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Capítulo XII. Frío como tumba

—¡¿Cómo demonios pudieron fallar?!

—La policía rodeó el lugar antes de que completaran la misión.

—Tuvieron más de media hora en el sitio. Trabajos más difíciles los han terminado en menos tiempo. ¡¿Por qué les cuesta tanto agarrar a esa maldita mujer?!

En su casa, Roberto Lobato se retorcía de la rabia al enterarse de un nuevo fracaso de sus hombres. El tiempo se le acababa, la policía lo acorralaba, los clientes le exigían y él, no podía alcanzar la llave que lo sacaría de aquel atolladero.

Intentó calmar la furia mientras bebía descontrolado su ron favorito. Esperaba que el licor le aplacara las ganas que tenía por degollar el cuello de algún desgraciado.

—La policía tiene detenidos a cinco de nuestros hombres. El resto está en el hospital, rodeado de oficiales —le informó Dámaso con nerviosismo.

—Maldita sea, eran doce contra cuatro. Tuvieron a la mujer en sus manos y un imbécil, desarmado y sin experiencia se las arranca en menos de cinco minutos.

—No era un imbécil sin experiencia. El famoso inspector resultó ser Iván Sarmiento, uno de los secuaces de Antonio Matos.

La sorpresa le permitió a Lobato calmarse y repensar la situación.

—¿Sarmiento? Eso quiere decir, que Antonio reunió a toda su tropa y están aquí en busca de la carta.

—Es lo que suponemos, pero si tienen a la chica y no la han encontrado, es porque ni ella misma sabe dónde podría estar.

—No va a pasar mucho tiempo antes de que pueda recordar algún detalle. Lo que me gustaría saber, es si Sarmiento sabe la verdad sobre Elena. —Lobato estaba intrigado y al mismo tiempo, emocionado. Aquel hecho le daba un giro interesante a esa historia.

—Debe saberla, si Matos maneja esa información dudo que se la oculte a uno de sus mejores amigos.

—Pero, me dijiste que ese hombre mantiene una relación íntima con Elena.

—Los vieron muy acaramelados en el estacionamiento antes de entrar al restaurante. Por el beso que me describieron y la forma en que Sarmiento la protege, se puede deducir que existe algo entre ellos.

Una sonrisa sádica se dibujó en el rostro de Lobato. Comenzaba a admirar las tácticas de aquel hombre.

—No se puede negar que de los cuatro jinetes apocalípticos, el más inteligente es Sarmiento.

—¿Por qué lo dices?

—Conquistó a la hija de Vicente Arcadia para asegurar la ubicación de la carta que lo incrimina en la muerte del mafioso y evitar, para él y sus amigos, una condena segura. Así se salva de mi venganza y de la de ella. ¿No es ingenioso?

—Si tú lo dices.

—Estoy seguro de que al encontrar la carta, la destruirá, de la misma manera en que lo hará con el corazón de la chica, para quedar liberado de toda atadura. —Por unos segundos Lobato quedó en silencio, con la mirada perdida en la habitación—. Dámaso, tengo una mejor idea.

El mafioso parecía volar en una nube de fantasía, al imaginarse las nuevas estrategias que podía aplicar para alcanzar sus objetivos.

—En vez de traernos a Elena le haremos llegar la verdad, de cómo su adorado héroe resultó ser el asesino de su padre y quién le romperá el corazón. Ella comenzará a asumir una actitud defensiva frente a él y volverá a trabajar para mí, no solo para vengar la muerte de su padre, sino también su propia humillación.

Más animado Lobato llenó de nuevo su vaso con licor. Ésta vez, no bebía para arrancarse una cólera del alma, lo hacía para alimentar una alegría y dar alas a su nueva esperanza.

—Elena es muy sensible y eso la va a afectar. Se vendrá conmigo por voluntad propia, sin necesidad de hacer tanto aspaviento para librarnos de esos miserables. Y cuando tenga la carta en mis manos, haré lo que siempre he querido hacer con ella desde que me enteré de su doloroso pasado: llamaré a Ismael Lozano y se la ofreceré a cambio de mi entrada en la organización internacional que maneja.

—Esa sí que es una buena idea —respondió Dámaso con una renovada sonrisa.

—Ismael piensa que su prima está bien protegida en el país por los Norato, cuando se entere que ellos han muerto y ella ha sido humillada por los asesinos de su primo, vendrá con toda su flota de sicarios y acabará con ellos. Nosotros quedaremos como ángeles protectores, sin ninguna mancha de sangre en nuestras manos. Luego, podré canjearla por mi membrecía en el grupo empresarial que maneja desde el exterior. Eso me dará más prestigio y mejorará la adquisición ilegal de productos importados.

—¿Y piensas que Elena cooperará? —le preguntó Dámaso con recelo. Las ideas de su jefe siempre daban buenos resultados, pero nunca se habían enfrentado a una situación tan compleja.

—Es una mujer enamorada, Dámaso, y pronto, una mujer enamorada y herida. Esas características la hacen una aliada en potencia. ¿No ves lo que resultó ser Ariana Norato para Castañeda? Se aprovechó de su dolor para subsanar diferencias conmigo, la convenció de que yo le haría realidad sus torcidos deseos si me mostraba sus encantos en la cama... pobre niña inocente, ni loco cambiaría mis planes con Elena para cumplir sus caprichos. Pero Jacinto quedó muy bien parado, porque la chica resultó ser toda una fiera seductora. Deberías probarla.

—Si me concedes ese honor, me encantaría tantear ese dulcito cuando terminemos el trabajo.

—Seguro, no perderás tu tiempo. Créeme.

Ambos hombres mostraron una risa mordaz. Lobato había servido otro vaso de ron para compartirlo con Dámaso y se sentó con él a planificar las maneras en que intentarían llegar a Elena, burlando la blindada protección de Iván Sarmiento y sus amigos.

Afuera, en el pasillo, Ariana controlaba su agitada respiración recostada en la pared al lado de la puerta entreabierta del despacho de Lobato. Con los ojos inundados de lágrimas y las manos maltratadas por la presión de sus puños.

No estaba dispuesta a ser la pobre niña inocente, burlada y utilizada por algún imbécil. Se aprovecharía de la posición en la que se encontraba para vengarse de su maldita prima, del idiota de Jacinto Castañeda y del mal nacido de Roberto Lobato.

Si el estúpido mafioso pensaba que las mujeres heridas eran fáciles de influenciar, no se imaginaba lo peligrosa que era una mujer herida, humillada y dueña de la verdad.

Con dificultad, una sonrisa burlona se le dibujó en el rostro. No tenían la más mínima idea de lo que ella era capaz de hacer. Se alejó del despacho camino a la habitación dónde tuvo que revolcarse con el cerdo de Lobato para hallar un poco de intimidad. Tomó su teléfono y marcó el número de Jacinto.

Él se aprovechó de su desesperación y la utilizó para sus retorcidos fines, ahora, era el turno de ella de beneficiarse de él. Tenía que averiguar más sobre esa historia, así como las formas de ubicar al tal Ismael Lozano. Jacinto era su mejor informante, debía reconocer que el hombre aún contaba con buenas fuentes. Y ella sabría aprovecharse de eso.

***

Iván intentaba aplacar la violencia que le recorría las venas centrando su atención en el rostro de Elena, pero sus enrojecidos y llorosos ojos, su piel pálida y la sangre que le manchaba el labio inferior le reactivaban las ansias asesinas.

Con delicadeza le separó los labios en busca de la herida.

—La sangre no es mía. Uno de los hombres me tapó la boca para que no gritara. Tuve que morderlo con todas mis fuerzas para liberarme y avisarte.

Iván le sonrió y la abrazó con fuerza. La acunó en su pecho de forma protectora. La lucha de Elena evitó su fracaso, estuvo a punto de perderla sin oportunidad a pelear por ella. No podía permitir que aquello sucediera de nuevo.

El estacionamiento del centro comercial se había convertido en el escenario de un gigantesco espectáculo. Decenas de policías se agolparon, felices por el golpe que habían dado. Todos los hombres de Lobato eran delincuentes con amplios prontuarios, eso justificaría el trabajo de muchos oficiales.

—Iván, tenemos que encontrar la manera de salir de aquí.

Alfredo se acercó con sigilo, altos oficiales discutían con Antonio por la reunión realizada a espaldas de ellos. Él los calmaba con cientos de excusas, trataba de convencerlos de que solo había sido un paseo en familia. Sin ninguna intención oscura.

Los policías no confiaban en sus pretextos, pero ellos tampoco confiaban en los oficiales. Un soplón formaba parte de sus filas y les saboteaba el trabajo, para brindarle apoyo a Lobato y entregarlos al mafioso.

—¿Cómo los burlaremos? Hay mínimo veinte policías aquí y todos tienen sus ojos puestos sobre nosotros.

—Felipe y yo tenemos un plan para escapar en media hora, Antonio se quedará un poco más para distraerlos e intentará reunirse con nosotros después. Quizás, si Elena finge alguna dolencia pudieran trasladarla a un centro asistencial con un mínimo de escoltas. Manejarías sin problemas esa cantidad y huirías con ella para dejarla en algún lugar seguro. El ataque tiene que ser hoy, es la mejor oportunidad que tenemos para terminar con este problema.

A Iván le parecía fácil y perfecto el plan. La parte que no le agradaba era tener que dejar a Elena sola en algún rincón del planeta. Su instinto aún le alertaba del peligro, pero sabía que para tenerla segura debía acabar con la peste que la amenazaba.

Ahora más que nunca, estaba dispuesto a eliminar a Lobato. Sus sentimientos eran tan claros como el agua y los aceptaba completamente. Al girarse hacia ella, se conmovió con su tierna mirada.

—¿Puedes fingir que estás algo mareada? —le dijo en voz baja y cerca de su oído, para que sus palabras solo fueran escuchadas por ella.

—Soy mala actriz.

—Inténtalo, yo te ayudaré.

Elena asintió nerviosa. Recorrió la mirada por el lugar para observara a los policías que tenía a su alrededor. Sería un gran reto mentir a esos oficiales, que de seguro, estaban acostumbrados a esas escenas dramáticas de víctimas que pretendían eludirlos. Se dejó caer en los brazos de Iván y simuló lo mejor que pudo un mareo mientras él se encargaba de montar el show de su falsa enfermedad. Uno de los oficiales a cargo les permitió dirigirse al hospital de la ciudad para que le realizaran un chequeo. Iván la llevó en el Mustang, siendo seguidos por dos policías que fungían de escoltas desde otro auto.

En el hospital, lograron esquivar la vigilancia de los funcionarios al escapar por el área de hospitalización. Afuera, uno de los empleados de Arcángel, el dueño del restaurante, los esperaba para entregarles un Ford Aveo azul marino dónde podrían alejarse y despistar a los policías.

Llegaron a un sencillo y oculto hotel en el sur de la ciudad. Iván aún no estaba muy convencido en dejarla, pero no tenía más opciones. Llevarla con él podía ser peligroso y necesitaba tener todos los sentidos alertas para acabar con Lobato.

Elena salió del baño y se sentó desanimada en la cama. Observaba cómo él revisaba cada rincón de la habitación, aseguraba ventanas y examinaba la cerradura de la puerta. Al finalizar, sacó una de las armas que tenía escondida en la parte trasera del pantalón y se sentó a su lado. Colocó el artefacto en sus manos.

—Está cargada, no dudes en usarla. No confíes en nadie y mantente siempre alerta.

Elena lo miró con los ojos empapados de lágrimas, pero no quería dejarlas rodar para no empeorar la despedida. Iván le cubrió las manos con las suyas, de esa manera podía trasmitirle su calor.

—Volveré lo más pronto que pueda.

—Solo prométeme que volverás.

—Lo haré, Elena. La policía tiene a Lobato acorralado y se encuentra solo en su mansión. Será fácil emboscarlo.

Ella dejó el arma sobre la mesita de noche y se levantó de la cama, fijó la mirada en la pared y se abrazó a su cuerpo. Él se ubicó detrás de ella y le cubrió la cintura con los brazos.

—¿Qué sucede?

—No quiero perderte a ti también.

Iván la apretó contra él y hundió el rostro en su cuello, para seducirla. Introdujo las manos dentro de su blusa y le acarició la piel hasta llegar a sus pechos. Elena alzó las manos para alcanzar su cabeza y acariciarlo mientras gemía por las atenciones que él le prodigaba.

La dirigió con lentitud a la cama al tiempo que desabrochaba su pantalón e introducía la mano dentro de sus bragas, en busca de su centro. Al hallarlo lo estimuló con ansiedad. Ella gimió al sentir sus diestros dedos penetrándola y su boca hambrienta consumiendo la suya. Iván le quitó la blusa y el sujetador con rudeza y la giró al tiempo que se quitaba su propia camisa. Estaba frenético, anhelaba poseerla y marcarla para que nadie se atreviera a tocarla.

Le bajó los pantalones junto con la ropa interior y la sentó en la cama para terminar de quitarlos de su camino. Los suyos solo pudieron llegar más abajo de sus rodillas. Le abrió las piernas y se ubicó sobre ella, la penetró con lentitud pero con firmeza. Ella no tuvo tiempo de reaccionar. La pasión le nubló el entendimiento y no le dejó pensar en ninguna otra cosa que no fueran las intensas sensaciones que él le hacía experimentar.

Iván la llenaba por completo, en medio de jadeos intentaba respirar mientras se perdía en su mirada enfebrecida, que le poseía el alma de la misma manera en que su cuerpo se adueñaba del suyo.

Las arremetidas aumentaron al tiempo que las venas de Iván se tensaban y alzaba la cabeza para gritar su liberación. Elena se aferró con fuerza de sus hombros, lo arañó mientras un desborde de emociones le estallaba en el vientre y le subía a la cabeza con un poder descomunal.

Ambos cayeron sin fuerza en la cama. Tuvieron que pasar varios minutos antes de que recuperaran la noción del tiempo y del espacio.

Iván le besó la mejilla y sintió el sabor salado de las lágrimas en sus labios. Alzó la cabeza angustiado, no quería despertar los temores de Elena. Sin embargo, lo que observó en su rostro no fue el miedo por el ultraje que había sufrido. Sus ojos, aunque estaban llenos de lágrimas que escapaban incontenibles, brillaban con una luz especial, su tierna sonrisa era una prueba fehaciente de que los sentimientos que la embargaban no eran negativos.

Acercó las manos hacia ella y secó sus mejillas.

—Perdona, pero fue demasiado intenso...

La calló con un beso suave, largo y reparador. Un beso que ambos necesitaban para calmar el fuego abrazador que los consumía.

—Confía en mí —le pidió con la frente apoyada en la de ella y los ojos cerrados. Ansiaba con todas sus fuerzas que ella pusiera toda su fe en él, en el amor que sentía.

Minutos después se levantó de la cama, aún tenía trabajo que hacer.

Cuando ambos estuvieron listos Iván la tomó por los hombros y le habló con seriedad.

—Elena, no quiero que salgas de esta habitación. Si por alguna razón tienes que salir, júrame que me avisaras.

—Te lo juro.

Él la miró a los ojos y sintió un dolor lacerante en el corazón. Nunca había sentido eso por nadie. Cuando terminara con Lobato debía confesarle la verdad y existía la posibilidad de perderla. No podía creer que después de conocer la felicidad, ésta le fuera arrebatada.

Apretó la mandíbula y decidió que eso jamás sucedería, nadie le quitaría a su primer y único amor.

—No te fallare, muñeca. Esta misma noche estaremos juntos y nuestra realidad será diferente. Te lo prometo.

Ambos se fundieron en un fuerte abrazo, invadidos por el ímpetu del amor que sentían el uno por el otro.

La pérdida y la soledad habían amilanado las esperanzas de Elena, la injusticia y la violencia apagaron las ansias de vivir de Iván. Ahora, cada uno tenía algo qué defender, algo por qué luchar, algo que les pertenecía en cuerpo y alma, y que ninguno estaba dispuesto a dejarse arrancar.

Después de un último y profundo beso Iván se alejó. Se marchó rápidamente de la habitación con el corazón apretado en el pecho. Al salir del hotel y entrar en el auto se comunicó con Alfredo. Todos habían logrado eludir la vigilancia de la policía y estaban reunidos en el negocio de un socio de Arcángel, preparaban la emboscada. Dio una última mirada a la edificación, esperaba no equivocarse y dejar a Elena lo más resguardada posible. Encendió el vehículo y lo puso en marcha, para encontrarse con sus amigos y poner punto final a esa amarga historia.

En la orilla contraria de la calle, un Audi dorado estaba aparcado bajo la sombra de un inmenso árbol. Al desaparecer el auto de Iván, Jacinto se levantó de su escondite y tomó su teléfono móvil.

—Ariana, ya sé dónde está tu prima, y te aseguro que ahora está sola.

Una sonrisa macabra se le dibujó en el rostro. A Jacinto siempre le gustaba tomar el control de la situación, pero no podía negar que la mente desequilibrada y diabólica de Ariana le fascinaba.

Su plan parecía perfecto, por tanto, no tenía ningún problema en seguirlo. Sobre todo, ahora, que debía encargarse de transferir su dinero al exterior para proteger sus intereses, al enterarse que era acechado muy de cerca por la policía.

Podía estar a punto de perderlo todo y estaba seguro que Lobato no iba a protegerlo.

***

—Pensábamos que no llegarías nunca —expresó con burla Felipe, al ver a su amigo entrar en el garaje donde él preparaba las armas que usarían en la emboscada.

—¿Cómo lo haces, Felipe?

—¿Qué?

—Venir hasta Maracay y dejar a tu mujer y a tu hija solas, sin tu protección.

Felipe sonrió con melancolía. Claro que le resultaba difícil la separación, pero para darle tranquilidad a su familia, primero necesitaba cerrar los asuntos del pasado. Así nada empañaría el futuro de los suyos.

—No creas que las dejé desprotegidas, están muy bien acompañadas. Yo mismo me encargué de entrenar al personal de la finca para que sepan defenderse en caso de algún problema.

—¿Los has entrenado?

—Claro, Iván. Aunque llevo cinco años alejado de los problemas, he pasado veinte años hundido en ese lodazal. Yo sé que en algún momento los fantasmas del pasado pueden perseguirnos para reclamar justicia, como lo hacen ahora. Le hicimos daño a gente acostumbrada a perjudicar a otros, nunca sabemos cuándo querrán venir por nosotros.

—El famoso círculo vicioso del que jamás podremos escapar —dijo Iván con resignación. Antes no le importaba aquella resolución, pero ahora, ansiaba escapar de ese espiral de violencia.

—Es cómo la moraleja de la madera y el clavo. Cada vez que dañas a alguien hay que clavar un clavo en la madera, cuando estés dispuesto a enmendar la situación debes retirar los clavos. La madera queda libre, pero completamente maltratada. Luego tendrás que lijarla y remendarla. Es un trabajo largo, no es algo que terminarás en un día o en cinco años. Por eso, lo mejor es mantenerte alerta y preparado ante cualquier novedad.

—¿Dónde aprendiste eso?

—Me lo enseñó mi suegro —le dijo con una sonrisa taciturna en los labios.

Iván se quedó pensativo, sentado en la mesa frente a Felipe, mientras éste cargaba un grupo de ametralladoras de alta tecnología.

—Si estuviera solo la situación sería diferente, porque únicamente me encargaría de mí y de mi sobrevivencia; pero ahora tengo una mujer y una hija, una casa que mantener, un suegro mandón, una cuñada adolescente, seis empleados, tres perros y una guacamaya gritona. Cualquier cosa que me afecte a mí, afectará a mi familia, y yo solo no podré defenderlos a todos.

Felipe dejó a un lado el arma que revisaba para mirar a su amigo.

—Tienes que confiar en Elena y enseñarle a defenderse. Ella también tiene un pasado ensombrecido y proviene de una familia con antecedentes. Hoy la persigue Lobato, supuestamente por la carta, pero no sabes quién pueda perseguirla mañana.

—He pensado en eso. Antonio se enteró que Ismael Lozano ahora está en Colombia y maneja una organización que contrabandea mercancía entre Venezuela y ese país. Sé que él desea la seguridad de Elena, por eso la entregó a los Norato, para que la escondieran mientras él simulaba habérsela llevado al exterior. No sé qué hará cuando se entere que los Norato desaparecieron y ella está con nosotros... los asesinos de su primo.

Una idea se posó en la mente de Felipe. Iván miró intrigado su rostro expectante. Cuando a su amigo se le ocurría una idea, hasta él mismo se sorprendía por ese hecho.

—¿Qué? —lo animó.

—Nunca he creído que todo el alboroto de Lobato sea únicamente por la carta. Si quiere eliminar a Antonio le basta con descargarle un arma en la cabeza. Ni siquiera se atrevió a hacerlo cuando lo tenía secuestrado. Pero eso que tú planteas aporta una mejor explicación.

—¿Qué fue lo que dije?

—Lobato no solo debe aspirar recuperar su riqueza y adueñarse del control nacional de la organización, yo creo que él busca el apoyo internacional. Si tiene en sus manos a Elena, se la podrá ofrecer a Ismael e intercambiarla por su ingreso en la organización que maneja. La carta no es para mostrársela a la policía, la usará para recordarle a Ismael la venganza por la muerte de Arcadia y entregarnos en bandeja de plata a los sicarios internacionales. Así se libra de nosotros y se gana el favor de un posible aliado.

El rostro de Iván se mostró impasible y su mirada se cargó de odio. No iba a permitir que utilizaran a Elena para un intercambio de poder. Tenía que acabar pronto con esa situación y alejarla de cualquier amenaza.

—Ismael Lozano siempre ha deseado vengarse de los asesinos de su primo. Nosotros sin planearlo, lo obligamos a escapar del país y regalar buena parte de la fortuna de su familia a un manojo de buitres traidores. Lobato debe conocer toda esa historia y es capaz de lo que sea para hacerle llegar a Ismael la información de lo que aquí sucede; pero no puede llamarlo y contarle chismes, debe hacerlo con pruebas, y las mejores pruebas son Elena y la carta.

Iván cerró los puños para controlar la cólera y la frustración.

—No permitiré que lleguen hasta ella.

—Entonces, tenemos que eliminarlo pronto, porque él está dispuesto a alcanzarla.

Con creciente furia trató de concentrarse en la preparación de las armas, para no dejarse dominar por los impulsos asesinos. Pronto tendría una oportunidad para descargar toda la energía acumulada.

***

Elena se encontraba nerviosa en la habitación, caminaba de una esquina a otra, seguía sus propias pisadas. Aquella posición no le agradaba, no le gustaba estar encerrada mientras Iván luchaba contra asesinos para darle un poco de paz.

Tenía que hacer algo o se volvería completamente loca. Aún sentía una mala vibra en el ambiente, algo no andaba bien. Si Lobato fuera tan ingenuo y fácil de emboscar, como Iván y sus amigos pensaban, no estaría en el lugar en el que se hallaba dentro de la organización mafiosa.

Aunque tampoco dudaba de que ellos pudieran defenderse. Por lo menos Iván, le había demostrado ser capaz de escapar de situaciones difíciles. Sin embargo, nada la tranquilizaba. Sentía que la posibilidad de detener aquella realidad estaba en sus manos.

De pronto, alguien tocó a la puerta. Elena se sobresaltó, tomó el arma que estaba olvidada sobre la mesita de noche y la escondió tras su espalda.

—¿Quién es?

Por unos segundos reinó el silencio. El temor le erizó la piel.

—Soy yo, Elena. Tú prima Ariana.

Elena se alarmó: era imposible que su prima tuviera conocimientos de su ubicación.

No confíes en nadie y mantente siempre alerta... recordó una de las instrucciones de Iván. Se acercó sigilosa a la puerta, insegura, y con la mente embotada por los nervios.

—¿Estás sola?

—Completamente sola. He estado en contacto con la policía desde que desapareciste, no sabíamos nada de ti, mamá y yo estábamos muy preocupadas. Ellos me informaron dónde ubicarte.

Entonces, la policía logró seguirnos cuando escapamos del hospital... pensó.

Algo no le cuadraba, la policía no le avisaría a cualquiera sobre el paradero de algún sospechoso. Abrió con lentitud la puerta, esperaba no equivocarse. Si a su prima la acompañaba algún asesino de Lobato estaba perdida, pero no podía dejarla afuera y hablar con ella a través de la puerta cerrada de la habitación, debía arriesgarse.

Para su tranquilidad, no encontró ningún peligro. Ariana estaba parada con soberbia en medio de la entrada, con su típica sonrisa de aburrimiento cincelada en los labios.

—Pensé que no abrirías nunca.

Elena oteó el pasillo para descartar posibles sorpresas.

—Te dije que estoy sola. ¿Por qué tanta desconfianza?

La miró furiosa. Ariana nunca le daba crédito a posibles peligros. Para ella, todo en la vida era una fiesta.

—Entra.

Ariana ingresó en la habitación y la observó con desprecio, hizo una mueca de desaprobación al ver el espacio poco iluminado donde estaba encerrada su prima. El cuarto solo contaba con la cama y un par de mesitas de noche. Frente a ésta, un televisor colgaba de la pared sobre un extravagante artilugio de hierro.

—Tanto dinero que manejan esos hombres y te traen a estos hoteluchos de mala muerte.

—¿De quién hablas? —le preguntó Elena con intriga. Ariana se giró hacia ella y levantó el mentón antes de hablar.

—He logrado gran amistad con un oficial de la policía. Me confesó que ahora trabajas para un mafioso llamado Antonio Matos, el asesino de Raúl.

Elena se enfadó y se paró firme frente a su prima, con los brazos apoyados en las caderas.

—Ni trabajo para Matos ni fue él quién asesinó a Raúl.

—¿Cómo puedes estar tan segura de eso?

—Lo estoy y punto. Ahora dime, ¿qué haces aquí?

Ariana puso los ojos en blanco y se sentó en la cama con la espalda apoyada en el marco.

—Solo vine a ver cómo estabas. Espero que esos criminales no te hayan maltratado.

Elena aún mantenía una posición de guerrera amazona frente a su prima, incomoda por su visita. No estaba de ánimo para soportar las nimiedades de Ariana.

—No he recibido ningún tipo de maltrato si eso es lo que te preocupa.

—Me imagino... me han dicho que hasta mantienes una relación romántica con uno de ellos.

Ariana la escrutó con la mirada. La sorpresa de Elena la divirtió, así como su inútil esfuerzo por mantenerse severa.

—¿Y eso qué te importa?

—Entonces, es cierto... la dura de Elena Norato fue nuevamente engañada y utilizada por un hombre.

Elena retrocedió un paso. Aquellas palabras, expresadas con repulsión, la golpearon.

—¿De qué hablas?

—¿Crees que nunca me enteré lo que hiciste con Leandro? ¡Lo asesinaste para liberarte del compromiso! —le recriminó.

—Eso es falso —se defendió Elena, con la voz quebrada y el rostro pálido.

—Di lo que quieras, tú y yo sabemos que es así. Pero no vine aquí para discutir eso, vine a abrirte los ojos y evitar que vuelvan a romperte el corazón.

La miró confundida, primero la acusaba con rencor y luego pretendía ayudarla para que no sufriera una pena.

—Iván Sarmiento resultó ser todo un personaje, tan inteligente y calculador como un zorro viejo.

Los labios de Elena quedaron sellados por esas palabras. ¿Por qué su prima hablaba de Iván de aquella manera, sin conocerlo?

—Toda la policía, Roberto Lobato, Antonio Matos, Iván Sarmiento y sus demás secuaces, están muy bien enterados de la verdad que se ciñe sobre tus hombros. Hasta yo me enteré. La única que nunca sabe nada eres tú.

—Disculpa, Ariana, pero no entiendo lo que dices. —Elena pestañeó varias veces con la mente liada, el comportamiento de la mujer la confundía.

—Por los viejos tiempos, prima, te contaré la verdad. Tienes derecho a saberla.

Ariana se levantó de la cama y se acercó con elegancia hasta la ventana, simulaba distraerse con la desgastada tela florida de la cortina.

—Tu verdadero padre fue un tal Vicente Arcadia, un asesino que aspiraba el control de la organización narcotraficante más grande del país. Era cruel y despiadado, y pretendía que su hermano manejara la zona de la capital más importante para la organización. Pero el padre de tu adorado Iván cometió un grave error, que casi destruye sus aspiraciones, por eso se vio obligado a asesinarlo, a él y a su novia embarazada, que resultó ser la hermana de Matos. Ese asesinato lo realizó frente a ellos, cuando solo eran unos niños. Fueron los únicos testigos del crimen.

Elena quedó petrificada. Esa fue la misma historia que le había contado Iván sobre la muerte de su padre, pero no sabía que el asesino había sido el propio padre de ella.

—Arcadia no quería testigos, así que cazó a los niños hasta dar con ellos en un orfanato para asesinarlos. Pero los chicos fueron más inteligentes, estaban preparados y mataron a palos a Vicente y a su hermano, o sea... a tu papá y a tu tío.

Las piernas de Elena comenzaron a fallarle, tuvo que aplicar mucha fuerza de voluntad para mantener el equilibrio, pero no pudo evitar el desbordamiento de las lágrimas.

—Un testigo se enteró de todo y sintió remordimientos por guardar silencio. Contactó a los únicos familiares que le quedaban a Arcadia: su primo Ismael Lozano y su hija de cinco años... esa eres tú primita —le confesó con una sonrisa macabra—. Escribió una carta donde confesó lo que había visto y se la envió a Ismael, justo en el momento en que él era atacado por los socios de Arcadia en reclamo por las deudas y convenios que había realizado con ellos en vida. Ismael escapó al exterior y a ti te dejó con su administrador Salomón Norato, para que te ocultara. Te dio en adopción, le entregó dinero y la carta con la declaración del testigo. Le ordenó que te contara la verdad cuando tuvieras la capacidad de cobrar venganza por la muerte de tu padre.

Ariana se sintió triunfal al ver el rostro atribulado de su prima. Nunca se había sentido mejor en su vida. Se acercó a Elena con mirada felina. La acechó como una gata a un ratón.

—Salomón tuvo tiempo de contarle todo a Raúl antes de morir, pero tu hermano ocultó la verdad, hasta que apareció Roberto Lobato en busca de Elena Arcadia y la carta.

Elena temblaba por la furia y el dolor. Lamentaba que su hermano nunca le hubiera confesado su oscuro pasado y entregara su vida para protegerla.

—Tu primo maneja una organización internacional desde el exterior. Lobato anhela entrar en ella, por eso te busca; para canjearte por más estatus, poder y dinero. Pero no solo Lobato tuvo acceso a esa información, tus enemigos, los asesinos de tu padre, al enterarse de tu existencia, no descansaron hasta encontrarte. Matos envió a su mejor hombre para que te envolviera y te sacara la información del paradero de la carta antes de acabarte.

Ariana se detuvo al lado de Elena con una sonrisa burlona en los labios.

—Todo eso es falso.

—Puedes preguntarle a tu amado Iván. O quizás a Matos para confirmar la historia. O si lo deseas, puedes llegarte hasta Lobato. Él estará encantado de recibirte.

Elena recordó la tormentosa verdad que Iván nunca había querido contarle y las maneras en que Antonio eludía sus preguntas para no revelarle más de lo que debía. Además, la extraña fijación de Lobato en recuperarla, también se aclaraba con la historia que le había narrado Ariana.

La maldita carta era el único elemento que podía confirmarle la verdad. Si su hermano la escondió con tanto ahincó y dos bandos delictivos la buscaban sin descanso, era posible que guardara una historia tan perturbadora.

—¿Por qué me cuentas esto ahora? —indagó Elena en medio del llanto.

—Primero porque me entere hoy, segundo, porque a pesar de todo eres mi primita y no quiero que te utilicen.

Ariana le dedicó una mirada de falso pesar, lo que encendió aún más la furia de Elena.

—Y tercero porque ya es hora de que hagas algo, imbécil. ¿Qué pensabas? ¿Qué ibas a jugar a la casita con Sarmiento? ¿Qué Lobato te dejaría tranquila después de encontrar la carta? Todos ellos quieren eliminarte, si tú no te adelantas terminarás como Raúl: muerta y olvidada en algún lugar desolado de la tierra.

Elena se estremeció al recordar la trágica muerte de su hermano y el hecho de que su cuerpo aún se encontraba perdido, sin haber recibido sepultura.

—¿Y qué esperas que haga? ¿Qué tome un arma y los asesine a todos? —preguntó. Hacía un gran esfuerzo por controlar la ira.

—Esa no sería una mala idea, pero tú jamás serias capaz de algo así. Yo te aconsejaría que te pusieras en contacto con alguien que estaría encantado de ayudarte y hacer lo que tú jamás harías.

—¿Quién?

—Ismael Lozano. Si lo llamas y le cuentas toda la verdad, él vendrá con cientos de asesinos y acabará en dos segundos con Matos, con el mentiroso de Iván Sarmiento, con Lobato y con todos los secuaces de ambos bandos; incluso, con el miserable de Jacinto Castañeda, que te ha traicionado desde que pisaste por error su club. Piénsalo, Elena. Te libraras de tus verdugos y te vengaras por todas las mentiras que han tejido a tu alrededor.

Ariana se alejó con una enorme sonrisa en el rostro. Dejó un papel con el número de teléfono de Ismael en la cama y salió de la habitación satisfecha. Sabía que Elena había quedado con el alma y el corazón hechos pedazos, y llena de miedo.

Ahora, solo le quedaba esperar a que reaccionara y se comunicara con Ismael, para que éste entrara como un torbellino al país y cobrara venganza por la dignidad mancillada de Elena y el asesinato de Arcadia. Con eso, lograría una de sus metas, luego, se encargaría de cumplir la última: acabar con Elena.

Al salir del hotel, entró con mucha seriedad al auto de Jacinto, que la observaba con incertidumbre.

—¿Y bien?

Ariana lo miró con aburrimiento por unos segundos, luego, se centró en cualquier punto del camino, para no apreciar su cara de idiota.

—Listo. Podemos irnos.

—¿Listo? ¿Llamó a Ismael? —preguntó inquieto.

—Lo hará.

—¿Lo hará? Tienes que quedarte para supervisar el plan. Si la dejas sola la muy estúpida cambiará las cosas, como siempre lo hace.

—Cálmate, Jacinto, sé lo que hago. Ésta vez, Elena tiene el corazón roto, está sola y asustada, no tiene más opciones. Si me quedo la hare pensar mucho, se sentirá acompañada y eso no nos sirve.

Jacinto se incorporó en el auto mientras negaba con la cabeza y se disponía a alejarse del lugar.

—Me costó mucho dinero conseguir esa información, sobre todo, el teléfono del tal Ismael.

—Tu esfuerzo será remunerado cuando Lobato muera. Así no tendrás deudas que saldar con ningún mafioso. Quedarás libre.

Jacinto sonrió complacido, encendió el auto y se alejó del hotel. Esperaba que Ariana no se equivocara en su estrategia y Elena siguiera el plan trazado.

—¿Por qué odias tanto a tu prima?

—Ya te lo dije, fue ella quien asesinó a Leandro. Yo lo amaba y ella destruyó todos mis sueños.

—¿Quién te dijo eso?

—Nadie, sé que fue así. Leandro la obligó a casarse con él para saldar una deuda con Lobato. Elena y Raúl se enteraron de la mentira y entre los dos lo asesinaron.

—No sé de dónde sacas información, pero creo que has estado equivocada desde siempre.

—¿Qué quieres decir?

—No fueron ellos quienes lo asesinaron. Sé que Elena tuvo un encuentro desagradable con él antes de su muerte, pero no fue ella quien lo asesinó.

Ariana lo miró con detenimiento. Ella sabía que había algo oculto tras la muerte de Leandro. De no ser así, ¿por qué su padre invirtió dinero para detener la investigación de su asesinato?

—¿De qué diablos hablas?

—La policía nos mantenía a mi padre y a mí al corriente de la investigación. Descubrieron que al momento de su muerte él no solo se encontraba drogado, sino que además, estaba cubierto de fluidos y sangre de Elena. Por su comportamiento el día del sepelio, asumimos que había sido una violación. Aunque ella nunca dijo nada al respeto. Para bien de todos.

El corazón de Ariana latió con dolor y furia, y amenazaba con salírsele del pecho.

—Sin embargo, no murió por eso, fue a causa de una asfixia mecánica. Lo ahorcaron con las manos y las huellas que encontraron en su cuello fueron las de Roberto Lobato.

La cabeza de Ariana estuvo a punto de estallar, a causa de un dolor punzante que casi la dominó.

—Según las teorías policiales, el muy imbécil quizás estuvo herido cuando llegó Lobato y eso le facilitó los medios al mafioso para asesinarlo sin mucho esfuerzo. El día en que Lobato me ubicó para cobrarse la deuda de Leandro, me confesó que mi hermano se había enterado de un importante secreto que él guardaba y pensaba traicionarlo, por eso lo persiguió y lo asesinó. Pero me amenazó con hacerle llegar a la policía pruebas de varios desfalcos que hemos realizado y nos obligó a pagar una gran suma para detener la investigación. Si se descubría la verdad, él sería señalado como el asesino de Leandro.

Las lágrimas de Ariana comenzaron a desbordarse en su rostro.

—Ahora me doy cuenta que el famoso secreto del que se enteró Leandro, era la verdad sobre la importancia de Elena para el mafioso. Él quería casarse con ella para mantenerla atada a él y ganar más favores de Lobato.

—No. Él quería cancelar la deuda con Lobato.

—Claro que quería cancelarla, pero mi hermano era muy codicioso, Ariana. Siempre quería más y sabía que al tener a Elena a su lado se aseguraría el perdón de la deuda y alcanzaría un puesto con mejores remuneraciones económicas... creo que subestimé al muchacho, era más inteligente de lo que imaginaba.

Ariana casi entró en shock, la respiración le falló y el estómago amenazó con expulsar toda la furia y el asco acumulado. No sabía que era más duro, la traición de Lobato y Jacinto, o la del amor de su vida.

Ella se había reído a más no poder de las burlas y humillaciones a las que se había visto expuesta Elena, pero, en realidad, la más burlada, humillada y utilizada en esa historia había sido ella. Pensó que la estrategia aplicada con su prima la haría sentirse triunfal, pero una vez que Jacinto le confesó la verdad quedó tan lastimada como había quedado Elena.

Dirigió todos sus esfuerzos en arruinarla, por creerla la asesina de sus sueños y alegrías, cuando el verdadero asesino fue el propio Leandro, quién se aprovechó de su amor para alcanzar su objetivo.

Ahora, ¿cómo podría corregir sus errores y descargar su pena?

***

En la habitación, Elena aún se encontraba parada frente a la cama, con la mirada perdida. Las lágrimas secas en las mejillas la hacían parecer derrotada. Su cuerpo laxo solo tenía fortaleza para mantenerse en pie.

Toda su vida pasaba por su mente: antiguos recuerdos de su verdadera madre, su llegada a la casa de los Norato, su feliz infancia, la muerte del único padre que había conocido, la locura de su madre adoptiva y su lucha por sobrevivir al lado de su hermano. Una vida tan normal como cualquier otra, con alzas y bajas, alegrías y tristezas, éxitos y decepciones. Jamás imaginó que detrás de aquella pantalla se ocultaba una verdad tan retorcida, que le arrancaba el único futuro que vislumbraba desde su tormentoso presente.

Su primer amor, la única vía que le quedaba para escapar del sufrimiento y de la soledad, ahora se transformaba en su condena.

Su verdadero padre no se conformó con destruir la vida de Iván y marcar la de ella. Ahora los perseguía con una fatídica carta y la empujaba a entrar en el patíbulo con dos únicas opciones: o tomaba el arma y cobraba venganza por su asesinato, o se quedaba inmóvil y esperaba que Iván tomara la justicia en sus manos y la liquidara.

Pero ella ya estaba liquidada. Se encontraba sola, vacía y destruida. Su corazón se hizo polvo y el ímpetu de su furia se encargó de esparcir las sobras por toda la habitación.

Cerró los ojos con pesar, al recordar las palabras del brujo Julián:

El joven esconde un secreto que debe ser encontrado, para proteger a alguien de un inminente peligro... Señorita Elena... debe buscar en su corazón.

Un secreto: la carta. Ese alguien que debió ser protegido de un inminente peligro: ella. Su hermano sabía todo y lo calló para protegerla, pero no vivió lo suficiente. Si Raúl le hubiera confiado parte de ese secreto, el dolor no sería tan grande y la pérdida tan profunda. Según el brujo, en su corazón se hallaba la respuesta, pero Elena tenía el corazón destruido, nada quedaba a salvo dentro de él. Estaba tan helado y muerto como una tumba...

Una certeza le congeló la sangre: el recuerdo de una costumbre que su alocada madre había inculcado en ella y en su hermano como consuelo por la pérdida de un padre sabio.

Si necesitaban consejos o ansiaban desahogar sus penas, su madre los motivaba a escribirle notas a su padre fallecido y guardarlas debajo de la lápida de mármol de su tumba, que estaba despegada de la base. Como si fuese un túnel de tiempo que los acercaría a él. A ese lugar lo llamaban corazón, porque en él depositaban los temores, miedos, dudas y problemas, escritos en papel, mientras esperaban que su padre recibiera el mensaje y los ayudara a pensar en alguna solución.

Ese era un lugar idóneo para esconder un documento peligroso, al que solamente podían acceder Raúl y ella.

Elena reaccionó esperanzada, se secó los restos de lágrimas que tenía detenidas en el rostro y salió de la habitación. Se dirigiría a toda velocidad al cementerio central de Maracay en busca de la carta que podría confirmarle la terrible historia que le contó su prima.

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