Capítulo LXXXV
Debido a los eventos de la noche anterior, la pareja se durmió en los primeros minutos del viaje. Los padres no tuvieron oportunidad de entablar conversación con ellos siquiera.
—Parece que los hicieron levantarse muy temprano —comentó Felipe al voltear a verlos—. Espero que hayan pasado unos días agradables.
—Estoy seguro de que sí. La casa de mis suegros es un lugar cómodo y acogedor; deben haber descansado mucho, se nota en sus rostros.
—Es verdad, hasta sus lesiones parecen haber sanado. Dígame, ¿Nicolás volverá a trabajar?
—Creo que sí, aunque le diré que vaya al hospital para hacerse un chequeo primero. No quiero que se sobreesfuerce.
—Le diré a Alejandro que también se revise. Esa lesión en la nariz, por fortuna, no le dejó ninguna cicatriz, pero hay que estar seguros.
—¿Él también volverá al trabajo?
—Sí, tiene muchas ganas de regresar —dijo, volteando una vez más hacia su hijo, que descansaba recargado en Nicolás—. Me dijo que ha pasado demasiado tiempo sin asistir al restaurante y no quiere abusar de la buena voluntad de su jefe.
—Eso habla bien de él; es un chico responsable. Ya sabe usted cómo es la juventud hoy en día —comentó Mateo.
—Lo sé. Muchos de esos valores, lamentablemente, se han perdido o significan muy poco.
—Todo lo contrario de lo que nos enseñaron a personas de nuestra generación. Estoy convencido de que usted y su esposa conocen lo que es el respeto, los buenos modales y el honor a la palabra dada.
—Muy de acuerdo con usted, don Mateo. Esos valores son los que hemos transmitido a nuestro hijo. La educación comienza en casa.
—Me da gusto oírle hablar así. Siendo honesto, don Felipe, entiendo que mi hijo se haya fijado en el suyo.
—Entiendo a lo que se refiere. De haber recibido una educación diferente, se habrían desencantado el uno del otro en poco tiempo.
—A fin de cuentas, el físico no lo es todo.
Ambos hombres asintieron, satisfechos de hablar con alguien que compartía sus ideas.
Gracias a la animada conversación y una pausa para estirar las piernas, el viaje se hizo más corto que el de ida. En menos de dos horas llegaron por fin a la casa de Felipe.
—Muchas gracias por todo, don Mateo. Han sido muy amables con nosotros —dijo Felipe, estrechándole la mano antes de tomar la maleta de su hijo y llevarla hasta el portón de acceso, donde ya aguardaba Olivia.
—Nada que agradecer, señor. Ahora más que nunca me hago a la idea de que nos volveremos una sola familia. Viéndolos a ellos, creo que la decisión ya está tomada —dijo Mateo, abriendo la puerta trasera para despertar a los muchachos, quienes parecían no querer despertar—. Chicos, despierten. Alejandro, despierta, que tus padres están esperando.
—Permítame. Hijo, despierta, ya llegamos.
Alejandro, un poco sobresaltado, se refregó los ojos al ver a su padre y a su suegro. Nicolás apenas reaccionó.
—¿Qué pasa?, ¿ya llegamos?
—Sí, baja del auto, que don Mateo debe irse a su casa.
—Vale, ya voy. Dame un momento para despedirme del dormilón —dijo, acercándose a Nicolás y besándolo suavemente—. Adiós, amor. Descansa. Te amo.
—Este bello durmiente se irá directo a la cama cuando lleguemos —comentó Mateo, cerrando la puerta trasera y despidiéndose—. Adiós, Alejandro. Señor, señora, adiós.
—Adiós, y muchas gracias a su hijo por la invitación. Me ha dado los mejores días de mi vida —dijo Alejandro, estrechando la mano de su suegro.
—Estoy seguro, Alejandro, de que mi hijo también te agradece por los días que han compartido y, sobre todo, que hayas aceptado su invitación —respondió Mateo antes de regresar al vehículo y ponerse en marcha.
Una vez dentro de la casa, Olivia saludó afectuosamente a su hijo, lo abrazó y lo acompañó hasta su habitación para que descansara. Alejandro, ya a solas, cogió su teléfono y marcó a Cristina, suponiendo que estaría libre a esas horas de la tarde.
—¡Ale!, ¡qué gusto oírte! —saludó con evidente alegría.
—Lo mismo digo, Cris. Me alegra tanto escucharte.
—Dime, ¿cómo estás?
—Estoy bien, solo algo cansado por el viaje de regreso.
—¿Qué?, ¿ya estás en casa? Creí que no regresarías hasta la noche.
—No, quise volver antes para descansar y preparar mis cosas. Mañana nos veremos en el trabajo otra vez.
—¿Estás seguro? No deberías esperar unos días antes de regresar, hablar con tu médico, hacerte un chequeo.
—Supongo que debería, pero creo que me he recuperado de las lesiones. Incluso la nariz ya no me duele y no tiene ninguna cicatriz.
—Insisto en que deberías consultar con tu médico primero.
Hubo un momento de silencio.
—Pero conociéndote como te conozco, si crees que has sanado, no hay nada que pueda decir yo para hacerte cambiar de parecer —dijo Cristina, cambiando su tono a uno más suave—. ¿Sabes?, a pesar de que fueron solo unas semanas, te extrañé mucho. Al igual que todos en el restaurante, están ansiosos por verte.
—Yo también tengo muchas ganas de verlos a todos. Parece que han sido meses de ausencia y, en realidad, fue muy poco tiempo. Por eso deseo continuar con mi trabajo. Fue la razón para esforzarme tanto; de lo contrario, me habría quedado en casa.
—En eso estamos de acuerdo. Bueno, vete a descansar, que debes estar exhausto por el viaje. Mañana podremos hablar.
—Me parece bien.
—Y una cosa más, Ale: me alegra muchísimo saber que estás de regreso. Aunque no lo creas, tu presencia nos alegra a todos.
—También a mí, Cris. Tengo tanto que contarte que vas a alucinar.
—No digas más, o si no te quedas al teléfono hablando conmigo hasta que cuentes todo —dijo, soltando una risa y luego, en un tono más bajo, agregó—. Estoy segura de que tus aventuras no han sido muy inocentes, ¿a que no?
—¿Qué comes que adivinas, amiga querida? —dijo en un tono cómplice—. Ya, en serio, espera hasta mañana y sabrás todo.
—Gracias, Ale. Intentaré contener las ganas. Hasta mañana.
—Hasta mañana.
... ... ... ... ...
Cual si fuera el hijo pródigo, Antonia recibió a su hijo con grandes muestras de afecto que sorprendieron al pelinegro.
—Hola, mamá, qué gusto verte así, tan feliz.
—¿Y cómo no?, mi niño ha regresado, te extrañé tanto —dijo, abrazándolo fuertemente.
—¡Mamá!, no lo diga así, que han sido solo unas semanas de ausencia, además estaba mi hermano para hacerles compañía.
—¿Adolfo?, ¿es que no lo sabías? —preguntó la mujer con duda en su voz.
—¿A qué se refiere?
—Adolfo se fue con sus amigos por el fin de semana y todavía no ha regresado. ¿No has hablado con él?
—No, no he hablado con Adolfo desde que me fui.
—¡Oh! Yo pensaba que ustedes hablaban más seguido —dijo Antonia con extrañeza.
—Pues no, mamá, ni siquiera sabía que tenía amigos con los cuales se reunía. "Y tal vez sea porque yo tampoco le dije que me iba a la playa. No puedo reclamarle nada."
—¿Sucede algo, Nico?
—No, mamá, hablaré con Adolfo en cuanto regrese. Mientras tanto, iré a dejar mis cosas y me recostaré un rato; aún tengo sueño por el viaje.
—Y eso que dormiste todo el viaje igual que Alejandro —comentó Mateo, bebiendo un vaso de agua.
—Está bien, siempre ha sido bueno para dormir —dijo la mujer antes de volverse hacia su hijo mayor—. No te preocupes, ve y duerme todo lo que quieras. Hablaremos por la noche cuando cenemos. Ojalá que tu hermano haya regresado para entonces.
Nicolás asintió y, subiendo las escaleras, llevó su bolso y maleta hasta el dormitorio. Luego, caminó por el pasillo hasta el cuarto de Adolfo; entró y dio un vistazo alrededor, esperando hallar algo que le indicara lo que el menor estuvo haciendo recientemente o, en el mejor de los casos, descubrir quién era la persona de la que antes habían hablado. Pese a sus esfuerzos, no encontró nada: ni una foto, ni una nota. "¿En dónde estás?, ¿y con quién?"
Regresó a su cuarto y se acostó, no sin antes enviar un mensaje a Ignacio. «Hola, ya estoy de vuelta en la ciudad. Llámame en cuanto puedas, quiero que hablemos acerca de ese trabajo en el club. Un saludo.»
... ... ... ... ...
Lo que al principio pretendía solo ser una llamada para informar de su regreso, acabó por transformarse en una invitación para ir al departamento del bartender. Ignacio, quién estaba solo, le dijo que podía visitarlo y de paso hablar no solo del trabajo, sino que también del merecido descanso que su amigo y Alejandro habían disfrutado en la costa; para no perder tiempo, Nicolás se dio una ducha rápida, se cambió ropa y llamó un taxi que lo dejara directamente en el departamento de su amigo. Tras una calurosa bienvenida, los chicos fueron a sentarse en la sala, mientras compartían un par de refrescos que Ignacio tenía preparados de antemano.
—Gracias por venir, Nico. Sé que acabas de regresar, pero es mejor hablar contigo antes de que inicie la semana —dijo, recibiendo una carpeta de manos del pelinegro y dejándola en la mesa—. Bien que trajiste una copia de tu currículo.
—No te preocupes, Ignacio. Fue un buen descanso, pero ya estoy listo para retomar el ritmo. Ahora dime, ¿de qué se trata este trabajo?, quisiera más detalles.
—Por supuesto —dijo, apoyándose en el respaldo del sofá—. Como sabes, Katerina va a estar fuera de la ciudad por una semana, puede que más, y eso nos deja un vacío en el club. Tú tienes experiencia atendiendo gente, conoces algo del ambiente, y eres alguien en quien confío plenamente. Me gustaría que la reemplazaras mientras está fuera.
—Bueno, no es que sepa demasiado del tema, me ha tocado organizar algunos eventos para mi jefe y hacerme cargo del servicio para los invitados, pero eso es todo.
—Sé que es un reto y que tal vez no es una actividad que realizas con frecuencia —respondió Ignacio, asintiendo—. Sin embargo, creo que tienes lo necesario para hacerlo. No solo es supervisar al equipo y manejar los turnos, sino también tratar con clientes importantes. Además, siempre puedes contar conmigo si necesitas ayuda.
—Es una gran responsabilidad, Ignacio. No estoy seguro de estar preparado para algo así, al menos no tan pronto después de... bueno, todo lo que pasó —dijo Nicolás, pensativo.
—Lo entiendo, pero también creo que esto puede ser bueno para ti. Necesitas retomar el ritmo de tu vida, ¿no?, algo que te mantenga enfocado, que te dé una nueva perspectiva de vida.
Nicolás guardó silencio ante la mirada fija del bartender.
—Considéralo al menos, ¿sí?, Julieta y los empleados de seguro estarán encantados de que trabajes en el club. Además, no estás solo en esto, estamos Katerina, Javier y yo.
—Está bien, lo haré —respondió, suspirando—. Pero con una condición.
—¿Cuál? —preguntó, levantando una ceja.
—Que me prometas que, si esto no funciona, no te molestarás si renuncio antes de que Katerina regrese.
—Trato hecho —dijo, extendiéndole la mano—. Aunque sé que no será necesario.
—Ya veremos —dijo, estrechándosela con una sonrisa.
—Perfecto, Nico. En los próximos días puedes venir al club y hablar con Julieta.
—¿Tú estarás allí?, la verdad es que ahora me siento nervioso, no sé por qué.
—Para tu tranquilidad, estaré allí —dijo, dándole un sorbo a su bebida—. No tienes que sentirte así, vas recomendado por mí, y también está Katerina para darte todas las especificaciones del cargo que ocuparás.
—¿Cuándo se va ella?
—El viernes, por lo que el cargo debe quedar cubierto a la brevedad posible.
—Ignacio, ahora que lo pienso, ¿por qué no ocupaste tú ese puesto?, creo que Julio lo aceptaría sin reparos, ¿no es el administrador?
—Lo sé, soy yo el que no quiere ocuparlo, ya tengo mucho trabajo en el restaurante y ocasionalmente en el club, por lo que asumir el puesto de Katerina sería demasiado, sin mencionar que sus funciones no son las mismas que las mías. Sin mencionar que mi carácter no es lo que se requiere.
—Lo dices como si el mío fuera mejor —dijo Nicolás, riendo.
Ignacio acabó imitando a su amigo. En el fondo, ambos tenían mucho en común.
—¿Sabes una cosa?, es bueno tenerte de vuelta. Ciertamente luces recuperado, pero no te excedas, porque según recuerdo me dijiste que estabas sufriendo dolores de cabeza, ¿aún persisten?
—No tanto como al principio, solo aparecen cuando hago un esfuerzo desmedido o estoy demasiado concentrado en algo, por ejemplo, leyendo.
La expresión de Ignacio cambió a preocupación.
—No pongas esa cara, mi condición de salud está bien, pasar semanas en la playa junto a Alejandro y mis abuelos hizo maravillas y estamos pensando en repetirlo pronto.
—Me imagino que sí —dijo, sin ánimo de insistir en el punto—. Cuéntame cómo te fue, ¿sí?, será refrescante vivir un poco de tu descanso a través de tus historias.
—Fue increíble, la verdad. Los dos realmente necesitábamos ese tiempo lejos de todo. Fue uno de nuestros planes viajar juntos y a Ale siempre le hizo mucha ilusión. Te imaginarás el brillo que había en sus ojos cuando le hice la invitación.
—Debió de sentirse el chico más afortunado sobre la tierra. Me da una envidia solo de imaginarme el hermoso entorno, el sonido del mar, el olor a sal en el aire.
—Así fue. Cuando estuvimos allá, sentados sobre la arena o bajo el naranjo del jardín, experimenté una paz que no te imaginas —dijo, con una expresión de felicidad—. Nos quedamos en la casa de mis abuelos, que está cerca de la playa, lo suficientemente lejos de las multitudes, pero con todo lo necesario cerca.
—Debió de ser muy romántico.
—Lo fue. Nos bañamos en el mar, contemplamos el atardecer, caminamos por la playa durante la noche, fuimos a las ferias artesanales y hasta tuvimos una sesión de fotos con mi abuelo. Y para cerrar con broche de oro el viaje, Ale hizo una reserva en un restaurante local.
—¿De verdad?, qué detalle.
—Compartimos una cena maravillosa, para acabar en un club en donde bailamos y bebimos hasta casi emborracharnos.
—¿Casi? —dijo con tono de mofa—. Eso no te lo crees ni tú, ya me los estoy imaginando.
Nicolás bajó la mirada con una sonrisa traviesa.
—Lo importante es que se hayan divertido. Y ahora están comprometidos, su relación ha escalado un paso más.
—Por supuesto, ¿qué crees que es esto?
Nicolás extendió su mano donde lucía el anillo que Alejandro le había regalado y que, desde el día que los compraron, no se lo había quitado.
—Entonces, ¿van a casarse?, ¿esos son los planes a futuro? —dijo, admirando la joya.
—En parte. Más que hablar de planes, el viaje nos brindó un espacio para sanar, para reconectar, sin interrupciones, sin distracciones. Solo nosotros dos. Alejandro tiene una forma de hacerme sentir que, sin importar lo que pase, todo estará bien. En el fondo, creo que ambos necesitábamos ese tiempo para recordar por qué estamos juntos.
—Me alegro mucho por ustedes y se lo merecen, después de todo lo que han vivido.
—Gracias, Ignacio. Y para no dejarte con la duda, Ale y yo hemos hablado acerca de casarnos un día, medio en broma medio en serio, pero si decidiéramos hacerlo, no sé si fuera posible.
—¿A qué te refieres?
—Aunque nuestros padres hayan aceptado la relación, no sé si nos apoyarían con esto, tal vez sea ir demasiado lejos.
—¿Crees eso realmente?, porque me parece que sus padres les han apoyado en todo y ustedes han demostrado que no se trata de algo pasajero. ¿O es que ellos todavía creen que su relación es un capricho adolescente?, me sorprendería que así fuera.
—Hablando de mis padres, creo que ya aceptaron que vamos en serio, pero en el caso de Ale, su padre no está convencido del todo, no sé si habrá cambiado ya de parecer. En un hombre muy celoso de su único hijo.
—Deberías hablar con ellos, plantearles el tema de alguna forma que te permita conocer, incluso sutilmente, lo que piensan al respecto. Por otro lado, si no están seguros, lo mejor será no decir nada al respecto.
Nicolás asintió y aunque el tema no era de suma urgencia, la sola idea de ser el esposo de Alejandro le hizo sonrojar.
—Tú sí que estás enamorado, ¿verdad?, alabada sea tu determinación y Alejandro por corresponderte. Los dos hicieron un match perfecto.
—Ustedes también, Ignacio, y tienen la ventaja de conocerse hace años con Javier.
—Así es, compartimos muchos momentos juntos y después de lo de mis padres, él se volvió mi todo. Qué ingenuo fui al creer que solo era mi amigo, porque ahora entiendo que nuestros sentimientos eran por completo diferentes.
—Ignacio, ¿puedo preguntarte algo?
—¿Qué es?
—¿Hay algo que te preocupa?, cuando te oigo hablar pareciera que aún existe algo que te inquieta, algo que te impide vivir tranquilo, ¿es así o son ideas mías?
Ignacio guardó silencio como si reflexionara antes de responder.
—Tiene relación con tus padres, ¿verdad?
—Sí —dijo por lo bajo—. ¿Cómo lo supiste?
—Aunque tú y yo nos conocemos hace poco tiempo, sé que el divorcio de tus padres te sigue doliendo. Por la forma en que te expresas, puedo sentir que es doloroso, que si dependiera de ti, harías lo que fuera necesario para que ellos regresaran, ¿o me equivoco?
—Incluso si fuera posible, sería una forma egoísta de hacer las cosas, pensar solo en mi felicidad y no en la de ellos —replicó Ignacio.
—No lo es, Ignacio, y tal vez cometo un error al decir esto, pero eres tú el único que importa. No tus padres, porque ellos debieron pensar en protegerte, a ti y tu felicidad, y si ellos no lo hicieron, es porque solo pensaban en ellos mismos, ellos fueron los egoístas, no tu.
Las palabras que pronunció el pelinegro le causaron tal impresión que no se atrevió a interrumpirlo.
—Ignacio, tú eres el único que debe luchar por ser feliz y para lograrlo tienes a Javier, a Katerina y a mí, somos tu apoyo, no te sientas solo nunca más, ellos no te dejarán y tampoco yo. Si hay algo que valoro en la vida es la lealtad y tú lo has sido conmigo en todo momento, por lo tanto, yo también lo seré contigo.
—Entonces nos tendremos el uno al otro, porque yo tampoco voy a abandonarte, Nicolás, te volviste demasiado importante como para negar el afecto que siento por ti.
—Yo también siento lo mismo, eres el amigo que siempre quise tener, al que puedo decirle que lo quiero de forma abierta y sin reparos.
Nicolás abrazó al bartender con fuerza, pues sabía cuánto le gustaba; el chico se sentía querido cuando estaba en contacto con él de esa manera tan íntima. La compañía mutua les brindaba alivio y seguridad.
—Tú tampoco volverás a sentirte solo otra vez, ¿me escuchaste?
—Te oigo fuerte y claro, fuerte y claro, Ignacio.
Se quedaron a solas durante otro par de horas, compartiendo un momento que solo fortalecía su vínculo.
... ... ... ... ...
La tarde del domingo fue la que más disfrutó. Adolfo y los chicos jugaron voleibol en la playa, mientras algunos permanecían tendidos en la arena bajo el quitasol, y otros se bañaban en el mar. Se la pasó tan bien que desaparecieron los deseos de regresar a casa que lo habían asaltado durante la cena, cuando su mente y corazón estaban dominados por las dudas.
Ahora que todo estaba aclarado, el pelinegro hubiera preferido quedarse en aquel idilio. No quería abandonar ese escenario lleno de personajes extraños ni regresar tras bambalinas, al mundo real. Pero, cumpliendo con el acuerdo, la ilusión del fin de semana llegó a su fin. Cuando el sol comenzó a ocultarse, el grupo recogió sus cosas y volvió a la casa para dejarla en orden. Después de eso, cada uno debía marcharse a su respectivo hogar. Mientras algunos limpiaban, otros tomaban turnos para ducharse y quedar como nuevos, especialmente las chicas. Pronto, la cocina, los salones y los dormitorios quedaron impecables, así como la casa en su totalidad, que quedó a cargo del festejado, su hermano y Gabriel.
Como el primer día, todos se reunieron en la entrada principal para despedirse. Gaspar fue el primero en marcharse.
—No dejes tu situación sin resolver —le dijo Tomás mientras lo abrazaba.
—Haré lo que pueda, bien sabes que la mitad del trabajo depende de alguien más —respondió. Luego añadió—: Cuídate, mi amigo, hasta pronto.
—También tú, mucho cuidado cuando vayas por la carretera.
El artesano asintió y montó su motocicleta, no sin antes recordar a Adolfo que no olvidara visitarlo en su taller, donde lo estaría esperando. Hizo una despedida general, se colocó el casco y arrancó la motocicleta.
Rafael lo observó desaparecer en la distancia antes de bajar la mirada, abatido. Salió de su estado solo cuando el taxi que había pedido se detuvo frente al grupo.
—Espero que todo haya sido de tu agrado, Tomi.
—¿Y cómo no iba a serlo? Viniendo de ti, solo puedo esperar lo mejor, Rafi. Muchas gracias —dijo Tomás, besando al artista en ambas mejillas.
—Me tranquiliza saberlo. Y bueno, no dejes pasar mucho tiempo antes de la próxima fiesta. Nos la pasamos muy bien juntos —respondió Rafael, acariciando la trenza de su amigo.
—Ni tú dejes pasar tanto tiempo antes de hablar con ya sabes quién.
—No me pidas imposibles, Tomi.
—Solo espero que lo intentes.
—No puedo prometerte nada, no en este momento —dijo Rafael, abrazando al anfitrión—. Adiós, querido. Adiós a todos.
Con una prisa repentina, Rafael corrió hacia el taxi, abordó y desapareció por la calle.
—Bien, señores, ha sido un placer compartir con ustedes este fin de semana. Esperaré con ansias a que se repita —dijo Ivo, con innecesaria solemnidad, mientras tomaba las manos de Tomás.
—Puedes estar seguro de que así será —respondió él.
—Por mi parte, agradezco la amable acogida en su grupo. Me he divertido muchísimo —añadió Ximena, haciendo una respetuosa inclinación antes de dirigir una mirada coqueta hacia Erika—. Además, tuve la fortuna de conocer a una chica guapísima como tú. Ha sido un placer, Erika, y estaré esperando el momento para besar tus manos otra vez, "y quizá tus labios también".
Erika, demostrando su compostura, sonrió fingidamente mientras agitaba los dedos para despedirse, evitando cualquier contacto con la peliteñida tras semejante insinuación.
—Si los astros lo permiten, nos volveremos a ver —dijo Ivo desde el asiento del copiloto, agitando la mano. Ximena ocupó el lugar del conductor y, al arrancar el auto, se despidió lanzando besos al aire.
—Adiós a todos. Hasta la próxima.
—Ya solo quedamos nosotros. ¿Está listo el carruaje? —preguntó Erika con voz demandante.
—Listo y dispuesto para nuestra reina —respondió Martín, adoptando una actitud teatral.
—Andando. ¿Vienen ustedes? —preguntó, dirigiéndose a Lucas y Adolfo.
—Por supuesto, aunque me duele en el alma tener que irme —respondió el rubio, imitando al pelirrojo menor, llevándose una mano al pecho con fingida aflicción.
—Tocará montar una obra de teatro la próxima vez. ¿Y tú, Adolfo? —insistió Erika.
—Tampoco quisiera irme, ha sido mejor de lo que esperaba —admitió el pelinegro.
—Y aguarda, que habrá más —dijo Martín, tomándolo del brazo.
—¿A qué te refieres?
—A que nos volveremos a ver, de eso puedes estar seguro. Además, siéntete afortunado: Lucas está rendido ante ti, no lo desaproveches.
—Lo tendré en cuenta, sea lo que sea que quieras decir con eso —respondió Adolfo con indiferencia.
—No finjas conmigo. Es obvio que ustedes se hicieron novios, igual que Gabriel y mi hermano. Él recibió el mejor regalo de todos —añadió Martín, haciendo una pausa reflexiva—. Ojalá hubiera tenido yo la misma suerte con Erika.
—Pues me pareció que Ivo estuvo muy insistente contigo. Deberías considerarlo.
—¿Estás loco? Es mayor que yo, y además no es mi tipo —exclamó.
—Solo puedo decir que tienes más opciones con Ivo que con Erika, quien ya tiene novio.
—No lo sé, ni siquiera lo había pensado —dijo Martín, apretando el amuleto que llevaba en el bolsillo—. Bueno, no los retrasaré más. Gracias por venir, Adolfo. Fue muy divertido. Ten un buen regreso a casa.
—¿Tú no vienes? —preguntó Adolfo tras estrecharle la mano.
—Alguien debe quedarse. Tomás los acompañará.
—Entonces, adiós, Martín —dijo, caminando hacia el vehículo.
—Adiós. También a ti, Lucas.
—Adiós, y no creas que todo está dicho. Sé que fuiste tú. ¿Lo olvidaste? Voy a castigarte por ese chisme —dijo Lucas, pellizcándole la mejilla.
—No te enojes conmigo. Fue un encargo de Tomás.
—Peor. Tendré que castigar a los dos.
—No me importa, mientras seas tú quien lo haga —respondió Martín, antes de que Gabriel interviniera con una mirada severa que decía claramente: "Alto ahí. El que te castigará seré yo si sigues hablando".
Los primos intercambiaron miradas y sonrieron con la complicidad de siempre.
Sin decir más, el grupo abordó el vehículo, dejando al pelirrojo menor en la casa. Gabriel condujo de regreso a la ciudad para dejar a los huéspedes a salvo en sus hogares. Al igual que en el viaje de ida, el regreso también fue en silencio. Lucas, apoyado en el hombro de Adolfo, se acomodó en una postura que hacía evidente para los demás que eran pareja. Erika y Tomás intercambiaron miradas.
—Pareces satisfecho, me pregunto a qué se debe eso —dijo Erika con un deje de curiosidad.
—Porque conseguí lo que quería —respondió Tomás, enigmático.
—Habla claro. Si hay algo que te critico es esa aura misteriosa que le das a las cosas.
—Perdona, pero eras tú quien estaba deseosa de irte a casa, ¿verdad? Entonces, ¿por qué no dejas de molestar con tu actitud?
—¡Habla o simplemente cállate! —exclamó Erika, irritada, llamando la atención de Lucas y Gabriel.
—Vale, vale, me callo —dijo Tomás, alzando las manos en señal de rendición antes de cruzarse de brazos y mirar por la ventana—. Estás realmente irritable.
—Y esta no es mi forma final.
Tomás decidió no seguir provocándola. Conocía a Erika lo suficiente como para saber que su paciencia había llegado al límite y solo pensaba en llegar a casa. Haciendo una señal a Gabriel, le indicó que dejara primero a la literata. El moreno asintió, diciendo que así lo haría, siempre que el tráfico lo permitiera. Para aliviar la tensión, encendió la radio, un hábito que había adquirido de su padre.
Dicho y hecho, Erika fue la primera en llegar a su destino. Tomás descendió con ella para despedirla y agradecerle su presencia y el esfuerzo de quedarse con ellos todo el fin de semana.
—Gracias a ti por acogerme en tu casa y por la confianza para decir toda la verdad, sobre ti y sobre Lucas —dijo Erika.
—Pero tú y yo sabemos que aún hay verdades bajo la superficie. Estoy casi seguro de que jamás se sabrán —replicó Tomás, abrazándola brevemente.
—No estoy tan segura como tú. La verdad saldrá a la luz, te guste o no. A mí me da igual lo que pase, pero para tu primo... podrá estar feliz ahora, pero su caída será horrible. Te lo digo yo.
—Hablas demasiado, como si siempre quisieras demostrar que lo sabes todo.
—No necesito hacerlo. Tendrás tu respuesta cuando mis palabras se conviertan en hechos.
—Jamás había odiado tanto oírte hablar —dijo Tomás con una mueca de desagrado, separándose de ella—. Hasta pronto.
—Hasta pronto —respondió Erika, con aire de suficiencia.
Tomás volvió al vehículo para ir a casa de Adolfo, pero Lucas lo detuvo.
—Adolfo pasará la noche conmigo —declaró, firme.
—¿Quieres asegurarte de que nadie los moleste esta noche? —insinuó Tomás.
—Y antes de que puedas protestar —agregó Lucas, acomodando al dormido Adolfo a su lado—. En cualquier caso, no es de tu incumbencia lo que haga con mi novio. ¿O estás celoso, querido?
—No hace falta que uses ese tono conmigo —replicó Tomás, ofendido.
—Ni tú necesitas fingir que estás herido. Ambos sabemos cómo funcionan las cosas entre nosotros. Por lo demás, tu atención debería estar en Gabriel. Bastante lo has hecho esperar.
Tomás optó por guardar silencio durante el resto del trayecto hasta el edificio donde residía Lucas. Gabriel, por su parte, agradeció que fuera el rubio quien detuviera al pianista. "Supongo que puedo agradecerte la ayuda", pensó.
Cuando llegaron, Lucas bajó cargando a Adolfo. Antes de entrar, le dio un consejo a Gabriel:
—No dejes ir a Tomás. Actúa con firmeza.
—Lo haré —aseguró Gabriel—. Puedes estar seguro de eso.
Lucas entró al apartamento con Adolfo, y solo entonces el vehículo se alejó.
—¿Qué va a suceder ahora? —preguntó Gabriel, rompiendo el silencio.
—¿A qué te refieres?
—A todo. A ellos. A nosotros.
—La vida continúa, y lo que ocurrió este fin de semana sienta las bases de lo que vendrá —respondió Tomás, tomando la mano de Gabriel mientras esperaban en un semáforo—. Para nosotros, se inicia una nueva etapa. Ahora que los dos conocemos los sentimientos del otro.
—No dejaré pasar un solo momento más sin demostrarte lo que siento. Eres mío, Tomás Alonso —dijo Gabriel, tomando al pianista por la nuca y besándolo con necesidad. Quiso dejar claro a quién pertenecía su corazón.
Tomás llevó sus manos al rostro de Gabriel y correspondió con igual deseo. No fue hasta que las bocinas de los autos tras ellos los hicieron reaccionar que rompieron el beso y rieron antes de acomodarse. Con una sonrisa compartida, Gabriel aceleró rumbo a casa, mientras ambos pensaban en el futuro que les esperaba.
... ... ... ... ...
Adolfo despertó en una cama que no era la suya, desorientado.
—¿Lucas?, ¿estás ahí?
—Hola, ¿necesitas algo? —preguntó Lucas al entrar en la habitación. Se acercó al pelinegro y continuó—: Te quedaste dormido en el auto, así que pensé que lo mejor era traerte aquí.
—¿De verdad?, ¿no podías simplemente despertarme?
—Creí que te gustaría pasar un rato más conmigo.
—Podrías haberme avisado antes. Pensé que regresaría a casa —respondió Adolfo, dejándose caer de nuevo sobre la cama con resignación—. Bueno, supongo que gracias por dejarme dormir.
—¿Quieres que te traiga algo? ¿Té, café, leche? —ofreció Lucas, ignorando la crítica.
—Una taza de leche estaría bien. Quiero seguir durmiendo.
—Ya te la traigo, espera un momento. "Ojalá y tu carácter mejore ahora que estamos a solas", pensó mientras salía hacia la cocina.
Lucas preparó dos tazas: una con leche para Adolfo y otra con té para él. Al regresar al dormitorio, encontró al pelinegro dormido otra vez. En lugar de despertarlo, se quedó observándolo, admirando su belleza. Tener a Adolfo en ese estado de vulnerabilidad era diferente a bailar con él. Antes de darse cuenta, estaba acariciándole los oscuros cabellos.
—¿Por qué no duermes un poco? —murmuró Adolfo, despertando ligeramente.
—Creí que te habías adelantado —respondió Lucas, acercándole la taza de leche—. Aquí tienes, después de beber esto te sentirás más relajado.
Adolfo se incorporó y tomó la taza, mientras Lucas bebía su té, sentado a su lado con las piernas cruzadas.
—¿Qué harás en los próximos días? —preguntó Lucas.
—Lo de siempre: asistir a clases y estudiar. Aún falta para las vacaciones, así que seguiré con la rutina.
—¿Y tu hermano?
—Nada, que haga lo que quiera. Él y Alejandro ya no son asunto mío ahora que estoy contigo. Tú eres quien me preocupa. ¿Vas a seguir haciendo lo que haces o vas a detenerte?
—No lo sé. Tal vez sí, tal vez no. Dependerá del ánimo. Te lo diré en su momento —respondió con ligereza.
—Quiero pensar que puedes cambiar tu vida —dijo Adolfo, terminando su leche de un par de tragos.
—No sé si eso es posible. ¿Te importa tanto?
—Claro que me importa. No quiero que sigas cometiendo crímenes. Te vas a hundir si continúas.
—Haré que olvides esas preocupaciones —replicó Lucas, dándole un beso rápido.
—Necesitarás más que eso para lograrlo.
—Todo a su tiempo. Por ahora, seguiré tu ejemplo y dormiré, si el señor lo permite.
—Ven. Verás que dormir es el mejor remedio —dijo Adolfo, tendiendo los brazos.
Lucas se recostó junto a él, apoyando la cabeza en su pecho. La calidez del pelinegro le transmitió una tranquilidad que hacía años no sentía. En ese momento, supo que Adolfo era la persona correcta.
... ... ... ... ...
En otro lugar, Ivo abría las ventanas de su residencia, dejando entrar la brisa que aliviaba el ambiente impregnado de olor a tabaco, aunque él no fumaba. Se dejó caer en un viejo sofá con un suspiro.
—¿Qué te parecieron mis amigos? —preguntó, mirando a Ximena, quien se sentó en la alfombra con las piernas cruzadas.
—Me agradaron, aunque es evidente la cantidad de dramas y asuntos sin resolver que tienen —respondió ella—. Además, noté lo interesado que estabas en Martín. ¿Hay algo que quieras compartir conmigo?
—Solo que alguien inesperado apareció en mi vida. Para qué, no lo sé. Tendré que hacer una nueva lectura.
—Ya veo. Suerte con ese chico. Tal vez sea él quien despierte de nuevo la felicidad en ti.
—Quizá. Sería la primera vez con un chico.
—Nada pierdes con intentarlo. Oye, ya que estamos, ¿podrías hacerme una lectura?
—¿Ahora?
—Sí, por favor. Quiero saber si tengo alguna posibilidad con Erika.
—Pero Erika tiene pareja —replicó Ivo.
—Lo sé, pero es más por curiosidad. Anda, di que sí —dijo Ximena, suplicando de rodillas.
—Supongo que no puedo negarme —aceptó, levantándose para sacar su baraja de tarot de Marsella de un cajón—. Me debes una.
—¿Qué te gustaría?
—Invita la cena de esta noche.
—Trato hecho —respondió Ximena sin dudar.
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