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Capítulo 24

Mientras su acompañante se alejaba cazando ofertas, Gene se detuvo a observar una de las tiendas que emanaba un aroma hogareño propio del pan recién horneado.

Los cocineros habían instalado una parrilla donde cocinaban panificados a la antigua con leña fresca. En ese momento sacaban unos moldes en forma de conos que habían sido rellenados con algo que no supo identificar.

Quizá era temprano para cenar, inicio del anochecer. Sin embargo, su estómago le recordó que no había probado bocado desde el almuerzo. Le hizo una señal al vendedor.

—¿Encontraste algo de tu interés? —Sintió la presencia de Kalah por detrás, quien asomó el rostro por sobre su hombro—. Oh, ¡los conopizza! Se pusieron de moda cuando era adolescente pero nunca los he probado. ¿Puedes creerlo? Siempre que voy a comprarlos siento que me conviene más invertir en ingredientes para hacer una pizza casera. —Levantó sus dedos y empezó a sumar—. Más o menos con lo que cuestan dos conos, compraría suficiente queso, puré de tomate y harina para...

—Come y calla. —Gene la interrumpió al colocar un cono en sus manos.

Ella cerró la boca. Volvió a abrirla. La cerró otra vez. Sus labios temblaron. Levantó la vista con sus ojos conmovidos al borde de las lágrimas.

—¿Para mí? —murmuró con la emoción de una niña en Navidad.

—¿Es una pregunta retórica?

—Puedo pagarlo. —Se aclaró la garganta, desviando sus pupilas—. Te lo devolveré cuando volvamos al caserón. No es que sea una mantenida y necesite que un hombre me compre comida. —Soltó una risita nerviosa—. Solo estoy tan acostumbrada a elegir con cuidado mis inversiones que no me permito estos gastos innecesarios...

Él entornó los ojos mientras esperaba a que su propia cena se enfriara. Estudió esos rasgos siempre confiados que ahora lucían aturdidos.

—Kalah... ¿Cuándo fue la última vez que alguien te invitó a cenar?

—Bueno... Ada, Cellín y yo vamos al centro comercial una vez al mes.

—Supongo que puedo deducir la respuesta a mi pregunta.

—Los hombres no me invitan a salir, Génesis —respondió ella con franqueza, comiendo con cuidado el borde caliente del cono—. No cuando tengo una hermana que es una belleza angelical. Tratan de lanzarme al saco de la hermanastra fea. Con suerte soy la segunda opción... pero yo no tengo intención de ser plato de segunda mesa.

—¿Eso te molesta?

—No del todo. —Se encogió de hombros mientras caminaba—. Tengo una autoestima demasiado saludable y un ego por las nubes. Amo mi cuerpo con más ángulos que curvas. Me encanta lo fácil que es peinar el cabello corto.

—Si es tan fácil, ¿por qué nunca lo haces?

—¡Oye! ¡Sí me cepillo! —Ella le dio un empujón juguetón con su hombro—. Pasa que las semi ondas y el cabello espeso son una combinación difícil... ¿Puedo acariciar tu cabello?

—No.

—¿Por qué no?

—¿Por qué estás cambiando de tema?

—Irme por las ramas es mi especialidad. —Levantó la mano hacia las orejas felinas del gorro tejido que llevaba el joven—. Eres como un gatito gruñón. Tan lindo y con un genio del demonio.

«Su especialidad es evadirme cuando trato de sacarle información personal», pensó.

Él inclinó la cabeza, analizándola bajo la luz de las farolas. Probablemente era una ilusión creada por pasar tanto tiempo juntos, pero a sus ojos ella se volvía tan bella que no solo sería su primera opción. Sería la única. Cada día le resultaba más difícil alejarse. Era una flor cálida y fuerte que emergía del hielo, la clase de mujer que se metía bajo la piel.

Sacudió la cabeza. Decidió cambiar de tema para contener esos pensamientos.

—¿Cómo van las cosas con tu hermano?

La sonrisa inmensa de la joven adquirió un matiz melancólico, parecía no llegar del todo a sus pupilas. Él lamentó causar eso.

—Creo que una parte de mí sigue en negación. No estoy segura de entenderme.

—¿Le guardas rencor por irse?

Gene había conocido incontables casos donde la persona herida se aferraba a su amor a pesar del dolor. Así era durante años. Justo cuando la otra persona se daba cuenta del daño que había causado y pedía disculpas... la víctima dejaba de reprimir todo el resentimiento y solo podía pensar en devolver los golpes.

La mente humana funcionaba de formas desconcertantes.

—Es difícil, ¿sabes? —musitó la muchacha, terminando el último bocado de su cono y limpiando sus labios con una servilleta—. Amar sin pedir algo a cambio, amar sabiendo que no podrás contar con esa persona cuando te caigas. Me dolió mucho, tuve que quebrarme para seguir amando a mi madre y hermano. Antes creía que el amor era apoyo y confianza mutua, lealtad sin límites... Los odié cuando me dejaron, pero aprendí a aceptar que tienen otras formas de demostrar amor. Debo respetar que elijan amarse a sí mismos primero.

—No es excusa —replicó sin piedad—. Fueron cobardes. Dejaron sus responsabilidades en tus manos, en el momento más...

—No. —Apoyó un dedo contra sus labios para callarlo—. No soy una víctima. Yo elegí quedarme y mantener de pie Flores de Cristal. Yo voluntariamente pedí ser la tutora de Cellín hace siete años. Nadie me puso un cuchillo en la garganta.

—No tenías que hacerlo sola. El peso emocional disminuye cuando sabes que tu familia estará allí.

—Lo sé. Pero no puedo cambiarlos, Génesis. Sé que hay una grieta entre mi hermano y yo. Entre mi madre y yo. No sé si algún día podremos salvarlas, pero me hace feliz saberlos cerca... aunque sea por tiempo limitado.

—Si tu hermano vuelve a huir, me ofrezco a romperle la nariz en tu honor.

—Tentador... guardaré ese cupón por las dudas. —Respiró profundo, sus ojos en las tiendas por las que pasaban—. Fue un alivio cuando supe que había regresado a Piedemonte. Aunque sigo ofendida de que se tardara tantos meses en dar la cara. —Frunció el ceño, su voz se volvió más enérgica—. Crisan es un maldito árbol de Navidad. Las bolas las tiene de adorno.

—Pero ¿qué...? —Gene soltó una carcajada ahogada—. Espera, ¿sabías que él ya estaba en el pueblo?

—¡Por supuesto! Cellín lo descubrió cerca de las cabañas de Max el verano pasado. Estuve a punto de... Espera, ¿tú lo sabías?

Gene quedó inmóvil. Se dio una patada mental. Entonces se aclaró la garganta.

—Max lo mencionó el otro día.

—Como sea. —Le restó importancia con un gesto de su mano enguantada—. Iba a confrontarlo pero Celinda me convenció de esperar... Entonces pasó lo de ese maldito viajero y me convencí de que era mejor no traer hombres permanentes a Flores de Cristal.

Él ya tenía un presentimiento de cómo iría la historia.

—Ese maldito viajero... ¿es el tipo que conquistó a Celinda?

—Ay, también conociste el chisme del príncipe azul —suspiró—. No me sorprende, luces como la clase de hombre que sabe guardar silencio mientras escucha tras las paredes.

—Los secretos escapan si dejan las puertas entreabiertas o hablan a voz de grito —replicó sin culpa.

—Como sea, ¿quieres oír el cuento de hadas completo o la versión resumida?

—La que quieras contarme.

—Deja que hago memoria mientras buscamos un lugar para sentarnos. El espectáculo está por empezar.

Pasó por entremedio de dos puestos y caminó hasta un grupo de piedras donde apenas llegaba la luz del festival.

La música empezó a sonar en los parlantes. Desde esa distancia, podía verse a los bailarines de blanco en sus posiciones sobre el escenario. Se acomodaron de modo que sus cuerpos formaban un corazón gigante. Un violinista al fondo creaba su magia para acompañar al momento de tensión inicial.

—Ahora sí. —Kalah frotó sus manos enguantadas luego de dejarse caer en una piedra—. Se conocieron en el festival de verano. La temática fue un baile de máscaras, y él no tenía una. Así fue fácil darse cuenta de que era un turista. Como hoy, también instalamos un puesto de venta. Cuando empezó el baile, sus ojos se encontraron y lo vi avanzar con una sonrisa hacia nosotras. No tardó en invitar a bailar a Cellín, pero ella negó con la cabeza y señaló su prótesis.

—¿Podía bailar?

—Solo pasos lentos. Con el regalo de Ada podrá hasta saltar, será cuestión de acostumbrarse.

Gene observó los movimientos de los bailarines en el escenario. A juzgar por la pareja expresiva que entrelazaba sus manos y se alejaba, estaban interpretando una historia romántica... trágica.

—Continúa. Intentaré no interrumpir.

—¿En qué estaba? —La atención de la muchacha también se había distraído en los artistas. Sacudió su cabeza—. Ah, sí. Aunque mi hermana sea una belleza y una dulzura, en el momento en que sus pretendientes descubren esa extremidad artificial y el mutismo, huyen. No debería haber sido diferente, casi deseaba oír la excusa incómoda que inventaría para irse... Pero él preguntó si podía sentarse a su lado. Había algo en su sonrisa, o en la suavidad de su voz, que inspiraba confianza. Cellín actuaba con una torpeza impropia de ella. Me tomó un minuto darme cuenta de que estaban coqueteando.

—¿Te quedaste a ser la tercera rueda?

—¡Por supuesto que no! No soy un dragón que la mantiene en la torre. Me fui disimuladamente... —Distraída, trazó un corazón en la escarcha que se formaba en una piedra cercana—. Cuando volvimos a casa, ella no dejaba de sonreír y soltar risitas silenciosas. Imagina mi sorpresa cuando él se presentó por la mañana, diciendo que buscaba una habitación para hospedarse.

—¿Lo amenazaste antes o después de aceptarlo?

—¿¡Qué clase de persona crees que soy!? —Ella hizo un mohín con esa gran boca de tulipán—. Antes.

—¡Lo sabía!

—Solo le di una advertencia. Que fuera directo y sincero con mi hermana. —Se encogió de hombros, en absoluto arrepentida—. Una vez infiltrado en mi casa, fue escalando de a poco hasta llegar al corazón de Cellín. Desayunaban juntos, salían a dar paseos, se acurrucaban ante la chimenea como dos palomas... Fue la primera vez que oí a Cellín silbar canciones en su taller. La música que ponía era tan cursi que el azúcar flotaba por la casa.

—¿Bajaste la guardia?

—Sí... —Empezó a trazar círculos en la nieve con la punta de sus borcegos—. Creí que volvería a oír su voz. Sabía que él no se quedaría pero deseaba que antes de partir le devolviera su voz.

—Porque el poder del amor lo puede todo... —dejó caer Gene, destilando sarcasmo—. Incluso superar un trauma de ocho años de antigüedad en un par de semanas.

—Eres tan romántico como un cactus, Génesis —se quejó ella—. ¿Nunca has amado a otro ser vivo al punto de creer que sanará todas tus heridas?

Bajó la mirada a la alfombra de nieve. Consideró con seriedad la pregunta. Además de su familia y su mejor amigo, no podía pensar en alguien más. Las mujeres que pasaron por su vida se ganaron su afecto, pero nunca consiguieron despertar aquello que los poetas llamaban amor. Quizá era incapaz de experimentar ese nivel de emociones.

Quizá la muerte le dejó sus ojos a cambio de llevarse esa parte de su corazón.

—Creo que no.

—Yo tampoco —admitió Kalah. Se inclinó hacia él, un brillo curioso en sus pupilas—. Si no fue un viejo amor, ¿por qué a veces luces como si hubieras perdido una parte de ti? ¿Qué estás buscando, Génesis Del Valle Solei?

Consideró ignorar la pregunta. Levantó la vista al cielo. Entre las nubes oscuras podía ver un manto azulado con infinitas estrellas. Le recordaron que había incontables mundos en este universo, una vez abandonado un plano nunca podría regresar.

—El año pasado, mi mejor amigo empezó un viaje de autodescubrimiento —se escuchó pronunciar—. Hablábamos con frecuencia pero pasaron cosas —El accidente de Blaise, la rehabilitación, reacomodar sus horarios de trabajo para pasar más tiempo en familia— y perdimos el contacto. Lo he estado buscando desde el otoño.

—¿Discutieron? ¿Le dijiste algo que podría malinterpretarse?

—No.

—¿Es de los que bloquean a todos sus amigos cuando tiene novia? —Se llevó las manos a la boca, sus cejas enarcadas—. Ay, no me digas que... ¿Le declaraste tu amor y te rechazó porque te veía solo como amigo?

Gene le dirigió una mirada gélida. Quizá era por su tendencia a soltar tonterías que él conseguía relajarse y continuar hablando en vez de mandarla al diablo.

—Nada de eso. —Se frotó los ojos cansados—. El punto es que pedí una licencia en mi trabajo para buscarlo. Seguí su rastro hasta Senderos de Ensueño, porque las últimas fotografías que publicó en sus redes eran de esa zona. Desde allí decidí volver a mi pueblo natal pero terminé aquí. Hace unos días descubrí que también estuvo en Piedemonte antes de desvanecerse.

—Si alguien se esfuerza tanto en evitar la comunicación, ¿no deberías darle su tiempo?

—¿Aún no lo entiendes? No —Tragó saliva. Apretó los dientes, no quería que su voz temblara—, no espero encontrarlo con vida. Su corazón dejó de latir.

—Oh, por el cielo... Lo siento mucho, cariño. —Ella extendió una mano y la apoyó sobre la mejilla masculina. El contacto fue tan espontáneo que lo dejó aturdido—. ¿Crees que... donde esté su cuerpo, estará su espíritu y podrás despedirte?

—Es una posibilidad.

Otra esperanza ingenua. Mael podría haber cruzado ese puente hace meses.

—Ay, no... Te pusiste triste —se lamentó Kalah, acariciándole las puntas del cabello de forma distraída. Comenzó a hablar a toda velocidad—. No digo que no tengas derecho a experimentar tristeza, pero siento que maté todo ánimo festivo en tu alma. Quería que recordaras el festival de los Corazones Invernales como algo alegre, ahora en tu memoria quedará la sensación de sentirte miserable. —Se llevó un dedo a la barbilla, preocupada—. Aún hay tiempo de salvar la noche. Sonríe. Te ves mucho más lindo cuando sonríes.

Gene apretó los dientes. Resistió el impulso de poner los ojos en blanco. No estaba cómodo mostrando su lado más vulnerable. Ni él mismo entendía por qué le había contado tanto. ¿Todo para recibir tonterías como respuesta?

Guiado por un impulso, recogió un puñado de nieve y lo aplastó con suavidad sobre la cabeza de ella.

—¡Hey! Eso fue descortés —se quejó Kalah, sacudiendo los restos de su gorro.

—No tanto como tus bromas cuando hablo de algo serio.

—Cada vez que alguien te dice algo bonito te vuelves sarcástico o se activa tu modo cactus —lo provocó ella de modo burlón, arrancándole el gorro tejido para poder meterle nieve entre sus cabellos, y despeinarlo en el proceso—. Ya, déjate querer.

—¡Detente! No hagas eso. —Él trató de apartarle las manos y ambos estuvieron a punto de caer de las piedras—. Me va a dar hipotermia en este maldito clima. Odio el invierno.

—A mí me encanta. Y me encantas tú... —Ella se inclinó hacia él, tan cerca que podía sentir el calor de su boca—. Eres demasiado serio, Génesis. Eso me despierta el irresistible deseo de alterarte.

—Estás loca.

—La verdadera pregunta es... —Kalah deslizó un dedo por la línea de su mandíbula—, ¿te gustaría que fuera por ti?

Permanecieron inmóviles durante tres latidos. Sin romper el contacto visual, a un aliento de distancia. Lo más prudente sería retroceder, levantar las barreras que ella había debilitado de forma inadvertida. Regresar a la tierra en vez de jugar con fuego. Sí, eso es lo que haría, decidió.

Se dispuso a apartarse. Entonces murmuró una maldición y cerró la distancia que los separaba, cediendo a la tentación de probar su boca.

En esa noche de luna llena, bajo la luz tenue de las farolas y la música en la distancia, olvidó todo de sí mismo. Buscaba apoderarse de esa sonrisa inmensa que estaba metiéndose bajo su piel. Necesitaba encontrarle un sentido a todas las emociones que ella sacudía en su sistema. Desde que conoció esa sonrisa de tulipán, se despertaron sentimientos para los que nunca estaría preparado.

Su mano subió hasta tomar entre sus dedos el cabello femenino. Suave y sedoso, como los pétalos de las flores veraniegas que crecían en su pueblo natal. Ese aroma dulce que desprendía su piel parecía seguirlo hasta en sus sueños.

Deseó estar cada vez más cerca, olvidar su cordura y quedarse en su mundo. Ella era el calor del verano en la noche de invierno que había sido su vida los últimos meses. Mordisqueó su labio inferior y sonrió al oír su risita, al sentirla envolver los brazos alrededor de sus hombros.

¿Quién pudo imaginar que encontraría una flor en un camino de espinas? Él perseguía un fantasma mientras su cuerpo iba perdiendo calor. Después de una vida acostumbrado a la muerte, volvía a sentirse vivo.

Sus brazos la atrajeron con fuerza, con calidez, sin dejar sitio para el invierno crudo de Piedemonte. Por ese instante efímero, decidió no pensar en el futuro ni en el pasado. No dejaría espacio para fantasmas entre ambos. Era, por primera vez en su vida, un ser humano cuyo corazón aprendía a latir.

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