Capricho
El bosque de Sherwood estaba en cambio de estación, las hojas caían y el viento gélido soplaba asomando en cada rincón descubierto. El sol aún se atrevía a salir y sin ninguna nube en el amplio cielo calentaba con sus rayos todo lo que podía.
Marian hablaba con Tuck acerca de algunas obras notables recientemente adquiridas por la iglesia que se permitían a algunos de los más fervientes feligreses. Si bien ambos hablaban con naturalidad y no permitían que el ritmo de la conversación decayera la atención de la princesa la tenía el arquero que caminaba junto a ellos. Con el mayor disimulo posible paseaba su vista por la línea de la mandíbula de Robin, por sus ojos, las flechas y el arco que cargaba. Sus manos se removían inquietas, moviendo de un lado a otro la tela de sus guantes.
Esta vez Robin no se daban por enterado. Embelesado como estaba en el paisaje ofrecido en esa época del año, puesto casi a propósito por un benévolo destino, no era capaz de prestar atención a nada más.
Pequeño Juan no los acompañaba y aunque al principio su ausencia pareció poco relevante para el grupo, acostumbrado a las faltas e inasistencias de sus miembros, su presencia fue requerida de un momento a otro.
En el camino un hombre se lamentaba, el grupo pudo escucharlo mucho antes de verlo, callaron sus voces y su atención fue absorbida por una escena conmovedora. El hombre resultó ser un viejo mercader que encontró en medio del camino una roca, tan grande como él y bloqueando el paso, no tenía fuerzas para intentar siquiera moverla. Al ver a Robin corrió de inmediato a él, debía conocerlo, pues hablaba con familiaridad.
- Me alegro de verte, muchacho, necesito tu ayuda, mi mercancía no puede esperar, hay enfermos que me esperan, llevo importantes medicinas - sus húmedas y tostadas mejillas se iluminaban cada vez que un movimiento suyo coincidía con la luz del sol.
- No podemos hacerlo nosotros - fue la voz de Robin la que lo alejó - Buscaremos ayuda, espera aquí.
- No, por favor, no puedo demorar un segundo más.
Robin suspiró y con un movimiento de cabeza le indicó a Tuck que lo siguiera, Marian fue tras ellos y los ayudó a empujar la roca. Lo intentaron el tiempo suficiente para convencer al hombre de que debían recibir ayuda.
El pequeño grupo regresó corriendo a la guarida, a pesar del sol, cada vez más agresivo, ninguno se atrevió a quejarse o detenerse. En casa los esperaba su amigo, quien guardaba sus cosas en muebles de su habitación, organizando cada pertenencia tras una profunda limpieza.
- Pequeño Juan - exclamó Robin, sin duda poco dispuesto a ser contrariado - Necesitamos tu ayuda - el joven apartó a su líder y se aventuró a mirar en el nivel inferior, donde Tuck y Marian aguardaban, con la frente perlada por el sudor y jadeantes, pero silenciosos.
- ¿Y Scarlett? - preguntó al notar su ausencia.
- No vino - respondió confundido y de inmediato le restó importancia añadiendo: - Acompáñanos.
- ¿Por qué no vino con ustedes? - continuó Pequeño Juan.
- No tengo idea, pero hay alguien que nos necesita.
- Scarlett está enojada - dijo Marian, Robin fue apartado de nuevo por su amigo y este bajó las escaleras para encarar a la princesa y con una sonrisa amistosa preguntarle a qué se refería - No sé mucho. Ella no vendrá hoy, me dijo esta mañana que estaba enojada con Robin por un motivo que no me confió y que hasta que arreglen las cosas no va a venir a la guarida.
- Lo que dices es muy extraño, Marian - Robin bajó también y, ahora un poco enojado se acercó a sus amigos - Mi prima jamás ha sido de actitudes caprichosas, la conozco y sé que no se negaría a venir con nosotros por un disgusto pasajero que no quiere expresar. Pero tú, tú eres perfectamente capaz de comportarte de ese modo tan desagradable. Iré a hablar con Scarlett sobre esto.
- Caprichosa o no se niega a venir y yo no saldré de esta guarida hasta que ella me lo pida.
- ¿No eres tú el caprichoso al exigir tal cosa? - preguntó Tuck y aquello logró divertir a todos, excepto a Robin que en ese momento atravesaba el umbral de la puerta.
Sin importar lo que ocurría a su alrededor, el sol, la roca, nada, Robin atravesó el bosque en dirección al castillo, tomando todos los atajos que conocía y murmurando frases de disgusto contra Marian, jurando ante nadie que probaría su equivocación y la obligaría a pedir disculpas. Su repentina salida fue causada por el temor a que ella dijera algo más, sabía perfectamente que era incapaz de ridiculizarlo, aunque su reacción impulsiva lo ameritaba, pero siempre deseaba ser escuchada por él y no tenía ganas de oir su voz.
El castillo apareció tan súbitamente ante él que tuvo que cambiar su rumbo drásticamente para no encontrarse de frente con los guardias que custodiaban la entrada. En un muro lateral encontró el lugar perfecto para anclar su flecha gancho, escaló hasta la cima y después de revisar que las patrullas no pasaran por aquel pasillo descubierto lo atravesó corriendo, bajó de un salto hasta el huerto y desde allí fue más sencillo llegar a la cocina. Ahí estaba Scarlett, observando el patio de armas vacío, no se inmutó cuando su primo corrió hasta llegar a su lado y ambos tardaron un rato en hablar.
- No creí que vendrías, estaba segura de que Marian te diría lo que le dije a ella, pero pensé que tu indiferencia la aplicarías también conmigo y que no te importaría mi resentimiento - se alejó del patio de armas y en cambio fue a parar al fondo de la cocina, donde nadie podía verlos, con Robin detrás. Apoyó su espalda en una columna y con los brazos cruzados hizo una señal con su cabeza para que empezara a hablar.
- Admito que no iba a venir, pero lo primero que pensé fue que Marian me engaño y espero que esta justificación te sea suficiente, no acostumbras a hacer estas cosas, pero ahora que compruebo que cada palabra suya es real me siento en la obligación de preguntarte acerca de tu creciente enojo hacia mi.
- Se trata de algo muy sencillo y sin embargo muy desagradable para ti, como sé que tus amigos no harán más que mostrarse indiferentes o peor aún, aprobar tu comportamiento, tengo que ser yo la que te riña al respecto. Tu actitud con Marian es inaceptable, cada día eres un poco más descortés en tus tratos, hay cierta maldad en tus actos cuando la envías lejos de nosotros para que no te estorbe y no pienso seguir consintiento eso. Le debes una disculpa.
- Hablas porque no eres tú quien la tiene detrás todo el tiempo, ¿debo pedirte que tengas un poco más de comprensión conmigo? No veo problema a que quieras defenderla porque es tu amiga, pero te pido que me entiendas a mi también, no merezco esto y no lo deseo en mi vida. Ella me ama. Lo sé. Lo valoro. Pero incluso el amor debe tener límites.
- Robin, sé que lo que estás pasando no es algo que hayas decidido, pero Marian no debe salir lastimada, ambos conocemos sus sentimientos hacia ti y el hecho de que no los correspondas no te da derecho a darle un trato cruel.
En este punto la discusión estaba tomando niveles preocupantes, sus acalorados participantes no habrían parado de no ser por la irritante voz que llegó a oídos de ambos en ese momento.
A la derecha de Scarlett había un barril de madera y se convirtió en el escondite perfecto. Robin entró de un salto y su prima puso la tapa y simuló que se ocupaba de algo al otro lado de la cocina. Junto al tonel hervía una olla de cobre con un generoso guiso en su interior, su calor y aroma relajaron al fugitivo, quien se limitó a escuchar la conversación.
- Se lo pido, mi príncipe, recapacite, buscar la guarida de Robin Hood es un error. Ya comprobó usted mismo que es riesgoso. No sabemos qué se puede esperar de él.
- Puede que tengas razón, tan solo porque nos estamos adentrando en su territorio, haré que venga al mío y se meta solo en mi trampa. ¡Scarlett! Quiero comer un pastel de moras - el Sheriff adelantó la respuesta.
- En este momento debe asistir a la reunión del consejo por el asunto de Lord Gudfred, señor, quizá no sea prudente...
- Tengo reunión con el consejo - repitió - ¿Y a usted se le ocurre comer pasteles de mora?
- Lo siento Señor.
Las voces sonaron lejanas, más Robin esperó paciente a que su prima le asegurara que podía salir. La luz llegó de nuevo y el rostro aún molesto de Scarlett fue la bienvenida al mundo externo. Mientras salía habló calmadamente.
- Tienes razón, soy un tonto, trataré de arreglarlo.
- ¿Te portarás mejor con Marian? - buscó mirarlo a los ojos, pero aunque él apoyaba todo el peso en sus brazos mientras trataba de salir de la prisión en miniatura donde se hallaba metido, en ningún momento se atrevió a enfrentarla.
- Si, te lo prometo.
- ¿Crees que ella acepte tus disculpas? - ante esto Robin soltó una carcajada genuina y fuerte.
- No creo que vaya a ningún lado huyendo de mi - Robin recordó el motivo de su visita en ese momento, tomó la mano de su prima y la apretó alternando rudeza y gentileza - Pequeño Juan tiene que mover una roca del camino, es muy importante, pero se niega a hacerlo a no ser que se lo pidas tú - la joven se extrañó al escuchar aquella petición - No me preguntes a mi, yo tampoco entiendo nada, solo sé que necesito tu ayuda, solo tú puedes convencerlo.
- ¿Él te lo dijo? - Robin asintió y de pronto un abrasador rubor le cubrió la cara, apartó la mirada. Sus manos temblaron un poco pero se aferraron a las de su primo - Iré a ayudarlos.
- ¿Irás a dónde? - el arquero se sobresaltó y el rostro de Scarlett, antes avergonzado perdió el color súbitamente.
- Mamá, nos asustaste - el intento de reproche fue aplacado por el temblor en la voz. Matilda sonrió.
- Siempre es un gusto saludarte, Robin, pero deberías estar más alerta. Va para ti también, Scarlett.
- Lo sé tía - le dedicó una sonrisa confiada, la habitual - ¿Te molestarás si me llevo a mi prima?
- Por supuesto que no, pero la quiero aquí antes de la hora de la comida. ¿Puedo saber por qué tanta urgencia?
- Necesito que me ayude a convencer a Pequeño Juan de mover una enorme roca - Matilda enarcó una ceja y cruzó los brazos luciendo una sonrisa - Y es mi testigo también. Nos enteramos de un plan del príncipe Juan y los chicos deben saberlo.
- Avísenme si necesitan ayuda - ambos asintieron y sin más despedidas se encaminaron a la salida de la cocina. Aprovechando el momento de cambio de guardia corrieron tomados de las manos hacia el puente levadizo y luego se introdujeron en el bosque. Matilda los observó tratando en vano de calmar su agitado corazón y cuando no pudo resistirlo más se apartó del umbral para continuar sus quehaceres.
1914 palabras 💚💙
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