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Epílogo

El paquete llegó en una caja envuelta con abundante cinta adhesiva. Sus superiores no se preocupaban por decoraciones como el color o cinta del embalaje.

Gene soltó un suspiro. Lo dejó sobre la mesa de su departamento. Sacó los guantes de látex de su bolsillo. Solo entonces, lo abrió cual arqueólogo desenterrando un nuevo trozo de historia.

En su interior se encontraba una hoja con datos generales como el número del caso, profesión, sexo y edad de la víctima. Era todo lo que el médium pedía para reconstruir la escena. Demasiada información previa podría contaminar su objetividad.

Antes de leerla, titubeó. Siempre había tratado esos objetos como los últimos residuos de un ser que ya no estaba. Sus propietarios no eran más que escenas sin rostro. Cuerpos sin nombre.

Ahora comprendía que trabajaba con almas. Seres humanos que alguna vez tuvieron sueños y pesadillas, y dejaron al menos un corazón roto tras su partida.

Tomó aire profundamente. Leyó en detalle la información de ese desconocido y la hizo a un lado. Otro supuesto caso de suicidio.

Extendió un paño sobre la mesa y comenzó a sacar los objetos uno por uno. Primero un microscopio, lo más pesado. Luego un oso de peluche que entraba en su puño. Finalmente una carta envuelta en un sobre.

Se quitó un guante y deslizó la mano en el aire sobre cada uno. Si bien todos emanaban cierta energía, era ese trozo de papel el más intenso. A veces la víctima dejaba su esencia en los objetos más efímeros.

No necesitaba leerla para reconocer una carta de suicidio. Cerró los ojos, controló su respiración, aquietó sus pensamientos. Solo entonces levantó el papel.

La oscuridad lo abrazó. La desesperación abrumó sus sentidos mientras su mano inestable aferraba la pluma. Se encontraba sentado ante un escritorio con aroma a lavanda. Su espalda encorvada, los hombros caídos. Las letras de despedida que plasmaba sobre el papel eran torcidas, por momentos atravesaban la hoja. Lágrimas tibias se deslizaban por su rostro y salpicaban sus dedos.

Era una noche fresca. La ventana estaba abierta, ligeros rastros de polvo entraban a la habitación y despertaban un cosquilleo en su nariz.

Cuando la pluma dejó el papel, su respiración se volvió inestable. Con dedos temblorosos, introdujo la hoja dentro de un sobre. Tomó un profundo aliento.

Sintió el frío del metal contra su sien.

Sus manos cubriendo la carta impidieron que la sangre salpicara el papel.

Gene escapó de la escena con un jadeo.

Como el ahogado que se aferraba al salvavidas, sus ojos fueron al portarretratos de la pared. La sonrisa felina de su madre tan idéntica a la de su hija. La postura desenvuelta de su hermano. El orgullo en las pupilas de su padre mientras abrazaba a sus tres hijos.

El aquelarre Del Valle Solei siempre había sido su refugio. Pensar en ellos se llevaban la oscuridad de cada visión. ¿Por qué no estaba funcionando esta vez? Aunque intentó traer a su memoria alguna tarde familiar, otra escena la desplazaba.

Una noche nevada, cierta sonrisa inmensa, palabras sin sentido de una voz cálida... Incluso desde la distancia, se negaba a perderse en el olvido.

—Maldita sea —pronunció en voz alta. La bruma de la visión había desaparecido. En su lugar estaba esa añoranza que llevaba cuatro meses tratando de sacudirse—. ¿Por qué no quiere salir de mi cabeza?

Sabía la respuesta, por supuesto. La extrañaba. Demasiado. ¿Cuánto tiempo más necesitaría para sacarla de su corazón?

Desde el funeral de Mael, cuando soltaron sus cenizas al viento de Morte Blanco, supo que su misión había terminado. No tenía derecho a quedarse. Su presencia en Piedemonte solo le traería a Kalah recuerdos amargos.

Él mismo necesitaba sanar. Tal como lo predijo, las pesadillas comenzaron a atormentarlo desde la primera noche de regreso a su departamento. Tan reales, tan vívidas como el cuerpo de Ada desangrándose en la nieve. Las voces que ahora lo perseguían al salir eran exasperantes. De repente se encontraba gritando por silencio. Sus emociones escapaban de su control.

Había buscado ayuda antes de que lo llevaran al borde. Después de cuatro meses, sus consultas a profesionales de la salud mental ya no eran tan estrictas. Que su psicólogo dejara de sugerirle vitaminas significaba un gran paso para ambos.

Como terapia alternativa, su madre le enseñó técnicas para bloquear su audición paranormal. Le tomaría tiempo dominarlas, pero al menos ya podía dormir por las noches sin escuchar esos insufribles susurros.

Una media sonrisa apareció en su boca al recordar esa cena familiar. Nadie se sorprendió cuando anunció, de modo casual, que ahora podía oír a los espíritus.

—Mi pequeño, nunca dejarás de evolucionar —fue la profecía de Magalí Solei—. Toda habilidad que se entrena acaba creciendo. Eres un médium profesional, no ha habido día en el que no hayas hecho uso de tus dones. Y no te sorprendas si tus visiones se vuelven mucho más realistas. Eventualmente podrás escuchar y ver con nitidez a través de los ojos de aquellos seres que necesitan tu ayuda.

Eso último también fue dirigido a Aura. Lo supo por la mirada sutil que su madre le dirigió. En la ruleta de genes Solei, el más afortunado había sido el hermano del medio. Blaise casi podía pasar por un ser humano normal.

Un golpe en la puerta lo arrancó de su ensimismamiento.

—Que no sea otro maldito paquete —rezó.

Para aliviar su carga, rara vez sus superiores le pedían que asistiera a la escena del crimen o al hogar de la víctima. Ahora le enviaban los objetos por correo. Gene debía devolverles un informe por mail con cada detalle de sus visiones.

Teletrabajo. Era una alternativa satisfactoria para ambas partes. Él no debía lidiar con preguntas estúpidas sobre su don, y los investigadores se salvaban de su temperamento volátil.

Sus pensamientos cambiaron al notar que una carta fue deslizada por debajo de la puerta. La recogió con cautela. Hizo una mueca. Era de su casero, el mismo mensaje que le envió por mail la semana pasada. El contrato de alquiler que firmó hace tres años, en compañía de Mael, llegaría a su fin el próximo mes.

Era el momento de elegir entre renovarlo o buscar un nuevo hogar. Esto último implicaría abrir la habitación de Mael y encontrarle nuevos dueños a sus escasas posesiones.

Respiró profundo y se llevó la palma al pecho. Cada día dolía un poco menos. Sabía perfectamente que Mael ya no volvería, la vida le enviaba señales para que lo soltara de una vez.

Se sobresaltó al oír un silbido. Su teléfono. La pantalla mostraba una videollamada de Blaise. «¡Ya déjenme ser un maldito ermitaño!», pensó frustrado.

—¿No eras tú el que decía que una videollamada sin advertencia —fue el saludo seco de Gene— le parecía tan violenta como interrumpir a alguien en la ducha?

—¿Podrías repetirlo? —Blaise se llevó una mano a la oreja—. Todo lo que escucho son gruñidos.

—Vete al infierno.

—Buenos días, Gene. También te extraño. —Se aclaró la garganta, su sonrisa adquirió un matiz de incomodidad—. Ahora toma asiento, respira profundo y enciende tu portátil.

El humor del médium decayó, la inquietud lo reemplazó. Trajo la computadora a la mesa y la encendió.

—¿Pasó algo?

—Tranquilo, nada grave. Primero —Blaise miró directo la pantalla—, promete que no lanzarás ninguna maldición. Las palabras tienen poder y una maldición en voz alta puede desatar una tragedia.

—Vete. Al. Diablo. Suéltalo de una maldita vez.

—¿Te suena el nombre Soñadores diurnos?

Gene buscó en sus archivos mentales. ¿Dónde lo había escuchado? Era un periódico... no, una revista.

—¿La revista online para la que trabaja Aura?

—La misma. Busca su último artículo en la sección de Crónicas de vida.

Dejó el teléfono frente a la caja, sin cortar la videollamada. Con el ceño fruncido, escribió el nombre de su hermana en el buscador de esa página. Enarcó las cejas en sorpresa al ver la cantidad de historias de vida que había redactado.

Su última publicación tenía la etiqueta de Familias emprendedoras. Acababa de subirla. Era una historia llena de humor y optimismo, con gotas de ironía características de Aura, sobre la fundación de una casa de huéspedes...

El corazón de Gene empezó a latir en sus oídos conforme seguía leyendo.

—No se atrevería... —murmuró a través de los dientes apretados.

—¿Estamos hablando de la misma Aura?

La crónica incluía una narración de las adversidades que debió superar esa familia hasta lograr establecer su negocio, cada vez más popular entre los turistas. Al final incluyó información de contacto para quienes desearan hospedarse allí. Publicidad gratuita, cortesía de la periodista.

El resto del artículo eran fotografías de las distintas habitaciones y un jardín a rebasar de flores. En la última imagen podía apreciarse a una familia de cuatro integrantes, una mujer de mediana edad con sus tres hijos adultos.

Gene soltó una maldición tan fuerte que Blaise respondió con una mueca detrás del teléfono.

—Esa maldita bruja está en Piedemonte —gruñó—. No lo entiendo, evité hablarle de Kalah para alejarla de su radar. ¡Y ha pasado casi medio año!

Agarró el teléfono y lo llevó a su habitación. Sacó su mochila del armario y la lanzó a la cama. Ignoró el extraño déjà vu que lo envolvió.

—Que valiente de tu parte creer que Aura renunciaría a algo que despertó su curiosidad —reflexionó Blaise, con su exasperante paciencia—. Ella quería conocer a Kalah, y encontró la excusa perfecta.

—Fue solo una condenada entrevista. Algo impersonal. —Trató de consolarse como la víctima de caída libre se aferraba a una rama—. ¿Qué tanto pudieron haber hablado?

—Seguro ni siquiera salió tu nombre —aseguró con una sonrisa inocente—. Aunque Aura tenga el hábito de hospedarse cerca de sus entrevistados e interactuar con ellos una semana antes de escribir su nota.

—Cierra la boca.

Casi alarmado, empezó a lanzar ropa a su mochila. Buscó todo lo que necesitaría para un campamento improvisado. Corrió por la casa desconectando electrodomésticos.

Se detuvo en la cocina, frente a la caja que le habían prestado los investigadores.

«¿Qué estoy haciendo?», se preguntó. Dejó la mochila en una silla. Respiró profundo. Debía razonar antes de hacer algo tan impulsivo.

Levantó el teléfono y estudió la mirada curiosa de su hermano.

—Temo por la cordura de Kalah. Esa arpía de Aura tiene un humor muy retorcido... pero no puedo irme así como así. Necesito avisar en el trabajo, mi casero quiere una respuesta, tengo análisis médicos de rutina, debo enviar informes esta semana. No tengo tiempo para...

La carcajada de Blaise interrumpió su discurso.

—Lo siento, lo siento. —No parecía arrepentido. Su sonrisa fue lenta, aquella curvatura lobuna propia de los Solei antes de soltar una bomba—. Ahora es cuando se hace evidente que Aura lleva cinco años más de experiencia en este mundo que tú.

—Deja las indirectas y dispara.

—¿Ya viste la foto que publicó hace unos minutos?

Gene salió de la videollamada y fue a buscar el contacto de su hermana.

Allí estaba. Una selfie con las montañas de fondo. Mantenía su brazo libre en el hombro de una joven de cabello corto y sonrisa inmensa. Esta última sostenía dos latas de alguna bebida alcohólica frutal, las preferidas de Aura. Por la chispa que reflejaban las pupilas de ambas, para ese momento ya debían haber consumido un six pack.

Por si eso no era suficiente para hacerlo actuar, la descripción de la foto era la última carta de esa perversa bruja:

«Y aquí estoy... haciendo dudar de su sexualidad a mi futura cuñada. Ups».

Soltó un insulto tan violento que hasta los fantasmas se habrían asustado. Sin siquiera pensarlo, cerró las ventanas y recuperó su mochila.

Poco le faltó para atravesarse a mitad de camino de un taxi. Veinte minutos después, se bajó en la estación de ferrocarril más cercana. Esta vez, se aseguró de tomar el tren correcto.

«Está hecho. No hay marcha atrás», reflexionaba mientras el vehículo se ponía en marcha. En lugar de viajar con los ojos cerrados, en esta oportunidad mantuvo la vista atenta en la ventanilla.

Cuatro horas le tomó desde la ciudad hasta Piedemonte. Tiempo suficiente para que su mente se enfriara y sincerara consigo mismo. Se había aferrado a una excusa absurda porque deseaba volver una vez más, aunque su hospedaje estuviera lejos de Flores de Cristal. Quería verla sin que la sombra de la muerte los acechara.

Gradualmente, los edificios fueron transformándose en un prado de flores sobre colinas. Tan acostumbrado al humo de los vehículos, le resultó agradable el aire con aroma a hierbas. Los cerros que daban la bienvenida al pueblo habían perdido su blanco nieve en favor del verde primaveral.

Dejó escapar un suspiro de alivio, atrás quedó el condenado invierno. No era así con las ánimas. Estas abundaban entre las casas, al menos una cada cuatro familias. Definitivamente tendría trabajo como mediador en Piedemonte, si estuviera dispuesto a poner esa carga sobre sus hombros.

¿Cómo se encontraría Kalah? ¿Su sonrisa seguiría tan brillante como recordaba? Tragó saliva. ¿Cómo reaccionaría al verlo otra vez? Sus manos temblaban cuando levantó su mochila. Luchó por reprimir el miedo y las esperanzas.

Tras bajar del tren, su primer reencuentro fue con jefe de la estación. El hombre estudiaba un mapa en una banca junto a otro de los conductores. A juzgar por el brillo burlón de sus pupilas, reconoció a Gene.

—¿Te equivocaste de tren otra vez, muchacho? Sí que dejaste una huella la última vez que viniste. ¿Es cierto que puedes ver fantasmas?

Con un rostro expresivo como el suyo, el médium no necesitó palabras para mandarlo al diablo. Por si acaso, le dio la espalda y, mientras emprendía su camino hacia la calle principal, levantó su dedo cordial. Escuchó la carcajada del hombre y un comentario casual a su colega sobre el potencial de Gene como detective paranormal.

«Primero muerto antes de convertirme en detective», deseó replicarle.

Fue inevitable que lo ocurrido en Flores de Cristal se divulgara como pólvora ardiendo. Tenía esperanzas de que las aguas se hubieran calmado después de tantos meses.

Después de una larga caminata, levantó una mano para proteger sus ojos del sol. No tenía idea de la hora, la llamada de Blaise había sido poco después del almuerzo. Casi sin darse cuenta, sus pies se detuvieron ante el caserón azul.

Las puertas estaban abiertas. Un grupo de turistas salió entre carcajadas. Lo saludaron al pasar, sin dejar de planear una excursión a Morte Blanco.

Rosales y jazmines habían sido plantados alrededor del camino de entrada. La tierra lucía oscura y húmeda bajo sus zapatillas. Escuchó risas, una voz familiar coqueteando descaradamente. Su corazón comenzó a bombear con fuerza. Descubrió el pulso inestable en sus propias manos, así que optó por guardarlas en los bolsillos.

Tomó aire para armarse de valor y dio un paso al interior. La calidez lo desconcertó. El frío antinatural era historia pasada. La oscuridad que consumía los rincones había desaparecido. Flores frescas adornaban jarrones en puntos estratégicos, desprendían un aroma refrescante y dulce.

Kalah le daba la espalda mientras conversaba animada con una pareja de turistas. Movía sus brazos expresiva mientras explicaba los beneficios del aire de montaña. En medio de su circunloquio, consiguió promocionar su alquiler de equipo de senderismo.

Sin darse cuenta, él dejó escapar una risa.

Ella se sobresaltó. Se volvió despacio, la cautela en sus pupilas. Su enorme boca cayó abierta cuando sus miradas se encontraron.

Por un instante, él temió ser rechazado. Una solicitud amable de que se marchara de Flores de Cristal habría sido más dolorosa que ser echado a patadas. O a bastonazos.

Debió haber sabido que ella nunca reaccionaba como esperaba.

—¡Génesis! —chilló tan fuerte que él hizo una mueca—. ¡Estás aquí!

De imprevisto, se lanzó a envolverlo en un abrazo tan sincero que estuvo a punto de derribarlo. La pareja de turistas murmuró una excusa antes de irse. Kalah aprovechó que lo había desequilibrado y atrapó el rostro masculino entre sus manos.

—Eres más lindo de lo que recordaba —comentó con naturalidad—. Si ser vegetariano te deja esta piel, creo que esta noche habrá verduras de cena.

—Es hereditario —respondió él, aturdido.

—Lo sospechaba después de conocer a tu hermana. Tu familia es preciosa. Sería una pena... —Descansó la frente contra la suya, una sonrisa perversa curvando sus labios— que alguien arruinara esos genes.

Gene soltó una carcajada. Era tan fácil bajar la guardia con ella. ¿Por qué lo trataba como si apenas hubieran pasado unas horas desde su último encuentro? ¿Era un don adquirido tras años trabajando en una casa de huéspedes?

—Tan descarada como siempre. —Tomó un mechón de su cabello entre sus dedos. Ella se lo había dejado crecer hasta los hombros—. Me gusta.

—Lo dejaré largo para poder cortarlo cuando me entre una crisis existencial femenina —soltó con una voz tan casual que él no supo si bromeaba—. Volviste demasiado pronto, corazón. Me hiciste perder la apuesta con Aura.

—Nunca hagas una apuesta con una bruja.

—Me contó muchas anécdotas de tu infancia. ¿De verdad trataste de invocar al espíritu de su gato muerto cuando tenías diez años?

Gene maldijo a su hermana en más de un idioma.

—Prefiero no hablar de eso. ¿Dónde está esa arpía?

—Tomando una siesta en el patio. —La sonrisa se atenuó, una sombra sutil apareció en sus pupilas—. Debo ir por algo a mi habitación. Te dejo tiempo para saludar a tu amada hermana.

Sin más explicaciones, ella escapó hacia el pasillo. La mirada del joven se perdió en ese sitio por un momento. Entonces sacudió la cabeza.

Se encaminó al patio trasero. La tierra había sido cambiada, a juzgar por las plantas aromáticas que sembraron en el terreno. Descubrió macetas con forma de hongos, cisnes y tinajas caídas. Su atención se vio atraída por una familia de gorriones que jugueteaba en la fuente de agua restaurada.

Recostada en una hamaca paraguaya colgada a un lado del patio, los rizos oscuros de Aura sobresalían por un costado. Sus ojos estaban cubiertos por unos lentes de sol enormes.

Permanecía inmóvil. Tanto que apenas percibía su respiración. Él llevó las manos a su espalda. Fue difícil resistir el deseo de dar vuelta la hamaca para que ella se estrellara contra el suelo.

Tomó una bocanada de aire. Entonces se inclinó hasta su oído.

—¡Bruja problemática! —gritó.

Aura abrió los ojos de golpe tras los anteojos. Un jadeo escapó de sus labios carmín. Su reacción lenta le hizo preguntarse si acababa de despertarla de algo más que un simple sueño.

—Pequeño nigromante —fue su saludo cuando consiguió reponerse—. Te estabas tardando tanto que me quedé dormida.

—¿Qué carajos estás haciendo en Piedemonte?

—¿Qué puedo decir? —Se incorporó. Bajó los pies al suelo y acomodó el pañuelo que domaba sus rizos—. Sabes que me encanta cosechar historias. La mejor parte es que me pagan por escribirlas.

—Lárgate.

—Aún no ha nacido quien pueda darme órdenes, pequeño nigromante.

—No me llames así en público —gruñó—. ¿Hiciste una apuesta con Kalah?

—Con ella y sus dos hermanos. Tu alma gemela apostó que nunca volverías. —Soltó una risa perversa—. Sin rencores, es consciente de que una relación a distancia sería un desastre. Se ve que tendrás que esforzarte más para ganar su confianza.

—Sabías que vendría en el momento que escribiste ese condenado artículo. ¿Te crees muy inteligente? —Él apretó la mandíbula. Sentía el calor subiendo por su cuello. No quería tener esta conversación con su hermana.

—No me lo creo... lo soy —señaló sin una gota de humildad—. ¡Te estás sonrojando! Qué tierno.

—Púdrete. —Apartó la mirada y llevó una mano a la parte posterior del cuello.

—En el lado optimista, Kalah está loquita por ti y ni se molesta en fingir indiferencia cuando le hablo de la familia. —Se llevó un dedo a la barbilla—. Me agrada. Es demasiado buena para ti. —Sus párpados cayeron, soltó un largo bostezo—. Ahora que estás en Piedemonte, me voy. Tengo algo importante que necesito comprobar. Nos vemos en la boda de Blaise.

—¡¿En la qué?!

—Fiesta de compromiso o boda. Es lo mismo. Blai se comprometerá pronto. No necesito un oráculo para ver lo evidente. Ya sabes cómo es de convencional. —Levantó sus anteojos de sol y le sonrió a Kalah—. Si mi hermanito no te lleva como su acompañante, puedes venir conmigo, corderito.

—No la mires —Gene cubrió los ojos de Kalah con sus dedos—, es el encantador y las serpientes en uno solo.

Con una sonrisa oscura y una inclinación de cabeza, Aura se despidió.

Kalah soltó una risita. Él la soltó.

—Eres más juguetón cuando estás con tu familia. Adoro a tu hermana, cuando sea grande quiero ser como ella.

—Eres perfecta a tu modo. No necesitas sumarle sus defectos a los tuyos —musitó él. Con una sonrisa cálida, acarició la mejilla femenina. Le apartó un mechón del rostro para verla mejor.

—Extrañaba tus espantosos cumplidos —replicó ella en un susurro, inclinándose hasta rozar su boca—. Ahora que estamos solos, ¿qué estás esperando para saludarme como se debe?

—Los buenos modales no son mi fuerte.

Con esa declaración, cerró la distancia entre ambos. Mientras sus labios se reencontraban con el ansia de quien había esperado una eternidad, Kalah subió los brazos hasta rodearle el cuello.

La había extrañado demasiado, tanto que jamás podría expresarlo con palabras. Bastaba un segundo a su lado, una sonrisa fugaz, para sentir una paz más profunda que en todo un año de soledad. Si hubiera imaginado que llegar a ese pueblo sería el mejor accidente de su vida, volvería en el tiempo sin miedo, a cometer los mismos errores.

Su mano se deslizó hasta la parte baja de la espalda femenina y la atrajo contra sí. Se inclinó para profundizar el beso. Escuchó su risita y la devolvió.

Sintió el aroma de su perfume, las notas acarameladas eran tan dulces como sus labios. Podía percibir los latidos desbocados de su propio corazón, a tan solo centímetros uno del otro. Tan vivo, tan lleno de energía. Ella no era una rosa frágil que se quebraría bajo sus dedos, era un lirio fuerte imposible de arrancar una vez que crecía en su sistema.

Con un suspiro, sus bocas se separaron. Permanecieron abrazados un momento más, en silencio.

Entonces Kalah atrapó su mano derecha.

—Ven, quiero mostrarte algo. —Empezó a arrastrarlo hacia la construcción de ladrillos que se vislumbraba al fondo del patio.

—A eso le llamo una mujer con iniciativa.

—¡Qué malpensado! —Ella le dio un empujón juguetón con su hombro—. Me gusta esta faceta tuya, nos vamos a llevar de maravilla. Pero ahora sé un buen chico y dime si ves algún fantasma en el nuevo taller.

Gene estudió la estructura que podría ser una casa aparte. Las paredes no solo volvieron a levantarse. Ahora enlucidas, tenían una mano de pintura del mismo verde que el jardín. La energía que desprendía se sentía limpia, nadie imaginaría que fue la tumba de tres cuerpos.

—Está limpia. Puedo adivinar que han superado sus problemas económicos. Se siente extraño que no intentes venderme algún producto o servicio.

Ella soltó una carcajada. Abrió la puerta y entró primero. Gene se asomó con cautela, manteniéndose en el umbral. Sus hombros se relajaron al comprender que la maldición se había desvanecido por completo. El equipo parecía usado pero en excelentes condiciones.

—El hospedaje va viento en popa —continuó Kalah—. Ahora tenemos inquilinos permanentes, la mayoría universitarios. Mientras no estén en época de exámenes, son unos soles. Consiguieron llevar a Cellín a una fiesta, de a poco está superando su miedo a acercarse a otros. —Su voz se apagó, parte de la energía ansiosa la abandonó—. Ella se culpa. Si no se hubiera enamorado de...

—Mael. Puedes decir su nombre.

—Lo intentaré. Estamos yendo a terapia familiar, ¿sabes? Todavía tenemos miedo cada vez que llega el correo o nos quedamos a solas. Si tan solo hubiera visto las señales, podría haber evitado...

—Nunca pienses eso —insistió Gene, tomándola por los hombros—. ¿A quién se le ocurriría sospechar que alguien querido es un monstruo?

—Me cuesta entender. A-ada... —su voz se quebró— era mi mejor amiga. Es difícil separar a mi copiloto del monstruo. Me duele pensar que todos nuestros momentos fueron una mentira. Ella guio a los pilotos esa noche en Piedemonte, ¡nos salvó la vida a mis hermanos y a mí! Era rescatista, ayudó a cientos a través de los años. —Levantó la barbilla. Sus ojos estaban húmedos—. ¿Está mal sufrir por su muerte, Génesis? Desearía poder enterrarlas por separado. En un pozo a la mujer que cometió esas atrocidades. En una tumba con flores a mi hada madrina.

«Mentiría si dijera que la comprendo», pensó.

—Su amor por ti fue sincero, Kalah. —Trató de encontrarle lógica a sus sentimientos—. Su amistad fue real. Ella nunca quiso hacerte daño.

—Trató de destruir a Cellín. Eso habría sido mucho peor que apuñalarme por la espalda. —Las lágrimas amenazaban con desbordarse—. ¿Por qué te fuiste, Génesis? Creí que te quedarías un poco más. Yo necesitaba...

—Necesitabas a tu familia. —Apoyó una palma en su mejilla. Aguardó a que levantara la vista—. Y ellos llevaban años tratando de alcanzarte.

Ada había sido el ancla de Kalah. Al quedar a la deriva, la joven buscaría un nuevo refugio. En medio del dolor, sin la presencia de intrusos, era el momento perfecto para recuperar la conexión con su madre y hermano. ¿Qué derecho tenía él de robarles esa oportunidad?

—Sigo un poco enojada pero me alegra que estés aquí. —Se inclinó para besar la comisura de su boca. Entonces se aclaró la garganta—. No le digas a nadie esto —susurró—. Mi madre aportó parte de sus ahorros para restaurar el taller de Cellín. Crisan también rompió su alcancía para crear este jardín. Llevar este caserón es más fácil si somos cuatro. ¡Puedo pagar mis propios cono-pizzas!

—Tus prioridades nunca dejan de sorprenderme. —Atrapó su mano y tiró de ella para salir del taller—. Ya suéltalo, ¿qué quieres mostrarme? Tu mano tantea tu bolsillo cada cinco minutos y amaga con sacar algo.

Ella se mordió el labio inferior y sacó una hoja de papel fotográfico. Gene recordó la carta suicida que analizó en su departamento hacía unas horas. A veces la energía quedaba impregnada en algo tan insignificante como un trozo de papel amarillento.

—Estaba en la billetera de Ada —explicó ella—. Fue tomada hace como cuarenta años.

El médium contempló esa fotografía arrugada. Desprendía un aroma a vainilla, y una electricidad imperceptible al ojo promedio. En tonos sepia, dos niños pequeños jugaban sobre la nieve. El fotógrafo había capturado el momento exacto en el que el niño estaba a punto de resbalar hacia atrás, y la niña extendía una mano para atraparlo. Ambos sonreían. Era solo un juego infantil, sin verdadero peligro.

—Se ven muy inocentes —musitó, preguntándose en qué momento se retorció todo.

—Petro era más que su mejor amigo, eran familia sin lazos sanguíneos. Quizá los Monterrey despiertan por naturaleza cierta obsesión en sus seres cercanos. Amor u odio. Yo daría mi vida por Celinda Monterrey. Ella es mi hermana, hemos sobrevivido a los inviernos más crudos. Juntas. Y sabes que el invierno en Piedemonte despierta a nuestros peores fantasmas. Sé que por momentos suena enfermizo, pero solo quiero que sea feliz. Devolverle un poco de la lealtad y amor que me ha dado... Si eso es lo que Ada sentía por Petro, creo que puedo comprenderla. No perdonarla, solo darle un sentido a su desequilibrio.

Como si dejar ir esas palabras le hubiera quitado un peso de encima, Kalah respiró aliviada.

Antes de poder responder, Gene sintió un cosquilleo en su sien. Levantó la vista hacia la ventana del ático. Era circular, lo suficientemente grande como para que alguien se asomara. Estaba abierta.

—Cellín está en su habitación. Se alegra de verte, solo está siendo tímida.

—No creo que tu hermana sea tímida.

Podía entender los sentimientos de Kalah. A pesar de sus escudos emocionales, era una persona transparente. Sin embargo, no conseguía descifrar a Celinda Monterrey. Lo confundía su dualidad de niña inocente al borde del quiebre y mujer desesperada por sobrevivir.

Cuando Kalah se disponía a guardar la fotografía, él atrapó su muñeca. Sin darle tiempo a reaccionar, le arrebató la imagen con sus dedos desnudos.

Al instante, los gritos femeninos estallaron en sus oídos. El agua salpicó sus brazos. La ropa húmeda y gélida de Celinda, junto a su resistencia, le impedían su objetivo de hundirla en la bañera.

Niña inútil. Despertó antes de tiempo. Solo le faltó sumergir su cabeza.

La muchacha se sacudió tanto que el agua salpicó todo el suelo del baño. Resignada a que su obra estuviera incompleta, la jaló del brazo y arrastró fuera. Ignoró el chillido de dolor que soltó cuando golpeó el suelo frío.

Para abrirse camino junto a su presa, pateó el cuerpo masculino que yacía en el suelo. Celinda no era fácil de controlar, la desesperación la había vuelto un animal salvaje. Al límite de su paciencia, soltó su brazo y atrapó un puñado de su cabello en su lugar. Eso la aturdió por un momento, tiempo suficiente para arrastrarla por el pasillo hasta su habitación favorita, aquella que tenía un balcón con vistas a Morte Blanco.

Solo un poco más. Esta niña maldita era débil, no tendría oportunidad. Ambas sabían quién tenía más fuerza, experiencia y edad. Quería verla rota por dentro y por fuera. Su espíritu ya estaba al límite, el ciclo se cerraría cuando su cadáver yaciera quebrado sobre la nieve...

¿Por qué no cerraba la boca de una vez? Sus chillidos mientras forcejeaba por alejarse del balcón eran ensordecedores. ¡Maldita, nunca debió haber nacido! ¡Solo traía desgracias a su alrededor!

La empujó con violencia contra el barandal. La mitad superior de su cuerpo ya estaba en el aire. Solo debía patear su maldito pie artificial. Justo cuando creía tenerla, la escuchó.

Un grito de lo profundo de su garganta. Idéntico al alarido que soltó esa noche en Morte Blanco, cuando estaban en ese helicóptero y descubrieron al mismo tiempo el cadáver de Petro.

Entonces el puño de Celinda golpeó su abdomen. El dolor se extendió como fuego por todo su pecho. Sus fuerzas la abandonaron, estaba paralizada. Trató de hablar, y un hilillo de sangre escapó de su boca. Fue incapaz de oponer resistencia cuando esas manos pequeñas invirtieron sus posiciones y la empujaron contra el barandal. La madera crujió, se quebró bajo su peso.

Su percepción del tiempo se distorsionó. Todo se ralentizó. Su mirada apuntó a su amado Morte Blanco, paraíso de sus mejores momentos e infierno de nieve donde enterró su corazón. Sus ojos se cerraron en rendición. Mientras caía al vacío, lo último que pudo sentir fue el frío del cristal apuñalando su abdomen.

Gene soltó la fotografía. Por un instante, imaginó que el papel caía sobre la nieve ensangrentada. Frotó sus ojos. La imagen estaba sobre el césped rebosante de vida, el jardín de Flores de Cristal. Su respiración era irregular. Necesitó un momento para reordenar sus pensamientos.

—¡Génesis! ¿Por qué hiciste eso, idiota? —La voz alarmada de Kalah atravesó esa neblina confusa en la que se encontraba—. Ya sabemos cómo fue su muerte, ¡no necesitabas experimentarla! ¿Acaso eres masoquista? Es espeluznante verte en ese estado, siento que te va quitando un poco de vida.

—Solo pierdo un poco de cordura, pero estaré bien. —Frotó sus sienes hasta que el mareo remitió. Entonces abrió los ojos—. Responde una pregunta.

—¿Cuál?

—¿Le hicieron una autopsia a Ada?

—Eso... no lo creyeron necesario. La causa de su muerte fue evidente. Ella trataba de empujar por el balcón a Cellín. Forcejearon, hubo un accidente y... cayó. Me estás poniendo nerviosa. ¿Viste algo más?

Gene recordó, de esa escena, piezas aisladas que no habían encajado en ningún rompecabezas. Había fragmentos de vidrio junto al cuerpo de Ada Bellavista. Alargados, delgados, rotos. Sangre en su abdomen aunque cayó de espaldas. En ese momento no les prestó atención.

Ahora comprendía el pensamiento de Magnolia. No estaba tan ciega. Le enseñó las flores sobre el escritorio, puñales sutiles que Celinda había comenzado a ocultar en lugares estratégicos. ¿Qué tan difícil le habría resultado esconderlo en su propia ropa?

El joven levantó la vista hacia la ventana de la terraza. Celinda lo observaba con sus ojos enormes, su cabello enmarcando ese rostro angelical. No sonreía. Tampoco apartaba la mirada. No había miedo en ella, sino una profunda inteligencia. Ella sabía de su psicometría, en ese momento debía ser consciente de que el médium acababa de reconstruir la escena del balcón.

«Nunca fue una princesa frágil ni vulnerable», pensó Gene.

La policía podría reabrir el caso. Una sola llamada bastaría para sembrar la duda. La diferencia entre un accidente y un homicidio era abismal. Una sola palabra y Flores de Cristal se convertiría en cenizas.

Por primera vez desde su llegada a Piedemonte, comprendió por qué Celinda elegía callar. El silencio era una forma de protección. Nada cambiaría, nada se solucionaría con desnudar ciertas verdades.

De la misma forma que nunca sabrían si Petro Monterrey murió por una caída o por hipotermia, los secretos que envolvieron la muerte del monstruo llamado Ada Bellavista podían quedarse donde pertenecían. Enterrados.

—La verdad es que... —comenzó, regresando su atención a Kalah— sin su condenado invierno, Piedemonte no está tan mal. ¿Mencioné que mi contrato de alquiler está por vencer?

—¿Estás evadiendo mi pregunta? —Ella entornó los ojos, suspicaz.

—Sí. Pero es cierto que me quedaré en la calle si no encuentro un nuevo hogar pronto. —Una sonrisa lenta inició en su boca. Se inclinó hasta que sus narices se rozaron—. ¿Conoces a alguien que alquile habitaciones a un precio decente?

—Eso dependería —susurró contra sus labios— de cuánto tiempo dure tu estancia.

—No tengo idea. Quizá un par de meses... o toda la vida.

FIN

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