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2. Nathen

Como él ya no opuso resistencia, desabroché su pantalón, me acomodé en el asiento del copiloto y manoseé su miembro sobre la ropa interior. A juzgar por su estatura, creí que encontraría un pene grande y grueso, y así fue. Entonces, lamí mis labios gustoso y acaricié su polla, acercándola a mi boca. El olor no era tan intenso, pero me agradó. Por su tono de piel oscuro, parecía como si sostuviera una barra cilíndrica de chocolate. Lentamente, pasé mi lengua sobre su piel como su fuera un caramelo, hasta que abrí la boca y metí la punta.

—Ah... —resopló él un poco.

La verdad, estaba más ebrio de lo que podía aceptar, así que sólo me guiaba por el deseo carnal que mi cuerpo arrojaba como una necesidad. Ya sentía a mi ingle calentarse y a mi estómago un poco revuelto.

—S-Sabes, creo que esto no es una buena... —pero no siguió.

Yo ya abría la boca de forma que intentaba tragarme todo su miembro. Se ponía más grande con cada segundo y esto complicaba mis acciones, pero no desistí. Usé más saliva, moví mi lengua y me percaté de que él ya acariciaba mi cabeza y, a veces, estrujaba mi cabello. Sus bufidos se intensificaron, pues yo manoseaba la base y sus testículos. Él estaba tan erecto que ahora sólo podía chupar menos de un tercio.

—E-Espera —dijo entre jadeos—, v-voy a... ah...

Intensifiqué las caricias y succioné el glande pasando la lengua por su uretra. Su reacción me excitaba por lo que sentía mi erección aprisionada en mi pantalón. Por lo menos este instante me hizo olvidar toda la última mierda que viví en la ciudad de Gota y toda la mierda que recibía todos los días en el trabajo. Aquí, con este hombre, lo único que había era placer y un gozo lleno de fantasías para distraerme.

—¡Chico! ¡Espera!

Obedecí y abandoné la atención a su pene haciendo un sonido obsceno con la boca. Levanté la cabeza y lo miré. Su rostro era muy varonil y agraciado, sus ojos cafés arrojaban entre duda y deseo y su boca estaba entreabierta como si me incitara. De repente, tuve el impulso de besarlo, pero no me moví.

Su mano bajó por mi cabeza y acarició mi cabello despeinado. Por unos instantes, creí que él también quería besarme, aunque contuve la posición.

—N-No quiero correrme en tu boca —me reveló con una voz erótica.

Yo me burlé un poco. ¿Era estúpido? De eso se trataba todo este acto falso entre ambos. Sí, lo reconocía porque lo vi hoy por la mañana antes de irme al trabajo, pues era el policía que investigaba el caso del asesinato del tal Jonathan DiMori.

Regresé la atención a su pene y lo metí en mi boca. Hice lo más posible para contenerlo y usar la garganta. Acaricié sus bolas otra vez e ignoré su insistencia al estirar levemente mi cabello. Él seguía muy duro por lo que supuse que se vendría en cualquier momento. Entonces, se corrió soltando un resoplido profundo y apretó mi cabello. Su semen salía todavía cada que lo succionaba de la punta, hasta que lo dejé libre.

Me incorporé usando las rodillas como soporte en mi asiento, limpié un poco el líquido blanco que chorreaba de mi boca y aguardé.

—¡Joder! —Él reaccionó y buscó algo en la guantera. Luego me entregó un pañuelo y agregó—: ¡Escúpelo! Tampoco debes hacer este tipo de cosas tan a la ligera.

Lo desobedecí tragando el semen y lamiendo mis dedos para limpiarlos. Su rostro mostró una mueca en exceso sorprendida y excitada, y yo le sonreí coqueto. Estaba seguro que sus intenciones no estaban ligadas a un motivo ulterior y malicioso por el aura que lo rodeaba.

—¿Por qué lo hiciste?

No dije nada. Me senté bien en el lugar del copiloto y miré el bulto en mi pantalón. Todavía estaba duro y quería más. Sé que él se percató también, porque acortó la distancia y rozó mi cuerpo sobre la ropa.

Contuve un gemido de placer y sentí un espasmo en mi ingle. No me importó que fuéramos dos desconocidos, así que desabotoné el pantalón y conduje su mano al interior de mi ropa.

Nos miramos de nuevo y casi parecía que él vacilaba entre el deseo, placer y algo más. Este simple hecho me pareció tan lindo que le sonreí otra vez, me acerqué a él y le susurré en la oreja:

—Tócame.

Él comenzó a acariciar mi pene sacándolo y usando más fuerza. Su mano era más grande y gruesa que la mía y tenía una rugosidad que me excitaba demasiado. Solté gemidos sensuales y dejé que me observara como si mi rostro enrojecido y perdido en el placer fuera un espectáculo sexual.

Nuevamente, mi cabeza se alejó de la realidad respecto a mi rutina. No podía pensar en la consternación referente al problema con el grupo de arqueología del distrito central del país, tampoco parecía importante la carta de los abogados de mi padre, ni mucho menos el extraño decrecer de mis poderes.

—¡Ah! —suspiré casi al borde del orgasmo y moviendo mi cadera impacientemente—, ¡ah! ¡Más fuerte!

Y él me complació mientras acercaba su rostro a mí y me besaba. Repliqué la caricia y abrí mi boca para que nuestras lenguas se entrelazaran en una danza erótica.

De algún modo, con él la interacción era distinta. Tan distinta que bajé la guardia por completo y borré las memorias del resto de los hombres con los que me había acostado el fin de semana pasado.

Era tan triste aceptar que esto se convertía en una forma para sobrellevar la mierda de vida que tenía. Un acto que parecía un tormento una vez que dejaba a otros tocarme y aprovecharse de mi cuerpo... No era el hecho de que no lo deseara, era que aceptaba a cualquiera sin importar que sólo tuvieran intensiones para cumplir sus fantasías más recónditas y crueles conmigo, pues tenía una maldita suerte para encontrarme con pervertidos que buscaban a un chico idiota y tímido como yo.

—¡Ah! —Rompí el beso y no pude contener mi voz al correrme.

Mi respiración era pesada y mi concentración estaba en la sensación liberadora y fugaz. Luego, contemplé al hombre mientras él limpiaba sus manos, mi cuerpo y acomodaba mi ropa y la suya.

—Lo siento —dijo soltando un suspiro profundo. Encendió el carro, las luces y manejó fuera del estacionamiento.

—¿Por qué te disculpas? —le pregunté interesado en sus razones.

—Tampoco estaba buscando sexo, ¿sabes? Sólo quería beber un poco.

No repliqué. Era un poco ridículo que alguien se disculpara por el sexo casual, pero no lo cuestioné más.

Una vez que llegamos a la calle Mayorquia, él aparcó el coche cerca del edificio departamental.

—Ten mucho cuidado.

Lo miré con duda, pero supuse que era algo protocolario como policía, así que no le reproché.

—Gracias —fue lo único que pude expresar.

Abrí la puerta, salí del coche y lo cerré. Ni siquiera esperé a que él dijera más e ingresé al edificio, subí las escaleras y entré a mi apartamento.

La realidad llegó como un balde de agua fría al ver el sitio tan pequeño y descuidado al que ahora llamaba hogar. Además, en el piso estaban unas cartas de la última correspondencia. Todavía tenía que enfrentar a los abogados de mi padre, responder las peticiones del señor Amenstrong y hasta pagar la renta.

Me acerqué a la sala, me tumbé en el sillón más grande y suspiré totalmente desilusionado. Comprendía que ya no era un estudiante y que ahora tenía que valerme por mí mismo, pero estaba solo. Todos aquellos que consideré amigos ya tenían sus vidas hechas y no podía llegar con mis problemas como si fuera un idiota incapaz de resolver algo tan simple como la renta. Mi familia me odiaba y no podía usar nada de la herencia que el abuelo había dejado para el primogénito, así que debía conservar mi trabajo sin importar los tratos. Pero el trabajo se complicaba como una ruleta al azar. Ya había perdido el puesto en la academia de Arqueología y Estudios de Runas Mágicas por la difamación que mi padre hacía sobre mí, también perdí el trabajo en las minas del sitio arqueológico más grande del distrito de Gota porque uno de los sin-magia me descubrió usando un hechizo... y ahora, en el Museo de Arqueología de Cristal, estaba a punto de ser despedido porque otro sin-magia decía que yo lo acosaba y que le insinuaba algo sexual. ¿Qué mierda era todo esto? ¿Realmente yo era el problema?

Cerré los ojos y comencé a llorar. Recordaba el día en que mi magia se había salido de control a los seis años tras descubrir algo intrínseco a mi persona. Mi padre usó un hechizo de 'verdad absoluta' para revelar la razón de mi descontrol. Ese fue el día en que ellos dictaminaron que yo no soy más que un error en la familia Hazzel. No lo comprendí en ese momento, pues fui incapaz de nombrar mi sexualidad a esa edad, pero mi padre se aseguró de que mi magia quedara marcada de por vida por una maldición para que yo nunca pudiera usar todo mi potencial como ellos.

***

En algún momento de la noche me quedé dormido porque me despertó un golpe en la puerta. Todavía no amanecía por completo, pues apenas se percibían unos rayos tenues en el cielo azul y púrpura hacia el oriente.

Me incorporé y volví a reconocer el golpeteo en la puerta. Antes de moverme, sentí a mi cabeza palpitar y una sensación de que todo se movía a mi alrededor, por lo que supuse que había bebido demasiado y todavía mi sistema destilaba el alcohol. Anduve hasta la entrada y la abrí. Frente a mí estaban dos oficiales de la policía local uniformados y mostrando un rostro serio.

—Necesitamos que vengas con nosotros, muchacho —dijo uno.

—Te haremos unas preguntas —reveló el otro.

No me moví y esto causó que ellos se acercaran como un acto de intimidación.

—Es respecto a tu vecino Jonathan DiMori.

—Está bien —repliqué adormilado y dócil.

Como todavía traía la ropa del día anterior, mi teléfono y llaves estaban en el bolsillo, así que pude cerrar la puerta con seguro. Seguí a los oficiales, y me subieron a una patrulla una vez que llegamos al exterior.

—Contacta al inspector Track —se escuchó la voz de uno de ellos— y dile que el chico del 11 estará en la comisaría.

—Sí, ya le mando mensaje —respondió el otro.

Ignoré el resto de la conversación de los hombres y miré por la ventana las luces de los edificios notando que el cielo se esclarecía. Todavía no sabía usar a la perfección el móvil que los sin-magia empleaban en su vida cotidiana, pero debía contactar a mi jefe de alguna manera. Lo saqué de mi pantalón, usé una de las aplicaciones de mensajería y le escribí que iba rumbo a la estación de policía. No tenía idea de si tardaría o no, así que dejé el mensaje muy ambiguo.

Cuando llegamos a la estación, me condujeron hasta una sala de observación y me quitaron todas mis pertenencias.

—Siéntate —me ordenó uno de ellos—. En unos minutos te interrogarán.

Obedecí y al paso de unos minutos entró un hombre gordo y de bigote prominente. Era agraciado a pesar de su edad y tenía un semblante de paz acompañado de un aura azulada que me causó tranquilidad.

—¿Cómo te llamas, muchacho? —cuestionó él. Se sentó frente a mí sacando una pluma de su chamarra para anotar en el expediente que traía consigo.

—Nathen —dije sin comprender todavía de qué se trataba todo esto.

—¿Nathen qué?

—Hazzel.

Él me observó por unos minutos y luego asintió con la cabeza como si estuviera satisfecho.

—¿Qué relación tenías con Jonathan DiMori? —prosiguió.

—Ninguna —dije la verdad—. Solamente nos saludamos un par de veces cuando llegamos a coincidir en horarios de salida y entrada.

—¿Qué escuchaste la noche del 15? ¿Algún ruido?

Tomé un poco de tiempo para responder, pero decidí revelar lo que hice.

—No estuve en casa. Llegué a las cinco de la mañana de ese día, aproximadamente, y salí al trabajo cuando la policía ya estaba ahí.

—¿Dónde estabas? —Él anotó a toda prisa en la hoja.

—Eh... —titubeé un poco—. En un hotel.

El hombre dejó su actividad y me contempló seriamente. Después, se levantó, se acercó a la esquina y señaló hacia arriba. Había un objeto cúbico o rectangular, no supe con exactitud qué forma era, pero tenía una luz roja que parpadeaba y una especie de círculo en el centro.

—Estás siendo grabado, ¿comprendes? Si nos mientes, nos daremos cuenta de ello —explicó cruzando los brazos.

—Estaba en un hotel —insistí—. Fue fin de semana y salí con... alguien.

—¿Alguien? —Su rostro se tornó sombrío pero el color a su alrededor no se modificó. ¿Bromeaba con sus actos sólo para asustarme?

Asentí con la cabeza. El problema era que no recordaba mucho del sujeto con el que me acosté el fin de semana pasado, así que no supe cómo responder.

Entonces, él regresó a la mesa, tomó los objetos y salió de la sala sin decir nada.

No estaba enterado de lo que le ocurrió realmente al vecino, así que no podía hacer inferencias. Tampoco comprendía la razón por la que me interrogaban.

El sonido de la puerta me asustó un poco y vi entrar a dos personas distintas. Uno era un hombre rubio muy guapo y el otro era uno de tez oscura también muy atractivo. El segundo me observó intensamente y yo me encogí de hombros. Era el sujeto de la noche anterior, con el que había tenido sexo oral.

No había esperado encontrarme con él tan pronto, ni mucho menos me agradaba saber que sería mi inquisidor.

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