Capítulo LXXXIV
Después de su erótica aventura en la playa, Nicolás y Alejandro regresaron a casa, se ducharon y relajaron con la comida que Elena preparó para la cena. Ya por la noche, ambos durmieron profundamente.
El domingo era el último que pasarían con los abuelos antes de regresar a casa al día siguiente, por lo que aprovecharían la jornada al máximo. Sin embargo, Alejandro tenía sus propios planes, ya que acompañó a la abuela al mercado temprano por la mañana, mientras Nicolás se quedó durmiendo en casa, dándole así la oportunidad de poder hablar con ella e informarle acerca de la sorpresa que estaba preparándole a su novio. Cuando regresaron, el pelinegro ya estaba en pie y, como en días anteriores, estaba alistando su equipo para ir a la playa: toallas, un quitasol, bloqueador solar y, por supuesto, trajes de baño; Elena les preparó una canasta con alimentos ligeros y Rómulo les advirtió que no se durmieran sin bloqueador o acabarían rojos como cangrejos.
La tarde entera fue de disfrute y la pareja nadó, se tendieron bajo el sol y hasta construyeron juntos un castillo de arena.
Ignorando lo que iba a suceder, Nicolás fue a sentarse frente al televisor, pero Alejandro le indicó que se preparara para salir, porque no cenarían en casa con los abuelos, sino que comerían fuera; intrigado, el pelinegro obedeció y fue a la habitación, siguiendo la indicación de vestir su mejor ropa. Alejandro hizo lo mismo y se vistió con ropa que había reservado especialmente para la ocasión: pantalones rojos, botas blancas, camiseta gris a rayas y chaqueta oscura. Dudó sobre si recogerse o no el cabello, el cual estaba más largo que antes, y eso no era todo, las lesiones en su pecho y rostro habían desaparecido; tanto desnudo como vestido, se sentía feliz de gustarle a Nicolás. Al final, decidió llevar el cabello suelto, el que cepilló una última vez, se perfumó y fue a la sala para aguardar a su novio.
—Qué guapo, hijo, venga para acá, que quiero verlo mejor —dijo Elena muy emocionada.
—Gracias, abuela —dijo Alejandro, bajando la vista con pena.
—No se avergüence, hijo, te has esforzado mucho —dijo, viendo aquí y allá, que la ropa del chico no tuviera ni una arruga—. Tranquilo, todo saldrá bien.
—Eso espero, lo único que quiero es que a Nicolás le guste.
—¿Qué es lo que tiene que gustarme? —preguntó el pelinegro a sus espaldas—. Si estás hablando de ti, ya me gustas y mucho.
Alejandro se sonrojó, pero no le impidió admirar como lucía su novio: vestía una camisa azulada, chaqueta y pantalones claros, botas y su largo cabello suelto.
—Que nieto tan guapo tengo —dijo Elena, acercándose para verlo de cerca—. Ahora los dos están vestidos para una cita, ¿no estás de acuerdo, viejo?
Rómulo, quien permanecía sentado y medio dormido, reaccionó cuando oyó que le hablaban, para ver a la pareja delante de él con una actitud expectante.
—Bueno, ¿qué te parece?, ¿no se ven apuestos? —preguntó la mujer.
—Tienes razón, vieja, los dos están vestidos para una cita —respondió, y mirando su reloj, agregó—: Ya es hora, muchachos, vayan y diviértanse, que la juventud no dura para siempre.
Tras escuchar el comentario, fiel al estilo del abuelo, los chicos sonrieron y se volvieron hacia Elena, quien solo meneo la cabeza como diciendo "Este viejo no tiene remedio", para luego entregarles una copia de las llaves de la casa.
—No se apresuren por regresar temprano, tómense el tiempo que necesiten para disfrutar de la noche —les dijo ella.
Ellos asintieron.
—Y vayan con cuidado, ¿me oyen?, nada de meterse en problemas —finalizó Rómulo.
Sin más que agregar, Nicolás y Alejandro se despidieron de los ancianos y, llevando todo lo necesario, abandonaron la casa.
—¿Vas a decirme de qué se trata todo esto, precioso? —preguntó el pelinegro, cogiendo a su novio de la mano.
—Así como tú me diste una sorpresa, hoy yo quiero darte una —respondió.
—¿Una sorpresa?, con que de eso se trataba, por eso estabas tan misterioso, ¿no?
Alejandro asintió.
—Supongo que debo dejarme llevar.
—La verdad es que quisiera haberte vendado los ojos, pero supongo que así está bien, después de todo vamos a un sitio que conoces.
—¿En serio?
—Sí, y estoy seguro de que te gustará, he hecho todos los arreglos para que resulte perfecto.
—Ahora siento curiosidad por ver lo que has preparado, porque suena a que te has esmerado mucho.
—Como es nuestro último fin de semana aquí, quiero hacer algo especial que podamos recordar.
—Aunque no lo hicieras, los dos hemos creado hermosos recuerdos durante las pasadas semanas, sin mencionar lo que hicimos ayer en la playa...
—Llámame loco, pero me gustaría repetirlo algún día —interrumpió Alejandro con una mirada atrevida. Nicolás tragó saliva, porque no había pensado siquiera en repetir la arriesgada experiencia—. ¿Qué pasa?, ¿te quedaste sin palabras?
—No, es solo que cada día me sorprendes con tus ocurrencias, pero descuida, me gustas tal y como eres —dijo, devolviéndole el gesto, haciendo estremecer al peliclaro.
La pareja caminó por las calles cercanas a la avenida del mar, hasta llegar frente a la entrada de un bonito restaurante local. La expresión de Nicolás se iluminó cuando vio confirmadas sus sospechas.
—La abuela me dijo que te gusta venir aquí —dijo Alejandro.
—Así es, este lugar es por mucho el mejor de la zona y aunque no como mariscos, los platos que preparan son deliciosos.
—Por eso te traje aquí, sabía que te gustaría.
Habiendo ingresado, Alejandro se acercó al mesón para intercambiar unas palabras con el administrador que, tras comprobar los nombres, dio instrucciones a un camarero para que los llevara hacia la mesa que tenían destinada.
—No me lo creo, ¿tenías hecha una reserva?
—Por supuesto, ¿creías que tu novio dejaría las cosas al azar?, pues claro que no, quiero que esta noche seas tú el que sea atendido, considéralo mi forma de agradecer todo lo que has hecho por mí, por amarme tanto.
—¿Y cómo no hacerlo?, si eres lo mejor que me ha sucedido en la vida. Te amo, Ale.
—Y yo a ti, te amo, Nico.
Una vez que la pareja tomó asiento, el camarero sirvió un par de copas de vino.
—Salud, precioso.
—Salud, por nosotros y por ti.
El primer plato fue sopa de tomates, con albahaca y un poco de crema; el plato de fondo fue filete asado con salsa funghi, una ensalada mixta y, para más disfrute de los dos, una porción de patatas fritas.
—Que delicioso, me encanta —comentó Nicolás, degustando cada porción que se llevaba a la boca. Parecía un niño pequeño comiendo su comida favorita.
—Me da tanto gusto, sé que no sueles comer carne, pero pensé que sería una buena opción —respondió Alejandro, bebiendo de su copa.
—Y has dado en el clavo, la salsa de champiñones queda de maravilla con el filete.
Alejandro sonrió ante la reacción tan complacida del pelinegro, y más cuando vio el anillo en su mano, joya que hacía juego con el suyo propio; extendió su mano sobre la de él, que fue recibida y besada por Nicolás.
—Me encanta cuando haces eso, me hace sentir el único chico del universo.
—Y lo eres. Escúchame bien, Alejandro: si no es contigo, no será con nadie —dijo, sosteniéndole ambas manos y haciendo círculos con los pulgares—. Gracias por permitirme amarte y que mi vida cambiara para mejor. Jamás voy a cortar el vínculo que nos une, porque quiero que pasemos el resto de la vida juntos.
—Y así será, Nico, tú y yo somos imparables y por más pruebas que nos ponga la vida, nosotros las sortearemos todas.
—¿Me prometes que así será? —dijo, llevando su mano hasta la mejilla del chico.
—Te lo prometo —respondió Alejandro.
—Gracias, precioso. Si debo luchar por ti, lo haré con todas mis fuerzas. Esa es mi promesa.
—Yo haré lo mismo, te protegeré de cualquier peligro si está en mi hacerlo.
Con un apretón de manos sellaron su promesa.
—A nuestra salud.
—Como caballeros.
Retomaron la cena en medio de risas y suaves caricias, hasta que acabaron sus platos. Para el postre, les dieron a elegir entre panna cotta, tiramisù, helado artesanal o el Red velvet cake. Ambos escogieron el tiramisù.
—Después de esto no podré comer más —dijo el pelinegro, apartando el platillo vacío del postre y coger una servilleta.
—Y está bien, porque todavía no hemos terminado —dijo Alejandro, también acabando su porción de la delicia italiana.
—¿Es que hay más?
—Sí, nos iremos de fiesta.
—¿Lo dices en serio, Ale?
—Por supuesto, iremos tan pronto acabemos aquí —dijo, levantándose de su sitio—. Iré a pagar la cuenta, ya regreso.
—Espera, déjame ayudarte.
—Es una invitación, Nico, por favor, quédate en dónde estás —ordenó.
Nicolás se quedó en su sitio como embobado, porque amaba esa faceta dominante de Alejandro. No solo eso, le calentaba verlo así y, en otras circunstancias, no le habría reprochado nada si hubiese querido tomar la iniciativa.
Acabada la cena, la pareja abandonó el restaurante y se encaminó hacia la avenida del mar para reposar la comida, llegando finalmente a una zona donde había numerosos locales y centros nocturnos.
—Vamos a beber algo antes de ir al club.
—¿Club?, ¿la fiesta es en un club?
—Sí, y tenemos que aguardar hasta que abran el acceso.
—Entonces no es una fiesta cualquiera.
—No lo es, es una fiesta privada —dijo Alejandro, depositando un beso rápido en los labios del pelinegro.
—Oh, ya entiendo —expresó con un dejo de preocupación. Aunque se trataba de una invitación, no puedo evitar sentir inquietud por el dinero que debió pagar Alejandro para asegurar un cupo en una fiesta de tales características.
—Tranquilo, querido, todo está bajo control, incluidos los costos —replicó como adivinando sus dudas.
Nicolás asintió y no hizo más preguntas, porque si hacía alguna, sabía que su novio se molestaría y arruinaría toda la velada. "Será mejor dejar las cosas así y disfrutar lo que Ale ha preparado".
—Ven, vamos por unos tragos —dijo, cogiendo de la mano al pelinegro.
En una de las barras, Alejandro ordenó un par de mojitos, que sabía era el favorito de su novio. Se entretuvieron alrededor de una hora antes de que dieran la entrada al club donde se celebraría la fiesta; entablaron conversación con varios muchachos que también aguardaban, bebiendo o fumando, riendo y, los más osados, coqueteando entre ellos.
—¿Estás solo? —dijo un extraño que llegó junto a Nicolás—. Qué tal si te invito un trago y charlamos un rato, ¿te gustaría?
—No, gracias, estoy...
—Anda, vamos, no te hará daño beber algo conmigo.
—No, gracias, de verdad no quiero...
Cuando el desconocido iba a insistir, Alejandro intervino con cara de pocos amigos.
—Perdona, mi novio ya dijo que no, te importaría dejarlo en paz.
—Wow, wow, tranquilo, amigo, solo estaba siendo amable —dijo, levantando las manos a la defensiva, pero tras darle una mirada de arriba abajo a Alejandro, agregó—: tú tampoco estás nada mal, qué par de guapos me encontré hoy, ¿no les interesaría sumar a un tercero?
—¿Hablas en serio? —respondió Nicolás con sorpresa.
—Ven y averígualo, guapo —dijo, cogiendo al chico de la mano.
—No lo creo, amigo, y si no quieres tener problemas, deja a mi chico y desaparece —dijo Alejandro, dedicándole la mirada más intimidante que pudo. El desconocido guardó silencio un momento y, cogiendo su bebida, se alejó no sin antes lanzar un beso dirigido a Nicolás, gesto que impacientó a Alejandro al punto de ir tras él.
—¡No!, ¡déjalo!, no te metas en problemas por algo así.
—Debería romperle la cara —dijo, bebiendo en un intento por calmarse—. No tienes idea de cuánto me desagradó, y esa actitud, ¿viste cómo te miraba?, parecía que estaba comiéndote.
—Y también a ti. Nos habría devorado a los dos —dijo, viéndole detenidamente—. Si él hubiera sido más educado, tal vez habría aceptado su invitación.
—¿Qué estás diciendo, Nico?, ¿es una broma?, ¿habrías ido con ese tipo?
Nicolás sonrió de forma burlona, solo para molestar a su novio.
—¿Qué te pasa?, ¿por qué estás actuando así?
—Porque me gusta es verte así.
—¿Así cómo?
—Actuar de esta manera, celoso y posesivo conmigo, me calienta porque te ves muy sensual —admitió. Alejandro no supo que decir porque claramente no se esperaba esa respuesta.
—¡Eres un...!, me estabas provocando —dijo tras un momento y, para no quedarse atrás, le siguió el juego con una respuesta a tono—: Debería castigarte por decir cosas como estas, ¿tienes alguna idea?, y no pongas esa cara, tú mismo me has dicho que te gusta, pervertido.
—No lo voy a negar, y en cuanto a ideas, podrías comenzar dándome unos azotes, ¡uff!, que sexy te verías con un traje de látex.
—Y tú de rodillas con un collar y una cadena.
Mutuamente sorprendidos, pusieron un alto a las fantasías cuando parecían salirse de control.
—Suficiente, precioso, no más de esto, que estamos en un sitio público —dijo Nicolás.
—De acuerdo, pero ahora sé cómo darte una sorpresa —agregó Alejandro, susurrándole en el oído.
—No sea que tú acabes siendo sorprendido —dijo, cogiéndolo por el mentón y dedicarle una mirada enamorada—. Sean cuales sean las sorpresas que nos traiga la vida, quiero vivirlas a tu lado.
—Y así será, mi amor, te lo prometo —dijo, reclamando los labios del pelinegro, se sumergió con él en una caricia que fue muestra para todos quienes los rodeaban. Su relación iba en serio.
Transcurrida una hora desde su llegada, en la que bebieron sus tragos y entablaron conversación con otros asistentes, la pareja ingresó al recinto donde tendría lugar la fiesta, que consistía en dos grandes áreas: la barra y la pista de baile.
Como ya habían acabado sus tragos, Alejandro y Nicolás bailaron como si nunca lo hubieran hecho. El primero lo hacía ágilmente, con movimientos de brazos y caderas que solo atraían la mirada embobada del segundo, quien se limitaba a torpes intentos por seguirle e imitar sus pasos; cuando hacían pausas para beber, se divertían mirando a los demás participantes, intercambiando opiniones y riendo, especialmente cuando veían a personas de aspecto adinerado o a hombres mayores con parejas jóvenes, no ocultando el rechazo que les provocaba tales dinámicas.
—Detesto esas relaciones en las que hay una marcada diferencia de edad —dijo Alejandro con una mueca asqueada—. Mira ese viejo de allá, no sé qué le ven.
—De seguro que la billetera, porque su físico no me parece atractivo para nada, además esos tipos no buscan relaciones serias, solo diversión con esos tontos que caen. Basta con mirar alrededor para saberlo —dijo Nicolás en tono serio y despectivo—. Ese de allá, por ejemplo, ya se le cae la baba al pobre imbécil.
Alejandro estalló en una sonora carcajada por el comentario.
—Es verdad, todo ese ambiente me da asco, tanto esos viejos a los que les gustan los jovencitos, como los idiotas que se dejan engatusar por esa apariencia elegante —continuó.
—Te creo, y agregaría que también les gusta toda esa mierda de fetiches que involucran dominación y sumisión.
—Podemos olvidarnos entonces del traje de látex, ¡ja, ja, ja!
—¡Ja, ja, ja!, y del látigo y la cadena —dijo mientras seguía riendo—. No nos hace falta nada de eso, es una idea repugnante.
Los dos chocaron sus vasos y bebieron para apartar estas ideas.
—Para mí la edad es un tema importante en una relación —retomó Nicolás—. La igualdad de edad es ideal, pero estaría dispuesto a aceptar una diferencia de dos o tres años a lo sumo.
—Yo estaría dispuesto a aceptar un máximo de cinco años, de lo contrario nada. Sería demasiado mayor o demasiado menor para mi gusto —dijo Alejandro.
—Si ese hubiese sido el caso, ni siquiera habría intentado acercarme a ti esa noche, la edad habría sido un impedimento inmediato sin importar qué tanto me gustaras —dijo, bajando la voz que casi parecía una confesión.
—No necesitas decirlo de esa forma, Nico, me alegra que esa noche te hayas acercado, aunque es verdad que estaba asustado porque no sabía quién eras ni qué querías de mí.
El pelinegro sonrió.
—Ahora que lo sé, me considero el chico más afortunado por haberte conocido y lo más importante, porque tenemos la misma edad.
—Soy feliz porque también puedo decir lo mismo —dijo, dándole un beso fugaz en los labios—. Por nuestros perfectos veinticuatro años.
—Por nuestros veinticuatro años.
Chocaron los vasos nuevamente y continuaron charlando.
—Mira eso, parece que alguien se animó a dar el paso —indicó Nicolás hacia el grupo donde estaba el hombre, de unos cuarenta años, y sus amigos, a donde había llegado el otro muchacho, de alrededor de treinta años.
—En serio, ¿qué les ven a esos tipos?, realmente me asquea, ni por todo el dinero del mundo me animaría a estar con alguien así, mi estómago no resiste tanto —dijo Alejandro, acabando su bebida.
—Tampoco el mío, parece que podrían violarte si te descuidas.
Cuando volvieron a mirar, se dieron cuenta que eran ellos los observados porque lo habían estado haciendo sin ningún disimulo. Nerviosos, apartaron la vista y se alejaron, mezclándose entre el resto de la concurrencia.
—¡Qué susto!, no quisiera cruzarme con alguno de esos tipos —dijo Alejandro, visiblemente mareado—. Necesito otro trago, ¿hace calor aquí?
—Un poco, ¿estás seguro de que quieres beber más?
—Sí, solo uno más, ven, vamos a pedir otro —dijo, jalando al pelinegro hacia la barra.
—De acuerdo, pero será el último —respondió, dejándose llevar por Alejandro y advirtiendo que él mismo también estaba siendo afectado por el alcohol.
Una vez que obtuvieron nuevas y refrescantes bebidas, vieron desde otra ubicación al tipo del que estaban hablando, saliendo del club en compañía de su grupo de amigos y entre ellos iba también el muchacho que estaba embelesado con el viejo.
—Mira eso, parece que alguien tuvo suerte esta noche —comentó Alejandro divertido.
—Pero estoy seguro de que no pasará de esta noche. Un encuentro casual que acabará por la mañana, cuando ese tonto despierte como un trapo usado y sucio —dijo Nicolás sin prestar demasiada atención.
—Te digo algo, no necesito de la experiencia de un hombre como ese para aprender, contigo puedo adquirirla cuando quiera y lo mejor, a nuestro propio ritmo.
—Podríamos continuar ahora, precioso, mi experiencia bailando sigue siendo menor a la tuya.
—Encantado de enseñarte mis pasos prohibidos.
Riendo con la respuesta, Nicolás apuró su bebida y junto con Alejandro, se animaron a bailar una última vez por esa noche con sensuales movimientos.
—Por favor, nunca me dejes caer —pidió, dejando su vaso vacío.
—No lo haré, menos en tu estado —respondió el pelinegro.
Para las 02:00 de la mañana, el ambiente de la fiesta cambió y los asistentes no solo continuaron entregados al alcohol, sino también a las drogas, que no tardaron en hacerse presentes.
—Nico, será mejor que nos vayamos, me estoy sintiendo incómodo y...
—¿Y?, ¿qué sucede, Ale?
—Siento que no paran de observarnos, a nuestro alrededor. Me quiero ir.
Alertado por su novio, el pelinegro confirmó que efectivamente había tipos en actitudes sospechosas, cuchicheando y dirigiéndoles miradas que le dieron más de un escalofrío. Para empeorar las cosas, descubrió entre ellos al mismo tipo al que habían espantado antes de entrar al recinto.
—Ale, nos vamos de aquí ahora mismo.
—¿Podríamos ir al baño antes de salir?, por favor.
—¿Qué?, ¿no te puedes aguantar?, creo que nos están cazando, rápido, hay que salir de aquí —dijo, pero sus pasos eran más lentos de lo que su mente creía—. "Mierda, no debimos beber tanto".
—Ven, dame la mano y actúa normal —dijo, esforzándose por caminar sin llamar la atención.
—Lo intentaré.
—Pero Nico, de verdad quisiera ir al baño primero.
—Lo siento mucho, Ale, pero si entramos al baño, estoy seguro de que nos harán una encerrona. Estar ebrios ya es suficientemente riesgoso.
Alejandro asintió y, respirando profundo, avanzó entre la multitud sin pronunciar palabra, sin embargo, cuando estuvieron a punto de alcanzar la salida, fueron detenidos por el sujeto de antes.
—¿Ya se van?, la noche aun es joven, ¿por qué no se quedan un poco más?
—Tenemos prisa, ¿te importaría hacerte a un lado? —pidió Nicolás al otro chico, que estaba tanto o más borracho que ellos.
—Anda, quédate —dijo, jalándolo de regreso hacia la pista de baile, pero al ver que no soltaba a Alejandro, hizo a este blanco de sus comentarios—: Deja que tu noviecito se vaya, da vergüenza verlo en ese estado tan deplorable, míralo, ni siquiera puede sostenerse en pie. Eres tú con quien quiero divertirme.
—No me hagas repetirlo, suéltame y déjanos en paz —dijo Nicolás, adoptando una actitud desafiante.
—Yo sí quiero que me lo repitas, ¿no ves las ganas que tengo de...? —no pudo acabar de hablar, pues fue callado por un puñetazo de Alejandro.
—¿No escuchaste a mi novio?, ¡que nos dejes en paz! —exclamó.
Gracias al golpe, la pareja consiguió soltarse del agarre del tipo, quien tardó unos instantes en recuperarse. Nicolás, por su parte, puso toda su atención en Alejandro, cuyo estado era peor de lo que pensaba.
—¿Es que no puedes golpearme tú mismo?, eres un puto marica, ¿acaso tu novio tiene que defenderte siempre?, ¡ah!, verdad que ese no puede ni sostenerse de lo ebrio que está, menudo perdedor, y tú, con lo bueno que estás, fijándote en esa mierda que no vale ni para...
El tipo fue callado por segunda vez. El propio Nicolás le propinó un puñetazo en pleno rostro, haciéndolo caer aparatosamente mientras que su nariz y boca sangraban, por lo que solamente atinó a cubrirse con la mano.
—¡Di lo que quieras de mí, pero no te atrevas a hablar de mi novio!, ¿me oíste?
El tipo se incorporó, haciendo una mueca burlona.
—¡Uy!, le tocaron el novio al marica, ¡no sabes ni siquiera cómo dar un puñetazo!, ¡ven y te enseño! —exclamó, y cuando estuvo a punto de decir algo más, Alejandro le dio un par de golpes más que lo derribaron otra vez.
—Esa... ¡esa me la tenía guardada de antes!, no te voy a dejar insultar a mi novio otra vez, la próxima vez voy a... Voy a...
Lo que sucedió a continuación fue tan inesperado como oportuno, aunque no menos asqueroso: Alejandro no se contuvo y vació su estómago sobre el tipo en medio de la confusión más absoluta.
—¡Mierda, Alejandro!, ¡hay que salir de aquí!, ¡ya mismo!
... ... ... ... ...
Tan rápido como pudo, Nicolás cargó a Alejandro y abandonó el recinto, dejando atrás una mezcla de risas, expresiones de asco y un fuerte murmullo. Le daba igual que el chico le vomitara encima, su prioridad en ese momento era sacarlo de allí y evitar que la embriaguez de ambos les ocasionara problemas graves. Cuando alcanzaron la playa, la brisa marina despejó en parte los vapores de la fiesta y permitieron a la pareja recobrar sus sentidos.
—En... ¿en dónde estamos? —preguntó, llevándose las manos a la cabeza.
—En la playa, a mitad de camino de casa de la abuela —respondió, mirando su reloj, casi daban las 03:30. No había nadie a su alrededor y el sonido de las olas rompiendo en la orilla inundaban la zona—. ¿Cómo te sientes, precioso?
—Un poco mejor, la cabeza ya no me da vueltas —dijo, respirando de forma pausada. Nicolás le acarició las mejillas en un intento por aliviarlo, pues aun lucía mareado—. ¿Y tú?, ¿estás bien?
—Sí, afortunadamente, porque de lo contrario no habríamos podido salir de ahí en una pieza.
—Es verdad, y vaya espectáculo el que te hice ver, lo siento, debí hacerte caso cuando dijiste que no bebiera más.
—No te preocupes por eso, Ale, ya está hecho y, de no ser por eso que hiciste, nos habría sido difícil salir de ahí, el ambiente estaba demasiado denso.
—Anda, dilo, vomité sobre ese tipo —dijo, esbozando una sonrisa—. ¿Me seguirás queriendo?
—No seas tonto, claro que sí. Anda, ven aquí.
Alejandro se incorporó sobre la arena, pues había permanecido recostado y apoyando la cabeza en las piernas de su Nicolás, para acomodarse en su regazo y que éste lo rodeara con sus brazos.
—Podría quedarme aquí contigo toda la noche —dijo, respirando el aire salado.
—Ya es bastante tarde, así que no hará diferencia irnos ahora o a las cinco de la mañana. Además, quedarnos aquí ayudará a que se nos quite la embriaguez.
—Bien pensado, mientras no nos quedemos dormidos aquí.
—Descuida, si lo que quieres es dormir, me quedaré despierto por los dos.
—No, no hagas eso, si fuera por eso, mejor regresamos a casa, además, puede ser que cojamos un resfriado por quedarnos en este lugar.
Apenas terminó de decir esto, Alejandro estornudó.
—Será mejor irnos y no arriesgarnos.
—Tienes razón, no quiero que el abuelo nos regañe otra vez.
Los dos rieron ante el comentario.
Resignados ante la situación, ambos se levantaron, ayudándose mutuamente, y se marcharon. La noche estaba despejada y las estrellas brillaban con fuerza. Sin duda era el mejor escenario para poner fin a su viaje y la pareja, tomados de la mano, caminaron por la costa hasta perderse en la oscuridad.
... ... ... ... ...
A la mañana siguiente, cuando los ancianos despertaron, inmediatamente se preguntaron qué había sucedido con los chicos, en vista de que no los escucharon llegar. La puerta de entrada estaba con llave tal y las cosas seguían todas en su sitio, tal y como Rómulo las había dejado. Elena, por su parte, se dirigió al dormitorio y allí los encontró, recostados sobre la misma cama y roncando sonoramente.
—Vieja, parece que esos chiquillos no volvieron, ¿los miraste en...?
—¡Shhh!, están durmiendo, viejo.
—¿Y a qué hora llegaron?, yo no los escuché —dijo, asomándose para mirar la habitación.
—Yo tampoco, o ellos fueron muy silenciosos o nosotros tenemos el sueño muy pesado.
—Tal vez las dos, ven, dejémoslos dormir.
—¿Y los vas dejar así como están?, ¿se te olvidó lo que dije?
—¿A qué te refieres?, ¿a lo de dormir juntos?
—Claro, viejo, les dije que durmieran en camas separadas.
—Bueno, tal vez llegaron muy cansados y por eso se acostaron en la misma cama, por lo demás, se irán hoy. Tampoco hables tan fuerte o acabarás despertándolos.
—Ay, viejo, me sorprendes de verdad, y luego la permisiva soy yo —dijo, cerrando la puerta tras ellos—. La próxima vez se quedarán en habitaciones separadas.
—Eso no te lo crees ni tú, vieja —dijo, recordando los días anteriores en que vio a los chicos durmiendo juntos y no dijo nada a Elena—. En lo que sí estoy de acuerdo es en que hay que despertarlos para que almuercen con nosotros antes de que Mateo venga a buscarlos.
Los ancianos se retiraron en medio de una discusión acerca de lo que harían la próxima vez que los visitaran.
Alejandro y Nicolás durmieron hasta las 13:00, justo a tiempo para el almuerzo y relatarles sus aventuras durante la noche anterior, llevándose más de un regaño por parte del matrimonio. Después de la comida y ya para las 16:00, los chicos ya estaban listos para que pasaran a recogerlos.
—Gracias abuela, he pasado unos días increíbles aquí, me siento tan feliz por haber venido aquí con Alejandro, fue la mejor decisión y ambos disfrutamos muchísimo compartir con ustedes.
—Me alegra saberlo hijo, nosotros también hemos pasados unos días divertidos con ustedes, hemos salido de la rutina habitual que llevamos aquí —dijo Elena, dándole un abrazo fuerte y un beso amoroso—. Cuídense mucho los dos.
—Sí, cuídense mucho y espero que no sea la última vez que nos visitan —dijo Rómulo, también abrazando a su nieto—. Vengan cuando quieran, siempre serán bienvenidos en nuestra casa.
—Gracias abuelo. Estoy seguro de que regresaremos ¿verdad, Ale?
—Por supuesto, lo he pasado de maravilla. Muchas gracias por recibirme —dijo, haciendo una inclinación de cabeza.
—No hay que agradecer, hijo, ha sido una alegría recibirlos y refrescante para nosotros compartir con ustedes, es como si volviéramos a ser jóvenes después de la calma a la que estamos habituados —dijo Rómulo.
En ese momento el teléfono de Nicolás sonó y se retiró para responder en el patio.
—Alejandro, antes de que se vayan, quiero decirte algo —dijo Elena, ganándose toda la atención del muchacho—. Gracias por traer de regreso a Nicolás, gracias por devolverle la sonrisa y la alegría, eso es invaluable para nosotros.
El peliclaro se sintió apenado, sin saber cómo responder.
—Así es, Alejandro, gracias por estar con él y no lo sueltes, porque tú eres su felicidad —dijo Rómulo.
—Yo... Yo también soy feliz de que él me haya escogido, para hacerme feliz y yo a él, para compartir y seguir aprendiendo juntos. Estoy seguro de lo que siento por él y no lo dejaré, sé la increíble persona que Nicolás es —dijo Alejandro. La pareja de ancianos sonrió complacida.
—Cuando visitemos la ciudad, esperamos y deseamos que ustedes permanezcan juntos —dijo Elena.
—Así será, abuela, se lo aseguro.
La mujer abrazó al chico y lo besó, mientras que Rómulo le estrechó la mano. Fue ahí que Nicolás regresó a la sala.
—Era mi papá, ya viene en camino y estará aquí en veinte minutos. Lo acompaña tu papá —informó.
—Supongo que mi papá quiere estar seguro de que nada nos pasará —comentó Alejandro.
—Los entiendo perfectamente y ustedes deben tener cuidado, nada de ir por ahí solos otra vez, ¿entendido, jovencitos? —dijo Rómulo.
—Sí, abuelo.
—Bien, antes de irse, les haré algunas fotos más.
Rómulo fue por su cámara y les dijo a los chicos que se ubicaran bajo el naranjo, en donde el anciano hizo varias capturas y, tras unos momentos, cuando revelaron las imágenes, les dio a escoger dos de ellas para que se las quedarán. Las sumaron junto a todas las otras que les habían obsequiado para que, en cuanto regresaran a casa, las colocaran en un álbum. Pasaron los minutos, oyeron la bocina del vehículo desde la calle. Los padres habían llegado.
—Bueno, muchachos, gracias por venir y por acompañar a este par de viejos —se despidió Rómulo.
—No digas eso, abuelo, todavía eres joven —repuso Nicolás, abrazándolo.
—Pero es cierto, ya estamos viejos —dijo Elena.
—No tanto, quiera Dios que puedan vivir muchos años más —agregó Alejandro.
—Dios te oiga, hijo, Dios te oiga —dijo Rómulo, mirando al cielo.
Una vez afuera de la casa, saludaron a los recién llegados, Mateo y Felipe, quienes aguardaban junto al vehículo; intercambiaron algunas palabras, guardaron las maletas en el vehículo, se despidieron y abandonaron el lugar para regresar a la ciudad. De regreso a la realidad, como se suele decir.
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