Lord Gudfred
En el salón del trono se dispuso una gran mesa cubierta por un mantel de seda, sobre ella diversos platillos humeantes esperaban a ser consumidos. Los príncipes se hallaban sentados uno frente a otro, evitando cruzar miradas y mostrando signos de impaciencia: uno cruzaba y descruzaba los dedos mientras la otra mantenía su pierna temblando.
Un lacayo joven abrió la puerta, logrando captar la atención de ambos.
- Mi señor, mi lady - hizo una reverencia y durante el tiempo que estuvo inclinado aprovechó para tomar profundas bocanadas de aire - Lord Gudfred ha llegado al castillo y espera en la entrada.
- Espera aquí Marian, yo bajaré a saludarlo y lo escoltaré aquí - se levantó con pesadez de su silla y con un suspiro bajó las escalinatas. Pronto ambos jóvenes se perdieron en el pasillo dejando la puerta abierta.
Marian no consiguió calmarse durante este tiempo. La copa de vino frente a su puesto era una anticipación latente, se burlaba de ella y de su ansiedad.
- Debería beberte - dijo alzando la copa y observando el vino en su interior removerse turbulento - Pero podría enfermar antes de tiempo y aún debo hacer algo valiente para salvar a mi primo - Se acercó la copa al rostro y aspiró su aroma - Vino seco. Una pena que se desperdicie, seguramente el veneno va a alterar el sabor - con una de sus uñas golpeó el metal produciendo un sonidito apenas audible.
La copa reposó en la mesa y Marian bufó de nuevo. Se puso en pie y caminó hasta el puesto del príncipe Juan, el más alejado, tomó la copa de ese sitio y con ella atravesó el salón. Llegó junto a la ventana, el viento que la saludó le causó también un escalofrío, miró hacia atrás y buscó alguna compañía indeseada que no se hallaba ahí. El vino cayó por la ventana, vaciado de su copa, y fue a parar en algún lugar entre el jardín, el foso y los arbustos de los linderos o en todos a la vez.
Regresó la copa a su lugar y planeando repetir su plan anterior esta vez tomó ambas copas restantes.
- Así es Lord Gudfred, Ricardo no pudo regresar de la cruzada, sin embargo me encargó tratar este tema personalmente, de modo que si usted está de acuerdo seré yo quien lo atienda durante su visita - Marian bajó la mirada y las copas a tiempo - Con nosotros estará mi prima, usted ya la conoce.
- Lady Marian - la nombrada se puso de pie y respondió a la reverencia con que demostraba su respeto - Es un gusto saludarla.
- El placer es mio, Lord Gudfred , siempre nos alegra tenerlo en Nottingham.
- Tomemos asiento - dijo el príncipe Juan, corrió la silla de Marian y la empujó hacia el frente al momento que ella se sentaba - Muy bien.
Los hombres se enfrascaron en una intrincada discusión sobre la compra y venta de armas y linderos de forma audaz, mientras la princesa permanecía al márgen de la situación, observando los movimientos de ambos sin atreverse a mencionar nada.
- Usted conoce muy bien los límites de su propiedad, sabe dónde empieza mi jurisdicción y no es un secreto para nadie que estoy interesado en el bosque de pinos cerca del acantilado por donde pasa el arroyo desde hace tiempo. Mi visita no tiene otro objeto que conseguir apoderarme de ella, no pienso esconderme como un cobarde - una sirvienta puso delante de Lord Gudfred un generoso plato dotado de una porción humeante y suculenta de pavo, sin esperar nada él clavó un cuchillo en la articulación del muslo, separándolo.
- Sé perfectamente cuáles son sus intenciones, no es el único interesado en esa zona del bosque de Sherwood, pero entre todos los candidatos usted es mi favorito personal - el príncipe se llevó a la boca un pequeño cuadro de carne con ayuda del tenedor - Como ve, tampoco estoy dispuesto a esconderme como un cobarde.
- Lo conozco bien, príncipe Juan, no puede negarme que usted tiene un interés oculto que planea revelarme luego de emborracharme como ha sido costumbre entre nosotros. Usted aún le teme a mi caracter y no lo culpo, siendo franco no he conocido quien no trate conmigo con suma cautela por miedo a despertar en mi algún tipo de desagrado.
- Me ha descubierto, mi Lord - ofreció una sonrisa inocente y levantó los brazos como si se estuviera rindiendo, dejando caer los cubiertos al suelo en un estridente tintineo que logró su objetivo: divertir a Gudfred al punto de hacerlo reir - De modo que tendé que seguir confesando, ya que he quedado expuesto.
- Se lo aconsejo encaresidamente - una empleada recogió los cubiertos y los reemplazó por otros nuevos y limpios.
- Seré directo: quiero comprar armas y filas de su ejército - el príncipe se acercó la copa a los labios peligrosamente.
- No - esto tomó por sorpresa a todos.
- ¿No? - preguntó el príncipe Juan, desconcertado.
- No - repitió Gudfred y a continuación bebió de su copa sin dar tiempo a nada. Tras un profundo trago sentó la copa con rudeza en la mesa y se burló del rostro del príncipe Juan.
Marian apuró también la suya, sin dejar una sola gota en su interior, como si se tratara de un elixir vital o de su propia redención. El efecto en ella fue inmediato, su rostro perdió el color súbitamente y mordió sus labios, su mano se aferró a su estómago encima del vestido mientras trataba de apoyarse en la mesa.
- Disculpen, me encuentro indispuesta - sin esperar una respuesta se levantó de su asiento. Al salir del comedor, sus cristalizados ojos liberaron algunas lágrimas. Marian caminaba dificultosamente por los largos pasillos iluminados únicamente con la luz de la luna que surcaban el cristal y las antorchas adheridas a los muros que brindaban su calor - Espero que haya sido suficiente - dijo mientras introducía una llave sacada de su bolsillo en la cerradura y la giraba, la puerta abierta le reveló su cuarto a oscuras, confundida entre penumbras donde por puro milagro un rayo de luz pálida hizo brillar un reflejo que descansaba sobre la cama. La princesa se acercó con rapidez, ignorando por completo su dolor.
El frasco de vidrio guardaba un líquido aguado de color amarillo en su interior.
- Gudfred - murmuró y salió de la habitación. Realizó el mismo recorrido de regreso, tratando en vano de ocultar los quejidos que escapaban de su boca.
En la entrada del salón del trono había una gran agitación, los empleados entraban y salían, susurrando y cargando pañuelos goteantes que humedecían la alfombra, sales y alcohol, algo inusual para una cena. Marian entró en el gran salón y pudo ver una gran cantidad de gente al rededor de algo, aún desconocido, que llamaba la atención de todos.
- Disculpen. Con permiso - al abrirse paso entre la gente tuvo cuidado de no permitir que se acercaran al frasco, las personas estaban tan aglomeradas y los espacios entre ellas eran tan estrechos que debía proteger el delicado cristal.
Al acercarse más pudo ver a Lord Gudfred tumbado en el piso, sus ojos cerrados, su tez sin color, con una criada mayor colocando sobre su frente un pañuelo blanco a su lado. Marian se alejó de la multitud y se acercó a su primo, quien estaba sentado en su silla, lejos de todo, angustiado, mordiendo la uña de su pulgar y con la vista apartada.
- Deberías hacer que todos salgan, no van a dejarlo respirar - sugirió la princesa, sentándose también. El príncipe Juan golpeó la mesa con sus dos palmas abieras y se puso de pie.
- ¡Lárguense! ¡Todos fuera de aquí! - no se necesitó mucho tiempo para que solo los tres nobles quedaran en el salón. El príncipe caminaba al rededor del salón con las manos unidas en su espalda.
- Deberías llamar a los guardias - sin dejar de mirar el frasco entre sus dedos contuvo la respiración un par de segundos. - Lo último que nos hace falta es que Robin Hood aproveche este momento para vaciar tus arcas.
- Tienes razón, Marian - sin esperar más el joven se acercó a la puerta y comenzó a gritar - ¡Guardias! ¡Doblen las rondas de vigilancia!
Aquella distracción le dio a Marian la oportunidad perfecta para actuar y no la desaprovechó. Hizo que la silla retrocediera e inclinando su cuerpo a un lado con cuidado destapó el frasco y vació la mitad del líquido amarillento en la boca semi abierta de Lord Gudfred.
- Vengan, por favor, quizá alguno de ustedes sepa qué hacer - los soldados obedecieron la desesperada súplica de su príncipe y el cuerpo inmóvil volvió a verse rodeado de personas. Para este momento Marian ya se encontraba en su puesto, ocultando en su bolso la otra parte del antídoto, aquella que le correspondía.
Un guardia puso su mano sobre la frente del enfermo y súbitamente este abrió los ojos. Los murmullos inundaron la habitación y Lord Gudfred, desconcertado, comenzó a hacer preguntas como dónde estaban y qué había sucedido.
El príncipe le tendió la mano y cuando el enfermo estuvo de pie le pidió que tomara asiento mientras los síntomas de su malestar se disipaban.
Las criadas comenzaron a entrar, de nuevo con sus paños y sales y al comenzar a escuchar a las mujeres indagar sobre el estado de salud de Gudfred los hombres se hicieron a un lado, entre ellos el propio prínicipe. El joven rubio se apartó del lado de su socio y buscó en toda dirección posible, barriendo el salón con su mirada.
- Tú - dijo en voz baja a una empleada que al sentir la mano tensa rodeando su brazo se sobresaltó - ¿Haz visto a la princesa?
- No, su alteza - al instante en que pudo sentir su miembro libre escapó escabulléndose entre los presentes. La gente continuaba atendiendo a Gudfred, amontonándose para estar cerca de él, como si fuese a caer en cualquier momento y todos desearon ser quienes lo rescataran.
El príncipe Juan abandonó el salón del trono y llegó a la habitación de Marian, tocó suavemente algunas veces sin obtener respuesta. Confundido, continuó esperando, pero al no escuchar ni un solo ruido optó por una opción un poco más indecorosa. Miró hacia ambos lados y al intuir que nadie pasaría por el pasillo se acercó a la puerta de tal modo que su oído estaba totalmente pegado a ella, lo que le permitía escuchar cada mínimo sonido que se producía.
Tan solo una respiración agitada quebraba la tranquilidad del cuarto, no disminuía, tampoco aumentaba, mantenía su ritmo.
- Marian, ¿te sientes bien? - la mano enguantada del príncipe se posó en la llave metálica enganchada a la cerradura, acarició el empalme mientras observaba la puerta, como esperando que esta se evaporara para poder ver lo que pasaba adentro.
- Si - en aquella exalación el aire que tenía contenido en los pulmones escapó por completo - No hay de qué preocuparse.
- Si llegas a sentirte mal no dudes en decírmelo. Estaré despierto hasta muy tarde, puedes ir a mi habitación más tarde si quieres.
- Tal vez después.
En el interior del cuarto se escuchó un pequeño ruido metálico, la despedida del príncipe y sus pisadas. Marian, sentada en el suelo, descansó su espalda en la puerta, las lágrimas cayeron por su mejilla, brillando con la luz casi desvanecida, perdida entre los muchos otros lugares que visitaba, como si hubiera decidido dejar en último lugar el pequeño rincón de la princesa, restándole importancia, como si ella también estuviera desesperada por apartarla.
1961 palabras 💚💙
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