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Capítulo 1

Ha pasado una semana desde la partida del alumno problemático, aunque quedaban dos más. Con un nuevo día, él se levantó de la cama de forma perezosa, su espada le dolía un poco debido a que había dormido mal la noche anterior.

—Buenos días Alan —escuchó un saludo melodioso y animado a sus espaldas.

—Buenos días Narahi —respondió luego de un largo bostezo—. Voy a tomar café, ¿quieres un poco? —comentó mientras buscaba las facturas que habían guardado.

—Ya te dije que puedes llamarme sólo Nara y si, gracias —ella se agachó en ese momento para esquivar la cola de su compañero. Al estar dentro de la casa él acostumbraba a mantener una forma cómoda, con su cola y marcar visibles.

—¿Tenemos trabajo hoy?

—Siempre preguntas lo mismo todos los días —lo regañó al momento de tomar su taza con café, Alan se sentó del otro lado de la mesa con su propia tasa.

—Siempre espero que no —contestó, subiendo y bajando los hombros.

—Hoy es sábado y nos dieron una semana libre por la remodelación del museo —le dijo ella con una sonrisa. La mujer levantó la mirada, viendo una sonrisa de lado en el rostro de Alan, lo conocía bien y ya sabía en lo que estaba pensando—. No podemos tener vacaciones, hay covid.

—Sabes que yo no me enfermo y tú eres muy cuidadosa.

—Tenemos que sacar permisos, pasar los controles, mmm... no quiero —murmuró al momento de recostar su cabeza sobre la mesa—. Quiero dormir todo el día.

—Por eso todavía no salieron de este planeta —comentó él luego de rodar los ojos.

—¿Qué pasa? No sueles hablar de eso, dices que cuando menos sepa, es mejor para mí —cuestionó Nara pensativa.

Él sólo subió y bajó los hombros nuevamente mientras bebía el café. Ella tenía razón, siempre la mantenía fuera de todo lo relacionado con los de su especie. Los plasmiomorfos que vivían en la Tierra tenían reglas muy estrictas, pero en un descuido y, al mismo estilo de la charla de Bella y Edwar, Narahi lo enfrentó diciendo que sabía que no era humano.

Alan sintió pánico en ese momento, hasta pensó en matarla para mantener su secreto a salvo. Su tutora se lo había explicado cientos de veces porque amaba las reglas pero tampoco era su culpa, él apenas estaba comenzando a aprender de las leyes y reglas de ese planeta.

—Ah claro, te verán como una loca si le dices a alguien. Es tu palabra contra la mía —le dijo y se marchó, pensando que había acabado con ese asunto pero unos días después volvieron a encontrarse porque comenzaron a trabajar en el mismo lugar. Lejos de buscar pruebas para desenmascararlo, Narahi se enfocó en su trabajo como la chica de la limpieza.

Alan fingió no conocerla, todo para no alertar a su tutora, un plasmiomorfo llamada Raquel Ojeda. Raquel fue quien le consiguió un trabajo como profesor y, debido a esto, Alan y Narahi debieron entablar una relación laboral que con los años fue cambiando. A pesar de las preguntas y la curiosidad, Alan mantenía esa parte de su vida en secreto, incluso para ella.

—¡Ah! —por estar perdido en sus pensamientos, él dio un salto del susto al momento que el gato de Narahi subió sobre la mesa—. Bicho de mierda, ¡abajo! —dijo molesto. Como es costumbre el gato gris comenzó a gruñirle con todo su pelaje de punta.

—Basta, los dos —ella tomó al felino entre brazos porque Alan también comenzó a gruñirle de la misma manera.

—Esa cosa me odia, tíralo afuera o haz un guiso con él.

—No es una cosa, es un michi lindo —respondió al acariciarlo, los gruñidos cambiaron inmediatamente a ronroneos debido a las caricias de su dueña.

—Le falta un trozo de oreja, su color es feo y es pura maldad. Es la antítesis de los perros —cuestionó Alan con la boca llena, estaba comiendo la factura que el gato casi le quitó.

—Tu piel también es gris —señaló ella mientras le daba su comida al felino.

—Pero en mí si luce —contestó al levantarse para lavar su tasa—. Quiero salir, vamos —propuso. Ella lo miró cansada, encontrándolo con su apariencia humana. La piel gris y las marcas desaparecieron, siendo reemplazadas por un tono pálido y sonrosado, su cabello negro pasó a ser rubio y una barba volvió a cubrir su rostro.

—Bueno, pero mañana voy a dormir todo el día —le dijo luego de soltar un suspiro.

Narahi tomó su tiempo para tomar un baño, buscar una vestimenta cómoda y maquillarse un poco, todo para que Alan cambiara de opinión. Pero al terminar notó que él la seguía esperando y le pasó su bolso con una gran sonrisa.

—Dentro está una nueva botellita de alcohol en gel, la otra ya se había terminado —comentó para luego abrir la puerta.

Es muy paciente y perseverante, pensó la morocha para luego darse por vencida y colocarse el cubre bocas negro con detalles de flores blancas, Alan llevaba uno igual porque combinaban.

Luego de unos minutos fuera del departamento, él ya quería quitarse del cubre bocas porque no había casi nadie en las calles pero a pesar de no ser afectado por ningún tipo de enfermedad debía respetar las normas para no llamar la atención. El aire fresco era agradable, al menos para él, porque ella ya estaba cansada de tanto caminar.

—¿Hasta dónde iremos? —se quejó.

—Todo el tiempo estamos en el museo o en el departamento, me gustaría caminar hasta la Patagonia —comentó haciendo que ella se queje nuevamente—. Mira —ambos se detuvieron frente a un café, el cual tenía un cartel con una tentadora oferta.

—"Sábado de damas, invita a tu amiga o novia, todo a mitad de precio" —leyó Narahi para luego levantar su mirada. A su lado se encontraba una rubia alta con el gorro favorito de Alan y su ropa—. ¿Q-Que? ¿Alan?

—Alma, entremos antes de que ocupen todas las mesas —comentó con una sonrisa, incluso su voz había cambiado. Él la tomó de la mano para llevarla dentro del café y rápidamente consiguieron un lugar muy bueno, no estaba en medio del local y tenían una agradable vista a la calle.

Alan estaba contento con su orden, sin embargo Narahi estaba un poco decaída. Antes de que pudiera preguntarle, ella se acercó.

—Narahi... ¿Qué estás haciendo? —preguntó confundido mientras la morocha masajeaba su pecho.

—No es justo, hasta tú tienes más chichis que yo —dijo con una mueca en su rostro.

—Y yo pensando que estabas mal por algo importante —murmuró para luego recibir un golpe de su parte—. Ay, que agresiva.

—¿Por qué cambiaste tu forma en plena calle? Creí que estaba prohibido —cuestionó en voz baja, para que sólo él pueda escucharla.

—No había nadie, tranquila —respondió con una sonrisa para tranquilizarla, sin embargo Narahi notó como un mechón dorado de su larga cabellera comenzó a tomar un tono negro.

—Vamos a casa, ahora —le ordenó pero él seguía comiendo—. El tinte se está quitando —le dijo entre dientes mientras tomaba el mechón negro en su mano.

Alan se sorprendió de sobre manera al ver que la mitad de su cabello ya era negro en su extensión. Rápidamente cubrió su rostro con el gorro rojo, Narahi pidió disculpas a los empleados del café, debían irse porque su pareja de repente se sintió mal y ellos fueron muy amables hasta les guardaron sus ordenes para llevar.

Por primera vez en su vida Alan sintió miedo con respecto a su cuerpo, siempre había tenido el control pero las marcas características de su cuerpo comenzaron a aparecer en sus manos. Narahi le colocó su abrigo sobre él para intentar ocultarlo hasta llegar al departamento.

Agitados llegaron a casa, incluso las plumas comenzaron a cubrir el cuerpo de Alan, perdiendo su forma humana poco a poco.

—¿Qué pasa? ¿Te duele? —ella retrocedió unos pasos cuando la ropa se desgarró debido al masivo tamaño del lagarto que se encontraba retorciéndose en la pequeña sala.

—Estoy bien... eso creo —respondió para luego hacer un esfuerzo por retomar su forma humana. No le hacía falta nutrientes ni grasas para cambiar pero le costaba un poco.

Le tomó 5 minutos volver a su forma normal, luego se sintió sumamente agotado como si hubiera corrido varios kilómetros sin descanso.

—Alan, ¿qué fue eso? —le preguntó la morocha al colocar una manta sobre su espalda.

—N-No lo sé, esto nunca me había pasado —confesó mientras frotaba sus manos de manera nerviosa.

—¿Y si uno de los tuyos vio lo que pasó? —Alan no pudo responder porque fue interrumpido por unos insistentes golpes provenientes de la puerta de entrada.

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