Capítulo 13
Regresó al atardecer con un humor tan oscuro como las nubes que se acumulaban en el cielo. El invierno no motivaba su espíritu a buscar aventuras, solo deseaba cenar algo que le quemara la garganta e irse a dormir temprano.
Los últimos meses su autocontrol había involucionado. Creía haber dejado atrás los años en los que volvía del colegio con un ojo morado y los nudillos en carne viva. Pensaba haber madurado lo suficiente para limitarse a advertencias en lugar de demostraciones. Le gustaba creer que si su madre le hubiera dado un nombre menos propenso al bullying, su temperamento habría sido menos volátil.
Apretó la mandíbula al recordar su visita a la casa de empeño. El dueño recordaba vagamente una cámara pero un turista la había comprado hacía semanas. En efectivo, así que no tenían sus datos. Para su frustración, el rastro de Mael desaparecía allí.
¿Cuándo llegó a Piedemonte? ¿Cuánto duró su estadía? ¿Conoció a las hermanas de esta casa de huéspedes?
Con esas preguntas dando vueltas en el aire, entró a Flores de Cristal. Celinda estaba acurrucada ante la chimenea con un libro en sus manos, una capa azul sobre sus hombros y rastros de hollín en su barbilla. Se saludaron con una inclinación distante de cabeza.
Cuando pasó por la cocina, notó que la puerta estaba entreabierta. Kalah cocinaba codo a codo con una mujer de mediana edad. No era la primera vez que la veía. Las sonrisas cálidas y los empujones de hombro casuales hablaban de complicidad. Esta vez, no tuvo oportunidad de escuchar la conversación porque ambas enmudecieron al verlo.
—¡Volviste, Génesis! —soltó Kalah con una sonrisa que, siendo sincera o automática, lo hizo sentir bienvenido—. ¿Qué tal tu día de turismo?
—Frío.
—Estarías más caliente si aceptaras mi oferta... —la muchacha sonrió con travesura— de comprar una de las capas de polar que vendemos en Flores de Cristal. ¿He dicho que llegaron los pijamas kigurumi de tu talle?
—Lo mencionaste el tercer día.
—Ay, soy tan olvidadiza... ¿Qué animal te gustaría?
—Ninguno.
—¡Serías un gatito adorable! La indiferencia y tendencia a soltar arañazos ante un intento de afecto ya las tienes.
Gene la miró a los ojos. Quería continuar con su ánimo taciturno, pero sus labios temblaron divertidos ante ese intento de desestabilizarlo.
—Encantada, soy Ada Bellavista —se presentó la otra mujer, dando un paso al frente. Por su expresión, era evidente que luchaba contra la risa—. La última vez no tuvimos tiempo de saludarnos. Me sorprende ver que sigues aquí.
—Nadie está más sorprendido que yo mismo.
—Espero que disfrutes cada instante de tu estadía en Piedemonte. Si deseas visitar nuestras principales atracciones turísticas, será un placer recomendarte algunas.
Gene bajó la vista a la mano que le ofrecía. La estudió como si fuese un ritual desconocido. Disfrutaba el contacto físico, aún más las demostraciones de afecto. Los abrazos le devolvían la paz... solo de sus seres queridos. Tocar a extraños ya entraba en la lista negra. Bastaría saludarlo con un beso en la mejilla para ganarse su odio eterno.
Enterró las manos en sus bolsillos. A esta altura de la vida le valía un carajo que lo consideraran descortés.
—Gene Del Valle Solei, es un placer conocerla. —Compuso una sonrisa profesional e inclinó la cabeza a modo de saludo.
La mujer guardó su mano al captar el mensaje. Detrás de ella, Kalah hizo la mímica de un cierre en los labios y negó con la cabeza.
«¿Acaso cree que voy divulgando información sobre un asesino serial cada vez que conozco a alguien?», pensó Gene, ofendido.
—Ada es la madrina de Cellín, una gran amiga de mi familia —explicó Kalah mientras rebanaba vegetales sobre una tabla de madera—. Cualquier cosa que necesites, ella es mi copiloto no oficial en Flores de Cristal. Se convierte en mi princesa azulada para rescatarme cuando no doy abasto con los huéspedes en temporada alta.
—Lo tendré en cuenta.
—¿Quieres cenar? Sobraron hamburguesas de arroz del almuerzo. Lucen amorfas pero el sabor se defiende. Mañana compraremos carne, por ahora el menú es ecologista. Oh, cierto. ¡Lo había olvidado! —Se golpeó la frente con la palma—. ¿Eres alérgico a algo? Si hay algún platillo que detestes con todo tu ser, habla ahora o calla para siempre.
—No como carne —respondió Gene con naturalidad.
Ella parpadeó. Casi podían verse los engranajes de su cerebro reacomodándose.
—Pero... sí comes pollo, ¿verdad? Es broma, ¡es broma! —Levantó ambas manos al ver la mirada asesina que él le dirigió—. ¿Eres vegano o vegetariano?
—Lo segundo.
—Es bueno saberlo. —Se aclaró la garganta. Cambió de tema—. La otra opción del menú implica esperar a que esté lista la sopa de vegetales desintegrados.
—Kalah no es muy hábil en la cocina pero tiene una voluntad excelente —explicó Ada con calidez.
—Les pongo amor a mis comidas... —suspiró la aludida, llevándose la mano libre a la frente— pero a veces el amor no es suficiente.
—Nunca lo es, querida Kali. —Un celular empezó a sonar, una canción de la época de sus padres que le trajo viejos recuerdos—. ¡Es mío!
Ada hizo a un lado la cuchara con la que revolvía el caldo del fuego y rebuscó en el bolsillo de su delantal. Kalah se inclinó para echar un vistazo por encima del hombro de su amiga.
—¿Ese es el número del ortopeda de Cellín? ¿Por qué te está llamando?
—Shu, niña chismosa. Arruinarás la sorpresa que llevo meses preparando. —Se dispuso a salir por la puerta—. ¡Vuelvo en un rato!
—Ada es guía de montaña, conoce estos montes como la palma de su mano —explicó Kalah cuando se quedaron a solas—. Si algún día terminas perdido en medio de la montaña, los rescatistas recurrirán a ella para buscarte. —Abrió el refrigerador y sacó un tupper con hamburguesas tostadas. Continuó hablando luego de meterlas al microondas—. ¿Ya fuiste a esquiar?
—No.
—¡Te estás perdiendo la aventura de tu vida! Pero estás de suerte, acabamos de incluir un servicio de guía turística. Si quieres esquiar o escalar en la nieve, podemos alquilarte el equipo necesario. El transporte corre a cuenta de la casa. Por ser huésped de Flores de Cristal, tienes acceso a un quince por ciento de descuento.
«Descuento debe ser su palabra preferida», pensó Gene con una mirada inexpresiva. Ella le dio la espalda para sacar la bandeja humeante del microondas.
—¿Vas a cobrarme estas hamburguesas?
Kalah soltó una carcajada, casi se le cae la comida. Consiguió dejarla en la mesa y la deslizó hacia el otro lado, donde Gene se había sentado. Le extendió unos cubiertos.
—Tu alquiler incluye media pensión. Pero si quieres dejar propina en el frasco de la desesperanza —señaló un frasco en un estante a un lado de la puerta—, nadie te detendrá.
—¿Por qué siento que tus ojos me ven como un cajero automático? —preguntó él con ironía.
—Los inviernos en Piedemonte se han vuelto despiadados los últimos años —confesó ella con un mohín. Hizo a un lado las verduras y se sentó al borde de la mesada—. No ha sido bueno para el negocio.
Al comprender que ella no lo dejaría cenar sin conversación, Gene cedió. Quizá llevaba demasiado tiempo sin comunicarse de modo casual con otro ser humano.
—Además de administrar el alquiler de habitaciones, ¿qué otros conejos te has sacado del sombrero para sobrevivir?
—Está el servicio de alquiler de equipo de montaña o camping. —La muchacha empezó a levantar un dedo tras otro—. Guía turística. Venta de artesanías de vidrio por internet. Reventa de ropa para los huéspedes que vienen solo con lo que tienen puesto. Viandas que enviamos con un delivery a trabajadores de construcción...
—Con tu reputación en la cocina, puedo adivinar el futuro de eso último.
—¡Oye! —Con una risita, ella le lanzó un repasador. Gene lo atrapó en el aire, lo usó para limpiar las migajas que había en su sitio de la mesa. Luego se dispuso a beber de un vaso de agua—. Puedo preparar sándwiches decentes. Solo debo cortar un pan, rellenarlo y envolverlo en una servilleta de papel. Pero... ¿sabes cuál es el mejor negocio en temporada baja? —Se inclinó hacia su interlocutor, bajando la voz con una sonrisa perversa en sus labios—. ¡Convertir Flores de Cristal en un hotel transitorio!
Gene se atragantó con el agua. Se llevó el repasador a los labios.
—¿Es en serio? —preguntó entre toses.
—Obvio, ¿quieres ver la colección de látigos y juguetitos que se han olvidado? Tengo una caja en la habitación-depósito. No sé por qué no han vuelto a reclamarlos. —Se llevó un dedo a la mejilla, pensativa—. Por lo que sé esas cosas no son económicas. No te preocupes, les asignamos las habitaciones de abajo. La tuya es para turistas solteros. —Entornó los ojos—. Si traes a una dama... o un caballero, te cobraré la tarifa de hotel transitorio.
—Lo tendré en cuenta.
Para su sorpresa, la conversación absurda lo mantenía relajado. La calefacción del salón le devolvió el color a su rostro y relajó los músculos que había mantenido rígidos por el frío.
Se llevó un bocado de hamburguesa a la boca. El sabor del arroz con vegetales no estaba mal, podría tolerarlo por un tiempo limitado. Si tuviera que quedarse demasiado, se revelaría cuán quisquilloso era con la comida.
—Entonces... —Ella saltó de la mesada y retomó su trabajo de cortar los vegetales. Los lanzó a la olla— ¿puedes ver fantasmas?
Gene tragó con dificultad. Lo último que deseaba era convertirse en un fenómeno de circo en este pueblo.
—Veo venir el interrogatorio.
—¿Puedes invocarlos o solo ver los que están ante ti? ¿Eres capaz de hablar con los del más allá? ¿Cómo lucen? ¿Cómo son sus voces?
—Esas son muchas preguntas.
—Cierto que los hombres y los profesores solo tienen la capacidad de responder la última pregunta.
Mientras Gene masticaba, la observaba como si ella fuese el verdadero experimento que había escapado de un laboratorio.
—Me limito a ver los que están presentes, no tengo el don de escucharlos. Mi especialidad es decirte si una persona murió, y de qué forma lo hizo.
—Eso podría servirme. —Kalah se llevó un dedo a los labios—. Cuando tenía siete años, mi progenitor fue a comprar cigarros —reveló con desenvoltura—. Ya sabes, esa fue la última vez que lo vimos. Se llevó todo el dinero, así que no me interesaría recuperar el lazo, pero quisiera saber si sigue con vida.
—Necesitaría tocar algún objeto muy querido que le perteneciera a la persona.
La sonrisa de Kalah desapareció de sus ojos. La de sus labios se asemejaba a la curva de hilo de una muñeca de trapo. Vacía.
—No dejó nada más que una montaña de deudas. —Se aclaró la garganta y apartó un mechón de su frente, recomponiéndose cual actriz sobre un escenario—. Pero yo fui su primera hija mujer, en su momento me quiso. ¿Dónde debes tocarme? —Esa sonrisa coqueta estaba de regreso—. ¿Y cuánta ropa debo tener puesta? ¡Espera! —Se enderezó, frunciendo el ceño—, si vas a cobrarme no me conviene. Mis números están en rojo.
Gene luchó contra la risa que burbujeaba en su garganta al ver todo un arcoíris de expresiones en pocos segundos. «Tiene su encanto», pensó distraído.
—Hago trabajos para agentes de la ley. Mis servicios no son económicos... —Le fue imposible resistirse a provocarla—, pero podría hacerte un descuento.
—Eres muy lindo cuando sonríes —suspiró ella con calidez—. ¿De dónde eres, Génesis?
—Gene.
—Génesis es un nombre precioso, no voy a arruinarlo con una abreviatura. ¿Tienes otros hermanos además del brujo que mencionaste?
—Somos una triada. Soy el menor.
—¿El consentido o el descuidado? ¿Son muy unidos?
Pensó en Blaise, un herbolario joven abrazando sus raíces en Bosques Silvestres. Imaginó a Aura viajando por el mundo con sus runas, su computadora y su sonrisa astuta como herramientas de trabajo.
—Sí, pondría mis manos en el fuego por ellos.
—Mi hermano y yo éramos unidos. En cualquier proyecto o sueño, sabía que podía contar con su apoyo... pero abandonó Piedemonte hace siete años. Yo misma estuve a punto de escapar de este barco que se estaba hundiendo, él fue más rápido. Quizá esté en nuestros genes salir huyendo de los problemas —reflexionó en un murmullo distante, su mirada perdida en la ventana empañada—. A veces desearía escalar Morte Blanco, abrir los brazos y dejar que el viento se lleve todo lo que queda de mí.
—No lo recomiendo, la mayoría de los suicidas quedan atrapados en un plano intermedio.
Kalah sacudió su cabeza. Esa sonrisa desenvuelta estaba de regreso, esta vez con pinceladas de tristeza.
—No sé por qué te estoy contando esto.
—Porque lo necesitas. Hablas todo el tiempo pero la información personal que compartes es escasa —señaló con crudeza—. Muchas palabras de tu mundo exterior pero te guardas cualquier sentimiento. Si por accidente expresas tu dolor, cambias de tema al instante, como si eso hiciera que tu interlocutor lo pasara por alto.
—Dime más. —Ella se frotó las manos con expectación—. Me encanta que me psicoanalicen.
Terminó de comer, hizo a un lado la bandeja y le dedicó toda su atención. Preparó la siguiente flecha y disparó sin piedad.
—Tu hermanastra es tu punto débil.
La respiración de la joven se atascó en su garganta. Ambos quedaron inmóviles, en silencio. Él había dado en el blanco.
—Cellín es... —murmuró al fin, su voz seria— mi hermana. La única que se ha quedado a mi lado. Me ha mostrado una lealtad que ni siquiera mi propia familia biológica ha sido capaz de darme. ¿Tienes a alguien así, Génesis? Una persona que no comparta una gota de sangre contigo, pero tú sabes que estaría dispuesta a bajar al infierno por ti, y arrastrarte a la superficie si algún día te dejaras caer.
La mente de Gene se inundó de recuerdos compartidos con Mael. Se conocieron en la primaria de Bosques Silvestres, mantuvieron contacto por internet después de graduarse. Años más tarde, la decisión de Gene de mudarse de la casa materna coincidió con la llegada de Mael a la ciudad. Dos jóvenes imprudentes en busca de independencia. Acordaron compartir un departamento por unas semanas, el periodo de prueba terminaba cuando uno de los dos enviara al diablo al otro. Las semanas se convirtieron en meses, estos se volvieron años...
Ambos sabían respetar el espacio privado del otro. Cada uno pasaba gran parte del tiempo fuera por sus estudios. Las tardes de videojuegos se convirtieron en intercambios de temores, sueños y secretos que en años de amistad nunca se habían revelado. Para sorpresa de ambos, en vez de acabar como enemigos mortales, la convivencia reforzó esa amistad de la infancia.
—Sí, lo tenía —confesó a través de los dientes apretados—. Todo lo que me queda ahora es una pregunta. Y estoy dispuesto a remover las cenizas en busca de su respuesta.
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