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A las puertas del enorme castillo el joven hombre suspiró resignado. Los guardias de turno le negaron el paso tan pronto como lo vieron acercarse, poniendo sus lanzas cruzadas frente a sus ojos.
- Tengo una audencia con el príncipe Juan, espero que el día de hoy pueda recibirme - pacientemente se entregó a la metódica revisión, sabiendo que bien podían no encontrar nada y dejarlo seguir o negarle el paso por detalles insignificantes.
- Puede seguir, aguarde en el recibidor, en un momento alguien de la servidumbre le indicará hacia dónde debe ir - agradeció las monótonas instrucciones y obedeció. La vida en el castillo era agitada como cada mañana desde que lo visitaba con sagrada puntualidad y una esperanza que disminuía con el pasar de los días, la guardia real intimidaba a los aldeanos y él no era una excepción, pocas veces se permitían un acto amable y no era frecuente que hablaran con los visitantes.
Cuando estuvo en el recibidor esperó. Dos magníficas escaleras de piedra se alzaban desde el centro del salón y luego volvían a unirse arriba, cubiertas por una alfombra roja bordada con hilos dorados. Enormes retraros adornaban la sala, enseñando a la familia real actual, el rey Ricardo, el príncipe Juan y Lady Marian. A esto se dedicaba durante las visitas, admiraba con el detenimiento que dedicaría un apasionado del arte hasta el más ínfimo detalle mientras esperaba que sucediera un milagro tan improbable que se alejaba conforme lo visualizaba.
- Buenos días, Fraile Thomas, ¿qué lo trae por aquí? Hace mucho no nos alegraba con su visita - la voz a sus espaldas lo sobresaltó un poco pero de inmediato sonrió.
- Por mucho que deteste contradecirla, su alteza, he venido a su castillo reiteradas veces. Me han programado audiencia con su primo, el príncipe Juan en más de tres ocasiones y en cada una tengo que regresar a la aldea para informar la triste noticia de que una vez más las obligaciones del príncipe han sido demasiadas, sus prioridades han sobrepasado las nuestras y no ha podido atenderme. No soy el primero que se presenta aquí.
- No hay ninguna excusa que valga cuando se trata del bienestar de los súbditos. Yo atenderé tus quejas, Fraile Thomas, quizá para ti no sea un logro tan importante como hablar con el príncipe Juan, pero haré todo lo que está en mis manos para ayudarte.
- No tengo palabras para expresar la alegría que me produce oírla y no hay nada a mi alcance para demostrar mi gratitud y respeto hacia usted. Mi lady, hace ya varias semanas no llega la comida a la aldea, los cargamentos son retenidos mucho antes, sospechamos que en el bosque, la escasez se empieza a notar y temo lo peor. El príncipe no ha hecho nada por nosotros, su alteza, no la molestaría con nuestros asuntos si no fuera tan urgente.
- Haz hecho bien al hablar conmigo, me encargaré de que el príncipe se entere de esto y de que encontremos una solución que nos beneficie a todos. Puedes volver a casa y decirle a tus vecinos que la ayuda va en camino.
El aldeano estrechó su mano efusivamente olvidando de pronto las normas de etiqueta y agradeció, con lágrimas en los ojos, lo que ella hacía por Nottingham. Hizo una reverencia y se marchó contento a casa.
Marian subió las escaleras evitando dejarse dominar por la indignación que le producía lo que acababa de escuchar. Pensó en decirle al príncipe Juan, pero solo fue durante un corto segundo. Al imaginarlo en el salón del trono, contando sus monedas y burlándose de aquellos que ignoraba por considerarlos inferiores el sentimiento que la consumía por dentro se convirtió en ira. Se detuvo cuando llegó a la cima, sus dedos en el pasamos tamborilearon impacientes y tras una breve reflexión se dio la vuelta y comenzó el descenso.
Al momento en que cruzó la puerta principal comenzó a correr por el sendero polvoriento sin detenerse a descansar hasta que tuvo en frente el gran árbol guarida, aminoró el paso y llenó sus pulmones de aire respirando con profundidad.
- ¡Robin! ¡Robin! ¿Están en casa? ¡Tuck! ¡Pequeño Juan! - los tres asomaron sus cabezas entre las ramas de los árboles - Permítanme subir, tengo un asunto urgente que hablar con ustedes - la cabeza de Tuck desapareció y un mecanismo de cuerdas, poleas y engranes le mostró la entrada a un costado del tronco del árbol, subió con rapidez las escaleras y dejó de lado las formalidades - El fraile Thomas habló conmigo hoy, dice que la gente de la aldea no ha recibido sus raciones de comida, al parecer las interceptan en el bosque y las envían directamente al castillo.
- No hemos visitado la aldea en un tiempo, aún tenemos comida - murmuró Robin para si, con una mano en el mentón - Iremos en este momento y nos encargaremos de inmediato.
Después de escuchar al líder emprendieron una nueva marcha hacia la aldea, aún no cruzaban el umbral de la entrada de piedra cuando los pobladores reconocieron a la banda. Esperanzados exclamaban el nombre de Robin, que escapaba de sus labios como una súplica de auxilio.
- ¡Robin Hood! - vocideró el fraile Thomas, abriéndose paso entre la multitud que se aglomeraba en torno a los cuatro muchachos - Gracias por estar aquí, Robin, por favor, ayúdanos a obtener del cruel príncipe las raciones de comida que son nuestras por derecho. Los ancianos y los niños lo pasan peor que el resto, algunos se encuentran en cama y sus familias no pueden cuidarlos porque deben trabajar para poder comprar comida a los mercaderes.
- También hay ladrones - dijo una mujer de aspecto agotado - Han acabado con el poco oro que hemos podido adquirir de nuestro esfuerzo. Si la situación continúa pronto no nos habrá quedado nada y no habrá más remedio que irnos de Nottingham para siempre.
- Eso no sucederá - respondió el héroe - Solucionaremos esto tan pronto como podamos y les devolveremos la comida.
Los aldeanos festejaron con alegría, gritaton el nombre de Robin con júbilo y pronto se restauró el buen ambiente de la aldea cargado de esperanza.
La pandilla se alejó de la entrada siguiendo al líder quien denotaba un semblante serio. Antes de llegar al bosque se detuvo y sus amigos se pusieron a su alrededor, esperando cualquier indicio suyo de que en su mente ya se formaba una estrategia para cumplir su propósito. Él meditaba tranquilo respirando profundamente, dando, sin querer, más dramatismo del necesario a si mismo.
- No podemos permitir esto, Robin - dijo Pequeño Juan, exaltado - Debemos actuar de inmediato - antes de que pudiera seguir el propio Robin impuso su voz.
- Y lo haremos. Marian, regresa al castillo, nosotros iremos en la noche y necesitaremos tu ayuda, mantente alerta. Tuck, Pequeño Juan, regresaremos a la guarida.
Las órdenes se cumplieron al instante, se distanciaron sin despedidas y caminando apresurados. En cuando Marian pasó por la aldea dejó de correr, se detuvo a apreciar la tranquila felicidad que ahora reinaba en el lugar, se sintió bien al ayudar. Las personas pasaban a su lado sonrientes y se preguntaba "¿Qué pensarán?" Era inevitable reflexionar en medio de aquella calma.
Los tres jóvenes llegaron a la guarida agitados, deseando profundamente un descanso, más fue imposible, puesto que Robin decidió que de inmediato buscarían las flechas niebla.
- Nos servirán cuando escapemos - explicó - Rodearemos el castillo con ellas para que no nos vean.
- ¿Cómo piensas que rodearemos el castillo? - preguntó Tuck - Es demasiado grande y perderías tiempo y recursos, en cambio, si solo bloqueamos las salidas haces más con mucho menos - Robin sonrió al escuchar la idea, agradeció a su amigo y con la gran cantidad de flechas que trajo Pequeño Juan se dispuso a describir la siguiente parte de su plan.
- Les quitaremos las puntas. Llevaremos con nosotros solo la bomba, así será más fácil lanzarlas cuando estemos en problemas.
- Podemos guardarlas aquí - Pequeño Juan llevaba con él un saco color marrón que extendió frente a los ojos de sus compañeros, a ambos les gustó la idea y en esto dispusieron el resto de la tarde.
La noche cayó sobre el bosque de Sherwood, la luna brillaba radiante iluminando con su pálida luz todo lo que sus rayos alcanzaban a tocar. Los animales, en su mayoría, se resguardaban en la calidez de sus refugios, mientras que otros se preparaban apenas para comenzar la noche. Al aire frío y las tenebrosas sombras las acompañaban el canto del búho y el aleteo de murciélagos, asechando presas. Una manada de ciervos se hallaba tranquila hundiendo sus ocicos en los arbustos, comiendo tranquilamente las bayas que este ofrecía, cuando de pornto se detuvieron sin razón aparente, se mantuvieron quietos y solo sus orejas buscaban la fuente de algún sonido solo percibido por ellos, uno levantó la cabeza y con sus brillantes ojos escudriñó entre sus árboles con suma atención. Por encima de sus cabezas Robin aterrizó sobre una rama, soltando algunas hojas que cayeron a un lado del ciervo captando de inmediato su interés, Tuck aterrizó sobre la misma rama y Pequeño Juan también lo hizo unos segundos después, la pandilla continuó su camino hasta el castillo, del mismo modo que la manada siguió con lo suyo en medio de la tranquila penumbra.
Al llegar al castillo treparon por el muro y al estar arriba el líder tocó tres veces la puerta, Marian les abrió con una sonrisa, los saludó y se hizo a un lado para dejarlos pasar. Pequeño Juan bajó el saco de su hombro y miró al rededor, maravillado internamente por el ambiente acogedor, el fuego y las luces tenues parecían invitarlo a quedarse y por un segundo disfrutó de la dicha mezquina de codiciar las pertenencias de su amiga. La princesa cerró la puerta apoyando su espalda en ella, luego se acercó mirando atentamente a Robin quien comenzó a hablar:
- El objetivo es llegar al salón del trono donde está el tesoro real, no lograremos resolver el problema principal hoy, pero no se preocupen, la seguridad de la gente de la aldea está asegurada por un tiempo con el oro que vamos a entregarles. El plan debe transcurrir en el menor tiempo posible, entre más discretos seamos mucho mejor.
- No perdamos más el tiempo entonces - dijo Pequeño Juan - Conocemos ya el camino y nada tenemos que hacer aquí - caminó hasta la puerta decidido, la abrió y miró hacia ambos lados del largo pasillo. Tuck le imitó y juntos salieron de la recámara - El príncipe Juan es injusto, deberíamos detenerlo antes que robarlo.
- No somos malvados como él, Pequeño Juan - respondió Tuck - Y no podemos pensar siquiera en disfrazar la crueldad con justicia, nos rebajaría a su nivel moral - de a poco la discusión fue perdiéndose en la inmesidad del castillo, sus voces perdiendo intensidad.
Marian miró hacia la puerta abierta, juntó las manos y escuchó atenta al silencio que cada vez dominaba con mayor tenacidad, Robin tomó el saco del piso y lo puso frente a ella.
- Tengo un trabajo muy especial para ti, eres la única persona en quien puedo confiar - la princesa tomó el saco con la mano derecha e inmediatamente lo abrió para ver el contenido - Quiero que esperes en el puesto de guardia del puente levadizo, no suele haber nadie en las noches pero si lo hay puedes distraerlos si les dices que Matilda los espera. Cuando nosotros salgamos tú lanzarás las bombas de niebla a los guardias - puso sus manos sobre las de ella y con suavidad le quitó altura a la bolsa, se acercó sin soltarla y bajó su tono como si fuera a contarle un secreto en aquel susurro efímero - ¿Lo harás por mi? - en el suave asentimiento de Marian se encerraba el dulce éxtasis de la agonía que le provocaba su voz - Gracias.
El arquero se apartó y salió del lugar, en dirección al salón del trono buscando a sus amigos y atento a las rondas nocturnas de los guardias. La princesa cerró la puerta, apretó el pomo con fuerza y dejó escapar un largo suspiro, apoyó su frente sobre la madera y con su otra mano sostuvo firme el saco de las bombas de niebla, cerró los ojos durante largos segundos y cuando los abrió se obligó a recomponer su compostura para cumplir su misión.
Robin encontró a sus compañeros agazapados en un rincón oscuro cercano a la puerta del salón del trono, esta se encontraba abierta y dejaba pasar un pequeño rayo de luz que daba apenas para iluminar un poco sus rostros, adentro el príncipe gritaba furioso acerca de Robin Hood y su guarida y el pobre Sheriff respondía con temor las novedades del caso, parecían tener algunas pistas anónimas y en sus planes estaba investigarlas.
- Me temo que tendremos que ser directos y entrar de una vez - dijo Robin, escuchando con calma como el Sheriff leía al príncipe una serie de instrucciones que conducían a un pantano en medio del bosque - Vamos.
El líder abrió la puerta de una patada y lo primero que miró fue el rostro pálido de su adversario que se tornaba rojo con prontitud y gritaba de nuevo al Sheriff.
- ¡Guardias! ¡Pronto! ¡Robin Hood está en mi castillo! - empujó al Sheriff quien trataba de meter por alguna parte el pergaminon en sus manos - ¡Haga algo!
El arquero disparó una flecha con cuerda y subió con la ligereza de un mono hasta que se encontró en las vigas, mientras sus amigos corrían en distintas direcciones para confudir al Sheriff. De pronto la puerta se abrió de nuevo y dejó pasar a un puñado de guardias que de inmediato se pusieron manos a la obra en la persecusión. Robin sujetó la cuerda y se balanceó con ella en dirección a sus enemigos logrando derribar a varios de ellos. El príncipe Juan gritó con frustración y golpeó el piso con su pie enojado. Pequeño Juan esquivaba los golpes de la espada contraria con su mazo y Tuck se escabullía como podía.
En un instante los guardias rodearon a los ladrones, quienes retrocedían mirando a todos lados. Robin no encontraba salida, su corazón se aceleraba y en su mente se hallaba un único pensamiento: sus amigos; la culpa se instaló en su pecho y sintió dolor al contemplar con impontencia el inevitable fin.
El príncipe Juan veía todo con ojos de desconfianza, murmuraba ansiosamente la frase "No lo arruinen, lo tengo", sus manos temblaron y el temor sobrepasaba la alegría de su triunfo. Fue su frenético estado el que lo llevó a acercarse a la esquina en donde su mayor enemigo aceptaba su derrota sin dejar de proteger con su propio cuerpo a sus compañeros y aferrarse con fuerza a la cortina de terciopelo rojo. Se sostuvo de ella como si tratara de treparla. En el techo, los rieles al principio se negaban a separarse, pero conforme el empeño del príncipe aumentaba poco a poco cedieron a la fuerza impartida sobre ellos y el telón cayó con un ruido aparatoso sobre todos.
Durante un corto tiempo el ruido sordo dio paso a un silencio absoluto el cual fue roto por las personas que se encontraban más cerca de los bordes de la cortina. Pronto el príncipe Juan pudo librarse de su prisión y mirando al rededor notó prontamente que todos los que le rodeaban eran guardias de su ejército. Frente a él un bulto comenzó a moverse hacia su dirección, no lo pensó dos veces y se abalanzó sobre él de un salto. El prisionero se resistió a ser capturado pero no logró liberarse. La dicha repentina que le provocó su inmediato pensamiento no le permitió ver que el Robin Hood que creía en su poder se hallaba obteniendo el cofre de oro a sus espaldas.
Con cuidado los guardias se acercaron a paso lento al bulto bajo las manos del príncipe, apuntando con sus lanzas. Descubrieron poco a poco la cortina. La figura agazapada de Tuck se incorporó y observó con decepción a su alrededor, no existía forma de escapar, se rindió, puso las manos en alto y trató de ignorar la voz del príncipe dando órdenes de enviarlo a prisión.
Cuando el príncipe Juan volvió la vista hacia su cofre sintió un vacío en el estómago al ver a Robin y Pequeño Juan huyendo con el aprovechando la distracción de todos. Ni siquiera pudo enviar a sus soldados tras ellos al instante, le tomó un momento salir de su estado de sorpresa. Este momento fue crucial y le dio a Robin la oportunidad de recobrar el ánimo y la compostura.
- ¡Volveré por mi amigo Tuck, príncipe Juan! ¡Es una promesa!
¡Atrápenlos! - vociferó, su grito retumbó en el gran salón y se oyó también fuera de este.
Robin y Pequeño Juan cruzaron el umbral y se hallaron de nuevo envueltos en penumbras. Bajaron las escaleras a grandes saltos y abrieron la gran puerta de madera que daba a la fuente y el puente levadizo por ahora cerrado.
Los guardias llegaron de ambos lados y desde atrás, sin embargo una nube de polvo grisáceo logró desorientar a un grupo, ante esto Robin se abrió paso por el lado izquierdo seguido por su amigo. Quienes intentaron seguirlo fueron atacados por la niebla misteriosa lanzada con certera puntería.
Marian lazó algunas bombas de humo en el punto donde se hallaba el enemigo y tras asegurarse de que se encontraban totalmente desorientado puso su empeño en accionar la polea que abría el puente levadizo. El esfuerzo era grande para una sola persona, pero lo logró. Alarmada por el pensamiento de que su labor fue tardada corrió al instante al borde del puesto de vigilancia y miró hacia abajo. Buscó a sus amigos sin éxito, su corazón dio un vuelco y corrió al lado contrario. Ahí encontró dos sombras corriendo por el sendero, una de ellas se despedía agitando el brazo aunque no supo diferenciar quien era. Evidentemente uno de los miembros de la pandilla no estaba y existían altas probabilidades de haber sido capturado. A pesar de que no conocía los pormenores algo en su interior le indicaba que no era Robin y que no tenía por qué temer.
Sus manos tocaron la piedra del muro y observó a ambas figuras corriendo hasta perderse en el bosque. Con el ánimo más tranquilo regresó al lado opuesto, levantó el saco color marrón del suelo y reanudó sus lanzamientos. Hacia mucho frío y estaba sola, pasó largo tiempo esperando a que llegara su turno de actuar en el plan solo porque significaba que para entonces todo estaría solucionado para sus amigos.
3143 palabras 💚💙
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