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Invitación

Robin, Tuck y Pequeño Juan vieron a los soldados ir en busca de su señor. Sus cuerpos parecieron aliviarse de la picazón, puesto que no se rascaron más, sin embargo no eran buenos nadadores y se hundían con frecuencia en el agua, salían a la superficie y repetían esta secuencia mientras trataban en vano de acercarse al carruaje que se llenaba de agua y contenía al príncipe Juan, quien les gritaba insultos y amenazas. 

Mientras los tres se burlaban de lo que veían Marian se asomó entre los árboles, al verlos tan contentos no dudó en unirse a ellos. Caminó con rapidez y se puso al lado de Pequeño Juan, este notó en seguida su presencia, pero al momento que se giraba para saludarla descubrió que la princesa había logrado escabullirse al lado contrario al suyo, junto a Robin. Tuck, que observó con atención sus movimientos sonrió al verla tan contenta, ensimismada contemplando fascinada al arquero. Al mirarlo a él notó que la ignoraba, evidentemente notaba su presencia pero no se atrevía a apartar la mirada de sus enemigos para no encontrar la de ella, para su mala suerte, el camino que seguían hacía que su indeseado problema se acercaba inevitablemente a su campo de visión. Tuck sintió pena por su amiga, su rostro reflejaba sus inocentes ilusiones, las cuales corrían peligro de ser apagadas. 

Por fin, durante unos pocos segundos la miró a los ojos y fingió una breve sonrisa. Esto solo aumentó la felicidad de Marian. 

- Robin - le dijo ella - Tu ropa aún tiene manchas de harina, de cuando entraste al castillo escondido entre esos sacos, y ceniza del pasaje secreto. 

- No he tenido tiempo de limpiarla - respondió volviendo la vista a un punto rojo que se alejaba entre las aguas con puntos grises siguiéndolo. 

- Ni siquiera lo has intentado - bromeó Pequeño Juan y junto a Tuck celebraron la broma. 

- Puedo llevarla al castillo y pedirle a alguien que se encargue. Por supuesto será alguien discreto y me aseguraré de que no haga preguntas ni le diga nada a nadie, no tienes que preocuparte por nada. 

- No quiero que lo hagas. 

- Yo quiero hacerlo, no es problema - Robin soltó un suspiro de cansancio, miró al río y a la orilla contraria, el paisaje en calma apenas se veía alterado contrario a su rostro que reflejaba disgusto. - Robin... - Tuck y Pequeño Juan trataron de ignorar lo que sucedía, de mirar hacia otro lado, pero ambos estaban genuinamente preocupados por lo que podría pasar, anticipando una reacción desfavorable - Robin... - el nombrado continuó en lo suyo, conduciendo sus pensamientos por un sendero mental más tranquilo y lejos de la princesa a su lado - También quería invitarte a la aldea, demos un paseo - un silencio se instaló sobre ellos, más difícil de manejar para la ansiosa Marian que esperaba una respuesta. 

- No creo que sea buena idea - dijo Robin, cerró los ojos y llevó sus dedos, el índice y el pulgar, al puente de la nariz - Marian... - las palabras escaparon de su mente y no supo decir nada más. 

- Por favor - rogó ella, con su mirada dulce y suplicante que lo hizo titubear. 

La respuesta negativa estaba por salir de boca de Robin, tosca y sin sensibilidad, pero de un momento a otro cambió de idea. Negó con la cabeza sabiendo que no sería suficiente para ella. Marian, en efecto, continuó insistiendo, y cuando él se alejó en silencio ella lo siguió.

- Marian, por favor, detente - su pedido fue ignorado. Dando pasos en reversa intentó en vano aumentar la distancia entre ambos, sin éxito, pues la princesa caminaba a la par suya, con las manos juntas, unidas en lo que parecía ser una plegaria. Su espalda golpeó la roca que momentos antes fue su escondite. Apenas anticipó el siguiente movimiento de la princesa: su rostro estaba irremediablemente cerca y cuando se apartó, molesto, sus mejillas se rozaron. Ese toque consiguió enfurecerlo y acabar con la calma que le impedía hablarle como correspondía. 

- Si no aceptas mi invitación seguiré insistiendo hasta que consiga la respuesta que deseo. Me conoces, sabes que no miento. Si consigo convencerte puedo asegurarte que no te vas a arrepentir. 

- Pierdes tu tiempo, no quiero verte después de las misiones. No es lo mismo que te necesite para entrar al castillo a que nos reunamos en la aldea con otras intenciones tuyas escondidas entre aparente amabilidad. No quiero que te hagas una idea equivocada de mis propósitos contigo y no tengo otra forma de evidenciarlas, más que esta, sin volverme un villano en la historia. 

- ¿Me niegas, entonces, tu compañía? ¿No me permitirás disfrutarla porque temes que no pueda hallar la diferencia entre la amistad y el amor? Si es así corres el riesgo de que piense que también estás dispuesto a negarme tu afecto. 

- Te niego mi compañía porque sé que has confundido las cosas desde hace tiempo y que no hay manera de hacer que olvides esa loca idea que ha nacido en tu cabeza sin más argumentos que las mentiras que te has contado a ti misma como bromas de mal gusto que pronto serán las que te hieran cuando abras los ojos.

- Te atribuyes más méritos de los que en realidad tienes. Solo tú podrías pensar que mi invitación es un truco para realizar una elaborada conquista para conseguir ganar afecto de tu parte. ¿No has pensado que yo pueda tener en mente a alguien totalmente diferente a ti? 

- En quien pienses me trae sin cuidado, pero te responderé para que mi argumento te permita darte cuenta de la realidad. Eres tú quien habla del amor abiertamente apenas escucha una sugerencia de mi parte sobre intenciones ocultas. Eres tú la única que piensa de ese modo. 

Marian no respondió. En su interior se sintió angustiada, rechazada. Hubo un ligero vestigio de dolor físico en su pecho pero no superaba la molesta tristeza que se adueñó de ella repentinamente y con mayor intensidad tras cada palabra. Fue también el desdén el culpable de sus sentimientos, la manera en que Robin se expresó le dejó claro que su invitación lo importunaba y que era en serio. La oportunidad de conseguir que aceptara su invitación ahora era lejana, remota, casi imposible. 

- Lo siento - dijo Robin, pero su disculpa sonó a un mero formalismo carente de matices sentimentales que la hicieran verdadera. Marian se mordió los labios para evitar pronunciar alguna respuesta que la dejara en una posición aún más desventajosa, lo observó internarse entre los árboles y analizó con cuidado cada uno de sus movimientos en busca de alguno que indicara que podría regresar o que se mostraba, de algún modo, arrepentido. Sin embargo todo lo que sus ojos pudieron ver fue a una persona caminando tranquila. 

Tuck fue el primero en hablar acerca de la impotencia que le causaba todo aquello, pero Pequeño Juan superó su enojo y se mostró dispuesto a alcanzar a su amigo y obligarlo a pedir una disculpa. 

- No amarla no es un pecado, mi amigo. Es injusto para ella y compartimos su dolor porque conocemos bien ese sufrimiento. Es todo - estas palabras persuadieron a Pequeño Juan de volver a su estado de calma. Ambos miraron la figura enfundada de azul celeste, rompiendo el encanto del prado con su congoja, compitiendo con la pureza del cielo despejado, tan solo de pie, sin más movimiento que el de sus rojos cabellos entregados al viento. Ella esperaba. 

- Vayamos - ordenó Pequeño Juan con una dureza que logró sorprenderlo también a él. 

Cruzaron el claro del bosque conjurando las palabras justas para consolar aquel corazón herido. 

- Marian - Pequeño Juan puso su tosca mano sobre su hombro izquierdo y ella, en respuesta, giró su rostro suavemente, mostrando una sonrisa dulce que no terminaba de encajar para ambos. 

- ¿Si? - en su voz no había rastro de ninguna tristeza, ningún temblor abrió grietas en su decidido tono. 

- Queremos saber cómo estás - dijo Tuck con cautela. 

- Muy bien - sonrió más espléndidamente que antes pero volvió a girarse hacia el bosque, en dirección al sendero por el cual Robin desapareció.

A ambos jóvenes les pareció extraño aquel repentino comportamiento y aunque deseaban indagar, resolvieron con una mirada cómplice dejarla tranquila. 

De haber visto su mirada no cabría más dudas. Marian lo temía, no escondería esa pena ni guardaría la vergüenza del rechazo mucho más. 

- Me pregunto cómo habrá logrado el príncipe dar con la ubicación del bosque de sauces llorones, no ha acertado, pero ha fallado por poco y es alarmante. 

- Tuck dejó una bolsa de semillas de sauce llorón en su celda. El príncipe Juan me lo dijo todo cuando veníamos en el carruaje, parece que un empleado las encontró y las entregó, el resto fue obra de su ingenio. 

1493 palabras 💚💙

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