves? Te lo dije.
Apretó sus labios. No podía responder a aquella voz, aquellas palabras. Nunca había podido siquiera verla a los ojos.
—No te preocupes, morirás pronto, no tendrás que seguir solo aquí... Cierra los ojos y ya, quédate y ya. Estarás con nosotros de nuevo.
Sus labios temblaron. No quería eso, todo menos volver a verlos. Y por eso no giró sobre sus pies ni se apartó cuando el tacto helado de la maestra cosquilleó a través de la capa gruesa en sus hombros. Sus brazos y piernas se paralizaron, y solo puedo escuchar los bufidos del maestro y el siseo de la maestra mayor. Su aliento frío en su cuello, el olor a carne quemada, el recuerdo del sonido de sus propios gritos como si quisiera arrancar lo único que le quedaba: su alma, como un recordatorio de que ellos seguirían ahí pese a todo.
—Quédate. Somos lo único que tienes.
Y despertó. El aliento le faltaba, sudaba a mares, y enfocar la vista fue difícil, pero cuando vio dónde se encontraba, inhaló profundamente. Siguió repitiéndose una y otra vez que había sido un sueño, que ellos estaban en el Sol, sus cráneos en las Cuevas de Tierra, que ellos ya no estaban ahí para arrancarle la vida en fragmentos.
Metió la mano debajo de su almohada cuando pudo respirar aire fresco y no carne chamuscada, y buscó uno de los diarios. Ahí no había nada. Frunció el ceño.
Se incorporó y alzó su almohada, pero no había nada. No, estaba seguro de que los había dejado ahí, que eran ciertos, que los había leído. Había leído esas palabras, no podían ser parte de su imaginación, no algo así.
Apartó todas las cobijas, pero no encontró nada tampoco. Se asomó debajo de su cama, pero no había nada tampoco. Revisó su mesa, pero solo encontró su propio diario cubierto en polvo.
No podía ser cierto. Estaba seguro de que él los tenía...
—Te lo dije, quédate.
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