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Capítulo 15

—Cuando conoces a un Del Valle Solei, te enamoras o huyes como alma que se la lleva el diablo —pronunció Gene, su humor oscuro al descubrir que el puesto de fotografías había desaparecido del bulevar.

Murmuró una maldición. Ahora lamentaba no haber pedido un folleto o correo de contacto. Piedemonte no era tan grande pero resultaría tedioso rastrear a alguien que lo evitaba como la peste. Su instinto le decía que no valdría la pena.

La exposición de arte local continuaba, ahora habían aparecido los artistas gastronómicos. En la plaza cruzando la calle, media docena de vendedores instalaron mesas donde ofrecían comidas caseras y bebidas artesanales. Músicos con instrumentos gastados eran todo el espectáculo que el pueblo ofrecía a sus turistas.

—Maldito frío —masculló cuando una corriente helada acarició su cuello. Acomodó su bufanda y sopló su aliento a sus manos enguantadas.

Su atención se detuvo en dos hombres sentados en una mesa bajo un árbol. Uno de ellos movía su jarrón de cerveza de modo expresivo, como si narrara alguna aventura. El otro se mantenía silencioso bajo la capucha de su abrigo, bebiendo de a sorbos. Cuando el primero se tambaleó, volcando parte de su bebida en su propio brazo, el segundo extendió las manos para ayudarlo a equilibrarse.

Fue en ese momento que los ojos del más torpe se encontraron con los de Gene. Sus cejas se enarcaron, derramó parte de la bebida en su camisa por la sorpresa. Luego palmeó la mano de su acompañante y señaló al médium con la cabeza. Murmuraron algo entre sí. Como una decisión que había sido tomada, levantó su vaso en señal de saludo e hizo señas alegres en una invitación a acercarse.

Gene entornó los ojos, su rostro inexpresivo. Miró detrás de sí, en busca de algo más productivo en lo que invertir su día. Se alejó tres pasos, pero esa voz lo detuvo.

—¡Eugene! —gritó del otro lado de la calle—. ¡Acércate, quiero presentarte a alguien!

Varios rostros se volvieron hacia Gene. Él soltó una maldición, no le gustaba ser protagonista de una escena. Enterró las manos en los bolsillos, mejor perderlo de vista lo más rápido posible.

Cambió de opinión cuando escuchó su siguiente grito.

—¡Si vas en serio con Kalah, puedo contarte secretos que evitarán que caves tu propia tumba!

«Curiosa elección de palabras», pensó intrigado. Como un felino atraído por la promesa de carne cruda, cruzó la calle despacio, desconfiado. Sin manifestar el menor indicio de interés.

Se detuvo ante la mesa de ambos hombres sin decir una palabra. Cuatro botellas vacías se tambaleaban por el viento. El cabello desordenado de Max y los ojos chispeantes indicaban a dónde había ido a parar su contenido. No había rastros del hombre de negocios que presumía su madurez ante Kalah. Su corbata colgaba floja alrededor de su cuello, la camisa fue víctima de una mancha amarillenta y la chaqueta descansaba en el respaldo de su silla.

—Eugene, ¿me recuerdas? Esas flores con espinas me mandaron al diablo en tu presencia. —Pronunciaba las palabras con la modulación excesiva de quien se esforzaba por no arrastrarlas. Se puso de pie. Aferró la mesa cuando perdió el equilibrio—. Wow, puedo sentir el movimiento de la Tierra. ¡Jaque mate, terraplanistas!

—Max —advirtió su acompañante a través de los dientes apretados—, mejor siéntate.

—Lo siento. —Se aclaró la garganta, dejando caer un brazo pesado sobre los hombros de Gene—. Ha de ser por el frío. Si apenas tomé una... o tres botellas. Para alegrar esta tarde difícil, ¿sabes? Mi padre me explota, quiere que trabaje veinte horas al día. Creo que necesito un abrazo...

—Quita. Tu. Brazo. Ahora —advirtió el médium con una sonrisa gélida—. Primera y última advertencia.

Max soltó una carcajada en respuesta a esa mirada asesina. Levantó ambas manos y retrocedió. Un paso. Dos. Al tercero tropezó con su silla, pero tuvo los reflejos suficientes para caer sentado. No tardó en hacerle señas al mesero para que trajera otro vaso.

—Venga, Eugene, siéntate. —Señaló una tercera silla disponible. Trató de mantenerse erguido. Un instante después desistió y se apoyó contra el respaldo—. ¿Estás en Piedemonte por trabajo o placer? Recuerdo la primera vez que viajé solo. Tenía dieciséis, no, quince años. Fuiste conmigo, ¿verdad? —Miró a su amigo con una sonrisa estúpida—. En esos tiempos podías llevar a tu amigo de viaje sin que tus padres sospecharan que era tu novio de clóset. ¿Me entiendes, Eugene?

—Mi nombre es Gene.

—Es agradable ver sangre joven en Piedemonte —continuó Max con el tono amigable de un ebrio elocuente. Sus ojos parecían no enfocarse del todo en su interlocutor—. Este pueblo está lleno de vejestorios.

—Los únicos jóvenes son los fantasmas —murmuró su compañero con la mirada clavada en su jarro.

—Te estarás preguntando por qué te invocamos, Euge... no, Gene —se corrigió Max—. Este tipo es la respuesta. Quiere preguntarte por la señorita Escudero. Te ofrece información de su pasado a cambio de algo actualizado. ¿Qué te parece? Un... ¿cómo se dice? Intercambio equivalente. La primera muestra gratis. —Levantó un dedo—. Kalah ama el té chai, pero Celinda adora el té verde con menta. ¿Puedes adivinar cuál de esos dos suele comprar? Finge que le gusta pero en realidad lo detestaba, solo se ha acostumbrado. Así que ya sabes de un buen regalo para quedar bien con la chica.

«Té de menta». Recordó el regusto dulce y fresco en su lengua cuando presenció la muerte de la dueña de las ballerinas. Una serpiente húmeda se deslizó por su espina.

—Esto no va a funcionar —se resignó el desconocido.

Gene centró su atención en él. Apenas podía ver sus rasgos a causa de la capucha. Algo en su energía le resultaba vagamente familiar. A la vez estaba seguro de nunca antes haberlo visto.

Momento de voltear sus cartas.

—Responde todas mis preguntas y decidiré si estoy dispuesto a compartir lo que he visto en Flores de Cristal —ofreció Gene.

El hombre levantó el rostro, el interés resplandeció en sus pupilas. Su voz fue lenta, pausada.

—¿Qué quieres con Kalah?

Desconfianza. Ese tono a la defensiva le dijo más a Gene que cualquier amenaza o muestra de afecto.

—Me parece una mujer fascinante —evadió la verdadera respuesta—. ¿Acaso no puedo aprender más de ella?

—Baja del árbol, Crisan. —Max le dio una palmada en su brazo a su acompañante—. Ofrécele lo que todo Piedemonte conoce a cambio de anécdotas nuevas. Es un buen trato.

Crisan. ¿Dónde había escuchado ese nombre? ¿Cuándo?

—¿Cuál fue tu relación con Kalah? —El médium tomó asiento pero rechazó la botella. Le habían advertido que se volvía espeluznante cuando estaba bajo los efectos del alcohol. Su memoria ocultaba demasiadas historias, descripciones de actos atroces que podían escapar cuando su boca perdía filtro.

—La conocí en el pasado —confesó su interlocutor por lo bajo—. No tengo idea de quién es ahora.

—¿Por qué no vuelves a presentarte?

—Me odia.

—¿Quieres competir? —intervino Max antes de beber un trago de su jarro. Cuando el mesero dejó un tercer vaso, lo llenó hasta el borde y lo deslizó hacia el recién llegado—. Con solo verme activa su modo serpiente. No fue mi culpa, yo solo quería ayudar a mi mejor amigo en un momento difícil. ¿Cómo iba a saber que ella me visitaría de sorpresa y malinterpretaría todo? ¿Por qué es tan mala conmigo, Eugene? —lloriqueó—. Yo también tengo sentimientos.

Por acuerdo tácito, sus dos acompañantes decidieron ignorarlo. Era lo mejor para preservar su dignidad.

—Pasé mucho en ese caserón... —Crisan bebió un trago de su cerveza como si necesitara valor para continuar. Sus ojos evadían a su interlocutor—. Cuando Petro vivía, todo iba a flote. Una familia ensamblada promedio. Al morir, las cosas se salieron de control. Era enfermizo. Magnolia gritaba tanto... sus maldiciones por la mañana me producían dolor de estómago. Era caminar por terreno minado, no sabías cuándo explotaría.

«Magnolia». El fin de semana pasado descubrió que ese era el nombre de la madre de Kalah.

—¿Siempre odió a Celinda?

—No, no... antes la toleraba. —Negó firme con la cabeza—. Celinda era una chica alegre que reía mucho y hablaba hasta por los codos. Después del accidente, algo más que su pie se rompió. Dejó de hablar. No hubo gritos, ni siquiera llanto, escasas risas. Reprimió todo. Se convirtió en alguien irreconocible.

—Hay límites saludables para sobrellevar un duelo. ¿Por qué les ha costado tanto superar la muerte de Petro?

—Petro era más que un ser humano para ellas. Era un símbolo, una promesa de futuro. Representaba seguridad.

—No sufren por el hombre real sino por la ilusión que conservan en sus memorias —fue comprendiendo.

Crisan asintió. Movió su mano en el aire, buscando las palabras correctas.

—Magnolia nunca la perdonará por destruir su sueño de un matrimonio feliz. Ella estaba... obsesionada con Petro. Sus hijos podían estar en segundo plano si ese hombre entraba a la habitación. —Su voz tembló ante eso último. Su nuez se movió al tragar saliva—. Petro se casó con ella para darle una madre a Celinda. Magnolia aceptó el trato con tal de tener un anillo y la promesa de envejecer juntos. Nadie recibió lo que quería.

«Eso no suena como algo que conocería un visitante casual del caserón».

—¿Cuánto tiempo lleva Flores de Cristal funcionando como casa de huéspedes?

—¿Unos siete u ocho años? —intervino Max, quien había dejado atrás su lapsus de sensibilidad y ahora contemplaba con afecto a la botella de cerveza—. Kalah apenas era mayor de edad. Se hizo cargo de la economía familiar y tomó la tutela de su hermana. Magnolia quería lanzar a Celinda a un orfanato, hasta consultó con los abogados de mi padre para ver si podía. ¿Te acuerdas, Crisan?

—¿Cómo es que saben tanto de mujeres tan reservadas?

—¿No lo reconoces? —Max le empujó la capucha fuera del rostro a su amigo, su alegría inconsciente del ambiente tenso—. Yo digo que son dos gotas de agua. ¿O debería decir de flores?

—No eres gracioso —masculló Crisan, apretando la mandíbula con resignación. Tomó una profunda respiración para recuperar su valor—. Mi nombre es... Crisantemo Escudero, el mellizo de Kalah.

—¿Hermanos? —Por primera vez desde que se sentó a la mesa, los ojos de Gene se abrieron con sorpresa. Las piezas encajaron, cambiando su perspectiva de la escena—. ¿Eres el mismo Cris que abandonó a Kalah cuando más lo necesitaba?

Si habían estado juntos desde el primer latido, ¿qué clase de monstruo traicionaría esa confianza? No comprendió por qué la ira empezó a picar la parte posterior de su cráneo.

Esa puñalada dio en el blanco, a juzgar por la mueca de dolor que atravesó el rostro de Crisan.

—¿Ella usó esas palabras?

—No. Tenía entendido que te fuiste. ¿Cuánto tiempo llevas escondiéndote en Piedemonte?

—¡Es fácil hablar si no estuviste en mi lugar! —explotó, a la defensiva—. Me habría lanzado del primer piso si pasaba otro día en esa casa de locos. ¿Debo sentirme culpable por elegir mi cordura?

—Volvió hace un par de meses —explicó Max, dándole a su amigo unas palmaditas torpes en el brazo a modo de consuelo—. Alquiló una de mis cabañas y se escondió como un cangrejo.

Gene pensó en sus hermanos. Medio año atrás, abandonó todo al recibir la noticia del accidente de Blaise. Se quedó haciendo guardia cada minuto, durmiendo en una horrible silla de hospital para poder estar al momento de su despertar. Aunque era el menor, había ido dispuesto a incendiarlo todo con tal de castigar al culpable... Podrían cortarle las manos, pero defendería a su familia hasta el último aliento.

Escuchar a este tipo insultando unos valores que para Gene eran sagrados tiñó su visión de rojo.

Ni siquiera fue consciente del momento en que saltó fuera de su asiento. La silla cayó tras de sí con un golpe seco. La mesa se sacudió. Sus botellas temblaron. Se inclinó hacia adelante y agarró en un puño el cuello de la chaqueta de Crisantemo.

—Si hay algo que me exaspera son las excusas —gruñó en su cara a través de los dientes apretados—. ¿Sabes lo que eres? Un maldito cobarde. Elegiste huir por tu propio egoísmo y abandonaste a la única persona que compartía tu dolor. Ahora tu familia te necesita más que nunca y solo vas a quedarte llorando por el pasado. No eres más que un niño patético que nunca aprendió a pedir perdón. Si realmente te arrepintieras, estarías pensando en una forma de arreglar las cosas en lugar de regodearte en tu miseria.

La gente los miraba con la boca abierta. Los meseros se habían congelado a mitad de camino.

—Gene... —advirtió Max, de repente sobrio— deberías soltarlo antes de que los guardias nos den una patada en el trasero.

—Si las palabras no te ayudan a recapacitar, el plan B incluye un puñetazo. —Gene abrió el puño. Cris aterrizó en su silla con los ojos muy abiertos y la piel pálida—. Siguiente pregunta. ¿Estuviste presente el día del accidente?

—Realmente prefiero no hablar de eso. —Tragó saliva con dificultad, se apretó el puente de la nariz—. Ni siquiera vi nada, pasé la mayor parte del tiempo con los ojos cerrados. Hacía tanto frío... y estaba aterrado.

—¿Qué tanto conocen a la versión de Celinda postaccidente?

—¿Eh? —Max parpadeó por lo repentino del cambio de tema y de actitud—. Nadie conoce a la princesa custodiada por ese dragón. ¿Has intentado acercarte? Kalah es como un resorte de púas.

—Motivos no le faltan.

—Está en su alma ser sobreprotectora pero... por lo que he visto, empeoró hace unos meses.

«Ellos no pueden saber de las cajas. ¿Acaso había algo más?». El médium deseaba escuchar la versión de los testigos que se mantenían fuera de esa casa.

—¿Otro accidente?

—Nada de eso. Hubo un tipo... ¿Cómo era que se llamaba? —Se rascó la cabeza—. ¿Luis? No, no... bueno, no importa. Tomamos una cerveza una vez, parecía decente. Fue la primera vez en ocho años que vi a Celinda sonreír. Mi madre decía que era una princesa que al fin encontró a su príncipe y todas esas cursilerías...

—¿Qué pasó con él?

—Se aburrió. O terminó su estadía en Piedemonte y regresó a su casa. No hubo despedidas, o quizá sí pero Celinda nunca habló de ese último día. Ella... no se lo tomó muy bien. Cometí el error de ir a visitarlas esa semana. —Hizo una mueca—. Kalah estaba insufrible, me contaba del corazón roto de su hermanita mientras maldecía a todos los hombres, incluyéndome.

Gene guardó silencio, reflexionando.

—Por casualidad... —comenzó con cautela. Casi podía sentir la bomba invisible que sujetaba entre sus dedos— ¿recuerdas qué tipo de zapatos tenía ese tipo?

Ambos amigos intercambiaron una mirada.

—Hombre, ¿tienes un fetiche por los pies? No soy quien para juzgar pero puedes guardarte eso para...

—Olvídenlo. —Cortó de raíz ese tema con un gesto de su mano—. Necesito encontrar a alguien con baja autoestima que siempre mire al suelo al caminar.

—¿Eh?

—La única persona que imagino con esa descripción —murmuró despacio Crisan, todavía sacudido por la explosión reciente del médium— es Celinda.

Eso detuvo la línea de pensamiento de Gene. Si pudiera meterse en esa cabeza, ¿encontraría algo más que fantasmas? ¿Podría ser que ella conociera la identidad de las víctimas? Si tan solo hablara...

—No hablará —afirmó Cris con seguridad, leyendo sus pensamientos. Levantó el rostro pero su mirada se perdía en la distancia—. No te molestes en intentarlo. Eligió enterrar sus últimas palabras en Morte Blanco, donde su padre perdió la vida. Si hubieras escuchado el grito desgarrador que soltó esa noche... jamás desearías volver a oír su voz.

«Es una suerte que mi especialidad sea tratar con criaturas silenciosas», se abstuvo de replicar.

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