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Capítulo 28

Le tomó un par de días más escapar de esa nube oscura que afectó tanto su mente como su cuerpo. ¿Esta era la famosa Terapia de sueño? Cuando sintió que sus fuerzas regresaron, abandonó la cama. Le dolía la cabeza tanto estar acostado, sus músculos necesitaban elongar.

Con un gemido, buscó su teléfono en la mesa de luz. La batería estaba muerta. Lo dejó cargando en tanto se daba una ducha. El agua templada se llevó la mala energía que había estado acumulando. Dejó su espíritu mucho más despejado y sus miembros relajados.

Regresó a su habitación frotando una toalla contra su cabello. La naturalidad de sus movimientos le hizo preguntarse en qué momento se había adaptado tanto a Flores de Cristal, pero decidió ignorar ese interrogante.

Distraído, encendió el celular con su mano libre. Se congeló al ver las llamadas perdidas, sus ojos quedaron muy abiertos.

Cientos. De sus padres y hermanos, incluso de su única cuñada. Con razón la batería se había agotado, debió sonar durante horas.

A eso se le sumaban mil mensajes en el grupo familiar. Incluso le habían cambiado el nombre a ese chat por...

—¿Escuadrón rastreador de médiums tsunderes? —leyó con incredulidad.

Como ícono de perfil aparecía una foto del mismo Gene durmiendo en esta habitación de Flores de Cristal, abajo podía leerse la leyenda de Localizado. En las últimas imágenes enviadas encontró memes creados con sus fotografías.

—Esto se puso raro —murmuró. Se aclaró la garganta. Entonces presionó el micrófono, acercó el celular a su boca y dejó su único comunicado con un tono seco—. Estoy vivo. Díganle a la bruja que hizo memes de mí que se pudra.

No pasaron ni treinta segundos que el aparato comenzó a vibrar con la llamada de Aura.

—Hasta que despiertas, feo durmiente —fue el animado saludo de su hermana.

—¿Qué rayos les pasó? Tengo cientos de llamadas suyas.

—¡Y todavía lo preguntas! —Soltó un bufido—. Desestabilizaste toda la red familiar, pequeño nigromante. Estaba conduciendo cuando recibí tu señal. Un balazo habría dolido menos. No me sentía así desde el accidente de Blaise.

El joven hizo una mueca. A veces olvidaba cuán conectados estaban los Del Valle Solei. Los unían lazos invisibles que atravesaban los kilómetros de separación. El dolor de uno era compartido por todos.

—Me sorprende no tenerlos aquí, pateando puertas a lo desquiciado.

—La idea se consideró.

—Pero no tenían mi ubicación exacta —agregó satisfecho.

La carcajada de Aura le hizo borrar su sonrisa.

—Eres tan ingenuo. ¿Desde cuándo algo así nos detendría? Decidimos darte unos días más gracias a tu encantadora flor.

—¿Quién?

—Kalah.

La sangre abandonó el rostro del muchacho.

—¿Cuándo... cómo... por qué... conoces a Kalah?

—Las ventajas del internet. Me enorgullece probar mis habilidades como hacker. —La imaginó acomodando el celular entre su oreja y hombro, y estirando los dedos hasta hacerlos tronar—. Blaise mencionó que estabas en Piedemonte, así que rastreé todas las casas de hospedaje del pueblo. Luego las fui filtrando por aquellas que tuvieran mujeres en la administración...

—¿Había muchas?

—Bastantes. Pero recordé más datos. Cuando te llamé, tu casera mencionó algo sobre un taller y el nombre Cellín. Encontré una red social de una veinteañera que compartió publicaciones hablando de su hermanita Cellín, Celinda. La chica se llamaba Kalah. Curioso, el único hospedaje con esos nombres en su administración era una casona. Flores de Cristal. Conseguir el número de reserva fue pan comido. También lo fue hablar con tu flor silvestre y convencerla de hacer una videollamada para mostrarnos cómo dormías. Aproveché de sacar capturas de pantalla.

Gene permaneció mudo por un largo momento. Entonces soltó un silbido. Como un hombre que carecía de habilidades con la tecnología, le tenía un gran respeto a su hermana cuando sacaba su lado tecno.

—Compadezco a tus parejas.

—No soy ese tipo de chica stalker. Prefiero conocer a las personas en el mundo real.

—Borren esas fotos.

—¡Jamás! —Escuchó un gran bostezo—. Kalah es linda. ¿Es cierto que saltan chispas cuando los Del Valle encuentran a su alma gemela?

—No tengo idea de qué estás hablando.

—Creí que era una broma de papá, pero Blaise dijo que lo supo cuando conoció a Leya. Simplemente fue como... si hubiera encontrado un tesoro que no sabía que estaba buscando.

Gene bajó la mirada al puño que aferraba la toalla. Una inquietud cosquilleaba en su pecho. Sacudió la cabeza.

—¿De verdad crees esas cosas? —soltó con burla—. Te imaginaba tan romántica como un pantano.

—Tengo mis momentos. Una vez al mes me convierto en un pastelito cursi y cariñoso. Sediento de helado y amor.

—No quiero detalles.

Ella soltó una risa gutural. Escucharon sus respiraciones serenas durante un momento.

—Me alivia saber que estás bien. ¿Quieres contarme qué pasó?

—Es... complicado. Pero estoy bien, de verdad.

Tres latidos pasaron. Casi pudo sentir la frustración de su hermana a través de la línea.

—Comprendo. Cuando estés listo, vuelve a casa para un interrogatorio exhaustivo.

Agradeció que ella no insistiera. No estaba preparado para compartir sus descubrimientos sobre Mael. Si sabían que estaba siguiendo las huellas de un asesino serial, los tendría en Piedemonte en un santiamén.

—Avísale al resto. No tengo tiempo de leer o responder todos esos mensajes.

—Lo haré. —Hizo una pausa. Se escucharon ruidos de piedritas cayendo sobre una superficie—. No veo heridas físicas en tu futuro, solo emocionales. Demasiadas.

—No tendré que preocuparme por recibir una bala —replicó con sequedad—. Solo debo evitar volverme loco.

—Está difícil. Pero no te preocupes, entre todos te pagaremos un psiquiátrico decente. Uno con terapia de electroshock. Para apoyarse está la familia.

La risa hizo temblar los hombros del médium. Saber que hablaba en serio aligeró parte del dolor en su corazón.

—Voy a colgar, bruja problemática.

—Qué gentil de tu parte avisarme. Estamos en contacto, pequeño nigromante.

Cortó la llamada con una sonrisa serena. Hablar con su familia siempre conseguía devolverle la estabilidad. El efecto también funcionaba a distancia.

Su estómago gruñó. Decidido a abandonar esa cueva, bajó a desayunar. No había rastro de las mujeres de ese caserón. Los turistas salieron a dar un paseo desde la madrugada.

En el refrigerador encontró una nota de Kalah. Le daba acceso libre a la cocina, y avisaba que irían a comprar víveres. Esa era la versión oficial. Gene recordó que el día anterior ella le había contado sus planes de ir con Celinda a la policía e insistir en la denuncia de acoso. Ese día ser su verdadero destino esa mañana.

Cómodo en su soledad, puso a hervir agua y rebuscó en la alacena algo sólido. Todo lo que encontró fue pan, queso y un tomate. Era más de lo que esperaba. Con su desayuno improvisado, se dejó caer en el sofá ante la chimenea. Lanzó dos leños al fuego justo antes de que las llamas se extinguieran.

A través de la ventana, los copos de nieve caían con serenidad hasta cubrir todo el suelo del patio. Cerró los ojos y dio un sorbo a su taza de té. El crepitar de los troncos al arder y el silbido del viento eran un arrullo que le provocó somnolencia.

¿Cuándo fue la última vez que se sintió en casa? Quizá... el último verano, cuando su familia se reunió para agobiar a su hermano durante su recuperación. Pero era diferente. La casa de sus padres en la ciudad, o el piso de Blaise en Bosques Silvestres, eran santuarios donde siempre sería bienvenido, pero hacía años había dejado de considerarlos su hogar.

Su departamento tampoco no le pertenecía. Ya no. Cuando supo que Mael nunca regresaría por sus posesiones restantes, algo se quebró. Se puso guantes y guardó todo en lo que fue el dormitorio de su amigo. Decidió echarle llave y fingir que la vida seguía.

La verdad era que dolía. Esas cuatro paredes amenazaron con enloquecerlo. El recuerdo de la alegría compartida podía ser el fantasma más aterrador para un médium.

Unos pasos a su espalda lo arrancaron de su ensimismamiento. El perfume demasiado dulce, casi empalagoso, flotó hasta su nariz. Se inclinó hacia el costado del sofá para observar.

La mujer revisó las cortinas que daban al exterior y aseguró la puerta de entrada. Entonces fue decidida hasta el escritorio, sacó el portátil debajo del mismo y lo encendió. Sus uñas pintadas de un blanco nieve tamborilearon sobre la superficie de madera mientras aguardaba.

Fue en ese momento que levantó la vista y descubrió la presencia del huésped. Soltó un grito y se llevó una mano al pecho.

—¡¿Qué demonio...?!

—Soy humano —señaló Gene, mirándola por encima de su taza—. Creo.

—Es de buena educación avisar que estás en la misma habitación, ¿acaso tu madre no te enseñó modales?

—Hizo su mejor esfuerzo... —Sus ojos se entornaron con suspicacia—. También me enseñó que era una falta de respeto revisar las computadoras y celulares de mis hermanos, señora Magnolia.

La madre de Kalah tragó saliva. Sus dedos estaban tensos, sujetando la tapa del portátil como si fuera lanzárselo a la cabeza ante la menor señal de peligro.

Él la contemplaba en silencio. La temperatura había descendido, la paz huyó por debajo de las puertas.

—¿Vas a decirle a Kalah?

Gene enarcó una ceja. Lo último que esperaba era encontrarse en una situación de poder la primera mañana después de recuperar la salud.

—Eso dependerá de lo que escuche en los próximos cinco minutos.

—Yo solo... quería ver el historial —explicó Magnolia, su tono orgulloso pasando a la rendición—. Intento conocer más a mi hija. ¿Sabes hace cuántos años no hablamos cara a cara? Una conversación real de madre a hija...

—Podría preguntarle directamente.

—Eres muy joven para entenderlo. Esta familia ha pasado por momentos muy duros. Si intento avanzar un paso, Kalah retrocede dos. Está a la defensiva todo el tiempo. ¡No sé qué más hacer para acercarme!

Aunque ese primer comentario sobre su edad lo picó y deseó mandarla al infierno, se contuvo.

—Dejar de estar a la ofensiva podría ser un buen paso. Cada golpe que Celinda reciba, Kalah lo tomará personal.

—No... yo... Es difícil. Solo verla me hierve la sangre. ¡No soporto su hipocresía! Quiero que Celinda se quite la máscara de princesa inocente. Es mucho más astuta e inteligente de lo que imaginan. Sabe que actuando su papel de víctima, Kalah se quedará siempre a sus pies. Si demostrara que puede cuidarse sola, hace tiempo mi hija habría escapado de esta cárcel.

«Eso demuestra que no conoce a su hija. Si lo hiciera, sabría que Celinda no es la única que la retiene aquí», se abstuvo de replicar.

—¿Por qué está tan segura?

—A veces Celinda olvida su actuación y escucho vidrio que se estrella contra la pared. O un grito ahogado detrás de su puerta. ¡No has visto su expresión cuando le dan la espalda!

—No. No he sido testigo de eso. En este momento es su palabra contra la suya.

—¡¿Tengo que poner cámaras para que me crean?! ¡Voy a conseguir pruebas de su verdadera personalidad! —Tomó una bocanada de aire y levantó una rosa de cristal del florero sobre el escritorio—. Ya tienen una bajo sus narices. Antes de que ella misma saboteara su taller, había empezado a fabricar estas cosas. No son las mismas que dan a los huéspedes. —Le enseñó el tallo verde cristal, del grosor de un pulgar, con la punta delgada y afilada—. Son puñales camuflados en flores. ¿Por qué una niña inocente escondería armas en puntos estratégicos?

—Puedo pensar en al menos tres motivos lógicos.

—Celinda sabe todo lo que ocurre en esta casa pero nunca habla. —Ignoró la réplica y continuó—. No desde que asesinó a Petro.

—¿Usted estuvo allí esa noche de invierno? —Gene ya sabía la respuesta.

—No, pero... ¡él era un montañista profesional! —Su voz se fue elevando cada vez más, sus puños temblaban—. Nunca se habría expuesto ante semejante clima si no fuera por Celinda. Si ella no se hubiera lastimado, podrían haberse quedado a salvo en esa cueva. ¡Habrían sido rescatados si tan solo hubieran esperado una hora más!

Gene hizo a un lado la taza con un golpe seco. Se levantó del sofá para poder mirar de frente a esa mujer.

—¿Nunca pensó que Petro Monterrey eligió arriesgarse no solo para salvar a Celinda, sino también a los hermanos Escudero? —soltó con brusquedad—. Si en vez de Celinda, hubiera sido Kalah, ¿usted se habría quedado sentada esperando?

—¡Ya lo he pensado un millón de veces! —estalló, sus ojos húmedos por la ira—. ¡Sé que podría haber sido uno de mis hijos! Yo solo... necesito culpar a alguien. Todo este odio, todo este dolor que tengo dentro. —Se llevó una mano al pecho—. Debo sacarlo antes de que me consuma.

—Si en ocho años aún no consigue canalizarlo, el método que está usando no sirve. Necesita ayuda profesional.

—Lo sé... —susurró, su voz trémula—. Creí que se iría con el tiempo. Pero el odio es un sentimiento mucho más fuerte que el amor que alguna vez existió.

—Elija —replicó sin piedad—: Aferrarse a su odio o conservar a su hija. Y su difunto esposo nunca la perdonaría por el trato que le está dando a Celinda.

—No lo entiendes. Yo amaba a Petro, me esforzaba por tratar a su hija como mía... Pero todo cambió con su muerte. Él era el hilo que nos mantenía unidas. Ahora solo somos navajas de vidrio esparcidas en el jardín.

—Lo que yo veo es una casa llena de fantasmas que ustedes mismas dejaron entrar. No puede obligar a Celinda a mostrar ese rostro que solo usted ve, ni logrará romper el lazo que la une a Kalah.

—¡Tengo miedo! —confesó en un grito trémulo. Limpió con su puño las lágrimas que escaparon de sus ojos—. Todo lo que esa niña ama termina roto.

—En este caso, ella fue quien mantuvo las piezas de Kalah intactas.

—Solo quiero proteger a mi hija...

—Comience creando un puente.

—No sé cómo. No me salen las palabras para unirnos. Cuando me doy cuenta, los gritos escapan sin mi control.

—A veces —declaró el joven con firmeza—, solo el silencio es suficiente.

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