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Capítulo LXXXII

Aquel día viernes no hicieron nada especial y aunque el abuelo los incentivó a salir, Alejandro y Nicolás optaron por quedarse en casa. Después del almuerzo, la pareja se llevó almohadas y cobijas bajo el naranjo, para permanecer allí toda la tarde escuchando música, leyendo o simplemente descansando.

Cuando los llamaron para tomar el té, la pareja fue con los ancianos, quienes tenían preparada una mesa llena de comida casera. Durante la animada conversación, el pelinegro sugirió la idea de ir los cuatro juntos a la playa al día siguiente.

—Sí, me parece bien y adivinen qué, voy a buscar mi cámara fotográfica, ¿sabías que me dedicaba a la fotografía cuando era joven? —dijo Rómulo, haciendo gestos con las manos.

—No lo sabía, abuelo, ¿para quién trabajabas?, ¿o eras un fotógrafo amateur? —preguntó Alejandro.

—Trabajé un tiempo para un medio de prensa, pero la mayor parte de lo que hice fue como independiente —respondió.

—Ustedes dos podrían servir de modelos, ¿no crees, viejo? —propuso Elena, mirando a los chicos—. Si hace buen clima mañana, podrás hacerles unas bonitas fotografías en la playa.

—O en el naranjo, sé que les gusta mucho ese lugar, ¿eh? —comentó, bebiendo de su taza—. Bueno, tengo que buscar la cámara.

—Sí, hazlo, necesitamos más fotografías, ¿puedes creer que desde que salimos juntos, no tenemos ninguna de nosotros? —dijo Nicolás.

—Al menos hasta el otro día con el móvil —dijo Alejandro entre risas.

—Entonces más razón para que vayas y la busques mañana temprano —dijo Elena, sirviendo más té.

—Puedo buscarla después que terminemos, ¿dónde estará?, ¿tal vez guardada con el resto de mis equipos?

—Con tus cachivaches, querrás decir —dijo Elena, rellenando su taza.

—Gracias, mi amor, iré a buscarla cuando acabemos aquí, ¿por qué esperar a hacerlo mañana? —dijo, volviéndose hacia la pareja—. Aguarden ustedes dos, que la voy a encontrar.

—No lo diga como si no le creyéramos —repuso Nicolás.

—Más te vale, ¿eh?, o sólo haré fotografías de Alejandro.

—De acuerdo, aunque la idea de tener esas fotografías de mi novio es tentadora —dijo el pelinegro.

—No es como que las vaya a hacer para ti, niño atrevido, sino para Alejandro.

—Puede hacer una sesión de nosotros como pareja y un par de sesiones individuales, tendremos todo el día para hacerlas —dijo el peliclaro, divertido con toda la situación.

—Mira que sabio es Alejandro, deberías aprender de él, Nicolás —dijo Rómulo, asintiendo con la cabeza.

El pelinegro se cruzó de brazos como un niño enojado, a lo que el otro chico se acercó para darle un beso en la mejilla. Lo que provocó fue un tierno puchero y un rostro sonrojado.

Terminada la comida, el abuelo se retiró tras ayudar a su esposa a recoger la mesa, a lo que ella después fue a la cocina para hacer los preparativos del día sábado siguiente; por su parte, la pareja regresó a su dormitorio.

—Qué pereza —dijo Nicolás, tendiéndose sobre la cama.

—Lo dice quien se pasó el día completo descansando —dijo Alejandro, sentándose en el borde y quitándose los zapatos—. Deberíamos dormir temprano, porque de seguro mañana el abuelo nos despertará para hacernos esa sesión de fotografías.

—Siempre y cuando encuentre esa famosa cámara. Recuerdo que tenía muchas, pero eso fue cuando era chico, porque en años recientes no se las he visto. Tal vez ya no las conserva.

—Yo espero que sí, me emociona que el abuelo nos haga fotos —dijo Alejandro, recostándose al lado del pelinegro—. Por eso, mañana quiero verte radiante.

—Sabes que por ti, soy capaz de subir al Cielo y traerte una estrella —dijo, acariciándole el rostro.

—Lo sé —respondió muy sonriente, para luego acercarse y besarlo suavemente, beso que Nicolás intensificó—. ¡Ey, tramposo!, para besarme sí que tienes energías.

—Es que no necesito esforzarme para tener tus labios cada vez que quiera. Ahora, ¿me dejarás continuar?

—Claro que sí, pero no te lo haré fácil, ven y búscalos —dijo, apartándose y haciéndole una seña con el dedo.

Nicolás amaba esa faceta de Alejandro, sensual y provocativa, que por medio de juegos les permitía explorar cosas nuevas, cosas que fácilmente podían escalar a algo más atrevido. Sin embargo, cuando comenzaban las caricias y besos, el teléfono del pelinegro sonó fuerte sobre la mesita de noche. La pantalla del aparato mostraba una videollamada entrante con el nombre de Ignacio.

—¡Hola! —saludó Nicolás, sentándose sobre la cama tras responder y Alejandro, incorporándose, se ubicó a su lado.

—¡Hola!, ¡hola!, ¿cómo están? —dijo el bartender desde el otro lado—. Perdón, ¿estaban durmiendo o algo?

—No, descuida, estábamos descansando.

—Así es, no nos molestas, todo está bien por aquí, gracias —dijo Alejandro—. ¿Cómo estás tu?

—Bien, nosotros también nos estamos tomando un descanso.

—¿Nosotros? —preguntó Nicolás.

—¡Hola, chicos!, ¿qué tal están? —saludó el peliblanco, apareciendo al lado de Ignacio, vestido con un uniforme idéntico al del bartender.

—¡Hola, Javier!, ¡qué gusto verte!, ¡qué gusto verlos a ambos! —saludó Alejandro.

—Lo mismo digo, ¿han sido días agradables?

—Muy agradables, no se imaginan como hemos disfrutado —respondió Nicolás.

—Se les nota.

—No quiero ser aguafiestas, pero, ¿cuándo regresan? —preguntó Ignacio.

—La próxima semana y, la verdad, es que no quisiera hacerlo —respondió Nicolás con una expresión desganada.

—Tenemos trabajo que hacer, lo sabes, y yo mismo no quiero abusar de la gentileza de don Julio —dijo Alejandro, abrazando a su novio por la espalda.

—¿Qué trabajo tienes que hacer, Nico? —preguntó Javier.

—Mi jefe necesita que revise unos manuscritos y aunque podría hacerlo desde aquí, no he traído conmigo la computadora donde tengo guardados los archivos.

La pareja de bartenders intercambiaron miradas.

—¿Sucede algo?, parecen preocupados —advirtió el pelinegro.

—Sí, pasa que tenemos una propuesta para ti —dijo Ignacio.

—¿Una propuesta?

—Escucha, Katerina se irá de la ciudad por una semana aproximadamente, y necesitamos a alguien que la reemplace. Bueno, he pensado en ti para hacer el trabajo.

Nicolás miró a Alejandro, quien estaba igualmente sorprendido.

—¿Qué te parece? —preguntó el peliblanco.

—No sé qué decir, no me esperaba algo así, tendría que pensarlo —dijo Nicolás, haciendo una mueca pensativa—. ¿Podrías darme más detalles?, porque no sé lo que Katerina hace en el club exactamente.

—De forma oficial, ella es la jefa de personal y trabaja directamente con Julieta, la dueña del club, pero en la práctica hace de todo. En días normales, actúa como la recepcionista, pero cuando hay demasiada concurrencia, ella misma atiende a los clientes —explicó Ignacio.

—Parece ser mucho trabajo, aunque la parte de recepción de clientes se parece a cosas que hecho antes y, ¿cuándo empieza?

—El próximo fin de semana.

—Para entonces, ya habremos regresado, deberías considerarlo, Nico —dijo Alejandro, animándolo.

—Puede ser, y si es por las tardes, no será tan complicado.

—Tardes y noches —clarificó Javier.

—Considéralo, ¿sí?, prefiero trabajar con alguien a quien conozco y, personalmente, me gustaría tenerte con nosotros —dijo Ignacio.

—Te agradezco la consideración, voy a pensarlo durante el fin de semana, ¿para cuando necesitas la respuesta?

—De nada, podemos esperarte hasta el lunes por la noche.

—Perfecto, te llamaré.

—Gracias, Nico. Disfruten sus últimos días en la costa, hasta pronto. Adiós, Alejandro.

—Adiós, Ignacio. Javier, cuídense mucho. Nos veremos. Adiós.

—Igualmente ustedes. Adiós.

La videollamada finalizó.

Nicolás regresó el aparato a la mesita de noche y se acostó boca arriba en la cama.

—¿Qué vas a hacer? —preguntó Alejandro, mirándolo con curiosidad.

—Lo que dije, pensarlo.

—¿No te entusiasma?, parece ser un buen trabajo, además de que estarás con Ignacio y Javier.

—No se trata de eso, es solo que me da pereza —dijo, soltando un bostezo.

—Tendremos que corregir eso, ¿no te parece?

—Puede que tengas razón —dijo, cubriéndose el rostro con ambas manos—. Y también está mi jefe, puede que no le guste que yo haga un trabajo diferente.

—No tienes que decirle si no es necesario.

—Ale, precioso, ¿qué me sugieres?

—Que si te sientes capaz de hacer el trabajo, te animo a que lo aceptes. La pereza es algo propio de ti, pero sé también que, a pesar de ella, haces las cosas cuando te las propones.

Nicolás extendió su mano para acariciarle la mejilla.

—Sea cual sea tu decisión, te apoyaré.

—Gracias, precioso.

Alejandro se recostó a su lado y le dio un beso. Nicolás, confortado por la compañía de su novio, se apresuró a recostarse sobre su pecho, siendo rodeado por los brazos del peliclaro con una gran sonrisa en los labios.

—¿Tanto te gusta esta posición? —preguntó.

—Sí, me permite oír el latido de tu corazón —respondió—. Éste es mi lugar seguro.

... ... ... ... ...

Todavía quedaban un par de minutos antes de que el descanso terminara. La pareja de bartenders aprovechó para refrescarse y comer algo, pues ya no tendrían ocasión de hacerlo hasta que el club cerrara, sin mencionar que, al ser viernes por la noche, tendrían mucho trabajo que hacer.

—Dime, ¿crees que Nicolás acepte la oferta? —preguntó Javier, llamando la atención de su novio.

—Yo espero que sí —respondió, dejando de lado su celular y recargándose en el peliblanco—. ¿Qué sucede?, ¿no te agrada la idea de que Nicolás nos acompañe?

—No es eso, solo que estoy sorprendido de la elección, no pensé que le ofrecerías el puesto.

—Bueno, no es que tuviera otras opciones, además, en cuestiones de trabajo no me atrevería a recomendar a cualquiera.

—Entonces, confías mucho en él, ¿verdad?

—Sí, Nicolás se volvió una persona muy cercana sin que me diera cuenta, incluso cuando yo mismo me comporté algo distante con él —dijo Ignacio, sonriendo suavemente.

—Entiendo, creo que debería conocerlo más, sólo así podré entender por qué te agrada tanto —dijo, pasando el brazo por la espalda del bartender, apegándolo más a su cuerpo.

—Creo que nunca te conté esto, pero Nicolás hablaba conmigo incluso antes de que nosotros comenzáramos a salir —dijo, ganándose el interés de Javier—. Fue cuando...

—Perdón, chicos, ¿interrumpo algo? —dijo Katerina, llegando junto a ellos.

—Sí, querida, tienes el extraño don de llegar en el momento menos oportuno —dijo el peliblanco.

—¿En serio?, ahí tienes la razón por la que saldré de la ciudad por una semana, no te extrañe si acaba siendo más tiempo, siempre que logremos conseguir a alguien para que me reemplace —dijo la chica con fingida molestia.

—Acerca de eso, ya tenemos un candidato —dijo Ignacio.

—Ah, ¿sí?, ¿de quién se trata?

—De Nicolás.

—¡Oh!, eso es interesante, ¿y qué dijo?, ¿aceptó?

—Lo va a pensar, y para eso le dimos plazo hasta el lunes —respondió Javier.

—Me parece razonable, este asunto tiene que estar resuelto para la próxima semana.

—Yo creo que aceptará, considerando que ellos tienen que regresar a la ciudad, sin mencionar que Alejandro también tiene que reintegrarse a sus labores en el restaurante —dijo Ignacio.

—Muy bien, los dejo encargados de eso y no se olviden que, en cuanto reciban la confirmación de Nicolás, comuníquense inmediatamente con Julieta, ¿de acuerdo?

—Entendido, jefa —respondieron al unísono.

—Ya está —dijo Katerina, y dando una mirada a su reloj, agregó—: Se acabó el descanso, señores, hora de regresar al trabajo.

La pareja obedeció y siguieron a la chica, pero antes de ingresar al recinto, el teléfono de Javier timbró.

—Denme un momento, por favor, ya los alcanzo —dijo, viendo la pantalla del aparato.

—No tardes, ¿sí? —dijo Katerina, desapareciendo por el pasillo e Ignacio con ella.

El peliblanco asintió y tras regresar sobre sus pasos, aceptó con nerviosismo la llamada entrante bajo el nombre de «Paula».

... ... ... ... ...

El encuentro había ido tal y como lo imaginó. Ver de nuevo a Rafael fue difícil y recibir solamente un "hola" lo hizo sentir como un desconocido. El aspecto del pintor era el mismo de siempre, vestido con sus ropas de segunda mano y un tanto anticuadas; se podría decir que no ponía cuidado en la elección de las prendas.

Durante los minutos previos a la cena, y notando el distanciamiento entre los antiguos amigos, Tomás se acercó al artesano para hablarle.

—¿Qué está pasando?

—¿Tú qué crees?, me está evitando —respondió, bebiendo del ponche que ofrecían las doncellas—. No es que me sorprenda, pero me habría gustado un intento de su parte por conversar las cosas. Y míralo, parece que no nos conociéramos.

—Lo siento. Yo pensé que las cosas irían de mejor forma entre ustedes y aquí estoy, tan confundido como tú —dijo, cogiendo del brazo a Gaspar y llevándolo a una esquina del salón—. Llámame loco, pero siempre tuve la impresión de que Rafael...

—De que Rafael gustaba de mí, sí, yo también lo creía. Ahora ya no estoy tan seguro —dijo, mirando de reojo al pintor, que charlaba animadamente con Lucas y Adolfo.

—¿Le darás una oportunidad?

—Si te refieres a dejarlo hablar, si es que se anima a hacerlo, claro que lo haré. De verdad quisiera hablar con él, incluso mañana si no se presenta la ocasión durante la fiesta. ¿Sabes si se quedará?

—No, pero lo más seguro es que sí. De hecho, pienso que todos ustedes pasarán la noche aquí, y no durmiendo precisamente.

—Ya veo —dijo con tono desanimado y apurando el ponche de un solo trago—. ¿Sabes?, si él no da el siguiente paso, yo no voy a insistir, tal vez fue un error decirle lo que siento, así que lo dejaré, me resignaré a dejar las cosas como están, no tengo fuerzas para perseguir una respuesta que no llegará.

—No deberías rendirte tan fácil —dijo Tomás, revolviéndole el cabello con cariño. Gaspar era el pequeño del grupo.

—No hagas eso, me haces sentir como un niño chiquito, incluso siendo mayor que tú.

... ... ... ... ...

La música era movida e invitaba a todos a bailar, incluso a los que no lo hacían bien.

Gabriel no tardó en tomar al festejado como su pareja, lo mismo que hicieron Lucas con Adolfo. Rafael actuó diferente y aguardó sentado, como ajeno a lo que ocurría en el salón, pero pendiente de lo que el artesano hacía del otro lado.

—¿Vas a hacer algo al respecto? —preguntó Ivo, ofreciéndole un trago.

—No sé a qué te refieres —respondió, aceptando la bebida.

—¿Estás de broma?, sabes muy bien a lo que me refiero, ¿o es que debo mencionar nombres?

Rafael guardó silencio.

—Ya que nos entendemos, dime, ¿dejarás que esta situación se prolongue indefinidamente?

—¡Basta!, ¿por qué todos ustedes me hacen sentir como si fuera el culpable?, ¡¿por qué soy yo el que debe cargar con la responsabilidad?!, ¡yo no hice nada!, ¡fue él!

—Ni siquiera puedes pronunciar su nombre, se llama Gaspar, es tu amigo y tiene sentimientos por ti.

El artista no respondió y, en su lugar, se levantó para salir del salón, dejando a Ivo con una sensación agria.

—No importa cuánto te esfuerces en negar la realidad, no podrás escapar de ella.

Afuera, Rafael se sentó en las escaleras que descendían a la playa, se quitó las sandalias y hundió sus pies en la arena, dándole una agradable sensación de alivio. Estuvo corriendo de un lado a otro desde que llegara a la casa, siendo la cena el único momento de calma, pero ahora que había escuchado las palabras del místico, su humor se había arruinado por completo. Casi sentía ganas de marcharse, de no ser porque las ganas de divertirse eran mayores, incluso si tenía que hacerlo solo.

—¡Al diablo con todo y con todos!, ¡me niego a ser presa de estos sentimientos! —gritó en dirección al mar, desde donde no obtuvo respuesta, salvo el ruido de las olas rompiendo en la orilla.

... ... ... ... ...

Hubo tiempo para bailar temas lentos y Tomás no dejó de notar la fuerza en los brazos de Gabriel mientras se movían por la pista.

—Casi parece que no quieres compartirme con nadie —dijo el pianista.

—¿Acaso tengo motivos para hacerlo? —preguntó, haciendo girar a su pareja sobre los pies.

—Podrías alejarme y no lo haces —dijo a su oído, bromeando y pasando los brazos tras su cuello, haciendo que la distancia entre ambos se redujera al mínimo.

—Eres tú el que insiste en tenerme cerca, pero lo entiendo, tú eres mi patrón después de todo.

—Lo soy, pero algunas veces quise que fueras tú el que mandara sobre mí —confesó, deslizando sus manos por la espalda del moreno—. No estaría mal que hoy nos dejáramos llevar.

—Para mí está claro lo que debo hacer y en cuanto a ti, no necesitas repetirlo, porque así te gusta, ¿verdad? —dijo, besándole el cuello y sacándole suspiros apasionados.

—Me encanta y me encantas, ven, toma lo que es tuyo.

Tomás le hizo una señal con el dedo y Gabriel, sin perder un segundo, le besó no sólo con amor, sino también con la necesidad de un enamorado que ha esperado toda la vida para ser correspondido. Como dice el dicho, "La paciencia premia". Ya no se sintió intimidado o avergonzado, por el contrario, sintió renovada su confianza para coger al pelirrojo por la nuca y besarlo más intensamente, quería ser él quien le devorara la boca; quería que esos labios, los únicos que había probado en su vida, le pertenecieran para siempre. Por una vez, quería que sus sueños se cumplieran.

—¿Te acuerdas de aquella vez cuando me embriagué? —preguntó cuando una nueva canción comenzó.

—Lo recuerdo, sí —respondió, soltando una risa—. Hiciste un gran escándalo, dudo que alguien lo haya olvidado.

—Fue lo más alocado que he hecho en mi vida y, al mismo tiempo, de un valor enorme. Dije en voz alta lo que me guardaba hace años.

Tomás sonrío.

—Pese a lo borracho que estaba, confesé que tú me gustabas, delante de tu padre.

—Y yo sólo atiné a sacarte de allí para llevarte a tu cuarto, de lo contrario, te habrían dado una paliza, mi papá y el tuyo, por semejante espectáculo.

—Fue un verdadero bochorno, pero me sentí aliviado de confesar lo que sentía por ti.

—Aunque estuvieras borracho, me hizo feliz saberlo y más cuando fuiste a hablar con el viejo al día siguiente. Recuerdo haberle dicho después que tú hiciste todo eso por mí, a lo que él respondió que no me autorizaba a continuar con esto y, de paso, borrara la sonrisa tonta que llevaba.

—Me sorprendió que se negara, tu padre siempre fue permisivo conmigo, por esa razón me sentí confiado de que lograría su aprobación. Pero ya ves que no lo conseguí, tú eres lo primero que él no me da.

—Yo no soy una pertenencia del viejo, aunque él crea que es así, soy yo quien toma las decisiones.

—Me queda claro que es así —dijo, llevándose una de sus manos a los labios para besarlas—. Volveré a intentarlo cuando tu padre regrese, porque no quiero que lo nuestro quede como una relación informal y para alguien como yo, en mi posición, quiero hacer las cosas correctamente, incluso si estás en desacuerdo.

Tomás asintió.

—Como tú mismo dijiste, no es solo lo que tú quieras, sino también lo que yo quiera.

—¿Y todo este cambio ha sido en un día?, casi pareces otra persona.

—Y sin una gota de alcohol encima.

—Si continúas actuando de esta manera, no me importa si tomas todas las decisiones.

—Te prometo que tomaré algo más que las decisiones —dijo, y acercándose a su oído, susurró—: Voy a tomarte y hacer contigo lo que quiera, tanto que me pedirás detenerme.

—Si es un desafío, digo sí a todo —respondió con una mirada lujuriosa y un beso atrevido.

... ... ... ... ...

Adolfo, distante del resto de asistentes, permanecía reclinado en uno de los divanes mirando como bailaban en medio de las luces de colores. En particular, observaba a Tomás, intentando descifrar cómo funcionaba su mente.

—¿Por qué esa cara?, pensé que íbamos a divertirnos —dijo Lucas, ofreciéndole una cerveza helada.

—Gracias —respondió, recibiendo la botella aun cuando la bebida no le gustaba—. Cuando vine aquí, no sabía las respuestas que encontraría y ahora me siento como si me hubieran bombardeado con información, me sigue revolviendo el estómago. Un poco más y me voy a casa.

—No hablas en serio, ¿verdad?, irte y dejarme solo —le dijo a tono de reproche—. Después de lo que ha pasado entre nosotros, ¿quieres irte?

—Como si fueras a quedarte solo, estás acompañado de...

—¿Estás ciego?, y sordo según parece. Mira allá, Tomás está con Gabriel, y no hay sitio para mí en eso.

—¿No estás celoso?

—Al contrario, me alegra saber que él pudo darse una segunda oportunidad con una persona que realmente lo ama, y en cuanto a mí, ¿debo explicarlo otra vez?

Adolfo dio un sorbo a su cerveza y tragó con desagrado, sin darle una respuesta.

—Yo sólo tengo ojos para ti, ¿qué más pruebas quieres?, ¿que pida tu mano?, ¿un anillo?

—No exageres, no te estoy pidiendo nada de eso.

—¿De qué se trata entonces?, no te quedes callado, por favor, ¡háblame!

—Me siento extraño, no sé cuál es la causa, tal vez sea Tomás, tal vez seas tú, quién sabe —dijo, recargándose contra el rubio—. Abrázame, ¿sí?, sólo abrázame.

Lucas obedeció y lo rodeó con sus brazos, inhalando el aroma de su perfume. La sensación fue confortable, pues le agradaba que Adolfo por fin lo buscara.

—Me pregunto qué más podría ocurrir.

—Tomás guarda muchas sorpresas, te lo aseguro, pero no serán desagradables, no es para eso que nos invitó, fue para divertirnos —dijo, tomando el mentón del pelinegro para levantar su rostro y verle a los ojos—. Quiero que nos divirtamos, anda, quiero que sonrías, por favor.

—Vale, tampoco quiero quedarme aquí sentado, daría una mala impresión —dijo, acabándose la cerveza y levantándose del diván—. ¿Bailamos?, muéstrame lo que sabes hacer y...

—¿Y?

—Y no me vayas a soltar.

—Jamás. Verás como nuestras manos no volverán a separarse.

... ... ... ... ...

Erika se desplomó sobre el diván con una taza de ponche de cereza en la mano, completamente exhausta. Se había librado del pelirrojo menor cuando éste se excusó para ir al baño.

La literata no estaba acostumbrada a las fiestas de ningún tipo, mucho menos a bailar, y el ambiente del salón la hizo añorar la comodidad de su casa. Miró su reloj de pulsera, que marcaba las 02:20. "Ni para las fiestas de año nuevo me quedo despierta hasta estas horas", pensó, mientras bebía en un intento por recobrarse, pero su calma fue interrumpida por la llegada de Ximena, que se sentó a su lado.

—¿Cansada?

—Un poco, sí —respondió, intentando disimular su estado.

—Ese chiquillo no quería soltarte para nada.

—Martín es un pegote, lo sé, pero puedo soportarlo y bailar con él no supone un problema. Lo extraño hubiera sido rechazarlo y quedarme aquí sentada.

—Para conservar las apariencias, ¿verdad? —dijo Ximena con una mirada inquisitiva—. Puedes ser honesta conmigo, ¿sabes?, puedes decirme lo que realmente piensas de Martín y de todos aquí. Incluso puedes decirme lo que piensas de mí.

—Tendría que conocerte mejor antes de poder decir algo —dijo, enarcando una ceja.

—Eso es algo que se puede arreglar fácilmente —dijo, vaciando de un trago la botella de cerveza que sostenía. Si el pelirrojo menor estaba interesado en Erika, no lo culpaba, porque ella misma había experimentado esa atracción por ella, un verdadero flechazo al primer encuentro—. Baila conmigo.

—¿Hablas en serio?

Ximena, viendo que Martín regresaba al salón, no se lo pensó dos veces para coger a Erika de la mano y jalarla hacia donde el resto de los chicos bailaba.

—¿Qué te pasa?, ¿te volviste loca? —le espetó.

—Sí, loca por ti —respondió sin pudores, provocando que Erika tragara saliva y se dejara guiar por la peliteñida. Cuando ambas chicas estuvieron en medio del salón, Ximena le dedicó una mirada llena de decisión, mientras que sus manos sostenían a la literata con suavidad—. No estés nerviosa, agradéceme, que estoy salvándote del pegote ese.

Erika comprendió a lo que se refería y desvió sus ojos hacia Martín, que permanecía como confundido, buscando a su pareja de baile.

—Supongo que tienes razón y debo agradecerte —dijo, y acercándose hasta el oído de la chica tatuada, añadió—: Dime, ¿cómo podría darte las gracias?

Ahora fue Ximena la que se estremeció de pies a cabeza, pero al mismo tiempo, su corazón se aceleró con la actitud que adoptaba la literata.

—Si vas a bailar conmigo, no me dejes caer, por favor.

—Te juro que no lo haré, por el resto de la fiesta te mantendré entre mis brazos —dijo al fin la peliteñida, atrayendo a Erika hacia sí y colocando una de sus manos en la cintura delineada de la chica—. Tengas novio o no, haré que te diviertas tanto que no podrás olvidarme.

—Me gustaría ver como lo haces, pequeña atrevida —dijo con una sonrisa de medio lado.

—No te creas, somos de la misma edad.

Por primera vez, desde el inicio de la velada, ambas mujeres rieron.

Desde su lugar, un enfurecido Martín era objeto de atención por parte de Ivo. El místico se había retirado para beber y observó como el pelirrojo menor se quedaba sin pareja.

Tras pensárselo un rato, se animó a invitarlo. Después de todo, también estaba solo.

... ... ... ... ...

La música electrónica sonó fuerte en los parlantes y su ritmo rápido avivó otra vez los ánimos de aquellos que experimentaban los efectos del alcohol, que seguía corriendo como agua de un grifo abierto.

Gaspar miraba en silencio como se divertían sus amigos, sintiendo como la envidia le corroía el corazón, pues anhelaba con desesperación algo de lo que ellos tenían. Lucas bailaba pegado a Adolfo, quien parecía más feliz que cuando fueron presentados; por otro lado, estaban Gabriel y Tomás, ambos entregados a los brazos del otro de una forma apasionada, porque no habiendo dicho nada, resultaba evidente que eran pareja. También estaba Erika que, si bien estaba bailando a una distancia prudencial, Ximena no se detenía ante nada para cogerla de la mano y hacerla girar sobre sus tacones, sacándole más una risa a la literata. Incluso, se preguntó cómo le hizo Ivo para que Martín bailara con él.

Él no era el único que permanecía aislado, Rafael también lo estaba en cierto modo, moviéndose en medio de todos, ajeno a la realidad, agitando su cabellera suelta, sin su chaqueta y descalzo, como si realizara alguna extraña danza ritual. En otras circunstancias, habrían bailado juntos, pero ahora resultaba imposible.

Las cosas no volverían a ser lo que eran y aunque intentara ignorarlo, el artista sentía sobre él los ojos de Gaspar, quien permanecía en un rincón de pie y con un cigarrillo en la mano. "Por favor, deja de mirarme, no puedo soportarlo, deja de mirarme así", pensaba, aún resonando en su cabeza las palabras que el artesano le dijera en aquella ocasión: "Tú me gustas, Rafi". Que lo hubiera llamado por su diminutivo lo afectó, porque de todos los chicos del grupo, Gaspar siempre fue el más cercano a él.

Cuando se volvió a mirar hacia el artesano, éste había desaparecido. "¿Qué debería hacer?", se preguntó en medio del dolor que le golpeó el pecho.

... ... ... ... ...

El aire al interior de la casa comenzaba a asfixiarlo, así que Gaspar salió y bajó hasta la playa, sentándose sobre la arena y mirando las pocas luces que había alrededor. Estaba desanimado y de no ser por la oscuridad circundante, se habría mojado los pies en la orilla donde las olas rompían. En lugar de sentirse aliviado tras confesar sus sentimientos, experimentaba todo lo contrario. "Fui un ingenuo, pensar que Rafael podría corresponderme", pensó, ocultando su rostro con las manos.

—¿Por qué tan solo? —preguntó una voz a sus espaldas. Se trataba del artista, que le ofrecía su chaqueta de cuero y una botella de cerveza.

—Me gusta estar solo —dijo, recibiéndole ambas cosas.

—Es triste estar solo —dijo, sentándose a su lado.

—Pensé... pensé que no querías verme —dijo, extrayendo su cajetilla de cigarrillos desde el bolsillo de la camisa. Tomó uno para él y otro que ofreció a Rafael.

—No es eso, no sabía cómo reaccionar cuando nos viéramos otra vez —respondió, aceptando el cigarrillo y el fuego para encenderlo. Dio una calada y su semblante se relajó notablemente—. ¿Sabes?, siempre he querido saber dónde consigues éstos, me gustan tanto.

—Algún día te lo diré.

—Perdona, esta no es la conversación que esperabas, ¿verdad?

—No, pero yo tampoco quiero presionarte con el mismo tema. Lo que dije, dicho está —dijo con inseguridad en la voz—. Dime, por esta noche, ¿podríamos actuar como si nada hubiera ocurrido entre nosotros?

—Si eso fuera posible, yo hubiera sido el primero en pedirlo —dijo, bajando la mirada con un dejo de frustración—. Lo siento, tú has sido honesto con tus sentimientos, no tienes que sentirte culpable.

Gaspar lo miró con atención.

—Soy yo el que debe entender y aceptar lo que sientes por mí —dijo, levantándose tras dar la última calada a su cigarrillo.

—Espera, por favor —se apresuró a decir, sujetando al artista por el brazo, soltándolo con la misma rapidez—. Perdona, quisiera... me gustaría conocer tu respuesta.

—Yo... yo... —dijo, empuñando las manos—. Yo, algún día te lo diré.

Que Rafael le devolviera el comentario tomó a Gaspar por sorpresa, dejándolo sin posibilidad de replicar.

—Regresaré adentro, abrígate, ¿sí?, no quiero que te enfríes. Gracias por el cigarrillo, siempre serán mis favoritos —dijo, antes de salir corriendo. "Por más que quiera quedarme contigo, no puedo en este momento. Lo siento".

El artesano le vio hasta que ingresó a la casa, y con él, también se fue el aroma de su perfume. La brisa marina se lo llevó.

... ... ... ... ...

—¿Qué esperan?, ¡vamos!, ¡que ya va a amanecer! —gritaba Tomás desde el porche de la casa. En sus manos llevaba un par de copas para champaña, dispuesto a hacer un último brindis.

—¡Ya voy! —gritó Gabriel desde dentro, cargando una botella nueva de espumante—. ¡Vengan todos!, ¡vamos a ver el amanecer!

En diferentes grados de ebriedad y con las ropas desarregladas, los invitados cruzaron de un extremo al otro de la casa, para salir al jardín y tenderse sobre el césped con copas en manos. El cielo sobre ellos anunciaba con sus colores la llegada inminente del astro rey.

—¡Sentémonos aquí!, ¡junto a la fuente! —indicó el pianista, cuyo peinado y vestimenta había perdido toda elegancia. Sus amigos no eran la excepción, algunos incluso ya no podían sostenerse por cuenta propia.

Gabriel, llegando junto a su amado, lo rodeó por la cintura e intentó calmarlo, pues estaba completamente embriagado. Contrario a lo esperado, Gaspar era quien cargaba a un borracho Rafael, el cual se aferraba al artesano y murmuraba cosas ininteligibles. Martín, animado gracias a la bebida, daba vueltas por aquí y allá en un esfuerzo por no caer dormido. Erika, mareada y con un dolor de cabeza, sostenía de la mano a Ximena que, ebria sin remedio, se tambaleaba sobre sus pies, pero con una sonrisa infantil en los labios. Tras las chicas, caminaba Ivo a paso lento, y como cerrando la marcha, iban Adolfo y Lucas, apoyándose el uno en el otro.

—¿Alguna vez has visto el amanecer? —preguntó el rubio, pasando sus manos por los desordenados cabellos.

—Sí, cuando me quedo hasta tarde estudiando, o cuando me desvelo —respondió, dirigiendo la vista hacia el oriente, donde algunos destellos asomaban ya en el horizonte—. Estoy exhausto, caeré dormido en cuanto caiga sobre una cama.

—Espero que haya espacio suficiente para los dos en esa cama, ¿o crees que te dejaré ir solo? —le dijo, hablándole al oído de forma provocativa, para luego bajar por el cuello del pelinegro depositando besos.

—¡Oye!, ¡oye!, mis labios están aquí —dijo Adolfo, indicando con su dedo y Lucas, haciendo contacto con los ojos del otro, lo besó con inesperada lentitud.

—¡Oigan!, ¡ustedes dos!, ¡vengan aquí, que vamos a brindar! —gritó Tomás.

—¡Ya vamos! —respondieron, acercándose hasta donde reposaba el resto del grupo.

—Por favor, no griten más, que la cabeza me va a estallar en cualquier momento —pidió Erika.

—¡Y a mí con el canto de esos pájaros!, ¡cállense! —exclamó Rafael, enojado y adormilado, cayendo sobre las piernas de Gaspar—. Nos vamos a dormir, ¿sí?

—Tan pronto como acabemos aquí, ¿estamos listos? —preguntó el artesano.

—En un momento, preparen sus copas —anunció Gabriel.

Los murmullos se silenciaron cuando sonó fuerte la botella siendo descorchada.

—¡Feliz cumpleaños, Tomás! —exclamó el moreno, besando al pianista.

—¡Feliz cumpleaños! —exclamaron todos al unísono, chocando las copas sin el menor cuidado, tanto que algunas derramaban su contenido o parecían que se iban a romper.

En medio de la algarabía, los rayos del sol al fin cayeron sobre los adolescentes, dejándolos con un momentáneo estupor.

—¡Por el nuevo día! —gritó Tomás.

—¡Por el nuevo día! —le siguieron.

—¡Y ahora todos nos volveremos cenizas!, ¡adiós, amigos!, ¡adiós, vida! —gritó Martín, vaciando su copa y desplomándose sobre el césped, completamente dormido.

—Ya cayó el primero, ¿quién sigue? —preguntó Ivo, levantando al pelirrojo menor para cargarlo en brazos.

—Rafi —respondió Gaspar, acariciando el cabello del artista, que ya roncaba sobre su regazo.

Bibamus, moriendum est! (¡Bebamos, que vamos a morir!), después, que cada uno escoja una habitación y duerma, duerman hasta sentirse satisfechos —dijo Tomás, levantándose y llevándose al moreno consigo—. ¿Nos vamos?

—A donde tú quieras, mejor si es a tu dormitorio —respondió Gabriel, rodeándolo con su brazo, encaminándose ambos hacia la casa.

Las miradas de todos se enfocaron en la pareja y de ahí, al Cielo.

Casi no había estrellas. El sol las apagó al igual que hizo con aquella noche.

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