Capítulo LXXXI
Cuando las doncellas acabaron de servir la cena, se retiraron y el anfitrión tomó la palabra, presto a dar la explicación que sus invitados ansiaban escuchar.
—Como todos vosotros sois importantes amigos, a quienes conozco desde hace años, no hay necesidad de preámbulos para contar esta historia —inició con cierta solemnidad—. Aquí presente está Lucas, mi primo, tal y como lo oyen, mi primo por parte de padre, y él fue el primer chico del que me enamoré.
Los presentes se miraron los unos a los otros, con expresiones que iban desde la sorpresa hasta la incomodidad. Erika, Gaspar y Rafael conocían la historia, pero sin el detalle que ahora Tomás les entregaba, pues siempre hablaba de "un inocente amor de juventud" que, con la verdad revelada, entendían que de inocente no tenía nada, al contrario, parecía algo retorcido.
Adolfo sintió como el estómago se le apretaba y su respiración se agitaba. La fotografía que había visto cuando estuvo en el apartamento de Lucas ahora tenía sentido para él, porque el rubio y Tomás se conocían de toda la vida.
—Me cuesta trabajo entender que alguien como tú haya hecho una cosa así —dijo Ivo después de beber un poco de agua.
El pianista no respondió.
—Y es lógico que hayan roto, ¿no?, vuestros padres jamás permitirían una relación incestuosa —comentó Gaspar con una actitud impasible.
—No te equivocas —respondió Lucas—. Los viejos estaban escandalizados, especialmente Ágata, perdón, la tía Ágata, ¿lo recuerdas, Tomás?
El aludido asintió.
—Mi padre me dio una paliza cuando nos descubrió y, no contento con eso, me expulsó de la casa —continuó diciendo Lucas, ganándose la atención de los chicos—. Por favor, no me miren como si estuviera exagerando, ocurrió tal y como lo oyen.
—¿Y cómo le hiciste para mantenerte?, debiste ser más joven cuando todo ocurrió —intervino otra vez Ivo.
—Trabajando, por supuesto —respondió el rubio—. Mi madre pudo darme algo de dinero, pero era evidente que no podría mantenerme con eso, tuve que esforzarme para sobrevivir allá afuera, pero tampoco quiero que sientan pena por mí, no era un niño en ese momento, tenía diecisiete años cuando esta familia me dio por muerto, bueno, parte de ella.
Lucas le dedicó al pianista una mirada cargada de sentimiento, la que éste correspondió al instante, suavizando su mirada. Gabriel, sentado a su diestra, habría querido reclamar a Tomás como suyo, pero se contuvo pensando que tendría toda la noche para hacerlo.
—Esto ocurrió hace diez años —retomó la palabra Tomás—. Cuando Lucas y yo estábamos en casa de sus padres, mis tíos, después de pasar toda la tarde en la piscina, estando en los baños, nosotros...
—Ahórrate los detalles, ¿sí?, no creo que queramos conocerlos —interrumpió Erika, cubriendo su boca con la servilleta—. Además, estamos comiendo.
—Diré lo que considere necesario, el resto lo dejo a tu imaginación, querida —dijo el de la trenza y, dirigiendo una mirada a los demás, agregó—: Lo mismo va para ustedes.
Los chicos se hundieron en sus asientos, sin ánimos de interrumpir otra vez al anfitrión.
—Como estaba diciendo, estábamos Lucas y yo en los baños haciendo "cosas de adultos", cuando mi tío nos descubrió, nos cogió por el cabello para separarnos y luego nos cayó a golpes a los dos. No importó cuánto lloramos o el daño que nos causó, fue una paliza que recuerdo hasta el día de hoy.
—Pienso que también fue una forma de castigarnos por todas las travesuras que hicimos juntos —añadió Lucas—. La verdad es que no creo que mi padre me haya querido alguna vez.
—Así es, mi padre no fue tan severo conmigo, físicamente quiero decir, porque él tomó la medida más radical de todas —dijo Tomás.
—¿Y eso qué fue? —preguntó Ximena.
—Mi padre nos separó, vendió la casa que teníamos en la ciudad y nos mudamos a ésta, que por entonces sólo era nuestra casa de veraneo. No volvimos a vernos durante un tiempo.
—Y después que ellos se marcharon, mi padre me dio un ultimátum, un mes exacto para irme de la casa, lo cual cumplí sin protestas. Desde ese día, jamás volví a ver a mi familia —finalizó Lucas.
Hubo un prolongado silencio.
—Qué... ¿qué sucedió después entre ustedes?, ¿pudieron mantener el contacto? —preguntó Rafael con evidente duda en su voz.
—No inmediatamente, pasó un tiempo antes de que pudiera estabilizarme —respondió Lucas.
—Sin mencionar que fui obligado a cambiar de número de teléfono en varias ocasiones. Sí, mi padre se tomó muy en serio lo de separarme de Lucas, sin embargo, no pudo evitar que él y yo nos volviéramos a encontrar, ¿lo recuerdas? —añadió Tomás, viendo a su primo.
—¿Cómo olvidarlo?, cuando entraste en la tienda de antigüedades, te reconocí al instante, no importó que tu cabello hubiera crecido, tus rasgos y tu perfil quedaron grabados a fuego en mi memoria —respondió el rubio con una intensidad que provocó un notorio sonrojo al pianista, mientras que los invitados se estremecían por causa de la energía que los primos inspiraban.
Gabriel apuró el vino de su copa en un intento por aliviar su creciente malestar. "Tengo que mantener la calma", pensó, mirando alternativamente a Lucas y a Tomás, "le dije que su presencia no me molestaba y él también fue claro conmigo. Entonces, ¿por qué me siento así?, ¿por qué siento tantos celos cuando los escucho?, ¿llegará el día en que tu corazón deje de estar dividido y sea sólo para mí?"
—¿Es idea mía o las cosas se están volviendo intensas? —preguntó Ivo, agitando un abanico que sacó de su manto.
—Tienes razón —dijo Tomás, dando un trago a su bebida—. Para no hacer más larga la historia, después de nuestro encuentro, mantuvimos un contacto discreto sin que mi padre lo supiera, hasta que por fin hoy se enteró de la verdad.
—Y no fue tan terrible como cabría esperar, salvo por la reacción de la tía Ágata, qué mujer tan encantadora —dijo el rubio, riendo de su propio comentario. Tomás sonrió de forma cómplice.
Los invitados intercambiaron miradas en completo silencio, algunos de ellos aliviados de que el relato hubiera terminado, pues dudaban de que sus estómagos fueran lo suficientemente fuertes para escuchar más detalles.
—Me disculpan, por favor, necesito retirarme un momento —dijo Adolfo, levantándose de su asiento y dejando su plato a medio comer.
—Adelante —respondió el anfitrión.
Le vieron abandonar el comedor y Lucas, con el ceño fruncido, quiso seguirlo, pero fue detenido por la voz autoritaria de su primo.
—Déjalo, querido, deja que tome aire y se alivie de este ambiente tan denso.
El rubio obedeció y se mantuvo sentado, sin dejar de ver en la dirección por donde el pelinegro había desaparecido.
—Él no sabía nada de esto, ¿verdad?, me refiero a Adolfo —quiso saber Erika.
—No lo sabía y, pensándolo bien, debí habérselo dicho yo mismo —reconoció Lucas.
—Ya es tarde para eso —afirmó Gabriel y agregó—: Debiste hacerlo antes de sentarte a esta mesa.
—"¿Qué comentario fue ese?" —pensó Tomás, viendo al moreno con seriedad. Las miradas de ambos se cruzaron y las sostuvieron unos momentos hasta que, de forma inesperada, el pianista apartó la suya.
—Debo confesar que me has sorprendido —comentó Erika—. Con lo poco que conozco a Lucas, no me sorprende que actuara de esa forma, pero jamás me habría esperado algo así de ti.
—Podría decirse que es algo de familia —concluyó el de la trenza con una sonrisa de medio lado.
—Hablemos de otra cosa, ¿sí? —intervino Martín, llamando a las criadas con una señal de su mano para que nuevamente le llenaran el plato—. Si quieren comer más, adelante.
Sin perder tiempo, Ivo, Ximena y Rafael se sumaron al ofrecimiento, extendiendo sus platos vacíos a las doncellas. Lucas y Tomás hicieron igual, aunque no con el mismo entusiasmo.
—¿No vas a comer más? —cuestionó la peliteñida, mirando a Erika.
—No, es suficiente para mí, pero supongo que vosotros necesitáis comer más —dijo la literata.
—Se suele decir que los chicos deben comer más, pero también deberían hacerlo las chicas, mírame a mí, me encanta comer, especialmente si se trata de comida tan deliciosa como ésta —continuó diciendo Ximena, recibiendo su plato con una nueva porción de carne en salsa de ciruelas—. Dime, ¿tienes hermanos?
—No, soy hija única —respondió.
—Ahora entiendo, tal vez por eso no lo sabes, aunque de seguro tu novio come mucho —continúo la peliteñida.
Erika bebió de su copa mientras escuchaba.
—A todos mis hermanos, a mi padre y también a mí nos gusta comer, especialmente los platillos que prepara mi madre, son para chuparse los dedos —dijo Ivo, degustando su cena.
—Sí, puedo decir que a mi novio le gusta mucho comer —comentó la chica, recordando las veces que habían salido juntos y como, cuando Francisco ya había acabado, solía tomar algo del plato de ella. Esa imagen la hizo sonreír.
—¿Erika?
—Perdona, ¿qué estabas diciendo?
—Nada, es que parecías distraída de repente, como si te hubieses ido por un momento —dijo Ximena, viéndola con curiosidad.
—Recordé algo —fue su respuesta, pero después agregó—: ¿Qué es lo que tanto me ves?
—Eres una mujer muy bonita, ¿lo sabías?
—Mi novio me lo dice siempre, me gusta pensar que es verdad, que soy joven y la fortuna está de mi lado —dijo, comiendo el último trozo de carne del plato, dejó sus cubiertos ordenados y se limpió delicadamente con la servilleta. Ximena se fijó en cada uno de estos detalles, aumentando el interés que la chica frente a ella le despertaba, porque no sólo era preciosa, también inteligente y sus reacciones le resultaban graciosas. Ya tenía ganas de invitarla a bailar cuando la cena acabara.
—Pero alguien como tú, Erika, sabe que la fortuna es caprichosa, un día nos acaricia con dulzura y al siguiente nos da una patada en el trasero —intervino Ivo—. La juventud y la belleza son dones valiosos, pero que no están destinados a durar.
—¡Propongo un brindis por esas palabras! —exclamó un animado Gaspar, alzando su copa—. ¡Que la fortuna sea con todos vosotros!
—¡Y contigo, querido mío! —respondió Tomás.
—¡Que sea generosa conmigo y me vuelva a sonreír!
Los presentes chocaron sus copas ante las palabras del artesano, sin saber el trasfondo que había tras ellas. Sólo Tomás supo reconocer a quien iba dirigida la indirecta y vio en dirección a Rafael, quien permaneció en su sitio, con la cabeza gacha, como abstraído de toda la situación. Por su parte, Ivo percibió las energías que rodeaban la mesa y lamentó que sus amigos no pudieran ser felices como intentaban aparentar; aún existían conflictos que necesitaban solución y, con todo su corazón, deseó que para el término del fin de semana las palabras de Gaspar se hicieran realidad.
Cuando acabaron de comer el postre, Lucas dirigió otra mirada hacia Tomás, casi suplicando por permiso para levantarse, y el de la trenza, con un asentimiento de cabeza, lo concedió.
—No lo presiones, ¿vale? —le dijo, levantándose de su lugar y caminando con él fuera del comedor.
—Ya lo sé, pero necesito hablar con él, saber cómo está. No se habrá ido, ¿verdad?
—No, me habrían avisado si alguien se marchaba. Debe haber salido a la terraza.
—Lo buscaré allí.
—Te pediré algo más, convéncelo de quedarse con nosotros, por favor, no quisiera que uno de mis invitados se sintiera descuidado, soy su anfitrión después de todo, sin mencionar que falta comer el pastel.
—Lo intentaré, dame unos minutos y regreso —dijo Lucas, alejándose por el corredor.
Tomás regresó sobre sus pasos y anunció a sus amigos.
—Mis queridos, los invito a continuar degustando el postre en el salón contiguo, donde tocaré una pieza de piano para vosotros.
—¿Y el pastel? —preguntó Martín.
—No te preocupes, habrá para todos, espero que hayan dejado sitio para comerlo.
—¡Yey! —exclamó el pelirrojo menor con entusiasmo infantil. Los demás se cuestionaron sobre si continuar o no con el postre, porque al ritmo que iban no habría forma de comer nada más.
—¿Qué hay de esos dos?, ¿es prudente dejarlos por su cuenta? —preguntó Erika.
—Descuida, ellos estarán bien, sólo necesitan conversar un momento en privado.
... ... ... ... ...
Adolfo estaba recargado sobre la barandilla de madera que rodeaba la terraza. Sus ojos estaban puestos en aquella masa oscura que era el mar, desde donde provenía una brisa fresca que agitaba sus cabellos.
—¿Cómo te sientes? —preguntó el rubio, sorprendiéndolo con su presencia.
—¿Cómo crees tú?, todo lo que escuché ahí dentro me revolvió el estómago, y no me digas exagerado, me he mareado como si me hubieran dado mil vueltas después de comer —dijo, haciendo muecas de desagrado—. Me hubiera gustado escuchar tu historia antes de la cena, no, antes de venir aquí. ¿Por qué no me lo dijiste?, ¿por qué no me dijiste que Tomás es tu primo y que tuvieron una relación?
—¿Te parece asqueroso?, ¿que Tomás y yo...?
—Un poco, tal vez, pero sería hipócrita de mi parte si lo pienso, no estoy en posición de juzgarte, ¿sabes por qué?
—Porque estuviste a punto de hacer algo parecido con tu hermano, eso sí que hubiese sido retorcido —dijo Lucas con una sonrisa maliciosa.
—¿Y ustedes?, ¿habrían actuado de la misma forma si hubiesen sido hermanos?
La expresión del rubio cambió por una más sombría.
—A juzgar por tu rostro, parece que ni siquiera habías pensado en ello —dijo Adolfo, mirándole por unos instantes antes de regresar su vista hacia el mar.
—Si no te dije la verdad fue porque no creí que fuera necesario, no hasta que conociste a Tomás en persona.
—O sea que, si no lo conocía, jamás me habrías dicho la verdad, ¿es eso?
—Estaba pensando en el mejor momento para decírtelo, para responder a tus dudas.
Adolfo bajó la mirada con una expresión afligida.
—No tenía idea de las razones por las que estabas unido a Tomás, aunque siempre pensé que debía ser algo importante. Lo noté de inmediato durante aquella cena y después de esa noche que pasamos juntos, desde que encontré la foto de ustedes siendo niños, mis sospechas empezaron a confirmarse.
—¿Encontraste esa foto?
—Sí, de casualidad mientras dormías, la encontré entre tus libros. ¿Sabes?, ahora entiendo bien el porqué la conservaste, todavía amas a Tomás, ¿no es verdad?
—Sí.
—Entonces, ¿cómo se supone que debo sentirme con respecto a eso?, él sigue siendo tu primo, jamás podré deshacer el vínculo que los une, ni siquiera creo poder estar a la altura de lo que tuvieron. No estoy seguro de...
—¿Por qué estás diciendo estas cosas? —dijo, cogiéndolo del brazo para hacerlo reaccionar—. Estás divagando, ahora es diferente.
—¿Por qué?
—Porque ahora estás tú y lo que siento por Tomás no se compara ni de lejos a lo que siento por ti —empezó a decir Lucas—. Antes habrían rivalizado con él, pero ahora estoy convencido de que mis sentimientos por ti son más grandes. Pensé que había sido claro contigo cuando hablamos la última vez.
Adolfo no respondió, pues le pareció que el rubio aún no terminaba de hablar.
—Hoy por la tarde quise decirte algo y fuimos interrumpidos, así que aprovecharé este momento para hacerlo, escucha con atención, Adolfo. Pienses lo que pienses de mí, debes saber que lo que siento por ti es real, porque ya no es la obsesión que me provocabas al comienzo, no sólo te deseo, también te amo y yo quisiera... yo quisiera que tú aceptaras ser mi novio.
—Es... ¿es en serio lo que acabas de decir? —preguntó volviéndose hacia él. Si no lo hubiese visto, habría jurado que Lucas estaba de rodillas y ofreciéndole un anillo.
—Lo es, cada palabra que he dicho.
—Has leído muchas novelas de caballeros, ¿no?, porque has sido muy elocuente.
—No es el caso, y deja ese tono burlón, parece que no me estuvieras tomando en serio —dijo con molestia—. ¿Te importaría responder?
—¿Qué debo responder?
—¡Déjate de bromas!, ¡dime que aceptas!, ¡por lo que más quieras!, ¡di que sí! —exclamó, cayendo esta vez al suelo de forma dramática—. Mira, ¿quieres que suplique como supliqué por tus besos?, pues lo hago, te suplico que aceptes ser mi novio.
—Estás loco, ¿lo sabías?, y yo también lo estoy por aceptar ser novio de alguien como tú —dijo, arrodillándose frente a Lucas—. Ahora guardas silencio como si nada, ¿eh?, eres el ser humano más extraño que he conocido, ¿vas a decir algo?, estoy aceptando lo que me pides.
—Sólo quiero... sólo quiero besarte —dijo, llevando una mano hasta los labios del pelinegro, acariciándolos con el pulgar.
—Hay una cosa que yo también quiero —dijo, deteniendo al rubio cogiéndole de la mano—. Prométeme que, a partir de hoy, no tendrás ojos más que para mí, no quiero que mires a nadie, ni siquiera a Tomás. Por una vez quiero ser el único en la vida de alguien, en tu vida.
—¡Te lo prometo, Adolfo! —respondió, besándole las manos con devoción absoluta.
—Siendo así, puedes besarme.
Lucas no respondió ni se contuvo, dejó que su cuerpo expresara sus deseos ardientes que lo consumían por dentro, mientras que Adolfo, entregado sin protestas a los brazos del maníaco, besó aquellos labios bañados por el pecado, besó a aquel rubio que le inspiraba una lujuria corruptora y retorcida.
Si ese era el romance que le tocaba vivir, lo aceptaría gustoso, al igual que en ese momento aceptaba el negro corazón que Lucas le ofrecía libre y voluntariamente.
... ... ... ... ...
—Creí haberle dicho que no forzara las cosas —dijo Tomás, viendo a la pareja desde el ventanal que daba a la terraza.
—Debo diferir, me parece que las cosas entre esos dos van bien, demasiado tal vez —dijo Erika, cruzada de brazos—. En fin, una preocupación menos para la noche. Ven, dejémoslos, sea lo que sea que hayan decidido.
La chica regresó al salón donde todos aguardaban al anfitrión. Al verla, Gabriel se le acercó con una mirada que exigía respuestas.
—Él está viendo lo que hacen esos dos allá afuera —respondió, adivinando las intenciones del moreno.
—Me está costando trabajo lidiar con esta situación —dijo, llevándose la mano a la sien.
—Si yo fuera tú, intentaría mantener la calma, los celos sólo ocasionarán problemas que no necesitamos —dijo, pasando junto al chico con una aparente frialdad, pero sus palabras demostraron lo contrario—: Usa tus dotes, todos los que tengas y ve a por Tomás.
—¿Por qué me dices eso?
—Porque Lucas está de novio con Adolfo, nada impide ahora que tú puedas hacer lo mismo con Tomás. Pensé que eso era lo que querías.
Gabriel se la quedó viendo mientras ella se alejaba y se reunía con sus amigos, su séquito como él veía a ese grupo de individuos, casi como un culto alrededor de una imagen sagrada, dentro de los que incluía a Martín, probablemente el más dichoso con la presencia de Erika. Olvidándose de ellos, el moreno puso su atención en el pianista, buscándolo en la sala contigua y descubriendo que aún permanecía junto al ventanal; las palabras de la chica resonaron en su mente, lo mismo que las palabras de Tomás temprano ese mismo día, por lo que, decidido, se le acercó por la espalda y lo rodeó con sus brazos, a los que el de la trenza se entregó sin quejarse, como si supiera desde un principio de quien se trataba.
—Me pregunto... —comenzó a decir Gabriel—. Me pregunto si algún día seré yo el dueño de tu corazón.
—¿Por qué dices eso? —preguntó, bajando la cabeza, como sintiendo culpa.
—Porque temo que el amor que sientes por Lucas opaque cualquiera que yo pueda sentir por ti —respondió, estrechando con fuerza a Tomás—. No me juzgues, por favor, siempre he sido un chico inseguro y sé que, comparado con tu primo, alguien como yo no tiene oportunidad y aun así quiero que sepas cuanto te amo y cuan dispuesto estoy a darte mi corazón.
Cada una de las palabras que pronunciaba Gabriel sonaban en sus oídos como el canto de una sirena, haciendo que las piernas del pianista temblaran. Pero había un error: el moreno no era un chico inseguro, porque si lo fuera, jamás se habría atrevido a actuar como acababa de hacerlo, reclamándolo a él, el hijo del patrón, como si fuera suyo, y era ese carácter posesivo lo que tanto le gustaba de Gabriel, como lograba expresar sus sentimientos a través de palabras y gestos que revelaban cuánto lo amaba.
—Tu corazón es el mejor regalo que podría recibir, incluso si no fuera mi cumpleaños —dijo, volteándose para quedar de frente con el moreno y hundirse en su pecho. Casi parecía el niño pequeño que, tras lastimarse jugando, buscaba consuelo a sus lágrimas en los brazos de Gabriel.
—Tendrás que aguardar un poco más, hasta que estemos a solas, ¿podrás?
—Esperaré como tú has esperado por mí —dijo, elevando la cabeza hasta alcanzar sus labios. Gabriel, sintiendo un alivio en su interior, respondió con aquella intensidad innata en él, con ese fuego que volvía loco a su amado pianista y lo dejaba sin fuerzas, tanto que éste se aferró a sus brazos para no caer. Cuando se separaron, Tomás le cogió de la mano y dijo—: Ven, regresemos con los demás, no quiero que se preocupen por nosotros.
... ... ... ... ...
Hubo un momento de silencio entre los presentes cuando vieron regresar al anfitrión. Contrario a sus expectativas, la noche se estaba desarrollando en medio de tensiones.
—Pido disculpas por la demora —dijo Tomás, haciendo una inclinación de cabeza—. Como les prometí, tocaré una pieza para ustedes, tal vez eso alivie los ánimos.
—No sé si sea tan fácil después de las cosas que hemos oído y presenciado —dijo Rafael, rascando uno de sus pies descalzos recostado sobre un diván.
Tomás suspiró sin saber qué decir.
—Bueno, no te aflijas, no es culpa tuya que las cosas hayan ocurrido de esta forma —dijo Ivo, acercándose a su amigo en un esfuerzo por devolverle la calma—. Vamos, si estamos aquí no es para vernos las caras largas, sino para divertirnos en tu compañía como hace tiempo no hacíamos, ¿o me equivoco?
—No, no te equivocas, sólo quiero pasar todo el fin de semana con las personas que son importantes para mí, por eso es que también ustedes debían conocer la verdad acerca de Lucas y yo —respondió al fin, siendo apoyando por la mano de Gabriel.
—Gracias por la confianza que has depositado en nosotros —dijo el artesano, dándole un abrazo sorpresivo.
—¿Eh?, ¿ya estás borracho, Gaspar? —preguntó Tomás.
—Todavía no, pero lo estaré pronto si no te apresuras a continuar con la fiesta —fue su respuesta.
Algunos de los presentes soltaron risas y animaron al festejado a que continuara con su presentación.
Hacia el centro de la sala había un enorme piano de cola, alrededor del cual estaban ubicados los divanes y sillones donde los invitados tomaron lugar y se acomodaron para escuchar a su amigo. La presentación tenía una doble función: entretener a sus huéspedes y dar tiempo a las criadas para limpiar todo antes de que se marcharan; las mismas ofrecieron bebidas y bocadillos mientras Tomás se sentaba frente al instrumento, justo a tiempo cuando Lucas y Adolfo regresaban, atrayendo sobre ellos todas las miradas.
—¿Cómo te sientes? —preguntó la literata cuando el rubio se sentó junto a ella.
—Aliviado, como no te imaginas —dijo, recargándose contra el respaldo del diván y bebiendo del ponche que estaban ofreciendo las doncellas.
—¿Y Adolfo?
—Aceptó ser mi novio —dijo, soltando un suspiro aliviado—. Pero me ha costado trabajo convencerlo. Parecía que en cualquier momento saldría corriendo de aquí.
—Lo entiendo, en su lugar habría hecho lo mismo, enterarse de que el chico que le gusta tenía su historia pasada con el primo, primo que lo invita a su propia fiesta de cumpleaños. Situaciones como estas son inusuales incluso en la literatura.
—¿Y tú?, ¿qué piensas de nosotros?
Erika lo miró de arriba abajo, meditando su respuesta.
—¿Somos repugnantes?, ¿estamos enfermos de la cabeza?, ¿somos depravados?
—Sabiendo lo que sé, estoy segura de que en ti hay todo eso y otras que no mencionaste, y acerca de Tomás, bueno, ahora sé que incluso una persona como él, con su apariencia y modales, también oculta cosas turbias.
—No voy a negar tus palabras, sé lo que soy y sé lo que es Tomás, y es turbio, sí, pero rico al mismo tiempo, tal vez tú deberías probar hacerlo para hablar con conocimiento de causa, porque hay cosas que no puedes conocer a través de los libros, sólo la experiencia que te aporta el mundo real —dijo, relamiéndose los labios.
—Lo dice el experto, ¿verdad?
—Si quieres llamarme así, adelante —dijo, encogiéndose de hombros—. Mira esa chica, Ximena, no te ha quitado ojo desde que llegó, diría que tiene un flechazo contigo. ¿No te sientes orgullosa?, provocar tales efectos en hombres y mujeres.
—No seas ridículo, las chicas no me interesan, sin mencionar que tengo novio, ¿ya lo olvidaste?
—Yo no, pero parece que Ximena sí, y aunque no fuera el caso, parece no importarle. Diría que es el tipo de chica que, en lugar de esperar, se arriesga a dar el primer paso.
Erika miró a la peliteñida que estaba sentada a unos metros de distancia y con una actitud confiada, tanto que hizo el gesto de lanzarle un beso con un guiño de ojo. La literata no pudo menos que atragantarse con su bebida.
—Acuérdate de mis palabras, que no te sorprenda después —dijo el rubio con una sonrisa ganadora, cogiendo unas aceitunas desde la mesa cercana.
Cuando las criadas acabaron sus labores y quedó todo en orden, Gabriel las despidió de la casa y regresó al salón justo antes de que el pelirrojo mayor iniciara su interpretación.
—¡Escuchen todos, por favor! —dijo, dando unas palmadas para llamar la atención—. Vamos a cantarle el feliz cumpleaños a Tomás.
El moreno le extendió la mano al festejado para que se ubicara a su lado, y luego hizo una señal a Martín, quien ingresó cargando un enorme pastel con las velas encendidas.
—¡A la cuenta de tres!, ¡uno!, ¡dos!, ¡tres! —empezó Gabriel y, a una voz, todos le siguieron para cantar—: ¡Cumpleaños feliz!, ¡te deseamos a ti!, ¡cumpleaños Tomás!, ¡que los cumplas feliz!
Como pocas veces ocurría, el pianista se sintió embargado por los sentimientos. Tener todas las miradas sobre su persona le hicieron temblar de los nervios, por lo que instintivamente buscó la mano de Gabriel, su fiel guardián, quien se la sostuvo con fuerza, transmitiéndole calma y protección.
—¡Los tres deseos! —exclamó Lucas cuando acabaron de cantar.
Tomás cerró los ojos y, tras unos instantes de expectación, sopló las velas, apagándolas todas de una vez. Los aplausos estallaron y los chicos inmediatamente se le acercaron para dar los abrazos y parabienes.
—Muy bien, tus deseos se cumplirán —dijo Martín, apartando el pastel y colocándolo sobre la mesa dispuesta a tal efecto. Erika y Rafael se hicieron al trabajo de cortar y servir las porciones.
—Muchas felicidades, Tomás, que cumplas muchos años más —le dijo Gabriel, siendo el último en saludarlo.
—Te lo agradezco tanto, si no hubieras estado conmigo todos estos años, no sé qué habría sido de mí —respondió, apoyando su cabeza en el pecho del moreno. Se sentía especialmente cómodo cuando lo hacía.
—No importa lo que suceda a partir de ahora, seguiré cuidando de ti y tu felicidad será mi prioridad.
—Gabriel, tú eres mi felicidad —dijo, buscando sus labios para besarlos—. Podría hacer esto toda la noche.
—Y podrás hacerlo cuanto quieras —y acercándose a su oído, le susurró—. Yo también quiero hacer cosas contigo, quiero hacer de esta una noche inolvidable.
—Si me lo dices así, y me miras así, no hay forma de que pueda negarme.
La pareja estaba perdida en su mundo, cuando fueron llamados de regreso.
—Vengan, tomaremos una foto —dijo Gaspar, instalando su cámara sobre un improvisado trípode y programando el temporizador.
Cogidos de la mano, Tomás y Gabriel se ubicaron al centro del grupo y sonrieron, algunos haciendo gestos con las manos y otros simplemente viendo al lente con una pose discreta.
Una vez que todos tuvieron su porción del pastel, regresaron a sus lugares y, después de tanta espera, el anfitrión se sentó frente al piano e inició su interpretación en medio de un ceremonioso silencio. La pieza era «Fantasía para piano, Op. 49» de Frédéric Chopin, y durante unos catorce minutos se sintieron en el más famoso teatro de Europa, presenciando a un artista de talla mundial. Cuando Tomás acabó, se levantó e hizo una reverencia ante su auditorio, el que premió con una ronda de suaves aplausos, como para no deshacer la mágica atmósfera que se había creado.
—¡Los regalos!, ¡los regalos!, ¡los regalos! —comenzó a gritar Martín, siendo secundado por Lucas y Adolfo.
—¡Sí!, ¡que traigan los regalos! —exclamó Tomás, yendo a sentarse en un sitial de madera finamente trabajado—. Empezaré abriendo éste que me dio Gaspar.
Rompió el envoltorio de la cajita que el artesano le entregó a su llegada, descubriendo en su interior un juego de pendientes y colgante hechos de plata. A continuación, vinieron los regalos de los demás chicos: de Adolfo recibió un reloj analógico de pulsera, de Lucas un nuevo colgante con forma de serpientes entrelazadas, de Ivo una caja musical que también hacía las veces de joyero, de Ximena un disco del pianista Robert Schumann, de su hermano Martín una caja de bombones rellenos y de Erika una libreta para apuntes con un estampado geométrico. En cuanto a Rafael, sabía que el pastel y todos los preparativos de la fiesta venían de su parte.
—¡Muchas gracias por sus bellos regalos!, me siento tan feliz de que ustedes estén aquí conmigo, yo... los quiero tanto que... —se interrumpió por causa de los sollozos y las lágrimas de emoción. Gabriel rápidamente lo rodeó con sus brazos para contenerlo antes de que el pelirrojo mayor continuara hablando—. Perdonen, decía que los quiero tanto y desde hace mucho pensaba en tener una fiesta en la que disfrutar con ustedes. Porque todos ustedes saben que estoy enfermo y aunque estoy bajo tratamiento permanente, no hay certeza de cuanto viviré y no quisiera tener que esperar a estar postrado en una cama para decirles lo importantes que son. Gracias por su constancia y lealtad todos estos años. De verdad, muchas gracias. Y por una noche grandiosa.
Tomando cada uno sus tragos y bebidas, hicieron un brindis en nombre de Tomás, y acto seguido, los invitó a otro salón mucho más grande, acondicionado especialmente para una fiesta de adolescentes: una amplia mesa al fondo de la estancia provista con todo lo necesario para las bebidas, vasos limpios y hielo, adecuado para que se sirvieran cada vez que quisieran; una pista de baile y luces tenues, además de una bandeja de sonido para controlar la música.
—Y ahora, amigos míos, a divertirse que la noche acaba de comenzar.
Dichas estas palabras, empezó a sonar la primera canción a través de los parlantes.
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