*****
Nunca me sentí intimidado ante la muerte. Era algo común en mi corazón, mis planetas debían morir para poder dar vida a otros orbes. Mis pasados debían caer en el olvido para dar paso a nuevas historias. Todo ciclo debía tener un fin para que la historia siguiera dando sus correspondientes pasos, justo como una bebé torpe que no sabe qué hacer ante un mundo de posibilidades.
Pero, odié todo aquello cuando a ella la ví caer al suelo desde ese puente tan alto. Cuando la vista gráfica de su cuerpo destrozado por el tráfico me detuvo el corazón y aún así el mundo siguió.
Nada, absolutamente nada, se detuvo con ella. Nada, a excepción de mi alma. Nada, a excepción de mi mundo.
Se formó un grupo alrededor de aquel pequeño cuerpo que era ella y sentí en mi cuerpo como todas las estrellas comenzaban a explotar cuando observé el desdén por la muerte de la única persona que realmente importaba en ese universo.
Había esperado tanto, pero tanto tiempo por su nacimiento. Yo, dueño del tiempo. Yo, dueño de las estrellas y los mundos. Yo, dueño de todo, había anhelado el momento exacto en el que pudiera conocer a aquella alma que esperaba desde el momento en el que me crearon.
Y, ahora, no quería ningún mundo, ningún tiempo, ninguna vida sin ella.
Mi pecho se contrajo cuando la primer estrella estalló a causa de mi amada. A ella le siguieron galaxias enteras que colapsaron en segundos mientras yo no podía retirar mi vista de la escena sangrienta en la que ya habían intervenido las autoridades de la ciudad.
En menos de un minuto, media parte de mi cuerpo se había muerto a la vez que el cuerpo de mi alma adorada era retirado en una camilla y el rastro de su sangre quedaba en el lugar.
Intenté gritar, pero las nebulosas de mis cuerdas vocales estaban muriendo haciéndome tragar veneno y materia oscura.
"¡No se la lleven!"
"¡Déjenme sostenerla una vez más en mi pecho!"
"¡¿Qué hacen?! ¡Ella es mía!".
"¡No pueden quitarme la única razón que tengo para seguir existiendo!".
Ese último pensamiento lo destruyó todo.
Todo mi universo colapsó en mis labios cuando con un grito desgarrador me aferré a la última constelación que no había muerto. Esa que había creado para ella.
Mi creadora me observó desde su trono y se acercó a mí. Su vestido de niebla negra lleno de estrellas fue arrastrando con ellas lo último que quedaba del rastro de que el mismo universo podía sentir amor en mi pecho.
—¿Qué te hace llorar, mi niño?
Su voz llena de truenos, sonidos de cascadas y lluvia llegó a mis oídos y lancé un sollozo que me hizo doblarme aún más sobre mí mismo.
—La perdí...
Muerte bufó detrás del trono de mi creadora y salió caminando en sus pies y manos raquíticas mientras el manto de pureza lo cubría.
—No puedes perder algo que tú mismo dejaste en un inicio.
Mi dadora de vida miro a Muerte y lo hizo silenciarse con una mirada de sus ojos de fuego.
—Muerte, aunque lo dijo con las palabras incorrectas, tiene razón. Ella no era tuya. No puedes tener aquello que amas como si fuese algún ave enjaulada.
—La amaba...
—Y justo por eso debes dejarla ir.
—No puedo...
—"Paradojicamente: dejar ir y retener son dos maneras de demostrar amor", y, esta vez, debes dejar ir. No te devolveré de mis fauces a tu humana amada —dijo Muerte mientras con sus largas garras seguía haciendo tumbas en el suelo junto al trono de mi madre.
—Tú no puedes decidir eso. No merecía morir.
—¿Sabes algo? Ella no hubiera muerto si no la hubieras conocido. Al menos no tan pronto.
La certeza me dolió tanto que mis puños se incendiaron y se quemaron haciéndome sentir un dolor que me hubiera importado al instante si no estuviera sintiendo tanto dolor por la perdida de mi humana.
—Basta —dictó con severidad nuestra creadora y nos dio la espalda a ambos mientras iba a sentarse en su trono.
—Es cierto. Su amor por ella la mató. Sabes, madre, que no estamos hechos para amar a los mortales. No fuimos creados para esa clase de amor —siguió Muerte con sus comentarios que hirieron mi alma.
—Deja a Cosmos en paz, Muerte. No es momento de que hables de esa forma.
Mi mandíbula tensa sintió un escalofrío cuando una estrella muerta se deslizó desde mis lagrimales y llovió hasta la línea de mi quijada.
Pero él tenía razón. Así que, con todo el dolor de mi corazón, tomé la más certera de mis decisiones y me deslicé en el tiempo hasta cuando era un niño y en aquella vieja ciudad mezclada con la modernidad, llovía como nunca.
Y lo entendí. Siempre estuvo predispuesto el mundo a alejarnos.
Mi corazón destrozado esa vez hacía más difícil que antes ver a través de la lluvia. El cielo derramaba mis lágrimas como una cortina espesa de agua que era imposible atravesar.
El olor a pan recién horneado llegó a mis narices y tiré de mi cabello mientras gritaba y rasguñaba con fuerza mis brazos esqueléticos de niño universo.
Ella pronto llegaría a ese callejón y me conocería, y yo no podía permitir eso.
Tenía la decisión, pero no el valor.
Me levanté y observé ante mí una botella rota que reflejaba mi cuerpo empapado y lleno de constelaciones y estrellas. Yo era el problema. No supe por qué, no supe cómo, pero comprendí que mientras yo existiera personas como Hoku siempre morirían. Siempre que hubiera vida, debería haber muerte. Siempre que existiera un inicio, habría un final.
Era el factor que la mataría a ella.
Tal vez, si incluso desde el inicio yo no existía, ella ni siquiera tendría que morir.
Recogí mis piernas temiendo a mis pensamientos que se oscurecían con crueldad cuando el sonido de un quejido llegó a mis oídos y la lluvia se detuvo abruptamente al verla.
Su cabello platinado, su maquillaje arruinado, su saco negro empapado y sus tacones rojos rotos la hacían ver como el peor de los desastres. El peor y más hermoso de los desastres. Mi hermoso desastre...
Ella me observó atónita al igual que la primera vez y yo la observé fijamente intentando tatuar en mis estrellas la vista que tenía frente a mí, porque sabía que esa sería la última que tendría.
—¿Qué eres? —tartamudeó a causa del frío y yo me levanté para ayudarla a ella a incorporarse.
—Soy el universo personificado, pero mi familia me llama Cosmos.
Ella frunció su lindo entrecejo creando un lindo ceño en el que sus cejas blancas casi se unían y miró al callejón con más atención.
Supe que no podía dudar acerca de mis palabras simplemente por el hecho de que mi físico de mortal no era posible a menos que realmente fuera el universo en persona, pero que aún así lo hacía. Su mirada confundida buscando algo en el callejón inundado me lo hizo saber.
—Tengo una pregunta para hacerte —le dije y ella me miró dándome la palabra aún dudando de lo que ocurría—. Si fueras la causa directa, o indirecta, de todo lo malo en el mundo, ¿seguirías existiendo?
Ella no frunció su ceño más solo porque su anatomía no se lo permitía, pero dudó un segundo en contestar.
—Sí. Lo haría solo por la posibilidad de que el bien algún día llegase a triunfar.
Asentí y la abracé a mi altura de niño pequeño.
—Fue un gusto conocerte, Hoku.
—¿Por qué conoces mi nombre? —mencionó ella pero la dejé con la palabra en la boca cuando me alejé y regresé al lugar en el que Muerte residía.
—Reclamo mi derecho a abandonar mi existencia —dije tan pronto como lo encontré comiendo flores secas.
—Entonces... ¿Realmente crees que muriendo podrás deshacerte de la culpa? —me cuestionó con un tono que sonó venenoso. Igual que todo lo que él decía.
—¿No será así?
—No puedes huir de la culpa solo desapareciendo, pero, si deseas huir del dolor, te ayudaré. No soy nadie para juzgar eso.
Lo miré curioso. Muerte y yo jamás habíamos sido cercanos o los mejores amigos, pero escuchar a mi hermano utilizar una voz que resonaba como la melancolía y la desgracia me hizo sentir extrañeza por su historia.
—¿Has vivido mi dolor alguna vez? —le cuestioné y su rostro, que era el cráneo de un caballo, extendió el límite de su quijada en una especie de sonrisa triste.
—Mas de una.
Y, antes de que pudiera decir algo más, Muerte abrió sus fauces y acabó conmigo.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro