4. Nathen
—Un retardo más y voy a descontarte una semana entera —me recriminó mi jefe. Estaba sentado en la silla elegante detrás del escritorio y anotaba algo en su agenda. Era un hombre regordete, calvo, de lentes gruesos y rostro de pocos amigos. Siempre vestía con trajes caros de tonos café y corbatas rojas—. Recuerda que ya tienes una llamada de atención por lo que le hiciste a Fred, así que no voy a tolerar más estupideces tuyas, muchacho.
—Sí, señor —dije fingiendo respeto.
Salí de la oficina del jefe y caminé por los pasillos angostos que tenían unas alfombras moradas. Por más que explicara lo que ocurrió entre Fred y yo, nadie me creyó. Fred era ocho años mayor que yo, tenía más tiempo en el museo y era el hijo del actual director, así que tenía protección ante cualquier situación.
El primer día que nos conocimos, él se comportó muy amigable y de verdad creí que podíamos llevarnos bien. Sin embargo, los días siguientes cambió y comenzó a acosarme hasta que un día me dijo que si no me acostaba con él le diría todos que yo me había sobrepasado. Por desgracia, no le creí y él actuó de inmediato. A partir de este momento, todo el personal me trataba distinto y hasta iniciaron rumores respecto a mi vida sexual privada. Algunos guardias de seguridad decían que yo les había pedido sexo, otros aseguraban que yo se las había mamado y hasta que los había amenazado diciendo que los podía contagiar de sida o algo así.
Era horrible, pero no podía hacer más. Si perdía este trabajo, todas mis oportunidades para crecer se terminarían. Desde el incidente con mi familia, las difamaciones de mi padre, la restitución del honor de los Hazzel, hasta mi despido de las minas arqueológicas en Gota, yo había perdido todo respeto y validez para mi sociedad. Gracias al señor Amenstrong, quien solía abogar por mí sin revelar sus verdaderas intenciones, conseguí acceder al museo. Tal vez ya no podía investigar reliquias mágicas, o buscar la historia de nuestras sociedades antiguas, pero todavía podía seguir trabajando con objetos arcanos, pues la restitución no era tan mala.
Una vez que entré a la oficina, solté un suspiro profundo y me acerqué a la mesa. Tenía varias vasijas que curar, pero mi cabeza dolía por falta de sueño y el estrés que había pasado en la estación de policías. No tenía idea de lo que investigaban sobre el caso del vecino pero parecía algo usual.
Probablemente Jonathan fue asesinado por algún altercado o problema con alguien. No estaba seguro, pero tampoco tenía interés en el suceso.
De pronto me enfoqué en la interacción con el oficial de tez oscura; la que habíamos tenido la noche anterior. No había esperado nada, en realidad, pero aceptaba que me había sentido muy seguro junto a él. Lo entendía así porque mi Pulsa DiNura no había reaccionado con alerta ante su presencia.
Con el resto de los hombres con los que me acosté durante el año pasado, mi Pulsa DiNura reaccionó de formas distintas, a pesar de que no podía manifestarse físicamente como el de cualquier otro mago de magia negra por la maldición impuesta por mi padre. Caligo, ese era su nombre, existía gracias a mi magia, pero no podía salir como se veía en el común de otros hechiceros. Nunca pude usarlo en combate durante la escuela, ni tampoco para defenderme de aquél asalto ocurrido cuando mi familia fue enjuiciada por los Fohol. Era más como un parásito que sólo existía para ayudarme a descifrar las intenciones de otros dirigidas hacia mí, pero nada más.
Me senté en la silla alta, coloqué los guantes de tela gruesa y busqué los utensilios que necesitaba para restaurar las vasijas. Prefería ignorar los problemas y situaciones que se presentaban una y otra vez, pues creía que ya no valía la pena y que si Fred volvía a hostigarme, no caería en su juego.
Antes de iniciar con una vasija, tocaron la puerta y Fred se adentró sin permiso. Era alto, delgado, de tez blanca, cabello castaño y ondulado, y un rostro muy bello. Sonreía y caminaba contoneándose hacia la mesa.
—Mi padre dice que estuviste en la comisaría —dijo sin dejar de sonreír. Su voz era jovial y estaba muy acorde con su imagen de chico rico—. ¿En qué mierda te metiste, jotito?
Lo miré por unos segundos, luego dirigí el interés a mi trabajo.
—Te estoy hablando, marica.
—Asesinaron a mi vecino este sábado pasado —revelé sin intenciones de pelear o discutir.
—¡No! Espera —agregó al quedar frente a mí y tocar unos pinceles que estaban regados sin orden en la mesa—, ¿vives en el Mayorquia?
—Sí.
Caligo me indicó las clásicas intenciones de Fred. Con su poder, me permitía ver una especie de aura alrededor de las personas. Rojo era peligro, azul era neutralidad, amarillo era intriga, verde significaba cariño, púrpura curiosidad, rosa era miedo, negro irregularidad, entre otros. Fred era rodeado por un aura rosada, por lo que el miedo hacia sí mismo estaba ligado a mi presencia y lo que, quizá, yo le hacía sentir.
—¿Y tú viste cómo lo mataron? —siguió él.
—No, obvio no. No estuve ese día en casa. Llegué hasta la mañana siguiente, me duche y me vine directo al trabajo porque no podía llegar tarde.
—Tú no tienes por que venir los domingos, no estás en el área de recepción.
—Estaba restaurando las navajas que se exponen esta semana —le recordé sin mucho interés.
—Dejando todo a última hora como siempre —me criticó erróneamente.
—Tu padre las adquirió el viernes por la mañana —expliqué en mi defensa—, así que tenía que terminar antes del lunes. Ahora —lo miré molesto y él me contestó el gesto—, ¿puedes dejarme en paz? Tengo trabajo que hacer.
Por unos minutos, no hubo más conversación. Yo agaché el rostro, tomé la lupa e inspeccioné la vasija.
—Vengo a hacerte una nueva oferta.
Ante sus palabras, cerré los ojos por un tiempo largo, luego los abrí y lo encaré de nuevo.
—Por favor, Fred —le supliqué preocupado y honesto—, no quiero más problemas. Ya me has difamado lo suficiente, ¿no crees? Una mentira más y tu padre me expulsará del museo.
Fred sonrió maliciosamente. Lo distinguí por las veces pasadas.
—Entonces, accede a mi petición.
—¿Por qué? —insistí vulnerable.
—Porque eres un maricón que adora las pollas.
Si me negaba otra vez, era el fin de mi carrera y mi única conexión con mi sociedad.
Solté un suspiro ahogado y asentí.
—E-Está bien —respondí conteniendo la incertidumbre creciente en mi pecho que era como una pesadez que me impedía respirar—. ¿Y me dejarás en paz?
—Obviamente.
Fred anduvo hacia la entrada, pero no salió. Se quedó parado de espaldas y como si esperara algo más.
—Nos iremos juntos hoy. Ya tengo el hotel seleccionado, así que nos veremos en el estacionamiento, ¿entendido?
Como ni siquiera volteó para mirarme, no vio cuando asentí con la cabeza para afirmar sus palabras.
—¿Putito?
—S-Sí, entendido —le aseguré totalmente derrotado.
Abrió la puerta y salió de la oficina.
¿Por qué mierda tenía que lidiar con esta persona? ¿Qué mierda había hecho mal para que otros se comportaran así conmigo? ¿Acaso era parte de la maldición que mi padre conjuró en mí?
***
Antes de que diera la hora de salida, me preparé mentalmente y busqué un método para evitar el problema con Fred.
Aunque tenía la oportunidad de usar magia, solamente era posible acudir a ella en casos como la defensa personal, y Fred no había hecho ningún atento contra mi vida. De acuerdo con la ley mágica, el acoso que yo sufría no era considerado un caso para justificar el uso de un hechizo defensivo, así que tampoco podía ser tan descuidado para levantar sospechas ante el Consejo Mágico.
Una vez que llegué al estacionamiento, encontré a Fred esperando junto a su auto. Usaba su teléfono y se reía de vez en cuando.
—Vamos, no tenemos toda la noche —me dijo guardando su teléfono y acercándome a su lugar mientras sujetaba mi sudadera. Abrió la puerta y me jaló más—. Rápido, antes de que nos vean.
Obedecí. Sabía que hablaba de su padre, así que entendí que Fred temía decirle la verdad sobre su propia sexualidad. Luego, él subió y encendió el coche.
Por casi unos diez minutos sólo hubo silencio. Después, Fred prendió la radio y la dejó en las noticias.
—Todavía no se han dado los detalles respecto a la víctima, pero hay muchas especulaciones —decía la locutora—. La policía se ha negado a responder nuestras preguntas de...
—¿Tú viste su cadáver? —Fred interrumpió mi atención puesta en la noticia.
—No.
—¿Pues dónde estabas?
No proseguí con la conversación y otra vez puse atención a la radio. Al parecer, la ciudadanía hacía muchos comentarios y creaban una distorsión de la verdad. ¿Se suicidó? ¿Era un asesinato por venganza o amor? ¿O por odio? ¿Había estado involucrado en las drogas y por eso lo mataron?
Sin embargo, la radio no siguió porque Fred apagó el carro, y hasta este momento noté que ya estábamos frente a un hotel con aspecto regular.
—Bájate —me ordenó.
Lo hice y él también. Me tomó del brazo sin cuidado y me condujo hasta el interior del edificio. Supuse que ya tenía reservada la habitación porque no se detuvo en la recepción. Fuimos directo al ascensor y llegamos hasta una puerta con el número 22. Entramos y Fred me empujó hacia el frente. Tuve problemas para no tropezar y giré un poco para encararlo.
Él puso el seguro en la puerta, se acercó a mí y me golpeó en el estómago. Luego, estrujó mi cabello y me tiró al suelo. No pude reaccionar a tiempo, pues me pateó varias veces y se inclinó para arremeter contra mi rostro por unos minutos. Entonces, me quitó la sudadera y desabrochó mi pantalón.
Tenía mucho miedo. Recordaba el día en que unos chicos abusaron de mí en la escuela. Todo fue porque mi familia era acusada de crímenes de odio cometidos en contra de las personas nacidas en las familias de padres sin-magia. Me golpearon por casi una hora, me humillaron de diferentes maneras hasta que abusaron de mí. Fue uno de los peores días de mi vida.
Cuando sentí que Fred bajó mi ropa interior y abrió mis piernas, respondí creando un hechizo a toda prisa. Entre nosotros apareció una circunferencia básica de color azul con un rombo y otras figuras en las esquinas, y esta se movió para tocarlo. Noté que Fred abrió los ojos por la sorpresa e intentó hablar, pero al contacto con la magia se quedó dormido.
Aguardé unos minutos con el rostro ensangrentado y adolorido, con el cuerpo tembloroso y las lágrimas saliendo por los costados. Me convencía de que no tenía opción y que podría excusarme al usar esta memoria en mi defensa ante los Agentes de la sociedad mágica si descubrían lo que hice.
Me incorporé, busqué mi ropa en el suelo y me vestí lentamente. Ni siquiera pensaba en las consecuencias que esto traería para mi futuro, pues lo único que deseaba era salir de ahí cuanto antes.
Abandoné la habitación, cubrí mi cabeza con la capucha de mi sudadera y anduve lo más rápido posible hasta alcanzar el exterior.
***
Caminaba por las calles con pasos lentos y gemía por mi llanto continuo. Me había cansado, estaba al límite de todo y lo único que deseaba era desaparecer de una buena vez y dejar de sentirme como una basura. Yo no elegí ser así, ¿por qué mi padre no lo comprendía? Yo no tenía intensiones de dañar a otros, ¿por qué la gente sí lo hacía? Sólo quería que todo terminara...
—Oye —me llamó una voz. Hasta este instante la escuché y miré al frente. Había un hombre joven de cabello castaño y un rostro serio. Parecía que esperaba a alguien o algo—. ¿Estás bien? ¿Quién te hizo esto? —Señaló mi rostro.
No me moví. Me percaté de que estaba en alguna avenida transitada y que había llegado sin darme cuenta. Además, el hombre no mostraba ningún color para alertarme. Caligo parecía ausente y no quise aceptar que conocía el motivo de esto.
—Lo mejor será revisar las heridas —insistió él.
—Eh... —Me aclaré la garganta y negué—. N-No... E-Estoy bien.
Di la media vuelta, pero él me tomó del hombro.
El sonido de un claxon me asustó. Ni siquiera veía hacia dónde iba, así que gracias a él no terminé atropellado.
—No estás bien, muchacho. No puedes ni prestar atención a tus alrededores. Anda, ven, te llevaré al hospital.
Acepté su oferta, caminé junto a él y nos detuvimos a unos metros frente a un coche negro.
—Sube.
Ingresamos al auto, y sé que condujo y que se pusieron los seguros automáticos por el sonido que solían hacer. Me relajé poco a poco y por fin lo miré con intriga. Era joven, de unos veintitantos años, con facciones muy guapas y ojos de un tono azul.
—¿P-Podrías llevarme a mi casa? —le pedí apenado.
—¿Seguro?
—S-Sí... Puedo curar las heridas allá. No son graves.
—¿Dónde vives?
—Calle Mayorquia, en el edificio departamental.
Por unos instantes, él me contempló con una seriedad tan fría que me hizo estremecer. Después, sonrió y asintió con la cabeza.
—¿No es el lugar donde mataron a un chico de la universidad? —me preguntó volviendo la vista al frente.
—S-Sí.
Una vez que llegamos, él aparcó el coche, pero no retiró los seguros.
—¿Cómo te llamas? —me interrogó.
—Nath. —Preferí darle mi apodo.
—Mucho gusto, Nath. Me llamo Duncan.
Me ofreció su mano y lo saludé como era la costumbre.
—Déjame ayudarte a llegar —dijo y retiró los seguros. Salió del auto, se movió de prisa llegando hasta mi puerta para abrirla—. Ven.
Gracias a Duncan me levanté sin mucho problema, pero mi cuerpo resintió el dolor de los golpes que recibí. Ya había pasado el shock, así que ahora podía sentir cada asalto y a mis músculos arder.
Entramos al edificio y de nuevo me asistió, pero, cuando estuvimos parados frente a mi puerta, él aguardó mirando la del vecino.
—T-Te lo a-agradezco —hablé honesto y tímido. Saqué las llaves y abrí la puerta—. Estaré bien... De verdad, no sé cómo pagarte por tu ayuda.
—Descuida. —Él me observó y otra vez mostró un rostro sonriente y amigable—. Me alegra haberte ayudado. —Entonces, sacó su móvil y dijo—: ¿Puedo pedirte tu número?
"¿Por qué?", fue lo único que pude pensar. Pero, después de sus acciones, creí que era lo mínimo que podía ofrecerle.
Le di mi número y él se despidió diciendo que me hablaría por la mañana o por la tarde para saber si yo estaba bien.
Por fin entré al departamento y me quedé parado frente a la sala. Hasta este momento me molesté con Caligo e intenté recriminarle.
—¡¿Por qué no puedes hacer lo único bueno para lo que sirves?! No es como si te esperara afuera... Sé que nunca podrás ser de más utilidad. Pero mínimo puedes mostrarme las intenciones de otros. ¡¿Dónde estás?!
No hubo respuesta.
Sabía que los Pulsa DiNura están ligados a la magia y los sentimientos de los magos que los crean, pero estaba tan desesperado y desilusionado de mí mismo que no iba a aceptar más humillación.
Suspiré profundamente, caminé hacia la habitación y me acosté en la cama. Solté un quejido por el dolor y cerré los ojos. De nuevo sollozaba y todavía deseaba desaparecer.
Detuve el llanto al percatarme de algo, abrí los ojos y contemplé el techo en la oscuridad. Mi mente se quedó pasmada en una idea muy oscura. Aquí no había nadie que me impidiera actuar, así que podría conseguir el objetivo si realmente deseaba morir.
Sin embargo, tuve mucho miedo.
No era el hecho de que otros me extrañarían si moría, pero aun quedaba una pizca de esperanza en mí. El poco amor propio que existía en mi interior me paralizaba y el deseo por salir de esta depresión fue el motivo principal para no actuar en base a los pensamientos suicidas.
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