La moneda de la fortuna [One - Shots]
Cuenta una antigua leyenda que dos constelaciones se enamoraron en un lugar especial, y desde entonces, cada cierto tiempo, vuelven a encontrarse en el firmamento. Esta historia se transmitió de generación en generación en la hermosa ciudad portuaria de Marsella, conocida por sus vibrantes puertos y sus majestuosas edificaciones antiguas. Ubicada al sur de Francia, Marsella se engalana aún más bajo el esplendor veraniego de marzo, cuando el cielo parece recordar aquel amor legendario entre las estrellas.
Se dice que una moneda de la fortuna, dotada de un poder místico, siempre los hace regresar al mismo punto de su primer encuentro.Mientras la diosa Athena seguía escribiendo en su pergamino mirando desde el cielo a sus antiguos caballeros que se sacrificaron por ella.
"Espero que puedan conseguir la felicidad como yo no lo conseguí mis 88 hermosas constelaciones" - pensó la diosa inmaculada, mientras miraba a su padre ayudándolo en su mandato.
Presente 2024
Milo Athenas corría por las empinadas escalinatas de la ciudad empedrada, apurándose para llegar a tiempo a sus clases de arte. Al principio, Écarlate y Mystoria se habían opuesto a que hiciera el viaje solo a Francia, especialmente al sur, donde la brisa veraniega del puerto podía resultar tan intensa como impredecible.
Junto a él iba Aioria Helenus, uno de sus grandes amigos y leal compañero. La brisa veraniega del puerto de Marsella acariciaba sus rostros.
Aioria siempre había estado a su lado, aunque su hermano Aioros, protector hasta el extremo, se oponía constantemente a que viajara más allá de las fronteras de Grecia. Pero aquella vez, ni siquiera las advertencias o la férrea vigilancia de su hermano lograron detenerlo, tenia algo pendiente en esas tierras galas . Ambos corrían apresurados, sus risas entremezclándose con el bullicio de las calles adoquinadas.
—¡Vamos, Milo! —gritó Aioria con una sonrisa desafiante—. ¡No quiero llegar tarde el primer día!
—¡Eso depende de ti! —respondió Milo, jadeando ligeramente—. ¡Te dije que tomaras el atajo por el puerto!
Se miraron con complicidad y, al llegar a una encrucijada, se separaron sin detener su marcha. Milo iba a sus clases de pintura, mientras que Aioria se dirigía a su taller de escultura. El arte los llamaba a caminos distintos, pero la amistad los mantenía unidos.
Mientras Aioria caminaba apresurado hacia sus clases de arte, el profesor de escultura, Shura Capricornius, pedaleaba a toda velocidad por las estrechas calles empedradas. Iba tan rápido como podía; si llegaba tarde otra vez, lo despedirían. Una y otra vez repetía en su mente: "¡No puedo llegar tarde, no puedo llegar tarde!".
El destino —y la falta de precaución— hizo lo suyo. Ambos chocaron de frente en una colisión aparatosa. Aioria cayó hacia atrás con un ruido sordo, mientras Shura apenas logró evitar que su bicicleta se estrellara contra el suelo. En medio del caos, los signos de Leo y Capricornio brillaron en sus respectivas manos izquierdas. Solo la diosa Athena, desde el firmamento, comprendía lo que aquel presagio significaba.
—¡Maldición, maldición! ¡Voy a llegar tarde al trabajo! —exclamó Shura, desesperado.
Pero cuando miró a Aioria, notó con horror que el joven no se movía.
—¡Común demonio lo que me faltaba! ¡¿Me están tomando el pelo?! —Shura palideció—. ¡No puedo tener un muerto dentro de la calle!¿Lo abre matado?
Sin pensarlo más, levantó a Aioria como si fuera un saco de papas, lo acomodó como pudo sobre sus hombros y subió de nuevo a la bicicleta. Pedaleó a máxima velocidad hacia la universidad, con el viento zumbando en sus oídos y una creciente preocupación en el pecho.
Al llegar, lo llevó directo a la enfermería, donde dejó a Aioria sobre una camilla con suavidad.
—¡Hey, no te mueras! —murmuró Shura, agitado y con el ceño fruncido.
Justo en ese momento, Death Mask, el profesor de física, pasaba por ahí con una sonrisa socarrona. Al ver la escena, una idea perversa se formó en su mente.
—¡Vaya, vaya! —murmuró Death Mask, empujando ligeramente a Shura.
El empujón hizo que Shura perdiera el equilibrio y cayera hacia adelante, sus labios rozando accidentalmente los de Aioria, quien justo despertaba en ese instante con los ojos muy abiertos y una expresión de incredulidad.
—¡¿Pero qué...?! —exclamó Shura, apartándose rápidamente, su rostro encendido de vergüenza—. ¡Maldito seas, Angelo!
Death Mask se echó a reír, apoyándose en el marco de la puerta.
—Vamos, espada corta, hace tiempo que no sales con nadie. Además, Aioria es uno de los nuevos alumnos extranjeros. Quizás este prohibido salir con los alumnos pero una aventura no estaría mal.
Shura fulminó a Death Mask con la mirada.
—¡Cállate de una vez, Angelo! —gruñó, intentando recomponer su dignidad.
Aioria, aún confundido y con una mano en la frente, murmuró:
—¿Esto es un hospital o una obra de comedia?
Pues Shura miro de cerca a Aioria y pues ya en su mirada estuvo amarrado. Era lindo un Adonis griego quizás DeathMask tendría razón, pero para el no solo seria una aventura, pero seria una aventura donde el hermano de Aioria lo asesinaría a fuego lento para proteger a su hermano si se enteraba.
Mientras tanto con Milo a las afueras del puerto.
Milo caminaba con tranquilidad por las playas de Marsella. Su clase de pintura aún no comenzaba, así que decidió aprovechar el tiempo para recorrer la costa y dejar que los recuerdos lo envolvieran. El murmullo de las olas y la brisa salada despertaban fragmentos de una vida pasada. Solo una imagen permanecía nítida en su mente: la figura de un hombre de cabello rojizo, cuya belleza lo había marcado profundamente. Era un recuerdo difuso pero lleno de una calidez inigualable, un amor que, aunque no podía precisar del todo, sabía que era verdadero.
Desde lo alto, Athena observaba con atención y ternura. Entre sus manos sostenía la moneda dorada que Milo le había confiado en su vida anterior, un símbolo de fortuna y destino. Sabía que el momento del reencuentro estaba cerca.
A lo lejos, cerca de una fuente donde Camus Sparta estaba y siempre se sentaba en las mañana para leer un libro.
En esta vida, su nombre era Camus Sparta, y su cabello, que alguna vez fue rojo como el amanecer, ahora tenía un tono cerúleo que reflejaba la profundidad del océano. Como cada mañana, Camus estaba sentado comiendo una manzana, su expresión serena, como si esperara algo sin saber exactamente qué.
Athena respiró hondo. Sabía que debía actuar. Tomó la moneda entre sus dedos y, con un susurro apenas audible, la lanzó hacia el cielo.
—Que el destino te guíe de vuelta a él —murmuró con esperanza.
Milo vio cómo una brillante moneda dorada caía girando a sus pies. Sus ojos se abrieron con asombro. Sabía que con esa moneda podría costear sus clases durante todo el año, pues el arte en Marsella no era barato. Se agachó para recogerla, pero justo en ese momento, una ráfaga de viento la arrebató de su alcance.
Los dioses del viento hicieron su trabajo, llevando la moneda con gracia hacia la fuente donde Camus estaba sentado. La moneda aterrizó suavemente junto a él. Intrigado, Camus la recogió y, al mirar a su alrededor, vio a Milo a unos metros de distancia.
—¿Se te cayó esto? —preguntó, extendiéndole la mano con la moneda brillante.
Milo levantó la vista y sus ojos se encontraron con los de Camus. El tiempo pareció detenerse. Ese rostro... esa presencia... era él. Su corazón latió con fuerza y una oleada de emociones lo envolvió. La intensidad del momento fue demasiada. Un mareo lo invadió y, sin poder evitarlo, Milo se desmayó.
Camus reaccionó de inmediato, atrapándolo antes de que su cuerpo tocara el suelo. Lo sostuvo con cuidado, una extraña sensación de familiaridad recorriendo su pecho. Algo le decía que aquel encuentro no era una simple casualidad.
—¿Quién eres...? —susurró, aunque en el fondo sentía que ya lo sabía.
Desde lo alto, Athena sonrió con dulzura. La moneda del destino había girado una vez más, y las estrellas volvían a alinearse para aquellos dos corazones destinados a encontrarse nuevamente.
Mientras Hyoga el antiguo alumno de los dos empujo a Camus dándole un beso en los labios a Milo, mientras dio solo un empujón a él.Él se fue a los cielos cumpliendo su cometido como uno de los 5 protectores celestiales de Athena, despidiéndose de la que una vez fue su hogar.
Sobre las arenas de Marsella,
el mar susurra antiguas promesas,
y Milo camina, alma inquieta,
buscando memorias, raíces dispersas.
El viento le trae fragancia de sal,
recuerdos de un amor olvidado,
un hombre de cabello carmesí,
un susurro del tiempo pasado.
Athena, en lo alto, contempla el destino,
con una moneda dorada en su palma,
un símbolo de un reencuentro divino,
tejido en las hebras de una calma.
Camus espera en la fuente callada,
su cabello ahora azul, como mares profundos,
mientras la manzana en su mano pausada
guarda los ecos de mundos fecundos.
La moneda danza en el aire y desciende,
brilla al sol como un pacto sagrado,
los dioses del viento su ruta defienden,
hacia el destino que estaba sellado.
—¿Se te cayó esto? —pregunta el hombre,
y Milo, al mirarlo, olvida el presente,
su pecho estremece, su mente se asombre,
y el mundo se vuelve un instante latente.
Cae sin fuerzas, su mente se apaga,
Camus lo atrapa en un gesto preciso,
su corazón late, un antiguo sol brilla,
un lazo olvidado renace sin aviso.
Athena sonríe desde lo divino,
el cielo recuerda su eterna canción,
dos almas que giran, vuelven al destino,
constelaciones unidas por una emoción.
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Notas de Autora
Esto es una regalo para mi amiga mysa_macarena espero que disfrutes de tu regalo, eres parte de mi compendio ethernal y mi Luminiere Ethernelle. Unas palabras para ti y feliz navidad y prospero año nuevo, los que se ganaron mi corazón a pulso tienen mi corazón.
"Que las estrellas brillen para ti mi pequeño cometa Haley y escritora ascendente que creara su propia constelación acuariana, espero estar ahí para verte brillar cada día con tus hermosos escritos y hermosos libros que me hicieron ver otro mundo".
Gracias por estar ahí este es mi refugio donde dejo lo mejor de lo mejor para ustedes mis queridos estelares y ethernals seleccionadas son muy especiales para mi.
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