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1. Yeray

—Tu padre y yo conocemos a un doctor llamado Emanuel que es un joven que viene del continente del sur. Es muy guapo, está soltero y también es gay —dijo mi madre por la bocina del teléfono usando su clásico tono de persuasión—. Tu padre dice que tú y él harían bonita pareja.

—Mamá —la interrumpí como si hiciera un berrinche de derrota—, no salí del clóset para que me buscaras a una pareja de acuerdo con mis preferencias sexuales. ¡Por dios! Les conté la verdad porque ya no quería seguir fingiendo. Además, no te llamé para hablar de novios, sino que quería contarte que todo va bien acá en Cristal. El nuevo departamento es bonito y lo suficientemente grande para armar una sala de gimnasio.

—¡Ay, hijo! Tu papá y yo no entendemos por qué te fuiste tan lejos.

No repliqué. Solté un respiro profundo, me recargué por completo en el sillón rojo donde estaba sentado y pasé la mano por mi cabeza. No estaba listo para hablar con nadie respecto a lo ocurrido en la sección policial de Fuego, mi antiguo trabajo... Bueno, no era 'antiguo' como tal porque aún trabajaba como detective, pero ahora en la ciudad de Cristal, en el centro del país.

—¿Yeray? —La voz de mi madre me hizo recordar que estaba en llamada con ella.

—No es nada malo, mamá —mentí. Aguardé unos segundos y cambié el tema de conversación—. Por cierto, tengo que irme. Debo llegar a la oficina un poco más temprano porque nos asignarán nuevos casos hoy.

—Ten mucho cuidado, cariño. No olvides que tu papá y yo te amamos.

—Yo también los amo. Chao.

Colgué, dejé el teléfono en la mesa de centro y recargué mis codos sobre las rodillas. Apenas tenía dos semanas desde el cambio en mi base y no podía evitar sentirme inseguro y desesperado. Estaba consciente de mi error, ingenuidad y estupidez, pues me había enamorado de la persona equivocada y le creí. Entablar una relación con mi exjefe fue como cavar mi propia tumba, así que debía aceptar las consecuencias de mis actos.

"Eres un idiota", me recriminé.

Pero creía en el amor.

Al graduarme de la academia, acepté el trabajo en el departamento de policías en Fuego y trabajé bajo el mando de Flavio Cortinas. Obviamente mi inexperiencia y excitación al creer que él sentía lo mismo por mí, me hizo actuar como un mocoso manipulable. Además, mi salida del clóset fue tan caótica que lo único bueno era que ahora ya no tenía que seguir viviendo una mentira.

Me puse de pie y dejé de lamentarme. Tenía que llegar temprano porque nos habían informado sobre un posible caso de homicidio, así que tomé la chaqueta azulada del uniforme, mi cinturón con la pistola, la placa de identificación, mi teléfono celular y me acerqué al espejo del pasillo del recibidor. Mi tez oscura relucía por mi estilo calvo que ahora usaba, mis ojos cafés eran grandes y mis facciones eran un poco achatadas provocando que me viera joven. Apenas tenía los 26 recién cumplidos y gracias al ejercicio constante y mi genética, mi cuerpo ancho y musculoso me daban la confianza que tanto necesitaba en estos instantes.

Cuando guardé el teléfono y las llaves en mi chaqueta, salí del departamento sin más retardos.

***

Como parte de la rutina, la sala de descanso, donde había una cafetera, un mueble extra con utensilios y un refrigerador, estaba ocupada por algunos que ya conocía. Ana, la chica de cabello castaño y lentes gruesos, era la experta en IT y computadoras. Ella era muy seria, a diferencia del resto, y parecía un poco intimidada por mi presencia... en realidad, supongo que por mi estatura la mayoría se siente un poco acomplejado. Aparte de Ana, estaba Rodri y Carmen, los del equipo de investigación especial. Como mi compañero y yo apenas nos conocíamos no teníamos una relación muy estable y amigable como ellos. Mike Track era mi compañero, era mayor que yo por unos cinco años, era rubio, guapo, de ojos azules y también de cuerpo atlético. Casi todas las chicas de archivo y documentación hablaban con él y le insinuaban más que sexo, así que era el galán favorito de casi todos.

—Campbell —dijo Mike al verme entrar a la sala. Tomaba café en una taza rojiza y mostraba la sonrisa típica que lo hacía parecer un sujeto agradable—, será mejor que bebas un poco de café. Hoy el jefe nos pidió revisar una escena bastante grotesca, así que hay que ir preparados.

—A ustedes les tocó ir al edificio Mayorquia —agregó Carmen. Ella usaba su cabello en una coleta y su voz denotaba experiencia—. Nosotros cubriremos el casino Ring.

—¿El caso de los hermanos Cara-Blanca? —le pregunté interesado y sirviendo un poco de café en una taza.

Los hermanos Cara-Blanca eran unos narcotraficantes de la localidad que atormentaban Cristal desde años atrás, pero ahora la policía tenía más información respecto a ellos y estaba muy cerca de atraparlos. Era un caso tan renombrado que los más valientes deseaban ser los héroe al ponerlos tras las rejas.

—Sí —confirmó ella—, pero ustedes revisarán otro asunto.

—Un posible asesinato pasional —me recalcó Mike obviamente decepcionado. Lo sabía por su mueca de desilusión notoria. Estaba enterado de que él trabajó en el caso de los Cara-Blanca, así que parecía que todo su esfuerzo era tirado a la basura una vez que fue transferido a la nueva unidad al perder a su compañero. Mike y su excolega enfrentaron en un tiroteo a los narcos y no salieron victoriosos. Wilson, su excompañero, murió en el encuentro y él estuvo en el hospital casi dos meses por las heridas recibidas. A partir de este momento, perdió el caso y ahora estaba conmigo en la unidad de investigación general.

—¿Ya están los de forense allá? —dudé.

—Sí. Date prisa.

Le di un sorbo al café y dejé la taza en la mesa cercana. En realidad, no estaba descontento con el trabajo de ahora, pero comprendía el sentimiento de Mike, pues para ascender y obtener el reconocimiento era necesario ser duro y atrapar a los criminales más importantes del país. Pero yo no estaba convencido si involucrarme en los casos del crimen organizado sería una buena idea, ya que la mayoría de los oficiales que lo hacían morían muy rápido y cruelmente.

—Vámonos, nuevo. —Mike se acercó a la salida y asintió con la cabeza al mirar a Carmen—. Mucha suerte y tengan cuidado.

—Igual tú, guapo.

Me uní a Mike y anduvimos por los pasillos sin decir nada. Nuestra relación todavía era exclusiva de charlas centradas en el trabajo. Al salir del estacionamiento, subimos al auto designado a nuestra unidad, y él condujo.

—Dejé el expediente en la guantera —me informó sin desprender la vista al frente—. Por ahora no tenemos que lidiar con la familia de la víctima, por lo que sólo investigaremos.

Saqué la carpeta y leí. El caso parecía un asesinato por venganza o amor. La víctima era un chico de 18 años, un estudiante de la universidad que vivía solo en un departamento barato en la calle Mayorquia.

—¿Homicidio pasional? —susurré sin intención de discutir.

—Se le vio varias veces con su novia las semanas previas. Ya estamos buscando a la chica.

No dije más y me concentré en la falta de información en el informe.

Una vez que llegamos al edificio Mayorquia, encontramos los autos del resto de nuestros compañeros de forense y a la ambulancia. Bajamos, saludamos a unos cuantos y entramos. Era obvio que el lugar rentaba a precios bajos, pues la decoración dejaba mucho que desear y hacía falta mantenimiento y reparaciones. Los colores de las paredes y puertas estaban desgastados y la baranda de las escaleras se movía y rechinaba al tacto de la gente. Las cintas rojas con la leyenda de 'no pasar' estaban pegadas en los costados de la puerta con el número 12, y en el pasillo había oficiales que les pedían a los vecinos curiosos alejarse.

Antes de ingresar al departamento, me percaté de que la puerta con el número 11 se abrió y un muchacho salió. Parecía un chico de universidad por su rostro jovial, pero con un estilo peculiar. Tenía el cabello negro y largo y sujetado en una media coleta que le daba un toque descuidado. Sus ojos eran de un verde tan claro que hacían un juego hermoso por su tez pálida. Era delgado y vestía con una sudadera oscura sin logotipos. Por unos segundos, nuestras miradas se encontraron y creí que mostraba una tristezas intrínseca a su persona y un aura de misticismo. De inmediato, él bajó las escaleras y salió del sitio.

—Campbell —me llamó Mike moviendo las cintas—, vamos. Hoy tengo una cita con Lara, de archivo, así que quiero terminar a tiempo.

Lo seguí y me detuve al ver una escena repugnante. El lugar tenía salpicaduras de sangre en las paredes, muebles y el suelo. Había algunos vidrios tirados y rotos, así como marcas de manos y pies en la sangre seca.

—Inspectores —una de las trabajadoras nos habló mostrándonos dos fotografías con los marcos destrozados en una bolsa—, encontramos esto tirado aquí en la sala, cerca del cuerpo. Lo enviaremos al equipo de forense. Todavía estamos por revisar la habitación.

—¿Y la novia? —preguntó Mike con la voz de protocolo como si nada del incidente le inmutara.

—Todavía no la han localizado.

Me moví a la izquierda, caminé hasta la puerta de la habitación y entré. Aquí parecía que todo estaba en orden, así que me puse unos guantes blancos para revisar los artículos. Sobre la cajonera había un cuadro de la víctima en algún área montañosa, una consola de videojuegos y una botella negra sin marcas. La tomé y la abrí. Emitía un olor suave y casi frutal, pero el líquido era espeso y transparente. No era loción, sino un tipo de lubricante sexual. Abrí los cajones en busca de pistas y busqué entre la ropa. Encontré unos consoladores sexuales masculinos. Los reconocía por el tipo de forma que se usaba para estimular la próstata desde el ano. Estábamos equivocados, pues la víctima era un hombre gay. Incluso había una libreta escondida hasta el final con recortes de modelos masculinos desnudos y frases que delataban sus gustos.

Salí de la habitación y le mostré los objetos a la mujer de forense y Mike.

—Es un hombre gay —dije lo más neutral posible.

—¿Qué carajos es esto? —Mike ya usaba los guantes blancos y tomaba el consolador.

—Un plug anal muy común entre los chicos de hoy. —Ahora le mostré el contenido de la libreta—. No podemos decir que es un crimen pasional si no sabemos quién era su pareja. La chica... ¿es ella? —Señalé la fotografía de la bolsa que sostenía la mujer y ella asintió— Quizá sea solo una amiga.

—¿Y por qué no la han localizado?

—Podría ser una víctima también. Hay que investigar todo de ella.

—Juarez —Mike se dirigió a la mujer—, pide un informe completo.

—Sí, señor —replicó Juarez aceptando la orden.

—¿Ya interrogaron al vecino? —insistí concentrado en el trabajo e ignorando lo que la imagen del chico pálido y de cabello negro me había hecho sentir.

—No, sólo a la mujer del 13 y la familia del 14, pero a él no. Pediré que lo lleven a la comisaría una vez que regrese. Joder. —Mike suspiró molesto mientras fruncía el ceño y usaba un tono de voz más denso—. ¿Por qué nos tocan casos tan simples? No te ofendas, Campbell, pero esto es más un crimen de odio. Si era joto, entonces se lo cargaron por eso.

Aunque sus comentarios me molestaron, no recriminé. Mike y el resto de la oficina sabían sobre mi sexualidad, pero nadie parecía interesado en este hecho y yo lo agradecía. Sin embargo, cada vez más descubría que tal vez Mike prefería a otra persona como su compañero.

—Vamos a cambiar la información —dijo él poniendo el dildo sobre la mesa cercana y quitándose los guantes. Luego giró en dirección a la entrada—. ¿Puedes hablar con los padres?

—Sí —acepté en lugar de discutir.

—Más tarde veremos si el vecino escuchó algo.

***

El resto de la tarde estuve en la oficina frente a la computadora modificando el informe y agregando que era necesario indagar más en el caso. Por supuesto que no esperaba una repuesta inmediata, pues como era el nuevo era ignorado por los jefes. Por otro lado, había hecho varios intentos para contactar con los padres de la víctima, pero nada. Ninguno contestaba, y parecía que no había más familia relacionada al chico.

—¡Oye! —La voz de Mike me interrumpió. Llegó con una carpeta que dejó en el escritorio y me contempló—. Ya es hora de salir.

—Ninguno de sus padres respondió —le informé ocultando mi sospecha.

—Déjalo para mañana, ¿quieres? Los chicos de ronda tampoco han localizado al vecino, así que les dije que aguardaran un poco más. Ya vámonos.

Mike dio la vuelta y salió de la oficina. Supuse que un caso así para él no representaba un reto ni un problema.

Cerré la carpeta y el archivo en la computadora y apagué todo. Tal vez era mejor tomarme las cosas con calma justo como mi compañero lo hacía, así que abandoné la oficina y puse el seguro en la puerta. Iba con un paso lento y con la cabeza en un embrollo, convenciéndome de que una salida a un bar era una buena idea.

Durante el camino a casa, terminé por aceptar mis propias sugerencias, así que al llegar, me duché rápidamente y me cambié luciendo una chaqueta oscura, una playera justa y unos pantalones apretados. Incluso usé la colonia fresca que más me gustaba y me puse la crema protectora y brillante para mi cabeza.

Para las ocho y quince llegué a un bar gay cercano al centro histórico de la ciudad. Estacioné el carro sedan que manejaba y entré con seguridad. Obviamente me percaté de algunas miradas deseosas por parte de unos hombres en la entrada, pero me dirigí hasta la barra. El sitio tenía una barra amplia, unas mesas repartidas en orden y un sistema de bocinas simples que agregaba un ambiente agradable con música menos jovial que un antro. A pesar de mi edad, prefería este tipo de lugares que los clásicos antros ruidosos y llenos de espectáculos dramáticos y cómicos con las Drag Queen.

—¿Qué te sirvo? —me preguntó el barman. Era un hombre de edad media y un rostro agraciado.

—Una oscura —pedí casualmente.

Recibí la cerveza y di varios tragos. Observé los alrededores y me topé con la mirada de unos cuantos que estaban en las mesas, pero fue hasta que noté a una persona en la esquina que presté interés. El muchacho estaba acompañado por dos hombres mayores que él y que parecían insistirle una y otra vez. Reconocí al chico, pues era el vecino de la víctima del caso actual. Mierda, ¿qué estaba haciendo aquí? Además, bebía demasiado y casi como si fuera forzado por los otros.

Me puse de pie con la cerveza en la mano, caminé hacia la esquina y saludé lo más afable posible.

—Hey —dije sonriente.

Él levantó el rostro y no cambió su expresión seria que parecía como si estuviera asustado y derrotado.

—¿Quién eres? —me interrogó uno de los hombres.

—¿Lo conoces? —le preguntó el otro al chico tomándolo de la mano, aunque era más que obvio que este se sentía incómodo con su tacto.

—N-No —respondió el muchacho agachando la mirada e intentando retirar la mano del hombre.

—Ve y búscate a tu puta —me dijo el primero con una voz más severa.

—Vas a la misma escuela que mi hermano —mentí y acrecenté la sonrisa. Ya estaba acostumbrado a lidiar con sujetos desagradables, pues después de todo el drama con mi ex me había encontrado con gente como estos cabrones—. A la prepa San Fernando, ¿verdad? —insistí.

—¿Eres menor de edad? —El segundo volvió a sujetar su mano y lo acarició del rostro como si se deleitara con este hecho. Claro que me dio asco, pero no me precipité—. ¿Por qué no lo dijiste, corazón?

—Pueden retirarse, caballeros, o llamaré a la policía. Son clientes regulares, ¿no? —fanfarroneé—. Así que no cometan una estupidez.

Ambos hombres se levantaron, me arrojaron miradas molestas y se movieron hacia una mesa distinta. Yo me senté, retiré la botella y el vaso que estaban junto al chico y lo contemplé. Su cabello todavía estaba un poco despeinado, sus mejillas tenían más color que cuando lo vi en la mañana y creía que era por el alcohol en su cuerpo. Sus ojos clarísimos se encontraron con los míos y luego me evitaron.

—G-Gracias —dijo él con una timidez que me sorprendió.

—¿Por qué no te vas y ya? —pregunté bebiendo de mi cerveza.

—¿Por qué? —Intentó servir más licor, pero cubrí la botella con la mano—. ¿Por qué me preguntas eso?

—Te estaban molestando, ¿no?

—Pero quiero coger.

No esperaba una respuesta así.

—¿Acaso no viste las noticias? ¿Sabes lo que le ocurrió a Jonathan DiMori, el muchacho que vivía a tu lado?

Por unos minutos no hubo respuesta. Entonces, él se levantó notoriamente mareado por la bebida y caminó unos pasos. Yo reaccioné a toda prisa, dejé la botella y unos billetes para pagar mi cerveza y lo seguí.

—Deja de seguirme —pidió al girar y encararme. No era tan alto y, ahora que lo tenía de frente, había algo casi inocente en su semblante.

—Estás muy ebrio. Puedo llevarte a tu casa.

Y, de una forma que me pareció muy linda, asintió con la cabeza y dijo un simple 'gracias'.

Le mostré el carro y ambos subimos. Pero, antes de encender el motor, me cuestioné. ¿Qué carajos estaba haciendo? No le ofrecía ayuda por su bienestar sino porque reconocía la curiosidad que sentía debido al caso actual de mi trabajo.

—Vivo en el edificio Mayorquia —rompió el silencio con su voz jovial y todavía tímida—, en el mismo donde mataron a Jonathan. Pero eso tú ya lo sabes. ¿Vas a interrogarme?

—No —le aseguré y prendí el carro para comenzar a manejar—. Sólo quería distraerme y beber un poco. No te estaba siguiendo ni nada de eso.

—¿Entonces?

Lo miré de reojo y me sentí como un idiota. Esto parecía algo más y tal vez él lo intuía así.

—¿Qué? —Preferí seguir con la conversación casual.

—¿Por qué no lo haces? Ahora puedes interrogarme. No tienes que seguirme como si estuviera indefenso. Puedo cuidarme y, justo como te lo dije, quiero coger.

—¿No tienes miedo?

—Ya te dije que puedo cuidarme por mi cuenta.

—Tu vecino era un chico gay.

—¿Y?

—Y que podrías ser el próximo.

Él no replicó y soltó un respiro profundo.

—Párate allí. —Señaló un estacionamiento solo y totalmente a oscuras.

—Voy a llevarte a casa.

—Puedo irme por mi cuenta.

No comprendí su cambio de actitud, pero acepté el comando.

—Lo siento si te hice sentir perseguido —por fin le dije.

—¿Quieres follar?

Antes de que yo pudiera replicar, él retiró su cinto de seguridad, se acercó a mí y comenzó a desabrochar mi pantalón.

—¿Q-Qué estás haciendo? —dudé confundido y sorprendido. Apagué el carro, me quité el cinto de seguridad y detuve sus manos sujetándolas.

—Sólo quiero divertirme... —reveló mirándome con una sonrisa otra vez introvertida que me causó deseo e inquietud por sentir su piel—. Ha sido una semana fatal en el trabajo y voy a perder mi puesto por culpa de un tipo que me odia sin razón aparente. P-Por favor... sólo un poco. Déjame chupártela.

No sé si era por su rostro aniñado, o su timidez, pero las palabras que salían de su boca parecían fuera de contexto para un rostro como el suyo. Aun así, me pareció excitante la contrariedad que mostraba, por lo que asentí con la cabeza y lo solté, permitiéndole que continuara.

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