Capítulo 29
Al fondo del jardín estéril, Gene se puso en cuclillas ante el taller derrumbado. Tomó un puñado de tierra húmeda por la nieve con su mano enguantada.
Trató de hacer memoria sobre lo poco que conocía de las maldiciones. Romperlas era la especialidad de su madre. Una vez, ella le explicó que una tierra condenada no siempre era maldecida por una persona cegada por el dolor u odio. Podría haber ocurrido una aberración en ella... o a veces bastaba con depositar un objeto maldito en un lugar estratégico. Estos eran como veneno para el espíritu. Como una fuga de gas, se extendía hasta intoxicar toda vida de los alrededores.
Si ese último era el caso, ¿dónde podría haber sido ocultado? El taller era demasiado grande como para excavar con una pala cada centímetro del suelo.
Se incorporó al oír abrirse la puerta que conectaba el living al patio. Aguardó mientras unos pasos se acercaban.
—Las chicas estarán haciendo trámites todo el día, Kalah me pidió que te avisara —fue el saludo de Crisan. Mantenía la capucha de su chaqueta cubriendo su cabeza y soplaba su aliento en sus manos, otra víctima del invierno de Piedemonte.
—Leí la nota que dejó.
Silencio. Cuando ambos eran poco sociables, cualquier conversación se estancaba a los tres minutos.
—Estaré a cargo de Flores de Cristal hasta su regreso. ¿Necesitas algo?
Gene estudió ese rostro idéntico a la joven con la que había compartido tanto tiempo. Su espíritu no podía ser más diferente. Con las manos en los bolsillos y los hombros ligeramente encorvados hacia adelante, su mirada huidiza, Crisantemo Escudero carecía de valor o liderazgo.
Era la clase de persona que recibía órdenes en vez de darlas. ¿O era todo una fachada para ocultar la mente maestra que orquestó este espectáculo fúnebre? No podía ignorar que este hombre llevaba meses en Piedemonte, viviendo como una sombra hasta que decidió presentarse en Flores de Cristal.
—Un grito desde el interior del taller cerrado —preguntó el médium de repente—, ¿qué tan lejos se oiría?
Crisan lo consideró un momento. Sus hombros se tensaron, retrocedió un paso.
—¿Me estás amenazando?
—Si quisiera hacerlo no iría con indirectas. Es una pregunta literal.
—No entiendo... —su voz se apagó mientras lo consideraba. Con el ceño fruncido, estudió las paredes del taller—. El invernadero era un buen lugar para relajarse por estar distanciado de la casa principal. Green me contó que lo insonorizaron hace un par de años porque Celinda disfruta de la música alta y eso podría molestar a los huéspedes.
—¿Estás seguro? Desde que estoy aquí, jamás la he oído poner música ni la he visto con auriculares.
—No ha estado de humor desde el final del verano.
«Música fuerte. Taller insonorizado», pensó. Su presentimiento era correcto. Algo terrible había pasado allí adentro, y podría haber sido a plena luz del día.
—¿A qué viene la pregunta?
—Quiero conocer más del ambiente que rodea a tu hermana —La explicación, dicha con una mirada fría, fue tan poco convincente que ninguno la creyó—. ¿Cuáles son tus sentimientos por Celinda?
—¿Qué? Aguarda, aguarda. ¿Por cuál hermana pretendes...?
—También consideras a Celinda tu hermana —reflexionó en voz alta—. ¿Eso significa que no compartes la misma hostilidad que tu madre?
—¿Esto es un interrogatorio? ¿Qué carajos está pasando en esta...?
—Entonces también odias a Celinda.
—¡No! —Crisan frunció el ceño y sacudió la cabeza tan rápido que su capucha cayó—. Yo no la odio. Tampoco podría decir que la quiero —Se rascó la nuca, incómodo—. No la he visto en años. Para mí es solo un pariente lejano con quien compartí una experiencia traumática.
—¿Ves de la misma forma a Kalah?
—No... —El joven soltó el aire en una nube de vaho, evadiendo el contacto visual—. Kalah es mi verdadera hermana. Quiero... recuperarla. Escucharla incluirme en sus planes futuros, que comparta conmigo el peso de sus problemas. Volví para demostrarle que puede contar conmigo. No voy a dejarla sola... otra vez.
—Si ese es el caso, ¿cómo planeas demostrarlo?
—Comenzaré por ayudarle en la administración del caserón —Sus pupilas se iluminaron, el reflejo de la esperanza—. Estoy haciendo una investigación de mercado y diseñando proyectos para renovarlo.
—Veo que uno de los hermanos consiguió ir a la universidad —musitó Gene por lo bajo.
—¿Sabías que Piedemonte tiene uno de los mejores institutos de guardaparques? —continuó Crisan, armándose de valor al hablar de algo que le apasionaba—. Y una asociación de guías de montaña conocida en Latinoamérica.
—He notado que el turismo es un pilar de la economía del pueblo.
—Muchos vienen a estudiar esas profesiones y necesitan un lugar por meses, hasta años. Inquilinos permanentes le darían seguridad económica a Kalah, dejaría de depender de la suerte.
Gene se preguntó si debía señalar que Kalah tenía ciertos traumas con la idea de dejar entrar a personas en su vida de modo permanente. Sin mencionar la parte en la que deberían invertir dinero en renovaciones.
—Los sueños nunca nunca son fáciles ni económicos.
—Tengo ahorros, no me importaría invertirlos. Mi sueño es ser una pizca de lo que Ada es para Kalah —confesó en un murmullo apagado—. Y mi peor pesadilla es terminar como nuestra madre, atrapado por un odio sin sentido.
Para bien o para mal, la familia que los astros les asignaban siempre terminaba dejando su marca. La sangre llamaba con fuerza.
—Te deseo suerte. —Gene se dispuso a regresar a su habitación.
—Espera —Crisan se atravesó en su camino—. ¿Qué está pasando en esta casa? En este momento, conoces más a mi familia que yo mismo.
—¿Por qué no le preguntas a tu hermana?
—Me evade con una sonrisa exasperante. Si no fuera por el caos del festival, ni siquiera sabría que alguien le envía cajas raras a Celinda. ¿Es realmente peligroso?
Génesis entornó los ojos, estudiando ese rostro desconocido y a la vez familiar. ¿Qué tanto quedaba del adolescente que Kalah conoció años atrás? En cierto sentido, este hombre era un extraño para Flores de Cristal.
Cada vez comprendía mejor por qué las hermanas habían decidido guardar en secreto el contenido de esos paquetes. Ni siquiera llamaron a Magnolia cuando la policía llegó esa noche. No recurrieron a amigos en busca de protección. En el fondo, presentían que no podían confiar ni en su propia familia. Solo la una en la otra.
Inevitablemente, estaban solas en esta batalla de voluntades. Guardarían tras sus labios sellados la tortura a la que estaban siendo sometidas.
Sería tan fácil destruir a Celinda cuando estaba aislada en su propia casa. Sería demasiado sencillo ahogarla en su propio silencio.
Y el asesino era consciente de eso.
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