Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

13. Llamas

ADVERTENCIA: Este capítulo contiene algunas descripciones gráficas de quemaduras, pensamientos suicidas, descripciones de cadáveres y sangre que podrían alterar a ciertos lectores. Considera bien esta advertencia antes de leer, por favor.

━━━━━━✧❃✧━━━━━━

Un año después, a finales del otoño, a unos días del solsticio de invierno, el tiempo se había detenido. Miró al techo de su habitación sin pensar en nada más, todo se había vuelto silencio en algún punto. Se levantó como todos los días: con su espada en mano y su capa de invierno en los hombros, y fue a hacer sus tareas del día.

Aquella mañana con nieve, tanto el maestro como la maestra habían salido a cazar. Antes de irse, ambos le dirigieron miradas preocupadas de soslayó, que igual decidió ignorar como siempre en el último año. Y sin más, se fue a hacer sus tareas.

Tenía que reemplazar las lámparas de Sol antes del solsticio de invierno, antes de que las noches fueran más largas que los días, y antes de tomar posiciones para proteger el templo en el solsticio. En una canasta llevaba las lámparas cargadas en verano, y en otra canasta ponía las que ya se habían apagado por completo. La luz del día no le permitía ver claro si seguían brillando o no, así que dejaba las canastas en el suelo, repiqueteaban, luego cubría la lámpara con su capa y veía.

Si la luz pálida estaba moribunda y parpadeaba, reemplazaba la lámpara, si brillaban firmemente, las volvía a colocar. Al final, terminó recolectando la mitad de las lámparas de la Cámara del Tesoro Negro, y fue a guardarlas al depósito.

Y entonces escuchó un grito.

Dejó las canastas en el suelo, y desvainó la espada. Y echó a correr con paso silencioso hacia donde escuchó el ruido. Cuando llegó a la cocina encontró a la maestra mayor envuelta en fuego. Las llamas se alargaban como manos alrededor de su cuerpo, y por más que ella corrió y gritó y se golpeó el cuerpo, las llamas no se apagaron.

El calor se expandía por toda la cocina, y el fuego la había cubierto casi por completo en aquel punto. Las llamas envolvían su capa, su ropa como si su cuerpo fuera carbón. Ella gritó, aulló, aleteó los brazos una y otra vez más, pero las llamas parecían avivarse aún más.

La mirada del guardián de inmediato fue al fogón. Ahí había un frasco hecho pedazos, el líquido contenía estaba derramado en el suelo y contenía un fuego que se agitaba y parpadeaba, y no parecía que fuera apagarse así sin más.

—¡Ayuda! —chilló como los conejos antes de morir—. ¡Ayuda!

Ella giró y giró sobre sus pies sin saber qué hacer, sin poder apagar el fuego. Él guardó su espada en silencio y miró a su alrededor, buscó cualquier cosa. Y entonces, ella miró en su dirección, y él encontró algo desagradable en su expresión en fuego, algo repugnante y algo terrible: sus ojos sangraban, tenía vidrios enterrados en las mejillas, y su piel...

Su estómago se apretó con una arcada no solo por lo que vio, también por el olor a cabello chamuscado y el de carne quemada que flotaba como veneno en el aire y amargaba su boca.

No se atrevió a moverse. En el fondo, sabía que ella no lo había visto... Sus ojos no lo verían nunca más incluso si volvía a girar la cara hacia él, incluso si sobrevivía, no lo volvería a ver.

De un momento a otro, ella se echó en el suelo y comenzó a rodar mientras se quejaba lastimeramente y lloriqueaba. Su corazón se apretó, pero al verla, al recordar quién era ella, no sintió nada más que asco al verla retorcerse en agonía. Tampoco pudo sentir tristeza, pero sintió pena verla morir como un animal.

En realidad, aquello que sintió era alivio. Sus hombros se relajaron, soltó la empuñadura de su espalda y soltó todo el aire que había contenido. Tal vez era algo más que alivio. La tensión se había ido solo con el pensamiento de que ella moriría, con el pensamiento de que ella estaba sufriendo lo que merecía... y se dio asco a sí mismo.

Él que no pertenecía ni al Sol ni a la tierra. Él, quien el templo no era su vida, vagaría entre el limbo por ser un ser asqueroso, por no sentir nada al ver morir a alguien frente a él. No tendría descanso ni piedad, justo como él no los ofrecía a quién sufría frente a sus ojos. Vagaría lleno de dolor, pero no importaba, verla sufrir ahí... se sentía bien, lo alivió, era como tener una carga menos en su corazón

Y entonces, ella gritó de nuevo.

—¡Ayuda! ¡Por favor! ¡Kirán!

»¡Ayuda!

Escuchó a lo lejos las puertas del jardín abriéndose con un azotón. Algo se atoró en su garganta, y el humo escoció hasta que sus ojos se humedecieron. ¿Qué estaba haciendo? ¿Qué estaba pensando? Corrió dentro de la cocina.

—¿Dónde está el agua? —preguntó lo más calmado que pudo, pero sus manos se estremecían y no entendía por qué.

¿Qué estaba haciendo?

Ella volvió a chillar, se tensó por completo, sus manos temblaron aún más, y el humo hizo que el aire fuera cada vez más denso de respirar. Se aproximó a una de las mesas, y no encontró nada más que un pequeño vaso. Lo arrojó y el fuego no se apagó. Siguió buscando, pero ella seguía retorciéndose en el suelo, había cubierto sus ojos con sus manos y se retorcía como un insecto.

Se quitó su propia capa y se aproximó a ella.

¡Phens! ¡Phens!

Escuchó pasos. ¿Qué debía hacer?

—Rueda —le dijo.

Ella seguía retorciéndose en el suelo.

¡Phens! ¡Kirán! ¡Phens!

Apretó sus labios. ¿Qué podía hacer? No llevaba su trozo de carbón aquel día. Su estómago se retorció. Se aproximó a la mesa, tomó un cuchillo y se dejó caer de rodillas a un lado. Sus maestros llegaron en ese momento y vieron la escena, pero no había tiempo de explicar.

Vio por el rabillo de su ojo a uno de ellos huir de ahí.

Trazó sobre la palma de su mano un phen de agua, y la sangré brotó. Su vista se nubló al ver el color de la sangre, y recordó aquellas manchas que habían caído el día que su hermano se fue. Sacudió la cabeza, y antes de que la sangre se dispersara, colocó su mano frente al cuerpo de la maestra mayor, y en el suelo oscuro, le rezó a Kirán para que él mismo no fuera envuelto en llamas.

Al alzar la mano, quedó una mancha con trazos emborronados: un phen de agua hecho de sangre y mal trazado, pero que bastaba en aquel momento. Se movió a otro lado para no ver la sangre y repitió la marca, y antes de poder marcar una tercera vez, el agua cayó, y las gotas heladas en sus mejillas le recordaron que era otoño.

El humo se levantó y el pútrido aroma a piel chamuscada penetró su nariz.

No supo en qué momento había cerrado los ojos, pero cuando los volvió a abrir, encontró un humano que ya no era humano. Abría y cerraba la poca como los pescados que Leifhi-... que le habían descrito. La piel... La maestra mayor.

Sus manos temblaron. ¿Qué había hecho?

Entre más la miraba, el aire se volvía más denso, quizá se estaba ahogando con el humo, quizá... No. Daba asco. Aquella imagen frente a él era repugnante, y eso era una verdad. El fuego había tocado un cuerpo impuro y él lo había permitido. Apretó su puño ensangrentado, y aunque ardió, no le molestó el dolor, ni la gota de sangre que resbaló y cayó al suelo.

Uno de sus maestros le colocó una mano en el hombro y entonces se forzó a dejar de temblar, y abrió su puño. Aquello había sido su culpa, ¿no? Que el fuego la tocara había sido su culpa. Sacudió la cabeza, no supo si las palabras habían sido de la maestra o del maestro, pero alguno de los dos dijo:

—Bien hecho.

Y se sintió terrible.

Asco.

Él no había hecho nada bien. ¿Por qué creían que había hecho algo bien? ¿Por qué lo felicitaban por dejar morir a alguien frente a él? ¿Por qué había dejado morir a alguien frente a él? ¿Qué estaba haciendo con su vida? ¿En qué lo estaban convirtiendo? ¿Por qué no había muerto antes, cuando lo castigaron?

━━━━━━✧❃✧━━━━━━

La maestra mayor no sobrevivió la noche. Quizá se debió al daño de las quemaduras, o quizá al frío, y los vientos de montaña. La vendaron y sus maestros la cuidaron, pero su estado se deterioró demasiado rápido. Pasó de rezar plegarias balbuceadas a Kirán y al Sol, a gritarles y llorarles por salvación. Gritó y gritó toda la noche, sus palabras, sus rezos, todo fue aullidos ininteligibles, apenas audibles, pero que perforaban el alma de quién los escuchaba. Y murió en silencio.

Kirán no la escuchó. El Sol no la escuchó, solo sus maestros y él estuvieron junto a ella en ese templo de roca fría.

Murió por su culpa, por no hacer nada, pero aquello no le importó, no le importó nada de ella. No sintió el mismo entumecimiento que cuando Leifhite se fue con su hermano, ni aquella sensación de desesperación cuando despertó, ni nada similar a lo que sintió cuando el maestro mayor murió años atrás. Solo había vacío, el arrepentimiento de no haber preguntado antes acerca de la mujer a la que se había referido, y en su boca, seguía el sabor del cabello chamuscado. Vomitó lejos de donde sus maestros pudieran ver y escuchar.

El fuego había tocado a un cuerpo impuro, y eso no era buena señal. Los buitres no podían purificar el fuego, ni a ese cuerpo. Pensar que el fuego había tocado la podredumbre de un cuerpo sin purificar era como ver el sol pudriéndose, derritiéndose, volviendo a esas épocas en las que Kirán todavía no existía.

Sabía qué significaba todo eso. Tanto él como sus maestros necesitaban rezar una noche seguida, purificar con phens de claridad y de curación, y añadir phens de protección para que el alma de la maestra mayor pudiera irse. Al pensar en todo eso, la pregunta iba a su mente inevitablemente: ¿tenía que hacerlo? ¿Incluso después de todo?

Al final, la respuesta fue sí, y junto a sus maestros, llevó el cuerpo al Santuario de Buitres. Su espalda dolió al cargarla, y se tensó al cargar el cuerpo, pero no se atrevió a decir nada. Aquel no era momento para ser débil, no era momento para quejarse, y comparado a lo que le había sucedido al cuerpo impuro de la maestra, su espalda no importaba.

Su maestra fue a buscar las capas ceremoniales, aquellas largas, oscuras, pesadas sobre los hombros, demasiado frías para usarlas, llenas de polvo y estorbosas para caminar. Los bordes tenían hilos de plata con los phens necesarios para las ceremonias, y un broche de cobre con forma de buitre en el cuello. El maestro fue por las espadas ceremoniales del Santuario y las repartió entre los tres.

Las espadas estaban adornadas de cristales blancos y oscuros, casi como estrellas en la noche, tenían una cadena desde el pomo hasta la guarda de la espada. Al desvainar la espada, la espada sin filo era negra como el plumaje de los cuervos y como el carbón de los phens.

Normalmente, antes de hacer una ceremonia así, los guardianes debían de practicar, pero aquella vez, era urgente. Era la primera vez que él iba a hacer ese ritual de purificación desde que lo aprendió a regaños hasta la perfección cuando era más joven, pero no le preocupó. Incluso si hacia algo mal, sabía que sus maestros no le dirían nada, y sabía que incluso ellos lo harían peor que él.

Mientras el cuerpo reposaba en el suelo, rezaron al unísono con el filo de la espada entre sus ojos.

—El cuerpo impuro en el mundo, a las alturas del cielo el sol se alza con el alma.

—Separa el alma y el cuerpo del fuego —dijo su maestra.

—Purifica el fuego y el alma —dijo el maestro.

—Deja el cuerpo en el mundo y el alma para el sol. Purifica el fuego y la tierra que tocó —terminó él.

Y comenzaron por fin.

La punta de las tres espadas bajo del techo, donde había un sol en pintura de oro, hasta el cuerpo de la maestra mayor. Señalaron el cuerpo con la punta de la espada y mantuvieron sus brazos firmes durante al menos un minuto. Su brazo cosquilleo con el peso de la espada ceremonial en su mano, pero la aferró sin mostrar duda.

El cuerpo de la maestra mayor estaba lleno de jirones, rojizo y lleno de ampollas, cocinada como animal, muerta en agonía. Su cara estaba llena de agonía. Era su culpa. Aquel rostro desfigurado era su culpa, y no tenía permitido mirar a otro lado. Así como Kirán no le temía a la muerte, sus servidores y sus guardianes tampoco podían temerle.

Se concentró. No era momento de dudar, no era momento de equivocarse, no era momento de ser nadie, solo debía ser un guardián de la Kirán, un guardián para purificar. Equivocarse no estaba bien de ninguna forma... era su culpa que ella terminara así, después de todo.

Cuando terminó de contar, los tres apuntaron rápidamente las espadas al centro del círculo y trazaron en el aire el primer phen: una curva vertical abierta a la izquierda, una curva vertical al lado contrario y un triángulo sin cerrar abajo, entre ambas curvas. Era el phen de claridad.

Repitieron el phen otras dos veces,

Luego, bajaron las espadas abruptamente y sin tocar el suelo ni el cuerpo de la maestra. Las cadenas de plata tintinearon alrededor del metal. Miró de reojo el rostro moribundo de la maestra y tragó saliva para volver a concentrarse en lo que hacía.

Giraron sobre sí mismos hasta mirar a su izquierda, y comenzaron el siguiente movimiento. Inclinó una pierna al frente, enderezó los hombros y alzó la espada al cielo con ambas manos en la empuñadura, justo entre sus ojos. Luego la bajó con una sola mano, apuntó al frente y dibujó el siguiente phen, con su mano libre sobre sus ojos cerrados. Esa vez, dibujó una curva vertical abierta a la izquierda, una línea perpendicular que comenzaba dos tercios desde abajo y terminaba en caracol con una sola vuelta, y por último dos líneas verticales con terminación curvada, una en el centro con la punta apuntando la izquierda y una en la orilla de la línea de caracol que apuntaba a la derecha. Ese era el de curación. El phen que sus maestros habían usado desesperadamente en él para curarlo de las heridas del látigo. Apretó sus ojos ante el recuerdo.

Repitieron el movimiento otras tres veces.

Acercó la espada hasta él y la alzó de nuevo, ahora cruzada sobre su corazón, apuntaba al centro. Se levantó.

¿Por qué estaba haciendo aquello? ¿Por qué tenía que hacerlo?

Y envainó la espada al mismo tiempo que sus maestros. El metal chilló, y cuando el eco terminó, los tres se dejaron caer en sus rodillas y el dolor se propagó desde sus piernas hasta su espalda. Apretó los ojos un instante, sus manos temblaron también, pero ignoró los recuerdos.

Giraron sobre sus rodillas y se inclinaron hacia el cuerpo chamuscado, primero una reverencia, luego se levantaron, sin alzar el rostro y acercaron las manos uno por uno. Cuando fue su turno, imitó a sus maestros: colocó su mano sobre el cuerpo y cerró el puño en el aire. Habían tomado las impurezas del cuerpo de la maestra mayor.

Acercaron las manos a sus corazones, cerraron los ojos, abrieron la boca y llevaron su mano cerrada en puño a sus bocas. Abrió la boca y devoró las impurezas. Tragó al igual que los maestros, cerró los ojos al igual que los maestros, estaba seguro de que no pensaba lo mismo que los maestros.

¿Por qué tenía que hacer eso? Contuvo una arcada... ¿Por qué después de todo tenía que estar ahí y hacer eso? Apretó sus ojos.

Y se volvieron a levantar.

—El cuerpo impuro en el mundo. A las alturas del cielo el sol se alza con el alma —repitieron al unísono.

Caminaron hasta cambiar de posiciones y repitieron todos los pasos de nuevo, y de nuevo y de nuevo. Sus manos se movieron igual de ágiles que la primera vez, repitió lo mismo una y otra vez hasta que las palabras dejaron de tener sentido y su mente vagó con cada oración.

¿Por qué el tiempo iba más lento cuando esperabas que fuera más rápido? ¿Por qué tenía que seguir ahí? ¿Cuánto faltaba? En sus pensamientos, a veces miraba de reojo a los maestros. Vio al maestro tambalearse al levantarse, su maestra bostezó en algún punto, y cuando entró el primer rayo de luz en el templo, cuando el sol se vio blanco detrás de la neblina, sus maestros parecieron estar aliviados. Y se detuvieron. Guardaron sus espadas una última vez y se inclinaron frente al cuerpo de la maestra mayor.

Todo había terminado.

Su mente y su cuerpo estaban cansados, no quería seguir ahí, ni pensar, ni existir. Pesaba demasiado, su espalda dolía. Y aún así, quedaba algo más por hacer, el intercambio de miradas entre sus maestros se lo recordó. Necesitaban preparar el cadáver.

Después de quitarse las capas y guardar las espadas ceremoniales en un rincón empolvado, sus maestros rezaron solos en el santuario por tres horas. Después de haber estado toda la noche así, sus rostros de preocupación volvieron a aparecer y le dijeron que se marchara a descansar.

Trató de hacerlo, pero cuando se recostó, no pudo cerrar los ojos y regresó al Santuario de Buitres la última hora. Ayudó a volver a marcar el sello de guardián en la piel chamuscada, le pasó el metal caliente al maestro y apartó la mirada hacia los murales cuando lo hicieron. Luego, se inclinaron tres veces y desearon buen camino al alma de la maestra mayor.

Envolvieron el cuerpo de la maestra mayor con la capa que había llevado toda su vida en el templo y la llevaron a la Torre Nitsiag sin hablar. Fue como un déjà vu, pero los detalles estaban perdidos en el tiempo, y ahora él caminaba arrastrando a un ser humano.

Con sus pasos en la nieve borrados detrás del cuerpo, le pareció curioso el pensamiento de que jamás volvería a ver a la maestra mayor. Jamás volvería a esperar sus pasos molestos resonando hacia él, ni sus miradas, ni sus órdenes, ni su indiferencia hacia él los últimos años... El recuerdo de esa noche seguía en su mente, sin resolver, casi más un sueño que una verdad.

Las respiraciones agitadas de los maestros y de él llenaron una conversación que jamás iba a existir, pero en realidad no había nada de qué hablar.

La torre seguramente estaba llena de nieve, pero no importaba, los buitres irían, era seguro. Nunca había importado si era invierno, si sus alas se congelaban y perdían dedos en el frío, nunca había importado si llovía y los vientos los arrastraban y la lluvia se enterraba en sus plumajes, siempre iban. Los buitres parecían más apegados a ese templo que cualquier guardián, parecían extrañar a Kirán tanto como para ir sin importar qué, o quizá, solo eran atraídos por la carroña, por alimento.

Los huesos eran otra historia, esos se quedarían ahí hasta que la nieve se derritiera, si es que quedaba algo y ningún animal iba a robarlos. Luego, los huesos serían llevados a las Cuevas de Tierra, junto a todos los demás guardianes.

Al entrar al círculo de la Torre Nitsiag el ambiente era pesado, no supo si se debía al cuerpo de la maestra mayor, al aire tan frío de respirar que picaba la garganta o al peso en sus hombros. En la blancura, podía oler la muerte, era un aroma sutil que pasaba desapercibido si no le prestabas atención, pero que no se iba una vez lo percibías. Sin embargo, en la torre no quedaba nada que indicara que hubo miles de cadáveres antes, no había restos humanos, ni manchas, solo nieve... La maestra mayor alguna vez mencionó que las rocas de la Torre Nitsiag hablaban: contaban historias de muerte, de podredumbre, a veces, de paz.

Quitaron las capas, alzaron el cadáver y lo colocaron en la mesa central. Mientras hacían eso, algo oscuro sobrevoló con un aleteo pesado en el rabillo de su ojo, y al alzar la mirada, el buitre ya se había sentado en uno de los muros. Encontró sus ojos anaranjados y una cabeza ladeada que esperaba a que terminaran. La muerte era un llamado del que nadie podía escapar, ni siquiera los buitres al parecer, y aun así...

Suspiró.

¿Qué habría pensado el Rey Buitre cuando veía a los buitres bajar a devorar carroña hecha de sus viejos amigos?

El buitre graznó, cantó canciones de muerte como si quisiera contestar su pregunta, pero solo erizó sus vellos y lo ignoró. Mientras sus maestros desenvolvían el cuerpo, más y más buitres llegaron.

Cuando sus maestros terminaron de desenvolver el cuerpo, él caminó despacio con dos cuchillos ceremoniales entre sus manos. Eran de color oscuro y tenían detalles plateados, además de suficiente filo como para cortar un dedo. Él le ofreció el cuchillo a su maestra, y ofreció el otro cuchillo al maestro.

Regresó sobre sus pasos sin darle la espalda al templo, y ocultos entre los pliegues y las capas oscuras de tela, vio los movimientos ágiles de sus maestros mientras diseccionaban la carne. Sus dedos se habían manchado de sangre, y en la nieve caían ocasionalmente gotas de sangre. Supo que no olvidaría esa escena, ni el sonido de la piel rasgada por el filo de un cuchillo, ni los buitres agitados cada vez más y con sus canciones de muerte, ni el nudo en su garganta serían algo que olvidaría sin más.

Sus maestros alzaron los cuchillos, los limpiaron con franelas blancas y retrocedieron hasta estar a su lado. Salieron de la torre sin darle la espalda, pero una vez fuera, no se atrevieron a moverse.

Él no podía apartar la mirada del cuerpo, pero fingió que no estaba ahí, que no lo veía, que no se grabaría en sus recuerdos. Cuando el primer buitre bajó, estuvo agradecido de ver solo plumas oscuras, el segundo bajó un poco más alejado de la mesa y se acercó con brincos antes de que un tercero y cuarto bajaran. En algún momento descendieron los demás, y entre las plumas oscuras, las alas contra alas y el sonido de las aves tragando, perdió la cuenta. Las plumas cayeron sin más en la nieve, y a veces algún pedazo de carne caía en el suelo con un ruido seco, cuando eso sucedía, cerraba los ojos.

Estuvieron ahí minutos, que luego se convirtieron en horas. En algún momento, uno de los buitres alzó el vuelo, y detrás de las alas negras, pudo ver los huesos sin rastros de carne.

No era la primera vez que veía un cadáver, menos un esqueleto. Iba a menudo a limpiar las Cuevas de Tierra cuando era menor, pero al ver los huesos de la maestra mayor su visión se nubló, y pareció que sus alrededores se oscurecieron. Inhaló, exhaló con un nudo en su garganta, y sus ojos se humedecieron.

¿Era así cómo terminarían todos? ¿Su voz, su rostro, sus ojos cristalinos y severo, todo sería olvidado entre otros ocho mil cráneos? Sin nombre, sin hogar, sin una fecha de nacimiento, sin padres, sin nadie... Al final, ella era otro guardián que había muerto junto a miles más, el problema es que pudo haberla ayudado... Pudo haber hecho algo...

Se preguntó quién era peor, si Kirán por mantener a los guardianes sin nombre en un templo con tesoros sin valor, si la maestra mayor por todo lo que había hecho o él...

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro