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Capítulo VIII. Sorpresas

A la mañana siguiente, Iván se despertó con los primeros rayos del alba, sobresaltado por el ruido de su teléfono al recibir un mensaje. Enseguida se incorporó en la cama para leerlo:

Tenemos que hablar. Urgente y en privado.

Era de Alfredo. Con rapidez se calzó los zapatos para salir de la habitación.

—¿Qué sucede? —le preguntó Elena, que se despertaba por el movimiento de la cama.

—Nada, muñeca. Voy a salir un momento. ¿Qué te provoca para desayunar?

—¿Desayunar? ¿Qué hora es?

Iván se levantó y se giró para mirarla, quedó maravillado con la imagen despeinada y adormilada de Elena.

¡Dios santo, es hermosa!... pensó.

Aunque estaba fascinado, le preocupaba el camino que tomaban sus sentimientos. No era lo mismo desear a una mujer que amar cada rasgo de ella, incluso, cuando estaba recién levantada. Lo que sentía por Elena amenazaba con convertirse en una forma de dominio y él no estaba habituado a que alguien dirigiera sus acciones.

Sacudió la cabeza para quitarse el aturdimiento. Ya tendría ocasión de mirar embobado a su ángel. Ahora, debía comunicarse con Alfredo. Quizás él le aportaría la información que necesitaba para encontrar nuevas pistas. La responsabilidad llamaba.

—Son casi las seis —le dijo Iván mientras buscaba sus llaves, o el teléfono, o el arma. Algo que lo distrajera y evitara que le saltase encima.

—¿Adónde vas tan temprano? ¿Nos vamos ya?

Elena estaba confundida, Iván actuaba de manera extraña, parecía ansioso. Sospechaba que algo no andaba bien.

Él entró al baño para asearse y mojarse la cabeza con agua fría, así congelaría los pensamientos ardientes que tenía por aquella mujer.

—No. Duerme un poco más, iré por el desayuno. Al regresar nos pondremos de acuerdo sobre el recorrido de hoy —le dijo, sin dejar de ocuparse en su aseo.

Al terminar, salió como una bala del baño sin mirar a la cama. Sabía que Elena estaba allí, sentía su mirada sobre él, pero no podía perder más tiempo. Si se giraba hacia ella podría sentirse tentado a quedarse a su lado hasta que volviera a dormirse.

—Regreso en unos minutos.

Se apresuró a salir del hotel dispuesto a hablar con su amigo y volver pronto con ella. No quería dejarla sola ni un segundo. Caminó una cuadra hasta llegar a un boulevard y se sentó en un banco de piedra a la orilla de un jardín para realizar la llamada.

A su alrededor, la ciudad comenzaba a bullir. Los comerciantes llegaban a sus negocios para preparar la apertura de las tiendas y los trabajadores desfilaban de un lado a otro. En cada rincón se veía a hombres y mujeres atareados en alguna actividad.

—Alfredo ¿qué sucede? —le preguntó inquieto. Ninguno de ellos perdía tiempo con saludos diplomáticos. Si se encontraban en medio de un trabajo delicado lo mejor era encargarse de los asuntos importantes cuanto antes.

—Tengo noticias. —El tono serio y franco de su amigo le predecía algo bueno por venir. Iván esperaba que fuera acción, no le gustaba mantenerse inactivo.

—Dime todo lo que sepas.

—Desde hace meses, Antonio tenía un negocio con Leandro Castañeda, pero de un momento a otro detuvo la transacción.

—¿De qué trataba?

—Ayudaba a Castañeda a conservar relaciones con laboratorios clandestinos para la compra de medicinas para el insomnio, que contenían altos niveles de droga. Eso lo hacía viajar con regularidad a Maracay, para supervisar los intercambios, pero al detener la negociación iba igual; según Raimundo, sus pretextos eran para afianzar las relaciones con los proveedores después de canceladas las ventas.

—¿Desde cuándo él hace ese trabajo en persona?

—El administrador me dice que esos viajes no eran necesarios, pero él los realizaba igual y siempre los hacía después de recibir noticias de Raúl Norato.

A Iván le comenzaba a sacar de quicio el comportamiento de Antonio. Su amigo manejaba cientos de negocios de mayor envergadura y ninguno lo supervisaba en persona, a menos, que se le presentaran graves problemas. Si mantenía tanta comunicación con Norato podría ser por la negociación de la carta, pero al parecer, esos nexos no fueron recientes a su desaparición. Su amigo llevaba algún tiempo en contacto con ese sujeto.

—¿Pudiste averiguar algo sobre el tal Raúl?

—Sí y ahí viene lo bueno. Ambos, Elena y Raúl, son hijos de Salomón Norato, quién era administrador en la finca de Ismael Lozano, el primo hermano de Vicente Arcadia.

—¡¿Qué?!

Iván quedó paralizado por la noticia. La simple mención del hombre que sentenció su vida veinte años atrás le revolvió el estómago.

—Raúl es hijo legítimo, pero Elena es adoptada. Salomón la recibió hace veinte años cuando trabajaba para Ismael. El hombre se mudó a Maracay y allí vivió con su familia por diez años hasta que lo encontraron muerto junto a su hermano, supuestamente, por un accidente automovilístico. Adelaida, su esposa, desde hace tres años está internada en un sanatorio mental.

Iván se frotó el rostro, preocupado por el rumbo que tomaba aquella historia.

—Alfredo ¿crees que exista algún tipo de relación entre los Norato y Arcadia?

—Estoy en eso, Iván, es mucha coincidencia. Sobre todo, porque era Raúl Norato quien tenía en sus manos la prueba que nos incrimina con la muerte de ese miserable.

—Averigua más sobre ese asunto.

—Bien. Pero Iván, ten cuidado con esa compañía que tienes. Si existe una relación entre la carta y los Norato podrías estar en medio de la línea de fuego.

Iván pensó en Elena, su corazón y su instinto le aseguraban que con ella estaba seguro, que debía protegerla. Para un hombre que había tenido que luchar por sobrevivir en la calle, su instinto era muy importante y él nunca le había fallado, pero nunca se había asociado con el corazón y esa era una alianza que siempre trató de evitar.

—No te preocupes por mí, amigo, he estado en medio de batallas más siniestras. Esta no me aniquilará.

Al finalizar la conversación Iván se mantuvo por unos minutos sentado en el banco de piedra, con la mirada fija en el hotel. Si existía alguna relación entre Elena y Arcadia, sus sentimientos y su descontrol frente a aquella mujer podrían convertirse en una seria amenaza para él y para sus amigos.

Era difícil aceptar ese peligro, pero tenía que prepararse para cualquier cambio en la dirección del viento.

Quizás por eso, Lobato estaba tan interesado en Elena, dispuesto a mover hasta los cimientos más profundos de la tierra para recuperarla. Con ella y la carta, no solo tenía la prueba que los inmiscuía en un delito, también tendría a una posible víctima. De alguna manera, el mafioso se las ingeniaría para utilizarla a su antojo en contra de ellos, algo que Iván no estaba dispuesto a permitir.

Tenía que armarse mejor y mantenerse cien por ciento alerta ante cualquier amenaza.

Pensativo, fue a comprar el desayuno y regresó a la habitación. Nunca había tenido tanto interés en aclarar una situación como en ese momento. Estaba dispuesto a terminar, de una vez por todas con el asunto de la carta, para centrarse en conocer su próxima batalla: la que seguramente tendría que luchar para ganarse a la única mujer que había sido capaz de sacudirle la existencia.

No solo la deseaba con fervor, su atracción hacia ella iba acompañada de cierto sentido de propiedad y ternura que nunca antes había experimentado. Pero si Elena, por una burla del destino tenía algo que ver con Vicente Arcadia, se vería en medio de una encrucijada.

Al entrar en la habitación la encontró ansiosa. Caminaba de un lado a otro como un león enjaulado.

—¿Qué sucede? —le preguntó.

—Eso es lo que quiero saber. Saliste hace rato como alma que lleva el diablo y sin dar explicaciones.

—¿Explicaciones? ¿Desde cuándo debo dar explicaciones de lo que hago?

—¡Desde que tuviste la idea de hacer un equipo conmigo!

Ambos estaban alterados, la rabia y la impaciencia les hacían añicos los nervios.

—Eso no incluye informarte de cada paso que doy —le dijo con severidad.

—¿Cómo que no? Tú no me permites dar un solo paso lejos de ti hasta que no resolvamos este conflicto. ¿Por qué tú si puedes irte cuándo quieras sin dar explicaciones y yo no?

—Porque yo soy el cerebro y el brazo ejecutor de este equipo.

—¿Y yo que soy?

—Tú... tú...

Iván estaba enloquecido por esa mujer, pero no podía ceder ante ella. No sin antes conocer toda la maldita historia que pretendía interponerse entre él y su ángel. La furia comenzaba a subyugarlo. Siempre había dominado sin inconvenientes cualquier situación, pero con Elena, sus defensas caían como una torre de naipes.

—Es por lo que te dije anoche, ¿cierto? —preguntó ella con tristeza.

—¿Qué?

—Es porque sabes que soy una asesina. Ya no soy de fiar para ti.

El dolor se reflejó en el rostro de Elena. No quería que Iván la juzgara por haber cometido aquel crimen.

—No seas tonta. En toda tu vida has matado a un solo hombre y en defensa propia, no tienes la más mínima idea de a cuántos he tenido que acabar yo.

Elena lo miró confundida, pero cierto alivio se apoderó de su alma. Iván no la odiaba por su error, entonces, ¿por qué no la hacía partícipe en la investigación?... ¿Ni en su vida?

—Exijo beneficios —reclamó, con el corazón apretado en un puño.

—¿Beneficios?

—Necesito salir sola para llamar a la clínica dónde se encuentra mi madre y saber si está bien. Necesito comunicarme con una amiga para tener información de mi familia. Y necesito empaparme de todo lo que sepas sobre mi hermano y Antonio Matos, para ubicar la maldita carta y terminar con esta pesadilla.

Elena mantenía sobre él una mirada implacable y una postura firme, a pesar de las lágrimas que tenía acumuladas en los ojos.

—Primero: olvídate de salir sola, recuerda que una manada de asesinos está tras de ti para llevarte con Lobato. Segundo: aún no podrás llamar a la clínica donde está tu madre, Lobato la mantiene vigilada y de seguro, tendrá intervenidas las líneas telefónicas. Tercero: si él se entera que te comunicas con una amiga, ella también se verá involucrada en su vigilancia, o peor aún, la obligará bajo amenaza para que sea una mensajera entre ustedes. Y me imagino, que tú no quieres involucrar a nadie más en este problema. ¿Cierto?

Elena relajó la postura. Los ojos le brillaban por las lágrimas que reprimía, producto de la rabia y la frustración. Iván dejó el desayuno sobre la cama y se acercó a ella con desafío. Se detuvo a escasos centímetros de su cuerpo.

—Y por último, por tu bien yo controlaré la información. Si Lobato nos agarra lo mejor es que sepas poco para que no te lastime. Tú único trabajo en nuestro equipo es analizar la información que te dé y me ayudes a ubicar la carta, los beneficios son para los empleados y tú eres tan dueña de esta empresa como yo.

—En ese caso, deberías comenzar a darme información si quieres que te ayude a encontrar la carta, o tendremos que huir toda la vida de Lobato.

Iván se acercó aún más, con la mirada dura. Ella se mantuvo lo más firme que podía, para evitar retroceder ante su amenaza.

—Yo sabré el momento exacto en que tendremos que sentarnos a unir las piezas del rompecabezas. Pero si ya estas levantada y dispuesta a trabajar, entonces toma tus cosas que nos vamos. Desayunaras en el camino.

Iván le dio la espalda para guardar sus pertenencias y salir de la habitación. Ansiaba que Elena dejara hasta ahí la discusión, si se empeñaba en enfrentarlo, perdería el excelente control que mantenía sobre sus emociones.

Para su tranquilidad, Elena no dijo nada más y se dispuso a recoger su ropa. Mientras la observaba organizar sus objetos no podía evitar sentirse un despiadado. Quería darle seguridad y tranquilidad, verla sonreír o enfurecerse, pero no deseaba verla abatida. El corazón le daba un vuelco en el pecho por la pena.

Ella no era como él. A pesar de la valentía con la que había enfrentado su soledad y sus pérdidas, comprendía que Elena necesitaba del apoyo y aliento de familiares y amigos. Ella sí contó con una segunda familia que la adoptó y la recibió en su seno. Él, en cambio, tuvo que luchar en la calle y saltar de refugio en refugio, hasta que pudo valerse por sus propios medios.

El recuerdo de su triste infancia lo embargó y le llenó el alma de tristeza. Sus primeros años los vivió junto a su madre, en un barrio humilde de la capital. Dependían de la solidaridad de otros. Su madre, al no tener ningún tipo de formación, no encontraba un empleo decente, por eso tuvo que trabajar en un prostíbulo para darle de comer. Pero a causa de una fuerte gripe falleció, cuando él contaba con ocho años. Lo enviaron con su padre, un vendedor ambulante que vivía con su novia embarazada y los dos hermanos menores de ésta —Antonio y Alfredo Matos—, en una diminuta residencia junto a cuatro familias más.

Se mantenían como podían para sobrevivir, dormían juntos en una misma habitación y salían todos a la calle para trabajar y conseguir algo de dinero.

Entre los que vivían con ellos en la residencia, se encontraba Augusto Contreras y su hijo Felipe, quién se convirtió en el mejor amigo de Antonio por ser contemporáneos en edad. Augusto siempre vivía ahogado en el alcohol y abandonaba a su hijo a su suerte. El padre de Iván lo protegía como un miembro más de la familia, no podía permitir que el pobre chico muriera de hambre.

Al tener tantos niños que mantener, además de su mujer y el hijo que venía en camino, el hombre comenzó a buscar medios más efectivos que lo ayudaran a salir de aquella diminuta pocilga y les permitiera comer, al menos, tres veces al día.

Fue así que comenzó a trabajar como mula para unos narcotraficantes, pero un negocio no salió como debía y lo convirtió en una amenaza para los mafiosos que lo manejaban. La policía podía dar fácilmente con él y de esa manera, llegar a ellos.

Movido por la avaricia, Vicente Arcadia y su hermano debían librarse de la posible amenaza. Juntos entraron una noche a la residencia, cuando todos dormían, y descargaron sus armas en el cuerpo del padre de Iván y en el de su novia embarazada mientras los cuatro niños miraban la escena y gritaban aterrados desde otra cama.

Finalmente, decidieron fusilar también a los niños, pero el resto de los habitantes de la residencia comenzaron a gritar para alertar a los vecinos y a la policía. Los Arcadia tuvieron que escapar, no sin antes amenazar de muerte a los chicos si llegaban a delatarlos.

Desde ese día Iván fue trasladado a diversos orfanatos y colegios de acogidas, junto a Felipe, Antonio y Alfredo. Vivían con la sombra de la amenaza de los Arcadia.

A pesar de estar siempre acompañado por sus amigos, se sentía solo, vacío y humillado. La rabia de la venganza le roía el alma y el dolor de la injusticia le invadía el espíritu. Lo había perdido todo a los diez años y no estaba dispuesto a dejarse arrebatar lo único que le quedaba: su propia vida.

Ahora, Elena se encontraba en una situación parecida, estaba sola, asustada y amenazada, necesitaba contar con un apoyo que la sacara de aquel hoyo de angustia y pena. Quizás por eso, se mantenía a su lado. Sabía cómo dolía la soledad y no iba a permitir que ella sufriera de esa manera.

Al tener todo en sus manos, Elena caminó hacia la puerta para dirigirse al auto, pero Iván la detuvo y la acercó a él para abrazarla.

Al principio ella se mantuvo inmóvil, recelosa por su gesto, pero luego, la pena la dominó y se abrazó con fuerza a él para llorar sus desgracias. Cada uno se transformó en una firme columna dónde el otro podía sostenerse para no hundirse en el dolor. Ella lloró desconsolada el tiempo que fue necesario, hasta que liberó su alma. Él, en cambio, se mantuvo serio, con el rostro tensó, ahogado en su rabia. Se llenaba del valor que solo Elena podía trasmitirle.

Varios minutos fueron necesarios para minimizar la furia y el sufrimiento. Iván la abrazaba con ternura y hundía el rostro entre sus cabellos para aspirar su maravilloso aroma. La deseaba, pero ahora comprendía que no solo anhelaba su cuerpo, sino también su risa, su felicidad y su tranquilidad. La quería a ella, con sus virtudes y sus errores, con su pasado y su presente, y con su posible destino ligado al de sus enemigos.

Estaba dispuesto a luchar por ella contra quien fuera, con todas sus armas y la experiencia ganada.

Los Arcadia habrían destruido su infancia y marcado su vida, pero no permitiría que condenarán su futuro. Ni ellos, ni Lobato, ni los Castañeda, ni ningún otro imbécil que pretendiera cruzarse en su camino.

***

—Señorita Norato, es un placer recibir tan exquisita visita.

Ariana sonrió ante la mirada sádica de Roberto Lobato, un hombre alto, corpulento y con una barba descuidada que lo hacía parecer un sucio pirata. Pero a pesar de la apariencia de su rostro, el sujeto siempre estaba muy bien vestido, portaba trajes costosos, brillantes cadenas y anillos de oro. Era un hombre rico y poderoso y le fascinaba mostrarlo con sus pertenencias.

Con mano callosa tomó el delicado brazo de Ariana y lo giró para besarle con seducción la parte interna de la muñeca. Ariana sentía repulsión por lo que iba a hacer, pero lo disimuló con su bien ensayada sonrisa.

—¿Por qué razón fui bendecido con su presencia?

—Vengo enviada por Jacinto Castañeda, para reafirmar la amistad y el compromiso que estableció con usted.

Roberto sonrió, ya Jacinto se había comunicado con él y le adelantó parte de la intención de Ariana. La miró con lujuria y caminó a su alrededor para evaluar su cuerpo.

—Jacinto sabe que tiene toda mi lealtad, siempre y cuando él muestre toda su lealtad hacia mí. Las amistades se consolidan al cumplir los compromisos y los compromisos financieros se resuelven con dinero. ¿Por qué la envió a usted?

—En realidad, fue una solicitud mía, tenía ganas de conocerlo en persona.

Roberto se detuvo a pocos centímetros de Ariana y exploró cada rincón expuesto de su cuerpo con la mirada. Ella se fue preparada para esa inquisición, su corto vestido ceñido y descaradamente escotado, dejaba poco a la imaginación.

—¿Tenías ganas de conocerme?

Ariana asintió. Roberto se la comía con los ojos, eso le permitió creer que ya lo tenía conquistado. Siempre aseveraba que era fácil embaucar a un hombre. Solo debía vestirse algo destapada, hacer las insinuaciones necesarias, decir las frases indicadas y listo, se dejaban caer como mininos ansiosos por su leche en un chasquido de dedos.

—Espero que tu sueño se haya hecho realidad.  

—Quiero ser una ayuda efectiva para ti.

—¿En qué sentido?

—Sé que tienes un asunto importante qué resolver y al parecer, Jacinto no te sirve de mucho. Yo podría ayudarte, con una condición.

Una escandalosa risa petulante inundó la sala, incluso, la casa entera. Ariana, para disimular la rabia que amenazaba con explotarle en el rostro se giró y le dio la espalda, gesto que él tomó como una atrevida insinuación. Se acercó más a ella hasta que su abultado cuerpo tocó el de la mujer y posó sus grandes manos en la diminuta cintura.

Ariana esperó a que iniciara la desagradable tortura de caricias y besos. Un irritable sonido producido cerca de su oreja le erizó la piel. Imaginaba que Lobato lamía sus labios para comenzar a besarle la piel. Esa certeza le provocó grima.

—¿Qué desea mi diosa?

—Sé que mi prima Elena te ayuda a encontrar una carta que perdió Leandro, y con ella quedaría saldada la deuda que él tenía contigo.

—Eso es cierto.

—Al parecer, mi prima ha sido secuestrada por hombres de Antonio Matos. Yo puedo ayudarte a reiniciar los contactos con ella y supervisar que tus intereses sean intocables y lleguen a su destino sin contratiempos. A cambio, quiero un favor.

—¿Cuál?

Lobato escuchaba la conversación de Ariana como si estuviera en la lejanía, su interés se centraba en saborear la tersa piel de la mujer.

—Quiero que Elena sea eliminada y por medio de la tortura, no de una simple muerte.

Roberto comenzó a mover sus pesadas manos en el cuerpo de la joven. Le acariciaba el vientre y subía sin apuro hasta encontrar sus dulces pechos. Los cubrió por completo, para luego apretarlos con brusquedad. Ariana reprimió un alarido de dolor y ahogó las lágrimas en los ojos.

—¿Qué te hizo tu prima para que ansiaras su muerte?

—No es algo que quiera discutir contigo —le respondió furiosa.

Roberto la estrujó aún más, ésta vez, le causó un verdadero dolor. Ariana gritó aterrada y trató de apartarlo, pero él la sostuvo con firmeza.

—Chiquilla codiciosa, debes aprender que meterte en la cama de un hombre como yo solo para alcanzar un favor desesperado, no es algo sencillo. Yo no mato porque a mis amantes les provoque, mato porque algo amenaza lo que me pertenece. Si quieres que mate para ti, tendrás que convencerme que eres más que una deliciosa manzana fresca. Así que comienza a trabajar por eso.

Roberto la soltó y se apartó de ella con indiferencia, para dirigirse a un bar y prepararse un trago de ron. Ariana lo miró con furia, pero se mordió su rabia. Si quería un trabajo cruel y bien hecho tenía que asegurarse de que el hombre quedara satisfecho.

Se alisó el vestido, se limpió las lágrimas y volvió a mostrar su falsa sonrisa seductora. Ella sabía muy bien que nada era gratis en el mundo.

Se olvidó de su orgullo y de su amor propio antes de dirigirse hacia Lobato, decidida a demostrarle que ella era más que una simple amante, capaz de alcanzar cualquier meta que se propusiera.

***

—¿A dónde vamos?

Iván y Elena se encontraban en el Camaro rumbo a San Mateo, una ciudad ubicada a veintidós kilómetros de Maracay.

—Un desvió. Lobato está dispuesto a llevarte como sea y yo a protegerte como sea. Necesito el armamento indicado.

—¿Compraras armas? —le preguntó sorprendida.

—No. Voy a surtirme con un amigo.

—Eres un asesino a sueldo, ¿cierto? —le dijo mientras lo miraba con intriga. Ansiaba conocer toda la historia que lo rodeaba.

—Soy una especie de mensajero —confesó con un mueca de incomodidad en el rostro.

—¿Mensajero?

—Sí, de esos que te torturan para obligarte a pagar o sacarte alguna información.

—¿Eres un torturador? —Sus ojos volvieron a mostrar sorpresa. Iván no podía evitar sonreír con pesar.

—No torturo niños, mujeres o inocentes. A todos los que he agredido han sido asesinos, delincuentes o mal nacidos sin alma.

—Eso explica tu actitud en la fábrica y tu loca manera de enfrentar un problema.

Iván la observó por unos segundos con el rostro serio. No quería que ella presenciara de nuevo una de sus escenas violentas. Quería darle lo mejor de él, pero sabía que de eso tenía muy poco.

—La vida no es fácil, muñeca, es más dura de lo que crees. Yo no aprendí lo que sé porque entre en una escuela o alguien me lo explicó, recibí esos tratos, conozco el dolor, sé dónde duele más, qué te hace perder la conciencia y qué te da más ánimo para soportar.

Elena recordó las cicatrices que había visto en su cuerpo y se imaginó las que podía tener en el alma.

—¿Qué te sucedió en el estómago? —preguntó curiosa.

—¿En el estómago?

—Tienes una cicatriz larga en tu abdomen —le dijo y le señaló el área donde había apreciado la marca.

—¿Cuándo me viste el abdomen?

Iván la miró con picardía y le dedicó esa sonrisa traviesa que siempre la descontrolaba.

—Deja de provocarme y responde —le ordenó con severidad.

—Muy bien, mi reina, lo que tú ordenes —contestó él con falsa resignación, aunque en realidad, disfrutaba con aquel interrogatorio—. Intentaron asesinarme hace seis años, cuando estuve en prisión. La cicatriz es producto de una puñalada.

Elena lo miró con los ojos desorbitados.

—¡¿Estuviste en prisión?!

—Sí, dos veces. La primera fue por robo y la segunda... por robo también.

—¿Qué robaste? —le preguntó con más curiosidad.

—La primera autos y la segunda... autos también.

—¿Por qué pareciera que me engañas con la segunda?

Ella lo observó con los ojos entrecerrados. Imaginaba que él le había tomado el pelo desde el principio.

—La segunda es una historia muy larga, que terminó en la famosa puñalada.

—No pienso ir a ningún lado, tengo suficiente tiempo para escuchar.

La curiosidad animaba a Elena. Quería conocerlo, saber más de él, entender las razones que lo habían llevado a ejercer ese estilo de vida tan peligroso.

Iván prefería evitar ciertos temas sobre su pasado, sobre todo, las partes que menos apreciaba de él y que podían asustarla o alejarla. Si quería retenerla a su lado, lo mejor era no dar a conocer sus errores, pero tampoco quería mentirle ni ocultarle algo. Si aspiraba una relación sincera lo más sensato era confesarle sus verdades, así su historia no incluyera éxitos ni grandes proezas.

—Tuve una amante. Una hermosa mujer que estaba casada con uno de mis socios. Cuando mi amigo se enteró me tendió una trampa, logró que la policía me agarrara con cinco autos robados listos para ser desmantelados y vendidos por partes. Me encerraron enseguida, pero mi socio no quedo satisfecho y pago a unos camaradas para que me eliminaran.

Elena lo miró fijamente. No le interesaba saber cómo Iván terminó con cinco autos robados, cómo lo encontró la policía, cómo se enfrentó a sus camaradas o cómo se salvó del atentado. Estaba curiosa por la hermosa mujer que lo había llevado a traicionar a un socio. Sintió celos y eso la enfureció.

—Pero, te salvaste —masculló y fijó su atención en el camino para disimular su incomodidad.

—Soy más resistente de lo que crees, muñeca. —Con su mano derecha cerrada en un puño se dio fuertes golpes en el pecho—. Esto es acero puro.

—¿Sabes que el acero puede fundirse? —le dijo, aún irritada.

—Sí, por eso escapo del fuego y de las cosas inflamables —suspiró—, pero hay ocasiones en que no puedo ni quiero huir de ellas.

Iván la miró con desconsuelo. Elena no se imaginaba lo que despertaba en él, no conocía el fuego intenso que le quemaba las entrañas por el deseo y amenazaba con fundirle el corazón.

—¿Y cómo lograste salir de la cárcel en esas dos oportunidades?

—Antonio pagaba las fianzas —le respondió con voz neutra mientras mantenía la mirada fija en la vía. Elena lo observó afligida.

—Ustedes deben ser grandes amigos.

—Es uno de mis mejores amigos.

La mirada melancólica de Iván le dulcificó el corazón. Ella sabía lo triste que era recordar el pasado distante, pero no quería verlo así, necesitaba sacarlo de su letargo.

—¿Tienes más preguntas?

—Por supuesto.

Él sonrió. Quería todo de ella y quería que ella tuviera todo de él, pero tendría que entregarse de a poco, para no aturdirla.

—¿Qué significan los tatuajes?

—Estás muy interesada en mi cuerpo.

Elena lo miró con el ceño fruncido. Él no pudo evitar sonreír, le encantaba ese rostro endurecido y malhumorado, la hacía parecer una chiquilla malcriada que esperaba le cumplieran sus caprichos. Y él estaba ansioso por hacer cumplir cada uno de sus antojos.

—Bien, bien... todos tienen su historia, aunque la mayoría pretende tapar cicatrices.

—¿Cómo cuáles?

Iván la miró con satisfacción, le gustaba que ella sintiera interés por él. Una llamarada de deseo se encendió en su interior. Tuvo que reacomodarse en el asiento para que no se le notara la excitación.

—Bueno... el del dragón que tengo en el hombro izquierdo me lo hice para ocultar la cicatriz de un corte que me hicieron con un cuchillo, por robar comida en una panadería cuando niño.

Elena ansiaba saber más sobre esa historia, pero no quería interrumpir su narración.

—El puñal que tengo en el brazo izquierdo es para tapar la cicatriz de una quemadura que me gané al enfrentarme a un imbécil en la herrería dónde trabajaba. Por asuntos de faldas.

Iván alzo el brazo izquierdo para mostrarle el diseño de un tatuaje tribal en forma de puñal, con el mango hacia el codo y la punta cerca de la muñeca. En el centro de la empuñadura había una forma ovalada sin pintar, la piel en esa área se revelaba más lisa que el resto.

—Tengo uno en la pierna izquierda. Es una serpiente con la cola cerca de la rodilla y la cabeza junto al talón, me lo hice para ocultar la cicatriz de un accidente que tuve en uno de mis autos. Mi pierna quedó atrapada y al sacarla me hice un corte profundo... Y el del brazo derecho es mi gran obra de arte —expresó con orgullo—, me lo dibujaron la segunda vez que fui a prisión, antes de la puñalada. Comienza en el pecho con el rostro de un dragón con los ojos encendidos en llamas y termina en la muñeca. Me lo hice por diversión —le confesó sonriente.

—Debió ser muy divertido —se burló ella—. Veo que te gustan los dragones.

—Son seres increíbles, fuertes, letales y capaces de incendiar todo a su alrededor. —Por supuesto, una de las principales cosas que le gustaría incendiar, era la pasión de su ángel—. ¿Sabes que es lo mejor de mis tatuajes? —le dijo travieso.

—¿Qué?

—Las caras de terror que ponen las personas cuando me ven. Nadie intenta meterse conmigo porque los intimido con el arte de mi cuerpo.

—¿Y eso te encanta? ¿Infundir terror?

—En el mundo en el que vivo, sí. No estoy dispuesto a recibir más golpes de la vida —expresó enfático al tiempo que centraba su mirada en la carretera.

—¿Y la S que tienes en la espalda?

Iván permaneció serio y pensativo por unos minutos, antes de responderle. Ella prefirió esperar, darle el tiempo que necesitaba para hablar.

—Es un recordatorio del peso que debo llevar día a día.

—¿Qué peso?

—Mi pasado, mis errores, mi presente, toda mi realidad. La S es de Sarmiento, mi apellido, y las espinas representan los conflictos que he vivido y que envuelven mi existencia.

Iván la miró por unos segundos, con los ojos cargados de rencor y dolor.

—Ese soy yo, muñeca. Alguien con un triste pasado, un presente arruinado y ningún tipo de futuro. Que esconde sus heridas bajo horribles dibujos con intención de espantar a los demás.

Elena se quedó en silencio. Observaba con atención su perfil. Deseaba hundirse en sus ojos y adentrarse en su alma para aliviarla. No le gustaba que estuviera entristecido, adoraba su despreocupación, sus constantes burlas y su extraño amor por la vida.

—Yo no te veo así —le dijo.

—¿Cómo me ves tú?

Iván estaba curioso por su respuesta, aunque temía su rechazo o su compasión.

—Veo a un gran hombre, con un pasado injusto, un presente difícil y anhelante de un futuro. Que pinta los golpes de la vida para darles una nueva imagen y enfrentarlos con una actitud renovada. Un hombre, que a pesar del dolor y la soledad tiene tiempo de reír y burlarse de todo... desearía tener el mismo gusto que tienes hacia la vida.

Iván no tuvo palabras para responderle. Nunca lo habían definido de aquella forma, él jamás se había visto de esa manera. Por supuesto, no tenía los ojos dulces e inocentes de Elena.

Ella respetó sus pensamientos y decidió callar también. Esperaba que su intervención no lo hiriera.

Unos metros más adelante, Iván detuvo el auto a la orilla del camino.

—¿Qué sucede?

Se giró hacia ella y la tomó por la nuca para acercarla a sus labios y besarla con pasión. Sus bocas se fundieron en un ardiente y exigente beso. Elena abrió sus labios y se entregó a él, dispuesta a darle todo lo que él le pedía. Iván no podía dejarla escapar. La necesitaba, la quería para él, solo para él.

Jadeante, detuvo el beso y se apoyó en la frente de Elena para sentir su aliento. Con su nariz le acariciaba el rostro y le repartía cientos de besos en la cara.

—Te deseo, preciosa, muero de deseo por ti.

Elena levantó las manos hacia su rostro, las tenía dormidas sobre el regazo, flácidas como estaba su cuerpo después de semejante beso. Con ternura lo acarició.

—Yo también te deseo, es muy fuerte lo que siento. Me cuesta controlarlo.

Iván se alejó un poco para observar sus ojos cargados de pasión. Sin dejar de acariciar la piel de su rostro ni sus labios hinchados. Su confesión le transformó el mundo.

—Tendremos que hacer un gran esfuerzo para controlarnos. Aunque en mi caso, no será un esfuerzo, sino el peor sacrificio que realizaré en mi vida.

Elena sonrió, aquel hombre la llenaba de una dicha inexplicable. Nunca pensó encontrar un sentimiento tan fuerte y renovador en medio del sufrimiento.

Iván volvió a besarla, pero ésta vez, con suavidad y delicadeza. Quiso saborear cada espacio de su boca, acariciar con dulzura su lengua y mordisquear juguetón sus labios. La tendría, estaba seguro de que la haría suya, pero en el momento indicado. Cuando ningún tipo de intriga o conflicto empañaran su idilio y cuando lograra sacar de su mente el amargo recuerdo del maltrato de Leandro.

—Mejor volvamos al camino, antes de que nos metamos en serios problemas.

Con un corto y firme beso se separaron, para continuar su aventura en silencio.

Cada vez que Iván tenía la oportunidad le tomaba la mano y la acercaba a sus labios para besarle los nudillos, la palma o la parte interna de la muñeca. Ya la sentía suya, sin poseerla sabía que ella sería para él. Y no habría fuerza sobre la tierra que se la arrancara de las manos, ni del corazón.

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