Robin
Aquel día había un gran alboroto en el castillo, lo habitual, guardias corriendo de un lado para otro, el príncipe gritando órdenes, la nobleza huyendo despavorida. El drama normal durante un robo perpetrado por Robin Hood y su banda.
Tuck y Pequeño Juan lograron bajar por el muro y esconderse en los arbustos que rodeaban el castillo mientras su líder despistaba a los soldados. El arquero saltó desde una torre de vigilancia cuando se encontró acorralado apoyado en una cuerda, entró por una ventana abierta y se encontró de pronto en un pasillo vacío con Scarlett, sorprendida de verlo al tiempo que se tranquilizaba de que fuera él.
- ¿Es el oro? - preguntó al verla arrastrando un saco color café. Scarlett asintió - ¿Cómo lograste meterlo ahí?
- Soy una genio - presumió.
- Ya lo creo - Robin abrió la ventana que daba al bosque y juntos cargaron la bolsa de oro hasta allí para después lanzarla a los chicos que esperaban abajo. Apenas Pequeño Juan pudo cargar la bolsa sobre su hombro ambos corrieron hacia el bosque, poco después escuadrones completos de guardias aparecieron y comenzaron a perseguirlos.
- No es seguro que salgas aún - dijo Scarlett, contemplando la escena con preocupación - Vayamos a la cocina, lo más seguro para ti ahora es ocultarte.
- Tienes razón. Saldré cuando las cosas se calmen un poco.
Los primos bajaron por una torre de escaleras que desembocaba en un granero junto a la huerta de Matilda. Entrar a la cocina sin ser vistos fue lo más sencillo de toda aquella misión.
- ¿Puedes ver si Marian está bien? - preguntó mientras trataba de recuperar el aliento.
- Estaba bien cuando la vi esta mañana - respondió extrañada.
- ¿Entonces por qué no está con nosotros? - Scarlett no supo qué responder - La encontré en la aldea hace unos días y solo me saludó, no se acercó para hablar conmigo.
- ¿Trataste con visitarla después? Es posible que haya tenido algo que hacer y no pudo quedarse a hablar contigo.
- Claro, pero sus ventanas se mantienen cerradas y las puertas aseguradas y no las he visto desde hace días, ni siquiera nos acompaña en las misiones, ya no va a visitarnos en la guarida como antes y parece que ya no pasa por la aldea.
- No sabía que Marian estuviera tan distante - dijo Scarlett mirando al suelo, repasando en su mente las últimas coversaciones que tuvieron.
- ¿Cómo puedes no saberlo? Son íntimas amigas y confidentes - reprochó con impaciencia.
- Para ser honesta mi trabajo me consume, no he podio pasar tanto tiempo con ella como antes.
- Aún así debes saber algo.
Scarlett negó con la cabeza pero Robin continuó insistiendo al percibir en ella un titubeo. El arquero persistió en su intento hasta que no le dejó salida a su prima y esta por fin se lo dijo:
- A Marian trataron de robarla una noche y la golpearon de forma brutal. Desde entonces se comporta diferente.
- ¿Por qué no fui informado de esto?
- No conseguirás nada mencionándolo - Robin comenzó a caminar de un lado a otro, enojado, apretando sus puños.
- Conseguían que yo le diera una golpiza al bastardo que se atrevió a tocarla - escupió.
- No sabemos aún quién fue y aunque lo supiera el propio príncipe Juan no hay ninguna pista que nos indique nada. Todo sucedió demasiado rápido.
- No soy como el inútil de su primo, voy a encontrar al que hizo esto.
- Te suplico que no te metas en esto, a ella no le agradará.
Esto lo entristeció. Pronto la tristeza se convirtió en enojo e impotencia y la descargó golpeando ambos puños en la mesa del comedor. Permaneció inmóvil un largo rato.
- Trata de calmarte, Robin, no hay nada que tú hayas podido hacer para evitar lo que sucedió.
- Ella... - comenzó a murmurar pero de pronto se contuvo. Scarlett observó sus mejillas teñidas de rojo y de inmediato lo asoció con la ira contra la injusticia que normalmente sentía y demostraba en situaciones como esta.
- Ella está bien ahora, está descansando en su habitación y hablará con nosotros sobre eso cuando esté lista. Ella vendrá a nosotros como antes.
- Tengo que irme - soltó de repente, alejándose de la mesa - Prometí que ayudaría a Pequeño Juan a arreglar algunas cosas en la guarida - Scarlett asintió, aún angustiada por su primo.
- Nos veremos luego - él se despidió de la misma forma y salió más apresurado que cuidadoso del castillo.
El intenso ejercicio que implicaba la carrera hasta la guarida, atravesando el bosque y sus numerosos obstáculos no ayudó en nada a disminuir aquella molestia dentro de Robin, incluso él mismo creería que la aumentaba.
En el escondite había un enorme muñeco con la forma del Sheriff que los ayudaba a practicar y aparentemente era su única compañía en todo el lugar. El arquero puso sus manos sobre él logrando sentir la textura de su relleno: arena comprimida que no se resistía ante nada ni se debilitaba ante los golpes. Con gran apuro se quitó las flechas y el arco que cargaba en su espalda y comenzó a golpear el muñeco.
- ¿Por qué no me dijiste nada, Marian? - dijo entre golpes y jadeos - ¿Por qué no viniste a ayudarme? ¿Por qué huiste de mi aquel día en la aldea? - asestó un golpe definitivo, pero la dura arena no dio su brazo a torcer y lastimó sus nudillos en respuesta - Scarlett no parece saber que ya saliste, pero no hace que sea menos humillante - masajeó su mano izquierda, dando círculos en cada nudillo enrojecido - ¿Por qué haces esto si se supone que me conoces mejor que nadie y sabes que no lo admitiría jamás y estaría luego en una situación como esta? - golpeó de nuevo con rudeza con su mano ilesa pero el resultado no cambió.
Robin se sentó entonces en una pequeña y solitaria escalera que dividía la sala del recibidor. De pronto, a su espalda apareció Pequeño Juan, que al verlo tan solitario se acercó de inmediato para preguntar que sucedió.
- Nada, amigo mío - mintió - Mi ánimo ha decaído sin razón alguna ni aviso previo. No te preocupes, mi buen Pequeño Juan, tengo la esperanza de que mi buen ánimo habitual regrese tan inesperadamente como se ha ido.
- No seas un títere más de los caprichos del destino, Robin, aduéñate de tu suerte y ven conmigo a la aldea, estoy seguro de que conseguirás distraerte.
Robin accedió de mala gana y juntos caminaron a la aldea. Una vez estuvieron en la calle principal el arquero miró a todos lados buscando algo interesante y pronto perdió el gusto por todo cuanto había a su alrededor; Pequeño Juan puso sus brazos en jarra y su mejor y más amplia sonrisa nada más ver el panorama.
- Robin - dijo el más alto en un tono confidencial repentino a su amigo, quien miraba cruzado de brazos a un punto fijo con una expresión facial tensa - Mira con discreción a tu derecha, en el puesto de manzanas. Esas jóvenes no paran de verte.
Él esperó un tiempo prudente para luego mirar en la dirección que indicaba su compañero. En efecto dos doncellas magníficamente vestidas simulaban ver las frutas expuestas para la venta y dedicaban miradas poco discretas a Robin entre risitas, pero cuando las miradas de los tres chocaron ambas enrojencieron de inmediato y se dieron la vuelta para evitarlo mientras murmuraban intranquilas.
La mirada de Robin seguía siendo tan fría y letal como un iceberg en medio de la noche, algo que no agradó a su amigo.
- ¿Por qué no te ves feliz al recibir estas sinceras muestras de afecto de las jóvenes de la aldea? Eres difícil de entender, cualquiera en tu posición se habría acercado a cortejarlas como corresponde.
- No tiene caso perder el tiempo, son iguales unas y otras. Se parecen a Marian cuando pasaba sus días yendo tras de mi. Se parecen a Marian cuando su futuro aún me pertenecía y tenía alguna influencia sobre ella.
- Eres difícil de entender, amigo mío - repitió y negó con la cabeza - Cuando tenías a Marian detrás de ti, como bien dices, tampoco estabas feliz. Como tu amigo tu dicha es todo lo que deseo en el mundo, pero viendo que la complicas demasiado comenzaré a buscar mi propia ventura.
- Es lo que debiste hacer hace tiempo, procurar tu felicidad con Scarlett.
Pequeño Juan se alarmó de inmediato y a sus mejillas subió una rojez intensa, más intensa quizá que la de las señoritas que observaron instantes atrás. Ante esto Robin soltó una carcajada. Pequeño Juan sonrió al escucharlo.
A la par Scarlett iba a la habitación de Marian, impulsada por la preocupación que sembró su primo y con la excusa de preparar a la princesa para la cena, para hablar con ella.
Marian estaba frente al tocador y esto le dio a Scarlett la ocasión perfecta: cepillar el cabello de la princesa mientras hablaban. Inevitablemente y sin muchos rodeos tocaron el tema de Robin y la pelinegra la acusó de dejar de visitar la guarida pero no obtuvo contestación.
- ¿No temes alejarlo con tu indiferencia?
- Al contrario, temo que haya sido influenciado por la opinión de nuestros amigos y se acerque movido solamente por la culpa de haberme producido dolor. Ambos estamos bien así, no paro de recibir halagos de Lady Rohesia, el príncipe y el Sheriff son más amables conmigo, nunca pensé que alejarme de Robin fuera a hacerme tan bien.
- Si me permites decirlo, te ves mejor desde hace un tiempo, pero estoy convencida de que se debe a la tranquilidad que llevas por dentro, no necesariamente a alejarte de Robin.
- Alejarme de Robin es lo mejor que he podido hacer, no alcanzas a entender la tranquilidad de mi mente ahora que no está clavado en mis pensamientos diarios.
- Parecías más contenta cuando lo perseguías que ahora que te alejaste de todos. ¿Puedes culparme por dejarme llevar por lo que veo?
- No - respondió Marian, mirando su propio reflejo a los ojos - Te explicaré para que puedas entenderlo: Sucede que estoy cansada, ¿sabes?, es agotador fingir que mi obsesión no es enfermiza y fingir que no veo lo mal que me trata cuando quiere. Puedo seguir intentando toda la vida, pero sé que el resultado no va a cambiar.
- De modo que siempre lo has sabido - murmuró Scarlett y la princesa apartó la mirada.
En la aldea las personas comenzaron a adoptar comportamientos extraños: primero algunos caminaron apresurados, se encerraban en sus casas e incluso abandonaban sus puestos de venta para ocultarse, luego los que quedaban se aglomeraron en la fuente central, todos luciendo rostros de desesperanza.
El reloj de la capilla dio cuatro campanadas y antes de que se dejara de escuchar el eco de la última el príncipe Juan entraba triunfante seguido de sus escoltas personales encabezados por el Sheriff.
Robin y Pequeño Juan se escondieron, pero no perdieron de vista en ningún momento lo que hacían: explotar a los aldeanos robando todo su dinero con la excusa de cobrar impuestos. Cuando terminaron la comitiva tomó el camino de regreso al castillo y Robin salió de su escondite.
- Vamos, Pequeño Juan, esperaremos al príncipe en el bosque para emboscarlo.
- Gran idea, así tendremos ventaja, no podrán encontrarnos en el bosque.
Ambos amigos tomaron el sendero y subieron a las copas de los árboles, columpiándose y trepando pronto consiguieron alcanzar al séquito del príncipe Juan y mantener su lento ritmo de marcha no fue una complicación. Llevaban un buen rato así, siguiendo de cerca a los guardias sobre sus caballos, cuando un ruido comenzó a distraer a Robin de sus pensamientos.
- ¿Qué es eso? - preguntó desconcertado.
- El río - respondió Pequeño Juan con normalidad.
- Ataquemos aquí - dijo Robin apresuradamente.
- ¿Estás seguro? - cuestionó su amigo, frenando su carrera en seco, pero su líder ni siquiera lo escuchó.
- ¡Príncipe Juan! - vociferó. Su grito detuvo a los guardias, quienes comenzaron a buscar al responsable de aquella exclamación.
Robin, dispuesto a saltar a las aguas del río, llamar la atención de todos y darle a su amigo espacio para su robo se impulsó y aterrizó en la orilla del río que corría pegado al final del bosque. Las rocas de la orilla tenían una gruesa capa de moho, y cuando Robin cayó en una de ellas inevitablemente se desplomó y se lastimó el tobillo, se precipitó en el agua y logró llamar de inmediato la atención de cada uno de los allí reunidos.
- Es Robin... Es Robin - murmuraban reiteradas veces dentro del pelotón mientras observaban una figura vestida de verde intenso luchando contra los remolinos que se formaban en la corriente del río, aferrado a la roca que provocó su caída - Miren, es Pequeño Juan quien acude en su rescate, sin duda es Robin Hood.
Para cuando los guardias y el príncipe reaccionaron la ágil figura de Pequeño Juan sacó el cuerpo del agua y lo cargó en sus brazos. Juntos corrieron hasta volver a internarse en el bosque del lado contrario a sus enemigos y no pararon hasta asegurarse de que nadie los seguía y estaban bien escondidos.
- Gracias, amigo - Robin se bajó. Al momento que su tobillo tocó el suelo perdió el equilibrio y soltó una dolorosa queja, apenas pudo apoyarse de un arbol para no caer.
- No estás bien, Robin, solo vas a conseguir hacerte más daño - el arquero lo miró entristecido y hasta ese momento su amigo pudo notar que tenía pequeñas cortaduras deformando su rostro y se lo hizo saber, Robin tocó la sangre oscura que brotaba de sus rasguños ybufó disgustado - Debes ir a casa a recuperarte.
- ¿Y mientras yo juego en la guarida quién va a salvar Nottingham de la crueldad del príncipe? Descansar es un lujo que no puedo darme.
- ¿Te das cuenta de que puedes empeorar tu estado, y que si eso pasa no tendrás forma de ayudar a nadie?
- Debe haber un modo... - susurró pensativo.
- Podemos decirle a Marian que intente usar alguno de sus hechizos en ti. No se me ocurre otra opción - Robin lo consideró un timpo prudente y al final no tuvo más opción que aceptar.
- Volvamos a la guarida - dijo derrotado. Pequeño Juan volvió a cargarlo y esta vez lo llevó a la guarida.
En el escondite Robin se quedó solo, absolutamente solo. Tuck y Pequeño Juan fueron al castillo para hablar con Marian y por primera vez él tuvo que quedarse relegado a contemplar sus pensamientos y no participar de la acción. Su mente lo llevó a escenarios donde las cosas ocurrieron de forma diferente, donde no hubo caída y él recuperaba el oro; donde los aldeanos lo levantaban en brazos y coreaban su nombre, eufóricos; donde Marian sonreía, orgullosa. Esto último lo tomó por sorpresa, suspiró y se dio la vuelta en la hamaca, con el ceño fruncido.
A sus pensamientos llegó un recuerdo viejo. Ghino di Tacco.
Hace aproximadamente un año lo conoció. Era un carismático ladrón, líder de una banda que operaba también en el bosque de Sherwood. En el principio Robin, Tuck y Pequeño Juan solo atacaban al príncipe, pero las escapadas de Ghino pronto ofrecieron al arquero una distracción estimulante y adictiva. Eran solo los dos, ambos hábiles ladrones atacando los caminos a cualquier hora del día o de la noche, pronto los nobles caminantes ricos que atravesaban los senderos de Sherwood quedaron a merced de estos foragidos, cualquiera era presa fácil y habrían sido imparables de no ser porque Ghino regresó a Italia y Robin no volvió a escuchar de él.
- ¡Llegamos! - era la voz de Tuck la que llegaba desde las escaleras. Sin esperar mucho tuvo a sus amigos al pie de su cama - ¿Aún te duele, amigo?
- No tanto - miró a ambos impaciente - ¿Y Marian?
- Dijo que vendrá mañana - respondió Pequeño Juan - No nos aseguró nada, pero me dio la impresión de que vendrá.
- ¿Estamos hablando de la misma Marian? - preguntó desconcertado y subiendo el tono de la voz - ¿Estaba haciendo algo?
- Cepillando su cabello - dijo Tuck, sin comprender nada - ¿Te sucede algo, Robin?
- No es nada - respondió bufando - Solo que Marian vendría. Antes lo hacía sin importar nada, lo habría hecho sin problemas. No sé si le sucede algo conmigo pero no me gusta.
- Descansa por ahora - sugirió Pequeño Juan - Mañana podrás hablar de esto con ella.
Robin volvió a quedarse solo, pero ahora más intranquilo que antes.
2813 palabras 💚💙
Hola, ¿cómo están?
¡Volví!
Wattpad ya me deja publicar mis borradores completos así que aquí estaré con lo que he podido adelantar en este tiempo.
¿Ya escucharon la playlist de spotify? Si aún no lo han hecho está disponible el link en mi perfil, les prometo que es una experiencia hermosa.
Quiero saber qué les parece la historia hasta ahora, si tienen teorías o comentarios me encanta leerlos.
Muack.
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