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Lo que nos cuentan las leyendas

Mis padres siempre me dijeron que la sonrisa era la mejor manera de curar los males, que con sólo sonreír podías dejar atrás todos los dolores, físicos y mentales.
Pero eso no siempre es cierto.

Y allí, mirando como la lluvia parisina repica contra el viejo y sucio cristal del orfanato, me doy cuenta de ello.

- ¿Te encuentras bien? -La voz de uno de mis compañeros de habitación me saca de mis pensamientos, pensamientos que se alternan entre ese momento y los previos a él.

Y no, no estoy bien. ¿Cómo iba a estarlo? Es una pregunta tonta, pero todo el mundo la hace por alguna razón, razón que no alcanzo a entender, como muchas otras cosas, porque hasta entonces yo había vivido en un pequeño cielo en medio del infierno, también conocido como el mundo en el que vivimos.
Un mundo que, al contrario de lo que muchos pensábamos cuando éramos pequeños, no es blanco ni bonito, si no más bien gris, gris como los nubarrones que encapotan ahora el cielo de la ciudad de las luces.
Y es muy difícil adaptarse a ese mundo gris de repente, como yo he hecho, solo porque un capricho del destino quiso lanzarme por una montaña cuesta abajo, y sin frenos.

No contesto, ¿para qué? Ya sabe la respuesta.

- Ya... Imaginaba que sería así... -La gente se siente mal por mí y suele decir "lo siento" como si ellos tuvieran la culpa de lo que sucedió. Pero sus disculpas no harán nada. No me los devolveran y no me sacarán de este antro de mala muerte, en el que parece que estoy destinado a vivir hasta la mayoría de edad o hasta ser devorado por las ratas, lo que suceda primero- Siento lo que te pasó... -Lo dicho, disculpas sin fundamento. No me giro a escucharle, o escucharla, nunca he tenido muy claro si es niño o niña. Sólo sé que gusta de que le llamen Max, que puede ser de Máximo o de Máxima, o tal vez sólo un nombre que se inventó para no decirnos su nombre real, a nosotros, unos niños con los que tendría que pasar el resto de sus días porque, admitámoslo, no iban a adoptarnos. La gente sólo quiere bebés, y los que no —los pocos que no— no vienen a un antro carcomido por las ratas e infestado de enfermedades de las que los padres tendrían que hacerse cargo. Sí, mi vida es genial, lo sé. -Bueno, las asistentas dicen que es hora de la cena.

Me incorporo de la cama con un grave y profundo chirrido que hace que Max se estremezca de arriba abajo, más que otra cosa por su odio a ese ruido.
Dormimos en habitaciones de diez o veinte niños, depende de la suerte que tengas, con unas literas de tres camas cada una. Los que tienen la mala suerte de llegar a dormir en la cama superior deben soportar las goteras de las largas y lluviosas noches invernales, o el insoportable calor de las noches veraniegas, además de dormir con el rostro en el techo. Pero yo no corrí esa suerte, las asistentas decidieron colocarme en la parte inferior de una de las literas más próximas a la ventana, que se encuentra entre la primera y la segunda cama. Esa cama estaba desocupada, no entendí el porqué hasta que me recosté en ella por primera vez, momento en el que un chirrido infernal llegó a mis oídos. Pero te acabas acostumbrando a ello.

- Esto... Vamos -Dice recomponiéndose por el profundo ruido del colchón.

Abro la puerta, oculta entre mantas, edredones y otros niños tratando de ir al comedor. Salgo al pasillo. Un pasillo excesivamente estrecho, que apenas permite a dos personas a lo ancho. El papel de las paredes está desgarrado, caído, y las zonas que carecen de él están pintadas con una pintura de un marrón completamente diferente al del papel, que crea un ambiente de probeza aún más intenso. La puerta al comedor no es diferente, pequeña, bueno, si es que a eso se le puede llamar puerta si quiera, porque de puerta no tiene nada, es solo un marco de madera que evita que la pared se caiga sobre nuestras cabezas.

Miro a Max, me devuelve una mirada triste. Ninguno esta contento con esto, pero no tenemos nada mejor. Atravesamos el marco para ver la enorme sala —que en realidad es bastante pequeña, pero comparada con el resto del orfanato es una mansión — pintada de colores negativos que ni a eso llegan por la decoloración que sufren. ¿Es que nunca nadie ha pintado este sitio desde que se construyó? Es obvio que no, no creo que a nadie le importe lo que suceda aquí.
Dentro de la sala hay ya tres niños, uno de ellos sentado en la mesa situada a la esquina de la habitación. Un niño de mi edad, pelirrojo con el pelo muy sucio, ojos café y sin ningún rastro de brillo y una expresión triste. Además de tener la mirada perdida entre las grietas de la vieja pared carcomida por el tiempo.
Los otros dos niños corretean felices por la sala. Una niña rubia, de no más de cinco años de edad, jugando con un niño de cabello castaño un poco mayor que ella.

Me acerco a la mesa y arrastro con cuidado la silla más próxima al chico pelirrojo, quien no parece percatarse de mi existencia si quiera. Es callado, muy reservado, muchos no sabemos ni como se llama. Algunos creen que es mudo, ya que ni con las asistentas se digna a mencionar palabra, mucho menos a mantener una conversación con ellas. Aunque en cierta forma es lógico, esas tipas no son la representación de la benevolencia precisamente.

* * *

Esto está mejor :D
Mejor escrito, mejor planteado y menos desmadre mental. Quiero presentar bien las nuevas personalidades de los personajes. Quiero que se sepa mejor como son ahora y tratar de no dar una descripción tan mala como hice antes.

La narración seguirá siendo desde el punto de vista del protagonista, quien tiene una manera peculiar de ver el mundo, aunque en este capítulo no lo ha mostrado exactamente.

Pero no quiero spoilear. Agh, estoy muy emocionada con esto. ♥.♥

Atte. Umbra03

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